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lunes, 15 de agosto de 2011

JESÚS DIJO: ANDAD Y APRENDED QUE QUIERE DECIR MISERICORDIA QUIERO, QUE NO SACRIFICIO


 
 
 


En dos ocasiones aparece esta frase del Señor en el Evangelio de San Mateo, con objeto de reprender la hipocresía, la soberbia y falta de caridad de los fariseos. La primera de estas ocasiones tuvo lugar en la celebración que el Apóstol dio a Jesús y sus discípulos con motivo de su retirada  de la vida que hasta entonces había llevado, para seguir al Maestro, tras su llamada (Mt 9, 9-13):
-Y partiendo de allí, vio Jesús a su paso un hombre, llamado Mateo, sentado en su despacho de aduanas, y le dice:
-Sígueme. Y levantándose le siguió.
-Y aconteció que, estando él a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos.
-Y como lo vieron los fariseos, decían a sus discípulos: ¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?
-El, como lo oyó, dijo: <No tienen los robustos necesidad de médico, sino los que están mal>
-Andad y aprended que quiere decir <Misericordia quiero, que no sacrificios. Que no vine a llamar a justos, sino pecadores>
El magisterio del Señor es claro y aleccionador para aquellos hombres que se consideraban los intérpretes más cuidadosos de las leyes, ya que además de una pequeña parábola (No tienen los robustos necesidad de médico, sino los que están mal), una razón concluyente (…no vine a llamar a justos, sino pecadores), utiliza Jesús una verdad revelada por su Padre al profeta Oseas como contra censura, poniendo de manifiesto, la soberbia y la falta de justicia de los fariseos (Andad y aprended que quiere decir –Misericordia quiero que no sacrificio-…).
Oseas fue un profeta de Israel, cuando existía  el reino del Norte, nombrado en sus escritos con frecuencia con el apelativo de Efraim. Su magisterio tuvo lugar durante los reinados de distintos monarcas, ya que fue una época de gran prosperidad material, para el país, pero de mucha corrupción moral y política, siendo frecuentes los asesinatos para hacerse con el poder.  

 


Más concretamente, el monarca llamado Joroboán (786/746 a. C.), llevó al reino de Israel a un estado de gran desarrollo comercial, pero después de este rey, la situación cambió radicalmente, debido a la lucha de sus sucesores por el trono, siendo  varios los que consiguieron hacerse con él, en un periodo de tiempo relativamente corto; entre ellos caben destacar a Menajem, Peqajyá y Oseas, siendo este último el que dio ocasión al asedio de Samaria, la cual fue conquistada finalmente por Sargon V.
Por su parte, el profeta Oseas era un hombre justo, atribulado por las desgracias personales y el derrumbamiento de su país, que Dios llamó a su servicio, para profetizar y corregir las desviaciones del pueblo elegido, proclamando el amor al prójimo y la necesidad de la buena disposición interior para conseguir los designios del Señor, que por otra parte, habla a través de su boca (Os 6, 1-6):
-En su angustia me buscarán (diciendo): Venid, volvamos a Yahveh; pues dilaceró, más nos curará; hirió, pero nos vendará.
-En un par de días nos dará la vida y al día tercero nos levantará y viviremos en su presencia
-Reconozcamos, apresurémonos a conocer a Yahveh, pues presta como la aurora está su salida…
-¿Qué te haré Efraim? ¿Qué te haré Judá? Vuestra piedad es cual nubecilla matinal y como rocío, temprano desaparece.
-Por eso (os) adoctriné por medio de los profetas, os instruí con las palabras de mi boca, y su juicio saldrá como la luz.
-Pues quiero misericordia y no sacrificios, el conocimiento de Dios más que los holocaustos.
 
 

Este pasaje del Antiguo Testamento es claramente mesiánico, ya que además de anunciar la salvación  de los hombres, que tendrá lugar tan sólo, por la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo (al tercer día), pone en boca del Profeta Oseas las palabras que el Salvador dirá en su proclamación del Reino, para corregir y evidenciar la falsedad de sus enemigos.

Jesucristo conocedor como nadie de las Sagradas Escrituras, utiliza con frecuencia éstas, para llevar a cabo su misión, y en este sentido, el Papa León XIII en su Carta Encíclica <Providentissimus Deus>, dada en Roma en el año 1893, se manifiestó en los términos siguientes:
“Toda la Sagrada Escritura, divinamente inspirada, es útil para enseñar, para argüir, para corregir, para instruir en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y pronto a toda buena obra (Promesa del Espíritu Santo).
Los ejemplos de nuestro Señor Jesucristo y de sus Apóstoles demuestran que con este designio ha dado Dios a los hombres las Escrituras. Jesús mismo, en efecto, que <se ha conciliado autoridad con los milagros y que ha merecido la fe por su autoridad y ha ganado multitud por la fe>, tenía costumbre de apelar a la Sagrada Escritura en testimonio  de su divina misión.



En ocasiones se sirve de los Libros Santos para declarar que es el enviado de Dios y Dios mismo; de ellos toma argumentos para instruir a sus discípulos y para apoyar su doctrina; defiende sus testimonios contra las calumnias de sus enemigos, los opone a los fariseos y saduceos en sus respuestas y los vuelve contra el mismo Satanás, que atrevidamente le solicitaba; los emplea aún al fin de su vida y, una vez resucitado, los explica a sus discípulos hasta que sube a la gloria de su Padre”

Por otra parte, la rapidez con que Mateo respondió a la llamada de Jesús denota sin duda el grado de confianza que este puso en él y el deseo indiscutible de seguir sus consejos. Por eso el Papa Benedicto XVI, refiriéndose a la narración evangélica de la llamada del Apóstol Mateo, en su catequesis del 30 de agosto de 2006,  se expresó en los terminos siguientes:
“Hay otra reflexión que surge de la narración evangélica: Mateo responde inmediatamente a la llamada de Jesús: <Y levantándose le siguió>. La concisión de la frase subraya claramente la prontitud de Mateo en la respuesta a la llamada. Esto significa para él abandonarlo todo, sobre todo una fuente de ingresos segura, aunque con frecuencia injusta y deshonrosa. Evidentemente Mateo comprendió que la familiaridad con Jesús no le permitía continuar con actividades desaprobadas por Dios.



Se puede intuir fácilmente que se puede aplicar también al presente: hoy tampoco se puede admitir el apego a lo que es incompatible con el seguimiento de Jesús, como son las riquezas deshonestas. Una vez dijo: <Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme> (Mt 19,11). Esto es precisamente lo que hizo Mateo: ¡se levantó y le siguió! En este <levantarse> se puede ver el desapego a una situación de pecado y, al mismo tiempo, la adhesión consciente a una nueva existencia, recta, en la comunión con Jesús”

El Papa Benedicto XVI consciente de la crisis vocacional existente especialmente en Occidente, ha querido hacer frente al problema desde el principio de su magisterio, por eso con anterioridad a la catequesis mencionada, ya nos habló muchas veces de esta herida abierta en el seno de la Iglesia, y utilizaba el ejemplo de la llamada a los Apóstoles, para animar a los jóvenes, y a los menos jóvenes también, a imitarlos y a seguir a Jesús con las siguientes palabras (Audiencia General 22 marzo 2006):
“los Evangelios concuerdan al referir que la llamada de los Apóstoles marcó los primeros pasos del ministerio de Jesús…
Jesús acaba de comenzar la predicación del Reino de Dios cuando su mirada se fija en dos pares de hermanos: Simón  y Andrés, Santiago y Juan…
El destino de estos <llamados>, de ahora en adelante, estará íntimamente unido al de Jesús. El Apóstol es un enviado pero, ante todo, es un <experto> de Jesús…
 


Para los discípulos comienza un conocimiento directo del Maestro. Ven dónde vive y empiezan a conocerlo. En efecto no deben ser anunciadores de unas ideas, sino testigos de una persona. Sobre esta base, la evangelización no será más que un anuncio de lo que se ha experimentado y una invitación a entrar en el misterio de la comunión con Cristo”

La segunda ocasión en que Jesús menciona el libro del profeta Oseas, es aquella en la que tiene lugar el episodio de las <espigas arrancadas en sábado>, que el Apóstol San Mateo relató magistralmente en su Evangelio (Mt 12, 1-8):
-En aquella sazón, yendo Jesús de camino en día de sábado, pasó por los sembrados. Sus discípulos tuvieron hambre, y comenzaron a arrancar espigas y comer.
-Los fariseos, en viéndoles, le dijeron: Mira, tus discípulos hacen lo que no es permitido hacer en sábado.
-Él les dijo: ¿No leísteis qué hizo David cuando tuvo hambre él y los que con él iban?
-¿Cómo entró en la casa de Dios y comió los panes de la proposición, lo que no le era permitido comer, ni a él ni a los que con él iban, sino sólo a los sacerdotes?
-¿O no leísteis en la ley que el día de sábado los sacerdotes en el templo violan el sábado y son inculpables?
- Pues yo os digo que hay aquí algo mayor que el templo.
-Y si hubierais entendido que quiere decir <Misericordia quiero, que no sacrificios>, no habríais condenado a estos hombre sin culpa.
-Porque señor es del sábado el Hijo del hombre.
 

Una vez más Jesús denuncia la hipocresía, la soberbia y falta de caridad de estos hombres pertenecientes a la secta religiosa de los fariseos, con palabras sencillas y apoyándose en las Sagradas Escrituras. El hecho tuvo lugar en primavera, próxima ya la Pascua y en día de sábado en el que los judíos tenían prohibido trabajar y para los fariseos, el arrancar las espigas por hambre suponía realizar un trabajo equiparable a la operación de siega, e incluso el frotarlas para  sacar el grano y comerlas, suponía un trabajo equivalente a la operación de trillar. Por eso el Señor, les da una lección de amor a los semejantes y de verdadera interpretación de la Ley, que ellos en su intransigencia exageran hasta límites insospechados, mientras que por otra parte, incumplen el mandamiento  de la Ley de Dios, <Amarás a tu prójimo como a ti mismo>, que  el libro de Oseas  ponía también en evidencia.
San Mateo en el capítulo doce de su Evangelio pone de relieve, de distintas formas, la gran hostilidad de los fariseos hacia Jesucristo y sus enseñanzas, porque advertían la enorme capacidad de Éste para hacerse comprender por el pueblo y se asustaban terriblemente al ver los milagros que realizaba, temiendo que las gentes al seguir a Jesús, les dejara a ellos sin discípulos, con la pérdida de influencia que ello significaba para los que se creían los únicos poseedores de la Ley.


Hay que tener en cuenta, sin embargo, que Mateo era un publicano o recaudador de contribuciones, que trabajaba en la ciudad fronteriza de Cafarnaúm, en Galilea, por lo cual era mal visto por los judíos, ya que servía a Roma, la cual oprimía a los israelitas con sus impuestos, casi siempre injustos; en la parábola del <fariseo y el publicano>, se pone de manifiesto muy claramente la opinión de Jesús sobre el comportamiento de estos dos representantes del pueblo judío, y por extensión de todo el pueblo de Dios (Lc 18, 14):
-Dos hombres subieron al templo a orar: el uno fariseo y el otro publicano.
-El fariseo, de pie, oraba para sí de esta manera: < ¡Oh Dios!, gracias te doy porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros, o también como ese publicano;
-ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de todo cuanto poseo>.
-Mas el publicano, manteniéndose a distancia, no osaba siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: < ¡Oh Dios, ten piedad de este pecador!>.
-Os digo que éste bajó a su casa justificado más bien que aquél; porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado

El Papa Benedicto XVI escribió una serie de textos, cuyo nexo común era el análisis de la capacidad del hombre para alcanzar la verdad, y para ser feliz viviendo de acuerdo con ella, cuando aún era el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Dichos escritos, han sido recogidos posteriormente en un libro titulado “El elogio de la Conciencia <La Verdad interroga al corazón> y precisamente la parábola del <fariseo y del publicano> es comentada por el entonces Cardenal Ratzinger en los términos siguientes (Editorial Palabra. S.A. ,2010) :


“Dejar de ver las culpas, el enmudecimiento de la voz de la conciencia en tantos ámbitos de la vida, es una enfermedad espiritual mucho más peligrosa que la culpa, si uno está aún en condiciones de reconocerla como tal. Quién es ya incapaz de percibir que matar es pecado, ha caído más bajo que quién todavía puede reconocer la malicia de su propio comportamiento, pues se halla mucho más alejado de la verdad y de la conversión.
No en vano, en el encuentro con Jesús, el que se auto-justifica aparece como quién se encuentra realmente perdido. Si el publicano, con todos sus innegables pecados, se halla más justificado delante de Dios que el fariseo con todas sus obras realmente buenas (Lc 18, 10-14), eso no se debe a que, en cierto sentido, los pecados del publicano no sean verdaderamente pecados, ni a que las buenas obras del fariseo no sean verdaderamente buenas obras.

Esto tampoco significa de ningún modo que el bien que el hombre realiza no sea bueno ante Dios, ni que el mal no sea malo ante Él, o carezca en el fondo de importancia. La verdadera razón de éste paradójico juicio de Dios se descubre exactamente desde nuestro problema: el fariseo ya no sabe que también tiene culpa. Se halla completamente en paz con su conciencia.

Pero este silencio de la conciencia lo hace impenetrable para Dios y los hombres. En cambio el grito de la conciencia, que no da tregua al publicano, lo hace capaz de verdad y de amor. Por eso puede Jesús obrar con éxito en los pecadores, porque como no se han ocultado tras el parapeto de la <conciencia errónea>, tampoco se han vuelto impermeables a los cambios que Dios espera de ellos, al igual que de cada uno de nosotros. Por el contrario, Él no puede obtener éxito con los <justos>, precisamente porque a ellos les parece que no tienen necesidad de perdón ni de conversión: su conciencia ya no les acusa, sino que más bien les justifica” 
Es verosímil, que ya antes de su llamada, el publicano Mateo conociera a Jesús, que en aquel momento había fijado su residencia en Galilea, y que constantemente predicaba en las sinagogas, y realizaba milagros portentosos. En la ciudad de Cafarnaúm, como en tantas otras, Jesús acudiría los sábados a la sinagoga, en la que todos y cada uno de los judíos tenían derecho a entrar, a leer, e incluso a hablar sobre lo que habían leído.
 
 


De hecho, San Marcos, hace referencia a ello, en su Evangelio, poco antes de contar su versión sobre la llamada de Mateo (Mc 1, 35-39):
-Y al amanecer, muy oscuro todavía, levantándose, salió y se fue a un lugar solitario, y allí hacía oración.
-Y fue en su busca Simón y los que con él estaba,
-y le hallaron, y le dicen que <Todos andan buscándote>.
-Y díceles: <Vamos a otro parte, para que  también allí pueda yo predicar, que para esto salí>
-Y marchó, y anduvo predicando en sus sinagogas por toda Galilea y lanzando demonios.

Los sábados eran para los israelitas días de fiesta y los pobres y desamparados de la fortuna acudían a las sinagogas para encontrar consuelo. Los ricos y la clase media judía, entre la que se podría encontrar Mateo (Leví), también acudían a estos centros religiosos, cuya función específica era proporcionar la posibilidad de estudiar la <Ley y los Profetas>, a todo el pueblo de Israel.

Concretamente, en la época en que predicaba Jesucristo, eran frecuentes estas reuniones, que se extendían a menudo a los lunes y los jueves, debido a que las gentes del campo traían los frutos de su esfuerzo al mercado en esos días, y aprovechaban para realizar estas visitas.
 


Según el Padre de la Iglesia, San Jerónimo (342/420), la llamada de Jesús a Mateo es una lección que sirve para que todos los pecadores del mundo sepan que, sea cual fuere la vida que han llevado hasta el momento de ser llamado por Dios, pueden servir a Cristo hasta las últimas consecuencias al igual que le sucedió al Apóstol.
Por su parte el Papa Benedicto XVI, en su catequesis de los miércoles del año 2006 se refirió en los siguientes términos respecto a la llamada de San Mateo:
“…Jesús acoge en el grupo de sus íntimos a un hombre que, según la concepción de aquel tiempo en Israel, era considerado como un pecador público. Mateo, de hecho, no solo manejaba dinero considerado impuro por provenir de gentes ajenas al pueblo de Dios, sino que además colaboraba con una autoridad extranjera, odiosamente ávida, cuyos tributos podían ser determinados arbitrariamente. Por estos motivos, en más de una ocasión, los Evangelios, mencionan conjuntamente a los <publicanos y pecadores> (Mt 9,10; Lc 15,1), a los <publicanos y prostitutas> (Mt 21,31).

Además, ven en los publicanos un ejemplo de avaricia; (sólo aman a los que les aman; cf. Mt. 5,46) y mencionan a uno de ellos, Zaqueo, como <jefe de publicanos y rico> (Lc 18,11). Ante estas referencias, hay un dato que salta a la vista: Jesús no excluye a nadie de su amistad. Es más, precisamente mientras se encuentra sentado en la casa de Mateo (Leví), respondiendo a quién estaba escandalizado por el hecho de frecuentar compañías poco recomendables, pronuncia la importante declaración: <No necesitan medico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores> (Mc 2, 17).  

En efecto, los fariseos era una secta religiosa que esperaba el Reino de Dios y el Reino del Mesías, que impondría al mundo el imperio de la Ley mosaica y la hegemonía de Israel, pero ellos se asombraron y escandalizaron con la aptitud tomada por Mateo, el publicano que había respondido positivamente a la llamada del Señor, esto es, del Mesías, al cual ellos no habían reconocido. Sin embargo, Jesús respondió a las críticas de los fariseos de forma magistral volviéndola contra ellos por su falta de caridad.
Desde aquel momento, la vida de Mateo quedó incorporada a la vida de Jesús, con el privilegio de presenciar en directo los milagros realizados por el Salvador, oír sus maravillosos Sermones y en definitiva empaparse de sus enseñanzas, las cuales mas tarde, plasmaría por inspiración divina en su Evangelio, así como a lo largo de toda su labor oral evangelizadora.
 


San Mateo es mencionado en los “Hechos de los Apóstoles” de San Lucas, después de la Muerte y Resurrección del Señor (Lc 1, 12-13), pero fuera de esto, se tienen pocos detalles de su vida junto a los otros apóstoles:
-entonces se tornaron a Jerusalén desde el monte llamado Olivar, que está cerca de Jerusalén, distante el camino de sábado.
- y así que entraron, se subieron a la habitación superior, donde tenían su alojamiento, Pedro y Juan, y Santiago y Andrés, Felipe y Tomas, Bartolomé y Mateo, Santiago el Alfeo y Simón el Zelador y Judas el de Santiago.
También se encontraba en dicha casa la Virgen María y el resto de discípulos del Señor, esperando la llegada del Espíritu Santo, que Él les había anunciado y que les proporcionaría toda la gracia necesaria para llevar a cabo su ardua tarea de apostolado.

 
 


Según Eusebio de Cesárea (Padre de la Historia de la Iglesia; 275-339 d.C.), San Mateo predicó durante cinco años en Palestina, donde probablemente escribió su Evangelio y en el reparto del mundo que hicieron los Apóstoles para evangelizar, inspirados por el Espíritu Santo, le tocó en suerte la provincia romana de  Etiopía, aunque en este punto no se ponen de acuerdo los hagiógrafos.
Algunos autores sostienen apoyándose en las declaraciones de San Ambrosio (Doctor de la Iglesia 339-397 d.C.), que el Apóstol evangelizó en el país de los persas, y San Paulino (431 d.C.) refiere que terminó su vida en Parthia. Se cree que murió por martirio, pero existe desacuerdo entre los historiadores respecto al lugar donde tuvo lugar este desgraciado hecho, pero sin embargo en el <Martirologio Romano> aparece esta inscripción:
“S. Matthaei, qui en Aethiopia Martirio praedicaus passus est”
La iglesia latina celebra su fiesta el 21 se septiembre, la iglesia griega el 16 de noviembre, y según la Tradición sus restos se conserva  en Salermo (Italia) en la iglesia que lleva su nombre.

En  todo el mundo es conocido este santo Apóstol a causa de su Evangelio, donde copia sermones muy hermosos de Jesús como por ejemplo, el sermón de la montaña, el sermón de las parábolas, y el sermón que dio a sus Apóstoles cuando les mandó realizar por primera vez la predicación del Reino. Narra, así mismo, milagros muy emocionantes realizados por Cristo, como por ejemplo la curación de un leproso, la curación de la suegra de Pedro, la resurrección de la hija de Jairo, etc. y sobre todo describe de forma magistral la Pasión y Muerte de Jesucristo. También narra de forma extensa y emocionante, la Resurrección Gloriosa del Señor.
La Tradición de la Iglesia atribuye a San Mateo la autoría del Evangelio que lleva su nombre. El primer autor conocido en establecer esta atribución es Papias, quien hacia el año 110-120 d.C. en un texto citado por Eusebio de Cesarea, así lo manifiesta (Historia Eclesiástica III, 39,16).
De acuerdo con esta información gran parte de los exégetas, consideran en la actualidad, a San Mateo como el primer evangelista, aunque también ha habido historiadores que han defendido que San Marcos fue el que escribió el primer Evangelio. No obstante, hay que tener en cuenta que escritores de la talla de San Ireneo de Lyon, San Clemente de Alejandría, Eusebio de Cesárea, y Jerónimo de Estridón han considerado que el Apóstol Mateo es el autor  del Evangelio que lleva su nombre y que lo escribió antes que el resto de los evangelistas.
A este respecto cabe destacar la decisión de la Comisión Bíblica sobre el Evangelio de San Mateo, (Enciclopedia Católica http/ecaciprensa.com/wiqui/evangelio/sg%c3%BAn-san-mateo):
“En vista del acuerdo universal y constante de la Iglesia, según lo muestra el testimonio de los Padres, la inscripción de los Códices del Evangelio, las más antiguas versiones de los Libros Sagrados y listas que nos han legado los Santos Padres, los escritores eclesiásticos, los Papas y Concilios, y finalmente del uso litúrgicos de la iglesia Oriental y Occidental, se puede y se debe afirmar que Mateo, un Apóstol de Cristo es realmente el autor del Evangelio que lleva su nombre. Se debe considerar como basada en la tradición la creencia de que los escritos de Mateo precedieron a la de otros evangelistas y que el primer Evangelio fue escrito en el lenguaje nativo de los judíos de Palestina…
El hecho de que los Padres y todos los escritores eclesiásticos, e incluso la Iglesia misma, haya usado desde el principio el texto griego conocido como de San Mateo, sin exceptuar a los que nos han trasmitido expresamente que el Apóstol Mateo escribió en su lengua nativa, prueba con certeza que este mismo Evangelio griego es idéntico en sustancia al Evangelio escrito por el mismo en su lengua nativa.”
 

El principal objetivo del Evangelio de San Mateo, es probar que Cristo es el Mesías esperado por el pueblo de Israel, del que constantemente se habla en el Antiguo Testamento por boca de los Profetas. Mateo nos presenta a Jesús como un legislador superior a Moisés, que habla en su propio nombre y con autoridad divina: es el <Hijo Único de Dios>, al que Israel ha desconocido perdiendo así sus privilegios para transmitírselos a la Iglesia. Esta tesis hace que el Evangelio de Mateo sea el más didáctico entre los sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas).
En este sentido, recordemos que el hecho de utilizar como fuente común, el Evangelio oral, establece entre los tres primeros evangelistas muchas afinidades, en virtud de los cuales se han denominado de forma genérica sinópticos. Desde el punto de vista histórico el Evangelio de San Mateo, pertenece, por otra parte, a la historia erudita semítica que se especifica en su carácter judaico. La fecha exacta en la que el apóstol escribió su evangelio ha sido también objeto de discusiones sin que hasta la fecha los estudiosos de las sagradas escrituras se hayan puesto de acuerdo. Así, mientras que historiadores como Eusebio de Cesarea (Siglo IV), Teofilacto (Siglo IX) y Eutimio Zigabeno (Siglo XI), aceptan que dicho Evangelio fue escrito poco tiempo después de la muerte de Cristo, (en torno a los ocho años), otros escritores como Nicéforo Calixto (Siglo XIV), propone una fecha más tardía (unos 15 años después de la ascensión de Cristo a los cielos).
Por otra parte, según la Tradición de la Iglesia, los Apóstoles se separaron unos doce años después de la ascensión del Señor, y esto supondría fijar su partida definitiva de Jerusalén en el intervalo de tiempo que va entre el año 60 y el 80 d.C., aunque en la actualidad este razonamiento se encuentra  aun sometido a constantes controversias. Hay que tener en cuenta también, que la comunidad para la que escribió su Evangelio San Mateo, vivía momentos de graves problemas, ya que en el año 70 d.C., Jerusalén fue tomada por los romanos.
En efecto, en el año 69 d.C. , Roma controlaba un territorio enorme, desde el océano Atlántico hasta el mar Caspio, y desde Britania (Inglaterra) hasta el Sahara (África), habiéndose creado una gran diferencia entre las clases enriquecidas y el pueblo sumido en la pobreza, por lo que era muy difícil para los emperadores romanos mantener la paz en el imperio. Los israelitas, sometidos al imperio de Roma, desde hacía ya muchos años, estaban ansiosos por recuperar sus territorios y mantenían constantes revueltas y sublevaciones que  minaban la paz tan deseada por los romanos. En este marco histórico, Tito el hijo de Vespasiano aprovechó la situación para plantar cara a los judíos y ganar la guerra contra los rebeldes israelitas, de forma brutal, y así conseguir meritos con vista a ser nombrado el futuro emperador del imperio (79-81). Tras una larga y dura contienda, Jerusalén fue tomada, por las tropas romanas, destruida y saqueada e incendiado el Templo, es decir el eje simbólico de la fe judía.
El efecto producido por la contienda que llevó a la destrucción de Jerusalén, fue terrible para los judeo-cristianos, que antes de esto habían sido, hasta cierto punto, tolerados por las sectas existentes en aquella época en Israel (fariseos, saduceos, zelotes etc.). Después de la guerra, la secta de los fariseos fue la única que encabezó, con éxito, la reconstrucción del espíritu religioso en  Israel, y se mostró intransigente con las otras sectas y sobre todo se enfrentó prácticamente desde el principio a los judíos convertidos por Jesucristo y sus Apóstoles, impidiéndoles realizar su labor evangelizadora y descalificando y ofendiendo al Señor. Finalmente, incluso llegaron a tomar medidas contra los simpatizantes y posibles seguidores de Jesús, y con ello el cristianismo quedó totalmente separado del judaísmo farisaico.
Ante la situación creada, San Mateo fue requerido  por la comunidad cristiana para que pusiera por escrito el Evangelio que hasta entonces había predicado él oralmente, así como el resto de los Apóstoles. El reto era importante, ya que la comunidad a la que debía dirigir su Evangelio se encontraba acorralada por las exigencias de la secta farisaica, y necesitaba revalidar con total claridad su sello de identidad.
El Espíritu Santo, sin duda, infundió en el Apóstol su gracia, y de esta forma los recuerdos perennes e imborrables vividos al lado de Jesús, sumados a los escritos previos existentes (documentos Q), que según parece habían recogido (Dichos y Hechos de Cristo), así como probablemente la información directa de la Virgen María, aún presente en le comunidad cristiana, pudo escribir este libro que tanto beneficio a dado y sigue dando a la Iglesia.


Es esencial a este respecto, que recordemos las palabras del Papa León XIII en su Carta Encíclica “Providentissimus Deus”:
“La providencia de Dios que por un admirable designio de amor elevó en sus comienzos al género humano a la participación de la naturaleza divina y, sacándolo después del pecado y de la ruina original, lo restituyó a su primitiva dignidad, quiso darle además el precioso auxilio de abrirle por un medio sobrenatural los tesoros ocultos de su divinidad, de su sabiduría y de su misericordia.

Pues aunque en la divina revelación se contengan también cosas inaccesibles a la razón humana y que han sido revelada al hombre, <a fin de que todos puedan conocerlas fácilmente, con firme certeza y sin mezcla de error, no puede decirse por ello, sin embargo, que esta revelación sea necesaria de una manera absoluta, sino porque Dios en su infinita bondad ha destinado al hombre a un fin sobrenatural> (Conc. Vat. I, Sce 3 C.2: de revelatione). <Esta revelación sobrenatural, según la fe de la Iglesia universal>, se haya contenida tanto <en las tradiciones no escritas>, como <en los libros escritos>, llamados sagrados y canónicos porque <escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor y en tal conceptos han sido dados a la Iglesia> (Ibid)…
Siendo tan grande la excelencia y el valor de las Escrituras, que, teniendo a Dios mismo por autor contienen las indicaciones de sus más altos misterios, de sus designios y de sus obras, síguese de aquí que la parte de la teología que se ocupa en la conservación y en la interpretación de estos libros divinos es de suma importancia y de la más grande utilidad”
 

La Iglesia utiliza, desde el principio, con carácter oficial canónico, el texto griego del Evangelio de San Mateo, traducido por él de su original, escrito en arameo, pues como nos indica el Papa Benedicto XVI, en su catequesis del miércoles 30 de agosto de 2006:
“La tradición de la Iglesia antigua concuerda en atribuir la paternidad del primer Evangelio a Mateo. Esto sucedió ya a partir de Papias, Obispo de Gerápolis, en Frigia alrededor del año 130. Él escribe: <Mateo recogió las palabras (del Señor) en hebreo, y cada quien las interpretó como podía> (En Eusebio de Cesarea, Hist. Ecle, III, 39,16).

El historiador Eusebio añade a este dato: <Mateo, que antes se había dedicado a los judíos, cuando decidió ir también a otros pueblos, escribió en su idioma materno el Evangelio que él anunciaba; de este modo trató de sustituir con el escrito lo que perdían con su partida aquellos de los que se separaba> (ibid,III, 24,6).

Ya no tenemos el Evangelio escrito por Mateo en hebreo o arameo, pero en el Evangelio griego que nos ha llegado seguimos escuchando todavía, en cierto sentido, la voz persuasiva del publicano Mateo que, al convertirse en Apóstol, sigue anunciándonos la misericordia salvadora de Dios. Escuchemos este mensaje de San Mateo, meditándolo siempre de nuevo para que nosotros también aprendamos a levantarnos y seguir a Jesús con decisión”.

El Evangelio de San Mateo es el <Evangelio eclesiástico>, por excelencia, no sólo por ser el más utilizado por la tradición primitiva de la iglesia, sino porque en su estructura y formulación aparece la preocupación <eclesial apologética> vivida por las primeras generaciones cristianas, tan necesaria, también, en el momento actual, en el que la humanidad pretende, en una gran parte, olvidarse de la existencia de Dios, o mejor, borrar su presencia.
El Evangelio de San Mateo ha sido muchas veces copiado a lo largo de todos los siglos, incluso se dice que fue escrito en madera de ciprés, copia que se encontró en la tumba de San Bernabé y que el emperador Zenón guarneció de oro y pedrería, lo que demuestra la enorme estima en la que tenia la palabra del Apóstol. Éste hizo muchos milagros durante su predicación en tierras extranjeras, los cuales son narrados por los hagiógrafos del santo, entre los que cabe destacar la resurrección de Egipa, hija de un rey. También se cuenta que otra hija de este mismo rey, que había  consagrado su virginidad al cielo,  llamada Ifigenia, podría haber sido causa del martirio y muerte del Apóstol, al impedir éste,  las exigencias de su tío, que quiso casarse con la princesa para asegurarse la sucesión al trono, a la muerte de su hermano. Este rey llamado Hirtaco habría mandado matar a Mateo mientras decía misa.
Al igual que los otros tres evangelistas, Mateo posee una iconografía especial. Se le suele representar teniendo al lado un ángel con forma humana, porque su Evangelio comienza haciendo la lista de los antepasados de Jesús como hombre, y narrando la aparición de un ángel a San José para anunciarle la virginidad de la Virgen María (Mt 1, 18-25);  el arcángel  San Gabriel, por su parte, se apareció a ésta, para anunciarle su maternidad del Mesías, por eso es justo que nos encomendemos a él, con la siguiente plegaria:
“Dios Señor nuestro, imploramos clemencia para que habiendo conocido tu Encarnación por el anuncio del arcángel San Gabriel, con el auxilio suyo consigamos también sus beneficios. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén”.