Translate

Translate

sábado, 28 de enero de 2012

SAN LUCAS Y SU EVANGELIO


 
 

 
 
San Lucas nos relata la conversación mantenida entre Jesucristo y un letrado (que pretendía ponerle en una situación delicada ante todos los presentes. El hecho tuvo lugar junto a Jericó y la pregunta que el legista realizó a Jesús fue: ¿Quién es mi prójimo? El Señor que con frecuencia aludía en sus enseñanzas a las circunstancias del momento, respondió lleno de sabiduría con una parábola que se refería  a unos hechos ocurridos precisamente en las inmediaciones de Jericó, y tomando como protagonista a un habitante de Samaria, cosa por demás gravosa para el autor de la pregunta ya que los judíos se llevaban muy mal con los samaritanos (Lc 10, 30-37):

"Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de salteadores, los cuales le despojaron, y después de cargarle de heridas, se marcharon dejándole medio muerto / Por casualidad, un sacerdote bajaba por el mismo camino, y habiéndole visto, dio un rodeo y pasó de largo / De la misma manera también un levita, habiendo venido por aquel lugar y viéndole, dio un rodeo y pasó de largo / Pero un samaritano que iba de viaje llegó cerca de él, y así que le vio se le enterneció el corazón / y llegándose, le vendó las heridas después de echar en ellas aceite y vino; y colocándolo encima de su propio jumento, lo llevó a la hospedería y le cuidó / Y al día siguiente, sacando dos denarios, los dio al hospedero, y le dijo: “Cuidale, y lo que gastares de más, a mi vuelta yo te lo abonaré”    
 
Entonces preguntó Jesús: <¿ Quien de estos tres te parece haber sido prójimo del que cayó en mano de los salteadores? y el legista  dijo: <el que usó de misericordia con él>

Pues bien,  dijo Jesús: <Anda y haz tú de la misma manera>   
La respuesta del Señor no dio lugar a dudas al legista, el cual debió de sentirse avergonzado ante esta lección de misericordia y sentido de la responsabilidad que todo hombre debe tener para con otro hombre, cualquiera que sea su patria ó su origen.
No cabe duda de que aquel conocedor de las leyes debió de alejarse del lugar cariacontecido y quizás con la lección aprendida de labios del hombre al cual él había querido acorralar, sospechando ya, que algo divino se escapaba de su persona.
La humanidad toda, debería tener en cuenta las palabras pronunciadas por Jesús en la parábola del samaritano, ya que  advierten de la necesidad de practicar la misericordia con los semejantes, con aquellos que sufren enfermedades corporales o espirituales y en general con todas aquellas criaturas que por su debilidad se encuentran en más riesgo de sufrir las injusticias del mundo,  sobre todo, porque  el Señor  aseguraba que cuanto hiciera un hombre  por otro hombre, lo haría por él.
 
 
 
 
(Mt 25, 38-40): "¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, o desnudo y te vestimos? / o ¿ cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a verte? / ...<En verdad  os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis>" 
 
El Papa Juan Pablo II, desde casi el comienzo de su Pontificado nos habló de esta gran necesidad del ser humano y así el tercer año de su toma de posesión de la silla de Pedro, escribió una Carta Encíclica sobre la misericordia divina, “Dives in misericordia”, junto a San Pedro, el día 30 de noviembre primer domingo de adviento del año 1980, en la que nos recordó que:


"Dios, que <que habita una luz inaccesible>, habla a la vez al hombre con el lenguaje de todo el Cosmos: <en efecto, desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las obras>.
Este conocimiento indirecto e imperfecto, obra del entendimiento que busca a Dios por medio de las criaturas a través del mundo visible, no es aún <visión del Padre>. <A Dios nadie lo ha visto>, escribe San Juan para dar mayor relieve a la verdad, según la cual <precisamente el Hijo unigénito que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer>.
Esta <revelación> manifiesta a Dios en el insondable misterio de su ser –uno y trino- rodeado de <luz inaccesible>.
 
 
 
 
No obstante, mediante esta <revelación> de Cristo conocemos a Dios, sobre todo en su relación de amor hacia el hombre: en su <filantropía>. Es justamente ahí donde <sus perfecciones invisibles> se hacen de modo especial <visibles>, incomparablemente más visibles que a través de todas las demás <obras realizadas por él>: tales perfecciones se hacen visibles en Cristo y por Cristo, a través de sus acciones y palabras y, finalmente mediante su muerte en la cruz y su resurrección.


De este modo en Cristo y por Cristo, se hace también particularmente visible Dios en su misericordia, esto es, se pone de relieve el atributo de la divinidad, que ya el Antiguo Testamento, sirviéndose de diversos conceptos y términos definió  como <misericordia>”.

 
El Papa Juan Pablo II siguió durante todo su Pontificado hablándonos del papel importantísimo que tiene para alcanzar la santidad, practicar la misericordia con Dios y con el prójimo, y así por ejemplo nos encontramos que en el año 1984 escribió una Carta Apostólica titulada “Salvifiqui Doloris”, en la que toma como punto de referencia el <Evangelio del sufrimiento> y más en concreto la parábola del samaritano, y en la que entre cosas nos dice:
 
 
 
 
“Siguiendo la parábola evangélica, se podría decir que el sufrimiento, que bajo tantas formas diversas está presente en el mundo humano, está también presente para irradiar el amor al hombre, precisamente en el desinteresado don del propio <yo>, a favor de los demás hombres, de los hombres que sufren. Podría decirse que el mundo del sufrimiento humano invoca sin pausa otro mundo: el del amor humano; y aquel amor desinteresado, que brota de su corazón y en sus obras, el hombre lo debe en algún modo al sufrimiento.


No puede el hombre <prójimo> pasar con desinterés ante el sufrimiento ajeno, en nombre de la fundamental solidaridad humana; y mucho menos en nombre del amor al prójimo. Debe <parecerse>,  <conmoverse>, actuando como el samaritano de la parábola evangélica. La parábola en sí expresa <una verdad profundamente cristiana>, pero a la vez tan universalmente humana.
No sin razón, aún en el lenguaje habitual se llama obra <de buen samaritano>, toda actividad a favor de los hombres que sufren y de todos los necesitados de ayuda>”

En un mundo como el nuestro en el que los valores morales se encuentran en crisis, sin embargo estas palabras del Papa siguen siendo esclarecedoras de la actitud de los hombres ante el sufrimiento propio y ajeno. El camino que conduce a la salvación del hombre está lleno de este sufrimiento  que puede servir para dar respuesta a la pregunta inicial que el legista realizó a Jesús: ¿Que haré para entrar en posesión de la vida eterna?

San Lucas al narrarnos la parábola del samaritano, lo hizo precisamente anteponiendo un dialogo entre Jesús y el legista  que es un modelo de inteligencia e ingenio por parte del Mesías, y donde aquel hombre imprudente quedó envuelto en la red con que pretendía hacer caer al Señor (Lc 10, 25-28):
-Y he aquí que un legista se levantó, y con el fin de tentarle dijo: Maestro, ¿qué haré para entrar en posesión de la vida eterna?
-Él le dijo: En la ley, ¿qué está escrito? ¿Cómo lees?
-Él respondiendo, dijo: <Amarás al Señor Dios tuyo de todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente>, y <a tu prójimo como a ti mismo> (Dt 6,5; Lev 19,18).
-Díjole: Muy bien respondiste: <Haz esto y vivirás> (Lv 18,5).
 
 
 
 
San Lucas, según todos los indicios no llegó a conocer en persona a Jesús, pero al escribir su Evangelio tuvo muy en cuenta la información que había recabado, fruto de una ardua investigación previa y es por esta razón que muchos de los sucesos de la vida del Señor fueron recogidos solamente por él, como por ejemplo su conversación con el legista que estamos recordando.

De su vida, Junto a los Apóstoles, sólo se conoce con seguridad aquellos datos que él mismo aportó en su libro “Los Hechos de los Apóstoles”, esto no ha sido, sin embargo, óbice para que se hayan escrito multitud de fantasías sobre su persona y sobre su obra.
La tradición de la Iglesia considera que el evangelista San Lucas era de origen gentil, de nacionalidad sirio-antioquena, hecho en parte comprobado si tenemos en cuenta que el Apóstol San Pablo, su protector y amigo personal, lo separó del grupo de los circuncisos en su carta dirigida a los colosenses; tal como podemos leer en dicha carta, San Pablo al despedirse de aquel pueblo acosado por los primeros precursores de la herejía terrible del gnosticismo, primero manda saludos de parte de los de la circuncisión, entre los que nombra a Aristarcos, Marcos y Jesús, el apellidado el Justo, como sus únicos colaboradores en la propagación  del reino de Dios, del grupo de los judíos circuncidados y en cambio, más tarde envía también saludos de parte de sus otros colaboradores, como Epafras y el propio Lucas, del que dice que es su <medico querido> (Col 4, 10-17).
 
 
 
Las circunstancias bajo las cuales se produjo la conversión de este discípulo de San Pablo son desconocidas, apareciendo nombrado  en el Nuevo Testamento, en el libro por él mismo escrito de los Hechos de los Apóstoles, al narrar el segundo viaje misionero del Apóstol, más concretamente, cuando éste por una visión es llamado a Macedonia.


En realidad, su nombre no aparece de forma explícita,  pero sin embargo, al relatarnos los hechos acontecidos, lo hace utilizando el plural y dando a entender, que él mismo, se encontraba entre el grupo de personas que acompañaban a San Pablo (Hch 16, 6-10):
"Y atravesaron la Frigia y la región de Galacia, impedidos por el veto del Espíritu Santo de anunciar la palabra en el Asia / Y como llegaron cerca de la Misia, intentaron dirigirse a la Bitinia, y no se lo consintió el Espíritu de Jesús / y dejando a un lado la Misia, bajaron a Troade / Y una visión durante la noche se le mostró a Pablo: un hombre macedonio estaba allí de pie rogándole y diciéndole: pasa a Macedonia y socórrenos / En cuanto hubo visto esta visión, al punto tratamos de salir para Macedonia, coligiendo que Dios, nos había llamado a evangelizarlos"

Algunos historiadores consideran que San Lucas pudo haber sido uno de los primeros feligreses de San Bernabé, durante la evangelización de éste en Antioquía; el mismo San Lucas nos dice en su libro de los Hechos, que Bernabé era muy querido por la comunidad cristiana y que había puesto toda su hacienda a los pies de ésta para ayudar a los más necesitados (Hch 4,36).
El origen de la Iglesia de Cristo en Antioquía, se remonta a los primeros tiempos de la evangelización realizada por los Apóstoles, a causa del pueblo de Israel que sumido en parte en la herejía del judaísmo, opuso gran resistencia al mensaje del Mesías, por lo que muchos de sus feligreses tuvieron que salir de Jerusalén y esparcirse por otras regiones, llegando hasta Antioquía, donde desde un principio la palabra de Dios fue acogida con gran devoción y alegría y donde por primera vez los seguidores de Cristo recibieron el apelativo de cristianos.

Entre los hombres de confianza de los Apóstoles que llegaron a Antioquía se encontraba Bernabé, el cual realizó una gran labor evangelizadora entre los antioquenos y fue sin duda, allí donde San Lucas escuchó el mensaje del Señor, y desde aquel mismo momento pasó a ser su seguidor más ferviente. San Lucas, hombre intelectual y de gran capacidad narradora, se convirtió así en una ayuda inestimable para el mensaje salvador de Cristo, a lo largo de todos los siglos, y hasta nuestros días, donde las palabras del Señor resuenan cada vez que leemos su Evangelio o su libro de los Hechos.
 
 
 

 
 San Lucas tuvo el privilegio además de ser discípulo de San Pablo acompañándole en casi todos sus viajes misionales, lo que le permitió conocer de primera mano los hechos acontecidos y narrarlos después bajo la gracia del Espíritu Santo, para que los hombre de todos los tiempos conociéramos el sufrimiento y dedicación  del Apóstol  al predicar la palabra de Cristo entre  los gentiles.

San Lucas al narrar los acontecimientos por él vividos al lado del Apóstol San Pablo, hizo un servicio enorme a la Iglesia pues a través de sus escritos también conocemos de la existencia de otros discípulos del Señor, tal como sucedió cuando viajaron de Filipo a Jerusalén, al término del tercer viaje evangelizador (Hch 20, 13-14):
"Nosotros, habiéndonos adelantado para tomar la nave, zarpamos con rumbo a Aso, desde donde habíamos de recoger a Pablo, pues así lo había él ordenado, que quería recorrer este trecho a pie / Y como nos alcanzase en Aso, le tomamos a bordo y arribamos a Mitilene / Y de allí, hechos a la vela, llegamos al día siguiente frente a Quío; y al otro día costeamos en la dirección de Samos; y habiendo hecho escala en Trogilio, al siguiente día arribamos a Mileto / Porque había resuelto Pablo pasar de largo a Éfeso, para no verse en la precisión de gastar tiempo en Asía, porque tenía prisa en hallarse, si le fuese posible, en Jerusalén para el día de Pentecostés"

En Jerusalén le esperaban a San Pablo desgracias sin fin y terribles sufrimientos, y todo ello fue narrado con enorme nitidez y caridad por San Lucas, en su libro de los Hechos. También acompañó el evangelista al Apóstol en su viaje a Roma para ser juzgado, en su condición de ciudadano romano a la cual, él había apelado (Hch 27, 1-2):
"Cuando se hubo decidido que emprendiéramos la navegación para Italia, encomendaron la custodia, así de Pablo como de algunos otros presos, a un centurión por nombre Julio, de la cohorte augusta / Y subimos a una nave adramitena, que iba a emprender viaje hacia los lugares costeros de Asia, y nos hicimos a la vela, estando con nosotros Aristarcos, macedonio de Tesalónica"
 
 
Fueron muchas las peripecias que a partir de aquel momento tuvieron lugar hasta que por fin San Pablo y sus acompañantes arribaron a la capital del Imperio, y todas ellas están narradas por San Lucas, magníficamente en su libro de los Hechos.


Dice también San Lucas en su libro (Hch 28, 30-31): "Y permaneció un bienio entero en su casa, que se había alquilado y recibía a todos los que acudían a él / predicando el reino de Dios y enseñando lo tocante al Señor Jesucristo, con franca libertad, sin que nadie se lo estorbase"

Con estos versículos termina San Lucas el libro de los Hechos, probablemente hacia el año 63 d.C, no mencionando el martirio del Apóstol (se cree que fue decapitado), que tuvo lugar posteriormente durante la terrible persecución de los cristianos desencadenada durante el mandato del emperador Nerón, en la cual también la Cabeza de la Iglesia de Cristo, San Pedro, perdió la vida.

San Pedro murió en la cruz como Jesús, aunque él pidió que la pusieran boca abajo en consideración a su Señor Jesucristo. 
 
 
Este fue el destino de muchos hombres y mujeres que dieron su vida por Cristo tanto en la antigüedad como posteriormente y hasta nuestros días, porque los enemigos de Jesús nunca paran de hacer daño a sus seguidores. Como dijo el beato Tomás de Kempis: el camino de las tribulaciones es el destino que espera, la mayor de las veces,  aquellos que desean seguir a Jesucristo (Imitación de la vida de Cristo)


"Y tú dispón tu voluntad a sufrir las tribulaciones, <porque no son condignas las pasiones de este tiempo para merecer la gloria venidera que se revelará y descubrirá en nosotros>, aunque tú sólo pudieras sufrirlas todas.
Cuando llegara esto, que la tribulación te sea dulce por amor de Jesucristo, piensa que te va bien, porque hallaste paraíso en la tierra..."
 
Algunos estudiosos de la Santa Biblia defienden la idea de que San Lucas visitó a San Pablo durante los dos años de su cautiverio  en Cesarea y así mismo consideran que fue uno de los últimos compañeros del Apóstol, atendiendo a la carta que éste dirigió a Timoteo (II Tim 4, 9-11).
Después de la muerte de San Pedro y San Pablo, se desconoce el destino de San Lucas, aunque la tradición de la Iglesia asegura que siguió realizando su tarea evangelizadora hasta su muerte, que unos aseguran fue por martirio en Acaya, y otros por ancianidad en Bitinia. De una u otra forma, lo que sí es seguro es que su labor en favor de la salvación de los hombres, quedó reflejada en sus libros de una forma extraordinaria y sigue dando un  gran fruto a la Iglesia de Cristo.
San Lucas es representado iconográficamente por un ternero ó un buey, el animal que tradicionalmente se ha asociado a la idea de sacrificio, porque empieza su Evangelio con el relato de Zacarías, el sacerdote, padre de San Juan Bautista, pero por otra parte, tenemos que recordar a este respecto la visión de Ezequiel (Ez 1, 1-28), que identifica a este animal en la cabeza de una de las figuras presentes junto a la manifestación de Dios, en la visión profética que experimentó y que la Iglesia ha asociado a los evangelistas.    
 
 
 
 
Recordaremos asimismo, que en el libro de los Hechos de los Apóstoles, San Lucas empieza haciendo referencia a su libro anterior, esto es, el Evangelio en el que narra el mensaje  de Cristo, y los acontecimientos a Él acaecidos durante su vida sobre la tierra (Lc. 1, 1-3):


"Mi primer tratado lo hice, ¡Oh Teófilo!, acerca de todas las cosas que Jesús desde un principio hizo y enseñó / hasta el día en que, después de dar sus instrucciones por el Espíritu Santo a los Apóstoles que Él se había elegido, fue llevado a lo alto / a los cuales también, después de su Pasión, se había presentado vivo, con muchas pruebas evidentes dejándose ver de ellos dentro del espacio de cuarenta días y hablándoles de las cosas referentes al reino de Dios"

 
 
 
Por otra parte, con razón San Lucas es llamado el evangelista de la <Misericordia>, pues no debemos olvidar que la Virgen María es la <Madre de la Misericordia>, y ésta fue su fuente de información principal al describir la infancia del Señor y todos los acontecimientos relacionados con su Madre:


“María es la que de manera singular y excepcional ha experimentado, como nadie, la misericordia y, también de manera excepcional, ha hecho posible con el sacrificio de su corazón, la propia participación en el revelación de la <Misericordia Divina>.
Tal sacrificio está estrechamente vinculado con la cruz de su Hijo, a cuyos pies ella se encontraba en el Calvario. Este sacrificio suyo es una participación singular en la revelación de la misericordia, es decir, en la absoluta fidelidad de Dios al propio amor, a la alianza querida por Él desde la eternidad y concluida en el tiempo con el hombre, con el pueblo, con la humanidad, es la participación en la revelación definitiva cumplida a través de la Cruz.

 
 
 
 
Nadie ha experimentado, como la Madre del Crucificado  el misterio de la Cruz, el pasmoso encuentro de la trascendente justicia divina con el amor: el <beso> dado por la <Misericordia> a la justicia. Nadie como ella, María, ha acogido de corazón ese misterio: aquella dimensión verdaderamente divina de la Redención, llevada a efecto en el Calvario, mediante la Muerte de su Hijo, junto con el sacrifico de su corazón de madre, junto con su <Fiat> definitivo” (Juan Pablo II; “Dives in misericordia”).

Sólo el Apóstol San Mateo y el evangelista San Lucas se ocuparon  de narrar la infancia de Jesús, aunque de forma muy resumida, en sus respectivos Evangelios, y en el caso concreto de Lucas hay que destacar el hecho de que en el entorno al recién nacido sitúa, al contrario que Mateo, gentes humildes como eran aquellos pastores que apacentaban sus ganados por las inmediaciones del establo donde dio a luz la Virgen. Como se sabe los pastores suelen ser gentes solitarias, que al menos en la antigüedad, poseían poca información sobre el mundo que les rodeaba. Sin embargo Dios quiere que estas personas humildes, tengan la información más importante para la humanidad que en todos los siglos se ha dado. Los pastores vieron la luz que anunciaba el lugar donde se encontraba el Niño recién nacido y supieron por un ángel que aquel era el Mesías que desde siempre esperaba la humanidad.

En la noche de Navidad de 1979, el Papa Juan Pablo II decía a este respecto lo siguiente:
“Todo Belén y toda Palestina eran, en esos momentos, <tierra de sombras> y sus habitantes yacían en el sueño. Pero fuera de la ciudad - como leemos en el evangelio de San Lucas- <Había (…) unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño>. Los pastores son hijos de ese pueblo <que andaba a oscuras> y al mismo tiempo, son sus representes elegidos para ese momento, los elegidos para <ver una luz grande>. Justo como escribe San Lucas a cerca de los pastores de Belén: <Se les presentó el ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz: y se llenaron de temor>. Y desde las profundidades de esa luz que les llega desde Dios, y en la profundidad de ese miedo que es la respuesta de sus corazones sencillos a la luz divina, surge la voz <No temáis, pues os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor”.  
 
 
 
 
Estos pastores debieron sentir una inmensa alegría y aunque ellos mismos eran tan inocentes como niños comprendieron enseguida la grandeza del Misterio que estaban presenciando. No en balde, ellos procedían de un pueblo engendrado por el pastor Ur y salvado por el pastor Medián, y a sí mismo entre sus primeros reyes se encontraban Saúl y David, ambos pastores de oficio. Ellos tenían  entre sus antepasados, ejemplos concretos del amor misericordioso de Dios y por eso entendieron enseguida que aquel Niño nacido entre pobres y en la pobreza era el Redentor de los hombres, tal como se lo había anunciado el ángel que junto a un ejército celestial alababan a Dios diciendo  (Lc 2,14): <Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres del (divino) agrado>.


Los pastores, dice el evangelista, no callaron el Misterio para sí mismos, sino que lo dieron a conocer a todos aquellos que encontraban en su camino, y la Virgen María guardaba todo esto en su corazón. Esta última observación del evangelista es una prueba crucial que demuestra que él conoció por boca de la propia Virgen los sentimientos que la embargaban en aquellos momentos.
Después de la adoración de los pastores, San Lucas nos presenta en su Evangelio la circuncisión de Jesús, la purificación de María y la presentación del Niño (Lc 2, 21-24), tres episodios de la historia de la Sagrada Familia que sólo fueron narrados por él, demostrando con ello, una vez más, su cercanía a la Virgen.

Otros dos testimonios importantes nos narra también San Lucas, como primicias, en el momento de la presentación del Niño en el Templo, el dado por el anciano Simeón y el de la profetisa Ana (Lc 2, 34-35):
 
 
 
 
"Simeón los bendijo y le dijo a María, su madre: <Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo y contradicción / y a tu misma alma la traspasará una espada, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones"


Juan Pablo II comentando este pasaje del Evangelio de San Lucas y más concretamente sobre el significado de las palabras del anciano Simeón, nos dijo lo siguiente:
“Aunque estas palabras sólo hayan sido escuchadas en un único lugar, la verdad en ellas proclamada  ha iluminado todo el templo: la totalidad del espacio dedicado a Dios de Israel a la espera del Mesías. Estas palabras han inundado el templo de Jerusalén con la luz de sus destinos, concebidos por la eternidad: <luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel>...
Al repetir las palabras de Simeón, caminamos en procesión, sosteniendo las velas: el signo de la luz que <ilumina a todos los hombres> (Jn 1,9). La señal de Cristo nacido en Belén. La señal de Cristo presentado en el templo. La señal de contradicción. Confesamos a Cristo en esta señal.
¿No debían, quizá, contradecirle sus contemporáneos? ¿Los hijos del pueblo al que había sido enviado? Si. Así es. Lo han contradicho. Para apagar la luz, le han infligido la muerte.
Simeón profetizó esta muerte cuando le dice a su Madre: < ¡Y a ti una  espada te traspasará el alma!.
La muerte en la Cruz no ha apagado la luz de Cristo. Él no ha sido aplastado por la piedra de su tumba”
 
 
 
 
Nos cuenta también San Lucas en su Evangelio que tan pronto como José y María cumplieron todos los requisitos que marcaba la ley del pueblo de Israel respecto a un recién nacido, primogénito de la familia, se apresuraron a volver a Nazaret, donde tenían su casa y gran parte de sus parientes, porque como nos dice Juan Pablo II refiriéndose a la familia de Nazaret, y más concretamente al comportamiento del Niño,  han sido puestos como ejemplo ideal ante todas las familias, siendo Jesús  el hijo modelo de todas ellas.

“El Evangelio de San Lucas nos muestra, con gran claridad el perfil educativo de la familia de Nazaret (Lc 2, 51-51): "Vino a Nazaret, y vivía sujeto a sus padres. Y su madre guardaba todo en su corazón / Y Jesús crecía en sabiduría , en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres"


Sería conveniente que los niños y los miembros de la joven generación, vivieran bajo este tipo de <sujeción>: obediencia y prontitud para aceptar los maduros ejemplos de la conducta humana dentro de la familia. Este es el punto más delicado de la responsabilidad de los padres, de su responsabilidad con respecto al hombre, a este pequeño que, será en el futuro un hombre, y ha sido confiado a ellos por el mismo Dios.
Deberían tener también en cuenta todo cuanto le ocurrió a la familia de Nazaret cuando Jesús tenía doce años, es decir, ellos no educan a su hijo sólo para sí mismos, sino también para él, para que afronte las responsabilidades que deberá asumir. Jesús por eso, con doce años, le respondió a María y a José:  ¿No sabíais que yo debía estar en La casa de mi Padre?
 
 
 
Fue el Papa Benedicto XV el que ante los terribles ataques del ateísmo, contra la institución más importante de la sociedad, esto es, la familia,  instituyó en la Iglesia Universal la fiesta de la <Sagrada Familia> (1921), con objeto de que los pueblos reflexionaran sobre este tema, tomando como ejemplo la familia formada por Jesús , María y José.
 
Por otra parte, San Lucas, después de contarnos el nacimiento y la vida de Jesús junto a José y María, dedica su Evangelio a narrarnos la vida pública del Señor, porque como el propio evangelista dirá al inicio de su libro, la intención que le llevará a escribirlo, no es otra, que la de dar a conocer mejor, si ello era posible, los hechos acaecidos durante la estancia de Jesucristo sobre la tierra y su mensaje de la divina misericordia (Lc 1, 1-4):

-Puesto que muchos han emprendido el trabajo de coordinar la narración de las cosas verificadas entre nosotros,

-según que las trasmitieron los que desde el principio fueron sus testigos oculares y después ministros de la palabra,
-he resuelto yo también, después de haberlos investigado todos <escrupulosamente>, desde su origen, escribirlos por su orden, excelentísimo Teófilo,
-para que reconozcan la verdad incontrastable de las enseñanzas que has recibido
 
 

 
 
Por eso, San Lucas nos habla en su Evangelio, de forma especial, sobre la <Divina misericordia> y de la salvación de los hombres por este motivo, por medio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. No es por tanto de extrañar que muchos exégetas hayan considerado que así como el Evangelio de San Mateo podría llamarse <mesiánico>, el de San Marcos <taumatúrgico>, el de San Juan propiamente <teológico>, el de San Lucas sería el <soteriológico>, por excelencia, porque asocia la salvación del hombre a la Persona y obra de Jesucristo, revestido de la <Divina misericordia>.


Son muchos los ejemplos que se podrían citar para mostrar esta cualidad del evangelista, así en el apartado dedicado a la <preparación a la vida pública> de Jesús, y más concretamente cuando éste <recomienda la caridad y la justicia> a las gentes que siempre le seguían, podemos leer (Lc 3, 10-11):
-Y le preguntaban las turbas, diciendo ¿Qué hacemos pues?
-Respondía  diciéndoles: El que tenga dos túnicas, comparta con el que no tiene; y el que tenga provisiones haga lo mismo.

San Lucas nos cuenta también como Jesús reprendía a los legistas, por su falta de caridad y amor al prójimo (Lc 11, 46-48):

-¡Ay también de vosotros los legistas! Que abrumáis a los hombres con cargas insoportables, y vosotros ni con uno de vuestros dedos tocáis la carga.
-¡Ay de vosotros!, que edificáis los sepulcros de los de los profetas, y fueron vuestros padres quienes los mataron.
-Con que testigo sois, y aprobáis las obras de vuestros padres, porque ellos los mataron, y vosotros levantáis los edificios.


Duras palabras del Señor, que nos recuerdan que aunque Dios es misericordioso, también es justo e imparte justicia con los que se apartan de sus mandatos.

Por otra parte, y en esta misma línea al Evangelio de San Lucas se le suele denominar como el de las <tres parábolas>, porque el evangelista reproduce de forma continuada las tres parábolas del Señor, de <la oveja perdida>,del <dracma perdido> y del <hijo pródigo>, todas ellas dedicadas a poner de manifiesto la justicia y misericordia divina.
 
 
 
 
A propósito de esta última parábola, considerada por muchos como la perla de las parábolas del Señor, se han escrito muchos comentarios y consejos pero ningunos tan acertados como los dados por el Papa Juan Pablo II el 16 de marzo de 1985:
“En la parábola del hijo pródigo, Jesús resalta tres tipos de experiencias, que siguen siendo actuales.
La primera experiencia descrita por Jesús es la de la <autonomía>, es decir, es la de la voluntad de pensar y actuar como a uno le parezca y le guste, sin obedecer a autoridad alguna, ni siquiera a la propia conciencia, iluminada y formada. Es lo que quiere hacer el hijo prodigo, quiere recibir la herencia que le corresponde, irse de la casa, seguir el impulso de sus pasiones. Pero ¿a dónde le conduce esta actitud? ¡A la soledad y la amargura!...
El Señor le ha dado al hombre la inteligencia, entendimiento, para que pueda conocerlo, amarlo y servirle, y la voluntad para que lleve a la práctica la ley moral: ¡en esto radica la verdadera felicidad!...¡Que la experiencia del hijo pródigo, narrada por Jesús, os sirva siempre de gracia y advertencia!
La segunda experiencia descrita por Jesús es la de la <nostalgia> y el <arrepentimiento>. El hijo prodigo, llegado el momento, vuelve sobre sí mismo, comprende que se ha equivocado y redescubre la confianza en su padre…
Por último, la tercera experiencia es la de la <misericordia> y el <perdón>. Con esta experiencia Jesús indica el inmenso amor de Dios, <rico en misericordia>, hacia sus criaturas, y nos anima a que sintamos confianza, a que nos abandonemos  al amor misericordioso del Padre, que desea la respuesta de nuestro amor, expresado también a través del arrepentimiento y la conversión”.
 
 
 
 
 
San Lucas también nos narra cómo fueron los últimos momentos de la vida del Señor sobre la tierra, con su terrible crucifixión, al igual que lo hicieron San Mateo, San Marcos y San Juan, pero solamente él nos dice que Jesús se apiadó de los que le maltrataban y hacían morir por martirio tan denigrante y doloroso, y pidió al Padre que los perdonara (Lc 23, 33-38):
-Y habiendo llegado al lugar llamado <cráneo>, allí crucificaron a Él y a los malhechores, uno a  la derecha y otro a la izquierda.
-Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y al repartir sus vestiduras echaron suerte.
-Y estaba allí el pueblo mirando; y hacían befa de Él también los jefes, diciendo: A otros salvó; sálvese  así mismo, sí Él es el Mesías de Dios, el Elegido.
-Se burlaban  de Él también los soldados, acercándose, ofreciéndole vinagre,
-y diciendo: Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
-Había también por encima de Él una inscripción escrita en letras griegas, latinas y hebreas: Este es el rey de los judíos.

Sin duda es la descripción más desgarradora que se ha hecho de la crucifixión del hijo del Hombre, del Mesías, en todo el Nuevo Testamento, lo que nos demuestra una vez más la cercanía de San Lucas con la Virgen María, porque sólo los ojos de una madre sufriente como ella podrían haber visto con tal lujo de detalles, todos los acontecimientos de aquellos terribles momentos. Pero el Señor una vez más demuestra su gran amor a los hombres, la <misericordia divina>, Él pide al Padre que perdone a aquellos impíos que le martirizan, le ridiculizan e incluso roban, para acabar finalmente con su vida. La vida que Él dio gratuitamente por la salvación del género humano, por aquellos seres que le crucificaban y por todos aquellos que a lo largo de los siglos han seguido crucificándolo con su mal comportamiento y falta de arrepentimiento.

 
 
 
Con mucha certeza el Papa Juan Pablo II al comentar este pasaje del Evangelio de San Lucas decía (Jornada de la Paz 1997):  “En su amante disposición hacia el perdón, Dios ha llegado hasta el punto que se ha entregado al mundo en la Persona de su Hijo, el cual ha venido para traer la Redención a cada individuo concreto y a toda la humanidad. Frente a las ofensas de los hombres, cuya culminación fue su condena a muerte, Jesús exclama: <Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen>”.

No cabe  duda de que no hay en todo el Evangelio de San Lucas, palabras más reveladoras de la <misericordia divina>. Jesús pide misericordia para aquellos que le aborrecen tanto, que desean su muerte y le crucifican. Le ruega al Padre, mientras esta clavado en la cruz, con los dolores insoportables de aquella muerte injusta  e incluso excusa a los malhechores diciendo que no saben lo que hacen: ¡Cuánta bondad! ¡Cuánta misericordia! Sin duda era Dios, el hijo del Hombre, el Mesías esperado…
Terminaremos esta reflexión basada en la labor evangelizadora de San Lucas con las palabras que hace muy poco pronunciaba el Papa Benedicto XVI, en la Catedral de Cotonú en su visita a Benín:

 
 
“La Virgen María experimentó el misterio del amor divino en su más alto grado: <Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación> (Lc 1,50), exclama en su <Magnificat>. Por su <Sí> a la llamada de Dios, ha contribuido a la manifestación del amor divino entre los hombres.
 
En este sentido, ella es la Madre de la Misericordia, por su participación en la misión de Hijo; y ha recibido el privilegio de socorrernos siempre y en todo lugar. <Por su múltiple intercesión continúa alcanzándonos los dones de la eterna salvación. Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y sufren peligros y angustias y luchan contra el pecado…”