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jueves, 23 de febrero de 2012

JESÚS SE RECONOCIÓ EL MESÍAS ES DECIR EL HIJO DEL HOMBRE



 
 


Cuenta San Juan en su Evangelio  que Jesús  tras haber tenido una entrada triunfal en Jerusalén y estando los fariseos perplejos y disgustados diciéndose, unos a otros (Jn 12, 19), <veis que nada lográis; he aquí que el mundo se fue tras Él>, unos gentiles deseosos de ver a Jesús en privado, le rogaron  a Felipe que los llevara hasta Él; pero éste prefirió decírselo primero a Andrés, uno de los Apóstoles más cercano al Señor. La respuesta de Jesús al saber el deseo de estos gentiles es misteriosa y hasta contradictoria, si sólo se tiene en cuenta la situación creada, pero si se analizan con detenimiento sus palabras estas resultan ser, verdaderamente reveladoras y trascendentes (Jn 12, 23): “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”
Jesús con sus palabras está anunciando su próxima Pasión, Muerte y Resurrección por la salvación de los hombres, ya que al presentarse a sí mismo como <el Hijo del hombre> se está reconociendo el Mesías esperado, el Salvador, el Redentor del género humano. A lo largo de su vida pública Jesucristo utilizó este apelativo, de <el Hijo del hombre>, con bastante frecuencia pero quizás nunca como en este momento, tan próxima ya su muerte, tiene un sentido tan esclarecedor.
El significado de la expresión utilizada por el Señor de <el Hijo del hombre>, tiene en sus labios un sentido simbólico,  se identifica con la figura del Mesías esperado a lo largo de los siglos por el pueblo de Israel, tal como podemos leer en el libro del profeta Daniel, concretamente cuando narra la visión nocturna de las cuatro bestias, donde vio venir entre las nubes un hombre que sin duda representaba a los santos o fieles del Señor  (Dn 7, 13-14):
-Proseguí viendo en la visión nocturna, y he aquí que en las nubes del cielo, venía como un hombre, y llegó hasta el anciano, y fue llevado ante Él.
-Y concediósele señorío, gloria e imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron: su señorío, es un señorío eterno que no pasa, y su imperio, un imperio que no es destruido.
 
 

Jesucristo utilizó con frecuencia los testimonios de los antiguos profetas de Israel en su mensaje divino y así vemos como concretamente recuerda las visiones de Daniel cuando anuncia la ruina del templo y  de la ciudad  (Jerusalén) (Mt 24, 15-22):
-Cuando viereis, pues, la abominación del asolamiento, anunciada por el profeta Daniel (9, 27), estar en el lugar santo <el que lee, entienda>,
-entonces los que estén en la Judea huyan a los montes;
-los que estén en la azotea, no bajen para tomar algo de su casa,
-y el que esté en el campo, no torne atrás para tomar su manto.
-¡Ay de las mujeres que estén encinta y de las que críen en aquellos días!
-Rogad que vuestra fuga no sea en  invierno ni en sábado,
-porque habrá entonces tribulación grande, cual no la hubo desde el comienzo del mundo hasta ahora, ni la habrá.
-Y si no se acortaran aquellos días, no se salvará hombre viviente; más en atención a los elegidos serán acortados aquellos días
Esta profecía del Señor se cumplió como sabemos en el año 70 d.C cuando las legiones romanas, al mando de Tito, entraron en Jerusalén destrozando su templo y asolando la ciudad, dejando a su paso ruinas y muerte. Por tanto es justo dar crédito  al vaticinio del profeta Daniel tal como hizo Jesús en esta ocasión, pero también cuando nos habla  de <el Hijo del hombre>.
 
 


El Señor, utilizó en efecto este apelativo para indicar que había llegado el momento de su glorificación, tal como narró el evangelista San Juan  (Jn 12, 20-34):
-Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.
-En verdad en verdad os digo, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él sólo; más si muere, lleva mucho fruto.
-Quien ama su vida, la pierde; y quien aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna.
-Quien me sirve, sígueme: y donde estoy yo, allí también estará mi servidor. A quien me sirviere, mi Padre le honrará.
-Ahora mi alma se ha turbado; y ¿qué diré? Padre sálvame de esta hora. Mas para esto vine a esta hora.
-Padre, glorifica tu nombre.

En este sentido, es de destacar el hecho de que San Pablo en su carta a los filipenses, primer pueblo evangelizado por el Apóstol en Europa, donde había dejado una iglesia floreciente, muy respetuosa de su persona, incluye una serie de exhortaciones entre las que destacan aquellas destinadas a alabar el ejemplo dado por Cristo a todos los hombres (Fil 2, 5-11):



-Tened en vosotros estos sentimientos, los mismos que en Cristo Jesús
-El cual subsistiendo en la forma de Dios, no consideró como una presa arrebatada, el ser al igual de Dios,
-antes se anonadó así mismo, tomando la forma de esclavo, hecho a semejanza de los hombres y en su condición exterior, presentándose como hombre,
-se abatió así mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
-Por lo cual a su vez Dios soberanamente  le exaltó, y le dio el nombre que es sobre todo nombre,
-para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los seres celestes, y de los terrenales, y de los infernales,
-y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, encumbrado a la gloria de Dios Padre.

Estas manifestaciones de San Pablo a los pobladores de Filipos, son sin duda uno de los testimonios más importantes sobre el origen divino de Jesucristo y  pone de manifiesto la doble naturaleza divina y humana del Mesías, el cual se <anonadó>, pero sin despojarse de esta doble naturaleza, para someterse al sacrificio de la Cruz  y así salvar a los hombres de generación en generación y hasta nuestros días. Por esto <Jesucristo es el Señor en la gloria de Dios Padre>, es el <Yahveh del Antiguo Testamento que entra en posesión de la gloria divina al igual que Dios Padre>. Como dijo el Papa Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza. Una historia que se concreta. Ed. Vittorio Messori ):
“La historia de la salvación se sintetiza en la fundamental constatación de una gran intervención de Dios en la historia del hombre. Esta intervención alcanza su culminación en el Ministerio pascual <la Pasión, Muerte y Resurrección y Ascensión al Cielo de Jesús>, completado por el Pentecostés, con la bajada del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Esta historia, a la vez que revela la voluntad salvífica de Dios, revela también la misión de la Iglesia. Es la historia de todos los hombres y de toda la familia humana, al comienzo creada y luego recreada en Cristo y en la Iglesia”
 
 

Isaías (siglo VIII a. de C) que es considerado por la Iglesia, el más ilustre de los profetas por sus vaticinios sobre el Mesías, predijo en su libro, la Pasión y Muerte del Señor y sus consecuencias para la humanidad (Is 53, 3-11): 
-Fue despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento, y como uno ante cual se oculta el rostro, le despreciamos y no le estimamos.
-Más nuestros sufrimientos él los ha llevado, nuestros dolores él los cargó sobre sí, mientras nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido.
-Fue traspasado por causa de nuestros pecados, molido por causa de nuestras iniquidades; el castigo (precio) de nuestra paz cayó sobre él y por sus verdugones se nos curó.
-Todos nosotros como ovejas errábamos, cada uno a su camino nos volvíamos, mientras Yahveh hizo que le alcanzara la culpa de todos nosotros.
-Fue maltratado, más él se doblegó y no abre su boca; como cordero llevado al matadero y cual oveja  ante sus esquiladores enmudecida, y no abre su boca.
-De opresión y juicio fue tomado, y a sus contemporáneos, ¿quién tendrá en cuenta? Pues fue cortado de la tierra de los vivientes, por el crimen de mi pueblo fue herido de muerte.
-Y se pretendió poner su sepultura con delincuentes y con malhechores (reposó) en su muerte aunque él no hubiera cometido injusticia, ni engaño hubiera en su boca.
-Más a Yahveh le plugo destrozarle con padecimiento. Cuando él ponga su vida como medio expiatorio, verá descendencia, prolongará sus días y el designio de Yahveh por él prosperará.
-Gracias a la fatiga de su alma verá luz y se saciará; por medio de su conocimiento, mi siervo, el justo, justificará a muchos y sus iniquidades cargará sobre él.
-Por eso voy a darle una gran multitud como heredad e innumerables recibirá como botín, en recompensa de haber derramado su vida hasta la muerte y haber sido entre los delincuentes contado, y llevando los pecados de muchos e intercediendo por los delincuentes.

Es impresionante como el profeta Isaías vaticina y describe con todo lujo de detalles los sucesos que tendrán lugar  siglos más tarde relacionados con la venida del Mesías al mundo y en particular aquellos relacionados con su Pasión, Muerte y Resurrección. Otros profetas como Ezequiel ó Daniel también son considerados mesiánicos porque describieron en sus  vaticinios todo lo relacionado con la vida de <el Hijo del hombre> entre nosotros.



Por eso el Obispo griego y doctor de la Iglesia San Cirilo de Jerusalén (315-386) en sus catequesis, cuando aún era presbítero, nos aconseja que recurramos a los Libros Sagrados para informarnos bien de todo lo relacionado con  el Mesías. Más concretamente en su catequesis XIII dedicada a Cristo Crucificado podemos leer:
“Porque todo lo que atañe a Cristo ha quedado escrito: nada es ambiguo ni ha quedado nada sin consignar; todo ha quedado escrito en los testimonios de los profetas, y no en tablas de piedra, sino claramente descrito por el Espíritu Santo…”
Por otra parte San Cirilo en esta misma catequesis nos recuerda que <en el Crucificado está la salvación>, y así mismo nos anima a seguirle hasta la muerte si ello fuera necesario:
“El Señor fue crucificado y has recibido los testimonios. Ves el lugar del Gólgota… Aclamas asintiendo lo que se dice: mira de no negarlo en alguna ocasión en época de persecución. Que la Cruz no sea para ti alegría sólo  en tiempo de paz: ten la misma fe en época de persecución, que no ocurra que seas más amigo de Jesús en tiempos de paz  y enemigo en tiempo de dificultades. Ahora recibes el perdón  de tus pecados y las gracias generosas del regalo espiritual del Rey. Cuando estalle la guerra, combate esforzadamente por tu Rey Jesús, que en nada había pecado. Ha sido crucificado por ti ¿y no te dejarás tú, crucificar por aquel que por ti fue clavado a la cruz?”
 
 

El monje alemán Thomas Hemerken, mundialmente conocido por Tomas de Kempis escribió  un libro importantísimo para la formación de los cristianos de todos los tiempos, en opinión de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. El libro fue escrito en el siglo XV, varias décadas antes de que se difundiera el invento de la imprenta y su título no puede ser más significativo: “Imitación de Cristo”.

Algunas de las copias manuscritas que se hicieron de éste, permanecen hoy en día como verdaderas reliquias en algunas bibliotecas del mundo, y fue unos diecinueve años antes de la llegada de Colón a América cuando se hizo su primera edición  reeditándose en todos los idiomas a lo largo de los siglos.

Sólo a partir del Concilio Vaticano II (1965), empezó a decaer el número de los lectores de este libro, por encontrar excesivamente exigentes sus propuestas, de tal forma, que muchos jóvenes de las nuevas generaciones nunca oyeron hablar de él, sin embargo tal como se encuentra actualmente la sociedad, llena de vicios e increencia en Dios deberíamos seguir los consejos de nuestros Padres de la Iglesia, y volver a las verdaderas raíces del cristianismo, tan bien expresadas al comienzo del primer Tratado de este libro ( De la imitación de Cristo y desprecio de toda vanidad):



“<El que me sigue no anda en tinieblas, más tendrá lumbre de vida> (Jn 8,12). Estas palabras son de Cristo, con las cuales somos amonestados que imitemos su vida y costumbres si queremos ser liberados de la ceguedad del corazón y alumbrados verdaderamente.
Sea, pues, todo nuestro estudio pensar en la vida de Jesucristo. La doctrina del cual excede a la doctrina de todos los santos; y el que tuviese espíritu hallaría en ella maná escondido. Mas acaece que muchos, aunque a menudo oigan el Evangelio, gustan poco de él: porque no tienen el espíritu de Cristo. Mas al que quiere sabia y cumplidamente entender las palabras de Cristo, conviénele que procure de conformar con Él toda su vida.
¿Qué te aprovecha disputar altas cosas de la Trinidad, si careces de humildad por donde desagrades a la misma Trinidad? Por cierto, las palabras subidas no hacen santo ni justo, mas la virtuosa vida hace al hombre amable a Dios”
 Muchos hombres a lo largo de la historia han seguido estos consejos y sería muy difícil nombrarlos a todos en unas líneas, pero sin duda entre los más cercanos a nosotros podemos recordar  ahora el ejemplo dado por el que fuera Obispo de Nhatrang (1967-1975) F. Xavier Nguyen van Thuam, testigo de Jesús desde la cárcel, donde tuvo que soportar el aislamiento y duras pruebas durante  trece años de cautiverio y que consiguió con su ejemplo de amor a los que le martirizaban, hacerse amigo de ellos e incluso darle clases de idiomas y de religión a sus propios guardianes,  con infinita misericordia, sin renunciar nunca a su amistad con Jesús, el cual junto a la Virgen fueron los motores de su vida durante tan largo e injusto cautiverio.

El Papa Juan Pablo II lo nombró presidente del Consejo Pontificio <Justicia y Paz> y posteriormente Cardenal para demostrarle el agradecimiento de la Iglesia de Cristo por el ejemplo dado, pues  como nos dijo en su libro <Cinco panes y dos peces. Cuarto pan>:



“A los ojos humanos, la vida de Jesús fracasó, fue inútil, frustrada, pero a los ojos de Dios Jesús en la cruz cumplió la obra más importante de su vida, porque derramó su sangre para salvar al mundo… Jesús es mi primer ejemplo de radicalismo en el amor al Padre y a los hombres. Jesús lo ha dado todo: <los amó hasta el extremo> (Jn 19, 30).
Y el Padre amó tanto al mundo <que dio a su Hijo unigénito> (Jn 3, 16)”

La Pregunta que surge ante tantos y maravillosos ejemplos de santidad dados por los seguidores de Cristo a lo largo de todos estos siglos es ¿Cómo poner en práctica la unión total con Jesús en una vida afectada por tantos cambios? Es la pregunta que también se hizo el hombre santo del que estamos hablando, pero él si  tenía clara la respuesta y por eso nos dijo que su secreto para conseguirlo se llamaba <esperanza> y es que Jesucristo con su Pasión, Muerte y Resurrección trajo la salvación a la humanidad, también a aquellos pueblos que no le han conocido  pero que  sin saberlo creen en Él y cumplen con la ley de Dios, esta es la fe que profesamos los cristianos y esta fe es <esperanza>.
Seguimos temiendo nuestra propia muerte, pero tenemos esperanza en Cristo porque estamos seguros de que al final de los tiempos nos juzgará y nos tenderá la mano para acogernos en el reino de Dios, si hemos seguido sus consejos y hemos apreciado en lo que vale su Sacrificio. Sí, la glorificación de <el Hijo del hombre> trajo para los seres humanos la esperanza salvadora, tal como nos dijo San Pablo en su <Carta a los romanos> (Rom 8, 16-26):
-El Espíritu mismo testifica a una con nuestro espíritu que somos hijos de Dios.
-Y si hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; si es que juntamente padecemos, para ser juntamente glorificados.
-Porque  entiendo que los padecimientos del tiempo presente no guardan proporción con la gloria que se ha de manifestar en orden a nosotros.
-Pues la expectación ansiosa de la creación está aguardando la revelación de los hijos de Dios.
-Porque la creación fue sometida a la vanidad no de agrado, sino en atención al que la sometió, con esperanza
-de que también la creación misma será liberada de la servidumbre de la corrupción, pasando a la libertad de la gloria de los hijos de Dios.
-Porque sabemos que la creación entera lanza un gemido universal y anda toda ella con dolores de parto hasta el momento presente.
-Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos también gemimos dentro de nosotros mismos, anhelando la adopción filial, el rescate de nuestro cuerpo.
-Porque en esperanza es como hemos sido salvados; ahora bien: la esperanza que se tiene al ojo no es esperanza; pues lo que uno ve, ¿a qué viene el esperarlo?
-Mas si lo que no vemos lo esperamos, por la paciencia lo aguardamos.
-Y, asimismo, también el Espíritu acude en socorro de nuestra flaqueza.

 
Son conmovedoras las palabras del Apóstol San Pablo porque la <adopción filial> de la que nos habla no es una adopción filial cualquiera, sino  la <filiación divina>, es la filiación a la que se refiere San Josemaría Escrivá de Balaguer en su libro “Es Cristo que pasa”, cuando comenta <el Salmo segundo>:

“Las palabras no pueden seguir al corazón, que se emociona ante la bondad de Dios. Nos dice: <tú eres mi hijo>. No un extraño, no un siervo benévolamente tratado, no un amigo, que ya sería mucho. ¡Hijo¡ Nos concede vía libre para que vivamos con Él la piedad del hijo…”
Por otra parte, como nos recuerda nuestro Papa Benedicto XVI en su Carta Encíclica <Spe salvi>, el cristianismo es algo muy distinto a un movimiento socio-revolucionario; Jesús no era un combatiente por una liberación política como por ejemplo el líder judío Barrabás (Spe salvi):

“Lo que Jesús había traído, habiendo muerto Él mismo en la Cruz, era algo totalmente diferente: el encuentro con el Señor de todos los Señores, el encuentro con Dios y, así el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de la esclavitud, y que por ello transforma desde dentro la vida del mundo”

Fueron los Apóstoles, después de la venida del Espíritu Santo, los elegidos por el Señor para comunicar la buena noticia a todos los pueblos y entre ellos se encontraba Felipe, al que algunos autores han tachado de timorato, seguramente porque no se atrevió a llevar a los griegos directamente ante Jesús y prefirió que le ayudara en esta misión delicada Andrés, el cual como sabemos era hermano de Pedro, que se encontraba como este mismo entre los más allegados al Señor.
Pero no, Felipe no era miedoso, sino respetuoso y demostró su valor más tarde, durante su labor evangelizadora y sobre todo cuando dio la vida por el Señor con su martirio en la cruz, que según la tradición de la Iglesia tuvo lugar en Frigia o Escitia. Este Apóstol era galileo, al igual que Pedro y Andrés, todos ellos eran amigos ó probablemente parientes. Lo cierto es que Felipe fue uno de los primeros Apóstoles que recibió la llamada de Jesús, concretamente en el Evangelio de San Juan leemos este encuentro, que tuvo lugar después de la primera entrevista del Señor con Pedro (Jn 1, 43-45):
-Al día siguiente determinó Jesús salir para Galilea, y halló a Felipe y le dice: Sígueme
-Era Felipe de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro. Halla Felipe a Natanael, y le dice:
-Aquel de quién escribió Moisés en la Ley, y los Profetas igualmente, le hemos hallado: Jesús, hijo de José, el de Nazaret.
 

Sabida es la aptitud  de Natanael (Bartolomé), él no creyó en el testimonio de Felipe, pero la respuesta de éste fue contundente (Jn 1, 46): <Ven y lo verás>. Aparece de nuevo Felipe nombrado en los Evangelios con ocasión de la elección, por Jesucristo, de los doce Apóstoles y aparece nombrado entre los primeros, en quinto lugar, tuvo además el mérito de atraer, como hemos recordado, hacia el Señor a un nuevo discípulo, Natanael, el cual también fue elegido Apóstol.
Es en el Evangelio de San Juan donde Felipe aparece nombrado en distintas situaciones, como por ejemplo antes de la milagrosa multiplicación de los panes y los peces; el Señor le preguntó a Felipe ¿Cómo vamos a comprar pan para que coman estos?, lo que demuestra la cercanía de Jesús con  su discípulo (Jn 6, 2-7):
-Seguíale gran muchedumbre, porque veían los prodigios que obraba en los enfermos.
-Subió al monte Jesús, y allí se sentó con sus discípulos.
-Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.
-Alzando, pues, los ojos Jesús y viendo que viene a Él gran muchedumbre, dice a Felipe: ¿De dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?
-Esto decía para probarle, que bien sabía Él lo que iba a hacer.
-Respondió Felipe: Con doscientos denarios no tienen suficiente para que cada uno tome un bocado

Y entonces hizo Jesús un milagro, su primera multiplicación de los panes y los peces, para dar de comer a aquella muchedumbre que le había seguido. Este milagro fue narrado por los tres evangelistas sinópticos, al igual que por Juan, siendo de destacar este hecho por ser el único narrado por este último evangelista, habiendo sido ya narrado por los otros, ya que San Juan puso mucho empeño en no repetirse en este sentido. 
 
 
 


Algunos autores han interpretado esta singularidad, basándose en el simbolismo eucarístico de esta multiplicación de los panes, que prepara el discurso eucarístico que viene a continuación cuando la muchedumbre vuelve a Cafarnaúm a buscar a Jesús (Jn 6, 25-33):
-Habiéndolo hallado al otro lado del mar, le dijeron: Maestro, ¿Cuándo has venido acá?
-Respondió Jesús y dijo: En verdad en verdad os digo: me buscáis no porque visteis señales maravillosas, sino porque comisteis de los panes y os hartasteis.
-Trabajad no por el manjar que perece, sino por el que dura hasta la vida eterna, el que os da el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre, Dios mismo, acreditó con su sello.
-Dijéronle, pues: ¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?
-Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios: que creáis en aquel a quien Él envió.
Le dijeron, pues: ¿Qué señal, pues, haces tú para que lo veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra?
-Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito (Sal. 77, 24): <Pan venido del cielo les dio de comer>
-Díjoles, pues, Jesús: En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio el pan bajado del cielo, sino mi Padre es quien os da el pan verdadero, que viene del cielo;
-porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da vida al mundo.
 
 


Después, cuando los que estaban allí escuchando sus explicaciones le rogaron al Señor que les diera de ese pan, él les dijo :<Yo soy el pan de la vida>. Pero algunos judíos se escandalizaban ante esta respuesta, y murmuraban entre ellos tratando de desacreditarlo antes los ojos de los demás y por eso Jesús les habló en estos términos (Jn 6, 48-59):
-Yo soy el pan de la vida
-Vuestros padres en el desierto comieron el maná, y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que quién comiere de él no muera.
-Yo soy el pan viviente, el que del cielo ha bajado;
-quién comiere de este pan vivirá eternamente.

Juan Pablo II en su Homilía del 10 de Junio de 1982, con ocasión de la Solemnidad de Corpus Christi nos recuerda una vez más el sumo sacrificio llevado a cabo por Jesús y el beneficio supremo que este ha aportado a la humanidad:
“En el sacramento que Jesús instituyó en la Última Cena, se donó así mismo a los discípulos: su Cuerpo y su Sangre, bajo las formas del pan y el vino. Hizo lo que un día había preanunciado en Cafarnaúm y que entonces había provocado deserción de muchos. Así de difíciles eran de aceptar las palabras:<Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de ese pan, vivirá para siempre> (Jn 6, 51)”.

Y es que el Reino de Dios se inició con el Sacramento de la Eucaristía, tal como nos decía también el Santo Padre y se desarrollará hasta el fin del mundo. Es cierto que muchos de aquellos que escucharon las palabras del Señor declarándose el <Pan que da vida>, le criticaron y también es cierto que muchos le abandonaron en aquel preciso momento, sin embargo los Doce, los elegidos por Él para propagar su obra evangelizadora, esos, no le abandonaron, al contrario, cuando les preguntó Jesús si se alejarían también de él, tomó la palabra Pedro para responderle (Jn 6, 69):
-Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna
-y nosotros hemos creído y conocido que tu eres el Santo de Dios
Y entre estos Doce se encontraba Felipe, por eso terminada la Última Cena y una vez desenmascarado el traidor Judas Iscariote, el Señor les dio un Sermón en el que les pidió que se amaran  unos a otros, tal como narró el Evangelista San Juan (Jn 13, 34-35):
-Un nuevo mandamiento os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado, también vosotros os améis mutuamente.
-En eso conocerán todos que sois discípulos míos, si os tuviereis amor unos a otros.
Esta es la novedad del Nuevo Mandamiento dado por Jesús, que implica un amor supremo al prójimo, ya que no es un amor <como a nosotros mismos>, del Antiguo Testamento, sino un amor como el que Dios nos ha tenido.
No es de extrañar por tanto que los Apóstoles ante estas palabras y otras por el estilo se sintieran tremendamente atribulados, temiéndose lo peor, esto es, la separación de su querido Maestro, que ellos ya habían reconocido como el Hijo del hombre.
 


Pero el Señor les anima y les asegura que les preparará un lugar junto a su Padre y aquí el Apóstol Felipe tiene de nuevo un protagonismo en el Evangelio de San Juan cuando Tomás interroga a Jesús para preguntarle el camino a seguir que conduce a ese lugar (Jn 14, 5-11):
-Dícele Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿Cómo podemos saber el camino?
-Dícele Jesús: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me habéis conocido, también a mi Padre conoceréis; y ya desde ahora le conocéis y le habéis visto.
-Dícele Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
-Dícele Jesús: Tanto tiempo estoy con vosotros, ¿y no me has conocido Felipe? Quien me ha visto, ha visto al Padre ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre?
-¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí? Las palabras que yo os hablo, de mí mismo no las hablo; mas el Padre, que mora en mí, Él hace las obras.
-Creedme, que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí; y si no, por las obras creedlo

Se podría decir que la propuesta de Felipe al Señor es un poco desafortunada, pero hasta cierto punto refleja el estado mental de los Apóstoles en aquellos momentos de incertidumbre ante la separación ya inminente de su Maestro. Ellos si habían reconocido en Jesús al Hijo del hombre pero el Misterio de la Trinidad es tan profundo que es comprensible que aquellos hombres, que aún no habían recibido al Paráclito tuvieran dificultades para captar su grandeza.

El Señor se lo reprocha, no obstante con pena, y le ruega a él y todos los demás que crean en sus palabras, que no son de Él sino del Padre, y que al menos crean por sus obras. Es seguro que Felipe tras las palabras del Señor quedaría convencido de que había visto al Padre, porque las obras de Cristo fueron de tal magnitud que así lo atestiguaban y él además había tenido la fortuna de presenciarlas en directo.
 


Dice el doctor de la Iglesia San Cirilo de Jerusalén en su catequesis dedicada a la Encarnación de Cristo (Catequesis XII. 13. Alusión al miedo a ver a Dios directamente):
“Creamos nosotros en Jesucristo <que vino en la carne y se hizo hombre> y al que de otro modo no lo hubiéramos  podido percibir. Al no poder nosotros ver a Dios como él es ni gozar de él, se hizo lo que nosotros somos para que tuviésemos así la capacidad de disfrutarlo. Pues si no tenemos capacidad para ver perfectamente el sol, que fue hecho el cuarto día, ¿Podremos ver a Dios, su autor? El Señor descendió en el fuego sobre el monte Sinaí, pero el pueblo no soportaba verlo, sino que dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, que podremos entenderte, pero que no hable Dios con nosotros, no sea que muramos (Ex 20, 19). Y, por otra parte: ¿Qué hombre ha oído como nosotros la voz de Dios vivo hablando de en medio del fuego, y ha sobrevivido? (Dt 5, 2). Pues si oyes la voz de Dios, él está llamando a la muerte  y, si te das cuenta de que es Dios mismo ¿cómo no habrá  de atraer él la muerte? ¿De qué te asombras <si el mismo Moisés dijo: <Espantado estoy y temblando> (Hebr 12, 31)?

Una explicación sencilla, como para niños, pero muy contundente, si se analiza con detenimiento, pues hay que tener en cuenta que la audiencia del santo Padre de la Iglesia era gente convencida de la venida del Mesías a este mundo y no sucedía lo que  en nuestros tiempos donde se pone en tela de juicio la propia existencia de Dios, incluso en un continente como Europa que recibió la palabra de Cristo casi desde el principio.

Quizás,  si  seguimos recordando la catequesis de San Cirilo lleguemos a comprender que Dios se hizo hombre para ser mejor entendido:
“¿Qué querías, pues? ¿Que aquel que vino para la salvación se convierta para nosotros en causa de muerte porque no podríamos soportar su presencia? ¿No será mejor que él adapte su gracia a nuestra capacidad? Daniel no soportaba la presencia de un ángel, y tú ¿soportarías la presencia directa de los ángeles del Señor? (Dan 10,6-12)…”
Como sigue diciendo San Cirilo hay además otra razón para que Dios  tomara la forma humana, y esta no es otra  que salvar a los hombres:



“Por medio de la virgen Eva apareció la muerte. Era, pues, oportuno que por medio de una virgen, o más bien proviniendo de una virgen, brotase la vida, para que, como a aquella la engañó la serpiente, a ésta Gabriel le trajese la buena noticia. Los hombres, al abandonar a Dios, fabricaron imágenes de forma humana.
Pero puesto que adoraban engañosamente como Dios una ficción de apariencia  humana, Dios se hizo verdaderamente hombre para deshacer el engaño. El diablo usaba contra nosotros el instrumento de la carne.
Consciente de ello, Pablo dice: <Advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de la razón y me esclaviza…> (Rom 7,23). Pero con las mismas armas que el diablo nos combatía, con esas mismas hemos sido salvados.
El Señor tomó de nosotros lo que es semejante a nosotros, para llevar la salvación a la naturaleza humana. Asumió nuestra semejanza para conceder una mayor gracia a los que se encontraba en situación deficiente y  para que la deficiencia humana pecadora se hiciese participe de Dios”

A pesar de todo el hombre ha seguido pecando y dejándose llevar por la ley del maligno y en los últimos siglos incluso se ha atrevido a negar la existencia de Dios ó a afirmar su impotencia frente al dolor y los males del mundo, por eso el Papa  Juan Pablo II se manifestó en este sentido en los términos siguientes (Cruzando el umbral de la esperanza. ¿Impotencia divina?) :
 


“En cierto sentido se puede decir que frente a la libertad humana Dios ha querido hacerse <impotente>. Y puede decirse asimismo que Dios está pagando por este gran don que ha concedido a un ser creado por Él <a su imagen y semejanza>. Él permanece coherente ante  un don semejante; y por eso se presenta ante el juicio del hombre, ante un tribunal usurpador que Le hace preguntas provocativas: < ¿es verdad que eres rey?> (Jn 18,13), ¿es verdad que todo lo que sucede en el mundo, en la historia de Israel, en la historia de todas las naciones, depende de ti?”

Cristo vino al mundo para dar testimonio de la verdad y la condena de Dios por parte del hombre no se basa en la verdad, sino en la prepotencia de éste y su tendencia hacia el mal, porque Dios está siempre de parte de los que sufren y su omnipotencia se basa precisamente en haber aceptado Él mismo, libremente, el sufrimiento.
Como sigue diciendo el Papa (Ibid):

"Hubiera podido no hacerlo, pero el hecho de que <sobre la cruz haya podido decir como todos los que sufren: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? (Mc 15,34), este hecho, ha quedado en la historia del hombre como el argumento más fuerte. Si no hubiera existido esa agonía en la cruz, la verdad de que Dios es Amor estaría por demostrar>"