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martes, 24 de diciembre de 2013

JESÚS MEDIANTE LA ORACIÓN SALE AL ENCUENTRO DEL HOMBRE


 
 
 

“El hijo de Dios que es una sola cosa con el Padre, y que al entrar en el mundo dijo: He aquí que vengo, ¡Oh Dios, para hacer tu voluntad! Se ha dignado ofrecernos ejemplos de su propia oración”
                                                   (Tomás Kempis; Imitación de Cristo)


En efecto, la oración, era para Jesucristo una constante en su vida, y así lo podemos comprobar al leer  el Nuevo Testamento. En concreto, en los cuatro  Evangelios encontramos muchos ejemplos de la oración de Jesús, porque su actividad diaria estaba tan unida a ella, que incluso se podría decir que  semejaba a un rio que a su lado fluia.
En este sentido: ¿Quién no recuerda, aquellos momentos sublimes en los que Jesús, en el monte de los Olivos, oraba  preso de angustia al Padre, ante los acontecimientos que debería afrontar, para salvar a los hombres?

El evangelista San Lucas, narró así, la llegada al huerto y la oración del Señor (Lc 22, 39-43):

-Y saliendo de allí, se dirigió, según costumbre, al monte de los Olivos; y le siguieron también los discípulos.
-Y en llegando al lugar, les dijo:

-Orad, para que no entréis en tentación.

-Y El, arrancándose de ellos, se apartó a la distancia como de un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba
-diciendo: Padre, si quieres traspasa de mí este cáliz, más no se haga mi voluntad sino la tuya

 
 


El Papa Juan Pablo II, el 9 de abril de 1992, analizó el sufrimiento en Getsemaní del Hombre-Dios (La Biblia de Juan Pablo II, p.185; La Esfera de los libros S.L. 2008):
“La Cruz ha entrado definitivamente en la vida mesiánica de Jesucristo durante una vigilia; si, una vigilia de oración. Ha entrado, esta Cruz, al huerto de Getsemaní, aunque en sentido figurativo, a poca distancia de la definitiva realidad de la Crucifixión. Durante las vigilias <velaba muchas veces>; Jesús pasaba las noches rezando. Pero ésta es la es la última noche, la vigilia definitiva…

Todo estaba listo, pero era necesario esa <Hora> del Getsemaní, aquella vigilia, aquella plegaria solitaria del Señor. Era necesario un último y definitivo encuentro entre el Hijo y el Padre…”

Así es, por eso, mediante la oración, Cristo sale al encuentro de todo hombre para recorrer con él, el camino de la vida, hasta llevarlo a la plena comunión con Dios, tal como nos indica el Papa Juan Pablo II, en su Encíclica “Redemptor hominis” (dada en Roma el primer domingo de Cuaresma del año 1979, primero de su Pontificado).
 
 


Por otra parte, Jesús nos enseñó a orar, a todos los hombres, con la plegaria del Padrenuestro (oración fundamental de la Iglesia), durante su Sermón de la Montaña (Mt 6, 9-13) y también durante este mismo Sermón nos pidió que tuviéramos absoluta confianza en los efectos de  la oración (Mt 7, 7-11):

-Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá;

-porque todo el que pide, recibe; y el que busca halla; y al que llama se le abrirá

-¿O quién habrá entre vosotros a quién su hijo pidiere pan?

¿Por ventura le dará una piedra?;

-O también le pidiere un pescado, ¿por ventura le dará una serpiente?

-Sí pues, vosotros, con ser malos, sabéis dar dádivas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más, vuestro Padre celestial dará bienes a los que se lo pidieren?

Jesús con su vida en oración nos puso de manifiesto, así mismo, la absoluta necesidad que tenemos todos los seres humanos de orar, ya que si Él, siendo Hijo Unigénito de Dios y Dios verdadero, necesitaba de la plegaria para preparar su espíritu, cuanto más necesitaremos los hombres, hijos adoptivos de Dios, de esta ayuda inestimable.

El mismo Papa, Juan Pablo II, consciente de esta necesidad imperiosa, al comienzo de su Pontificado y frente a los grandes retos a los que tenía que enfrentarse aseguraba  en la Encíclica anteriormente mencionada que:
“Frente a tales cometidos, que surgen a lo largo de las vías de la Iglesia…, nosotros, conscientes de la absoluta necesidad de todas estas vías, y al mismo tiempo de las dificultades que se acumulan sobre ellas, sentimos tanto más la necesidad de una profunda vinculación con Cristo…
Solamente la oración puede lograr que todos  estos grandes cometidos y dificultades que se suceden no se conviertan en fuente de crisis, sino en ocasión y como fundamento, de conquistas cada vez más maduras en el camino del Pueblo de Dios hacia la Tierra Prometida…”.


Ciertamente, en la vida espiritual, de los primeros cristianos, destacaba la práctica de la oración comunitaria e individual, en forma <oral>, y el <Padrenuestro> era tomado siempre, como principal modelo de plegaria.

Según el historiador y teólogo, Javier Sesé, el <Padrenuestro> era con diferencia la oración más <alabada, recomendada y comentada>, de tal modo, que muchos Padres de la Iglesia, han dedicado sus estudios a ella; así lo hicieron, Orígenes, Tertuliano y San Cipriano.

Dice Javier Sesé, en su libro “Historia de la espiritualidad”, que en las oraciones personales de la Iglesia primitiva abundaban las referencias a la Santísima Trinidad y a cada Persona divina y en particular a Jesucristo, centro sin duda, del culto espiritual de los creyentes:

“…la oración se hace en nombre suyo, por Él y en Él, además de dirigirse también a Él”.

Nos recuerda además, este mismo escritor, que los primeros testimonios sobre este tema, insisten mucho sobre la necesidad de la plegaria, para recibir el auxilio de Dios <origen de todo poder divino>:
“Se destaca así la actitud de confianza absoluta en la plegaria. Se busca y promueve la oración continua; y se subraya la estrecha relación entre la oración y la penitencia, y de ambas con la remisión de los pecados” (Ibid)


En la actualidad, se debe seguir haciendo hincapié, en todas estas <virtudes> de la oración y aún más, pues como nuestro Papa Benedicto XVI, nos ha dicho en su Encíclica “Caritas in Veritate”:
“El desarrollo necesita cristianos con los brazos abiertos hacia Dios en oración”


El “Padrenuestro”, es la oración fundamental de la Iglesia, pues como nos dice así mismo, el Papa Benedicto XVI, en su libro “Jesús de Nazaret” (Primera parte), cuando lo rezamos:
"Se cumple en nosotros la promesa de Jesús respecto a los verdaderos adoradores, a los que adoran al Padre <en espíritu de verdad> (Jn 4,23). Cristo que es la Verdad nos ha dado estas palabras y en ellas nos da el Espíritu Santo”

Por otra parte, también según el Santo Padre, es  significativo el hecho de que el evangelista San Lucas, relacione la oración del Padrenuestro con la oración personal de Jesucristo y de aquí que resulte esencial escuchar y entender lo que Jesús dice en la misma.

Debemos, según nos dice el Papa, intentar descubrir realmente, a lo largo de esta oración, los pensamientos de Jesús, es decir, lo que nos quería transmitir a través del Padrenuestro, teniendo en cuenta además que es una plegaria personal del Hijo con el Padre (Lc 11, 1-4):

-Y sucedió que estando El en cierto lugar orando, como hubo acabado, le dijo uno de sus discípulos:

-Señor, enséñanos a orar, lo mismo que Juan enseñó a sus discípulos.

-Díjoles: Cuando os pongáis a orar, decid: <Padre, sea santificado tu nombre; venga tu reino;

-el pan de nuestra subsistencia dánoslo cada día;

-y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe; y no nos metas en la tentación>


Entre las peticiones que el hombre hace al rezar el Padrenuestro tenemos en primer lugar la siguiente:
<Sea santificado tu nombre>

Que nos recuerda, según el Papa Benedicto XVI (Ibid), el segundo mandamiento de la ley de Dios:

                                                 <No pronunciarás el nombre del Señor, en falso>

La segunda petición del Padrenuestro es:
<Venga tu reino>

Y con ella recocemos  la primacía de Dios, pues como nos dice el Papa Benedicto XVI (Ibid):
<Donde Él no está, nada puede ser bueno. Donde no se ve a Dios, el hombre decrece y decrece también el mundo>

<Con la petición <Venga tu reino> (¡no el nuestro!), el Señor nos quiere llevar precisamente a este modo de orar y establecer las prioridades de nuestro obrar>
<El Reino de Dios llega a través del que escucha. Ese es su camino. Y por eso nosotros hemos de rezar siempre>

 

Todas las peticiones del Padrenuestro son importantísimas, pero quizás la que supera a todas, es la última:
<No nos metas en tentación>, o lo que es lo mismo, <No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal >
ya que el maligno siempre está al acecho y el hombre, pide ayuda urgente, con esta plegaria al Padre, porque desea ser redimido por Él, de ese Mal que le acecha a cada paso, a lo  largo de su vida.

Jesús sabía, que el hombre necesitaba apoyarse en la oración, para contrarrestar la acción del maligno, pues aunque espiritualmente, muchas veces, se encuentre dispuesto a asumir las dificultades del día a día, la carne le lleva por los derroteros del mal, para su desgracia, y es por ello que Jesucristo con su vida en oración nos quiere dar el ejemplo a seguir.

A tal propósito, recordemos con cuanta humildad se dirige Jesús al Padre del cielo, para pedirle por los <suyos>, por aquellos que Él le había dado, para que continuaran su labor evangelizadora, después de su Pasión, Muerte y Resurrección (Jn 17, 6-10):
Manifesté tu nombre a los hombres que  me distes del mundo, tuyos eran, y tú me los distes; y tu palabra han guardado. Ahora han conocido que todo cuanto me has dado de ti viene;

-pues las palabras que me confiaste, yo las he comunicado a ellos, y ellos las recibieron, y conocieron verdaderamente que de ti salí, y creyeron que tú me enviaste.
-Por ellos yo ruego: no ruego por el mundo, sino por aquellos que me has encomendado, pues tuyos son…
 
 

 
Esta oración sacerdotal, pudo ser realizada por el Señor, antes de encaminarse con sus Apóstoles hacía el huerto de Getsemaní, donde había de producirse su apresamiento, por la traición de Judas Iscariote.
Se trata de un ejemplo maravilloso de amor y de humildad, que nos da Jesús con una oración que viene de Dios y va hacia Dios…

Pero nosotros los hombres, podriamos preguntarnos, cuando rezamos: ¿De dónde viene la oración?
la respuesta la podemos encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica:
“La oración es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo…Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo, dirigida por completo al Padre; en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre”

Esta definición del Catecismo está en total concordancia con la <oración testamental de Jesucristo> En ella Jesús proclama su tarea reveladora del Padre; le glorifica, manifiesta su nombre, le da su palabra, es en definitiva el enviado del Padre, al que retorna una vez que ha cumplido su misión, en perfecta unión con Él.

 

El Señor como hombre nacido en el pueblo de Israel, rezaba muchas veces con el Salterio,  el libro por excelencia para orar desde la antigüedad. Todos los Salmos del Antiguo Testamento son excelentes para sobrellevar las dificultades de la vida del ser humano, que ha cambiado poco a lo largo de los siglos, desde el punto de vista, de la presencia del demonio y sus consecuencias.
Entre los mismos, en primer lugar, recordaremos el Salmo 2 del rey David, tantas veces recitado por el pueblo de Israel con ocasión de grandes desgracias o alegrías, como sucedió cuando  los Apóstoles, Pedro y Juan, se libraron de la cárcel, donde injustamente los mantenían los sanhedritas (Hechos de los Apóstoles 4, 23-31 ):

-Puestos en libertad (los dos apóstoles), se fueron a los suyos y les refirieron todo cuanto los sumos sacerdotes y los ancianos les habían hecho.
-Ellos, como lo oyeron, movidos de un mismo sentimiento, elevaron la voz hacia Dios y dijeron: <Señor, tú eres el Dios que hizo el cielo,  la tierra y la mar y todo cuanto existe en ellos>

-el que por el Espíritu Santo por boca de nuestro padre David, tu siervo, dijo

¿Por qué se embravecieron las naciones y los pueblos tramaron vanidades?

-Acudieron los reyes de la tierra, y los jefes juntáronse en un haz, en contra del Señor y en contra de su Ungido

En esta plegaria espontánea, de la primitiva iglesia de Cristo, se puede apreciar, en primer lugar, la seguridad absoluta de sus miembros en la inspiración divina de las Sagradas Escrituras, al asegurar, que David fue el instrumento del Espíritu Santo, para crear tan hermosa oración; y en segundo lugar, se pone de manifiesto, el significado profundo que la misma tenía para los seguidores de Cristo, al igual que la tuvo en su tiempo para el antiguo pueblo de Israel; ya que este Salmo y otros muchos, como por ejemplo, el 15(16), el 21(22), el 44(45), el 105(106) y el 136, son llamados <Salmos reales> y tienen carácter <mesiánico>, porque proféticamente anuncian la llegada del Mesías.

Aunque los <Salmos regios>, desde el aspecto estrictamente literario, según algunos autores, no tengan necesidad de interpretarse en el sentido <mesiánico>, lo cierto es que la Iglesia de Cristo y en particular los Santos Padres y lo que es más importante, nuestro Señor Jesucristo, le han dado éste carácter, justificable sin duda, por la realidad de los hechos acaecidos y profetizados por ellos.

Por otra parte, el Salmo 2 puede considerarse el <Salmo mesiánico>, por excelencia, porque nos habla del <Ungido>, en referencia al Hijo del hombre, que había de venir, lo cual se cumplió en la persona de Jesús, que fue perseguido y humillado por los hombres <malvados> y ensalzado y Resucitado por el Padre, en beneficio de toda la humanidad. Así mismo el Salmo 2, es uno de los más nombrados en la Santa Biblia ya que lo que nos viene a decir es que:

 


                                               “El Mesías, es el Rey de Sión y de toda la tierra”

Cuestión comprobada a lo largo de toda la historia de la Iglesia de Cristo, pues como profetiza el Salmo a pesar de los constantes ataques de los hombres <malvados> al Señor y su Ungido, en el pasado, y también en la actualidad, la Iglesia ha permanecido <firme en la fe> y perseverante por encima del mal, y así será hasta el fin de los siglos...

El Salterio (Tehil-lim) está constituido por 150 Salmos que por sus argumentos y contenidos presentan una gran variedad de estilos, por lo que se hace difícil clasificarlos adecuadamente, de una forma definitiva. De cualquier manera, no sólo representa el ejemplo más expresivo de la lírica del pueblo judío, además de la obra religiosa de carácter poético más perfecta y acabada, sino que constituye sobre todo el mejor libro de oraciones, que los hombres han utilizado en todos los tiempos,  para hablar con Dios, en todas las situaciones de sus vidas, pues el ser humano debe confiar siempre en el Señor que castiga el mal y perdona a los <humildes de corazón>.
El Papa Juan Pablo II quiso restablecer la utilidad del Salterio para realizar la <oración oral>, que bien hecha, es un medio ideal para relacionarnos con el Señor ,y decidió, llevar a cabo una serie de catequesis, para mostrar a los fieles la riqueza de los Salmos en oración:

“En la carta apostólica <Novo millennio ineunte> he manifestado mi deseo de que la Iglesia se caracterice cada vez más por el arte de la oración, aprendiéndola siempre de manera renovada de los labios del Divino Maestro. Este compromiso debe ser vivido especialmente en la Liturgia, fuente y culmen de la vida eclesiástica. En esta línea es importante prestar una mayor atención pastoral a la promoción de la <Liturgia de las Horas>, como oración de todo el Pueblo de Dios.
De hecho, si bien los sacerdotes y los religiosos tienen un preciso deber de celebrarla, se propone también vivamente a los laicos. Este fue el objetivo que se planteó hace ya 30 años, mi venerado predecesor, Pablo VI, con la constitución <Laudis canticum> en la que determinaba el modelo vigente de esta oración, con el deseo de que los Salmos y los Cánticos, que dan ritmo a la <Liturgia de las Horas>, fueran comprendidos <con amor renovado por el Pueblo de Dios>”
 

 
Juan Pablo II, cumplió con creces este propósito, con el análisis profundo de los siguientes salmos, entre otros:

Salmo 5 (Oración matutina), Salmo 8 (Gloria del Creador y dignidad del hombre), Salmo 10 (   No te olvides de los hombres), Salmo 18(17) (Himno a Dios creador), Salmo 20(19) (Acción de gracias por la victoria del Rey-Mesías)…, Salmo 140(139) (Oración en el peligro), Salmo 141(140) (Tu eres mi refugio) etc.

Por su parte, el Papa Benedicto XVI ha querido seguir con esta labor iniciada por su predecesor en la Silla Papal, dispensándonos también, con el beneficio de sus enseñanzas sobre el Salterio, y hasta la fecha, ha comentado un gran número de ellos, entre los que cabe destacar los siguientes:

Salmo 120(119) (El guardián de Israel), Salmo 122(121) (El Señor, esperanza del pueblo), Salmo 125(124) (Dios, alegría y esperanza nuestra), Salmo 126(125) (El esfuerzo humano es inútil sin Dios), Salmo 135(134) (Himno pascual)…, Salmo 137(136) (Himno de acción de gracias), Salmo 138(137) (Dios lo ve todo) etc.


Ambos Papas han coincidido, al menos en dos ocasiones en sus catequesis sobre los Salmos, y así nos encontramos, por ejemplo, que los Salmos 134 y 143, han sido comentados y analizados en profundidad por ellos, pero antes de recordar brevemente algunas de las ideas desarrolladas por los Santos Padres en los mimo, es necesario tener en cuenta las palabras de Juan Pablo II, sobre la comprensión de éstos (Audiencia General del miércoles 28 marzo de 2001):

“Podríamos introducirnos en la comprensión de los Salmos a través de diferentes caminos...Nuestra lectura buscará sobre todo hacer emerger el significado religioso de los Salmos, mostrando cómo, a pesar de estar escritos hace muchos años para creyentes judíos, pueden ser asumidos en la oración  de los discípulos de Cristo…De hecho, Jesús resucitado se aplicó a sí mismo los Salmos, cuando dijo a sus discípulos:
<Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí >(Lc  24, 44).

Los Padres añaden que los Salmos se dirigen a Cristo e incluso que es el mismo Cristo quién habla en ellos. Al decir esto, no pensaban sólo en la persona individual de Jesús sino en el <Christus totus>, el Cristo total, formado por Cristo cabeza y por sus miembros…El libro del Salterio sigue siendo, la fuente ideal de oración cristiana, y en él seguirá inspirándose la Iglesia en el nuevo milenio”

La primera parte del Salmo 143, fue comentado por el Papa Juan Pablo II en su Audiencia General del miércoles día 21 de mayo de 2003, y tres años después, en la Audiencia General del miércoles 11 de enero de 2006, el Papa Benedicto XVI, también dedicó su catequesis a este Salmo que dice así:                                                    

                            -Bendito sea Yahveh, la Roca mía,

                             que  mis manos enseña a la batalla

                             (y dispone) mis dedos a la guerra;

                             -misericordia mía, alcázar mío,

                              mi fortaleza, y quien del mal me libra,

                              mi pavés, el lugar de mi refugio,

                              el que los pueblos rinde a mi dominio

                              -¿Qué es el hombre, Yahveh, que de él te cuidas;

                               el hijo del hombre, para que en él pienses?

                              -Semeja el hombre al soplo de las auras;

                               sus días son sombras cual se pasan

                              -Yahveh, inclina los cielos y desciende;

                               toca los montes y exhalarán humo;

                               …..



Para el Papa Juan Pablo II, esta plegaria tiene las características de un Salmo real, entretejido con otros textos bíblicos, para dar vida a una nueva composición de oración, y quien habla, en primera persona es el mismo rey davinico, reconociendo el origen divino de sus éxitos, (Audiencia General, 21 de mayo de 2003):

“El Señor es presentado con imagines marciales, según la antigua tradición simbólica. En efecto, aparece como un instructor militar, un alcázar inexpugnable, un escudo protector, un triunfador. De esta forma se quiere exaltar la personalidad de Dios, que se compromete contra el mal de la historia: no es un poder oscuro o una especie de hado, ni un soberano impasible e indiferente respecto a las vicisitudes humanas. Las citas y el tono de esta celebración divina guardan relación con el himno de David que se conserva en el Salmo 17 y en el capítulo 22 del segundo libro de Samuel…

 Sólo con el apoyo de Dios podemos superar los peligros y las dificultades que encontramos diariamente en nuestra vida, sólo contando con la ayuda del cielo podremos esforzarnos por caminar, <como el antiguo rey de Israel>, hacia la liberación de toda opresión”

Termina el Papa Juan Pablo II su catequesis, recordando las palabras del sacerdote, asceta y Padre de la Iglesia, Juan Casiano, venerado por la Iglesia como santo, nacido en la actual Dobruja en Rumania, entre los años 360 - 365, y que murió en Marsella(Francia) en el año 435, (Audiencia General de Juan Pablo II anteriormente mencionada):

“Concluyamos, entonces, con una consideración que nos sugiere San Juan Casiano…En su obra (La encarnación del Señor), tomando como punto de partida el versículo 5 de nuestro Salmo <Señor, inclina tu cielo y desciende>, ve en estas palabras la esperanza del ingreso de Cristo en el mundo”

 

Por su parte, Benedicto XVI, también considera que este Salmo real tiene carácter mesiánico, (Audiencia General, 11 de enero  de 2006):

“El himno comienza con una bendición, es decir, con una exclamación de alabanza dirigida al Señor, celebrado con una pequeña letanía de títulos salvíficos: es la roca segura y estable, es la gracia amorosa, es el alcázar protegido, el refugio defensivo, la liberación, el escudo que mantiene alejado todo asalto del mal. También se utiliza la imagen marcial de Dios que adiestra a los fieles para la lucha a fin de que sepan afrontar las hostilidades del ambiente, las fuerzas oscuras del mundo”

Recuerda Benedicto XVI, al gran teólogo y Padre de la Iglesia griega, Orígenes (Siglo III), en su análisis de este mismo Salmo (Audiencia de 11 de enero de de 2006):

“Volvamos a Orígenes, que dice: No podrás salvar esta miseria que es el hombre, si tú mismo no la tomas sobre ti <Señor, inclina tu cielo y desciende>…

Has descendido, has abajado el cielo y has extendido tu mano desde lo alto, y te has dignado tomar sobre ti la carne del hombre, y muchos han creído en ti. Para nosotros, los cristianos, Dios ya no es, como en la filosofía anterior al cristianismo, una hipótesis, sino una realidad, porque Dios <ha inclinado su cielo y ha descendido>

 El cielo es Él mismo y ha descendido en medio de nosotros. Con razón Orígenes ve en la parábola de la oveja perdida, a la que el pastor toma sobre sus hombros, la parábola de la Encarnación de Dios. Sí, en la Encarnación él descendió y tomó sobre sus hombros nuestra carne, a nosotros mismos”

 La primera parte del Salmo 134, fue comentada por el Papa Juan Pablo II, en su Audiencia General del miércoles 9 de abril de 2003, y dos años después, en la Audiencia General del miércoles 28 de septiembre de 2005, el Papa Benedicto XVI, trató también sobre éste Salmo en su catequesis.

El Salmo 134(Primera parte), dice así:

                           -¡Aleluya! Alabad a Yahveh su (santo) nombre,

                           alabadle los siervos de Yahveh,

                           -los que estáis del Señor en la morada,

                           en los atrios del templo de Dios nuestro.

                           -Alabad a Yahveh, porque es benigno;

                           su nombre salmead, porque es amable,

                           -porque a Jacob tiene Yahveh elegido,

                           porque eligió a Israel por su peculio

                           Esto sé bien: que es Yahveh grande, y antes

                           el Señor nuestro que todos otros dioses.

                           -Lo que quiera Yahveh en la tierra y cielos

                           hace en el mar y en todos los abismos

                           Nubes alza de fines de la tierra;

                           desata los relámpagos en lluvia;

                           saca los vientos de sus receptáculos….

                           -Yahveh, tu nombre dura eternamente;

                           tu memoria de edades en edades.

                           -Porque Yahveh defensa es de su pueblo,

                           y con sus siervos muéstrose propicio

 


El Papa Juan Pablo II, consideró que este Salmo era el “gran Hallel”, es decir, la alabanza solemne y festiva que es preciso elevar al Señor con ocasión de la Pascua (Audiencia General de 9 de abril de 2003):

“Al inicio nos encontramos con la característica invitación a la alabanza, un elemento típico de los himnos dirigidos al Señor en el Salterio. La invitación a cantar el aleluya se dirige a los <siervos del Señor>, que en el origen hebreo se presentan <erguidos>en el recinto Sagrado del Templo, es decir, en el actitud de la oración.

Participan en la alabanza ante todo los ministros del culto, sacerdotes y levitas, que viven y actúan <en los atrios  de la casa de nuestro Dios>. Sin embargo, a estos <siervos del Señor>se asocian idealmente todos los fieles. En efecto, inmediatamente después se hace mención de la elección de todo el pueblo de Israel para ser aliado y testigo del amor del Señor:<Él se escogió a Jacob…>. Desde  esta perspectiva se celebran dos cualidades fundamentales de Dios: es <bueno> y es <amable>. El vínculo que existe entre nosotros y el Señor está marcado por el amor, por la intimidad y por la adhesión gozosa.

Finaliza el Santo Padre, su catequesis, recordando a su vez la catequesis del Papa del siglo I, San Clemente Romano, tercer sucesor de Pedro (cuarto Papa), que murió mártir en el año 87, bajo el reinado del emperador Trajano, sobre éste el Salmo 134 (Carta a los Corintios):

“Fijemos nuestra mirada en el Padre y Creador de todo el Universo y adhirámonos a los magníficos y sobrenaturales dones y beneficios de su paz. Mirémosle con nuestra mente y contemplemos con ojos del alma su magnífico designio…

Consideremos cuan blandamente se porta con toda la creación. Los cielos, movidos por su disposición, le están sometidos en paz. El día y la noche recorren la carrera por él ordenada, sin que mutuamente se impidan…

Todas estas cosas ordenó el grande Artífice y Soberano de todo el Universo que se mantuvieran en paz y concordancia, derramando sobre todas sus beneficios, y más copiosamente sobre nosotros, que nos hemos refugiado en su misericordia por medio de nuestro Señor Jesucristo. A él sea la gloria y la grandeza por la eternidad, Amén”.

Por su parte, el Papa Benedicto XVI, inicia su catequesis sobre el Salmo 134, con las palabras siguiente:

“Se presenta ahora ante nosotros la primera parte del Salmo 134, un himno de índole litúrgica,  entretejida, de alusiones, reminiscencias y referencias a otros textos bíblicos. En efecto, la liturgia compone a menudo sus textos tomando del gran patrimonio de la Biblia un rico repertorio de temas y de oraciones, que sostienen el camino de los fieles.

Sigamos la trama orante de esta primera sección, que se abre con una amplia y apasionada invitación a alabar al Señor. El llamamiento se dirige a los  <siervos del Señor que estáis en la casa de nuestro Dios>.

Por tanto, estamos en clima vivo del culto que se desarrolla en el templo, el lugar privilegiado y y comunitario de oración. Allí de modo eficaz la presencia de <nuestro Dios>, un Dios <bueno> y <amable>, el Dios de la elección y de la alianza...”


También Benedicto XVI, recuerda la <Carta a los Corintios> del Papa San Clemente Romano que decía así:

“Oh Señor, muestra tu rostro sobre nosotros para bien en la paz, para ser protegidos por tu poderosa mano, y líbrenos de todo pecado tu brazo excelso y de todos cuantos nos aborrecen sin motivos. Danos concordancia y paz a nosotros y a todos los que habitan sobre la tierra, como se la diste a nuestros padres que te invocaron santamente en fe y verdad…”

Después de este recuerdo del mensaje del Papa San Clemente, Benedicto XVI hace el siguiente comentario en la Audiencia General, mencionada anteriormente:

“Si, esta oración de un Papa del primer siglo la podemos rezar también nosotros, en nuestro tiempo, como nuestra oración el día de hoy: Oh Señor, haz resplandecer tu rostro, para el bien de la paz. Concédenos en estos tiempos concordia y paz a nosotros y a todos los habitantes de la tierra, por Jesucristo, que reina de generación en generación y por los siglos de los siglos. Amén”.

Han pasado ya seis años desde que nuestro actual Papa, pronunció estas palabras, y la paz no llega a la faz de la tierra, más aún, en los últimos tiempos, parecen empeñados los hombres en que no se cumplan los deseos de Dios, que en definitiva no son otros que <nos amemos unos a otros como él nos ha amado>. No obstante, no debemos desesperar, porque Dios sigue protegiendo a la humanidad, debemos tener la esperanza de que al final, el bien, derrotará al mal, y por eso  recordaremos el mensaje de  Fr. Justo Pérez de Urbel :

“La divina energía de la paz, de la alegría, flota a través de este mundo, como flota el aire que respiramos, aunque son muchos los que no quieren aprovecharse de ello, poniendo el acto de nuestra voluntad, que es necesario para apropiárnoslas, es decir la oración”

Los Salmos son oraciones maravillosas para estos tiempos, que nos pueden servir para aprovecharnos de esos beneficios que flotan en el aire, como nos indica el Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel (Misal y Devocionario del hombre católico), porque como nos recuerda nuestro Papa Benedicto XVI, en su libro Jesús de Nazaret (segunda parte):

“En estos Salmos la historia pasada se convierte siempre en momento presente. La acción de gracias por la liberación es al mismo tiempo un grito de socorro en medio de las pruebas y las amenazas siempre nuevas…”

Sí, pues como sigue diciéndonos Fr.Justo, Nuestro Señor Jesucristo:

“Al abandonar nuestra tierra, nos dejó esa <arma divina>, esa <fuerza omnipotente>, esa <fuente de alegría> que se llama la oración, soplo celeste que renueva las esperanzas del alma, como el incienso aviva la llama. Restauremos los bellos usos de nuestros padres, que rezaban por la mañana y la noche, cuando la campana les invitaba a hablar con Dios, cuando empezaban el trabajo y al tomar el alimento diario. La oración era el descanso de sus fatigas y el orgullo de su trabajo; y cuando llegaba el domingo se acercaban alegres a su Dios con el traje de fiesta y el alma iluminada también con blancuras de honradez y de alegría...”

Honradez y alegría es lo que necesitan ciertos países de este viejo Continente, que se burlan de las cosas de Dios, que piensan que todas estas cosas, son cosas trasnochadas, del pasado que nada tiene que ver con la Ciencia y la Tecnología, que el hombre ha desarrollado en los últimos siglos, y que le han hecho creerse todopoderoso, pero no, se olvidan de que deben pagar por sus pecados, todos tenemos que dar cuenta de ellos, cuando llegue nuestra hora, y eso no hay Ciencia en este mundo que lo pueda evitar. Tengamos, sin embargo, esperanzas en el futuro de la Iglesia, que se renueva cada día con el aporte de la sabía nueva de otros países más jóvenes, que han llegado, más tarde, a la fe en Jesucristo y que en un futuro, tendrán en sus manos la evangelización, nueva y siempre actual, de estos países ahora tan alejados del Señor. Todos podemos ayudar para que esto suceda, con esa <arma divina de la oración> que podemos realizar, siempre, en cualquier lugar en que nos encontremos, oralmente o mentalmente, como sea posible en cada caso, pero no dejemos de acudir a la Casa de Dios, porque el Templo es, como dice nuestro Papa Benedicto, el <lugar privilegiado y comunitario de oración>, para los creyentes.

Tengamos en cuenta, que aunque como dice el Catecismo de la Iglesia Católica <Cristo es el verdadero templo de Dios>, los hombres necesitan lugares para orar y  donde de forma conjunta con otros creyentes puedan celebrar la liturgia (Catecismo de la Iglesia Católica.  Compendio, 245):

“Los edificios sagrados son las casa de Dios, símbolo de la Iglesia que vive en aquel lugar e imagen de la morada celestial. Son lugares de Oración, en los que la Iglesia celebra sobretodo la Eucaristía y adora a Cristo realmente presente en el tabernáculo”

Ya, en el Antiguo Testamento, se nos narra el solemne juramento que pronunció el rey David, al Señor, asegurándole que no descansaría en paz, hasta conseguir para ÉL, una morada digna, y aunque fue el rey Salomón el que por fin logró esta dicha (Templo de Jerusalén), no deja de ser significativa dicha promesa, que nos demuestra la importancia de los edificios sagrados que los hombres, a lo largo de los siglos, ha construido para orar y dar culto a Dios.

El Salmo 131(primera parte), dice así:

                          -No entraré en el pabellón de mi casa, ni al lecho- de

                           mi estrado yo subiré,

                           -ni a mis ojos- sueño (reparador) he dar, ni a mis

                           parpados-ninguna diversión,

                           -hasta que pueda hallar-lugar para el Señor, y algún

                           -albergue-al “Fuerte de Jacob”.




Nuestro Papa Benedicto XVI, en su Audiencia General del miércoles 14 de septiembre de 2005, recordando este juramento del rey David, nos dice lo siguiente:

“…se dice que, una vez superado el duro contraste que tuvo con su predecesor el rey Saúl, juró al Señor e hizo voto al <Fuerte de Jacob>.

El contenido de este compromiso solemne, es claro: el soberano no pisará el palacio real de Jerusalén, no irá tranquilo a descansar, si antes no ha encontrado una morada para el arca del Señor.
Y esto es muy importante, porque demuestra que en el centro de la vida social de una ciudad, de una comunidad, de un pueblo, debe estar una presencia que evoca el misterio de Dios trascendente, precisamente un espacio para Dios, una morada para Dios. El hombre no puede caminar bien sin Dios, debe caminar juntamente con Dios en la historia, y el templo, la morada de Dios, tiene la misión de indicar de modo visible esta comunión, este dejarse guiar por Dios”

 


 

 

lunes, 16 de diciembre de 2013

JESÚS DIJO: TÚ ERES PEDRO Y SOBRE ESTA PIEDRA EDIFICARÉ MI IGLESIA


"Bienaventurado eres, Simón Bar-Joná, pues no es la carne y la sangre quien te lo reveló, sino mi Padre, que está en los cielos / Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella / Te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares sobre la tierra, quedará atado en los cielos; y cuanto desatares sobre la tierra, quedará desatado en los cielos"

 
Los evangelistas narran que por entonces Jesús había llegado a la región de Cesarea de Filipo y considerando que sus discípulos estaban ya preparados para aceptar la <profesión de fe apostólica> y la institución del Primado de su Iglesia, realizó la siguiente pregunta (MT 16, 13):

 
 
 
<¿QUIÉN  DICEN LOS HOMBRES QUE ES EL HIJO DEL HOMBRE?> : En este punto es interesante mencionar que el Papa Benedicto XVI realizó un completo análisis sobre la figura del Vicario de Cristo, durante una conferencia dada por él cuando aún era el Cardenal Joseph Ratzinger, en la que entre otras cosas expuso su opinión respecto a este momento crucial para  la humanidad  (“Mi cristiandad. Discursos fundamentales. Ed. Planeta 2012):


“El nosotros de la Iglesia comienza con aquel que primero expuso, con su nombre y de forma personal, el Credo del Señor: <Tú eres el Cristo, el hijo de Dios vivo> (Mt 16, 16).
Curiosamente, existe modernamente la costumbre de calcular el Primado de Pedro a partir de Mateo (16, 17), mientras que desde el punto de vista de la antigua Iglesia, el versículo decisivo para comprender el conjunto (Mt 16, 13-20), es el versículo (16, 16) a partir del cual Pedro pasa a  ser la piedra de la Iglesia como portador del Credo,  de su fe en Dios, fe que, concretamente, es también fe en Cristo, en su condición de Hijo y, por lo mismo, fe en el Padre, y en la Santísima Trinidad, una fe que solo puede trasmitir el Espíritu de Dios.
A los ojos de la antigua Iglesia, los versículos (16,17-19), aparecen únicamente como una interpretación del versículo (16, 16): decir el Credo no es nunca obra propia del hombre y, por tanto, el que en obediencia de ese Credo, dice lo que no puede decir por sí mismo, puede también hacer lo que no podría hacer por sí mismo, al igual que convertirse en lo que jamás podría convertirse por sí mismo. Así pues, el Credo sólo existe como una confesión de responsabilidad personal y está ligada a la persona…

En definitiva, podemos decir, que la unidad de los cristianos en el <nosotros>, creada por Dios en Cristo a través del Espíritu Santo, y bajo el nombre de Jesucristo, a partir de su testimonio acreditado con su Muerte y con su Resurrección, mantiene su cohesión, por otra parte, gracias a quienes asumen la responsabilidad personal de la unidad, y se pone de manifiesto, de un modo personalizado, en la figura de Pedro”

 
 
 
Por otra parte, Pedro, al reconocer que Jesús es Cristo (el Mesías), está manifestando a su vez que Éste cumple todas las profecías mesiánicas de las Antiguas Escrituras, y con su confesión de la divina filiación de Cristo (el Hijo de Dios vivo) reconoce, así mismo, iluminado por la revelación del Padre celestial, que Jesús no es solo hombre, sino que es Dios mismo.

Es interesante, por otra parte, comprobar cómo en el Evangelio de San Mateo, Jesús se dirige a Pedro, entre todos sus Apóstoles, concediéndole las llaves del Reino de los cielos y revistiéndole de gracia de manera que <cuanto atare sobre la tierra, quedará atado en el cielo y viceversa>.

Con tres metáforas, Jesús, expresa lo que Pedro será y representará en su Iglesia:
"La que se refiere a la <piedra fundamental>, la que habla de las <llaves> y la que autoriza al Apóstol a <atar y desatar>"
Como se sabe, la <piedra fundamental> es, según la arquitectura, la que da máxima estabilidad a un edificio, que en este caso concreto, sería la Iglesia fundada por Cristo. Por su parte, la metáfora de las <llaves> indica que el Señor concede a Pedro y también a sus sucesores, la potestad soberana, y por último, con la metáfora de <atar y desatar> le está otorgando a Pedro y a todos sus Vicarios a lo largo de los siglos, la autoridad suprema en los conflictos doctrinales y morales de su Iglesia.

A este respecto podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 881-882):

-El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente a él, la piedra de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella, lo instituyó Pastor de todo su rebaño…

-El Papa, Obispo de Roma y sucesor de Pedro, < es el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto de los Obispos, como de la muchedumbre de los fieles>. <El Pontífice Romano, en efecto, tiene en la Iglesia, en su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la potestad suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera libertad>.

Ciertamente como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, el Vicario de Cristo, tiene autoridad para decidir con carácter vinculante en las cuestiones esenciales de la fe, esto es, hay una última instancia que decide, que es el Papa, el sucesor de Pedro, y los fieles podemos y debemos tener la certeza, de que la herencia de nuestro Señor Jesucristo siempre será interpretada correctamente por la Cabeza de la Iglesia. Estamos aludiendo con esta reflexión al dogma de la <infalibilidad del Papa>, sobre el Mensaje de Cristo, tema que a lo largo de la historia de la Iglesia ha sido analizado y discutido hasta la saciedad, con mayor o menor éxito en los razonamientos utilizados.
Son muchas las preguntas que suelen hacer los estudiosos interesados sobre este tema; pueden servir de ejemplo las realizadas por el periodista Peter Sewald al Papa Benedicto XVI, cuando éste aún era el Cardenal Joseph Ratzinger. Entre otras cuestiones, el periodista le interpelaba respecto al dogma de la <infalibilidad del Papa>, en estos términos:
¿Qué dice el dogma exactamente? ¿Se puede decir de él correctamente, que todo lo que el Papa dice es, automáticamente, santo y verdadero?

 
 
 
 
La respuesta del que sería Papa, es contundente y clara al respecto (<La sal de la tierra. Quien es y cómo piensa Benedicto XVI. Libros Palabra. Undécima edición 2009): “Al formular la pregunta, se ha formulado también el error. Ese dogma no significa que todo lo que diga el Papa es infalible. Significa exactamente, que en el cristianismo, en la fe católica en todo caso, hay una última instancia que decide. Significa que el Papa tiene autoridad para decidir con carácter vinculante, en cuestiones esenciales.

La Iglesia Ortodoxa también sabe que las decisiones del Concilio son infalibles, en el sentido de que ahí también hay certeza de que se trata de la herencia de Cristo correctamente interpretada, esto pertenece a nuestra fe común. No necesitamos rebuscar y atisbar en la Santa Biblia cada cosa nueva, porque la Iglesia tiene esta facultad de darnos una certeza común. Lo que nos diferencia de los ortodoxos, es que el cristianismo romano, además del Concilio Ecuménico, disfruta de otra instancia suprema para cerciorarse, que es el sucesor de Pedro, que nos da la garantía de la certeza. El Papa lógicamente, también está sujeto a ciertas condiciones <que a él le obligan en grado sumo> para garantizar que no se trata de una decisión suya, de su conciencia subjetiva, sino que se  ha tomado conforme a la conciencia de la Tradición”   


En este mismo sentido sigue el por entonces Cardenal Ratzinger hablando durante esta entrevista periodística sobre el espinoso tema del dogma de la <infalibilidad> del Sumo Pontífice, recordándonos, como llegar a un acuerdo con todas las comunidades cristianas ha tenido siempre graves dificultades de entendimiento en este punto concreto de la doctrina católica, y un rechazo absoluto fuera de ellas (Ibid):

“El Concilio de Nicea I (325) hablaba de tres Sedes Primadas en la Iglesia: Roma, Antioquia y Alejandría. Eran las instancias donde cerciorarse de la verdad, las tres dependientes de la tradición de Pedro. Roma y Antioquia eran Sedes de los Obispos sucesores de San Pedro, mientras que Alejandría había sido Sede del evangelista San Marcos, también de tradición petrina, y por tanto, admitida en aquel trío.

Los Obispos de Roma fueron muy pronto conscientes de su tradición petrina, y de que, junto aquella responsabilidad, habían recibido la <Promesa de ayuda> para responder a ella. En la crisis del arrianismo, esto se hizo evidente, al ser Roma la única instancia que pudo hacer frente al Emperador. El Obispo de Roma, que naturalmente debe oír a toda la Iglesia en su conjunto y no crear una nueva fe, tiene una función que está en la línea de la <Promesa petrina>. Todo esto se ha formulado conceptualmente de manera definitiva en el año 1870 (Concilio Vaticano I)”

 
 
 
 
A pesar de todo lo establecido durante el Concilio Vaticano I (1869-1870), convocado por el Beato Papa Pio IX (1792-1878)  que tuvo lugar en Roma, tras diversos incidentes, durante mucho tiempo se siguió cuestionando en alguno ámbitos  el dogma de fe sobre la <infalibilidad del Papa>. En este sentido, es interesante recordar las preguntas realizadas por el periodista Vittorio Messori al Papa Juan Pablo II.
 
El Papa Juan Pablo II frente a las cuestiones formuladas por el periodista, no se sintió ofendido, antes al contrario, le manifestó en seguida que las mismas estaban impregnadas por un lado, de una fe viva, y por otro, por una cierta inquietud, recordándole además la exhortación que al comenzar su ministerio, en la Sede de Pedro, había hecho al pueblo de Dios. El dijo: ¡No tengáis miedo!


La respuesta del Pontífice, es larga, como corresponde a la característica forma de ser del gran filósofo que fue este Vicario de Cristo, y está llena de un profundo conocimiento del Mensaje del Señor, e inspirada por el mismo Espíritu Santo.
Recordaremos, por tanto, tan solo algunos aspectos de la misma, que nos han parecido, más sencillos para entender el sentido que el Papa quiso darle a sus palabras (Cruzando el umbral de la esperanza. Licencia editorial para el Círculo de Lectores por cortesía  de Plaza & Janés Editores, S. A.; 1994):
“¡No tengáis miedo! Cristo dirigió  muchas veces esta invitación a los hombres con los que se encontraba…Estas palabras pronunciadas por Cristo, las repite la Iglesia. Y por la Iglesia las repite el Papa también…

¿De que no debemos tener miedo? No debemos temer a la verdad de nosotros mismos. Pedro tuvo conciencia de ella un día, con especial viveza, y dijo a Jesús: < ¡Apártate de mí, Señor, que soy hombre pecador!> (Lc 5,8)

Cristo le respondió: <No temas, desde ahora serás pescador de hombres> (Lc 5, 10)…

Por tanto, no hay que tener miedo cuando la gente te llama Vicario de Cristo, cuando te dicen Santo Padre o Santidad u otras expresiones semejantes, que parecen contrarias al Evangelio, porque el mismo Cristo afirmó <no llaméis a nadie Padre porque uno sólo es vuestro Padre, el del cielo>, y <tampoco os dejéis llamar maestro, porque sólo uno es vuestro Maestro, Cristo> (Mt 23, 9-10). Pero estas expresiones surgieron al comienzo de una  larga tradición, entraron en el lenguaje común y tampoco hay que tenerles miedo…

En la Iglesia se edifica sobre la roca que es Cristo-Pedro, los Apóstoles y sus sucesores son testigos de Dios Crucificado y Resucitado en Cristo. De este modo son testigos de la vida que es más fuerte que la muerte. Son testigos del Dios que da la vida, porque es Amor (I Jn 4,8). Son testigos porque han visto, oído y tocado con las manos, con los ojos y los oídos de Pedro, de Juan y de tantos otros.

Pero Cristo dijo a Tomás: <Bienaventurados los que, aún sin haber visto, creerán> (Jn 20, 29).

 
 
Usted, justamente, afirma que el Papa es un misterio. Usted afirma, con razón, que él es signo de contradicción, que él es provocación. El anciano Simeón dijo del propio Cristo que sería <signo de contradicción> (Lc 2, 34).

Usted además sostiene, que frente a una verdad así, o sea frente al Papa, hay que elegir; y para muchos esa elección no es fácil. Pero ¿acaso fue fácil para el mismo Pedro? ¿Lo ha sido para cualquiera de sus sucesores? ¿Es fácil para el Papa actual?

Elegir comporta una iniciativa del hombre. Sin embargo, Cristo dice: <No te lo han revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre> (Mt 16, 17). Esta elección no es solo una iniciativa del hombre, es también una acción de Dios, que obra en el hombre, que revela. Y en virtud de esa acción de Dios, el hombre puede repetir: <Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo> (Mt 16, 16) y después puede recitar el Credo, que es profundamente armónico a la profunda lógica de la Revelación.

El hombre también puede aplicarse asimismo y a otros las consecuencias que se derivan de la lógica de la fe, penetrado del esplendor de la verdad; puede hacer todo esto, a pesar de que a causa de ello, se convertirá en signo de contradicción…
Y a propósito de los nombres añado: el Papa se llama también, Vicario de Cristo. Ese título debe ser visto dentro del contexto total del Evangelio…Desde esta perspectiva, la expresión Vicario de Cristo, cobra su verdadero significado. Más que una dignidad, se refiere a un servicio: pretende señalar las tareas del Papa en la Iglesia, su ministerio petrino, que tiene como fin el bien de la Iglesia y de los fieles. Lo entendió  perfectamente San Gregorio Magno, quién, de entre todos los títulos relativos a la función del Obispo de Roma, prefería, el de <Servus servorum Dei> (Siervo de los siervos de Dios>”

Después de la magnífica respuesta del Papa Juan Pablo II recordaremos, de nuevo,  el hecho de que el Beato Papa Pio IX  en el siglo XIX convocó el Concilio Vaticano I, en el cual se tuvo el acierto de proclamar el dogma de fe sobre la <infalibilidad del Papa>. Concretamente en su <Constitución Dogmática> (Cuarta sesión. Vaticano I. Capítulo 1), podemos leer <Canon>:
“…si alguien dijere que el bienaventurado Apóstol Pedro no fue constituido por Cristo el Señor, como príncipe de todos los Apóstoles y Cabeza visible de toda la Iglesia militante; o que era éste sólo un primado de honor y no uno de verdadera y propia jurisdicción, que recibió directa e inmediatamente de nuestro Señor Jesucristo mismo: sea anatema”

De igual forma, y con gran rigor, se nos dice en el Capítulo 4, sobre la infalibilidad del Romano Pontífice:
“El Romano Pontífice, cuando habla <ex Cathedra>, esto es, cuando en el ejercicio de su oficio de Pastor y Maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbre, como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la  doctrina de fe y costumbres. Por esto, dichas definiciones del Romano Pontífice son en sí mismas, y no por consentimiento de la Iglesia, irreformables.

Canon: De esta manera si alguno, no lo permita Dios, tiene la temeridad de contradecir ésta nuestra definición: sea anatema”

 
 
 
Los Papas de todos los tiempos entendieron así el sentido de su Pontificado, este fue el caso concreto del Papa Pio XII (1876-1958) el cual en su Carta Encíclica <Summi Pontificatu>, dada en Castel Gandolfo , el 20 de octubre de de 1939, primero de su Pontificado, y a punto ya de estallar la segunda Guerra Mundial, se expresaba en los términos siguientes: 

“Hoy, recordando el sin número de testimonios de estrecha adhesión filial a la Iglesia y al Vicario de Cristo, que libremente y espontáneamente, llegaron a Nos con motivo de nuestra elección y coronación, no podemos dejar de daros a vosotros, Venerables hermanos, y a todos cuantos pertenecen a la familia católica, las gracias más conmovidas por los testimonios de amor reverente y de inquebrantable fidelidad al Papado, enviados de todas partes al Pontífice, en el que se reconocía la misión providencial del Sumo Sacerdote y del Pastor Supremo. Porque estas manifestaciones no estaban dirigidas a mi humilde persona, sino únicamente al alto y grave oficio a cuyo cumplimiento el Señor nos llamaba. Y si ya entonces experimentábamos la extraordinaria gravedad de carga recibida, que nos había impuesto la suma potestad que nos confería la Providencia divina, sin embargo, sentíamos el gran consuelo de ver aquella grandiosa y palpable demostración de la indivisibilidad de la Iglesia católica, que levantada como muralla y baluarte, con tanta mayor firmeza y energía se une a la roca invicta de Pedro, cuando mayor aparece la jactancia de los enemigos de Cristo”

 Sí, solo tenemos que repasar la historia de la humanidad, después de la venida de Jesucristo, para darnos cuenta de que las palabras del Papa Pio XII encerraban una gran verdad, porque es cierto que en los mayores momentos de crisis de la humanidad el Vicario de Cristo ha jugado un papel trascendental y la Iglesia católica siempre ha apoyado a sus Papas.
Por eso los Papas han reconocido el papel primordial del Pontificado y así años después de este sentido mensaje del Papa que sufrió las consecuencias de la guerra más terrible que haya azotado a este planeta, otro Papa daba muestras también de haber comprendido exactamente el enorme papel que el Vicario de Cristo juega en su Iglesia y también fuera de ella.


 
 
Nos referimos al Papa Pablo VI (1963-1978), el cual durante la Homilía que pronunciara en el XV aniversario de su coronación como Pontífice, coincidiendo también con la solemnidad de la fiesta dedicada a los Apóstoles, San Pedro y San Pablo, se expresaba en los términos siguientes, estando ya muy próxima su partida de este mundo (Jueves 29 de Junio de 1978):

“Nuestro ministerio es el mismo de Pedro, al que Cristo confió el mandato de confirmar a los hermanos (Lc 22, 32): es la misión de servir a la verdad de fe y ofrecer esta verdad a cuantos la buscan, según una expresión magnifica de San Pedro Crisólogo (400-450; Doctor de la Iglesia)): <Bectus Petrus, qui in propria sede et vivit et praesidet, praestat quarentibus fidei veritatem> (Ep. Ad Eutichem, inter Ep. S. Leonis magni, XXV. 2; 54, 743-4).

En efecto, <la fe es más preciosa que  el oro> (I Pe 1.7), dice San Pedro; no basta recibirla, sino que hay que conservarla, incluso en medio de las dificultades (<pas ignem, probatur>, ib).
Los Apóstoles fueron predicadores de la fe, incluso en la persecución, sellando su testimonio con la muerte, a imitación de su Maestro y Señor quien, según la hermosa fórmula de San Pablo, <hizo la buena confesión en presencia de Poncio Pilatos> (I Tim 6, 13).

Ahora bien, la fe no es el resultado de la especulación humana (II Pe 1, 16), sino el <depósito> recibido de los Apóstoles, quienes a su vez lo recibieron de Cristo al que ellos <han visto, contemplado y escuchado> (I Jn 1, 1-3). Esta es la fe de la Iglesia, la fe apostólica.
 
 

 


La función de Pedro se perpetúa en sus sucesores; tanto es así que los Obispos del Concilio de Calcedonia pudieron decir, después de haber escuchado la carta que les envió el Papa León: <Pedro ha hablado por boca de León>.
El núcleo de esta fe es Jesucristo, verdadero Dios, y verdadero hombre; Cristo a quien Pedro confesó con estas palabras: <Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo> (Mt 16, 16)”

 
Se refiere el Papa Pablo VI en su Homilía al Vicario de Cristo León I el Grande, durante cuyo Pontificado se celebró el Concilio Ecuménico de Calcedonia (451), en el que se ratificó la condena de las herejías nestorianas y monofisitas. Este gran Pontífice del siglo V, consideraba que <ser Papa es un servicio que engrandece al que lo ejerce> y desde luego él,  lo demostró con sus acciones a favor de la Iglesia, defendiéndola con riesgo de su propia vida al salir al encuentro del rey de la tribu salvaje de los hunos, el tristemente célebre Atila, terror de los pueblos, que no dejaba piedra sobre piedra por allí donde pasaba. El Papa León fue a su encuentro, cuando pretendía entrar en Roma y por su acción el Señor permitió el milagro de detener la invasión, impidiendo el masacre terrible que se avecinaba sobre la ciudad Santa.

Dos años más tarde este gran Papa tuvo de nuevo que proteger la ciudad, esta vez, del ataque por mar del rey de los vándalos y alanos, Genserico, evitando sí no el saqueo, al menos su total destrucción. No es de extrañar por ello que los creyentes de todos los tiempos les estemos agradecidos a él y a todos los Papas que como por ejemplo, Pablo VI, defendieron, en él pasado, a la Iglesia católica de sus más terribles enemigos.
 
 
Entre los Papas que quisieron llevar el apelativo de León, tenemos que destacar a León XIII (1878-1903), el cual fue así mismo, un ejemplo extraordinario para la Iglesia por su incansable labor evangelizadora desarrollada durante todo su Pontificado.


Este Papa fue el brillante autor de la célebre Carta Encíclica <Rerum novarum>, que tantos beneficios ha suministrado a la humanidad, y que ha constituido un hito en la lucha por los derechos sociales de los trabajadores y del mundo obrero en general. Escribió además otras muchas cartas Encíclicas entre la que cabe destacar también la que lleva por título <Divinum Illud Hunus>. En esta carta el Papa León XIII nos habla de la <presencia y virtud admirable del Espíritu Santo> (Dada en Roma el 9 de mayo de 1897):
“Y Nos, que constantemente hemos procurado, con auxilio de Cristo Salvador, Príncipe de los Pastores, y Obispo de nuestras almas, imitar su ejemplo, hemos continuado religiosamente su misma misión, encomendada a los Apóstoles, principalmente a Pedro…

Guiados por esa intención, en todos los actos de nuestro Pontificado, a dos cosas principalmente hemos atendido y sin cesar atendemos. Primero, a restaurar la vida cristiana, así en la sociedad pública, como en la familiar tanto en sus gobernantes, como en los pueblos; porque sólo de Cristo puede derivarse la vida para todos. Segundo, a fomentar la reconciliación con la Iglesia de los que, o en la fe o por la obediencia, están separados de ella; pues la verdadera voluntad del mismo Cristo es que haya un solo rebaño, bajo un solo Pastor. Y ahora, cuando nos sentimos cerca ya del fin de nuestra mortal carrera, place consagrar toda nuestra obra, cualquiera que haya sido, al Espíritu Santo, que es vida y amor, para que la fecunde y la madure…”

Bellas palabras del Papa León XIII, el cual había  recogido la antorcha del Magisterio Petrino a la muerte  de otro gran Pontífice, Pio IX  (1792-1878), un hombre extremadamente piadoso y humilde, que se preocupó también desde el principio de su Pontificado, de la comunidad más pobre, abriendo casas para recoger a los huérfanos y asistiendo en sus necesidades a los presos. Su Papado estuvo envuelto en luchas y revoluciones de los hombres y el propio Vaticano llegó a ser asediado por los enemigos de Cristo, siendo necesario el traslado de la Sede a Nápoles. Más tarde un ejército franco-español repuso al Papa en su Sede de Roma, donde siguió trabajando sin tregua por la Iglesia.

 
 
Proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, coincidiendo este acontecimiento con la aparición de la Virgen a la joven Bernadette de Souvirous. A él se debe asimismo la convocatoria del Concilio Vaticano I, que antes hemos recordado, donde se trataron, temas tan importantes como  la <infalibilidad del Papa>.


Entre las Cartas Encíclicas escritas por este Pontífice cabe destacar la titulada <Quanta cura> en la que analizaba las teorías erróneas de su época sobre materia de fe y buenas costumbres y en la que defendía valientemente y de forma certera el Ministerio Papal (<Quanta cura>. Dada en Roma el 8 de diciembre de 1864. Décimo de su Papado):

“Con cuanto cuidado y pastoral vigilancia cumplieron en todo tiempo los Romanos Pontífices, Nuestros Predecesores, la misión a ellos confiada por el mismo Cristo Nuestro Señor, en la persona de San Pedro, Príncipe de los Apóstoles, con el encargo de <apacentar las ovejas y corderos, ya nutriendo a toda la grey del Señor con las enseñanzas de la fe, ya imbuyéndola con sanas doctrinas y apartándolas de los pastos envenenados>…. Porque, en verdad, Nuestros Predecesores, defensores y vindicadores de la sagrada religión católica, de la verdad y de la justicia, llenos de solicitud por el bien de las almas en modo extraordinario, nada cuidaron tanto como descubrir y condenar con sus Cartas y Constituciones, llenas de sabiduría, todas las herejías y errores que, contrarios a nuestra fe divina, a la Doctrina de la Iglesia Católica, a la honestidad de las buenas costumbres y a la eterna salvación de los hombres, levantaron con frecuencia graves tormentas, y trajeron lamentables ruinas así sobre la Iglesia como sobre la misma sociedad civil.
 
 
 
 


Palabras de un Papa del siglo XIX que nos parecen casi reflejar una pintura de los hechos que todos los días acontecen en este nuevo siglo XXI. Sólo han pasado a penas dos siglos y los problemas denunciados por este valeroso Vicario de Cristo siguen acuciando si cabe con mayor rigor a la sociedad, y lo que es peor, el fenómeno se está expandiendo por todos los Continentes de la Tierra, con furibunda maldad, como diría el Papa Pio IX.

Este Papa puede considerarse el último Pontífice que ocupó la silla de Pedro totalmente durante el siglo XIX, porque aunque su sucesor, León XIII, al que ya hemos recordado con anterioridad, comenzó su Papado a finales de este siglo, más concretamente en 1878, lo finalizó en los primero años del siglo XX, esto es en 1903.

Por tanto, con el Papa León XIII nos encontramos a un hombre llamado por Cristo a regir su Iglesia durante una época de transición  entre dos siglos, caracterizada por la desgraciada propagación de los ideales del llamado <modernismo> que a la postre tanto daño han hecho, y siguen haciendo entre las gentes de bien, dentro de la propia Iglesia y en la sociedad civil en general; sí, porque bajo nombres muy diversos se extendieron los errores provenientes de siglos anteriores y a estos se sumaron  otros no menos peligrosos, que han hecho del pasado siglo XX uno de los más aciagos, desde el punto de vista moral y espiritual, de toda la historia de la humanidad, en aras, y esto es lo peor, del desarrollo de la ciencia y de la técnica y con vistas, por supuesto, a una total liberación de prejuicios o miedos religiosos, según se ha querido hacer creer al pueblo llano, pero que realmente a nada bueno ha conducido…
Y como prueba de todo ello, tenemos el enorme número de hombres y mujeres que han dado la vida por Cristo y su Mensaje, durante  siglos...
 
 
 
 
Muchas fueron las Cartas Encíclicas escritas por León XIII, dirigidas a los Obispos, y a toda su grey, con la intención de prevenirles del peligro que se cernía sobre la humanidad, a causa del alejamiento de Dios y de su Hijo Unigénito. Más concretamente, en su Carta <Quod Apostolici Muneris>, dada en Roma en el año 1878, primera de su Pontificado elogiaba de esta forma a algunos de sus predecesores en el Primado de Pedro, admirando la labor evangelizadora por ellos realizada:

“Los Pastores de la Iglesia, a quienes compete el cargo de resguardar la grey del Señor de las asechanzas de los enemigos, procuraron conjurar a su tiempo el peligro y prever a la salud eterna de los fieles. Así que empezaron a formarse sociedades, en cuyo seno se fomentaban, ya entonces la semilla de muchos errores, los Romanos Pontífices Clemente XII (1730-1740) y Benedicto XIV (1740-1758), no omitieron el descubrir los impíos proyectos de las mismas y avisar a los fieles de todo el orbe la ruina que en la oscuridad se estaba preparando.

Pero después que aquellos que se gloriaban con el nombre de filósofos, atribuyeron al hombre cierta desenfrenada libertad, y se empezó a formar y sancionar <derechos nuevos>, como dicen, contra la ley natural y divina, el Papa Pio VI (1775-1799), mostró al punto la perversa índole y falsedad de aquellas doctrinas, en públicos documentos, y al mismo tiempo con una previsión apostólica, anunció la ruina a la que iba ser conducido el pueblo. Más, sin embargo de esto, no habiéndose precavido por ningún medio eficaz para que tan depravados dogmas, no se infiltraran de día en día, en las mentes de los pueblos, y para que no viniesen a ser máximas públicamente aceptadas de gobernación, Pio VII (1800-1823) y León XII (1823-1829), condenaron con anatemas las sociedades secretas y amonestaron otra vez a la sociedad del peligro que por ellas le amenazaba.
A todos, finalmente, es manifiesto con cuan graves palabras y cuanta firmeza y constancia de ánimo, nuestro glorioso predecesor Pio IX, ha combatido, contra los inicuos intentos de las mismas…”    

 
A la vista están los resultados obtenidos por teorías políticas y filosóficas que aseguraban llevar a la liberación de la humanidad y a acercarla cada vez más <a ser como dioses>, a no necesitar de la figura del Divino Creador en una vuelta al paganismo más absoluto, sin embargo esto no podía ser así, como es lógico, solo ha conducido por el contrario, a la esclavitud del sexo, de las drogas, del dinero, en definitiva a la codicia y a la idolatría de falsos dioses… Pero la lucha contra el mal sigue, ha seguido desde León XIII con todos los Papas del siglo XX y muy particularmente con Juan Pablo II y Benedicto XVI.


 
 
Ahora toda la grey de Cristo, tenemos nuestra esperanzas puestas, en el Papa Francisco y ahora más que nunca deben resonar en nuestros oídos las palabras de Jesús: < ¡No tengáis miedo!>. Palabras que recordaba el Papa Juan Pablo II nada más empezar la andadura de su Pontificado y que repitió muchas veces durante él (Cruzando el umbral de la esperanza…):

“Tienen necesidad de esas palabras los pueblos y las naciones del mundo entero. Es necesario que en su conciencia resuenen con fuerza la certeza de que existe Alguien que tiene las llaves de la muerte y de los infiernos; Alguien que es el Alfa y el Omega de la historia del hombre, sea la individual o la colectiva (Apocalipsis 1, 18; 22, 13). Y ese Alguien es Amor (I Juan 4, 8-16): Amor hecho hombre, Amor crucificado y resucitado, Amor continuamente presente entre los hombres. Es Amor Eucarístico. Es fuente incesante de comunión. Él es el único que puede dar plena garantía de las palabras < ¡No tengáis miedo! >”

 Sí, debemos poner todas nuestras esperanzas en ese Alguien que es el Alfa y el Omega, que es Amor, el mal no puede tener la última palabra, porque cuando ya creemos que nadie nos escucha, Dios todavía lo hace, por eso en palabras de Benedicto XVI (Los caminos de la vida interior. El itinerario espiritual del hombre. Ed. Crónica S.L. 2011):

“Quien ora no pierde nunca la esperanza, aún cuando se llegue a encontrar en situaciones difíciles o incluso humanamente desesperadas. Esto nos enseñan las Sagradas Escrituras y de esto da testimonio la Historia de la Iglesia”



La Iglesia y el Papa rezan, pues, por las personas a las que deben ser confiada de manera particular la misión recibida por Dios, rezan por las vocaciones, no solamente sacerdotales y religiosas, sino también por la muchas vocaciones a la santidad entre el pueblo de Dios, en medio del laicado…

La Iglesia reza por los que sufren…la oración por los que sufren y con los que sufren es una parte muy especial de este gran grito que la Iglesia y el Papa alza junto a Cristo. Es el grito por la victoria del bien incluso a través del mal, por medio del sufrimiento, por medio de toda culpa e injusticia humana. Finalmente, la Iglesia reza por los difuntos, y esta oración dice mucho sobre la realidad de la misma Iglesia. Dice la Iglesia está firme en la esperanza de la vida eterna”