"Y Llamando a la gente les dijo: <Escuchad atentamente: lo que entra por la boca no mancha al hombre; lo que sale de la boca, eso es lo que mancha> " (Mt 15, 10-11)
Tanto San Mateo, como San Marcos nos recuerdan estas palabras del Señor, que él dijo con motivo de las acusaciones lanzadas por los escribas y fariseos contra los discípulos de Jesús, porque algunos transgredían la tradición de sus antepasados, al no lavarse las manos antes de comer el pan.
Este hecho tuvo lugar después de la curación en Genesaret, tras la primera multiplicación de los panes, y de su aparición a los Apóstoles durante una tormenta, sobre las aguas del mar de Galilea. Jesús era, pues, ya muy conocido en la región, tanto por su mensaje como por sus portentosos milagros y las autoridades judías, en particular los escribas, pero también los fariseos andaban inquietos con todas estas cosas. Por entonces, algunos llegados desde Jerusalén, se acercaron al Señor con ánimo de ponerle en un serio aprieto al reclamarle por la actitud irregular de sus discípulos frente a la ley rabínica. En la narración de San Mateo podemos leer (Mt 15, 1-2):
"Entonces unos fariseos y maestros de la ley venidos de Jerusalén se acercaron a Jesús y le dijeron:/
¿Cómo es que tus discípulos no observan la tradición de nuestros antepasados? ¿Por qué no se lavan las manos para comer?
Ciertamente, desde antiguo,
muchos pueblos han observado reglas, más o menos rigurosas, relacionadas con la
higiene y la salud corporal, lo cual no está nada mal; el pueblo judío era en
este sentido muy cuidadoso como podemos apreciar a través de la narración del
evangelista. Jesús no estaba, como buen judío que era, en contra de estas
tradiciones rabínicas, pero ante la crítica interesada de los saduceos y
fariseos quiso poner de manifiesto que más importantes que éstas normas de
salud para el cuerpo son las normas de salud para el alma, las cuales ellos
hacía tiempo que habían olvido. Frente a las normas o leyes humanas, opone el
Señor las normas divinas que son las que realmente dan la salud al hombre en su
cuerpo y en su espíritu (Mc 7, 6-13):
"Muy bien profetizó Isaías de
vosotros, farsantes, según está escrito que: Este pueblo me honra con los
labios, más su corazón anda muy lejos de mí; / es vano el culto que me rinde,
enseñando doctrinas, preceptos de hombres./ Dejando a un lado el mandamiento
de Dios, para mantener vuestra tradición. /Porque Moisés dijo: <Honra a
tu padre y a tu madre> y <El que maldijere al padre o a la madre, muera
sin remisión> /Vosotros, sin embargo, decís:
<Sí un hombre dijere al padre o la madre: Queda declarado Korbán, que es
decir: “Ofrenda” todo lo mío que pudieras reclamar en tu provecho, / no le dejáis, ya, hacer nada por
el padre o por la madre, /anulando la palabra de Dios con
vuestra tradición que os transmitisteis de unos a otros; y semejantes a éstas
en este género hacéis muchas cosas"
En efecto, por entonces sucedía,
según denunciaba Jesús, que cuando un hijo desnaturalizado quería quitarse de
encima el cuidado de su padre o de su madre, o de ambos en su caso, declaraba
que sus bienes nominalmente estaban consagrados a Dios (Korbán) y con ello
quedaba exonerado de cumplir con el
cuarto mandamiento del Decálogo: <Honra a tu padre y a tu madre; así se
propagarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar>. Así
reza el cuarto mandamiento en la versión del libro del Éxodo (20, 12): < El
precepto va dirigido a los hijos y habla de los padres; refuerza, por tanto,
las relaciones entre generaciones y la comunión de la familia, como un orden
querido y protegido por Dios. Habla del País y de la continuidad de la vida en
el País, como espacio vital del pueblo, y el orden fundamental de la familia, y
vincula la existencia del pueblo y del País a la comunión de generaciones que
se crea en la estructura familiar> (“Jesús de Nazaret. Primera parte. Joseph
Ratzinger. Papa Benedicto XVI. Ed. Esfera de los libros 2007)
A través del relato del evangelista San Marcos observamos que Jesús le da una importancia capital al cuarto mandamiento de la Ley de Dios reprochando a los fariseos su aptitud hipócrita y falsa, al poner la ley de los hombres por encima de ésta. Por otra parte, para que la gente del pueblo, menos instruida que los escribas y fariseos, entendieran el trasfondo de la cuestión promovida por éstos, les propuso una parábola. Mediante este ejemplo trata de acercar el pensamiento de estas gentes sencillas al de las mentes rebuscadas de los eruditos de la época. A este respecto el Papa Benedicto XVI nos recordó lo siguiente (Ibid):
“Cada educador, cada maestro que
quiere transmitir nuevos conocimientos a sus oyentes, recurrirá alguna vez al
ejemplo, a la parábola. Mediante el ejemplo acerca el pensamiento de aquellos a
los que se dirige, a una realidad que hasta entonces, estaba fuera de su
alcance”
La parábola, que en esta ocasión
narró Jesús es la que trata precisamente de <lo que contamina y de lo que
no> (Mc 7, 14-16):
"Y llamando de nuevo a sí a la
turba, les decía: Escuchadme todos y entended / Ninguna cosa hay que de fuera
del hombre entre en él, que sea capaz de contaminarle, sino que las que del hombre salen, son las que contaminan
al hombre. / Quién tenga oídos para oír,
escuche"
Se refiere el Señor a la
contaminación del alma, que tanto daño produce en el hombre, muchas veces incluso en su estado físico,
además de en su estado anímico; pero, con todo, refiriéndose a esta parábola
asegura el Papa Benedicto XVI (Ibid):
“La profundidad de esta parábola
es tal, que puede darse la incapacidad de descubrir su dinámica y de dejarse
guiar por ella. Puede incluso, que no haya voluntad de dejarse llevar por el
movimiento que la parábola exige”
No es pues de extrañar, que los
fariseos al escucharla, se escandalizaran, porque realmente no tenían ninguna
intención de cumplir con la ley divina (Mt 15, 12-13):
"Entonces acercándose los
discípulos, le dicen: ¿Sabes que los fariseos al oír tales palabras se escandalizaron? / Él, respondió, dijo: Todo
plantío que no plantó mi Padre celestial, será arrancado de raíz"
Los discípulos, a pesar de estas
explicaciones del Señor no se quedaron tranquilos sobre el significado de sus
palabras y cuando llegaron a un lugar alejado de las gentes volvieron a
insistir sobre el tema, pidiéndole más explicaciones sobre el significado de la
parábola que les había expuesto.
Jesús acongojado les respondió (Mc 18-23):
Jesús acongojado les respondió (Mc 18-23):
"¿Así vosotros también estáis faltos
de inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre no es capaz de contaminarle? / pues que no entra en el corazón, sino en el vientre, y de allí
va a parar a la letrina / Y decía que: Lo que del hombre
sale, esto contamina al hombre. / Porque de dentro, del corazón de
los hombres, salen los malos pensamientos, esto es, las fornicaciones, los
hurtos, los homicidios, / los adulterios, las codicias,
las maldades, el dolo, el libertinaje, el mal de ojo, la maledicencia, la
soberbia, la privación del sentido moral; / todas estas cosas malas salen de
dentro y contaminan al hombre."
Es la larga lista de culpas que han abatido al hombre a lo largo de los siglos, desde el mismo momento de su existencia y que sin lugar a dudas proceden del Maligno.
En estos momentos, en el tercer milenio, desde la llegada del Mesías a la tierra, la caída del hombre en el pecado sigue su curso, el hombre sigue escuchando a Satanás, sigue siendo embaucado por su oferta aparentemente atractiva de llegar a ser como Dios…
Ciertamente el pecado sale del corazón del hombre como nos dijo el Señor y por ello es conveniente que en este año proclamado <de la fe> por el Papa Benedicto XVI y en todos los venideros, leamos en el Catecismo de la Iglesia católica algunas cuestiones al respecto tal como él nos ha recomendado encarecidamente (C.I.C nº 386-387):
-La realidad del pecado, y más
particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de la
Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede
reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo
únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un
error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada etc. Sólo
en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el
pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que
puedan amarle.
Análisis profundo del origen del
pecado el que nos da el Catecismo de la Iglesia católica, y sobre el que los
creyentes pasamos casi de puntillas sin apenas fijarnos en su gran significado,
pero lo que sí todo creyente debe tener claro es que el peligro de incumplir la
Ley de Dios, procede definitivamente del interior del hombre, de su corazón,
tal como enseñaba Jesús con su parábola a causa del requerimiento de los
fariseos y escribas respecto al cumplimiento de una ley impuesta por hombre
(ley rabínica).
Con razón el Beato Tomás de
Kempis (1380-1471) cantaba estás bienaventuranzas en su libro (Imitación de
Cristo. Tratado tercero):
“Bienaventuradas las orejas que
reciben en sí las sutiles inspiraciones divinas y no se preocupan de las
murmuraciones mundanas.
Bienaventurados los ojos que
están cerrados a cosas exteriores, y muy atentos a las interiores.
Bienaventurados los que penetran
las cosas interiores y estudian con ejercicios continuos de prepararse cada día
más, para recibir los secretos celestiales.
Bienaventurados los que se ocupan
en sólo Dios, y se sacuden de todo impedimento del mundo”
-Tras la elección desobediente de
nuestros primeros padres, se halla una voz seductora, opuesta a Dios (Gn 3,
1-5) que por envidia, los hace caer en la muerte. La Escritura y la Tradición
de la Iglesia ven en éste ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (Jn Ap
12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios: <El
diablo y los otros demonios fueron credos por Dios con una naturaleza buena,
pero ellos se hicieron así mismos malos> (Cc, de Letrán IV año 1215; DS 8oo).
Igualmente, como también nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica el ser humano una vez ha caído en las asechanzas del diablo queda a su merced, desaprovechando la gracia divina al desobedecer los mandato de Dios, encontrándose entonces, en grave peligro de perder su alma para siempre (CIC nº 397 y 398):
-El hombre tentado por el diablo,
dejó morir en su corazón la confianza en el Creador (Gn 3, 1-11), y abusando de
su libertad, desobedeció el mandamiento de Dios. En esto consistió el primer
pecado del hombre (Rm 5, 19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a
Dios y una falta de confianza en su bondad.
-En este pecado, el hombre se
prefirió así mismo, en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios; hizo
elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de
criatura, y por tanto contra el propio bien…
Sin embargo y por la clemencia de Dios, frente a este comportamiento inicuo del hombre hacia su Creador, Él nos mandó a su Hijo unigénito para nuestra salvación:
San Juan Bautista confirma esta misión indicando a Jesús como <el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo> (Jn 1, 29). Toda la obra y predicación del Precursor es una llamada enérgica y ardiente a la penitencia y a la conversión, cuyo signo es el bautismo administrado en las aguas del rio Jordán.
El mismo Jesús se somete a este rito penitencial (Mt 3, 13-17), no porque haya pecado, sino porque <se deja contar entre los pecadores>; es ya el <cordero de Dios que quita el pecado del mundo>; anticipa ya el <bautismo de su muerte sangrienta>.
La salvación es pues, y ante todo, redención del pecado como impedimento para la amistad con Dios, y liberación del estado de esclavitud en la que se encuentra el hombre que ha cedido a la tentación del Maligno y ha perdido la libertad de los hijos de Dios”
(Carta Apostólica en forma de Motu proprio <Misericordia Dei>. Juan Pablo II. Dada en Roma el 7 de abril del año 2002).
Ciertamente las palabras del
Papa Juan Pablo II nos muestran toda la grandeza y misericordia de Dios
hacia los hombres y todo el despropósito y bajeza de estos hacia su Creador.
También el Apóstol San Pablo, convencido como estaba del mensaje de Cristo escribía una carta a los habitantes de Roma para estimularles a salir del pecado en el que algunos se encontraban y alcanzar así una <nueva vida> (Rm 6, 1-4):
También el Apóstol San Pablo, convencido como estaba del mensaje de Cristo escribía una carta a los habitantes de Roma para estimularles a salir del pecado en el que algunos se encontraban y alcanzar así una <nueva vida> (Rm 6, 1-4):
-¿Qué diremos pues?
¿Continuaremos en el pecado, para que la gracia abunde?
-De ninguna manera. Los que hemos
muerto al pecado ¿Cómo viviremos aún en él?
- ¿O ignoráis que cuantos
fuisteis bautizados en Cristo Jesús, en su muerte fuisteis bautizados?
-Fuimos, pues, con sepultados con
el Bautismo, para participar en su muerte, para que así como Cristo resucitó de
entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos con
vida nueva.
Esclarecedoras palabras del
Apóstol que llenan, sin duda, de esperanza el corazón de los hombres de buena
voluntad y que les invitan a desterrar el pecado de sus vidas, porque ¿cómo el
hombre que ha conocido a Dios, que incluso ha sido bautizado en la sangre de
Cristo, puede seguir pecando?
Más aún ¿cómo es posible que en este nuevo milenio se sigan comportando los seres humanos como los paganos de tiempos de San Pablo? Si será como dice el Apóstol en su carta a los romanos que (Rm 1, 21-23):
Más aún ¿cómo es posible que en este nuevo milenio se sigan comportando los seres humanos como los paganos de tiempos de San Pablo? Si será como dice el Apóstol en su carta a los romanos que (Rm 1, 21-23):
-Porque habiendo conocido a Dios,
no lo glorificaron como Dios, ni le dieron gracias, antes se desvanecieron en
sus pensamientos, y se entenebreció su insensato corazón.
-Alardeando de sabios, se
embrutecieron;
-y trocaron la gloria del Dios
inmortal por un simulacro de imagen de hombre corruptible, y de volátiles, y de
cuadrúpedos, y de reptiles.
Las palabras del Apóstol reflejan
el comportamiento de una sociedad que habiendo conocido de cerca al verdadero
Dios, sin embargo cometieron el pecado capital de negarlo, entenebreciendo sus
corazones, y con ello anulando su inteligencia que ya sería incapaz de conocer
la verdad (conciencia errónea). Y de todo ello, resultó además la estupidez y
el embrutecimiento de sus corazones, siendo conducidos finalmente a la
idolatría, a la adoración de <falsos dioses>: <hombres corruptibles,
volátiles, cuadrúpedos…>, y hasta reptiles que como se sabe son animales
siempre asociados a la figura del demonio…
¿Acaso no nos recuerdan estas
palabras de San Pablo muchas de las situaciones que hoy en día se presentan en
nuestras sociedades? Los Papas de los últimos cien años han venido denunciando
cada vez con mayor urgencia, la paganización, el retroceso en la moralidad y el
abandono de fe en el mensaje de Cristo.
No tenemos más que seguir recordando la carta de San Pablo a los romanos para comprender la certeza de estas denuncias y recordar que Dios castigó a aquellos paganos impíos con una corrupción generalizada (Rm 1, 24-32).
No tenemos más que seguir recordando la carta de San Pablo a los romanos para comprender la certeza de estas denuncias y recordar que Dios castigó a aquellos paganos impíos con una corrupción generalizada (Rm 1, 24-32).
Sucedió, en efecto, como señala
San Pablo en su carta, que Dios que ha hecho a los hombres libres, <permitió
que cayeran en manos de las
concupiscencias de sus corazones>, dejándoles ir tras la torpeza hasta
<afrentar entre sí sus propios cuerpos>, y así mismo permitió que éstos
se entregaran a <pasiones afrentosas>. Pues por una parte, <hombres
trocaron el uso natural por otro contra naturaleza>…En definitiva, cayeron
en una perversión total del sentido moral, algo que nuestros días no está
tampoco muy alejado de la realidad de algunos hombres.
Sí, encontramos grandes similitudes entre los paganos de Roma y los hombres del nuevo milenio, era algo que preocupó enormemente al Papa Juan Pablo II, como puso de manifiesto, ya a las puertas del nuevo siglo, en su carta Encíclica <Tertio millennio adveniente> (1994) :
“Un serio examen de conciencia ha
sido auspiciado por numerosos Cardenales y Obispos sobre todo para la Iglesia
presente. A las puertas del nuevo Milenio los cristianos deben ponerse
humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que
ellos tienen también en relación a los males de nuestros tiempos. La época
actual junto a muchas luces presenta igualmente no pocas sombras.Sí, encontramos grandes similitudes entre los paganos de Roma y los hombres del nuevo milenio, era algo que preocupó enormemente al Papa Juan Pablo II, como puso de manifiesto, ya a las puertas del nuevo siglo, en su carta Encíclica <Tertio millennio adveniente> (1994) :
¿Cómo callar por ejemplo, ante la
indiferencia religiosa que lleva a muchos hombres de hoy a vivir como si Dios
no existiera o a conformarse con una religión vaga, incapaz de enfrentarse con
el problema de la verdad y con el deber de la coherencia?”
Reflexionando sobre esta denuncia
del Papa Juan Pablo II asusta comprobar la certeza de la misma; se trata de una
especie de gnosticismo encubierto que embota los sentidos de muchas
personas y que está haciendo mucho daño incluso en el seno de la Iglesia
católica.
Y además, como también denunciaba el Papa Juan Pablo II, en esta misma Carta Encíclica (Ibid):
“A esto hay que añadir, la
extendida pérdida del sentido transcendente de la existencia humana y el
extravío en el campo ético, incluso en los valores fundamentales del respeto a
la vida y a la familia. Se impone además a los hijos de la Iglesia una
verificación: ¿En qué medida están también ellos afectados por la atmósfera de
secularismo y relativismo ético? ¿Y qué parte de responsabilidad deben
reconocer también ellos, frente a la desbordante irreligiosidad, por no haber
manifestado el genuino rostro de Dios, <a causa de los defectos de sus vidas
religiosa, moral y social?”Y además, como también denunciaba el Papa Juan Pablo II, en esta misma Carta Encíclica (Ibid):
Sí, sería muy
conveniente que los cristianos nos interrogáramos, como pedía este Papa, en aras de
comprobar hasta qué punto los defectos de nuestra vida religiosa, moral y social
nos permite, aún, ver el genuino rostro de nuestro Creador. Y es que, como
aseguraba este Pontífice, a finales del siglo pasado (Ibid):
“De hecho, no se puede negar que
la vida espiritual atraviesa entre muchos que se dicen creyentes<momentos de incertidumbre> que afectan no sólo a la vida moral, sino incluso a la oración y a la misma <rectitud teologal de la fe>. Está ya probado, por la confrontación con nuestro tiempo, a veces desorientada por posturas teológicas erróneas, que se difunden también a causa de la crisis de obediencia al Magisterio de la Iglesia"
En este sentido, otras preguntas que surgen son: ¿Cómo cambiar el corazón del hombre? ¿Cómo hacerle comprender que el pecado proviene del alma? porque todos los males de la humanidad, como nos dijo el Señor, provienen del interior del hombre, de su corazón, y mientras que no cambie éste, las sociedades seguirán cayendo una y otra vez en brazos del Maligno.
Hay que llamar a las cosas por su nombre, no debemos olvidar jamás que el mal está instaurado en el mundo desde el mismo momento de la creación de los ángeles por Dios, estos seres puros destinados a dar gloria eterna al Creador y que sin embargo en un acto de soberbia se convirtieron en demonios. Desde entonces, por envidia al hombre, le instiga, le induce y le empuja hacia el mal, le engaña en definitiva, ocultándole incluso que puede vencerle, que pueden vencer el pecado.
La clave para vencer el pecado está en la <contemplación del rostro de Jesús> y en dar <testimonio de los Evangelios>, tal como nos explicaba también, el Papa Juan Pablo II, en su carta Apostólica <Novo Millennio Ineunde>:
Nuestro testimonio sería, además,
enormemente deficiente si nosotros no fuéramos los primeros contempladores de
su rostro”
La contemplación del rostro de Cristo implica el conocimiento profundo de su Palabra, de lo que de Él se dice en las Sagradas Escrituras, esto es, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento y por supuesto de lo que la Tradición de la Iglesia, a través de los santo Padres, ha llegado hasta nosotros de su celestial Persona.
Precisamente como el Papa Juan Pablo II reconocía en su carta, la gran herencia que la experiencia jubilar dejaba era <la contemplación del rostro de Cristo> (Ibid):
“Contemplado en sus coordenadas históricas y
en su misterio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo,
comparado como sentido de la historia y luz de nuestro camino…”La contemplación del rostro de Cristo implica el conocimiento profundo de su Palabra, de lo que de Él se dice en las Sagradas Escrituras, esto es, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento y por supuesto de lo que la Tradición de la Iglesia, a través de los santo Padres, ha llegado hasta nosotros de su celestial Persona.
Precisamente como el Papa Juan Pablo II reconocía en su carta, la gran herencia que la experiencia jubilar dejaba era <la contemplación del rostro de Cristo> (Ibid):
Porque como decía San Jerónimo, el gran
doctor de la Iglesia (332-420):
“Ignorar las Escrituras es
ignorar a Cristo mismo”
Por otra parte, los cristianos de hoy tenemos otra herramienta de trabajo fundamental para llegar a conocer en plenitud el rostro de Cristo y su mensaje, nos referimos al Catecismo de Iglesia Católica, el cual tan encarecidamente nos ha recomendado el Papa Benedicto XVI que consultemos constantemente para aclarar nuestras dudas en cualquier tema relacionado con la fe, precisamente en este año que él ha querido convocar como <año de la fe>, y que ya está a punto de acabar, pero que todavía podemos aprovechar en este sentido.
Fue tras el Concilio Vaticano II,
más concretamente en el año 1985, cuando se convocó un Sínodo extraordinario de
Obispos, en el que, según el Papa Juan Pablo II, se fraguó la iniciativa de
presentar un nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, aunque algunos teólogos
opinaron que en ese momento no era necesario, pues era una forma caduca de
presentar la fe.
Pues bien, el tiempo ha dado la razón a aquellos otros que defendían la idea de que un nuevo Catecismo era una gran necesidad de la Iglesia, tal como manifestaba el Papa Juan Pablo II (Diálogo mantenido con el periodista Vittorio Massori. <Cruzando el umbral de la esperanza>. Círculo de lectores 1995):
“El Catecismo era indispensable
para que toda la riqueza del magisterio de la Iglesia, después del Concilio
Vaticano II, pudiera recibir una nueva síntesis, y en cierto sentido, una nueva
orientación; sin el Catecismo de la Iglesia universal, esto hubiera sido
inalcanzable. Cada ambiente concreto, con base en este texto del magisterio,
crearía sus propios catecismos según las necesidades locales.Pues bien, el tiempo ha dado la razón a aquellos otros que defendían la idea de que un nuevo Catecismo era una gran necesidad de la Iglesia, tal como manifestaba el Papa Juan Pablo II (Diálogo mantenido con el periodista Vittorio Massori. <Cruzando el umbral de la esperanza>. Círculo de lectores 1995):
En tiempo relativamente breve fue
realizada esa gran síntesis; en ella, verdaderamente tomó parte toda la
Iglesia. Particular merito debe reconocérsele al Cardenal Joseph Ratzinger,
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe. El Catecismo, publicado
en 1992, se convirtió en un betseller en
el mercado mundial del libro, como confirmación de lo grande que era la demanda
de este tipo de lectura, que a primera vista pudiera parecer impopular”
Por su parte, el Papa Benedicto XVI nos recomendó la lectura del Catecismos de la Iglesia Católica en una Carta Apostólica, asegurando entre otras muchas cosas que:
“…el Catecismo ofrece una memoria
permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y
ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe…
la enseñanza del Catecismo sobre la vida
moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la
liturgia y la oración…”
En efecto, remitiéndonos en
concreto al tema del pecado del hombre y del duro combate que debe realizar
para combatirlo con constancia podemos leer en el Catecismo de la Iglesia
Católica (C.I.C nº 407 , nº 408):
-Las consecuencias del pecado
original y de todos los pecados personales de los hombres confieren al mundo en
su conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión de
San Juan: <el pecado mundial> (Jn 1, 29). Mediante esta expresión se
significa también la influencia negativa que ejercen sobre las personas las
situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los
pecados del hombre.
-Esta situación dramática del
mundo que <todo entero yace en poder del maligno> (I Jn 5, 19; IP 5, 8),
hace de la vida del hombre un combate:
A través de toda la historia del
hombre se extiende una dura batalla
contra los poderes de las tinieblas que, iniciado ya desde el origen del mundo,
durará hasta el último día según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el
hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes
trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí
mismo.
Recordaremos por último las
reconfortantes palabras del Papa
Juan Pablo II a propósito de la acción defensora, contra el pecado, del Espíritu
Santo (Audiencia general de 24 de mayo 1989):
“Cuando Jesús en el Cenáculo, la
vigilia de su Pasión, anuncia la venida del Espíritu Santo, se expresa de la
siguiente manera: <El Padre os dará otro Paráclito>.
Con estas palabras se pone de relieve que el propio Cristo es el primer Paráclito, y que la acción del Espíritu Santo será semejante a la que Él ha realizado, constituyendo casi su prolongación.
Jesucristo, efectivamente, era el
<defensor> y continúa siéndolo. El mismo Juan lo dirá en su primera
Carta: <Si alguno peca, tenemos a uno que abogue (Parakletos) ante el Padre,
a Jesucristo, el Justo> (I Jn 2, 1).
El abogado defensor es aquel que
poniéndose de parte de los que son culpables, debido a los pecados cometidos,
los defiende del castigo merecido por sus pecados, los salva del peligro de
perder la vida y la salvación eterna. Esto es precisamente lo que ha realizado
Cristo. Y el Espíritu Santo es llamado <Paráclito>, porque continúa haciendo
operante la redención con la que Cristo nos ha liberado del pecado y de la
muerte eterna”