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martes, 1 de abril de 2014

JESÚS Y LA CONSTRUCCIÓN Y DEFENSA DE LA PAZ



 
 


La construcción y defensa de la Paz implica el amor a los enemigos, así lo manifestó Jesús en su Sermón de la montaña cuando dijo (Mt 5, 9):
“Bienaventurados los que trabajan por la Paz, porque serán ellos llamados hijos de Dios”

Cristo, nos dio ejemplo, con su sangre derramada en la Cruz:

<Dio muerte al odio entre los hombres, reconciliándolos con Dios, e hizo de su Iglesia el Sacramento de la unidad del género humano>.

En este sentido, Dios habló por boca de San Pablo a través de la  Carta a los Efesios al confirmar la unidad de gentiles y judíos en Cristo (Ef 2, 13-14):
"Ahora, gracias a Cristo Jesús, los que en un tiempo estabais lejos estáis cerca por la sangre de Cristo / Él es nuestra Paz: él, que de los dos pueblos ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: la enemistad"

El Apóstol, parece referirse en estos versículos a un hecho histórico, la separación de  judíos y gentiles en el Templo mediante un muro allí construido,  que él compara con  la enemistad entre los dos pueblos.
Hechos como éste se han dado muchas veces, a lo largo de la historia de la humanidad, entre pueblos próximos, por el  llamado: <odio hacia el otro>.
Recordemos por ser más cercano para nosotros el desgraciadamente celebre muro de Berlín (1961-1989).


Por eso, sigue diciendo San Pablo en su Carta, refiriéndose a Jesús (Ef 2, 17-18):
"Vino a anunciar la Paz: Paz a vosotros los de lejos, Paz también a los de cerca / Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre por medio de Él en el Espíritu"

Por Cristo los hombres somos miembros de una misma familia,  la familia de Dios, y por ello, todos juntos deberíamos construir la Paz y defenderla (Catecismo de la Iglesia católica  nº 2305 y nº2306):
-La Paz terrenal es imagen y fruto de la Paz de Cristo, el <Príncipe de la Paz mesiánica> (Is 9, 5)

-Los que renuncian a la acción violenta y sangrienta y recurren  para la defensa de los derechos a medios que están al alcance de los más débiles, dan testimonio de caridad evangélica, siempre que ésta se haga sin lesionar los derechos y obligaciones de los otros hombres y de la sociedad. Atestiguan legítimamente la gravedad de los riesgos físicos y morales del recurso a la violencia con sus ruinas y sus muertos (GS 78, 5)

Tengamos, pues, en cuenta sobre todo, que el quinto mandamiento de la Ley de Dios, recordado y ampliado por Jesús en su Sermón de la montaña, viene a decirnos (Mt 5 21-22):

"Oísteis que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate, será reo de  juicio  (Ex 20, 13) / Más yo os digo: que todo el que se encolerice con su hermano, será procesado; y si uno llama a su hermano <raca>, tendrá  que comparecer ante el Sanedrín y si lo llama insensato merece la condena de la gehena"

Jesús amplia el quinto mandamiento que exige no matar, con el deber de reconciliación con el hermano. El Señor actúa como legislador en este caso, no como lo hiciera el Patriarca Moisés, mero transmisor de las disposiciones de Dios, esto es, Jesús actúa como autor soberano de la Ley, afirmando de forma implícita su naturaleza divina. Los versículos (5, 22) y (5, 23) parecen, en principio demasiado exigentes, sin embargo hay que tener en cuenta el significado exacto de los apelativos aquí utilizados, que tienen un sentido muy grave en el idioma original, utilizado por el Señor. Así, <raca>, sería, al dejarse llevar de la cólera, un insulto muy importante contra el hermano, e insensato ó imbécil,  supondría prácticamente una maldición contra el semejante. 


Por todo ello los hombres deberían evitar ante todo las confrontaciones armadas, para estar seguros de cumplir con el quinto mandamiento de la Ley  y no merecer las máximas penas de Dios, el día del juicio final (Catecismo de la Iglesia Católica nº2307-2308):

-El quinto mandamiento condena la destrucción voluntaria de la vida humana. A causa de los males y de las injusticias que acarrean toda guerra, la Iglesia insta constantemente a todos a orar y a actuar para que la Bondad divina nos libre de la antigua servidumbre de la guerra.

-Todo ciudadano y todo gobernante están obligados a empeñarse en evitar las guerras.
Sin embargo, mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez agotados todos los medios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legítima defensa (GS 79, 4).

Así mismo, la Iglesia una vez establecida la guerra por motivos diversos, también nos advierte de que (C.I.C nº2313, nº2314, nº2315 y nº2317):
"Es preciso respetar y tratar con humanidad a los no combatientes, a los soldados heridos y a los prisioneros.
Las acciones deliberadamente contrarias al derecho de gentes y a sus principios universales, como asimismo las disposiciones que las ordenan, son crímenes. Una obediencia ciega no basta para excusar a los que se someten a ella. Así, el exterminio de un pueblo, de una nación o de una minoría étnica debe ser condenado como un pecado mortal. Existe la obligación moral de desobedecer aquellas decisiones que ordenan genocidios / Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o amplias regiones con sus habitantes, es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo, que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones (GS 80, 4). Un riesgo de la guerra moderna consiste en facilitar, a los que poseen armas científicas, especialmente atómicas, biológicas o químicas, la ocasión de cometer semejantes crímenes / La acumulación de armas es para muchos una manera paradójica de apartar de la guerra a posibles adversarios…Este procedimiento de disuasión merece severas reservas morales. La carrera de armamentos no asegura la paz…El exceso de armamento multiplica las razones de conflictos y aumenta el riesgo de contagio /Las injusticias, las desigualdades excesivas de orden económico o social, la envidia, la desconfianza y el orgullo, que existen entre los hombres y las naciones, amenazan sin cesar la paz y es causa de las guerras. Todo lo que se hace para superar estos desordenes contribuyen a edificar la paz y evitar la guerra:
En la medida que los hombres son pecadores les amenaza y les amenazará, hasta la venida de Cristo, el peligro de la guerra; en la medida de que unidos por la caridad, superan el pecado, se superan también las violencias hasta que se cumpla la Palabra: “De sus espadas forjarán arados y de sus lanzas podaderas. Ninguna nación levantará ya más la espada contra otra y no se adiestrarán más para el combate” (Is 2, 4)  (GS 78, 6)”

 
Esta última frase recogida en el Catecismo de la Iglesia Católica, pertenece al Concilio Vaticano II, y está basado  en la profecía de Isaías, el cual había sido llamado por el Señor para que promoviera y mantuviera viva su Antigua Alianza con el pueblo elegido, en tiempos del Patriarca Moisés, y le preparara para la Nueva Alianza con la llegada del Mesías. Isaías profetizó en Jerusalén hacia el año 738 antes de Cristo, por mandato de Yahveh, sobre la gloria mesiánica de Israel, por eso el versículo (2, 4) viene a decir:

-Y el Señor juzgará  entre las naciones y reprenderá a muchos pueblos; entonces romperán sus espadas, trocándolas en arados y sus lanzas en podaderas. No se alzará ya espadas, pueblos contra pueblos, ni se adiestrarán más en la guerra. 

Profecía que se ha cumplido en parte, porque venir sí que vino el Mesías, pero las guerras siguen existiendo, no solo entre las naciones, sino entre las personas y lo que es peor, incluso, entre los miembros de una misma familia. Por eso, lo que si  parece que se esté cumpliendo desde hace  algún tiempo es la profecía de Jesús sobre el fin del mundo (Mt 24, 4-12):

"Estad atentos a que nadie os engañe / porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Mesías, y engañarán a muchos / Vais a oír hablar de guerras y noticias de guerra. Cuidado no os alarméis, porque todo esto ha de suceder, pero todavía no es final / Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá hambre, epidemias, terremotos en diversos lugares / todo esto será el comienzo de los dolores / Os entregarán al suplicio y os matarán, y por mi causa os odiarán todos los pueblos / Entonces muchos se escandalizarán y se traicionarán mutuamente, y se odiarán unos a otros / Aparecerán muchos falsos profetas y engañarán a mucha gente / y al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría"

Aunque muchos exegetas han creído ver en estas palabras de Jesús un anunció de lo que sucediera hacia el año 70 d.C. durante el reinado del emperador Vespasiano, esto es, la conquista de Jerusalén y la destrucción del Templo, por su hijo Tito, lo cierto es que los tintes apocalípticos de la profecía del Señor parecen conducirnos a tiempos más lejanos, en las postrimerías; concretamente, parece referirse al tiempo en que el Mesías, vuelva a este mundo para juzgar a los vivos y a los muertos por sus acciones malas o buenas. Prueba bastante aceptable, que avalaría esta suposición son las mismas palabras del Señor que aparecen a  continuación de los versículos anteriores (Mt 24, 13-14):


"Pero el que persevere hasta el final se salvará / Y se anunciará el Evangelio del reino en todo el mundo como testimonio para todas las gentes, entonces vendrá el fin"

Verdad es que aún quedan muchas zonas del mundo donde la evangelización ha llegado poco o nada pero ya son menos; muchos misioneros y misioneras están dedicados a esta labor tan encomiable y sacrificada, que tantos mártires sigue dando a la Iglesia, y por otra parte, como nos han advertido los Papas de los últimos años, estamos en tiempos en que también los laicos tenemos que hacer un esfuerzo mayor en aportar <nuestro granito de arena> a favor de esta labor silenciosa, pero tan satisfactoria de llevar la Palabra del Señor a todos los rincones de la tierra.
Y ahora se puede, porque los medios de comunicación tan potentes que actualmente tiene la humanidad lo permiten; aprovechemos por tanto, es nuestra hora; el Señor así lo ha pedido y lo sigue pidiendo a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

Él sufrió por los hombres y sigue sufriendo, con el mismo dolor que le llevó a llorar por la ciudad Santa, y por sus habitantes, ya próxima su Pasión y Muerte.

En efecto, cuenta San Lucas en su Evangelio que tras la entrada triunfar de Jesús en Jerusalén, donde las gentes gritaban a su paso: ¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en  las supremas alturas! unos fariseos entre las gentes, escandalizados por estas alabanzas que consideraban inmerecidas clamaron (Lc 19, 39):

Maestro increpa a tus discípulos. Pero Jesús respondió (Lc 19, 40): Os digo que si estos callaran, las piedras clamarán. Y luego estando ya cerca de la ciudad de Jerusalén, lloró por ella diciendo (Lc 19, 41): ¡Ah, sí conocieras también tú en este día lo que lleva a la Paz! Más ahora se oculta a tus ojos.

¿De qué Paz habla el Señor? podríamos preguntarnos. Los Padres de la Iglesia nos han dicho que la Paz de la habla Jesús es <la salvación de nuestro Dios> (Is 52, 7-10), esto es, del Mesías profetizado por Isaías en el siglo VIII a. C,


aquel que con su Pasión, Muerte y Resurrección nos salvó  de las penas del infierno, si creíamos y obedecíamos sus Mandamientos.

La llegada a Jerusalén, arrancó lágrimas de los ojos del Señor porque conocía las penalidades por las que habría de pasar la ciudad y sus habitantes en un futuro no muy lejano. Es realmente emocionante y digno de admiración el llanto de Jesús al entrar en la ciudad santa, revelador del amor y misericordia de Dios.
Por otra parte, su elegía profética, nos recuerda que la perdición de los hombres es consecuencia de la ceguedad voluntaria de los mismos, por no reconocer aquel camino que conduce a la Paz verdadera, porque como Cristo aseguró  refiriéndose a Jerusalén, pero que por extensión deberíamos aplicar a tantas otras catástrofes de la historia de la humanidad en las que las penalidades y  la desolación fueron sobrevenidas por dicho desconocimiento (Lc 19, 43-44):
"Vendrán días sobre ti en que levantarán una valla tus enemigos contra ti, y te cercarán y te estrecharán por todas partes / y te arrasarán y estrellarán a tus hijos en ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, en razón de no haber conocido el tiempo oportuno de tu visitación"


Así fue como sucedió, por eso (Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel .Misal del hombre católico):

“Cuidémonos de no seguir el ejemplo del pueblo elegido, que para distraerse del aburrimiento, se fabricó un becerro de oro, y empezó a comer y a danzar en torno de él. San Pablo (I Co 10, 6-13) nos cuenta los terribles castigos de esta prevaricación y Nuestro Señor (Lc 19, 41-47) nos anuncia con lágrimas en los ojos lo que sería de nuestra alma si llegáramos a cansarnos de caminar por las sendas de la vida.


Contra el desaliento, vayamos a buscar la fortaleza en el Santísimo Sacrificio, acerquemos a recibir el Pan de los fuertes y digamos, llenos de confianza: <He aquí a Dios que viene en mi ayuda. Señor se fiel a tus promesas y ahuyenta a mis enemigos>. Y vivamos convencidos de que los mandamientos de Dios son rectos y alegran los corazones”


Y tengamos en cuenta, así mismo, que Jesús lloró por los hombres, por todos los hombres, de todos los tiempos, y fue semejante a nosotros en todo, excepto en el pecado, tal como el Papa Juan Pablo II, en la Audiencia general del 3 de febrero del año 1998  nos recordaba:

“El hijo de Dios con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre, <trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre>. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, semejante a nosotros en todo, excepto en el pecado (Gaudium et Spes, 22)”

Sin embargo, parece que siempre han habido y habrán guerras entre los hombres hasta el día del juicio final, principalmente por la falta de justicia.

Ya en el Antiguo Testamento, más concretamente en el Salterio, podemos encontrar las lamentaciones del orante, por un pueblo depravado y falto de justicia (Sal 14 (13):

"El insensato dice en su corazón <Dios no existe>, todos se han pervertido, todos obran mal, no hay quien obre bien / El Señor observa desde el cielo a los hombres para ver si hay alguno cuerdo que busque a Dios / Todos están descarriados, en masa pervertidos, no hay nadie que obre bien, ni uno solo /¿No aprenderán los malvados que devoran a mi pueblo como pan y no invocan en nombre del Señor? Pero a su hora temblarán de espanto, pues el Señor está con la raza de los justos…Se burlan de la esperanza de los pobres, pero el Señor es su refugio"


Sí, el Señor escuchó desde antiguo las suplicas de los profetas y de los hombres de buena voluntad, de los justos, y se hizo hombre para salvarlos de tanta iniquidad:

<El Padre no se desentendió de nuestra estirpe en camino hacia la destrucción y envió desde el cielo a su Hijo como Señor y como medico>  (Catequesis de San Cirilo de Jerusalén).

Sin embargo, el mal existe y a lo largo de los siglos, el hombre se ha hecho muchas veces esta injusta reflexión, pero a veces inevitable: ¿Por qué existe el mal, si Dios Padre Todopoderoso, es Creador del mundo ordenado y bueno y tiene cuidado de todas sus criaturas? En el Catecismo de la Iglesia católica podemos leer al respecto (C.I.C nº309):

“El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación Redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los Sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada a la que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del Mensaje cristiano que no sea en parte respuesta a la cuestión del mal”

Aquellas generaciones, que se han caracterizado y se caracterizan por preguntas tan insidiosas e insolentes como estas: ¿dónde está Dios? ¿Por qué no se muestra si existe? suelen estar constituidas por  personas que viven sin creencias, dando lugar a un mundo sin ilusión, sin Dios, en definitiva,  un mundo sin esperanza, sin unidad y sin Paz.

Aquellos que así se manifiestan, se encuentran en un error, porque Jesús, el Hijo de Dios fue enviado por el Padre para unir a los hombres, para darles la Paz, en definitiva para llevarles la esperanza de la salvación, tal como diría san Pablo a los efesios (Ef 2, 12-13; 19-22):
 
 


"Vivíais sin Cristo: extranjeros a la ciudadanía de Israel, ajenos a las alianzas y sus promesas, sin esperanza y sin Dios en el mundo / Ahora. Gracias a Cristo Jesús, los que en un tiempo estabais lejos estáis cerca por la sangre de Cristo / Así pues, ya no sois extranjeros, ni forasteros, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios /Estáis edificados sobre el cimiento de los Apóstoles y Profetas, y el mismo Cristo Jesús es piedra angular /Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor / Por Él también vosotros entráis con ellos en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu"

El amor de Dios nos invita a salir de lo que es limitado y no definitivo, nos da valor para trabajar y seguir en la búsqueda del bien de todos, aun cuando no se realice inmediatamente, aun cuando lo que consigamos nosotros, las autoridades políticas, y los agentes económicos, sea siempre menos de lo que anhelamos.
Ésta es la fuerza que Dios le dio al Papa Pio XII (1939-1958) para luchar y sufrir por  amor  a los hombres, por amor a la Paz,  motivo por el cual ha sido considerado el Papa de la Paz, y como tal procuró por todos los medios posibles evitar una nueva confrontación bélica en Europa (1939-1945)

Aunque no consiguió evitar la segunda guerra mundial, durante su desarrollo dio apoyo y ayuda a todos aquellos  hombres que se encontraban en peligro de muerte, especialmente a los prisioneros de guerra. Después y ya durante la llamada <guerra fría>, trató de apaciguar los ánimos de todas las naciones implicadas en la misma, mediante constantes mensajes radiofónicos y con bellas cartas Encíclicas.
Precisamente estando ya muy cercana su muerte, escribió su última carta Encíclica titulada <Meminisse Iuvat>, dada en Roma el 14 de julio de 1958, que no era otra cosa que una plegaria a la Virgen por la paz del mundo y por la libertad de la Iglesia. En dicha carta el Papa Pio XII analizaba también el origen por el que se producían las confrontaciones entre los hombres y por tanto entre los países (Carta Encíclica <Meminisse Iuvat>  Pio XII dada en Roma en el año 1958):
 
 


“Si examinamos detenidamente las causas de los muchos peligros que amenazan el presente y el futuro, comprendemos fácilmente, que tanto las decisiones como las instituciones humanas están destinadas a un fin desastroso, si la autoridad de Dios, que ilumina las mentes con sus preceptos  y sus prohibiciones, es obviada, ya que es el único principio y garantía sobre el que se apoya la justicia, siendo además la única fuente de verdad y el fundamento de la ley”

Desde siempre los Pontífices de la Iglesia de Cristo se han preocupado por la construcción y defensa de la Paz entre los hombres. Un ejemplo extraordinario lo tenemos en el Papa Pablo VI, el cual instituyó en 1968 las <Jornadas mundiales de la Paz>, con la idea de que se celebraran todos los años a principios del mes de enero.
Este gran Papa estaba convencido de que la Paz entre las naciones, entre los pueblos y en definitiva entre los hombres, era posible por la justicia; precisamente a él le tocó ejercer su Pontificado durante aquel periodo de la historia de la humanidad en el que se desarrolló la llamada <guerra fría>; por eso, el lema elegido por este Pontifíce para celebrar la V Jornada de la Paz (1972), era muy significativo: <Si quieres la Paz trabaja por la justicia> . Palabras verdaderamente dignas  de un Papa que fue  incomprendido en su tiempo y aún puede que ahora, al que no se le ha reconocido suficiente lo que hizo por la Iglesia, a favor de la Paz del mundo, de todos los hombres.

Por su parte, el Papa Juan Pablo II, sí comprendió la importancia de la labor de su antecesor en la Silla de Pedro y continuó con la labor emprendida por Pablo VI a favor de la Paz, siendo el promotor de hasta veintisiete Jornadas mundiales de la Paz, y en dos ocasiones, al menos, el tema concreto de dichas jornadas relacionaba la Paz con la Justicia. Fueron las jornadas XXXI  celebrada en el año 1998 (De la justicia de cada uno nace la Paz para todos) y la XXXV del año 2002 (No hay Paz sin Justicia. No hay Justicia sin perdón).

El Papa Juan Pablo II, precisamente con motivo de la Jornada XXXI aseguraba que la Justicia y la Paz caminaban juntas, y que cuando una de ellas es ofendida, se pone en peligro la otra. El deseaba que los jefes de los estados de todo el mundo tuvieran en cuenta sus palabras con el proyecto de que se lograra la Paz en los países donde existían conflictos armados en aquellos momentos, y sobre todo que ésta fuera duradera. Entre las distintas ideas que desarrolló en su mensaje magistral debemos destacar al menos las siguientes:
 


“Justicia y Paz no son conceptos o ideales lejanos; son valores que constituyen un patrimonio común y que están radicados en el corazón de cada persona. Todos están llamados a vivir en Justicia y a trabajar por la Paz: individuos, familias, comunidades y naciones. Nadie puede eximirse de esta responsabilidad…
La Justicia es, al mismo tiempo, virtud moral y concepto legal. En ocasiones, se ha representado con los ojos vendados; en realidad, lo propio de la Justicia es estar atenta y vigilante para asegurar el equilibrio entre derechos y deberes, así como promover la distribución equitativa de los costes y beneficios.
La Justicia restaura, no destruye, reconcilia en vez de instigar a la venganza. Bien mirado, su raíz última se encuentra en el amor, cuya expresión más significativa es la misericordia. Por tanto, separada del amor misericordioso, la Justicia se hace fría e hiriente.

La Justicia es una virtud dinámica y viva: defiende y promueve la inestimable dignidad de las personas, y se ocupa del bien común, tutelando las relaciones entre las personas y los pueblos. El hombre no vive solo, sino que desde el primer momento de su existencia está en relación con los demás, de tal manera que  su bien como individuo y el bien de la sociedad van a la par. Entre los dos aspectos hay un delicado equilibrio”

Después de esta magnífica introducción para el Mensaje de la XXXI Jornada mundial de la paz, el Papa Juan Pablo II centraba su atención sobre  muchos temas de importancia capital  relacionando siempre los conceptos de Paz y Justicia,  desarrollados en  los siguientes epígrafes : <La Justicia se funda en el respeto de los derechos humanos>, <Globalización en la solidaridad>, <El pesado lastre de la deuda externa>, <Urge una cultura de la legalidad>, <Formas de injusticias particularmente graves>, <Construir la Paz en la Justicia es tarea de todos y de cada uno>, <El compartir caminos de Paz>, y el <Espíritu Santo actúa en el mundo>.

Títulos todos muy sugerentes y de completa actualidad, como demuestra la situación económica y social de la humanidad sobre todo en el viejo Continente. Títulos que parecen pensados y adaptables a la crisis económica que vive el mundo en este momento, pero que son imposibles de abordar en su totalidad aquí. Nos limitaremos, pues, a recordar algunos párrafos de los mismos, para animar a aquellos que no hayan leído este magnífico trabajo del Papa Juan Pablo II, a que lo hagan, en la seguridad de que les aportará mucha sabiduría sobre el tema que estamos tratando.

Precisamente refiriéndose  a la <cultura de la legalidad> se manifestaba con suma clarividencia:
“El uso fraudulento de dinero público, penaliza sobre todo a los pobres, que son los primeros en sufrir la privación de los servicios básicos indispensables para el desarrollo de la persona. Cuando la corrupción se introduce en la administración de la Justicia, son también los pobres los que han de soportar con mayor rigor las consecuencias: retrasos, ineficacia, carencias estructurales, ausencia de una defensa adecuada. Con frecuencia no les queda otra solución que padecer la tropelía.

Hay otras formas de injusticias que ponen en peligro la Paz… En primer lugar la <falta de medios para acceder equitativamente al crédito>. Los pobres se ven forzados con frecuencia a quedar fuera  de los normales circuitos económicos o a recurrir a traficantes de dinero, sin escrúpulos, que exigen intereses desorbitados, con el resultado del empeoramiento de una situación ya de por sí precaria”

Palabras todas del Papa, muy ajustadas a la realidad de todos los tiempos, y de una forma muy especial al momento actual donde la corrupción en todos los ámbitos sociales ha tomado, por así decir, carta de naturaleza. ¡Qué diría el Papa si pudiera contemplar la dramática situación económica que se cierne sobre la cabeza de muchos habitantes de Europa!

Situación por otra parte que ya sufrían habitantes de otros muchos lugares del mundo desde hace años, pero que en el caso del viejo Continente es chocante si tenemos en cuenta las causas que lo han provocado, después de tanta  prosperidad. Sus previsiones al respecto se han cumplido, la Justicia y la Paz están íntimamente relacionadas de manera que la una sin la otra no pueden subsistir.  


Cuatro años después de estas Jornadas por la Paz del mundo, se celebraba una nuevas Jornadas con el lema <No hay Paz sin Justicia. No hay Justicia sin perdón>, en la que el Papa Juan Pablo II nos hablaba, otra vez, con enorme claridad, sobre la relación que existe entre los conceptos de Justicia y Paz, relacionándolos ahora también con del perdón.


Había ocurrido por entonces, un hecho sin precedentes, tan dramático como injusto, que hizo temblar al mundo, y en el que muchísimas personas (cerca de 3000) perdieron la vida y otras tantas (unas 6000) resultaron heridas en varios atentados terroristas contra los Estados Unidos de América. El terrible suceso había tenido lugar el  11 de septiembre de 2001 y como manifestó el Papa Juan Pablo II en  las Jornadas celebradas en el 2002, desde aquel momento el mundo había tomado conciencia clara de la vulnerabilidad personal y comenzó a mirar el futuro con un sentimiento profundo de miedo y de desconfianza, hasta ese momento desconocido.

Con motivo de estos atentados, el Papa habló con gran sentimiento en nombre de la Iglesia Católica, para aliviar en lo posible, el desconcierto y desazón de los pueblos de todo el mundo (Jornada mundial por la Paz XXXV):

“Ante semejante estado de ánimo, la Iglesia desea dar testimonio de su esperanza, fundada en la convicción de que el mal, el <mysterium iniquitatis>, no tiene la última palabra en los avatares humanos. La historia de la salvación descrita en la Sagradas Escrituras proyecta una luz sobre toda la historia del mundo, mostrando que está siempre acompañada por la solicitud diligente y misericordiosa de Dios, que conoce el modo de llegar a los corazones más endurecidos y sacar también buenos frutos de un terreno árido y estéril”

 


En su mensaje el Papa reflexionaba sobre la situación creada a consecuencia de los actos terroristas anteriormente mencionados, que le hacían recordar sus propias vivencias durante el transcurso de la segunda Guerra Mundial, llegando a la conclusión de que <los pilares de la Paz verdadera son la Justicia y esa forma particular de amor que es el perdón>.

Más tarde se pregunta: ¿pero cómo se puede hablar, en las circunstancias actuales, de Justicia, y al mismo tiempo de perdón como fuentes y condiciones de la Paz? A lo que el mismo respondía (Ibid):
“Mi respuesta es que se puede y se debe hablar de ello a pesar de las dificultades que comporta, entre otros motivos, porque se tiende a pensar en la Justicia y en el perdón en términos alternativos. Pero el perdón se opone al rencor y a la venganza, no a la Justicia. En realidad, la verdadera Paz es <obra de la Justicia> (Is 32, 17).

Como ha afirmado el Concilio Vaticano II, la Paz es <el fruto del orden asignado a la sociedad humana por su divino Fundador y que los hombres, siempre sedientos de una Justicia más perfecta, han de llevar a cabo> (Gaudium et Spes, 78)”


El Pontífice pide en su mensaje que se rece por la Paz, que todos los pueblos del mundo recen por la Paz, porque la oración es el bien mayor que tiene el hombre para hacerse oír por Dios y es además anterior a la obtención de la Paz (Ibid):

“Orar por la Paz significa abrir el corazón humano a la irrupción del poder renovador de Dios. Con la fuerza vivificante de su Sangre, Dios puede abrir caminos a la paz, allí donde parece que solo hay obstáculos y obstrucciones…

Por todas estas razones he invitado a los representantes de las religiones del mundo a acudir a Asís, la ciudad de San Francisco, el próximo 24 de enero, para rezar por la Paz. Queremos manifestar con ello que el genuino sentimiento religioso es una fuente inagotable de respeto mutuo y de armonía entre los pueblos…”

 


Acudieron, en efecto, al encuentro con el Papa Juan Pablo II, para celebrar la II Jornada de Oración por la paz, unos doscientos líderes religiosos, entre los que se encontraba el Arzobispo anglicano de Canterbury, el Patriarca griego, así como algunos representes del budismo, de las religiones tradicionales africanas, del hinduismo, del mahometismo y un largo etc.

Como es natural el Juan Pablo II estaba radiante de alegría con ocasión de aquella muestra de posible ecumenismo, prueba evidente por otra parte, de que el mundo se une por solidaridad ante la búsqueda de la paz, por eso a pesar de sus enfermedades y achaques de la edad asistió a todos los actos y acogió a los asistentes con estas sentidas palabras:

“Os  acojo a todos con alegría y doy a cada uno mi cordial bienvenida. Gracias por haber acogido mi invitación, participando, aquí, en Asís, en este encuentro de oración por la paz, que trae a mi memoria el del año 1986, y del que constituye como una significativa prolongación. El objetivo es siempre el mismo, es decir, orar por la paz, la cual es ante todo don de Dios, que hay que implorar con ferviente y confiada insistencia. En los momentos de más intenso temor por el destino del mundo, se tiene con mayor fuerza el deber de comprometerse personalmente en le defensa y en la promoción del bien fundamental de la Paz”