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lunes, 16 de junio de 2014

VOCACION Y MISION DE LOS LAICOS


 
 
 



Santa Ana Line (1567-1601) fue la segunda hija de una familia inglesa rica, de mentalidad calvinista muy rigurosa, que se convirtió junto con su hermano al catolicismo por lo que fueron repudiados y desheredados de inmediato por sus parientes.

Algún tiempo después Ana se casó con un caballero llamado Roger Line que también era converso y junto con él inició la tarea de evangelización en la forma activa, prestando ayuda a los pobres y enfermos. Se encontraban ambos realizando esta hermosa tarea cuando fueron arrestados y aunque no los mataron, desterraron a Roger Line a Flandes, dejando a su esposa sola y sin medios económicos, aunque él procuraba enviarla alguna ayuda, hasta su muerte en 1594.

Esta valerosa mujer encontró consuelo en el padre John Gerard que la puso a cargo de una casa en la que se refugiaban los sacerdotes perseguidos y que mas tarde se convirtió en centro de reunión de los cristianos católicos. Estaban a punto de escuchar la santa misa cuando fueron descubiertos y arrestados.

Ana fue enjuiciada y acusada de dar refugio a los sacerdotes, aunque sin tener pruebas ciertas de ello. Condenada a la horca murió dando gracias a Dios por su fe, junto a otros dos sacerdotes injustamente condenados. Fue canonizada por el Papa Pablo VI entre los cuarenta mártires  de Inglaterra y de Gales.

 
 
 


Sí, como nos aseguraba el Papa San Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica post-sinodal <Christifideles Laici>, dada en Roma el 30 de diciembre de 1988, <el llamamiento del Señor no cesa de resonar en el curso de la historia >, y se dirige a cada hombre que viene a este mundo.

No solo a los sacerdotes, y a los religiosos, sino también a los fieles laicos, los cuales son llamados personalmente por Él, para realizar la tarea de la evangelización, en nombre de la Iglesia a favor de todos los pueblos.


Por eso, en la Constitución dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II, < Lumen gentium>, podemos leer (GL 31):

“A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida.

Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad.



Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor”


Por otra parte, como aseguraba el Cardenal Joseph Ratzinger (futuro Papa Benedicto XVI) en la conferencia que pronunció en el Congreso de Catequistas y Profesores de religión en la ciudad de Roma en el año 2000, todos los hombres tenemos la obligación de dar a conocer los santos Evangelios con nuestras obras y con nuestras palabras, porque:

 
 


“La vida humana no se realiza por sí misma. Nuestra vida es una cuestión abierta, un proyecto incompleto, que es preciso seguir realizando…
Evangelizar quiere decir mostrar el camino, enseñar el arte de vivir”



La Iglesia tiene la obligación, el deber permanente, de evangelizar al mundo, es su misión, y los laicos como miembros  que son de la misma deben llevar a cabo su parte en este crucial cometido, el cual fue confiado por Cristo a los Once y por extensión a sus seguidores a lo largo de todos los siglos a partir su ascensión a los cielos. En el evangelio de san Marcos podemos leer a este respecto (Mc 16, 9-15):



-Habiendo resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primeramente a María Magdalena, de la cual había lanzado siete demonios.
-Ella fue a dar la nueva a los que habían con Él, que estaban afligidos y lloraban.
-Y ellos, oyendo decir que vivía y que había sido visto por ella, no le creyeron.
-Tras esto, a dos de ellos que iban de camino se apareció en diferente figura, mientras iban en camino.
-También ellos se fueron a dar la nueva a los demás; y ni ellos creyeron.
-Posteriormente, estando ellos a la mesa, se apareció a los Once y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón por que no habían creído a los que le habían visto resucitado de entre los muertos.
-Y les dijo: Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda la creación.


En efecto, como aseguraba el Papa Benedicto XV en su Carta Apostólica <Maximun Illud> dada en Roma  en el año 1919:

 


“El Evangelio no había de limitarse ciertamente a la vida de los Apóstoles, sino que se debía perpetuar en sus sucesores hasta el fin de los tiempos, mientras hubiera hombres en la tierra para salvar la verdad”


Así mismo, como también se indica en la Constitución dogmática <Lumen gentium>  (GL 33):

“Los laicos congregados en el pueblo de Dios e integrados en el único cuerpo de Cristo bajo una sola Cabeza, cualquiera que sean, están llamados, como miembros vivos, a contribuir con todas sus fuerzas, las recibidas por el beneficio del Creador y las otorgadas por la gracia del Redentor, al crecimiento de la Iglesia y a su continua santificación”


Y esto es así, porque todos los creyentes estamos unidos a Cristo y entre sí, como proclamaba el Apóstol San Pablo en su primera carta al pueblo de Corinto (I Co 12, 12-13 y 27-30):

 



-Pues lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
-Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un mismo Espíritu….
-Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.
-Pues en la Iglesia Dios puso en primer lugar a los Apóstoles; en segundo lugar, a los Profetas, en el tercero, a los maestros, después, los milagros, después, los carismas de curación, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas.
-¿Acaso son todos Apóstoles? ¿O todos son Profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen  todos milagros?
-¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?


En efecto, como podemos leer en la Constitución dogmática <Lumen gentium> (GL 9):

“Así como el pueblo de Israel, según la carne, peregrinando por el desierto, se le designa ya como Iglesia; así el nuevo Israel, que caminando en el tiempo presente busca la ciudad futura y perenne, también es designado como Iglesia de Cristo, porque fue Él quien la adquirió con su sangre, la llenó de su Espíritu y la dotó de los medios apropiados de unión visible y social.
Dios formó una congregación de quienes, creyendo, ven en Jesús al autor de la salvación, y el principio de la unidad y de la paz, y la constituyó Iglesia a fin de que fuera para todos y cada uno el Sacramento visible de esta unidad salutífera.
Debiendo difundirse en todo el mundo, entra, por consiguiente, en la historia de la humanidad, si bien trasciende los tiempos y las fronteras de los pueblos.
Caminando, pues, la Iglesia en medio de tentaciones y tribulaciones, se ve confortada por el poder de la gracia de Dios, que le ha sido prometida para que no desfallezca de la fidelidad perfecta por la debilidad de la carne, antes, al contrario, persevere como esposa digna de su Señor y, bajo la acción del Espíritu Santo, no cese de renovarse hasta que por la Cruz llegue a la luz que no conoce ocaso”

 
 


Los Apóstoles, primero miembros de la Iglesia de Cristo, de inmediato iniciaron la labor evangelizadora que el Señor les había encomendado, y ello les costó dar la vida por Él y su Mensaje, pues todos, a excepción de San Juan, sufrieron la muerte por martirio; san Juan aunque no murió de esta forma, según la tradición, sufrió también terrible martirio. Después de estos, vinieron otros hombres, que durante los primeros siglos de la Iglesia, se encargaron de propagar la palabra de Jesús por todo el mundo entonces conocido, y también sufrieron persecuciones y sufrimientos sin fin e incluso la muerte por martirio.

 
 


Como el mismo Papa Benedicto XV recordaba en su carta Apostólica <Maximum Illud>:

“Aún en los tres primeros siglos, cuando una en pos de otra, suscitaba el infierno encarnizadas persecuciones para oprimir en su cuna a la Iglesia, y todo rebosaba sangre de cristianos, la voz de los predicadores evangélicos se difundió por todos los confines del Imperio romano”


Sin duda, es importante y reconfortante para los cristianos de hoy en día, recordar que Cristo nos pidió a todos sus seguidores que fuéramos sus evangelizadores. La historia de la Iglesia nos habla  de la labor extraordinaria realizada por muchos de sus miembros a lo largo de todos estos siglos.

Precisamente Benedicto XV (1414-1922), el Pontífice que tomó posesión de la silla de Pedro casi al inicio de estallar la primera guerra mundial, poco después de acabar la contienda, en la que él participó de forma activa ayudando a los prisioneros de guerra y a la población civil sin desaliento, escribió la Carta Encíclica <Maximun Illud>, mencionada anteriormente, para aportar luz a la historia de la evangelización realizada por la Iglesia católica:

“Desde que públicamente se concedió a la Iglesia paz y libertad, fue mucho mayor en todo el orbe el avance del apostolado, obra que se debió sobre todo a hombres eminentes en santidad. Así, Gregorio
I el Iluminador (257-330) gana para la causa cristiana a Armenia; Victoriano (270-303), a Styria, Frumencio (+383), a Etiopia; Patricio (377-385; 461-464+) conquista para Cristo a los irlandeses; a los ingleses, Agustín (de Canterbury), (605+); Columbano (521-597) y Paladio (432+), a los escoceses. Más tarde, hace brillar la luz del Evangelio para Holanda, Clemente Villibrordo primer Obispo de Utretch, mientras Bonifacio (754+) y Anscario (865+) atraen a la fe católica los pueblos germánicos; como Cirilo (827-869) y Metodio (815-885) a los eslavos.

Ensanchándose luego todavía más el campo de la acción misionera, cuando Guillermo de Rubruquis (1253-1255) viajó a Asía e iluminó con los esplendores de la fe la Mongolia y   el Papa Beato Gregorio X (1210-1276) envió misioneros a China, cuyos pasos habían pronto de seguir  los hijos de San Francisco de Asís (1271-1368), durante la dinastía Yuan, fundando una Iglesia numerosa, que pronto había de desaparecer al golpe de la persecución.

Más aún: tras el descubrimiento de América; ejércitos de varones apostólicos, entre los cuales merece especial mención Bartolomé de las Casas, honra y prez de la orden dominicana, se consagraron a aliviar la triste suerte de los indígenas, ora defendiéndolos de la tiranía despótica de ciertos hombres malvados, ora arrancándolos de la dura esclavitud del demonio.
Al mismo tiempo, Francisco Javier, digno de ser comparado con los mismos Apóstoles, después de haber trabajado heroicamente por la gloria de Dios y salvación de las almas de las Indias Orientales y el Japón, expira en las mismas puertas del Celeste Imperio, a donde se dirigía, como para abrir con su muerte camino a la predicación del Evangelio en aquella región vastísima, donde habían de consagrarse al apostolado, llenos de anhelos misioneros y en medio de mil vicisitudes,  los hijos de tantas órdenes religiosas e instituciones misioneras.



Al  fin, Australia, último continente descubierto, y las regiones interiores de África, exploradas recientemente por hombres de tesón y audacia, han recibido también pregoneros de la fe. Y casi no queda ya isla tan apartada en la inmensidad del Pacifico donde no haya llegado el celo y la actividad de nuestros misioneros…

Pues bien: quien considere tantos y tan rudos trabajos sufridos en la propagación de la fe, tantos afanes y ejemplos de invicta fortaleza, admirará sin duda que, a pesar de ello, sean todavía innumerables los que yacen en las tinieblas…”


Por desgracia, desde que Benedicto XV escribiera esta carta Apostólica, la situación mundial fue visiblemente empeorando y hasta nuestros días, en los que el llamado viejo Continente, primero en recibir la Palabra de Cristo, se encuentra con la clara necesidad de una nueva evangelización.

 
 


En este sentido, el  Papa Juan Pablo II denunciaba en su Exhortación Apostólica Post-Sinodal, <Christifideles Laici> en el año 1988 que:

“Embriagado por las prodigiosas conquistas de un irrefrenable desarrollo científico-técnico, fascinado sobre todo por la más antigua y siempre nueva tentación de querer llegar a ser como Dios, mediante el uso de una libertad sin límites, el hombre arranca las raíces religiosas que están en su corazón: se olvida de Dios, lo considera sin significado para su propia existencia, lo rechaza poniéndose a adorar los más diversos <ídolos>…

Y sin embargo la <aspiración y la necesidad de lo religioso> no puede ser suprimido totalmente. La conciencia de cada hombre, cuando tiene el coraje de afrontar los interrogantes más graves de la existencia humana, y en particular el sentido de la vida, del sufrimiento y de la muerte, no puede dejar de hacer propia aquella palabra de verdad  a veces proclamada por San Agustín:

<Nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti>.



Así también, el mundo actual testifica, siempre de manera más amplia y viva, la apertura a una visión espiritual y trascendente de la vida, el despertar de la búsqueda religiosa, el retorno al sentido de lo sacro y a la oración, la voluntad de ser libres en el invocar el nombre del Señor”


Sigue, en su Exhortación, el Papa Juan Pablo II, hablando largo y tendido, sobre el problema, mejor dicho, los múltiples problemas, que embargaban a la sociedad del siglo veinte, y  que han continuado creciendo desde entonces y siguen amenazando terriblemente a la sociedad de este siglo veintiuno: el desprecio de la dignidad humana, la conflictividad social, la falta de justicia entre los hombres y sobre todo la falta de paz, especialmente en el seno familiar.

Es un campo de trabajo inmenso, incierto y doloroso, éste, que en la actualidad tienen que labrar los obreros del <dueño de la casa> de la parábola de Jesús (Mt 20 1-16). A este respecto son dignas de tener en cuenta y muy significativas, las reflexiones del Papa Juan Pablo II  (Ibid):

“En este campo está eficazmente presente la Iglesia, todos nosotros, pastores y fieles, sacerdotes, religiosos y laicos…
La Iglesia sabe que todos los esfuerzos que va realizando la humanidad para llegar a la comunión y a la participación, a pesar de todas las dificultades, retrasos y contradicciones causadas por las limitaciones humanas, por el pecado, y por el Maligno, encuentran una respuesta plena en Jesucristo, Redentor del hombre y del mundo.

 


La Iglesia sabe que es enviada por Él como <signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano> En conclusión, a pesar de todo, la humanidad puede esperar, debe esperar. El Evangelio vivo y personal, Jesucristo mismo, es la <noticia nueva> y portadora de alegría que la Iglesia testifica y anuncia cada día a todos los hombres”

En efecto, como recordaba el Papa, Pablo VI, en su carta Encíclica <Ecclesiam Suam>, dada en Roma el 6 de agosto de 1964:

“Habiendo Jesucristo fundado la Iglesia para que fuese al mismo tiempo <madre amorosa> de todos los hombres, y la <dispensadora de salvación>, se ve claramente por qué a lo largo de los siglos le han dado muestras de especial amor y le han dedicado especial solicitud todos los que se han interesado por la gloria de Dios y por la salvación eterna de los hombres; entre éstos, como es natural los Vicarios del mismo Cristo en la tierra, un número inmenso de Obispos y de Sacerdotes y un admirable escuadrón de cristianos santos”

Fue esta, la primera carta Encíclica del Papa Pablo VI, el cual  luchó denodadamente por transmitir <correctamente> los mensajes de la Iglesia, recogidos en el Concilio Vaticano II. Fue por ello reprochado, por aquellos que querían una <modernización de la Iglesia>; pero él, fiel al Señor, no cedió a los intereses particulares de aquellos que pretendían, equivocadamente y atraídos por filosofías erráticas, alejarse de la verdad salvadora.



El motivo, pues, de esta su primera Encíclica, era dejar muy claras sus intenciones al respecto (Ibid):
“Esta nuestra Encíclica no quiere revestir carácter solemne y propiamente doctrinal, ni proponer enseñanzas determinadas, morales o sociales: simplemente quiere ser un mensaje fraternal y familiar.

Pues queremos tan solo, con esta nuestra carta, cumplir el deber de abriros nuestra alma, con la intención de dar a la comunión de  fe y de caridad que felizmente existe entre nosotros  un mayor gozo, con el propósito de fortalecer nuestro ministerio, de atender mejor a las fructíferas sesiones del Concilio Ecuménico mismo, y de dar mayor claridad a algunos criterios doctrinales y prácticos que puedan útilmente guiar la actividad espiritual y apostólica de la Jerarquía eclesiástica y de cuantos le prestan obediencia y colaboración o incluso sólo benévola atención…”

Tres ideas del Papa Pablo VI, de su  Encíclica, quisiéramos destacar a continuación, teniendo en cuenta que durante su Pontificado la situación de la Iglesia era enormemente conflictiva:

* Ésta es la hora en que la Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio, debe explorar, para propia instrucción y edificación, la doctrina que le es bien conocida…

*Hay que ver cuál  es el deber presente de la Iglesia en corregir los defectos de los propios miembros y hacerles tender a mayor perfección, y cuál es el método mejor para llevar con prudencia a tan gran renovación…

*¿Cuáles son las relaciones que actualmente debe la Iglesia establecer con el mundo que le rodea y en medio del cual ella vive y trabaja? Una parte de este mundo ha recibido profundamente el influjo del cristianismo y lo ha asimilado íntimamente, pero luego se ha ido separando y distanciando en estos últimos siglos del carácter cristiano de su civilización…



Durante su estancia en la Silla de Pedro (1963-1978), este Papa tuvo que salvar numerosas dificultades y se vio sometido a un gran sufrimiento, pero él siempre llevó la Cruz de Cristo con amor y dignidad.

La reforma de la curia fue una de las principales dificultades con las que se topó, tal como se recuerda en el magnífico libro <Cien años de Pontificado romano> realizado bajo la coordinación del Dr. Josep-Ignasi Saranyana, con la colaboración de un gran número de eminentes historiadores, de la  Ed. Eunsa (2006):

“Allí encontró su cruz y su gloria, porque, pasado el inicial entusiasmo con su persona, se abatieron sobre la Iglesia los problemas que entonces conmocionaban al mundo de la cultura, de la religión y de la política. Estaba en puerta el conflictivo año de 1968

La corriente de secularización entró de lleno en la concepción de la doctrina eclesiástica, que sustituyó el objetivo formal de la teología por las realidades que implicaban sus modernas denominaciones de <teología de la muerte de Dios>, de la <secularización>, de la <liberación>, etc.

Los mismos episcopados parecían demasiado condescendientes con la imprecisión dogmatica del momento…
Era el clima en el que se forjaba la escisión del Arzobispo Lefebvre, ya incoado durante los días del Concilio…”


Sin embargo, los males que azotaban a la sociedad de mediados del siglo XX, se  habían iniciado ya en tiempos del Papa Pio X, como  denunciaba en su Carta Encíclica <Acerbo Nimis>, donde mencionaba con dolor la falta de enseñanza del Catecismo Católico en las escuelas y en la sociedad cristiana  en el año 1905:

 


“¡Cuan comunes y fundados son, por desgracia, estos lamentos de que existe hoy un crecido número de personas, en el pueblo cristiano, que viven en suma ignorancia de las cosas que se han de conocer para conseguir la salvación eterna! Al decir pueblo cristiano, no queremos referirnos solamente a la plebe, esto es, a las personas pobres, a quienes excusa con frecuencia, el hecho de hallarse sometidos a dueños exigentes, y que apenas si pueden ocuparse de sí mismos y de su descanso; sino que también y, principalmente, hablamos de aquellos a quienes no falta entendimiento, ni cultura y hasta se hallan adornados de una gran erudición profana, pero que, en lo tocante a la religión, viven temerariamente e imprudentemente.

¡Difícil sería ponderar lo espeso de las tinieblas que con frecuencia los envuelven, y lo que es más triste, la tranquilidad con que permanecen en ellas! De Dios, Soberano autor y moderador de todas las cosas y de la sabiduría de la fe cristiana para nada se preocupan; y así nada saben de la Encarnación del Verbo de Dios, ni de la Redención por Él llevada a cabo…En cuanto al pecado, ni conocen su malicia, ni su fealdad, de suerte que no ponen el menor cuidado en evitarlo…”


Vemos, en su carta, la angustia del Papa ante los hechos por él denunciados, ya en los albores del siglo XX;  él trató de renovar <toda en Cristo>, con la esperanza de evitar el declive moral y prevenir lo que ya se presagiaba para  siglos posteriores.

Ciertamente, como el propio Papa Juan Pablo II recordaba en su Carta Apostólica <Tertio Millennio adveniente>, publicada en el año 1994, todos los Pontífices del siglo XX, anteriores al Concilio Ecuménico de Vaticano II, trataron de promover la paz entre las naciones, pero también, la paz verdadera en la conciencia de los hombres de la época...

Realmente todos los Papas de los últimos siglos, comprendieron que ello era sumamente urgente y trataron de promover una nueva evangelización   para evitar lo que se avecinaba, especialmente en viejo Continente...

 
 



Fue el Papa Juan XXIII, movido seguramente por la situación moral acuciante del momento, el que  decidió convocar el Concilio Ecuménico Vaticano II, aunque no toda su grey estuviera, en principio, de acuerdo con ello, por el riesgo que la Iglesia podría correr, en unos momentos tan delicados…

La muerte le impidió ver al Papa los resultados de este Concilio, la responsabilidad del mismo recayó en su sucesor cuando aún faltaba mucho para dar término final al mismo. En efecto, cuando Pablo VI ocupó la silla de Pedro, tan solo se había celebrado la primera convocatoria del Concilio, y ni tan siquiera se había publicado alguno de los posibles decretos resultantes de la misma.
El nuevo Papa al tomar sobre sí la responsabilidad del Concilio Vaticano II se propuso sobre todo, respetando la opinión de todos los Padres de la Iglesia participantes en el mismo, conseguir las reformas necesarias, pero eso sí, sin apartarse nunca del Mensaje Divino.


Pasados ya tantos años de la celebración y aplicación de la recomendaciones del Concilio Ecuménico, del que se han hecho tantas críticas y alabanzas, sólo nos atrevemos a decir que los resultados fueron muy diversos, pues aunque por una parte muchas voces se alzaron en contra de algunas de las resoluciones tomadas en él, a la postre, otros tantos beneficios se han obtenido de los mismos…


Lo que no se puede negar es que a raíz de la celebración de Vaticano II muchas cosas cambiaron en las costumbres de la  Iglesia, que no en su mensaje, unas para bien y otras si no para mal sí que han sido causa de muchas dificultades que aún estamos tratando de superar…
Al Papa Pablo VI, las reformas postconciliares le causaron, eso sí, grandes problemas, por la interpretación moderada y acertadas del Pontífice que dieron lugar al rechazo de la sociedad más progresista del momento...

A la muerte de Pablo VI fue elegido como su sucesor en la silla de Pedro, el Cardenal Albino Luciani, persona muy próxima al anterior Papa y de una humildad y santidad reconocidas. Este Santo Padre que tomó el nombre de Juan Pablo I no defraudó en absoluto las perspectivas puestas en él, en el cortísimo tiempo que duró su Pontificado (apenas unos días del año 1978).

Como podemos leer en el libro recomendado anteriormente (Cien años de Pontificado romano…):

“No sabemos cuál hubiera llegado a ser la fecundidad de aquella mansa lluvia, que era la suave doctrina y dulce talante del nuevo Papa. Todos pudieron comprobar que Juan Pablo I optaba por la continuidad decididamente…En la mañana del día 27 de agosto, a las nueve, el nuevo Papa celebró la Eucaristía con los Cardenales que habían participado en el Cónclave y seguidamente, a las 10:15, se dirigía al mundo en un primer mensaje en el que ponía de manifiesto su proyecto Papal…

Era el de quien asume con filial reverencia y sin afán alguno de originalidades el rumbo de su predecesor: <Nuestro programa será  continuar el suyo (el de Pablo VI)…

Queremos continuar sin fatiga en pos de la herencia del Concilio Vaticano II, cuyas sabias normas todavía necesitan ser llevadas a efecto, vigilando no sea que un empuje generoso, pero imprudente, tergiverse sus contenidos y significados…Queremos recordar a la Iglesia que su primer deber sigue siendo la evangelización, cuyas líneas maestras, nuestro predecesor Pablo VI, ha condesado en un memorable documento…

Queremos, en fin, apoyar todas las iniciativas laudables y buenas que puedan tutelar e incrementar la paz en el mundo turbado, para lo cual pedimos la colaboración de todos los hombres buenos, justos, honestos rectos de corazón…>”


No pudo ser, el 29 de septiembre del mismo año que había sido elegido,  se anunció al mundo entero su muerte y su sucesor, Juan Pablo II (1978-2005) retomó con gran ánimo la tarea que había anunciado y deseaba realizar Juan Pablo I.

El nuevo Papa, muy pronto, logró atraerse el cariño, respeto, y admiración de todos los miembros de la Iglesia, debido a su gran carisma y bondad absoluta. Fue uno de los Pontificados más largos de la historia de la Iglesia, y por tanto, uno de los más fructíferos. Los fieles fueron conquistados por él y muchas ovejas perdidas, volvieron de nuevo al rebaño que nunca debieron abandonar, en pos de ídolos con pies de barro…
Fueron muchas sus Cartas Encíclicas, Apostólicas, u otros tipos de documentos, que sirvieron y sirven aún hoy, como guía absoluta a todos los fieles creyentes y aún a los no creyentes…

En particular, en la Exhortación Apostólica Post-Sinodal, anteriormente mencionada, él hizo una llamada urgente a los laicos con objeto de que se concienciaran totalmente sobre la labor fecunda que podían y debían desarrollar para la Iglesia, a favor de la <nueva evangelización> (Christifideles Laici 1988):



“Los fieles laicos, cuya vocación y misión en la Iglesia y en el mundo (a los veinte años  del Concilio Vaticano II) ha sido tema  del Sínodo de los Obispos de 1987, pertenecen a aquel pueblo de Dios representado en los obreros de la viña, de los que habla el Evangelio de San Mateo: <El Reino de los cielos es semejante a un propietario, que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña…>
La parábola evangélica despliega ante nuestra mirada la inmensidad de la viña del Señor y la multitud de personas, hombres y mujeres, que son llamados por Él y enviados para que tengan trabajo en ella. La viña es el mundo entero, que debe ser transformado según el designio divino en vista de la venida definitiva del Reino de Dios”


Recordemos que el tema del apostolado laico fue ampliamente tratado en el Concilio Vaticano II y que en el Decreto dado a este respecto <Apostolicam actuositatem>, en sus seis capítulos, se encuentran recogidas todas las ideas desarrolladas en el mismo al respecto: <Vocación de los laicos al apostolado>, <Fines que hay que lograr>, <Campos del apostolado>, <Formas de apostolado>, <Orden que hay que observar> y <Formación para ejercer el apostolado>.

Por último, es muy importante también recordar  las palabras del Papa Pablo VI y los Santo Padres Conciliares en la Exhortación final del Decreto:

“Por consiguiente, el Sagrado Concilio ruega encarecidamente en el Señor a todos los laicos, que respondan con gozo, con generosidad y corazón dispuesto a la voz de Cristo; que en esta hora invita con más insistencia y al impulso del Espíritu Santo; sientan los más jóvenes que esta llamada se hace de una manera especial a ellos; recíbanla, pues, con entusiasmo y magnanimidad…”


Este Decreto sobre el Apostolado de los laicos fue emitido en Roma el 18 de noviembre de 1965, y prueba de las dificultades que implicaba su aplicación y desarrollo, en todos sus apartados, es que después de más de veinte años de su publicación, el Papa Juan Pablo II, se expresaba en los siguientes términos en su Exhortación Apostólica (Ibid):

“El significado fundamental de este Sínodo, y por tanto más valioso, deseado por él, es la acogida por parte de los fieles laicos del llamamiento de Cristo a trabajar en su viña, a tomar parte activa, consciente y responsable en la misión de la Iglesia en esta magnífica y dramática hora de la historia, ante la llegada inminente del tercer mileno.
Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si él no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace más culpable: <A nadie le es lícito permanecer ocioso>.

Reemprendamos la lectura de la parábola evangélica: <Todavía salió a eso de las cinco de la tarde, vio otros que estaban allí, y les dijo ¿Por qué estáis aquí todo el día parados? Le respondieron, <nadie nos contrató>. Y él les dijo, <id también vosotros a trabajar en mi viña>.
No hay lugar para el ocio, tanto es el trabajo, que a todos espera en la viña del Señor. El <amo de la casa> repite con más fuerza, <id también vosotros a trabajar en mi viña>”


Ante los graves problemas que acuciaban al mundo, a finales del siglo pasado, y que se han agudizado a principios de éste, como el Papa ya profetizaba, él hablaba en su Exhortación Apostólica de Jesucristo, como la esperanza de los hombres, porque la voluntad de Dios es la santificación de toda la humanidad, porque constantemente nos llama a todos a conseguir la pureza de corazón y porque si despreciáramos la ayuda que Jesús nos presta, estaríamos despreciando también la ayuda de Dios Padre y del Espíritu Santo, en definitiva, del Dios Trino que es nuestro Creador (Exhortación Apostólica de Juan Pablo I):

 


“El Evangelio vivo y personal, Jesucristo mismo, es la <noticia nueva> y portadora de alegría que la Iglesia testifica y anuncia cada día a todos los hombres. En este anuncio, y en este testimonio, los fieles laicos, tienen un puesto original e irremplazable, por medio de ellos, la Iglesia de Cristo está presente en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y amor”


Por otra parte, el santo Padre recordando, así mismo, las enseñanzas del Concilio Vaticano II y las diversas imágenes bíblicas de la vid, se expresaba de este modo en la Exhortación mencionada (Ibid):

“Cristo es la verdadera vid, que comunica vida y fecundidad a los sarmientos…La Iglesia es la viña evangelizadora…Solo dentro de la Iglesia como misterio de comunicación se revela la <identidad> de los fieles laicos, su original dignidad. Y solo dentro de esta dignidad se puede definir, su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo. Los Padres Sinodales han señalado con justa razón la necesidad de individualizar y proponer una descripción positiva de la vocación y de la misión de los fieles laicos, profundizando en el estudio doctrinal del Concilio Vaticano II, a la luz de los recientes documentos del Magisterio y de la experiencia de la vida misma de la Iglesia guiada por el Espíritu Santo….



Con el nombre de laicos, así lo describe la Constitución <Lumen Gentium>, se designa aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los de estado religioso sancionado por la Iglesia; es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el Bautismo, integrados en el pueblo de Dios, y hechos participes a su modo del oficio sacerdotal, profético, y real, de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos le corresponde”

Podríamos preguntarnos ante estas palabras del Papa: ¿pero de qué forma concreta participan los laicos en ese oficio triple de Jesús (sacerdotal, profético y real) cuyo origen es el Sacramento del Bautismo? La respuesta la tenemos también en la Exhortación del Santo Padre (Ibid):

“Los fieles participan en el oficio sacerdotal, por el que Jesús se ha ofrecido a sí mismo en la Cruz y se ofrece continuamente, en la celebración eucarística, por la salvación de la humanidad para gloria del Padre…
La participación en el oficio profético de Cristo, <que proclamó el Reino del Padre con el testimonio de la vida y con el poder de la palabra>, habilita y compromete a los fieles laicos a acoger con fe el Evangelio y a anunciarlo con las palabras y con las obras, sin vacilar en denunciar el mal con valentía…
Por su pertenencia a Cristo, Señor y Rey del universo, los laicos participan en su oficio real y son llamados por Él para servir al Reino de Dios y difundirlo en la historia. Viven la realeza cristiana, antes que nada, mediante la lucha espiritual para vencer en sí mismos el pecado; y después  en la propia entrega para servir, en la justicia y en la caridad, al mismo Jesús presente en todos sus hermanos, especialmente en los más pequeños”  



Ahora bien, la <condición eclesial> de los fieles laicos se encuentra radicalmente definida por su carácter cristiano y su dimensión secular, según consta en la <Lumen Gentium>.
Ello quiere decir, como también recuerda Juan Pablo II en su Carta Apostólica post-sinodal, que de este modo <el mundo se convierte en el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos>, porque el mismo está destinado a dar gloria a Dios Padre en Cristo. Desde este punto de vista los Padres Sinodales han afirmado que: <la índole secular del fiel laico no debe ser definida solamente en el sentido sociológico, sino sobre todo en el sentido teológico>.
 
Recordemos una vez más las sabias palabras del Papa Juan Pablo II a este respecto (Ibid):

“Por la evangelización la Iglesia es construida y plasmada como comunidad de fe; mejor dicho, como comunidad de una fe confesada en la adhesión a la Palabra de Dios, celebrada en los Sacramentos, vivida en la caridad como alma de la existencia moral cristiana…
En verdad, el imperativo de Jesús, <Id y predicad el Evangelio>, mantiene siempre vivo su valor, y está cargado de una urgencia que no puede decaer…Cada discípulo es llamado en primera persona; ningún  discípulo puede hurtar su propia respuesta, porque como dijo San Pablo, < ¡Ay de mí  si no predicase el Evangelio!> (I Co 9,16)”

Son palabras llenas de verdad que nos animan sin duda a continuar siempre adelante en la tarea de apostolado, aunque sabemos que las dificultades son grandes…Así lo han entendido los Pontífices de los últimos años que han fomentado una llamada a favor de lo que se ha dado en llamar <nueva evangelización>.



Precisamente el Papa Benedicto XVI, cuando aún era el Cardenal Ratzinger, aclaraba la necesidad de la misma, en una conferencia que pronunció para el conjunto de profesores y catequistas que asistieron a un Congreso en Roma en el año 2000:

“La pobreza más profunda es la incapacidad de la alegría, el tedio de la vida considerada absurda y contradictoria. Esta pobreza se halla hoy muy extendida, con formas muy diversas, tanto en las sociedades materialmente ricas, como en los países pobres. La incapacidad de la alegría supone y produce la incapacidad de amar, produce la envidia, la avaricia…todos los vicios que arruinan la vida de las personas y del mundo. Por eso hace falta una <nueva evangelización>. Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás no funciona. Pero ese arte no es objeto de la ciencia; solo lo puede comunicar quien tiene la vida, el que es el Evangelio en persona”

 

 

Por eso, recordemos, una vez más, que <una grande, comprometedora y magnifica empresa ha sido confiada a la Iglesia: la de una nueva evangelización, de la que el mundo actual tiene una gran necesidad>, y todos los laicos hemos sido llamados también a colaborar en ella, junto al resto de sus miembros, tal como nos recordaba con su oración, el Papa Juan Pablo II en  la Exhortación Apostólica Postsinodal citada anteriormente:

“Oh Virgen Santísima, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, con alegría y admiración nos unimos a tu Magnificat, tu canto de amor agradecido.
Contigo damos gracia a Dios, <cuya misericordia se extiende de generación en generación>, por la esplendida vocación y por la multiforme misión confiada a los laicos, por su nombre, llamados por Dios a vivir en comunión de amor y de santidad con Él y de estar fraternalmente unidos en la gran familia de los hijos de Dios, enviados a irradiar la luz de Cristo y de comunicar el fuego del Espíritu por medio de su vida evangélica en todo el mundo”


  


domingo, 15 de junio de 2014

LOS APÓSTOLES EVANGELIZARON POR TODO EL MUNDO

 
 
 
 
 




Los Apóstoles  evangelizaron al mundo entero, atendiendo los  deseos del Señor,  aunque con ello firmaron su muerte por martirio. Después de estos valerosos hombres, vinieron otros muchos a lo largo de la historia de la humanidad que continuaron su labor, tal como el Señor deseaba y hasta nuestros días, donde más que nunca se pone de manifiesto esta necesidad. Recordar lo que hicieron algunos hombres en el pasado por el anuncio de la Nueva Buena, nos puede servir de ejemplo y de acicate para continuar con esta labor redentora.


El Papa Juan Pablo II nos ha dicho que la evangelización no es solamente la enseñanza viva de la Iglesia, el “kérygma” o primer anuncio de la fe, la formación en la fe o “catequesis”, sino que es también todo el “vasto esfuerzo de reflexión sobre la verdad revelada”, expresada desde los comienzos del cristianismo y recopilada en la labor realizada por los Padres de Oriente y de Occidente. Más concretamente, el Papa dice lo siguiente en la entrevista que un periodista le realizó y que quedó recogida en el libro “Cruzando el umbral de la esperanza”, Capitulo 18:

-El primer milenio supuso el encuentro con muchos pueblos que, en sus migraciones, llegaban a los centros cristianos. Ellos acogieron la fe, se hicieron cristianos, aunque con bastante frecuencia no estaban en condiciones de comprender del todo la formulación del Misterio….

-No fueron solo disputas ideológicas; se trataba de una continua lucha por la afirmación del Evangelio mismo. Y constantemente, a través de aquellas controversias, resonaba la voz de Cristo (Mat 28,19): “Id por todo el mundo y enseñad a todas las naciones” ¡Ad gentes!: es sorprendente la eficacia de estas palabras del Redentor del mundo.




Por eso, cuando se conoció el hecho de la venida del Espíritu Santo, en el Cenáculo de Jerusalén, donde se hallaban reunidos con los Apóstoles, la Virgen María, algunos discípulos y familiares del Señor, una multitud de judíos piadosos que estaban entonces en la ciudad, debido a la fiesta de Pentecostés, acudieron en masa a los alrededores de ese lugar.

Pedro había sido elegido  cabeza de la Iglesia, desde el primer momento, por Jesucristo  según se relata en los Evangelios (Mat 16, 13-18):   

-Cómo llegó Jesús a la región de Cesárea de Filipo, preguntaba a sus discípulos, diciendo:

¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?

-Ellos dijeron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros diferentes que Jeremías o uno de los profetas.

-Díceles:
Y vosotros, ¿quién decís que soy?

-Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente

-Respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres Simón Bar-Joná, pues que no es la carne y sangre quién te lo reveló, sino mi Padre, que está en los cielos

-Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esa piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella

 
 



Desde la venida del Espíritu Santo, Pedro,  aceptó este reto con entusiasmo y habló, obró y se mostró como Primado de la Iglesia y Vicario de Cristo. Por ello, haciéndose cargo de la situación salió a predicar a la muchedumbre las enseñanzas de Cristo (30-31 d.C) y fueron muchos los que se convirtieron y bautizaron en esta primera evangelización (Hechos de los Apóstoles 2, 36-41):

-Con toda seguridad, pues, conozca todo Israel que Dios le constituyó Señor y Mesías a este mismo Jesús a quién vosotros crucificasteis

-Al oír esto, sintieron traspasado de dolor su corazón y dijeron a Pedro y a los demás Apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer, varones hermanos?

-Pedro a ellos: Arrepentíos, dice, y bautícese cada uno de vosotros en nombre de Jesús-Cristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo

-Pues para vosotros es la promesa, y también para vuestros hijos y para todos los que están lejos, cuantos quiera que llamare a sí el Señor  Dios nuestro

-Y con otras muchas razones dio su testimonio, y los exhortaba diciendo: Salvaros de esa generación perversa

-Ellos, pues, acogiendo su palabra, fueron bautizados; y fueron agregados en aquel día como unas tres mil almas


A partir de ese momento, todos los Apóstoles con Pedro como cabeza de la Iglesia  hicieron prodigios, curaron enfermos y evangelizaron a todos aquellos que se acercaban para escucharles, pero por ello consiguieron ser perseguidos, encarcelados y en ocasiones desterrados, tal como les había anunciado Jesucristo.

 


No obstante, fueron muchas las vocaciones para evangelizar al pueblo de Israel, y entre todas ellas hay que destacar a San Esteban, uno de los siete diáconos elegidos por los Apóstoles para ayudarles. Esteban era un hombre agraciado por Dios, de gran sabiduría y excelentes dotes para la oratoria y por ello todo el que escuchaba sus palabras se sentía dispuesto a seguir a Cristo.

Corrían tiempos difíciles para el pueblo de Israel  y sobre todo para los seguidores de Jesús, como se había puesto de manifiesto desde mediados del  reinado del emperador Tiberio, heredero del emperador Augusto. A este último, junto con sus  descendientes, los historiadores les han denominado  dinastía Julio-Claudia, en referencia a los cinco primeros emperadores romanos: Octavio-Augusto (sobrino-nieto de Julio-Cesar, 27 a.C /14 d.C), Tiberio (hijastro del emperador Augusto, 14 d.C / 37 d.C), Calígula (hijo adoptivo del emperador Tiberio, 37 d.C /41 d.C), Claudio (tío del emperador Calígula, 41 d.C /54 d.C) y Nerón (sobrino de Claudio, 54 d.C /68 d.C).

Ningún emperador de esta dinastía fue descendiente sanguíneo directo de su predecesor, aunque en alguna ocasión si existieron,  concretamente en el caso de Tiberio y de Claudio. Esto nos da idea de la situación de corruptela que había en el imperio romano durante esta época de la historia, donde era frecuente el complot para matar a los emperadores y así usurpar el poder, por encima de la línea de sucesión.

Se trataba de un mundo peligroso, en el que todos los miembros de una familia, conspiraban e incluso estaban dispuestos a asesinar a los herederos directos para conseguir ellos mismos,  sus familiares inmediatos, o sus amantes, la sucesión del trono.

Jesucristo nació durante el reinado de Octavio-Augusto, primer emperador de esta dinastía y murió durante el reinado del emperador Tiberio y la evangelización llevada a cabo por los Apóstoles se desarrolló, prácticamente toda ella, durante esta dinastía, a excepción del apostolado de  San Juan Evangelista, cuya vida se prolongó hasta el reinado del emperador Domiciano (dinastía Flavia).   

Las autoridades judías de la época de San Esteban estaban, por su parte, tan corrompidas como las del resto del imperio y  se sintieron muy alarmadas ante su sapiencia y facilidad de contactar con el pueblo a través de la palabra y por ello le hicieron comparecer ante el Sanhedrín (Hechos de los Apóstoles 6, 8-15):

-Esteban lleno de gracia y revestido de poder, obraba grandes prodigios y señales entre el pueblo

-Pero se levantaron algunos de los que pertenecían a la sinagoga llamada de los Libertinos, de los Cirinenses y de los Alejandrínos y de los de Cilicía y Asía,

-y no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba

-Entonces indujeron bajo mano a unos hombres que dijesen:
Hemos oído a éste proferir palabras de blasfemia contra Moisés y contra Dios

-Y azuzaron al pueblo y a los ancianos y a los escribas, y cayendo sobre él le arrebataron y condujeron al Sanhedrín ;

-y presentaron testigos falsos, que decían: Este hombre no cesa de proferir palabras contra este santo lugar y contra la ley;
-Porque le hemos oído decir que ese Jesús Nazareno destruirá este lugar y cambiará los usos tradicionales que nos dio Moisés

-Y mirándole todos los que estaban fijamente, todos los que allí estaban, vieron su faz como la faz de un ángel.




A pesar de ello lo mataron,  pero no fue posible para las autoridades de Judea acallar a los cristianos, tal como se demostró, por primera vez, con su martirio y muerte. El diácono San Esteban, fue lapidado por los judíos hacía el año 35 d. C, durante el mandato del emperador Tiberio.

A  raíz de la muerte de este hombre santo, que ha quedado para la historia señalado como el protomártir, acaeció una terrible persecución de los seguidores de Jesucristo y como consecuencia de ella todos ellos a excepción de los Apóstoles tuvieron que salir de Jerusalén, para predicar en otras zonas  de Israel, pero cuando terminó esta primera persecución, San Pedro recorrió parte de Palestina, visitando las nuevas Iglesias y también fue por primera vez a Antioquía (35/37), donde floreció la fe y  donde los discípulos de Cristo fueron llamados por primera vez cristianos.

Hacia el año 42 y con motivo de la persecución de los cristianos, decretada por Herodes Agripa I, nieto de Herodes El Grande y amigo personal del emperador Claudio, San Pedro fue encarcelado y posteriormente liberado milagrosamente por un ángel  lo que le permitió dirigirse a Roma para proseguir desde allí su tarea evangelizadora (12,11-17):

-Y Pedro, vuelto en sí dijo: “Ahora sé realmente que el Señor envió un ángel y me sacó de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo judío”

-Y después de reflexionar, se dirigió a la casa de María la madre de Juan, apellidado Marcos, donde se hallaban no pocos orando

-Y habiendo golpeado a la puerta de la entrada se acercó para escuchar una muchacha de nombre Rode;

-y reconociendo la voz de Pedro, de pura alegría se olvidó de abrir la puerta, y echando a correr hacia dentro, dio la noticia de que Pedro estaba a la puerta

-Ellos le dijeron: “Estás loca”. Más ella persistía en afirmar que así era. Ellos decían “será su ángel”

-Y Pedro seguía golpeando. Y habiendo abierto, le vieron, y quedaron fuera de sí

-Más él haciéndole señas con las manos que callasen, les enteró de cómo el Señor le había sacado de la cárcel; y dijo: “Dad noticia de esto a Santiago y a los hermanos”

-Y partiéndose de allí se fue a otro lugar


 
 

Antes de este suceso, había tenido lugar la muerte de Santiago el Mayor (hacia el año 43 o 44 d.C); era hijo de Zebedeo, hermano mayor de San Juan Evangelista y pariente de nuestro Señor Jesucristo, porque su madre Salomé era prima hermana de la virgen María. Fue uno de los apóstoles preferidos del Señor y prueba de ello, es que estuvo presente, junto a su hermano y San Pedro en algunos acontecimientos, muy especiales, de su ministerio, como la “Transfiguración en el monte Tabor” y la “Resurrección de la hija de Jairo”.

Según la tradición, habría llegado a Hispania (actuales España y Portugal), para evangelizar la península, e incluso se cree que preparó a algunos discípulos para que continuaran su labor, cuando él regresara a Jerusalén. Éstos son, los llamados Varones Apostólicos, que según la tradición acompañaban al apóstol cuando se le apareció la Virgen María, en Caesaraugusta (Zaragoza) y que fueron ordenados Obispos, por San Pedro en Roma. 
Al poco tiempo de su vuelta a Jerusalén, con motivo de una predicación suya, fue apresado y condenado a morir por orden del rey de Judea, Herodes Agripa (Hc 12, 2- 3 ):

-Por aquel mismo tiempo, Herodes el rey puso manos en el proyecto de vejar a algunos miembros de la Iglesia
-Quitó la vida con la espada a Santiago el hermano de Juan

Durante la persecución de Herodes Agripa, suscitada por el deseo de este rey de congraciarse con ciertos sectores del judaísmo, contrarios a las enseñanzas de Jesús, al mismo tiempo que Pedro marchaba a Roma, los restantes Apóstoles del Señor abandonaron Jerusalén y se dispersaron por todo el mundo en aquella época conocido para realizar la evangelización de todos los hombres tal como Jesucristo les había encomendado, pero en Jerusalén permaneció Santiago el Menor, hijo de Alfeo, pariente de Jesús, como Obispo de aquella ciudad.

Los primeros cristianos dieron ejemplo con su comportamiento virtuoso al resto de la humanidad. Vivian muy unidos entre sí; utilizaban sus medios económicos comunitariamente, por lo que no había entre ellos, ni pobres, ni ricos y sobre todo oraban mucho, recibían los Sacramentos y escuchaban continuamente la catequesis de labios de los propios Apóstoles y sus discípulos.




Claudio  gobernaba  el imperio cuando San Pedro apóstol llegaba a Roma, probablemente en el año 42 ó 43 d. C., que desde ese momento quedó constituida como Sede principal de la Iglesia de Cristo. En los primeros tiempos las autoridades romanas no distinguían el cristianismo del judaísmo, así por ejemplo, el historiador Tácito menciona las revueltas causadas en tiempos del emperador Claudio  por los enfrentamientos entre los judíos en la ciudad de Roma hacia el año 44 después de Cristo.

Roma que en un principio tuvo un comportamiento ecuánime, permitiendo en el imperio las religiones de los distintos pueblos que lo constituían, se mostró desde el inicio enemigo del cristianismo. Las posibles causas fueron entre otras, de orden político, pues al predicarse  el amor entre los hombres, se provocaba el fracaso de su economía, basada principalmente en la esclavitud de los seres humanos. La historia cuenta que bajo  el mandato del emperador Claudio fueron expulsados los judíos porque estaban continuamente en litigio entre sí por causa de cierto “Chresto”,  (Suetonío y Dión Casio  (44 d. C.).

A pesar de todas las dificultades surgidas en el seno del propio pueblo judío y de la inicial hostilidad de los pueblos paganos, S. Pedro después de varios viajes realizados en el exterior, estableció su Sede definitivamente en Roma (49/64), que rigió por espacio de más de veinte años. Por tanto, la Sede principal del mundo cristiano fue desde entonces, centro de irradiación evangelizadora hasta nuestros días.

 
 
 

La evangelización de Europa se desarrolló, no obstante, sobre todo, gracias al Apóstol  San Pablo, nacido en Tarso (Cilicia), de padres judíos, pero con ciudadanía romana. Inicialmente fue enemigo acérrimo del cristianismo, incluso se cuenta en los “Hechos de los Apóstoles “ que estuvo presente en el martirio de San Esteban, pero posteriormente se convirtió, gracias a la llamada de Jesucristo (año 36 d. c.). Después de ser atendido por Ananías, tal como le había dicho el Señor cuando se le apareció, permaneció en Damasco durante un tiempo y llevó a cabo por primera vez la tarea evangelizadora que Jesús le encomendó. Sus antiguos amigos y compañeros (pertenecía a la secta de los fariseos) al ver el cambio tan radical que había experimentado, se quedaban admirados cuando predicaba en la sinagoga, asegurando que Jesucristo era realmente el Hijo de Dios (Hechos de los Apóstoles, 9, 19-25):

-Y estuvo con los discípulos que había en Damasco, algunos días

-Y en seguida en las sinagogas predicaba a Jesús….

-Y se asombraban todos los que le oían, y decían: ¿No es éste el que en Jerusalén hizo estragos en los que invocan este nombre, y aquí precisamente había venido para llevarlos atados a los sumos sacerdotes?

-Y Saulo más y más se fortalecía, y confundía a los judíos que habitaban en Damasco…

-Cuando hubieron transcurrido bastantes días, tramaron los judíos el plan de matarlo;

-más llegó al conocimiento de Saulo su plan de asechanzas. Y vigilaban día y noche, las puertas de la ciudad especialmente con el designio de matarle.

-Más tomándole los discípulos durante la noche, lo descolgaron muro abajo en una espuerta
   

No habiendo tenido mucho éxito en esta primera ocasión, que predicaba las enseñanzas de Cristo, se retiró a Arabia a orar y prepararse a conciencia para la difícil tarea que  el Señor le había encomendado.
Retornó después de un cierto tiempo a Damasco y más tarde pasó a Jerusalén donde se encontraban los Apóstoles para tratar de ponerse en contacto con ellos y recibir su beneplácito. Originalmente Pablo, debido a sus antecedentes anticristianos, fue recibido con mucha desconfianza por parte de casi todos los discípulos del Señor, pero sin embargo supo demostrarles que profunda era su fe y por otra parte, tuvo a su favor la ayuda inestimable de Bernabé, un discípulo muy querido de los Apóstoles y de toda la comunidad cristiana, el cual relató a la misma como había tenido lugar la maravillosa conversión de San Pablo.
Enseguida se dedicó a su tarea apostólica con gran éxito aunque desde un principio los judíos más radicales, defensores del cumplimiento riguroso de la ley, se enfrentaron con él,  pues era partidario de abolir el judaísmo, una herejía presente en la Iglesia de Cristo desde casi sus inicios y que exigía para salvarse el cumplimiento  riguroso de la ley Mosaica (Hechos de los Apóstoles, 15, 1-3):

-Y bajando algunos de la Judea, enseñaban a los hermanos que “si no os circuncidárais conforme al uso de Moisés, no podéis ser salvos”

-Y habiéndose producido un altercado y no leve discusión de Pablo y Bernabé con ellos, se determinó que Pablo y Bernabé y algunos otros de entre ellos subieran a Jerusalén a los Apóstoles y presbíteros para tratar de estas cuestiones

-Ellos, pues, despedidos por la Iglesia, atravesaban Fenicia y la Samaria refiriendo la conversión de los gentiles y daban materia de gran gozo a todos los hermanos.

El judaísmo dio lugar, sin embargo, al Concilio Apostólico de Jerusalén presidido por el  Apóstol Santiago (el Menor) como jefe de la Iglesia de Jerusalén probablemente hacia el año 50 ó 51 d.C. y donde prácticamente estuvieron presentes todos los Apóstoles del Señor con San Pedro como cabeza de la Iglesia.
En el mismo, en primer lugar los Apóstoles contaron a todos los cristianos allí presentes todos los milagros que había hecho Dios por medio de ellos entre los gentiles y como muchos se habían convertido a la fe de Cristo.
El cumplimiento riguroso de la ley Mosaica era sin embargo un obstáculo grande para muchos de ellos e impedía que las conversiones fueran mayores por lo que tras largos debates los Apóstoles acabaron por librar a los gentiles  del cumplimento de ciertos aspectos de esta ley que no eran relevantes para el seguimiento de las enseñanzas de Jesucristo, tal como puso de manifiesto San Pedro con el siguiente discurso (Hechos de los Apóstoles 15, 7-10):

-Habiéndose producido una larga y viva discusión, levantándose Pedro les dijo:

-Varones hermanos, vosotros sabéis que desde antiguos días Dios me escogió en medio de vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la palabra del Evangelio y creyesen

-Y el conocedor de los corazones, Dios, dio testimonio a favor de ellos, dándoles el Espíritu Santo, lo mismo que a nosotros,

-y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando con la fe sus corazones

-Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios con imponer sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar?

-Más por la gracia del Señor Jesús creemos ser salvos de la misma manera que ellos.


Se puede decir que este primer Concilio Apostólico de la Iglesia de Cristo fue tan importante, que en lo sucesivo siempre serviría de referencia válida para los siguientes Concilios Ecuménicos. Terminado el mismo, los Apóstoles y todos los discípulos del Señor se incorporaron de nuevo a sus respectivas tareas evangelizadoras, pero la historia de la Iglesia tiene pocos datos fehacientes de todas ellas.

 


Sin embargo gracias a “Los hechos de los Apóstoles” escritos por San Lucas y las Epístolas escritas por San Pablo, San Pedro y otros Apóstoles, que han llegado hasta nuestros días, junto con los datos aportados por la Tradición de la Iglesia, han permitido conocer los hechos más  importantes de la labor apostólica realizada en los dos primeros siglos de la historia de la cristiandad por estos hombres.

Del Apóstol que más datos tenemos es sin duda San Pablo, probablemente gracias al evangelista San Lucas que participó junto con él en muchas de sus experiencias evangelizadoras. San Pablo recorrió casi todo el mundo pagano, pues él consideraba que Cristo le había llamado principalmente para realizar su labor apostólica sobre los gentiles, llevando a cabo tres viajes evangelizadores, en los que recorrió más de 6000 kilómetros, por el mundo en aquella época conocido.

En su tercer viaje, en el que recorrió la región de Galacia y la Frigia, pasando después a Éfeso, bautizó en nombre de Jesús, a algunos discípulos de San Juan Bautista, pero encontrando de nuevo oposición entre los propios judíos, se apartó de ellos (Hechos de los Apóstoles, 19, 8-10):

-Y entrando en la sinagoga, hablaba con entera libertad por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo en lo tocante al reino de Dios

-Mas como algunos se endureciesen y no se rindiesen, diciendo mal del Camino en presencia de la muchedumbre, apartándose de ellos formó grupo aparte con los discípulos, y razonaba diariamente en la escuela de Tirano

-Y esto continuó por espacio de dos años, de suerte que todos los habitantes de Asía, tantos los judíos como los gentiles, pudieron oír la palabra del Señor.

Permaneció Pablo un largo tiempo en Asía evangelizando y haciendo milagros, pero por causa de los intereses del grupo de los plateros de la diosa Artemis, ya que eran muchos los gentiles que se convertían al cristianismo y dejaban de comprar ofrendas, se produjo un motín contra el Apóstol y sus seguidores. Estos hechos, precipitaron la salida de Pablo hacia Macedonia.
Después de recorrer Grecia y otros países evangelizando se dirigió por fin a Jerusalén donde los seguidores de Cristo, con Santiago (el Menor) a la cabeza, le recibieron con alegría, pero le manifestaron que los problemas con el judaísmo no habían acabado y que muchos hablaban en contra de las enseñanzas de Pablo.
Aproximadamente a la semana de estar el Apóstol en Jerusalén se produjo un nuevo motín, debido a los judíos que habían llegado de Asía  diciendo que le habían visto en el templo profanando el santo lugar y a consecuencia de ello fue encarcelado por mandato del tribuno de la cohorte destinada en Jerusalén, que había sido informado de la revuelta de los judíos.
    



Finalmente, tras apelar a su condición  de ciudadano romano, pasados algunos duros años, llegó a Roma donde prosiguió su labor evangelizadora, aun encontrándose bajo arresto provisional en su casa, pero en la terrible persecución de los cristianos iniciada durante el reinado del emperador Nerón fue decapitado probablemente muy poco antes ó después de que San Pedro fuera así mismo martirizado y muerto en cruz hacia el año 67 d. C.

Los restantes Apóstoles del Señor, después de predicar el Evangelio por  distintas partes del mundo, fueron también martirizados y murieron dando con ello un supremo testimonio de verdad en la doctrina que profesaban.  San Juan fue el único Apóstol que murió en el siglo II y no por martirio, aunque según San Agustín no faltó Juan al martirio, sino que el martirio le faltó a Juan. San Juan Evangelista fue martirizado, pero no padeció hasta morir, durante la persecución de los cristianos realizada por orden del emperador Domiciano (año 81 d. C).

Domiciano sucedió en el Imperio a su hermano Tito (dinastía de los Flavios) (79/81), el cual había tomado Jerusalén y destruido su templo, por lo que el pueblo israelita se encontraba en una situación desesperada en aquellos momentos. Por su parte, Domiciano utilizó todo su poder para provocar la destrucción del Reino de Cristo (2ª persecución), siendo su crueldad igual o mayor que la del mismo Nerón (1ª persecución). En aquella época San Juan se encontraba en Éfeso, atendiendo a las necesidades de la Iglesia de Asía, pero también allí llegó la persecución de este emperador, siendo conducido a Roma donde arrojado a una tinaja de aceite hirviendo por mandato del mismo, no murió, porque el aceite se convirtió en agua tibia por milagro de Dios. Entonces Domiciano, asustado por este hecho prodigioso lo desterró a la isla de Patmos, en el mar Egeo.

Hacia el año 70 la palabra de Cristo se había predicado en casi todo el orbe gracias a los Apóstoles, cumpliendo así los deseos de su Maestro. Estos hombres para seguir a Jesús lo dejaron todo: los pescadores sus barcas y sus aparejos; el publicano (Mateo) el cobro de impuestos, y todos ellos sus familias, obedeciendo así  las exigencias del Mesías, tal como se nos relata en los Evangelios que ellos mismo escribieron bajo la inspiración del Espíritu Santo. Los Apóstoles (primera generación de evangelizadores), fueron maestros incansables de la doctrina de Cristo y dejaron al morir numerosos discípulos que los siguieron en el camino por ellos emprendido.

Entre los discípulos más conocidos que recibieron el mensaje del Mesías de los mismos Apóstoles, por él elegidos, podemos citar a San Lucas, San Marcos, Felipe (el diácono), Bernabé, Tito y Timoteo  que evangelizaron por distintas partes del mundo,  muchas veces,  acompañando a los propios Apóstoles en sus viajes y que también fueron martirizados y murieron por nuestro Señor Jesucristo.


 
 


Algunos de ellos, en particular San Marcos y San Lucas junto con San Mateo, pusieron por escrito las enseñanzas, la vida y la pasión, muerte y resurrección de Jesús, dando lugar a los Evangelios sinópticos, porque siguen una misma tradición, aunque con el estilo propio de cada uno de los evangelistas y que fueron recogidos más tarde en el Nuevo Testamento.
Precisamente los estudiosos de la Biblia, exégetas, han puesto de relieve el hecho de cómo los evangelistas partiendo de un material común que en su tiempo ya corría por las comunidades cristianas, con ayuda siempre del Espíritu Santo han realizado un redacción personal, tanto desde el punto de vista literario, como doctrinal.

El cuarto Evangelio fue escrito bastante más tarde, probablemente durante los últimos años del siglo I, y según la tradición de la Iglesia fue el Apóstol San Juan, hermano del apóstol Santiago el Mayor, su autor. Este evangelista empleó una forma literaria diferente a la de los evangelistas sinópticos, pudiéndose decir que es especial incluso en la forma de presentar los hechos, utilizando la simbología maravillosamente, para poner de relieve tanto lo que fue la vida de Jesús sobre la tierra, como su mensaje divino.

Tras la desaparición de los Apóstoles, de sus discípulos y de mucha gente que los conocieron, convivieron con ellos y fueron evangelizados por ellos, otras muchas personas prosiguieron con la tarea evangelizadora de la Iglesia, dando lugar  a muchos santos mártires, que murieron por llevar la fe de Cristo a los hombres y mujeres de su época, algunos de los cuales han quedado constatados en las Antiguas Actas de los mártires de la Iglesia (Martirologio Romano).




El Martirologio es un catálogo de mártires y santos de la Iglesia Católica ordenados según la fecha de celebración de sus fiestas.

La mayoría de los mártires de la época antigua de la Iglesia, se dieron durante las diez persecuciones que sufrieron los cristianos por parte del Imperio romano y en concreto las de Nerón (54/68), Domiciano (81/96), Trajano (98/117), Marco Aurelio (161/169) y Septimio Severo (193/211), durante los siglos I y II.

Entre los  santos mártires debemos destacar a los Papas de los primeros siglos que siguieron a San Pedro como cabezas de la Iglesia y que dieron su vida por combatir las sucesivas herejías que trataron desde un principio, sin conseguirlo, de minar la base sobre la que se asentaba el Reino de Cristo. Citaremos como ejemplos a los Papas siguiente: San Lino (67/76) , San Anacleto (76/88), San Clemente (88/97) y siguientes, todos ellos santos y casi siempre mártires, hasta San Víctor I (189/199).

Por otra parte, entre las numerosas sectas heréticas,  de aquel tiempo, se pueden citar como más conocidas: la judaizante, la gnóstica, la maniquea y la anabaptista, entre otras.  Pero a finales del siglo primero y por toda la mitad del siglo segundo, surgen los llamados Padres Apostólicos, que pueden considerarse junto con los Papas, los primeros maestros de la Iglesia, después de los Apóstoles y los discípulos de estos y que combatieron sin cesar todas las herejías que iban surgiendo sobre el mensaje de Cristo.

 



Estos Padres Apostólicos fueron oyentes directos, muchos de ellos, de las enseñanzas de los Apóstoles ó de sus discípulos y realizaron su evangelización adaptándola siempre con rigor a las nuevas necesidades de la Iglesia de los primeros siglos.  Siguiendo a San Agustín podemos decir que estos fueron, los sembradores, los regeneradores, los constructores, los pastores y los alimentadores de la Iglesia, que pudo crecer gracias a su acción vigilante e incansable.

No debemos confundir a los “Padres Apostólicos”, de los primeros siglos con los llamados “Padres de la Iglesia”, de siglos posteriores. En general, en la actualidad se admite por parte de los historiadores que los principales Padres Apostólicos son: San Clemente Romano, que según el testimonio de San Ireneo, conoció a los Apóstoles Pedro y Pablo, que es considerado por la Iglesia Católica mártir pues probablemente fue condenado durante el reinado de Trajano, que es el tercer Papa después de San Pedro y que escribió una epístola a los corintios hacia el año 97 d.C, que se ha conservado hasta nuestros días; el Obispo mártir por exposición a fieras carniceras durante el reinado de Trajano, San Ignacio de Antioquía que también conoció a estos mismos Apóstoles y que escribió  epístolas, al estilo de San Pablo, a las comunidades cristianas de Efeso, Trales, Roma, Filadelfía, Esmirna y otras,  hacia el año 110 d.C  y que es considerado un gran místico por la iglesia por su deseo de morir mártir y su forma maravillosa de proclamar el mensaje de Cristo; San Policarpo, de quién San Ireneo asegura que conoció al Apóstol San Juan, que fue  Obispo de la ciudad de Esmirna y del que se tienen muy pocos datos de su vida,  pero del que sí se sabe que murió martirizado en la hoguera, durante el reinado de Antonino Pio (138/161), en esta misma ciudad, hacia el año 155 d.C.
Mención especial merece también, San Ireneo, Obispo de Lyon (189) por su lucha contra el gnosticismo, una terrible herejía que de forma solapada ha llegado hasta nuestros días.

Dice Javier Sesé (Doctor en Teología por la Universidad de Navarra), en su libro “Historia de la espiritualidad”. (Ediciones Universidad de Navarra. S.A. EUNSA, 2005):

El gnosticismo en sentido amplio, en cuanto a la utilización de la gnosis o pensamiento filosófico para explicar las verdades de la fe, apareció muy pronto en la reflexión cristiana y, rectamente utilizado, no debió presentar problemas. Sin embargo pronto surgieron en el seno del cristianismo corrientes gnósticas heréticas apoyadas en el uso excesivo e indiscriminado de determinadas filosofías, o debido a mezclas con otras tendencias religiosas. El gnosticismo propiamente dicho fue, en efecto, un movimiento ecléctico y complejo: tomó elementos cristianos, del platonismo, de las religiones mistéricas orientales, etc.

San Ireneo, escribió un tratado contra esta herejía cuyo título completo es “Desenmascarar y Refutar la falsamente llamada Ciencia (Gnosis en griego). En esta obra magnífica, explica el santo Padre de la iglesia, que no habría “almas malas”  destinadas a condenarse y que hay un solo Dios Soberano y universal que creó todas las cosas por medio de su Verbo. Más aún, nos dice que el Dios del Antiguo Testamento, es el mismo y único Dios del Nuevo Testamento, al contrario de lo que afirmaba Marción de Sinope, un griego convertido al cristianismo, que influenciado por las ideas de los gnósticos, concibió una nueva forma de entender la fe de Cristo.

Los seguidores del gnosticismo creen que sus conocimientos emanan de un ser superior, al que llaman Dios, que ha revelado solo a ellos la verdad. Más concretamente, para ellos, fue Jesús el que realizó esta revelación privada a los Apóstoles, siendo por tanto el prototipo del gnosticismo. Ellos son aquellos hombres que han recibido esa revelación privada y los únicos, por tanto, que pueden alcanzar la verdadera santidad. Según estas ideas serian muy pocas las personas que podrían alcanzar la santidad, porque no son poseedoras de la verdadera fe.

San Ireneo fue un gran teólogo que estudió y explicó con gran claridad el mensaje de Jesús y que conocía en profundidad el Antiguo Testamento, por lo que establecía paralelismos entre éste y el Nuevo Testamento. Así, afirmó que el sacrificio de Abel es un símbolo del sacrificio de Jesús y defendió el principio de la tradición en contra del gnosticismo. Para él, sólo las iglesias  fundadas por los Apóstoles pueden servir de apoyo para la enseñanza, de la fe de Cristo. No se tiene certeza sobre la fecha de su muerte ocurrida en Lyon, a raíz de una cruel persecución de los cristianos hacia el año 202, durante el reinado del emperador Septimio Severo (193-211)

Cabría preguntarse ahora porque son tan importantes los testimonios escritos, dejados por los Padres de la Iglesia, para los cristianos en este momento. Un documento de la Santa Sede, de hace algunos años, puede responder de forma clara a esta pregunta, diciéndonos que en primer lugar estos Padres son testigos privilegiados de la Tradición de la Iglesia, en segundo lugar nos han transmitido un método teológico luminoso y seguro y en tercer lugar contienen una riqueza cultural y evangelizadora muy necesaria para iluminar los caminos de los cristianos de hoy.

A finales del siglo I y principios del II surgen, por otra parte, los Padres Apologistas ó antiguos escritores cristianos que se proponían defender la fe de Cristo de las acusaciones recibidas por parte, principalmente, de los paganos, con objeto de que el cristianismo se pudiera propagar por todo el imperio, sin peligro para aquellas personas que lo profesaban. Se trataba de hombres de un nivel cultural muy elevado que conocían las leyes romanas y tenían una capacidad de comunicación a través de sus escritos muy alta, aunque quizá desde el punto de vista espiritual eran menos profundos que los Padres Apostólicos.




El Papa Benedicto XVI en su audiencia general de 21 de marzo de 2007 decía a este propósito lo siguiente:
" Así, los apologistas buscan dos finalidades: una, estrictamente apologética, o sea, defender el cristianismo naciente (apología, en griego, significa precisamente “defensa”), y otra, “misionera”, o sea, proponer, exponer los contenidos de la fe con un lenguaje y con categorías de pensamiento comprensibles para los contemporáneos"

Entre estos Padres destaca, probablemente con la categoría de primer filósofo cristiano, San Justino, que tras una larga búsqueda de la verdad, la encontró en las enseñanzas de Cristo, lo que le hizo convertirse al cristianismo, fundando una escuela en Roma, donde gratuitamente enseñaba los principios de fe cristiana. Precisamente, por este motivo fue denunciado y decapitado aproximadamente hacia el año 165, durante el reinado de Marco Antonio (Dinastía antonina) (161-180). Este emperador es considerado por algunos historiadores como una gran figura de la filosofía estoica, pero persiguió  a los cristianos con gran ahínco, y entre otras cosas, algunos historiadores aseguran que,” tenía una especial indiferencia hacia las brutalidades en la vida”.
Entre las obras de San Justino son mencionables las Apologías I y II y  sobretodo el Dialogo con Trifón, dónde relata su encuentro con un misterioso personaje, un anciano que se encontró en la playa, el cual le explicó que debía acudir a la lectura de los antiguos profetas para encontrar el camino de Dios, exhortándole al despedirse de él, a que practicase la oración, para que se le abriesen las puertas de la luz.

El Papa Benedicto XVI en la audiencia anteriormente mencionada dice:
-Este relato constituye el episodio crucial de la vida de san Justino: al final de un largo camino filosófico de búsqueda de la verdad, llegó a la fe cristiana

San Teófilo,  según la tradición fue el sexto obispo de Antioquía de Siria, inicialmente era pagano, pero se convirtió al cristianismo, según el mismo contó, por la lectura de la Escrituras sagradas. Se conserva de él un escrito apologético dirigido a su amigo Autólico, donde demuestra sus conocimientos religiosos. Según algunos autores es el primer escritor cristiano que hace un comentario exegético del Génesis y también es el primero que da una explicación del dogma trinitario en el que aparece la distinción entre el “Verbo inmanente” y el “Verbo proferido o emitido” como instrumento de la creación al comienzo de los tiempos.

Con los Padres Apologistas definen de forma excepcional los conceptos principales de la fe de Cristo, como son: la idea de Dios, la idea de la creación, la concepción del hombre, el lugar del hombre en el mundo,… etc. Es por ello, que según Benedicto XVI, pueden considerarse grandes figuras de la Iglesia  primitiva. La obra evangelizadora de todos estos hombres que, poseían la gracia del  Espíritu Santo, se difundió por todas las provincias romanas de Europa, Asia y África, traspasando incluso las fronteras del  Imperio. A  mediados del siglo II, según los testimonios de políticos y escritores de la época, no había ya un rincón conocido donde no hubiese llegado el evangelio de Cristo y las causas de esta extensa y temprana difusión del cristianismo se pudo deber a varios motivos, entre los que destacaremos en primer lugar la acción del Espíritu Santo, en segundo lugar la buena organización para las comunicaciones, mediante vías, del Imperio romano y en tercer lugar el descrédito que ya sufrían  entonces las religiones paganas que no estaban basadas en la justicia y el amor como ocurría con el cristianismo.

Los cristianos debemos hablar sobre todo de Dios, pues como el Papa Benedicto XVI nos decía en su libro, “El elogio de la conciencia. Ediciones Palabra. S.A., 2010”:

"Al escrutar los signos de tiempos, vemos que nuestro primer deber en este momento histórico es anunciar el Evangelio de Cristo, ya que el Evangelio es fuente auténtica de la libertad y de la humanidad. El Señor mismo indica el núcleo de este anuncio con palabras brevísimas, que deben ser el corazón de toda evangelización.  Cristo resume así la esencia de su Evangelio: <<El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio>>" (Mc 1,15).

Para terminar este breve repaso sobre la evangelización, en los primeros siglos del cristianismo, recordaremos ahora la oración que Cristo hizo por toda su Iglesia (Jn 17, 20-26):

-No ruego por éstos solamente, sino también por los que crean en mí por medio de su palabra
-que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, para que sean uno como nosotros somos uno, para que el mundo sepa que tú me enviaste
-Y yo les he comunicado la gloria que tú me has dado, para que sean uno como nosotros somos uno
-Yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad; para que conozca el mundo que tú me enviaste y les amaste a ellos como me amaste a mí
-Padre, lo que has dado, quiero que, donde estoy yo, también ellos estén conmigo, para que contemplen mi gloria que me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo
-Padre justo, y el mundo no te conoció, pero yo te conocí; y éstos también conocieron que tú me enviaste
-Y yo les manifesté tu nombre, y se lo manifestaré, para que el amor con que me amaste sea en ellos, y yo también esté en ellos.




Esta hermosa oración, según San Juan, la realizó el Señor, después de la “Ultima Cena” y poco antes de dirigirse al huerto de Getsemaní, donde tuvo lugar su prendimiento. En ella reconocemos el amor de Cristo por todos los hombres y en particular por aquellos que han aceptado su palabra ó que en un futuro la aceptarán. Él se dirige a toda la Iglesia, la presente y la futura y pide al Padre que todos los suyos sean asociados a su gloria bienaventurada y redentora.