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viernes, 4 de diciembre de 2015

JESÚS Y EL SIGNO DE JONÁS


 
 
 
 
 
 
"El día siguiente al sábado, todavía muy de mañana, llegaron al sepulcro (las mujeres que habían venido con Jesús desde Galilea) llevando los aromas que habían preparado / y se encontraron con que la piedra había sido removida del sepulcro / Pero al entrar, no encontraron el cuerpo de Jesús / Estaban desconcertadas por este motivo, cuando se les presentaron dos varones con vestiduras refulgentes / Como estaban llenas de temor y con los rostros inclinados hacia tierra, ellos dijeron: ¿Po qué buscáis entre los muertos al que está vivo? / No está aquí, sino que ha resucitado..." (Lc 24, 1-6) 


En este recién estrenado siglo XXI, es más necesario que nunca hablar del <Signo de Jonás>, pero ¿Qué es, o en qué consiste este signo?, se preguntarán muchos que no conocen, o en su caso, no recuerdan, las Sagradas Escrituras. Tenemos que remontarnos a los tiempos antiguos, en concreto aquellos en los cuales aún no había venido a este mundo Jesús, nuestro Salvador (Libro de Jonás 786-746 a.C.).

Muchos estudiosos del Antiguo Testamento han creído ver en la figura de Jonás, del libro que lleva este nombre, al hijo de Amittay, natural de Gad ha-Jéfer (próximo a Nazaret). Podría tratarse de un profeta así llamado, que se menciona en el libro <Segundo de los Reyes>,  con motivo de la subida al trono en Samaria de Joroboán II (2 Re 14,25), al que vaticinó sus éxitos contra los arameos. Según parece este hombre debería trasladarse a Nínive, por mandato de Yahveh, para prevenir a su pueblo, respecto a un próximo castigo divino, por el mal comportamiento de éste. Sin embargo, Jonás siente miedo y no escucha la Palabra de Dios, sino que intenta huir a Tarsis en un barco que hacia allí se dirigía. Pero Yahveh desencadenó una terrible tormenta, de forma que la embarcación estuvo  a punto de hundirse. Los marineros enterados de la culpabilidad del profeta le preguntaron llenos de desesperación: ¿Qué debemos hacer contigo para que  la mar se nos aplaque? A lo que Jonás respondió: Coged y arrojadme al mar, y este se aplacará…
Y así sucedió, y un gran pez destinado por Yahveh se tragó al profeta, el cual desde el vientre del animal pidió socorro a Dios, arrepentido de su mal comportamiento, y Éste se lo concedió (después que permaneció tres días con sus tres noches en el vientre de la bestia). Jonás finalmente cumplió con el encargo que el Señor  le había ordenado, dirigiéndose al pueblo de Nínive para avisarle del peligro que corría. El pueblo se arrepintió y Dios compadecido  perdonó y no  envió daño alguno. La reacción de Jonás es de disgusto y asombro ante la bondad, para él inexplicable, de Dios, el cual finalmente da una lección definitiva al profeta sobre el grado de bondad divina, que considera que todos los hombres son dignos de ser perdonados si de corazón se arrepienten y piden perdón al Altísimo…


 
 
Las palabras de Jesús darán similitud a esta historia relatada en el Antiguo Testamento, y también significado teológico, tal como se constata en el Nuevo Testamento, concretamente, en el Evangelio de San Mateo (Mt 12, 39-41). Jesús relacionará su Resurrección de entre los muertos con el <Signo de Jonás>.

Cristo resucitó, y éste es el misterio clave para entender la fe y la esperanza del mensaje mesiánico.

Como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica, escrito en orden a la aplicación del Concilio Ecuménico Vaticano II:
(nº993)  Los fariseos y muchos contemporáneos del Señor, esperaban la resurrección. Jesús la enseña firmemente. A los saduceos que la niegan responde: <Vosotros no conocéis ni las Escrituras ni el poder de Dios, vosotros estáis en el error> (Mc 12,24). La fe en la resurrección descansa en la fe en Dios, que <no es un Dios de muertos sino de vivos> (Mc 12,27).

(nº 994) Pero  hay más: Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: <Yo soy la resurrección y la vida> (Jn 11,25).

 
 
 
 
Jesús resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él, y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre. En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección, devolviendo la vida a algunos muertos; entre estos, destacaremos el caso de  su querido amigo Lázaro (Jn 11, 38-44)
 
Ante todo,Jesús predicaba el advenimiento del Reino por toda Galilea, evangelizando en las sinagogas, pero también, en ocasiones, subiéndose a cualquier monte, y la gente le seguía sedienta de sus palabras; usaba con frecuencia las parábolas, cuya utilización era muy frecuente en su época por parte de los profetas, salmistas o rabinos.
Pero además de todo esto hacía milagros, como el de la resurrección de Lázaro, milagros increíbles, que dejaban a la muchedumbre asombrada; con estos milagros, quería demostrarles que él era el <Hijo del hombre>, esto es, el Mesías, el esperado por el pueblo de Israel.

Había, sin embargo, algunos judíos que no creían, o mejor dicho que no querían creer en Él, al igual que sucede en la actualidad entre algunos hombres de este paganizado siglo XXI  ¿Estaban impregnados de una <conciencia errónea>?, en el mejor de los casos, sí, ó ¿estaban más bien corrompidos, por la soberbia y la maldad que caracteriza a los acólitos del demonio? Son preguntas difíciles de contestar, pero que en definitiva conducen al mismo resultado final: la incapacidad para comprender y aceptar la llegada del Mesías por primera vez a este mundo. 
Dos sectas religiosas eran las que más destacaban en aquellos tiempos. Por una parte, la de los fariseos, la más popular y considerada entre las gentes del pueblo, porque predicaban la <venida del Mesías>, de un Dios-hombre, que impondría al mundo el imperio de la Ley mosaica y daría, el lugar que le correspondía al pueblo de Israel, entre todas las naciones del mundo.

Los fariseos, aunque interpretaban de forma sebera la Ley mosaica, lo hacían desde un punto de vista muy materialista, y además estaban llenos de todos los defectos que ellos prohibían a sus seguidores, tales como: la avaricia, la vanagloria y la ostentación; en definitiva, de todos aquellos pecados hijos de la soberbia, propia del padre de la mentira, Satanás. Jesús los desenmascaró en distintas ocasiones y por eso le odiaban a muerte, y le provocaban con sus preguntas insidiosas con objeto de encontrar en sus respuestas algún error que les permitieran condenarle y finalmente provocar su muerte, como en definitiva ocurrió.
Otro grupo de personas, los llamados saduceos,  compartía los honores de los despropósitos y vicios de la época, con los fariseos. A esta secta pertenecían  aristócratas y sacerdotes en su gran mayoría, pero también acogía algunos adictos al fariseísmo. Estos hombres guardaban su severidad para sancionar penalmente a aquellas personas que ellos pensaban habían incumplido la Ley mosaica, por eso gozaban de menos popularidad que la secta de los fariseos, entre sus conciudadanos, por eso, y porque además eran amigos de los gentiles romanos, es decir, de aquellos hombres que por entonces mandaban y explotaban al pueblo judío, sometido a Roma.


 
 
 
 
En este contexto podemos entender, con semejantes cataduras de hombres, que  fueran capaces de exigirle a Jesús una <señal del cielo> que demostrara que los milagros que hacía no provenían del demonio, como ellos aseguraban, y querían hacer creer al resto del pueblo judío.

El apóstol San Mateo y el evangelista San Marcos, relataron en sus respectivos Evangelios los hechos acaecidos, pero el primero lo hace con mas lujo de detalles, y ello proporciona un mayor significado teológico a su testimonio y por otra parte, hay que tener en cuenta que fue testigo presencial de los sucesos ocurridos,  ya que era uno de los <Doce>, elegidos por Jesús, que le acompañaban, con seguridad, en el momento del evento que tuvo lugar después de la segunda multiplicación de los panes y los peces (Mt 16, 1-4):

-Se acercaron los fariseos y los saduceos y, para tentarle le rogaron que les hiciera ver una señal del cielo.
-Él le respondió: <al atardecer decís que va hacer buen tiempo, porque está el cielo arrebolado;

-y por la mañana, que hoy habrá tormenta porque el cielo está rojizo y sombrío. ¿Así que sabéis descubrir el aspecto del cielo y no podéis descubrir los signos de los tiempos?

-Esta generación perversa y adúltera pide una señal, pero no se le dará otra señal que la de <Jonás>. Y los dejó y se marchó.


El evangelista San Marcos por su parte asegura en su Evangelio, refiriéndose a este mismo episodio de la vida del Señor, que subió a una barca con sus discípulos y se  alejó de allí dirigiéndose a la ribera opuesta del mar de Galilea, pero los apostoles se olvidaron de llevar el pan suficiente para alimentarse todos; sólo tenían un pan (Mc 16, 13-15):

-Y dejándolos, subió de nuevo a la barca y se marchó a la otra orilla.

-Se olvidaron de llevar panes y no tenían consigo en la barca más que un pan.

-Y les advertía diciendo: <estad alertas y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes>.

También San Mateo hace mención de las circunstancias que tuvieron lugar después del enfrentamiento de Jesús, con los fariseos y los saduceos (Mt 16, 5-12):

-Al pasar los discípulos a la otra orilla se olvidaron de llevar panes.

-Jesús les dijo: <estad alertas y guardaos de la levadura de los fariseos y los saduceos>.

-Pero ellos comentaban entre sí, no hemos traído panes.

-Al darse cuenta Jesús dijo: <hombres de poca fe>. ¿Por qué vais comentando entre vosotros que no tenéis panes?

-¿Todavía no entendéis? ¿No os acordáis de los cinco panes para los cinco mil hombres y de cuántos cestos recogisteis?

-¿Ni de los siete panes para los cuatro mil hombres y de cuántas espuertas recogisteis?

-¿Cómo no entendéis que no me refería a los panes? Guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos.

-Entonces comprendieron que no se refería a que tuvieran cuidado con la levadura del pan, sino con las enseñanzas de los fariseos y los saduceos.

Jesús realmente habla siempre muy claro, y todo hombre de buena voluntad forzosamente le tiene que entender, sucede sin embargo, como en esta ocasión, que los hombres se enredan en historias y pormenores que pueden aturdir y cambiar el sentido de una idea o de un razonamiento, pero el Señor nos pide a todos que tengamos fe en Él, y en su Mensaje, y por eso les reprocha a sus discípulos la falta de fe, porque en principio pensaron que la levadura que él les mencionaba, era la utilizada en la fabricación del pan, y no  la levadura de los malos pensamientos, y las actitudes, de las sectas de los fariseos y de los saduceos, que constantemente le importunaban con preguntas mal intencionadas y provocadoras.
 
 
 
 
 
Por otra parte, el Papa Benedicto XVI recordando las palabra de Jesús: Esta generación perversa y adúltera pide una señal, pero no se le dará otra señal que la señal de <Jonás> ;nos advierte , de que Jesús hizo muy bien en no querer dar una señal  inmediata a aquellos hombres depravados porque aunque hubiera dicho o hecho cosa alguna, y ya había hecho muchos milagros y enseñado muchas verdades, estos no le hubieran creído.


Como manifestó Jesús, con una parábola, los malvados: <se dejan llevar del maligno y no quieren creer en Dios>. La parábola a la que nos referimos es la de <Rico Epulón y el pobre Lázaro>, relatada únicamente por el evangelista San Lucas (Lc 16, 22-31).

 
 
 
 
En esta parábola, Jesús refiere que un hombre pobre llamado Lázaro pedía ayuda a las puertas de un hombre rico cuyo nombre era Epulón, y no recibía ninguna limosna, y cómo después, al morir este hombre acomodado y ser condenado, por sus malos hechos, al infierno, pedía ayuda a Lázaro que ya se encontraba en la gloria, al lado del Patriarca Abrahán.

El Papa Benedicto XVI recordando esta parábola del Señor, nos enseña que (Jesús de Nazaret. 1ª parte Benedicto XVI. Ed. <La esfera de los libros> S.L. 2008):
“El hombre rico dice a Abrahán desde el infierno lo que muchos hombres, entonces como ahora, dicen o les gustaría decir a Dios: Si quieres que creamos y nuestros oídos se rijan por la palabra de la revelación de la Biblia, entonces debes de ser más claro. Mándanos a alguien desde el más allá que nos pueda decir que eso es realmente así. El problema de la petición de pruebas, la exigencia de una mayor evidencia de la revelación aparece en todo el Evangelio.
La respuesta de Abrahán, así como, al margen de la parábola, la que da Jesús a la petición de pruebas por parte de sus contemporáneos, es clara: Quién no crea en la palabra de la Escritura tampoco creerá a uno que venga del más allá. Las verdades supremas no pueden someterse a la misma evidencia empírica que, por definición, es propia solo de las cosas materiales…

Así pues, si en la historia de Lázaro vemos la respuesta de Jesús a la petición de los signos por parte de sus contemporáneos, estamos de acuerdo con la respuesta central que Jesús da a esta exigencia. En Mateo se dice <Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre de un cetáceo, pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra> (Mt 12, 39 s). En Lucas leemos <Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le  dará más signo, que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación (Lc 11, 29 s).
No necesitamos analizar las diferencias entre estas dos versiones. Una cosa está clara: La señal de Dios para los hombres es el Hijo del hombre, Jesús mismo. Y lo es de manera profunda en su Misterio Pascual, en el Misterio de su muerte y Resurrección. Él mismo es el <signo de Jonás>. El crucificado y resucitado, es el verdadero Lázaro: Creer en Él y seguirlo, es el gran signo de Dios, es la invitación de la parábola, que es más que una parábola. Ella habla de la realidad, de la realidad decisiva de la historia por excelencia”


La <señal o el signo de los tiempos> para los hombres creyentes ha sido siempre el Hijo del hombre, el Mesías, porque Él murió y resucitó por la salvación del género humano. De alguna forma Él lo reconoció así al anunciar la destrucción de su cuerpo y la reconstrucción del mismo en sólo tres días con éstas palabras (Jn 2, 19): <Destruid este santuario, y en tres días lo levantaré>.

 
 
 
 
 
Son palabras del Señor en respuesta a los judíos que asombrados por su comportamiento con los compradores y vendedores a las puertas del templo en Jerusalén le habían interrogado pidiéndole también una señal. (Jn 2, 13-21):

"Como ya estaba próxima la fiesta judía de la Pascua, Jesús fue a Jerusalén / En el templo se encontró con los vendedores de bueyes, ovejas y palomas; también estaban allí, sentados detrás de sus mesas, los cambistas de dinero / Jesús, al ver aquello, hizo un látigo de cuerdas y echó fuera del templo a todos, con sus ovejas y bueyes; tiró al suelo las monedas de los cambistas y volcó sus mesas / y a los vendedores de palomas les dijo: Quitad esto de aquí. No convirtáis la casa de mi Padre en un mercado / Sus discípulos recordaron las palabras de la escritura: <El celo por mi casa me consumirá> / Los judíos le salieron al paso y le preguntaron: ¿Qué señal nos ofreces como prueba de tu autoridad para hacer esto? / Jesús replicó: <Destruid este templo, y en tres días yo lo levantaré  de nuevo> / Los judíos le contestaron: Han sido necesarios cuarenta y seis años para edificar este templo, ¿Y piensas tú reconstruirlo en tres días? / El templo del que hablaba Jesús era su propio cuerpo / Por eso, cuando Jesús resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron lo que había dicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras que Él había pronunciado"
 
 
 
 
El Papa Benedicto XVI en su libro <Jesús de Nazaret. 2ª parte> se refiere a este pasaje de la vida del Señor, asegurando que: “En Juan, la verdadera palabra de Jesús se presenta así: <destruid este templo y yo en tres días lo levantaré>. Con esto Jesús responde a la petición de la autoridad judía de una señal que probara su legitimidad para un acto como la purificación el templo. Su <señal> es la Cruz y la Resurrección. La Cruz y la Resurrección lo legitiman como Aquel que establece el culto verdadero. Jesús se justifica a través de su Pasión; este es el signo de Jonás, que él ofrece a Israel y al mundo.

Pero la palabra va todavía más al fondo. Con razón dice Juan que los discípulos solo comprendieron esa palabra en toda su profundidad al recordarla después de la Resurrección, rememorándola a la luz del Espíritu Santo como comunidad de los discípulos, como Iglesia.

El rechazo a Jesús, su crucifixión, significa al mismo tiempo el fin de este templo. La época del templo ha pasado llega un nuevo culto en un templo no construido por el hombre. Este templo es su Cuerpo, el Resucitado que congrega a los pueblos y los une en el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. Él mismo es el nuevo templo de la humanidad. La crucifixión de Jesús es al mismo tiempo la destrucción del antiguo templo. Con su Resurrección comienza un modo nuevo de venerar a Dios, no ya en un monte o en otro, sino en <Espíritu y verdad>”

Nos habla aquí Benedicto XVI de aquello que está refrendado por el Catecismo de la Iglesia Católica (I.C.I.  nº 586):

“Lejos de haber sido hostil al Templo, donde expuso lo esencial de su enseñanza, Jesús quiso pagar el impuesto del templo asociándose con Pedro (Mt 17, 24-27), a quien acababa de poner como fundamento de su futura Iglesia (Mt 16, 18). Aún más, se identificó con el templo representándose como morada definitiva de Dios entre los hombres (Jn 2,21; Mt 12,6). Por eso su muerte corporal (Jn 2,18-22) anuncia la destrucción del templo que señalará la entrada de una nueva edad de la historia de la salvación: <llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre> (Jn, 4,21; Jn 4,23-24; Mt 27,5, Hb, 9,11, Ap 22,22)

 
 
 
 
Sí, con su Resurrección Jesucristo inauguró una nueva forma de adorar a Dios, tal como nos cuenta San Juan en su Evangelio, por ejemplo, durante el encuentro de Jesús con la samaritana. Jesús volvía a Galilea desde Judea y en el camino tuvo que pasar primero por la región de Samaria, llegando a una ciudad de la misma, llamada Sicar, famosa porque allí se encontraba la fuente de Jacob, donde bebieron sus hijos, su ganado y él mismo. Entre una mujer de la región, de vida licenciosa y Jesús se entabló una interesante conversación en la que Jesús al pedirle agua acaba reconociéndose el Mesías, y donde la mujer llega a comprender que éste debe ser al menos un profeta porque adivina sus secretos más íntimos (Jn 4, 19-24):

"Dice la mujer: Señor veo que tú eres profeta / Nuestros padres adoraron a Dios en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén está el lugar donde hay que adorarle / Créeme, mujer, está llegando la hora, mejor dicho, ha llegado ya, en que para dar culto al Padre no tendréis que subir a este monte ni ir a Jerusalén / Vosotros, los samaritanos, no sabéis lo que adoráis; nosotros sabemos lo que adoramos, porque la salvación viene de los judíos / Ha llagado la hora en que los que rinden verdadero culto al Padre, lo harán en espíritu y en verdad. El Padre quiere ser adorado así / Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad"

El Apóstol San Pablo en su carta a los hebreos tras una introducción muy amplia en la que explica como era el Santuario y los ritos del Antiguo Testamento, aclara que después de la venida del Mesías con su Pasión Muerte y Resurrección, éste ha conseguido penetrar en el tabernáculo más amplio y perfecto de un templo que ya no ha sido hecho por manos de los hombres y donde los sacrificios no se realizan por la sangre de los machos cabríos o por los becerros sino a través de un nuevo sacrificio de eficacia perfecta, esto es el sacrificio de Cristo (Hb 9 11-15)

-Cristo, se presentó como Sumo sacerdote de los bienes venideros, a través de un tabernáculo más santo y más perfecto, no hecho por mano de hombre, es decir, no de esta creación,

-y entró de una vez para siempre en el santuario, no con sangre de machos cabríos y de becerros, sino con su propia sangre, adquiriéndonos una liberación eterna.

-Pues si la sangre de los machos cabríos y de los becerros y la ceniza de la vaca, con las que se asperja a aquellos que están manchados, los santifica procurándoles la pureza del cuerpo,

-¿Cuánto más la sangre de Cristo que por virtud del espíritu eterno se ofreció a sí mismo a Dios como víctima inmaculada purificará nuestra conciencia de sus obras muertas, para servir al Dios vivo?

-Por eso es el mediador de una nueva alianza, a fin de que, consiguiendo con su muerte el perdón de los delitos cometidos en el tiempo de la primera alianza, aquellos que son llamados reciban la herencia eterna prometida.

 
 
 
Y por eso el <signo de Jonás> siempre estará vinculado a la Resurrección de Cristo; a los hombres sólo les toca interpretarlo bien y obrar en consecuencia, teniendo siempre presente que el enemigo mortal del género humano es Satanás, el Ángel caído, aquel que por soberbia se quiso imponer a Dios y fue condenado por el Altísimo junto con sus secuaces, los ángeles disidentes que le arropaban en sus deseos y maldades, a permanecer en el mundo de las tinieblas…

En cambio Dios es fiel a su Alianza con el hombre que selló mediante Pasión,  Muerte y Resurrección de su Unigénito Hijo. Es más, como aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza Ed. Círculo de lectores 1995):
“No puede ya volverse atrás habiendo decidido de una vez por todas que el destino del hombre es la vida eterna y el Reino de los cielos ¿Cederá el hombre al amor de Dios, reconocerá su trágico error? ¿Cederá al príncipe de las tinieblas, que es el padre de la mentira (Jn 8,44), que continuamente acusa a los hijos de los hombres como en otro tiempo acusó a Job? (Job 1,9ss) probablemente no cederá, pero quizá sus argumentos pierdan fuerza. Quizá la humanidad se vaya haciendo poco a apoco más sencilla, vaya abriendo los oídos para escuchar la palabra con la que Dios lo ha dicho todo al hombre”

El Papa San Juan Pablo II  es optimista al evaluar el comportamiento humano en un futuro, futuro que ya es hoy presente en nuestro siglo, pero aunque es cierto que la esperanza siempre existirá y la Palabra de Dios será escuchada y respetada por la humanidad entera, lo cierto es que las primeras experiencias en este sentido, al comienzo de esta nueva etapa de la historia de los seres humanos, todo  parece indicar que marcha en el sentido contrario, pero el Espíritu Santo siempre ayuda al hombre en su camino de la búsqueda de la santidad, no lo olvidemos.


 
 
 El pueblo de Dios, está llamado inevitablemente a analizar los acontecimientos históricos o <signo de los tiempos> a la luz de la Palabra de Dios y a interpretarlos según sus designios. Más concretamente los católicos por la fe, debemos identificar el <signo de los tiempos> con el <signo de Jonás>, en función del amor Trinitario de Dios, revalidado por Cristo con su Pasión, Muerte y Resurrección. En particular la Resurrección de Cristo es un punto decisivo para la historia de la humanidad (Jesús de Nazaret 2ª Parte. Papa Benedicto XVI. Ed. Encuentros)