Translate

Translate

domingo, 25 de diciembre de 2016

RECORDANDO LA NATIVIDAD DEL SEÑOR


 
 
 
 
 
 
Desde tiempos de San Gregorio Magno (+ 604), la Iglesia  romana tenía la costumbre de celebrar, en el día de  Navidad, tres Misas : *La primera misa se celebra  a media noche, en la Santa María Mayor, donde se veneraba el pesebre de la gruta de Belén: "En ella el pensamiento capital es Cristo, el Niño de Belén  nacido de la Virgen María e Hijo eterno y consustancial del Padre.

En ella celebramos, por tanto, el nacimiento eterno y temporal del Señor. En el <Introito> se alude al nacimiento eterno: <El Señor me dijo: Mi Hijo eres tú; hoy te he engendrado.>” (Rmo. P. Fr. Pérez de Urbel).

Se refiere esta frase a aquella que aparece en el Sartorio o libro de los Salmos, y más concretamente al Salmo 2, en el que se nos dice que Dios cumple sus designios estableciendo a su Ungido. En el Nuevo Testamento este Salmo aparece en distintas ocasiones siempre relacionándolo con Jesús, nuestro Salvador (Sal 2, 1-7):
“¿Por qué se sublevan las naciones y traman los pueblos vanos proyectos?/Se alzan los reyes de la tierra, y los príncipes se confabulan contra el Señor y contra su Ungido/< ¡Rompamos sus cadenas, arrojemos de nosotros su yugo!>/El que está sentado en los cielos se ríe, se burla de ellos el Señor/Les habla en su ira, con su cólera los aterra/<Yo mismo he ungido a mi Rey en Sión, mi monte santo>. Proclamaré el decreto del Señor Él me ha dicho: <Tú eres mi hijo. Yo te he engendrado hoy>"

 
 
 
Jesús es el Ungido, aquel del que Dios Padre dice: <Tú eres mi hijo. Yo te he engendrado hoy…>. La cuestión del origen de Jesús siempre ha estado en tela de juicio entre eruditos y no eruditos: ¿Quién dice la gente que soy yo? pregunta incluso Jesús en una ocasión a sus discípulos…Él sabía de sobra la respuesta, pero pregunta para probar la fidelidad, al menos, de los suyos. El duro corazón de los hombres siempre se esconde tras preguntas como éstas: ¿Quién es Jesús? ¿De dónde viene? cuestiones ambas íntimamente relacionadas…

Podríamos pensar ¿Cómo después de tantos siglos puede haber todavía gente que se haga este tipo de preguntas? Pero las hay sin duda, más aún, algunas personas ni se lo preguntan, porque pasan de Dios y de su Ungido, como si se tratara de alguien del pasado que no tiene nada que ver con el hombre de hoy, con el hombre del siglo XXI, tan envanecido de sus logros, que hasta pretende llegar a crear vida... a espaldas de su Creador, cosa que jamas logrará.

La humildad brilla por su ausencia en las generaciones actuales que se olvida, como se nos recuerda en el Salmo 2,  que el Señor es sumamente misericordioso y quiere que todos sus hijos se salven,  pero también es inmensamente justo y por eso dice: <¡Rompamos sus cadenas, arrojemos de nosotros su yugo!>...


 
 
El Papa Benedicto XVI en su libro <La infancia de Jesús>, nos muestra de forma clara como los cuatro evangelistas, al hablar de Jesús pretendían responder a las preguntas de los hombres respecto al origen de Jesús: “Han sido escritos (los Evangelios) precisamente para dar una respuesta. Cuando Mateo comienza su Evangelio con la genealogía de Jesús, quiere poner de inmediato bajo la luz correcta, ya desde el principio, la pregunta sobre el origen de Jesús; la genealogía es como una especie de título para todo el Evangelio. Lucas, a su vez, ha colocado la genealogía de Jesús, al comienzo de su vida pública, casi como una presentación pública de Jesús, para responder con matices diversos a la misma pregunta, y anticipando lo que luego desarrollará en todo el Evangelio…”

 *La segunda misa  con motivo de la Natividad del Señor se celebraba al amanecer: “Los cristianos de Roma se reunían para ofrecer nuevamente el sacrificio en la Iglesia de santa Anastasia, una mártir de Iliria, que había sufrido en este día, durante la persecución de Diocleciano. El horizonte empieza a dorarse con los primeros resplandores del sol; el verdadero sol, Cristo, brilla ya sobre nuestras cabezas. Este pensamiento se nos presenta desde el Introito, y se junta luego con el suceso de aquel amanecer glorioso: los pastores de la gruta…” (Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel)

 
 
Así es, en la zona de Belén, donde nació Jesús, debía ser frecuente la presencia cercana de algunos pastores. Como podemos leer en el libro de Benedicto XVI (Ibid): “Y  un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió en claridad (Lc 2, 8s). Los primeros testigos del gran acontecimiento son pastores que velan. Mucho se ha reflexionado sobre el significado que puede tener el que sean precisamente los pastores los primeros en recibir el mensaje"


Jesús nació fuera de la ciudad, en un ambiente en que por todas partes en los alrededores había pastos a los que los pastores llevaban sus rebaños. Era normal por tanto que ellos, al estar más cerca del acontecimiento, fueran los primeros llamados a la gruta.

"Naturalmente se puede ampliar inmediatamente la reflexión: quizás ellos vivieron más de cerca el acontecimiento, no solo exteriormente, sino también interiormente… Y tampoco estaban interiormente lejos del Dios que se hace niño. Esto concuerda con el hecho de que formaban parte de los pobres, de almas sencillas, a los que Jesús bendeciría, porque a ellos está reservado el acceso al misterio de Dios (Lc 10, 21s). Ellos representan a los pobres de Israel, a los pobres en general: los predilectos del amor de Dios…”(Papa Benedicto XVI; Ibid)

 
 
 
Verdaderamente es muy consolador recordar aquellos tiempos, no tan lejanos, cuando en  las casa de los cristianos católicos el <Belén>, constituía el centro de atención de toda la familia, y allí siempre estaban por supuesto los pastores adorando al Niño recién nacido…Ahora en cambio se prefiere  al papá Noel y el arbol de Navidad...

Sí, se prefiere muchos más, al papá Noel, porque trae regalos a los niños, una moda que recuerda según parece, las costumbres paganas de los romanos, cuando celebraban las fiestas, a mediados de diciembre en honor de uno de sus dioses, concretamente, Saturno (Cronos para los griegos), al final de las cuales los niños recibían obsequios de todos los mayores…

No cabe duda que esto es un síntoma más, del paganismo que impera en las sociedades de los últimos siglos, y que está llegando a límites insospechados en los últimos años…Si seguimos por éste camino va a tener razón Jesús, cuando dudó de que en su segunda venida a la tierra (parusía) pudiera encontrar algún creyente…
Pero volvamos de nuevo a la narración de San Lucas cuando habla de los pastores que adoraron al Niño Jesús:

“El ángel del Señor se presentó y la gloria del Señor  los envolvió de claridad. <Y se llenaron de gran temor> y les anuncia una <gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, os ha nacido el Salvador, que es el Mesías, el Señor> (Lc 2, 10s). Se les dice que encontrarán como señal a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
Y <de pronto, en torno al ángel, apareció una legión  del ejercito celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres  en quienes él se complace> (Lc 2, 13, 14)…
Y así, desde aquel momento hasta ahora el canto de alabanza de los ángeles jamás ha cesado. Continúa a través de los siglos siempre con nuevas formas y, en la celebración de la Natividad de Jesús, resuena siempre de modo nuevo. Se comprende bien que el pueblo sencillo de los creyentes haya después oído cantar también a los pastores, y hasta el día de hoy se una sus  melodías en la Noche Santa, expresando con el canto la gran alegría que desde entonces hasta el fin de los tiempos se nos ha dado a todos…”  (Benedicto XVI; Ibid).

 
 
 
*La tercera y última misa celebrada por la Iglesia para conmemorar la Natividad del Señor, nos presenta al recién nacido en todo el esplendor  de su hermosura:“En la revelación del Misterio de la Navidad hay una graduación, expresada en cada una de las tres misas: noche, alborada, mediodía; María sola, los pastores (algunos elegidos), el mundo entero.

El Salvador, nuestro Salvador, el Salvador del mundo. El Introito de esta tercera misa condesa el pensamiento fundamental de la liturgia de este día: <Un Niño nos ha nacido>. Pero este Niño, que descansa en el pesebre, es el Señor del cielo. <Sobre sus hombros sostiene el imperio del mundo…En el principio era el Verbo…Y el Verbo se hizo carne…>

Los apóstoles, San Pablo y San Juan cantan sus grandezas divinas, el primero en la Epístola (a los Hebreos) y el segundo  en su Evangelio. Y nosotros nos llenamos de alegría porque <ese Niño, que nace para salvar al mundo, es para nosotros el autor de una generación divina y será dador de la inmortalidad>” (Rmo. Fr. Justo Pérez de Urbel).

 

Así es, como lo narra el apóstol San Juan en su Evangelio: <En Principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios…Y la Palabra se hizo carne  y acampó entre nosotros> (Jn 1, 1-14):

“El hombre Jesús es el <acampar> del Verbo, el eterno <Logos> divino en este mundo…El origen de Jesús, su <de dónde>, es el principio mismo, la causa primera de la que todo proviene; la <luz> que hace del mundo un cosmos…” (Papa Benedicto XVI; Ibid).

 

lunes, 19 de diciembre de 2016

JESÚS DIJO (XXV): TRABAJOS REALIZADOS POR MRM.MARUS


 
 
 
 
 





*JESÚS DIJO (XXIV): TRABAJOS REALIZADOS POR MRM.MARUS (8/11/16)

 

 

*LA IGLESIA CATÓLICA Y EL FEMINISMO (III) (20/11/16)

 

 

*LA PACIENCIA: UNA OBRA DE MISERICORDIA ESPIRITUAL Y UN FRUTO DEL ESPÍRITU SANTO (2ª Parte) (1/12/16)

 

 

*LOS CRISTIANOS NECESITAN TENER LA GRAN ESPERANZA (4/12/16)

 

 

*JESÚS Y EL RETO DE LA EVANGELIZACIÓN: SIGLO XI (1ª Parte) (14/12/16)

 

 

La Biblia1993 (Edición popular). La Casa de la Biblia

Traducción aprobada por la Conferencia  Episcopal Española

 

 

                                          CARTA A LOS ROMANOS (Primera Parte)

                 

                                                        (Comentarios a la Carta)

Roma era el centro del mundo. Casi un millón de personas de todo tipo componían la población de la capital del imperio. Entrar en contacto con Roma fue para san Pablo como una obsesión. La carta que escribió a los cristianos de Roma constituyó en su día una especie de hito en su tarea evangelizadora y ha constituido, después, en la historia de la Iglesia un punto de referencia permanente en las tareas teológicas.

 

-(1) LOS CRISTIANOS DE ROMA Y PABLO

 
El mensaje de Jesús fue llevado tempranamente a Roma por judíos procedentes de Palestina. Pero en el año 49 d.C. el emperador Claudio expulsó a todos los judíos que habitaban en la ciudad. Entre los desterrados marcharon muchos cristianos de origen hebreo. Durante el tiempo que duró la expulsión (hasta el año 54 d.C. aproximadamente) la comunidad siguió funcionando por medio de los cristianos venidos del paganismo. De hecho, cuando regresaron los judíos, la mayoría de los seguidores del Señor eran de origen pagano.

Cuatro años después, el apóstol Pablo se dirige a la comunidad mediante una carta. Quiere representar a ella y solicitar su acogida cuando visite aquella Iglesia no fundada por él. Pero también desea explicarles, con cierta amplitud, las ideas centrales de su predicación.

 

 

-(2) LA CARTA Y SUS PECULIARIDADES

 
Pablo escribió esta carta desde Corinto al final de su actividad misionera en la parte oriental del imperio. Sin llegar a ser una síntesis completa de su enseñanza, sí es su criterio más extenso y de más envergadura doctrinal. Es como si Pablo viera en Roma, corazón del paganismo, el mejor símbolo del carácter universal de la Iglesia cristiana.

 

La organización de la carta es sencilla

-Introducción (Rom 1 1-15)

 

-Sección teórica (Rom 1 16-11 36)

 

-Parte exhortativa (Rom 12 1-15 13)

 

-Conclusión (Rom 15 14-16 27)

 

 

-(3) JESÚS ES LA FUERZA SALVADORA DE DIOS

Después de anunciar tantas veces el evangelio, Pablo se queda con muy pocas cosas fundamentales. Sin duda, Jesús es el centro, la fuerza liberadora para todos los que lo acogen con fe.

Es cierto que toda criatura sufre el poder esclavizante y destructor del pecado; pero no es menos cierto que Dios Padre se ha compadecido de los hombres y les ha entregado a su Hijo, a Jesús muerto en cruz, para ofrecer la salvación plena.

La buena noticia, provoca en los oyentes un proceso de liberación que desemboca necesariamente en una nueva vida. La fe convencida origina una moral dinámica, de exigencias concretas, en constante progreso y en incesante combate.

 

 

                                    CARTA A LOS ROMANOS: INTRODUCCION

 

(I)-   SALUDO Y PROFESIÓN DE FE (1, 1-7)

 

1-Soy Pablo, siervo de Cristo Jesús, elegido como apóstol y destinado a proclamar el evangelio que Dios / había prometido por medio de sus profetas en las Escrituras santas. / Este evangelio se refiere a su Hijo, nacido, en cuanto hombre, de la estirpe de David / y constituido por su resurrección de entre los muertos Hijo poderoso de Dios según el espíritu santificador: Jesucristo, Señor nuestro, / por quien he recibido la gracia de ser apóstol, a fin de que para su gloria, respondan a la fe de todas las naciones, / entre las cuales también estáis vosotros que habéis sido elegidos por Jesucristo. / A todos los que estáis en Roma y habéis sido elegidos amorosamente por Dios para constituir su pueblo, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y de Jesucristo el Señor.

 

*PROYECTOS DE PABLO PARA VISITAR ROMA (1, 8-15)

 

Ante todo, doy gracias a mi Dios por vosotros mediante Jesucristo, porque todo el mundo se hace lenguas de vuestra fe. / Dios, a quien rindo culto de todo corazón anunciando el evangelio de su Hijo, es testigo de que os recuerdo sin cesar. / Continuamente pido a Dios que me conceda ir a visitaros. / Deseo ardientemente veros, para comunicaros algún don espiritual que os fortalezca; / o más bien para confortarnos mutuamente en la fe común, la vuestra y la mía. / Debéis saber, hermanos, que he intentado muchas veces ir a visitaros, pero hasta el presente me lo han impedido. Pretendía recoger algún fruto también entre vosotros, lo mismo que en los demás pueblos. / Y es que me debo por igual a civilizados y a no civilizados, a sabios y a ignorantes. Así que, por lo que a mí toca, estoy pronto a anunciaros el evangelio también a vosotros, los que estáis en Roma.

 

1.       LA SALVACIÓN CRISTIANA

 

                                                  TEMA CENTRAL:

 

*EL PODER SALVADOR DEL EVANGELIO (1, 16-17)

 

Pues no me avergüenzo del evangelio, que es fuerza de Dios para que se salve todo el que cree, tanto si es judío como si no lo es. / Porque en él, se manifiesta la fuerza salvadora de Dios a través de una fe en continuo crecimiento, como dice la Escritura: Quien alcance la salvación por la fe, ese vivirá.

 

 

                                                 SALVACIÓN Y FE:

 

 

*LA HUMANIDAD CULPABLE (1, 18-32)

En efecto, la ira de Dios se manifiesta desde el cielo contra la impiedad e injusticia de aquellos hombres que obstaculizan injustamente la verdad. / Pues lo que se puede conocer de Dios, lo tienen claro ante sus ojos, por cuanto Dios se  lo ha revelado. / Y es que lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se ha hecho visible desde la creación del mundo, a través de las cosas creadas. Así que no tienen excusa, / porque, habiendo conocido a Dios, no lo han glorificado, ni le han dado gracias, sino que han puesto sus pensamientos en cosas sin valor y se ha oscurecido su insensato corazón. / Alardeando de sabios, se han hecho necios / y han trocado la gloria del Dios incorruptible por representaciones de hombres corruptibles, e incluso de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. / Por eso Dios los ha entregado, siguiendo el impulso de sus apetitos, a una impureza tal que degrada sus propios cuerpos. / Es la consecuencia de haber cambiado la verdad de Dios por la mentira, y de haber adorado y dado culto a la criatura en lugar de al Creador, que es bendito por siempre, Amén. / Así pues, Dios los ha entregado a pasiones vergonzosas. Sus mujeres han cambiado las relaciones naturales del sexo por usos antinaturales; / e igualmente hombres, dejando la relación natural con la mujer, se han abrasado en deseos de unos por otros. Hombres con hombres comenten acciones ignominiosas y reciben en su propio cuerpo el pago merecido por su extravío. / Y por haber rechazado el verdadero conocimiento de Dios, Dios los ha dejado a merced de su depravada mente, que los impulsa a hacer lo que no deben. / Están llenos de injusticia, malicia, codicia y perversidad; son envidiosos, homicidas, camorristas, mentirosos, malintencionados, chismosos, / calumniadores, impíos, insolentes, soberbios, fanfarrones, inventores de maldades, rebeldes a sus padres, / inconsiderados, desleales, desamorados y despiadados. / Conocen bien el decreto de Dios según el cual los que cometen tales acciones son dignos de muerte, pero no contentos con hacerlas, aplauden incluso a los que las cometen.

 

 

(II)                                        TODOS BAJO EL JUICIO DE DIOS (2, 1-11)

 

1-Por tanto, no tienes excusa tú, quienquiera que seas, cuando juzgas a los demás, pues juzgando a otros tú mismo te condenas, ya que haces lo mismo que condenas. / Y sabemos que el juicio de Dios es riguroso contra quienes hacen tales cosas. / Y tú que condenas a los que hacen las mismas cosas que tú haces ¿piensas que escaparás al castigo de Dios? / ¿Desprecias acaso la inmensa bondad de Dios, su paciencia y su generosidad, ignorando que es la bondad de Dios la que te invita al arrepentimiento? / Por el endurecimiento y la impenitencia de tu corazón estás atesorando ira para el día de la ira, cuando Dios se manifieste como justo juez / y dé a cada uno según su merecido: / a los que perseverando en la práctica del bien buscan gloria, honor e inmortalidad, les dará vida eterna; / pero los que por egoísmo rechazaron la verdad y se abrazaron a la injusticia, tendrán un castigo implacable. / Tribulación y angustia para los que no lo son; / gloria, honor y paz para los que hacen el bien; para los judíos, desde luego, pero también para quienes no lo son, / pues en Dios no hay lugar a favoritismos.

 

*TAMBIÉN LOS JUDÍOS SON CULPABLES (2, 12-24)

 

En efecto, todo el que haya pecado sin estar bajo la ley, también perecerá sin que intervenga la ley; y todo el que haya pecado estando bajo la ley, será juzgado por esa ley. / Porque no salvará Dios a los que simplemente escuchan la ley, sino a aquellos que la cumplen. / Y es que cuando los paganos que no están bajo la ley, cumplen lo que atañe a la ley por inclinación natural, aunque no tengan ley, se constituyen en ley para sí mismos. / Llevan los preceptos de la ley escritos en su corazón, como lo atestigua su conciencia y también sus propios razonamientos que los acusarán o defenderán / en el día en que Dios juzgue las cosas ocultas de los hombres por medio de Jesucristo y conforme al evangelio que yo anuncio. / ¿Y qué decir de ti? Presumes de judío, te apoyas en la ley y te glorías en Dios. / Te precias de conocer su voluntad e, instruido por la ley, sabes discernir lo que es bueno. / Te jactas de ser guía de ciegos, luz de los que están en tinieblas, / educador de ignorantes, maestro de analfabetos, y crees poseer en la ley la clave del conocimiento y de la verdad. / Pues bien, tú que enseñas a otros, ¿Por qué no te enseñas a ti mismo? Tú que proclamas que no se debe robar, ¿por qué robas? / Tú que condenas el adulterio, ¿por qué cometes adulterio? Tú que reniegas de los ídolos, ¿por qué deshonras a Dios al no cumplirla? / Pues como dice la Escritura: Por vuestra culpa el nombre de Dios es ultrajado entre los paganos.

 

 

 

miércoles, 14 de diciembre de 2016

JESÚS Y EL RETO DE LA EVANGELIZACIÓN: SIGLO XI (1ª Parte)


 
 
 
 

 


Cinco años después de su nombramiento como Pontífice de la Iglesia de Cristo, Benedicto XVI se sometió a una entrevista con el conocido periodista Peter Seewald, el cual le trasladó al Papa algunas de las preguntas, que por entonces, y aún hoy, se hacen muchos cristianos, a las que  respondió con gran acierto, quedando reflejadas sus enseñanzas posteriormente en un libro muy interesante que toda persona deseosa de aportar algo a la llamada <nueva evangelización> debería leer.
Así, por ejemplo, a la pregunta del periodista sobre la Iglesia, la fe y la sociedad, más concretamente, al interesarse acerca de la nueva forma de vida del hombre de hoy, el Papa entre otras muchas  cosas reconocía que:

“En nuestros días vemos cómo el mundo corre peligro de deslizarse hacia el abismo…El desarrollo del pensamiento moderno centrado en el progreso y en la ciencia ha creado una mentalidad por la cual se cree poder hacer prescindible la <hipótesis de Dios>…El hombre piensa hoy poder hacer por sí mismo todo lo que antes sólo esperaba de Dios…
Según este modelo de pensamiento, que se considera científico, las cosas de la fe aparecen como arcaicas, míticas, como pertenecientes a una civilización pasada…El hombre ya no busca más el misterio, lo divino, sino que cree saber: la ciencia descifrará en algún momento todo aquello que todavía no entendemos… Es sólo cuestión de tiempo; entonces, lo dominaremos todo…”

Sí, Benedicto XVI es un Papa que ha conocido muy bien la sociedad de los últimos siglos, y más concretamente la de aquellos años en los que ejerció como Cabeza de la Iglesia Católica. Por eso se daba cuenta del cariz que estaba tomando el pensamiento humano, alejándose de Dios para poner al hombre en su lugar. Él, ante esta situación, ya perpetuada a principios del siglo XXI, intuía que esto significaría que:

“Nos encontraríamos realmente en una era en la que se haría necesaria una <nueva evangelización>, en la que el único Evangelio debería ser anunciado en su inmensa y permanente racionalidad y, al mismo tiempo, en su poder, que sobrepasa la racionalidad, para llegar nuevamente a nuestro pensamiento y nuestra comprensión” (La luz del mundo. El Papa y los signos de los tiempos. Una conversación con Peter Seewald. Herder www.erdereditorial. 2010)

Por otra parte, sin duda, el cristianismo es una religión que de acuerdo con su fundador, nuestro Señor Jesucristo, garantiza auténtica libertad y respeto a los hombres , moviéndolos a considerarse hijos adoptivos de Dios, y por tanto, a cumplir la Ley Nueva dada por Jesús: <Amarse y respetarse como Él nos ha amado>.

No obstante, este comportamiento exigido por Cristo a todos sus seguidores, no siempre se ha cumplido como debería, y esto ha sido así no sólo en los últimos siglos, sino también en todos los anteriores, después de la venida del Mesías, tal como sucedió en el siglo XI, tristemente célebre por una serie de acontecimientos históricos entre los que destaca el llamado: <Cisma de Oriente>, esto es, la escisión  con la Iglesia Romana, por una parte de la cristiandad oriental, la cual se había iniciado con otro Cisma, que en principio parecía prácticamente superado, el llamado: <Cisma de Focio>.

Focio fue, un hombre culto conocedor de las ciencias políticas y teológicas, que llegó a ser secretario del Imperio, y Patriarca de la Iglesia de Oriente. Muy ilustrado, no cabe duda, al que se deben libros de historia sobre autores cristianos y paganos, además de otros tratados teológicos menos conocidos, pero tenía un terrible defecto, su inconmensurable ambición, la cual le llevó al enfrentamiento con la Iglesia de Roma, sin tener en cuenta las consecuencias que ello provocaría. Su vida es como una tragicomedia, pues debido a sus provocativas propuestas religiosas, fue desterrado y hasta excomulgado, por  la Iglesia de Roma, en distintas ocasiones.

En el Cuarto Concilio de Constantinopla (869), se condenó definitivamente a Focio y se fijó con claridad la doctrina de la Iglesia Católica sobre la naturaleza divina y humana de Jesús (unión hipostática). Todavía volvió, una vez más, Focio, a ser proclamado por sus seguidores, Patriarca, pero posteriormente, de nuevo fue  desterrado por la Iglesia Católica, muriendo finalmente olvidado, en un monasterio.

Los Patriarcas sucesores de Focio, aunque persistieron en las tentativas de independizarse de Roma, conservaron las apariencias, manteniendo relativamente, las buenas relaciones con los Pontífices de Roma. Esto fue así hasta mediados del siglo XI,  pero a partir  de este tiempo, se consumó definitivamente la separación entre las Iglesias de Oriente y de Occidente, esto es,  se produjo el llamado  <Cisma de Oriente>, suceso que tuvo lugar siendo Patriarca de la Iglesia de Oriente Miguel I Cerulario. Hasta este terrible momento las rencillas entre ambas Iglesias, parecían estar casi zanjadas, aunque la realidad, como se demostró más tarde, era otra muy distinta.

Los Pontífices que ocuparon la Silla de Pedro durante la primera mitad del siglo XI, antes de estallar el Cisma, fueron aproximadamente una docena, y decimos aproximadamente, porque concretamente uno de ellos estuvo ocupándola en tres ocasiones distintas, nos referimos a Benedicto IX, que fue nombrado Cabeza de la Iglesia en  tres períodos de este siglo: (1032-1044), en el año 1045, y por último, desde 1048 a 1055.

Así mismo, algunos Papas mantuvieron tan alto privilegio, dentro de la Iglesia de Cristo, un período cortísimo de tiempo, como le sucedió a Juan XVII (1003), el cual estuvo solamente cinco meses en la Silla de Pedro, y a Silvestre III (1045), que solamente estuvo veinte días, esto nos da idea ya, de un hecho evidente: Nos encontramos, durante esta primera parte del siglo XI, en un período caótico para la Iglesia, que ya se había iniciado en siglos pasados. Solamente el último Papa de esta época fue considerado santo por la Iglesia Católica, nos referimos, a San León IX (1049-1054).

Habría que analizar aunque fuera someramente los acontecimientos históricos más relevantes que tuvieron lugar durante esta primera parte del siglo XI para llegar a entender las causas por las que la Silla de Pedro se vio abocada a tantos vaivenes y  dificultades.

En primer lugar debemos recordar que durante el siglo XI, en Europa persistía aún el llamado Sacro Imperio Romano-Germánico, pero muy disminuido en sus posesiones territoriales, y rodeado por una serie de Ducados cuyo poder iba en aumento. Así, por ejemplo, en el año 1000, Francia ya se había convertido en un reino  compuesto por una serie de territorios independientes gobernados por condes o duques, que a su vez, estaban divididos en señoríos menores, regidos por castellanos y caballeros. Por otra parte, se produjo un gran avance tecnológico que provocó el aumento de productividad en la agricultura durante este periodo de la  Alta Edad Media, así, por ejemplo, los molinos representaron una innovación importante en el procesado de la comida. Los romanos conocían los molinos de agua, pero apenas los utilizaron para moler el grano y convertirlo en harina, preferían las ruedas movidas por fuerza humana o animal. En cambio, a mediados del siglo XI, en Europa se multiplicaron estos molinos de agua con un rendimiento cada vez mayor, especialmente en la zona de Francia y su entorno, todo ello dio lugar a un aumento de la producción agrícola y una mejora en la vida de los campesinos.

Durante la Alta Edad Media, la mayoría de las familias que libremente se dedicaban a la agricultura, vivían en parcelas individuales de tierra que labraban con sus propios recursos, por las que pagaban a un Señor feudal una renta acordada, pero más tarde, las parcelas pequeñas empezaron a fusionarse, dando lugar a campos mucho mayores, y con ello, aparecieron los Señoríos y toda la problemática añadida a ellos. Al igual que los esclavos, los trabajadores estaban obligados para con su Señor, de acuerdo con las costumbres del momento, y no podían comprar las tierras que ocupaban.

La nueva riqueza provocó movilidad social pero también creó una sociedad más estratificada. Con el surgimiento de la servidumbre aparecieron nuevas distinciones entre las familias libres y no libres, dentro de la sociedad campesina, y por supuesto también, dentro de la creciente sociedad europea perteneciente a la nobleza.

En Francia, la dinastía Capeta sucedió a la Carolingia sin interrupción en el año 987, manteniendo viva la memoria de que en otro tiempo toda la nación había debido lealtad a un único rey. En el norte de Italia, a finales del siglo X, varios dirigentes locales se pelearon entre sí reclamando la realeza carolingia. Pero en la práctica ni los herederos de Otón en Italia ni de los Capetos, en Francia, fueron capaces de controlar los territorios que reclamaban para gobernar. De esta forma en el año 1000, el verdadero poder político y militar en el continente europeo había pasado a manos de hombres de rango inferior: duques, condes, castellanos y caballeros. El símbolo de su autoridad era, el castillo, muchas veces una torre de madera situada en una colina, y rodeada por una empalizada, pero que si estaba defendida por una fuerza suficiente de caballeros, este castillo de madera, podía convertirse en una fortificación formidable, capaz de intimidar a los campesinos de una zona y sobre todo capaz de resistir los ataques de los Señores rivales.

Desde sus castillos estos Señores feudales dirigían territorios independientes en los que ejercían no sólo los derechos de propiedad como terratenientes sobre los trabajadores del campo, sino también los derechos públicos de acuñar moneda, juzgar casos legales, librar guerras o incluso recaudar impuestos e imponer peajes. En definitiva, se puede decir que en el año 1000, a consecuencia del feudalismo, Europa se convirtió en el continente menos poderoso, menos próspero y menos intelectual de las civilizaciones, que se habían originado en Occidente hasta ese momento, sin embargo, desde el punto de vista de la vida religiosa se puede asegurar también, que hubo un resurgimiento del Papado a pesar de la situación caótica de la Iglesia en aquellos momentos de la historia, gracias a su capacidad  organizativa, así como por su  gran esfuerzo para extender las Palabra de Cristo entre los laicos,  favorecer la proliferación de las iglesias locales, y  desarrollar nuevas órdenes religiosas.

De cualquier forma el siglo XI puede considerarse como una época de la historia, especialmente en su primera mitad, en la que reinó el espíritu cristiano, donde destacaron algunos grandes hombres, bien fueran Pontífices, santos o reyes.

Fue una época en la que continuó el reconocimiento del poder temporal de los Pontífices y la Iglesia mantuvo su espíritu en las instituciones políticas, prosiguió la renovación y unificación de la liturgia y florecieron las grandes figuras Papales, entre las que caben destacar a San León IX  (1049-1054),y Nicolás II (1059-1061).

No obstante también durante este período de la historia de la Iglesia continuó el grave problema que dio en denominarse <la cuestión de las investiduras>. Recordemos que el significado de la palabra <investir> es conferir un cargo o dignidad, e <investidura> por tanto se refiere al acto de conferirla. Así, por ejemplo, los reyes al conferir una dignidad, recibían el agradecimiento de su súbdito, que le juraba fidelidad y vasallaje, recibiendo en recompensa del monarca en cuestión un cetro, como símbolo de autoridad.

Recordemos así mismo, que la Iglesia había concedido a Carlomagno y sus sucesores y más tarde a Otón I y a los suyos, ciertos privilegios por la adhesión y auxilio a la Santa Sede siempre que esta lo solicitaba. Estos monarcas en general habían ayudado a la Iglesia promocionando la construcción de nuevas Abadías y Obispados, pero poco a poco se fueron arrogando no sólo el poder temporal, sino el espiritual por la concesión del  anillo y el báculo a los Pontífices.

De esta situación, derivó el hecho de que en ocasiones se nombrará personas no dignas para cargos eclesiásticos por la sola voluntad del monarca de turno, dando lugar a lo que se denominó como hemos comentado anteriormente la <Cuestión de la investidura>.

La Iglesia en distintas ocasiones había protestado contra estos hechos abusivos de los monarcas, y después de varios Papas que intentaron sin éxito una reforma de la Iglesia, para acabar con esta situación que conllevaba además en muchas ocasiones un pecado adicional, denominado simonía, subió a la Silla de Pedro el cardenal Hildebrando, monje de Cluny. Este hombre humilde y de gran fe, se opuso en principio a aceptar este cargo tan importante para la Iglesia Católica pero finalmente accedió al Pontificado con el nombre de Gregorio VII (1073-1085), para tratar de erradicar todos estos problemas, anteriormente comentados, de la Iglesia.

Sin embargo, no fue hasta la segunda mitad del siglo XI cuando por fin la Iglesia católica se vio libre totalmente de todas estas irregularidades tan reprochables, por las que siempre ha pedido perdón.

Con todo, eso no quiere decir que en la primera mitad del siglo XI antes de que estallara el Cisma de Oriente definitivamente, no existieran ejemplos de santidad admirables dentro de la Iglesia católica e igualmente podemos recordar que también se produjeron persecuciones y hasta muertes de algunas personas que fueron fieles a Cristo con todas las consecuencias.

Recordaremos en primer lugar algunos casos ocurridos en Occidente, y más concretamente en aquella zona que hoy en día constituye parte del continente Europeo. Este fue el caso de San Gerardo Obispo de Chonad (Hungría), que había nacido en Venecia a principios del siglo XI, y había renunciado desde muy joven a los placeres mundanos para consagrarse al servicio de Dios en un monasterio.

Pasados algunos años de su retiro ascético, con permiso de sus superiores, emprendió una peregrinación a Tierra Santa, con la idea de visitar el Santo Sepulcro en Jerusalén, pero al pasar por Hungría tuvo ocasión de conocer al rey de este país, Esteban, el cual habiendo tenido conocimiento de la capacidad intelectual y la enorme santidad de Gerardo, le invitó a quedarse en la corte durante algún tiempo para que le ayudara a evangelizar a sus súbditos; Gerardo aceptó la invitación del rey pero no consintió vivir dentro del recinto cortesano, sino que construyó una pequeña ermita en Beel, donde pasó siete años con la única compañía del ayuno y la oración. Sólo salía de su retiro en ocasiones a estancias del rey Esteban, un monarca verdaderamente santo, con objeto de predicar los evangelios entre las gentes de la corte, lo cual se vio recompensado por un gran número de conversiones.

El rey en agradecimiento le nombró Obispo de la Sede de Chonad, una ciudad a pocas leguas de Temeswar, donde se encontró con una población que en su mayoría practicaba la idolatría. Sin embargo, sus predicaciones alcanzaron pronto la recompensa de ver que muchas de aquellas gentes arrepentidas de sus pecados se convertían al cristianismo con gran satisfacción y  alegría del rey, el cual ya apuntaba por su comportamiento, que llegaría a ser considerado santo en su día por la Iglesia católica.

Sucedió sin embargo que el heredero de San Esteban en el trono de Hungría, (sobrino de éste), era un hombre corrupto y pecador, que en seguida consideró a San Gerardo su mortal enemigo, pero con ello consiguió que sus propios súbditos lo expulsaran del país en el año 1042, siendo entonces coronado rey, un noble llamado Abas, el cual esperaba que, según la costumbre establecida por San Esteban, el Obispo Gerardo le entregara la corona de rey, pero el santo renunció a tal privilegio  y esto no le gustó. Un par de años más tarde los mismos nobles que habían dado la corona a Abas se volvieron contra él y le cortaron la cabeza.

El país iba de mal en peor, pues no había control sobre la denominación de los monarcas que iban siendo candidatos a la corona. Finalmente un primo de San Esteban, Andrés, fue coronado pero con la condición de que restaurara la idolatría en el país.

Al enterarse San Gerardo de tal sacrilegio, se puso en contacto con otros Obispos de la zona para ir a disuadir al posible nuevo rey de tal propósito, pero cuando estos buenos hombres estaban cruzando el río Danubio se encontraron con un grupo de soldados dirigidos por el duque de Vatas, un hombre inmerso totalmente en  la idolatría, los cuales atacaron primero a Gerardo sometiéndole a una cruel lapidación y como el santo no se defendía y tampoco lograban matarlo, lo arrastraron por el suelo mientras él seguía rezando con las mismas palabras que lo hiciera el protomártir de la Iglesia católica San Esteban  en recuerdo del Hijo de Dios  en la Cruz: <Señor no se lo tengas en cuenta pues no saben lo que hacen>. Al oír estas palabras aquellos acólitos del demonio le clavaron una lanza a consecuencia de la cual el santo por fin fue al encuentro del Señor, un 24 de septiembre de 1046.

Recordaremos también, aunque de forma más breve, otro ejemplo magnífico de santidad y martirio en el seno de la Iglesia católica, que tuvo lugar durante la primera mitad del siglo XI. Nos referimos a San Arialdo de Milán, el cual fue asesinado cuando intentó reformar el clero.

Había nacido en el seno de una familia noble, en Cucciago, cerca de Como. Estudió en la Om y en París, siendo poco después ordenado diácono en Milán. Junto a otros compañeros como Anselmo de Vaggio, encabezó una organización cuya intención era  renovar las costumbres del clero, inmerso por entonces en pecados  tan graves como la simonía. Sin embargo, el Obispo Guido de Veleta excomulgó al santo por este motivo y tuvo que ser el Papa Esteban IX el que levantara esta cruel e incorrecta excomunión, alentándole a que siguiera con su reforma.

No pudo ser, los esbirros de este personaje tan depravado,  asesinaron a San Arialdo de Milán y diez días más tarde de tan terrible suceso el cuerpo del santo fue encontrado en el lago Maggiore, poniendo de manifiesto el crimen cometido (1067). El Papa Alejandro IV (1254-1261), lo declaró mártir de la Iglesia católica.

Un aspecto interesante que convendría recordar respecto a los santos y santas de la primera mitad del siglo XI es el hecho que entre ellos  abundaron los condes o / y condesas, los príncipes y princesas  /,  los reyes y / o reinas y hasta algún emperador y  emperatriz.

Así por ejemplo tenemos el caso de santa Adelaida Vilich, hija del conde de Güeldress y nieta de Carlos III de Francia. Había nacido probablemente a finales del siglo X en Alemania, y era muy joven cuando ingresó en un convento cuyo carisma se basaba en la regla de San Jerónimo. Sus padres, muy religiosos, habían fundado el convento de Vilich, al otro lado de la ciudad de Bonn y a él se trasladó la joven, a la muerte de su madre, llegando a ser Abadesa del mismo.

Muy pronto corrió su fama de santidad, así como su posible capacidad de realizar milagros por la gracia de Dios, y esto atrajo la curiosidad del Arzobispo de Colonia, el cual quiso hacerla Abadesa de otro convento mayor, concretamente el de Santa María de Colonia. El emperador Otón III confirmó este nombramiento, y así la santa se mantuvo como Abadesa de dos conventos a la vez, el de Vilich y el de Santa María respectivamente, aunque su muerte tuvo lugar en el convento de Colona a principios del siglo XI (1015)

Por otra parte Santa Casilda, virgen de Toledo, era hija del rey Cano famoso por sus batallas contra los cristianos. Esta santa se cuenta que era poseedora de una rara belleza corporal, pero sobre todo, y esto es lo más importante, de una gran belleza espiritual. Socorría a los indigentes de la corte y cuando su padre se enteró, montó en cólera y la espiaba para poderla acusar con pruebas de sus indebidos actos de caridad. Un día, se cuenta, que por fin la encontró en un corredor del castillo llevando un cesto lleno de panes y viandas ¿Qué llevas ahí Casilda? Le preguntó el rey su padre. Temiendo ella la reacción de su progenitor y para evitar que le arrebatara las provisiones destinadas a los pobres, contestó: <llevo rosas>. El padre no la creyó. Abrió la cesta de la santa con ánimo de ponerla en grave aprieto, por su mentira piadosa, y en lugar de viandas apareció ante sus atónitos ojos las rosas que Casilda había mencionado que llevaba en el cesto.

Esta joven santa no llegó a contraer matrimonio como era el deseo de su padre, porque una grave enfermedad lo impidió. Ella deseaba ardientemente profesar la religión cristiana y habiendo sabido del poder curativo de las aguas de una laguna situada en San Vicente, cerca de Briviesca, rogó la princesa a su padre la dejase partir hacia allí para tratar de curarse. El padre aceptó, porque por entonces tenía concertada una tregua bélica con el rey cristiano Fernando I el Magno. La recibieron con alegría, el rey de Castilla, los Obispos, el clero, la nobleza, así como una innumerable multitud que la siguieron hasta  la laguna, y nada más que  entró en las aguas de las mismas se cuenta, que se produjo un milagro y sanó.

Habiendo pedido el sacramento del bautismo y habiéndolo recibido, no quiso volver a la corte de su padre y prefirió permanecer en una ermita humilde el resto de sus días, hasta mediados del siglo XI (1050), año en el que tuvo lugar su glorioso tránsito hacia el cielo.

Todavía quisiéramos recordar a otra mujer perteneciente a la aristocracia, nos referimos a la conocida emperatriz que junto con su esposo, proclamado también santo,  fue  considerada santa por la Iglesia, un matrimonio, ejemplo admirable de amor a Cristo y su mensaje. Nos estamos refiriendo concretamente al matrimonio formado por Santa Cunegunda y San Enrique (Duque de Baviera), que fue elegido rey de los romanos en el año 1002. Dos años más tarde Santa Cunegunda fue junto con su esposo a Roma para ser coronados emperadores durante el Pontificado de Benedicto VIII (1012-1024).

Esta santa mujer debió enfrentarse a graves calumnias sobre la promesa de fidelidad a su esposo y para evitar el escándalo entre sus súbditos, se sometió gustosa a la tremenda prueba de andar sobre brasas, prueba que superó de forma extraordinaria saliendo ilesa de la misma. El emperador su esposo ante semejante sacrificio, condenó a sus detractores e hizo ante ella grandes actos de enmienda, por haber dudado siquiera un instante de su virginidad.

Santa Cunegunda ayudó mucho a la Iglesia de su tiempo, colaborando en la construcción de nuevos monasterios. A uno de los cuales, se retiró para hacer vida ascética a la muerte de su querido esposo. Donó toda su fortuna a la Iglesia, de forma que  quedó en una situación de auténtica miseria, vistió un hábito sencillo y se consagró a Dios para el resto de su vida olvidándose totalmente de que en otro tiempo fue una rica y poderosa emperatriz. Así pasó los últimos quince años de su vida y fue tal su deseo de mortificación que cayó enferma y las religiosas del monasterio donde estaba acogida se afligieron en extremo al pensar en la cercanía de su muerte. Ella en cambio parecía feliz de poder por fin caminar al encuentro con el Señor y pidió que la enterraran como cualquier otra monja, lo cual tuvo lugar en el año 1040. Su cuerpo descansa en la actualidad junto al de su esposo en  Bamberg.

A pesar de todos estos ejemplos de indudable santidad entre personas pertenecientes a la nobleza del siglo XI, debemos recordar una vez más que con el sistema político denominado feudalismo se causaron grandes estragos a la Iglesia, fundamentalmente debido a la desmedida injerencia de algunos reyes y cortesanos en los temas concernientes a la misma. Especialmente negativos fueron los problemas surgidos en algunos monasterios donde la disciplina monacal llegó a relajarse en demasía, tanto durante el siglo X como a principios del siglo XI.

Contra este estado de cosas se levantó la llamada <Reforma Cluniacense>, iniciada por primera vez con Guillermo de Aquitania (910), el cual puso la abadía de Cluny bajo la dependencia absoluta del Papa.

Se produjo una segunda reforma monástica, más tarde, de los monasterios cluniacenses especialmente por toda  Europa, los cuales se pusieron bajo una sola casa matriz. De esta forma en el año 1049 existía ya un gran número de estos monasterios en una situación de plena libertad respecto de los poderes seculares o eclesiásticos locales.

Cluny tomó una enorme fama por sus elevadas normas espirituales y su vida litúrgica perfectamente reglamentada. Se cuidó mucho la mejora de las normas por las que se regía la vida religiosa, de forma que los votos benedictinos eran estrictamente necesarios para todos los monjes y la selección de abades y priores, se realizaba siempre por libre elección de los monjes, sin compra ni venta del cargo como en otros lugares había sucedido.

Esta reforma monástica tuvo una gran influencia tanto entre los laicos, por el buen ejemplo que suponía, dando lugar a un gran número de vocaciones religiosas, como entre los Obispos y Padres de la Iglesia, muchos de los cuales, en el pasado, no habían dado un ejemplo, digamos adecuado a sus fieles.

No obstante en honor a la verdad, también debemos reconocer que existieron ejemplos de gran santidad entre los Obispos de la época, e incluso mártires, como San Gerardo, Obispo de Chonad, apóstol de una gran zona de Hungría pero que era natural de Venecia y había nacido a principios del siglo XI, tal como hemos recordado anteriormente, al hablar de los santos mártires de la Iglesia durante este siglo.

Otros Obispos santos fueron  San Ansfrido (1010) San Bononio de  Lucedio (1026), San Guerdo de Agriguento (1040) y San Macario (1012).

Este último había nacido en Antioquía a finales del siglo X y a los dos años de haber sido promovido Arzobispo de Antioquía, tras la muerte de su tío, dejó la diócesis en manos de un eclesiástico llamado Eleuterio para marchar en peregrinación a Tierra Santa. Allí le acogió muy bien el Patriarca de Jerusalén pero durante su estancia en Tierra Santa tuvo la desgracia de ser secuestrado por los enemigos de la Iglesia, los cuales le sometieron a terribles martirios y finalmente le encarcelaron. Sus  hagiógrafos narran que un ángel del Señor le liberó de su prisión y así pudo volver a Occidente. Pasó por Grecia y Dalmacia llegando finalmente a la ciudad de Colonia. Como no tenía dinero, pagaba su hospedaje por los distintos lugares que pasaba, haciendo milagros y de esta forma se cuenta que curó a muchos enfermos. Finalmente el Abad Etembaldo le recibió en el monasterio de Bavón, donde convivió con los monjes en paz y gracia de Dios, hasta el momento de su muerte,  que fue causada por una epidemia de peste. Su último milagro se dice que fue el cese de este terrible mal el mismo día de su muerte.

Es importante recordar así mismo, que durante la primera mitad del siglo XI, antes del Cisma de Oriente, y durante lo que se podría llamar período de reconstrucción del Sacro Imperio Germano-Romano, más concretamente al final del mismo, la Iglesia tuvo la suerte y enorme alegría de estar dirigida por un Papa santo, nos referimos  a San León IX (1049-1054).

León IX, nombre que quiso tomar Bruno de Egisheim Dagsburg, nació en Egisheim (Francia). A la muerte del Obispo Hermann de Toul, con sólo veinticuatro años, fue propuesto por el clero para sucederle. Años después fue proclamado Papa, llegando a Roma en el año 1049 a pie con hábito de peregrino y un prestigio de santidad reconocido. El nuevo Papa tuvo desde el principio las cosas muy claras, luchó denodadamente contra la clerogamia, establecida entre clérigos y Obispos alejados del mensaje de Cristo y declaró la simonía un grave pecado contra la fe. Recordemos que la simonía deriva del pecado cometido por Simón el Mago, narrado por San Lucas en su libro de los <Hechos de los Apóstoles> (Hch 2,9-25). San Lucas narra que  durante un cierto tiempo este mago venía practicando la magia en la ciudad (Samaría), embaucando a las gentes que creían que era un ser extraordinario, pero cuando Felipe (el diácono), llegó a la ciudad, las cosas cambiaron radicalmente, porque Felipe predicaba el mensaje de Cristo y hacía grandes milagros, y entonces las gentes se bautizaban y le seguían a él. Habiendo oído los apóstoles lo que sucedía en Samaría y habiendo recibido la palabra de Dios que les impulsaba a ir hasta allí para comprobar (in situ), lo que sucedía, fueron Pedro y Juan los elegidos para llegar hasta aquellas gentes que todavía no habían recibido el bautismo en nombre de Jesús, ni habían recibido el Espíritu Santo. Al ver Simón el Mago que tras la imposición de las manos de los apóstoles, se impartía el Espíritu Santo, les ofreció dinero y les dijo (Hch 9,19):

“Dadme también a mí ese poder para que aquellos a los que yo ponga las manos reciban el Espíritu Santo”

Pedro entonces le dijo (Hch 9,20-23):

“Al infierno tú con tu dinero por pensar que el don de  Dios se puede comprar / No tienes parte ni herencia en este don, pues tus intenciones son torcidas a los ojos de Dios / Arrepiéntete de esta maldad y ruega al Señor que te perdone por haber llegado a pensar tal cosa / pues veo que estas lleno de amargura y la maldad te tiene encadenado”

 

El Papa León IX quiso mantener sus hábitos de vida de: Austeridad y hasta pobreza, al igual que cuando era Obispo, para dar ejemplo a su grey  porque realmente se sentía feliz compartiendo todo con los más pobres, por otra parte, quiso mejorar la actitud del clero en aquella época que le tocó vivir, para lo cual convocó una serie de reuniones y Sínodos a los que asistían los Obispos y en algunas ocasiones los reyes y hasta el propio emperador. Su lema era terminar con los negocios sucios que entonces se venían realizando en torno a las cosas de Dios. Él decía: <La casa del Señor es sagrada y por tanto sólo puede ser una casa de oración>.

Se llegó a enfrentar en una ocasión a Berengario de Tours porque él afirmaba que la presencia de Cristo en la Eucaristía sólo era virtual y no real, como así considera la Iglesia (Teofanía).

Esta cuestión, así como, el llevar a cabo tantos viajes y tantos proyectos, provocó que el Pontífice acabara dándose perfecta cuenta de la situación real por la que pasaba la Iglesia de Cristo en aquellos momentos, y se propuso llevar a cabo una serie de medidas fundamentales para la transformación del clero y para alcanzar la santidad de todos sus fieles en general.

Con el ejemplo y la actividad que este Papa desplegó durante su mandato, muchos Obispos y sacerdotes, arrepentidos de su proceder anterior fueron cambiando de actitud, volviendo de nuevo al redil de Jesús, a la palabra del Buen Pastor que habían abandonado.

En definitiva, este Papa santo hizo lo imposible por llevar a la Iglesia a sus auténticas raíces evangélicas, pero sufrió mucho por la oposición de sus enemigos, que llegaron en alguna ocasión a hacerle prisionero durante meses. Agotado tras su liberación, débil y enfermo, entregó el alma a Dios con el júbilo de los santos en el año 1054.

La Iglesia salía una vez más indemne tras una época verdaderamente terrible en la que fue mancillada, incluso por algunos de sus hijos más destacados, y esto fue posible porque <la fuerza de la Iglesia viene de Cristo> tal como manifestó en su día el Papa Benedicto XVI, en su Audiencia del miércoles 14 de enero de 2009, de la que recogemos algunos pensamientos:

“Es importante constatar que en dos Cartas de san Pablo  (Colosenses y Efesios), se confirma el título de <Cabeza>, Kefalé dado a Jesucristo. Y este título se emplea en un doble nivel. En un primer sentido, Cristo es considerado como Cabeza de la Iglesia  (Col 2, 18-19; Ef 4,15-16). Esto significa dos cosas: ante todo, que Él es el gobernante, el dirigente, el responsable que guía a la comunidad cristiana como su líder y su Señor (Col 1,18): <Él es también la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia>; y el otro significado es que Él es como la Cabeza que forma y vivifica todos los miembros del cuerpo al que gobierna (Col 2,19): <es necesario mantenerse unido a la Cabeza, de la cual todo el cuerpo, recibe nutrición y cohesión>.

Es decir, Jesucristo no es sólo uno que manda sino que es uno que orgánicamente está conectado con nosotros, del que también viene la fuerza para actuar de modo recto”

 

 

 

 

 

domingo, 4 de diciembre de 2016

LA GRAN ESPERANZA SÓLO PUEDE SER DIOS: EL DIOS QUE TIENE ROSTRO HUMANO


 
 
 
 



En su  Carta Encíclica <Spe Salvi> el Papa Benedicto XVI analizaba, la verdadera fisonomía de la esperanza cristiana, llegando a la conclusión siguiente (Spe Salvi.  Dada en Roma el 30 de noviembre del año 2007):
“Nosotros necesitamos tener esperanzas, más grandes o más pequeñas, que día a día nos mantenga en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan.

Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el Universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto.

Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da posibilidad de perseverar día a día, con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto.

Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que sin embargo, esperamos en lo más intimo de nuestro ser: la vida que es vida, que es realmente vida”.

 

El Papa con estas palabras nos abría su corazón, para que podamos compartir  la esperanza en el Señor, que él experimenta tan profundamente, y nos invitaba a tener fe en el Mensaje Divino, porque sólo de esta forma seremos capaces de sobrellevar las imperfecciones de este mundo que, en ocasiones, tanto daño nos hacen, porque Dios no es una lejana <causa primera> del mundo, porque su Hijo Unigénito  se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él:



                    “Vivo en la fe, en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí” (Gal 2,20)

 
En la Carta a los Gálatas de San Pablo, aparece esta frase del Señor, concretamente cuando  el apóstol trata de sintetizar su mensaje sobre el principio, la <salvación viene por la fe> (Gal 2, 15-20):

-Nosotros somos judíos de nacimiento y no pecadores venidos del paganismo.
-Sabemos, sin embargo, que Dios salva al hombre, no por el cumplimiento de la ley, sino a través de la fe en Jesucristo. Así que nosotros hemos creído en Cristo Jesús para alcanzar la salvación por medio de esa fe en Cristo y no por el cumplimiento de la ley.
En efecto, por el cumplimiento de la ley ningún hombre alcanzará la salvación.

-Ahora bien, si al buscar la salvación por medio de Cristo hemos resultado nosotros también pecadores ¿será que Cristo está al servicio del pecado? ¡De ninguna manera!
-Pero si ahora edifico de nuevo  lo que destruí, estoy mostrando que entonces fui culpable

-Sin embargo, la misma ley me ha llevado a romper con la ley, a fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo.
-Y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Ahora, en mi vida mortal, vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí.

 


¡Qué hermosas palabras las del apóstol! que todos los hombres deberían conocer y practicar, por eso la evangelización, más aún, la <nueva evangelización>, es tan necesaria; también hoy como ayer, deberíamos exclamar como San Pablo: ¡Ay de mí si no predicase el Evangelio!
Esta conocida expresión de San Pablo corresponde al momento en que el apóstol se pone como ejemplo a los pobladores de la ciudad  de Corinto que en aquellos días era, sin duda, uno de los lugares más importantes, desde el punto de vista estratégico, para la propagación de la fe.

En efecto, después de un elocuente alegato en el que San Pablo defiende sus derechos como apóstol del Señor, recuerda a los corintios que para no ser gravoso a nadie durante su predicación del mensaje de Cristo, trabajaba para su sustento por propia iniciativa, porque su verdadero salario era el poder evangelizar a los pueblos (I Cor 9, 16-19):

-Porque si predico el Evangelio, no es para mí gloria ninguna; no tengo más remedio; pues ¡Ay de mí si no predicare el Evangelio!

-Pues si por mí propia iniciativa hiciera esto, recibiría un salario; más si por imposición ajena, eso es puro desempeño de un cargo que me ha sido confiado.

-¿Cuál es, pues, mi salario? Que el predicar el Evangelio ponga de balde, para no hacer valer mi estricto derecho en la predicación del Evangelio.

-Porque, siendo yo libre de todos, a todos me esclavizaré, para ganar a los más.

 


Gran generosidad del apóstol San Pablo que nos muestra con sus palabras su estricta sujeción al Señor y su irrevocable entrega a la propagación del Evangelio. San Pablo había comprendido, al igual que los restantes apóstoles de Jesús, que tenían la misión primordial de evangelizar a los hombres por todos los confines de la tierra.

Por eso, no podemos conformarnos, con decir, que existe un <cristianismo invisible>, como algunos dicen,  y que  con esto basta, basándose en una <consagración de la humanidad por la Encarnación del Verbo>, lo cual es cierto, sino que también es necesario llevarle este mensaje a la humanidad que lo desconoce.

Por eso también, la Iglesia fundada por Cristo es esencialmente misionera, y así deberá seguir siendo, hasta el final de los siglos, sobre todo teniendo en cuenta, ya no sólo, aquellos países a los que aún no ha llegado la palabra del Señor, sino aquellos otros, a los que habiendo llegado, en los últimos siglos, han sufrido una creciente pérdida de fe y un aumento del paganismo.



En este sentido, el Papa Benedicto XVI en su Carta Encíclica <Spe Salvi>, plantea  la pregunta acuciante: ¿De qué genero ha de ser la esperanza para poder justificar la afirmación de que a partir de ella, y simplemente porque hay esperanza, somos redimidos por ello?
La respuesta del Pontífice a su pregunta nos lleva a la certeza de que la fe es la esperanza deseada (Ibid):

“En efecto, <esperanza> es una palabra central de la fe bíblica, hasta el punto de que en muchos pasajes de los textos sagrados, las palabras <fe> y <esperanza> parecen intercambiables. Así, la Carta a los Hebreos une estrechamente la <plenitud de la fe>  con la <firme confesión de la esperanza> (Heb 10, 19-25)”

En efecto, en la Carta a los Hebreos se nos dice, que <Cristo es  causa de la salvación eterna>,  que el sacrificio de Jesús en la Cruz es superior a cualquier otro sacrificio humano por haber cumplido la voluntad del Padre, y que gracias a la ofrenda de su cuerpo una vez para siempre, nosotros hemos quedado consagrados a Dios.



Por eso el apóstol San Pablo llega a la conclusión, en dicha carta,  de que todos los hombres debemos mantenernos firmes en la esperanza que profesamos (Heb 10, 19-25):

-Así pues, hermanos, ya que tenemos libre entrada en el santuario gracias a la sangre de Jesús,

-que ha inaugurado para nosotros un camino nuevo y vivo a través del velo de su carne,

-y ya que tenemos un gran sacerdote de la Casa de Dios.

-acerquémonos con corazón sincero, con una fe plena, purificando el corazón de todo mal de que tuviéramos conciencia, y lavado el cuerpo con agua pura.

-Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, pues quien nos ha hecho la promesa es digno de fe.

-Procuremos estimularnos unos a otros para poner en práctica el amor y las buenas obras;

-no abandonemos nuestra asamblea, como algunos tiene por costumbre, sino animémonos mutuamente, tanto más cuando veis que el día se acerca.

 

Sí, la fe no es solamente un tender de la persona hacia lo que ha de venir, y que está todavía totalmente ausente; la fe nos da algo. Nos da ya ahora algo de la realidad de la esperanza, y esta realidad presente, constituye para nosotros, una prueba de lo que aún no se ve.

Ésta trae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es  el puro <todavía no>. El hecho de que este futuro exista, cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras, de acuerdo con las enseñanzas de Benedicto XVI (Ibid):
“Hyparchonta (Bienes) son las propiedades, lo que en la vida terrenal constituye el sustento, la base, la <sustancia> con la que se cuenta para la vida. Esta <sustancia>, la seguridad normal para la vida, se la han quitado a los cristianos durante la persecución. Lo han soportado porque después de todo consideraban irrelevante esta <sustancia> material"



           (Santa Mónica  y su hijo san Agustín encontraron la < gran esperanza> en sus vidas)


"Podían dejar la <sustancia material>, porque habían encontrado una <base> mejor para su existencia, una base que perdura y que nadie puede quitar, la  <gran esperanza>…
La fe otorga a la vida <una sustancia nueva>, un nuevo fundamento sobre el que el hombre puede apoyarse, de tal manera que precisamente el fundamento habitual, la confianza en la <renta material>, queda relativizada”  (Benedicto XVI, Ibid)

 
Por otra parte, San Pablo, al igual que los otros Apóstoles del Señor, había entendido desde el inicio de su llamada, que el Mensaje de Jesucristo era universal, esto es, que era necesario evangelizar tanto a los judíos, como a los gentiles ó paganos.

Esta cuestión queda totalmente clara y expuesta en el libro del evangelista San Lucas <Los Hechos de los Apóstoles>, donde se narran los viajes de San Pablo, el Apóstol de los gentiles por excelencia, como él mismo se consideraba, con  el reconocimiento del Apóstol San Pedro, primer Papa de la Iglesia, sobre este tema.

Precisamente el incidente narrado, en el libro de los <Hechos de los Apóstoles>, entre San Pedro y el centurión romano Cornelio, así lo deja bien establecido (Hechos 11, 1-18):

-Oyeron los Apóstoles y los judíos que estaban por la Judea que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios.

-Y cuando subió Pedro a Jerusalén, discutían con él los de la circuncisión,

-diciendo que había entrado en casa de hombres incircuncisos y comido con ellos.



-Más Pedro comenzó a exponer la cosa por su orden, diciendo:

- <Yo estaba en la ciudad de Jope orando, y vi en éxtasis una visión: que bajaba una especie de recipiente, a manera de lienzo grande, que, cogido por los cuatro cabos, se descolgaba desde el cielo, y llegó hasta mí.

-Fijos en él los ojos, estaba observando, y vi los cuadrúpedos de la tierra, y las fieras, y los reptiles y los volátiles del cielo.

-Y oí, además, una voz que me decía: Levántate, Pedro; sacrifica y come.

-Y dije: De ninguna manera, Señor, porque cosa profana o impura jamás entró en mi boca.



-Más respondió la voz por segunda vez desde el cielo: Lo que Dios purificó, tú no lo hagas profano.

-Y esto se repitió por tres veces; y fue arrebatado de nuevo todo hacia el cielo.

-Y he aquí en el mismo instante tres hombres se presentaron en la casa que yo estaba, enviados a mí desde Cesárea.

-Y dijome el Espíritu que fuese con ellos, dejada toda vacilación. Vinieron también conmigo estos seis hermanos, y entramos en la casa del hombre.

-Y nos refirió como había visto en su casa al ángel, que, estando de pie, le decía: manda recado a Jope y haz venir a Simón que se apellida Pedro,

-el cual te hablará palabras con las cuales serás salvo tú y toda tu casa.

-Y al comenzar yo a hablar cayó sobre ellos el Espíritu Santo, lo mismo que sobre nosotros en el principio.



-Y recordé el dicho del Señor, de cuando decía: Juan bautizó en agua, más vosotros seréis bautizados en Espíritu Santo.

-Sí pues, el mismo don  otorgó Dios a ellos que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿yo quién era para poner vetos a Dios?>.

-En oyendo esto, se quietaron, y glorificaron a Dios diciendo: < ¡Con que  también a los gentiles otorgó Dios la penitencia para alcanzar la vida! >

San Pedro lleno de prudencia y sabiduría se enfrentó a aquellos creyentes que criticaban su aptitud frente a los gentiles, explicándoles con detenimiento el milagro que se había producido con la llegada del Espíritu Santo sobre los mismos, y como él, había recordado las palabras del Señor, al respecto, y esto fue suficiente para que todos proclamaran llenos de asombro ¡Con que también a los gentiles otorgó Dios la penitencia para alcanzar la vida!



A este respecto podemos leer en la Carta Encíclica del Papa San Juan Pablo II: <Dominum et vivificantem>, dada en Roma en el año 1986:

“La Iglesia profesa su fe en el Espíritu Santo, que es <Señor y dador de vida>. Así lo profesa el símbolo de la fe llamado <Niceno-Constantinopolitano> por el nombre de dos Concilios: Nicea (a. 325) y Constantinopla (a. 381), en los que fue formulado y promulgado.
En ellos se añade también que el Espíritu Santo <hablo por los profetas>. Son palabras que la Iglesia recibe de la fuente misma, de su fe, Jesucristo. En efecto, según el Evangelio de Juan, nos es dado con la nueva vida, como anuncia y promete Jesús el día grande de los Tabernáculos: <Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que cree en mí>, y como dice la Escritura: <De su seno correrán ríos de agua viva>. Y el evangelista explica: <Esto decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él>.

Es el mismo símil del agua usada por Jesús en su coloquio con la samaritana, cuando habla de una fuente <fuente de agua que brota para la vida eterna>, y en el coloquio con Nicodemo, cuando anuncia la necesidad de un nuevo nacimiento <de agua y de Espíritu> para <entrar en el Reino de Dios>”


 
Por su parte el Papa Benedicto XVI en la Solemnidad  de Pentecostés (Domingo 11 de mayo de 2008. Basílica de San Pedro) dijo en su homilía, refiriéndose a los Apóstoles que junto a la Virgen María y algunos discípulos se encontraban esperando la llegada del Espíritu Santo que Jesús les había anunciado:
“Esta comunidad se encontraba reunida en el mismo lugar, el Cenáculo, durante la mañana de la fiesta judía de Pentecostés, fiesta de la Alianza, en la que se conmemoraba el acontecimiento del Sinaí, cuando Dios, mediante Moisés, propuso a Israel, que se convirtiera en su propiedad, entre todos los pueblos, para ser digno de su santidad (Ex 19).

Según el libro del Éxodo, ese antiguo pacto fue acompañado por una formidable manifestación de fuerza por parte del Señor. <Todo el monte Sinaí humeaba>,  se lee en el pasaje, porque el Señor había descendido sobre él en fuego. Subía el fuego como de un horno y todo el monte retemblaba, con violencia  (Ex 19, 18).




En el Pentecostés del Nuevo Testamento volvemos a encontrar los elementos del viento y del fuego, pero sin las resonancias del miedo. En particular el fuego toma la forma de lenguas que se posan sobre cada uno de los presentes, todos los cuales se llenan del Espíritu Santo y, por efecto de dicha efusión, empezaron a hablar en leguas extranjeras (Hch 2, 4).

Se trata de un verdadero <Bautismo> de fuego de la comunidad, una especie de nueva creación. En Pentecostés, la Iglesia no es constituida por una voluntad humana, sino por una fuerza del Espíritu de Dios.

Inmediatamente se ve como este Espíritu da vida a una comunidad que es al mismo tiempo una y universal, superando así la maldición de Babel (Gn 11, 7-9). En efecto, sólo el Espíritu Santo, que crea unidad en el amor y en la aceptación reciproca de la diversidad, puede liberar a la humanidad de la constante tentación de una voluntad de potencia terrena que quiere dominar y uniformar todo”

Es muy significativo el hecho de que aquellos que en el Cenáculo habían recibido el Espíritu Santo hablaran en lenguas extranjeras, de forma que los que les oían entendían sus palabras, ello demuestra, una vez más, que la Iglesia desde su mismo nacimiento tenía el don de la universalidad, era <católica>, porque el Mensaje de Cristo estaba destinado a todos los hombres y el Señor encomendó a sus discípulos la misión de darlo a conocer  (Mt 28, 16-20):

-Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado.

-Y en viéndole, le adoraron: ellos que antes habían dudado.

-Y acercándose Jesús, les habló diciendo: Me fue dada toda potestad en el cielo y sobre la tierra

-Id, pues, amaestrad a todas las gentes, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y sabed que estoy con vosotros todos los días, hasta el final de la consumación de los siglos.

 

Así termina el Evangelio de San Mateo, con estas palabras del Señor que constituyen a los Apóstoles maestros, no sólo de la fe, sino también de la moral, asegurándoles además, su presencia incesante sobre la Iglesia hasta la Parusía.

Sí, porque como también nos recuerda el Papa Benedicto XVI en su Homilía:



“La Iglesia que nace en Pentecostés, ante todo, no es una comunidad particular –la Iglesia de Jerusalén- sino la Iglesia universal, que habla las lenguas de todos los pueblos. De ella nacerán luego otras comunidades en todas las partes del mundo. Iglesias particulares que son todas, y siempre, actuaciones de una sola y única Iglesia de Cristo.

Por tanto la Iglesia de Católica no es una federación de Iglesias, sino una única realidad: la prioridad ontológica corresponde a la Iglesia universal. Una comunidad que si no fuera católica en este sentido, ni siquiera sería Iglesia…
A este respecto, es preciso añadir la visión teológica de los Hechos de los Apóstoles, sobre el camino de la Iglesia de Jerusalén a Roma.

Entre los pueblos representados en Jerusalén en el día de Pentecostés, San Lucas cita a los <forasteros de Roma> (Hch 2, 10). En ese momento Roma era aún lejana, era <forastera> para la Iglesia naciente: era el símbolo del mundo pagano en general.

Pero la fuerza del Espíritu Santo guiará los pasos de los testigos <hasta los confines de la tierra>, hasta Roma. El libro de los Hechos de los Apóstoles termina precisamente cuando San Pablo, por un designio providencial, llega a la capital del Imperio y allí anuncia el Evangelio (Hch 28, 30-31).

Así el camino de la palabra de Dios, iniciado en Jerusalén, llega a su meta, porque Roma representa el mundo entero, y por eso encarna la idea de <catolicidad> de San Lucas. Se ha realizado la Iglesia universal, la Iglesia Católica, que es la continuación del pueblo de la elección, y hace suya su historia y su misión”  



Precisamente, el tema de la <gran esperanza>, está profundamente relacionado con el de la redención, a través de la palabra de Dios  y el sacrificio de su Hijo Unigénito, nuestro Redentor, como nos muestra, una vez más San Pablo, por ejemplo, a través de su <Carta a los Efesios>.

Esta Carta es en concreto como una llamada a la universalidad del Mensaje de Cristo. Quiere mostrarnos, entre otras cosas,  que toda comunidad cristiana sólo será autentica cuando derribe los muros de incomprensión y egoísmo de sus distintos componentes, independientemente de su raza, sexo o religión   (Ef 2, 11-14):
-Así pues, vosotros, los paganos de nacimiento, los llamados incircuncisos por los que pertenecen a la circuncisión, esa marca echa en la carne  por mano de hombre, recordad

-que en otro tiempo estuvisteis sin Cristo, sin derecho a la ciudadanía de Israel, ajenos a la Alianza y su promesa, sin <esperanza> y sin Dios en el mundo

-Ahora, en cambio, por Cristo Jesús y gracias a su muerte, los que antes estabais lejos os habéis acercado.

-Porque Cristo es nuestra paz. El ha hecho de los dos pueblos uno solo, destruyendo el muro de  enemistad que los separaba.