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viernes, 1 de abril de 2016

JESÚS Y SUS MILAGROS: CONFIRMACIÓN DE SU MISIÓN MESIANICA Y VENIDA DEL REINO DE DIOS



 
 
 



El Papa San Juan Pablo II  refiriéndose, en cierta ocasión, a los milagros de Jesús advertía que  (Audiencia General del miércoles 16 de diciembre de 1987):

“Los milagros que Jesús realizaba para confirmar su misión mesiánica y la venida del Reino de Dios, están ordenados y estrechamente ligados a la llamada a la fe. Esta llamada con relación al milagro tiene dos formas: la fe precede al milagro, más aún, es condición para que se realice; la fe constituye un efecto del milagro, bien porque el milagro mismo la provoca en el alma de quienes lo han recibido, bien porque han sido testigos de él..."

Tanto en el Antiguo Testamento, como el Nuevo Testamento, se mencionan con frecuencia los milagros de Dios; se trata de acontecimientos extraordinarios que destacan sobre cualquier otro hecho del momento histórico al cual se esté haciendo referencia y que desde el punto de vista del ser humano son inexplicables, provocando asombro y hasta temor, como por ejemplo le sucedió al Patriarca Moisés.





En el Antiguo Testamento en el libro del Éxodo durante la vocación de  Moisés, se relata el hecho de que éste sintió miedo ante la presencia de Dios (Ex 3,1-6):

-Moisés era el pastor del ganado de Jetró, su suegro, sacerdote de Marián. Llevó el ganado más allá del desierto y llegó al monte de Dios, el Horeb.
-Allí se le apareció el ángel del Señor en llama de fuego, en medio de una zarza. Miró, y vio que la zarza ardía sin consumirse.

-Moisés se dijo: <voy a acercarme a ver esta gran visión; porque la zarza no se consume>.

-El Señor vio que se acercaba para mirar y lo llamó desde la zarza: < ¡Moisés! ¡Moisés!> Y él respondió: <aquí estoy>.

-Dios le dijo: <no te acerques. Descálzate, porque el lugar en que estás es tierra Santa>
-y añadió: <Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob>. Moisés se tapó la cara, porque temía ver a Dios.

 
Ciertamente, los milagros realizados por Jesús, relatados en el Nuevo Testamento, muchas veces son consecuencia de la fe previamente presente en la persona o personas interesadas en que se produzcan, y no es propiamente una llamada a la fe, porque la fe ya existe en ellas.




Así, Jesús no pudo llevar a cabo muchos milagros en Nazaret, la ciudad en la cual había vivido tantos años junto a su familia, tal como narra San Marcos en su evangelio, porque no creían sus conciudadanos en él, y por eso Jesús, ante la falta de fe de los mismos aseguró: <Sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian al profeta> (Mc 6,4). Esto  sucedió que después de que Jesús curara a una hemorroisa y resucitara a la hija de Jairo, hechos que asombraron a toda la multitud que siempre le seguía.

Por el contrario, en otras tantas ocasiones, la fe de la persona que pedía el milagro era tan grande, que Jesús se emocionaba y decía cosas como esta (Mt 15, 28): < ¡Oh mujer, que grande es tu fe! que te suceda como quieres>.
En esta ocasión, sus palabras iban dirigidas a una mujer cananea que salió a su paso cuando él se dirigía hacia las regiones de Tiro y Sirón, y le pedía a gritos (Mt 15-22): < ¡Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David! Mi hija está atormentada por un demonio>.

Los discípulos, al ver que Jesús no le respondía nada, le rogaron que la despidiera porque venía gritando y alborotaba a las gentes que le seguía. Sin embargo, Jesús, al ver la fe de aquella mujer realizó el milagro, que en esta ocasión, estaba estrechamente ligado a la fe de ésta, es decir, precedía  al signo divino.




Otras veces, Jesús, sentía gran admiración por la fe manifestada, como sucedió cuando se acercó un oficial suplicándole por un criado suyo paralítico que soportaba terribles dolores. El Señor, le aseguró que iría a curarlo, pero el oficial respondió que no sería necesario porque con una sola palabra suya bastaría para curarlo, por lo que Jesús al oírlo quedó admirado y dijo a los que le seguían (Mt 8, 10): <Os aseguro que en Israel no he encontrado a nadie con una fe como esta>. Y entonces le dijo al oficial (Mt 8,13): <Anda y que suceda como has creído> y en aquel mismo momento el criado se curó.

En otras ocasiones, Jesús repetía la siguiente frase: <Tu fe te ha salvado>. Así sucedió por ejemplo cuando curó al ciego de Jericó, llamado Baltimeo, hecho que tuvo lugar, cuando al salir de Jericó con sus discípulos y con mucha gente, un mendigo ciego que estaba junto al camino sentado, al oír que por allí iba a pasar Jesús el nazareno, empezó a gritar (Mc 10, 47): < ¡Jesús, Hijo de David ten compasión de mí! Y aunque la gente le regañaba y decía que se callara, él gritaba y gritaba cada vez más, para llamar la atención del Señor. Él, al escucharle se detuvo y dijo (Mc 10, 49): < ¡Llamadlo!> .Y dirigiéndose aquel hombre que tenía tanta fe en él, le dijo (Mc 10, 50): < ¿Qué quieres que te haga?>
 


El ciego le respondió (Mc 10, 51): <Maestro, que vuelva a ver>. Fue entonces cuando Jesús le dijo aquella frase tan significativa: <Anda, tu fe te ha curado>, e inmediatamente el ciego recobró la vista y se incorporó al grupo de personas que seguían a Jesús.

Así mismo, esta frase: <Tu fe te ha salvado>, la pronunció Jesús , cuando curó a una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años, y que había consultado a muchos médicos y gastado una fortuna, sin obtener ninguna mejoría. Ella, habría escuchado hablar de Jesús y de los milagros que hacía, y teniendo una fe profunda en él, se acercó al Señor cuanto pudo y tocó sus vestiduras, pensando que de esa forma se curaría.
El Señor notó enseguida que de él había salido una fuerza poderosa, y se volvió hacia la gente preguntando (Mc 5, 30): < ¿Quién me ha tocado?> Los discípulos se quedaron asombrados, porque era tanto el público que seguía al Señor y le rodeaba, que prácticamente era imposible que éste hubiera notado el contacto de una persona en particular.
 
 
 

Sin embargo, Jesús, seguía mirando a su alrededor para localizar a aquella persona, y entonces la mujer asustada y temblorosa, se postró ante Jesús y le contó que ella, era la que  había tocado, porque estaba segura, que de esta forma se curaría. En ese momento, Jesús, admirado de su fe, pronunció las palabras (Mc 5, 34): <Hija, tu fe  te ha curado; vete en paz, libre ya de tu enfermedad>.

Sí, porque todo es posible para aquel que cree, tal como el Señor aseguró cuando realizó otro milagro. Nos referimos al caso de la curación de un muchacho endemoniado mudo.


Sucedió, que tras haberse Transfigurado el Señor en el monte Tabor, en presencia de sus discípulos, Pedro, Santiago y Juan, al bajar del monte, se encontraron con un grupo de discípulos que estaban rodeados de mucha gente, y unos maestros de la ley discutían con ellos, pero en cuanto vieron a Jesús, se quedaron sorprendidos y corrieron a saludarlo; éste les preguntó sobre que discutían, y entonces un hombre que había entre aquella gente, le explicó que había traído a su hijo que estaba poseído de un espíritu inmundo para que lo curasen, pero que sus discípulos no habían podido, y le rogó (Mc 9, 22): <Si puedes hacer algo, apiádate de nosotros y ayúdanos>.  Jesús le dijo: <Si tú puedes creer, todo es  posible para el que cree>.Entonces, el padre del muchacho exclamó (Mc Ibid): Yo creo. Ayúdame a creer más.
                                                 


Más tarde cuando Jesús llegó a la casa en la que se hospedaba con sus discípulos, una vez a solas, éstos le preguntaron (Mc 9, 28-29:) ¿Por qué motivo nosotros no pudimos echarlo? Y Él le respondió (Mc Ibid): Esta raza de demonios con ningún medio pueden salir, sino a fuerza de oración y de ayuno.

En efecto, en los evangelios encontramos muchos textos en los que la llamada a la fe, mediante la oración, aparece como una condición indispensable para que se produzcan los milagros de Cristo. El compromiso con la fe, se repite muchas veces como hemos visto en estos primeros milagros que hemos recordado, en los cuales  ésta, precede al milagro, más aún, es una condición para que se realice; sin embargo muchas veces la fe constituye un efecto del milagro y así Jesús, también hizo muchos milagros para mejorar o para conseguir,  en su caso, la fe de sus seguidores, y en especial de sus apóstoles y discípulos…


Así, su primer milagro, llevado a cabo en las bodas de Caná de Galilea, obtenido gracias a la fe de su Madre, la Virgen María, consiguió a su vez, la fe de los discípulos allí presente, una vez realizado el milagro. Como nos dice San Juan en su evangelio (Jn 2,11): Sus discípulos creyeron en Él.
 
 
 

El Papa San Juan Pablo II en la Audiencia General mencionada anteriormente aseguraba :
“El Concilio Vaticano II enseña que María precede constantemente al pueblo de Dios por los caminos de la fe (Lumen Gentium, 58,63; Redemptoris Mater, 5-6), podemos decir que el fundamento primero de dicha afirmación se encuentra en el evangelio que refiere los milagros-signos en María y por María, en orden a la llamada a la fe…Esta llamada se repite muchas veces...

Al jefe de la sinagoga, Jairo, que había venido a suplicar que su hija volviese a la vida, Jesús le dijo:
                                                                      <No temas, ten sólo fe>
(Dice no temas, porque algunos desaconsejaban a Jairo ir a Jesús) (Mc 5,36)"


Con todo, el milagro que más influyo en el próximo destino de Jesús fue la resurrección de su amigo Lázaro. Los enemigos del Señor estaban siempre en guardia para tratar de apresarlo y matarlo y este milagro portentoso fue para ellos como la <gota que colma el vaso>, no pudieron resistir mas su miedo y su odio; decidieron acabar definitivamente con Él...  

 
San Juan evangelista  es el único apóstol que narro este milagro-signo del Señor 
(Jn 11, 1- 44))
Sucedió que habiendo enfermado Lázaro, y estando Jesús lejos de Betania, lugar donde se encontraba su amigo, se enteró de que éste estaba muy enfermo, y quiso ir para estar a su lado. Sus discípulos se asustaron, porque no hacía tanto que el Señor, había sido apedreado por sus enemigos en Judea, pero el Señor les dijo que estaba resuelto a visitar a su amigo, ya que estaba dormido, e  iba a despertarlo...
Los apóstoles no lo entendieron bien, pues pensaba que él hablaba del reposo del sueño, y no de que Lázaro estaba muerto.

De cualquier forma, después de la resolución tomada por Jesús, no se apresuró, sino que se tomó un cierto tiempo para viajar a su lado, de forma, que cuando llegó, su amigo estaba ya muerto y enterrado.


Marta una de las hermanas de Lazaro, sabiendo que llegaba Jesús, salió a su paso  y le dijo (Jn 11, 21): Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero acto seguido, como amaba al Señor aseguró (Jn 11, 22): Pero yo sé que Dios te concederá todo lo que le pidas.
Al ver la fe de Marta Jesús le aseguró que su hermano resucitaría, pero Marta en realidad, todavía carecía de la fe suficiente para aceptar que tamaño milagro se iba a producir, por eso le contestó (Jn 11, 24): Sé que resucitará cuando la resurrección, el último día.  Y entonces Jesús le dijo (Jn 11, 25-27):
“Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá / y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre / ¿Crees esto? Le contestó: Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo”

En esos momentos Jesús se estremeció profundamente y lloró por su amigo al ver su cadáver, y levantando los ojos al cielo dijo (Jn 11, 41-44):
 


“Padre, te doy gracias porque me has escuchado / yo bien sabía que siempre me escuchas; pero lo he dicho por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado / y dicho esto gritó muy fuerte: ¡Lázaro, sal fuera! / El muerto salió atado de pies y manos con vendas, y envuelta la cara con un sudario. Jesús les dijo desatadlo y dejadlo andar”

Aquel milagro se hizo notar de inmediato, muchos de los judíos que allí estaban, amigos, familiares o simplemente curiosos que se habían acercado a la casa de Marta y de María, expectantes al saber que Jesús había llegado, al ver la resurrección de Lázaro, creyeron en Él. Como es lógico, ante estos hechos y una vez bien informados de los mismos, los sumos sacerdotes y los fariseos, asustados por el poder del Señor, inmediatamente convocaron un Consejo para ver que podían hacer, pues temían que la población se fuera tras Jesús, y ellos perdieran su poder. Desde ese mismo instante, ellos maquinaron la muerte del Señor y empezaron a buscarlo entre los judíos, pero como siempre, después de un milagro, se había retirado a una región cerca del desierto, para orar junto a sus discípulos.

Como aseguraba el Papa San Juan Pablo II, en su Audiencia General del miércoles 18 de marzo de 1988, en las narraciones evangélicas, se pone continuamente de relieve el hecho de que, cuando Jesús <ve la fe> realiza el milagro, como hemos podido comprobar con algunos de los milagros anteriormente comentados, y es que el factor fe es indispensable, esto vale  incluso para aquellos hombres a los cuales el Señor había elegido, para que constantemente le acompañaran, y que cuando él muriera, fueran sus emisarios sobre la tierra (Audiencia General miércoles 18 de marzo de  1998):
“A Dios, que se revela como enseña la Dei Verbum (Documento dogmático del Concilio Vaticano II) se le debe <la obediencia de la fe>. Dios se revela en la Antigua Alianza, pidiendo al pueblo por él elegido, una adhesión  fundamental de fe. En la plenitud de los tiempos, esta fe ha de renovarse y desarrollarse, para responder a la revelación del Hijo de Dios encarnado. Jesús la exige expresamente, dirigiéndose a los discípulos en la última Cena: <Creéis en Dios: Creed también en mí> (Jn 14,1).

Jesús, ya había pedido al grupo de los doce apóstoles, una profesión de fe en su persona. Cerca de Cesarea de Filipo, después de interrogar a los discípulos qué pensaba la gente sobre su identidad, les pregunta: <Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?> (Mt 16,15). Simón Pedro responde: <Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo> (Mt 16,16).

 



Inmediatamente Jesús confirma el valor de esta profesión de fe, subrayando que no procede simplemente de un pensamiento humano, sino de una inspiración celestial: <Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos> (Mt 16,17). Estas palabras, de marcado color semítico, designan la revelación total, absoluta y suprema: la que se refiere a la persona de Cristo, el Hijo de Dios”

Jesús eligió a sus doce apóstoles con el propósito de que  estuvieran con él, le conocieran bien, en su ser uno con el Padre, y luego enviarlos a ser testigos de su misterio, y de su Mensaje a toda la humanidad,  y ello conllevaba también la expulsión de los demonios (Mc 3,14s).
Así pues, predicar y realizar  milagros de expulsión de los demonios son necesarios. Pero el primer encargo es predicar: dar a los hombres la luz de la Palabra de Cristo. Los Doce son los primeros evangelizadores, después de Jesús, y al igual que el Señor anuncian el Reino de Dios para tratar de llevar a los hombres hacia este destino seguro.


 


Sí, junto al anuncio del Reino de Dios es necesario la existencia de los milagros, y en particular la expulsión de los demonios, y esto es así, porque el mundo está dominado por las fuerzas del mal, de manera que el anuncio del Reino de Dios, implica una lucha feroz contra dichas fuerzas perniciosas.

Como diría el Papa Benedicto XVI:
 


 “Los mensajeros de Jesús, siguiendo sus pasos, tienden a exorcizar el mundo, es  la fundación de una nueva forma de vida en el Espíritu Santo, que libera de la obsesión diabólica"

                                    (Jesús de Nazaret. 1ª Parte. La esfera de los libros. S.L. 2007)

Desgraciadamente, como han denunciado los Papas de los últimos siglos, y muy especialmente Benedicto XVI, el hombre de hoy, el hombre del siglo XXI, se encuentra en una contienda constante frente al enemigo común, el demonio, que ahora se presenta disfrazado de mil formas distintas, bajo una atmósfera de aparente bondad y placer, que difunde en su entorno, y que entontece al hombre llevándolo lejos, muy lejos del Reino de Dios...

Así describía la situación actual de la sociedad del siglo XXI, el Papa Benedicto XVI (Ibid):

“El cristiano está amenazado por una atmósfera anónima, por <<lo que está en el aire>>, que quiere hacerle ver la fe como ridícula e insensata:

¿Quién no ve que existen contaminaciones del clima espiritual a escala universal que amenazan a la humanidad en su dignidad, e incluso en su existencia?
Los hombres, y también las comunidades humanas, parecen estar irremediablemente abandonadas a la acción de estos poderes.
El cristiano sabe que tampoco puede hacer frente por sí solo a la amenaza. Pero en la fe, en la comunión con el único Señor del mundo, se han dado las <armas de Dios> con las que 
                                        –en comunión con todo el cuerpo de Cristo (La Iglesia)-
puede enfrentarse a esos poderes, sabiendo que el Señor, nos vuelve a dar en la fe el aire limpio para respirar, el aliento del Creador, el aliento del Espíritu Santo, solamente en el cual el mundo puede ser sano”



Por eso, es importante recordar los milagros del Señor, y especialmente los que implican la sanación del alma humana, esto es la expulsión de los demonios, porque son la confirmación de su Misión Mesiánica y de la venida del reino de Dios.

Recordemos una vez más que los Doce, fueron enviados por Jesús para curar toda clase de males, físicos y espirituales, y por ello algunos teólogos han definido la religión cristiana como una <religión terapéutica>  (Eugen Biser, sacerdote alemán, teólogo y filósofo religioso <1918-2014>).

Por otra parte, el poder de expulsar los demonios y liberar al mundo de su obscura amenaza, en relación con el único y verdadero Dios:
 

“Excluye la idea mágica de curación, que intenta servirse precisamente, de unas fuerzas misteriosas (malignas). La curación mágica está unida siempre al arte  de dirigir el mal contra el otro y poner a los demonios en su contra…El Reino de Dios, significa precisamente la desautorización de estas fuerzas, por el advenimiento del único Dios, que es bueno, el Bien en persona...

El poder curador de los enviados de Cristo Jesús, se oponen a los devaneos de la magia; exorciza también al mundo en el ámbito de la medicina. En las curaciones milagrosas del Señor y de los Doce, Dios se revela con su poder benigno sobre el mundo.
Son en esencia señales que remiten a Dios mismo, y quieren poner a los hombres en el camino de Dios. Sólo el camino de unión progresiva con Él, puede ser el verdadero proceso de curación del hombre.
Así, las curaciones milagrosas son para Jesús y los suyos un elemento subordinado en el conjunto de su actividad, en la que está en juego lo más importante, el Reino de Dios, justamente que Dios sea Señor en nosotros y en el mundo…

Quien quiera curar realmente al hombre ha de verlo en su integridad y debe saber que su última curación sólo puede ser el amor a Dios”  (Papa Benedicto XVI; (Ibid))