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sábado, 23 de abril de 2016

AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN (II)


 
 

 
En cierta ocasión algunos fariseos se pusieron de acuerdo para tentar al Señor con la siguiente pregunta ( Mt 22, 36): ¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?
Enseguida Jesús respondió (Mt 22, 37-39):
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. / Éste es el mayor y el principal mandamiento. / El segundo es como éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. / De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas"
 
Probablemente aquellos hombres se quedaron admirados de tanta sapiencia, y un poco humillados, por no haber conseguido sus funestos propósitos, pero es que Jesús era el Mesías y ellos todavía no se habían enterado...




Precisamente el Maestro, como ellos le llamaron, llevaba ya algún tiempo hablando de estas cosas, pues durante su <Discurso de la montaña>, Él aseguró (Mt 5, 17-19):
"No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud. / En verdad os digo que mientras no pasen el cielo y la tierra, de la Ley no pasará ni la más pequeña letra o trazo hasta que todo se cumpla. / Así, el  que quebrante uno solo de estos mandamientos, incluso de los más pequeños, y enseñe a los hombres, a hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Por el contrario, el que los cumpla y enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos. / Os digo, pues, que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos"
 



Y es que Jesús era el Hijo unigénito de Dios y Dios verdadero...Hay que recordar en este sentido que en el libro del Deuteronomio se nos habla ya de los mandamientos, leyes y normas que el Señor ordena a los hombres para que los pongan por obra en la tierra y así prolonguen sus días...
El libro Deuteronomio forma parte del Pentateuco ( conjunto de los cinco primeros libros de la Biblia) del Antiguo Testamento, en él se presenta de forma clara las diferencias que existen entre la salvación y el castigo que Dios ofrece a los hombres en función de su comportamiento respecto a su fidelidad hacia Él y el cumplimiento de sus mandamientos.  
La unicidad de Dios se proclama, desde el principio, y sin paliativos, en este libro; Él ha hecho su Alianza con el pueblo elegido, que ha de ser uno, sin divisiones, por razones sociales, raciales, de culto, ni de ningún tipo...
La Shemá es la oración recitada hasta nuestros días por los judíos piadosos, por la mañana y por la tarde, contenida precisamente en el Deuteronomio (Dt 6, 4):
"Escucha (Shemá), Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno. / Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas"
 
 
 
Cristo, el Hijo Único de Dios, en el Nuevo Testamento, llama a todos los hombres a participar de la naturaleza divina por la gracia  (oración sacerdotal), tal como podemos leer en el evangelio del apóstol San Juan (Jn 17, 21):
"Que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado"  
 
Y al mundo vino y el mundo no le recibió, al menos en su totalidad, hasta el día de hoy, los hombres siguen enzarzados en conflictos y luchas desoyendo sus deseos. Por eso es tan necesaria la <nueva evangelización>, proclamada por los Papas de los últimos siglos...
Recordemos que el problema viene de lejos y que ya el apóstol Santiago (el Menor) en su carta... decía (Sant 4, 1-3):


-¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esas pasiones que os han convertido en campo de batalla?

-Ambicionáis y no tenéis; asesináis y envidiáis, pero no podéis conseguir nada; os enzarzáis en guerras y contiendas, pero no obtenéis porque no pedís;

-pedís y no recibís, porque pedís mal con la intención de satisfacer vuestras pasiones

-¡Gente infiel! ¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios?

 Sí, tenemos que reconocer el peligro que conlleva la amistad con el mundo, los riesgos que implican la santificación en él y cómo ha habido desviaciones  del <verdadero espíritu cristiano>. Ha sido necesario, a lo largo de los siglos transcurridos, enseñar a los hombres a ser verdaderos creyentes y todavía sigue siendo necesario, si tenemos en cuenta que cada vez más se extiende en la sociedad el fenómeno del <laicismo>, que establece una radical separación entre el orden temporal y espiritual. Según el <laicismo>, la espiritualidad de la persona es exclusivamente privada, un hecho de la conciencia que no debe tener repercusión alguna en lo público o social. De esta forma el “orden temporal” gozaría de una completa autonomía y no tendría necesidad de ninguna referencia a un supuesto <orden transcendente>, para organizar la vida de los hombres en la sociedad.

El fenómeno del <laicismo> ha sido consecuencia de una mala utilización de la secularización de la sociedad, que puede tener, sin embargo, otra vertiente positiva < Así desde un punto de vista positivo, la secularización estaría directamente relacionada con la desclericalización de la sociedad, lo cual no significa, por otro lado, la pérdida del sentido religioso> No obstante, desde un punto vista negativo, la secularización ha conducido a ese <laicismo>, que da al hombre <autonomía absoluta, cortando todos los puentes con una posible instancia transcendente del mundo y por consiguiente a una crisis de fe. Esta crisis de la fe ha dado, después, paso a la desmitificación y racionalización del mundo y por último a la perdida creciente de toda transcendencia que lleve más allá de lo visible y aceptable.

Más allá de toda esta problemática lo esencial lo verdaderamente importante a la hora de la evangelización es buscar el sentido de la fidelidad a Dios, es recordar que Jesús ha pedido a los hombres en muchas ocasiones y de distintas formas su amor incondicional:

"Cristo ciertamente desea la fe. La desea del hombre y la desea para el hombre...
Jesús desea despertar en los hombres la fe, desea que respondan a la Palabra del Padre, pero lo quiere respetando la dignidad del hombre, porque en la búsqueda de la misma fe está ya presente una forma de fe, una forma implícita, y por eso queda cumplida la condición necesaria para la salvación" (Papa San Juan Pablo II)

Y sobre todo, sobre todo, tengamos en cuenta que el "Varón de dolores" es la revelación del amor que <lo soporta todo>, del amor que es <el más grande>. La imagen de Cristo en el Calvario nos recuerda sin cesar todo esto y también que <Dios está siempre de parte de los que sufren> 



 

 

  

 

  

 

 

 

JESÚS DIJO (XX): TRABAJOS PUBLICADOS POR MRM.MARUS



 
 
 






*Jesús y sus milagros: Confirmación de su misión mesiánica y venida del Reino de Dios (1/4/16)

 

*Jesús y la intercesión de los santos (4/4/16)

 

*Jesús dijo (XIX): Trabajos publicados por Mrm.Marus (9/4/16)

 

*Jesús y el reto de la evangelización: Siglo IX (1ª Parte) (17/4/16)

 

*Jesús dijo XX: Trabajos publicados por Mrm.Marus (23/4/16)

 

 

 
Santa Biblia (Traducida de los textos originales en equipo bajo la dirección del Dr. Evaristo Martín Nieto. Ed. San Pablo 1988)

 

 

                              PROPAGACIÓN DEL EVANGELIO ENTRE LOS PAGANOS

 

                                             PRIMER VIAJE DE PABLO (14, 1-28)

 

*EN ICONIO, LICOANIA, LISTRA Y DERBE

 

En Iconio, entraron también en la sinagoga de los judíos, y hablaron de tal modo que muchos judíos y paganos, abrazaron la fe. / Pero los judíos que no quisieron creer soliviantaron a los paganos y los indispusieron contra los hermanos. / Allí se quedaron bastante tiempo, hablando con valentía del Señor, que confirmaba su doctrina de gracia realizando por sus medios prodigios y milagros. / La población de la ciudad se dividió. Unos estaban con los judíos y otros con los apóstoles. / Los paganos y los judíos se confabularon a una con las autoridades para torturarlos y apedrearlos. / Pero ellos se dieron cuenta y huyeron a las ciudades de Licoania, Listra y Derbe y sus alrededores, / donde se pusieron a anunciar la buena nueva.




En Listra había un hombre imposibilitado de los pies, sentado; cojo de nacimiento, jamás había andado. / Oyó hablar a Pablo, el cual, mirándolo fijamente y viendo que tenía fe para ser curado, / dijo en alta voz: <levántate y tente derecho sobre tus pies>. Él dio un salto y echó a andar. / La gente, al ver lo que había hecho Pablo, se puso a gritar en licaonio: <los dioses, en forma humana, han descendido a nosotros>.

Y llamaban a Bernabé Júpiter y a Pablo Mercurio, porque era el más elocuente. / El sacerdote de Júpiter, que estaba a la entrada de la ciudad, llevó toros adornados con guirnaldas ante las puertas, y, en unión de la muchedumbre, quería ofrecerles un sacrificio.

Cuando se enteraron de ello los apóstoles Bernabé y Pablo, rasgaron sus vestidos y se lanzaron entre las gentes gritando: / amigos ¿Por qué hacéis esto? Nosotros somos hombres como vosotros, que hemos venido a anunciaros que dejéis los dioses falsos y os convirtáis al Dios vivo, que ha hecho el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos. / El cual ha permitido en las pasadas generaciones que todas las naciones siguiesen sus caminos; / sin embargo, no ha cesado jamás de dar testimonio de sí mismo haciendo el bien, mandándoos desde el cielo lluvias y estaciones fructíferas y saciándoos de comida y llenando vuestros corazones de felicidad. / Con estas palabras lograron a duras penas impedir que la gente les ofreciera un sacrificio.




Llegaron de Antioquía e Iconio unos judíos que se ganaron a la gente. Apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, dándolo por muerto. / Pero cuando los discípulos se juntaron en torno a él, se levantó y entró en la ciudad. Al día siguiente marchó a Derbe en compañía de Bernabé.




Después de haber evangelizado aquella ciudad y haber hecho un buen número de discípulos, se volvieron a Listra, Iconio y Antioquía, / animando a los discípulos, exhortándolos a permanecer en la fe y diciéndoles que tenemos que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios. / Instituyeron presbíteros en cada una de las  Iglesias, y, después de orar y ayunar, los encomendaron al Señor, en el que habían creído. / Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia; / predicaron en Pergue y bajaron a Talia.

 

 

REGRESO A ANTIOQUÍA DE SIRIA

Allí se embarcaron para Antioquía, de donde habían partido y donde los habían encomendado a la gracia de Dios para la obra que acababan de cumplir. / Cuando llegaron, reunieron a la Iglesia y contaron todo lo que había hecho Dios por medio de ellos, y como había abierto a los paganos la puerta de la fe. / Y allí permanecieron largo tiempo con los discípulos.

 

 

 

 

 

 

domingo, 17 de abril de 2016

JESÚS Y EL RETO DE LA EVANGELIZACIÓN: SIGLO IX (1ª PARTE)



 
 
 



El Papa Benedicto XVI en su Carta Encíclica <Spe Salvi> aseguraba que nuestro obrar sobre la tierra no es indiferente a Dios y por tanto tampoco puede serlo para el desarrollo de la historia de la humanidad. Concretamente él afirmaba que:

“Podemos abrirnos a nosotros mismos y abrir al mundo para que entre Dios: La verdad, el amor y el bien. Es lo que han hecho los santos que, como colaboradores de Dios, han contribuido a la salvación del mundo”

Santos han habido muchos, a lo largo de los siglos, también allá por el IX, en la Alta Edad Media, uno de los menos gloriosos, sin embargo, para la historia de la Iglesia de Cristo, por eso conviene recordar a los hombres y mujeres justos y virtuosos de aquella época, con objeto de que sus obras sirvan de ejemplo y acicate para  los pueblos del siglo XXI, que ya presentan   tendencias hacia los mismos errores  de aquel siglo, y de esta forma evitar, la perseverancia en ellos, si aún esto fuera  posible. Ya que como sigue diciendo el Papa Benedicto XVI en la Carta Encíclica anteriormente mencionada (Spe Salvi. Dada en Roma el 30 de noviembre, del año 2007):

“Podemos liberar nuestra vida y el mundo de las intoxicaciones y contaminaciones, que podrían destruir el presente y el futuro. Podemos descubrir y tener limpias las fuentes de la creación y así, junto con la creación que nos precede como don, hacer lo que es justo, teniendo en cuenta sus propias exigencias y finalidades. Eso sigue teniendo sentido, aunque en apariencia no tengamos éxito o nos veamos impotentes ante la superioridad de fuerzas hostiles. Así, por un lado, de nuestro obrar brota esperanza para nosotros y para los demás; pero al mismo tiempo,  lo que nos da ánimos, y orienta nuestra actividad, tanto en los momentos buenos como en los malos es la gran esperanza fundada en las promesas de Dios”

Así debieron pensar y actuar muchos hombres y mujeres del siglo IX y aunque sólo fuera por eso, merecerían que los recordásemos teniendo, así mismo en cuenta, el contexto histórico en el que vivieron, donde los peligros para la Iglesia de Cristo fueron enormes y no obstante, a pesar de todo, ellos pudieron sobrellevarlos, y dar un ejemplo inmenso a la humanidad de entonces y  hasta nuestros días.

 



El desarrollo de la historia del siglo IX ha quedado para siempre marcado por el extraordinario acontecimiento ocurrido, el día de navidad del año 800; fue entonces cuando el Papa León III coronó a Carlomagno emperador romano. Después de tres siglos, en Occidente reinaba de nuevo un emperador, y por otra parte, al mismo tiempo, en Oriente una emperatriz, aunque ella quiso que se la denominara emperador; tal era el carácter indomable y ambicioso de Irene, la madre de Constantino VI,  futuro emperador bizantino.

Desde luego, no parece que Irene fuera una madre amorosa, ya que según cuentan los historiadores pudo intervenir en un complot para   cegar a su hijo, cuyo  único objetivo era el de retirarle del trono y dejar así el terreno libre a su propia coronación en solitario, tras los años soportados de regencia, después de  la muerte de  su esposo León IV.

Roma durante muchos siglos había sido la sede original del Imperio, mientras que Constantinopla llevaba siéndolo mucho menos tiempo, era por así decirlo, una recién llegada al poder y quizás esta consideración, así como otras circunstancias especiales del momento, fueron las que impulsaron al Papa León III a nombrar a Carlomagno rey de los francos, emperador  de Occidente.

 
 



Carlomagno, hombre inteligente, y defensor de la Iglesia de Cristo, sospecharía seguramente las circunstancias que le habían llevado a ocupar aquel puesto supremo del Imperio de Occidente, y que de esta forma, se produciría un enfrentamiento con el Imperio de Oriente, más concretamente, con la emperatriz Irene. Sin embargo se cree que ésta no hubiera desdeñado casarse con el nuevo emperador de Occidente, pero ya que ambos tenían   cierta edad,  la esperanza de  herederos comunes, no cabría estar dentro de las posibilidades de un enlace de este tipo. Hubo, pues, según parece, alguna enemistad y confrontación entre ambos emperadores hasta que el destino de  la emperatriz la condujo en el año 808 a su derrocamiento, por la intervención de sus propios generales, siendo coronado entonces Nicéforo I (802-811), tesorero de la emperatriz, que fue desterrada y encerrada en un convento de la isla de Lesbos, donde parece ser que terminó su azarosa vida.

 



La Iglesia Ortodoxa considera santa a la emperatriz Irene y a pesar de su reprochable comportamiento en la búsqueda del poder político, sin embargo la Iglesia Católica siempre tendrá que agradecer a esta luchadora mujer su mediación en la solución momentánea del Cisma producido en la Iglesia de Cristo,  consecuencia de la herejía iconoclasta.

Los iconoclastas consideran que es una  superstición el uso de imágenes religiosas y defienden su destrucción. El origen de dicha herejía, en parte, está sustentado en otras religiones que también consideran idólatras todas las imágenes sagradas. En contra de esta consideración, en el Concilio de Nicea II (787), se afirmó que las imágenes pueden ser expuestas y veneradas sin cometer pecado, porque el respeto que se demuestra a las mismas va dirigido a la persona o personas que representan, que en el caso de la Iglesia de Cristo, es Cristo mismo, su Madre la Virgen María, los ángeles, los santos…   

Nicéforo I nunca reconoció al emperador Carlomagno, ya que defendía la antigua tesis de los bizantinos, que consideraba que el poder debería estar en manos de un único emperador, el cual sería el auténtico heredero del antiguo  Imperio Romano. Por eso, trató de mantener seguras las posesiones bizantinas en el mar Adriático septentrional (Venecia, Istría y Dalmacia), muy amenazadas por entonces por el pueblo de los francos; tras algunas confrontaciones, finalmente consiguió sus propósitos, aunque más tarde al ser atacado el Imperio de Oriente por los pueblos búlgaros cayó en una emboscada, muriendo, al parecer, en combate. Su hijo, Estauracio,  consiguió reunir al ejército y a los hombres que habían sobrevivido a este terrible combate y se retiró hacia Adrianópolis muy mal herido.

Estauracio sólo reinó unos meses, desde el 26 de julio al 2 de octubre del año 811, provocando su muerte un enfrentamiento constante entre los nobles de Bizancio por la herencia de la Corona.

Fue un noble casado con Procopia, hija de Nicéforo I y hermana de Estauracio, el que por fin consiguió ser nombrado emperador de Bizancio. Este hombre, Miguel I, reinó entre los años 811-813, intervalo de tiempo durante el cual se produjo una menor persecución de los iconódulos (defensores de la veneración de las imágenes), lo que le permitió llegar a alcanzar la paz con el emperador de Occidente Carlomagno, un hombre sumamente religioso y fiel al Papa San León III. Sin embargo, se olvidó del acoso constante a su Imperio  por parte de los búlgaros, los cuales saquearon una parte de Macedonia y de la Tracia, y aunque finalmente quiso enfrentarse a ellos, sus intenciones se vieron frustradas, ya que  fue derrocado por algunos infieles militares de su propio ejército que eran contrarios a los iconódulos, los cuales habían sido relativamente bien vistos por dicho emperador.

Le sucedió en el trono León V el Armenio, que reinó entre los años 813 - 820,  se trataba de un general que se había distinguido durante los reinados tanto de Nicéforo I, como de Miguel I por los servicios prestados al Imperio; concretamente en el caso de Miguel I durante los enfrentamientos mantenidos con otros pueblos invasores  en el año 812. Con la llegada de este nuevo emperador, en el  imperio de Oriente, se volvió a implantar la herejía iconoclasta de los primeros emperadores sirios, argumentando que los emperadores proclives a aceptar la veneración de las imágenes, siempre habían sido derrotados en los campos de batalla. Miguel I intentó no obstante, negociar un acuerdo con el Patriarca de Constantinopla, por entonces, Nicéforo I, pero éste no se mostró dispuesto a negar los principios y dogmas de la Iglesia Católica.

En el año 814, León V, dio orden para quitar las imágenes de la Catedral de Santa Sofía, a lo que el Patriarca Nicéforo se negó, por lo que  fue destituido, y desterrado a uno de los claustros fundados por él (Touh Agatouh).

 
 



Nicéforo de Constantinopla, nació en el seno de una familia ortodoxa y por ello defendió su fe en la doctrina de la Iglesia de Cristo,  incluso después de su destierro, a través de una serie de escritos, consiguiendo por fin en el año 820  una cierta tolerancia hacia  los iconódulos. Murió en el monasterio anteriormente citado y es considerado <Confesor mártir> de la Iglesia por su defensa constante en contra de la herejía iconoclasta. Sus restos fueron llevados solemnemente a Constantinopla por el Patriarca Metodio I de Constantinopla en el año 874, siendo depositados  en la Iglesia de los Santos Apóstoles. Su fiesta se celebra el 13 de marzo tanto por la Iglesia griega como por la romana.

Con razón el Papa Benedicto XVI, aseguraba a este respecto que aunque a decir verdad, el Decálogo de Dios había prohibido hacer imágenes de Él:

“Esto fue en prevención de las posibles tentaciones idolátricas de los creyentes en un contexto paganizado. Sin embargo desde que Dios se hizo visible en Cristo, mediante la Encarnación, es legítimo reproducir el rostro de Cristo.

Por otra parte, las imágenes de los santos nos enseñan a ver a Dios en la figura del rostro de Cristo. Por consiguiente, después de la Encarnación del Hijo de Dios, resulta posible ver a Dios en las imágenes de Cristo y también en el rostro de los santos, en el rostro de todos los hombres en los que resplandece la santidad de Dios”

Sin duda Nicéforo de Constantinopla fue uno de estos santos, porque defendió con su propia vida la doctrina de la Iglesia de Cristo y lo demostró a través de sus tres escritos más importantes:

*Apologeticus minor, en la que explicaba a los laicos en qué consistía la herejía de la iconoclastia

*Apologeticus major, un análisis dogmatico sobre el tema de la iconoclastia, apoyándose en los Santos Padres

*Refutación del Sínodo iconoclástico celebrado en el año 815

 
 



Evidentemente que con la subida al poder del Emperador León V el Armenio, la vuelta a la iconoclastia supuso para la Iglesia cristiana de Oriente muchas desgracias y persecuciones. Concretamente en el año 813, varios monjes y abades de los monasterios que entonces abundaban en todo el Imperio , fueron desterrados y muchas veces hasta martirizados por orden de este emperador que basaba su rechazo a los iconódulos, como hemos recordado anteriormente, en argumentos que nada tenían que ver con lo religioso, sino que por el contrario tenían más bien un carácter político, ya que se fundaban en las posibles derrotas sufridas en batallas por los emperadores que habían defendido la veneración de las imágenes.

Entre los santos  que tuvieron que soportar persecuciones, destierros, y  martirios, citaremos también otros dos de los más conocidos, concretamente Platón de Constantinopla y Juan de Afusia. El primero fue un monje que según parece vivió en la época del tristemente célebre Emperador Constantino V (Caprónimo), que persiguió a los monjes, expropiándoles sus monasterios y que no contento con considerar herejía la veneración de las imágenes religiosas, decretó así mismo herejía rezar a los santos y el culto a las santas reliquias.

En su juventud San Platón había trabajado como notario, pero su gran religiosidad le condujo finalmente a abandonar el mundo retirándose al monasterio de Simboleon. Años después alcanzaría la dignidad de abad, durante su estancia en el monasterio de Sakkudión. Tuvo oportunidad de asistir al concilio de Constantinopla, en el cual se sentaron las bases en contra de la herejía iconoclasta, y más tarde se granjeó la enemistad  del Emperador Constantino VI (hijo de la que sería más tarde emperatriz Irene), sufriendo  varios destierros durante mucho tiempo, después de los cuales, gracias al emperador Miguel I, cuando la iconoclastia estaba bastante controlada, fue perdonado, pasando el resto de su vida postrado en cama debido a los sufrimientos padecidos. En este triste periodo de su vida fue visitado por San Teodoro el Estudita que oró junto a él y a su muerte en el año 813, pronunció su oración funeraria.

Por su parte Juan de Afusia, también llamado Juan el Confesor, fue  abad del Monasterio de Catari, en la Propontide (Constantinopla), sufrió un destino si cabe más terrible, que el santo anteriormente mencionado, ya que después de ser encarcelado y torturado por mandato del emperador León V el Armenio, debió de permanecer en el exilio mucho tiempo en unas condiciones tan vejatorias, que al cabo de unos años, murió a consecuencia de los sufrimientos padecidos.

No sólo los monjes fueron perseguidos, martirizados y encarcelados por los iconoclastas durante el reinado de León V el Armenio, algunos aristócratas y eruditos de la época también fueron maltratados y desterrados por mandato de este funesto emperador. Teófanes el Confesor, natural de Samotracia, fue uno de estos hombres que por defender la veneración a las imágenes, tuvo que sufrir el encarcelamiento y posterior destierro por orden imperial. Este hombre fue un aristócrata bizantino que tras estar casado durante cierto tiempo, se retiró a la vida monástica. Fue un hombre sabio y de él se conservan algunas de sus obras siendo muy conocida la crónica histórica que realizó sobre el Imperio Romano desde Diocleciano hasta Miguel I Rangabé (811-813). La Iglesia ortodoxa lo venera como santo.

 
 




Más conocida es la vida de San Teodoro Estudita (759-826), sobrino de San Platón al que acudió junto con sus hermanos para pedirle ayuda y seguir sus pasos en la vida ascética. A una edad muy temprana, entró en el Monasterio de Sakkudión (Bitinia), cuando era abad su tío. Posteriormente las circunstancias del momento impidieron su estancia en este monasterio, que sufrió las consecuencias del ataque por parte de pueblos invasores.

Ya en tiempos de la emperatriz Irene había ocupado la dignidad de abad en el Monasterio de Studión en Constantinopla, donde realizó una labor muy importante reforzando la disciplina de los monjes y poniendo coto a algunos excesos litúrgicos que en aquel momento se llevaban a cabo en dicho monasterio.

Ciertamente como aseguraba el Papa Benedicto XVI:
“En la liturgia resplandece el misterio Pascual, mediante el cual Cristo mismo nos atrae hacia sí y nos llama a la comunión. En Jesús, como solía decir San Buenaventura, contemplamos la belleza y el fulgor de los orígenes. Este atributo al que nos referimos no es mero esteticismo sino el modo en que nos llega, nos fascina y nos cautiva la verdad del amor de Dios en Cristo, haciéndonos salir de nosotros mismos y atrayéndonos así hacia nuestra verdadera vocación: el amor…

La belleza de la liturgia es expresión eminente de la gloria de Dios y, en cierto sentido, un asomarse al cielo sobre la tierra. El memorial del Sacrificio redentor lleva en sí mismo los rasgos de aquel resplandor de Jesús del cual nos han dado testimonio Pedro, Santiago y Juan, cuando el Maestro, de camino hacia Jerusalén, quiso transfigurarse ante ellos (Nc 9,2). La belleza, por tanto, nos es un elemento decorativo de la acción litúrgica; es más bien un elemento constitutivo, ya que es un atributo de Dios  mismo y de su revelación. Conscientes de todo esto hemos de poner gran atención para que la liturgia resplandezca según su propia naturaleza” (Exhortación apostólica de S.S. Benedicto XVI; Sacramentum Caritatis. Dada en Roma el 22 de febrero del año 2007, segundo de su Pontificado)

San Teodoro Estudita, teniendo en cuenta, precisamente, la necesidad de que la liturgia resplandezca según su propia naturaleza, tal como el Papa Benedicto XVI muchos siglos después, nos ha recordado, puso gran interés en que los monjes de su tiempo la llevaran a cabo de acuerdo con este gran principio, y por eso es encomiable la labor que el santo hizo en este sentido.

Por otra parte, este hombre santo fue un valiente defensor de la veneración de las imágenes (iconos) enfrentándose al Emperador León V el Armenio, que era favorable a esta herejía, como hemos comentado, el cual lo exilió rápidamente para evitar su influencia en la Corte.

 Las obras de este santo figuran en la Patrología griega, y son muy importantes para la Iglesia de Cristo, ya que en ellas hace resaltar su ideal sobre las cualidades de la vida monástica: castidad, estabilidad (evitar cambios frecuentes de monasterios) y sobre todo pobreza. Fue por tanto un modelo a seguir que prácticamente la mayoría de los monasterios bizantinos han aceptado y mantenido a lo largo de los tiempos.

León V el Armenio tenía un buen amigo llamado Miguel, compañero de armas que se apodaba Amorium, debido a su nacimiento en la ciudad de Amorium, situada en el centro de Asia Menor; pero este amigo le fue infiel y sospechando León de su infidelidad ordenó que fuera encarcelado. Este hecho provocó la revuelta del grupo conspirador que apoyaba a Miguel y el día de navidad del año 820, mientras que León V dirigía el canto en los servicios de la capilla de su palacio, fue asesinado; los conspiradores sacaron después a Miguel de la celda en que se encontraba y le coronaron emperador con el nombre de Miguel II y el sobrenombre de el Tartamudo, por tener éste un defecto en el habla.

El reinado de Miguel II (820-829) relativamente corto, se caracterizó por las constantes incursiones de los búlgaros sobre el Imperio, sobre todo en la región del norte, donde los bizantinos sufrieron sucesivas derrotas, y al mismo tiempo los árabes también atacaban al Imperio por mar. Por otra parte, el Imperio se vio afectado por una insurrección que había tenido lugar en Hispania (Península Ibérica), que provocó la salida de miles de exiliados. Se cree que unos quince mil musulmanes españoles partieron por el mediterráneo y se establecieron en la Alejandría. Al ser estas gentes insumisas y rebeldes, difícilmente fue posible su integración, por lo que  el gobernador egipcio les hizo ver mediante soborno que sería preferible para ellos, que se alejaran de allí y trataran de conquistar algún territorio del Imperio Bizantino, que en ese momento se encontrara en una situación débil desde el punto de vista militar. Así fue como en el año 826, éstos,  invadieron Creta, sin mayores esfuerzos, convirtiéndola en un nuevo estado islámico independiente, edificando una nueva capital a la que llamaron Chandax.

La isla de Creta  se convirtió en un refugio muy adecuado para los piratas del Mediterráneo, los cuales atacaban a todos los barcos que pasaban cercanos a la costa, impidiendo así, durante muchos años el libre comercio en aquella zona. Por otra parte, se puede decir que estos hechos, provocaron en gran medida la pérdida del dominio del mar y sus costas para el Imperio Bizantino, ya que resultaban totalmente inseguras,  expuestas a los constantes saqueos de los piratas.

Miguel II era partidario también de la eliminación de las imágenes en el culto religioso, aunque trató de mantener buenas relaciones con el Papa de Roma, que en ese momento era Eugenio II (824-827). Sin embargo, cometió el gran error de casarse, después de la muerte de su primera esposa, con Eufrosina, hija del Emperador Constantino VI, el emperador que había sido cegado por su propia madre, la emperatriz Irene, unos treinta años antes, y de esta forma se alineó con la tristemente célebre dinastía Isaúrica. No tuvieron descendencia, y a la muerte del emperador en el año 829, siendo Papa Gregorio IV (827-844), su hijo Teófilo, habido, de su primera esposa, fue coronado emperador.

El Emperador Teófilo, a diferencia de su padre Miguel II tenía una buena educación y estaba abierto al mundo de la cultura,  por lo que el Imperio mejoró mucho en este sentido. La Iglesia sin embargo, sufrió con él un gran retroceso  respecto al problema iconoclasta, ya que Teófilo se declaró totalmente partidario de la eliminación de las imágenes o iconos, persiguiendo a los iconódulos con la misma crueldad que lo hiciera su antecesor León V el Armenio.

Un claro ejemplo de las persecuciones llevadas a cabo por este nuevo emperador lo tenemos en José Himnógrafo, también llamado José el Siciliano por ser natural la isla de Sicilia, que por entonces pertenecía al Imperio Bizantino. Fue un gran erudito de la época que a muy temprana edad se sintió llamado a la vida monástica.  A causa de los ataques de los musulmanes a Sicilia, su familia tuvo que huir hacia Peloponeso y en el año 831, cuando tenía sólo 15 años decidió retirarse al Monasterio de Latomus (Tesalónica) que era muy conocido por la devoción y ascetismo de sus monjes. Ordenado presbítero acompañó a su maestro Gregorio de la Decápolis a Constantinopla donde se convirtió en uno de los jefes del partido ortodoxo que luchaba contra la iconoclastia.

Gregorio envió a José desde Constantinopla a Roma para pedir apoyo al Papa que se encontraba también en lucha contra los iconoclastas, pero fue capturado por los piratas y llevado a Creta; rescatado por personas caritativas, pudo volver a Constantinopla, pero su amigo y maestro Gregorio, probablemente ya había muerto o se encontraba moribundo.

Por su fidelidad y lucha a favor de los iconódulos, fue desterrado, seguramente, por intereses del Emperador Teófilo (829-842), pero a la muerte del emperador, la emperatriz Teodora, con la ayuda del Patriarca Ignacio II de Constantinopla, consiguió para él, el cargo de <portador de los objetos sagrados> de la Iglesia de la capital, muriendo a avanzada edad en el año 883.

Por otra parte, José Himnógrafo, es conocido en el mundo de la cultura por el gran número de Cánones poéticos que escribió, e Himnos que compuso, de una gran calidad litúrgica.

Aunque se conservan algunos de sus trabajos, hay cierta dificultad para distinguir su obra de la de José Estudita que también fue un gran poeta; sin embargo se consideran prácticamente suyos: Los Cánones: <Imnomnia Beatae Virginis Mariae festa>, en honor de la Virgen María, así como los Himnos: <levantemos nuestras voces ahora>, <estrellas de la mañana>, y <perdónanos, Señor>, que continúan cantándose en la liturgias Griega y Oriental, y en algunas adaptaciones de los Himnos protestantes.

Desgraciadamente, el Emperador Teófilo en el año 832, promulgó un edicto por el que declaraba ilegal el culto de los iconos, y compresiblemente sus relaciones con el por entonces Papa de Roma, Gregorio IV (827-844), se vieron muy dificultadas ante esta actitud contraria a la Iglesia católica; lo cual no le importó excesivamente a  este emperador iconoclasta, ya que se encontraba mucho más preocupado con el avance constante de sus enemigos territoriales hacia el Imperio Bizantino. De hecho hubo distintos enfrentamientos entre los bizantinos y las huestes de sus atacantes árabes, pero en el año 836 el ejército bizantino consiguió saquear y destruir casi por completo la región en la que había nacido uno de sus Califas, el cual reaccionó en consecuencia, atacando a su vez al Imperio y destruyendo Amorium, ciudad origen de la nueva dinastía bizantina.

 
 



Como fruto de este éxito de los árabes, el emperador Teófilo sufrió un duro golpe del que nunca se recuperó, falleciendo en el año 842,  dejando como sucesor a su hijo Miguel, que por entonces sólo tenía cuatro años. Su madre, Teodora, actuó por tanto como regente de su hijo, al igual que hiciera en su momento Irene con el suyo, Constantino VI. Esta mujer mantuvo un comportamiento moderado respecto al problema iconoclasta, dejando de perseguir a los iconódulos de manera que en el año 843, la iconoclastia prácticamente había desaparecido, después de más de un siglo de su inicio.

Teodora fue una buena regente para su pueblo, pero como Irene se sintió tan atraída por el poder que teniendo su hijo ya edad para reinar, le costaba trabajo darle paso al gobierno que le pertenecía por herencia. Tuvo que actuar Bardas, tío de Miguel, dando un golpe de estado a consecuencia del cual  apartó a la regente del poder; ésta, a diferencia de Irene, no intentó intrigar para rehacerse del golpe recibido y se retiró a un convento, donde permaneció hasta su muerte. Entre tanto su hijo subió al poder con el nombre de Miguel III, tomando a su tío Bardas como consejero, el cual a pesar de todo le llegó a ser, a la larga infiel. Siguió luchando contra los musulmanes que avanzaban inexorablemente, en concreto, hacia el Asia Menor y la isla de Sicilia, de tal forma que el propio Papa Gregorio IV tuvo que hacer frente también a este avance islámico en el sur de Italia, construyendo un bastión en Ostia para evitar el desembarco de los sarracenos.

En el año 846 siendo ya Papa Sergio II (844-847), los árabes desembarcaron en las bocas del río Tiber y asaltaron Roma, saqueándola, e incluso llegaron hasta las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo pero durante el regreso  a su zona de influencia, su flota fue destruida por un temporal.

Durante el reinado de Miguel III, pese a las derrotas militares de los bizantinos, en Asia Menor, se produjo un gran renacimiento cultural del Imperio y esta cultura se difundió hacia el exterior  de Oriente, llegando hasta el Imperio de Occidente y ello condujo a algunas envidias y rencillas en el propio seno de la respectivas Iglesias. A consecuencia de todo esto, se formaron dos grupos de cristianos, aquellos que aceptaban al Papa de Roma como cabeza de la Iglesia y aquellos otros que consideraban que este puesto le correspondía al Patriarca de Constantinopla, independientemente de que todos ellos tenían el mismo proyecto, que era el anuncio del Mensaje de Cristo.

Por su parte, los distintos pueblos paganos de la época  escogieron aquella Iglesia o mejor aquella rama de la Iglesia de Cristo que les pareció más adecuada para sus propios intereses y así por ejemplo los eslavos moravos que habitaban en lo que hoy conocemos como Chequia y Eslovaquia solicitaron al Emperador de Constantinopla que les enviaran misioneros para evangelizarlos pues deseaban pertenecer a la Iglesia Oriental.

 
 



Miguel  III en el año 862 atendió esta petición del pueblo eslavo, y envió a los hermanos Cirilo y Metodio a evangelizar en el país de los moravos. Esta evangelización fue muy eficaz puesto que inventaron un alfabeto de forma que tuvieran fácil acceso al mensaje de Cristo, a través de la traducción de las Sagradas Escrituras al eslavo.

Estos hermanos provenían de Tesalónica y el príncipe Ratislav I vio con buenos ojos la labor misionera de los mismos en la Gran Moravia, la cual llevaron a cabo hasta su muerte; en el 869 tuvo lugar la muerte de Cirilo en Roma y en el 885 murió Metodio en la Gran Moravia. Ambos hermanos son venerados como santos por las Iglesias ortodoxa y católica, subiendo a los Altares en el año 1880; el Papa San Juan Pablo II los elevó a la categoría de Patronos de Europa en 1980, y escribió una Carta Encíclica para poner de relieve la labor inconmensurable, por ellos realizada.

Entre otros datos de interés, el Papa San Juan Pablo II aseguraba en su Carta <Slavorum Apostoli>  que:

“Los apóstoles de los eslavos, Santos Cirilo y Metodio, permanecen en la memoria de la Iglesia junto a la gran obra de evangelización que realizaron. Se puede afirmar más bien que su recuerdo se ha hecho particularmente vivo y actual en nuestro tiempo.

Al considerar la veneración, plena de gratitud de la que los santos hermanos de Salónica (antes Tesalónica), gozan desde hace siglos, especialmente en las naciones eslavas, y recordando la inestimable contribución dada por ellos a la obra del anuncio del evangelio en aquellos pueblos y, al mismo tiempo, a causa de la reconciliación, de la convivencia amistosa, del desarrollo humano y del respeto a la dignidad intrínseca de cada región, con la Carta Apostólica <Egregiae Virtutis> del 31 de diciembre de 1980, proclamé a los Santos Cirilo y Metodio:  Patronos de Europa.  Continué así la línea trazada por mis Predecesores y, de modo particular, por León XIII, quien hace algo más de cien años, el 30 de septiembre de 1880, extendió a toda la Iglesia el culto de los dos santos con la Carta Encíclica <Grand Munus> y por el Papa Pablo VI, quien, con la Carta Apostólica <Pacis Numtius>  proclamó a San Benito, Patrón de Europa el 24 de octubre de 1964”.

Así mismo, San Juan Pablo II al ser entrevistado por el periodista Vittorio Messori a finales del siglo pasado, a su pregunta sobre el tema de la evangelización, refiriéndose concretamente a la labor realizada por  los hermanos Cirilo y Metodio en este campo, aseguraba que (Cruzando el umbral de la esperanza. Editado por Vittorio Massori. Círculo de lectores 1995):

“Uno de los más grandes acontecimientos en la historia de la evangelización fue sin duda alguna la misión de los dos hermanos provenientes de Tesalónica, los santos Cirilo y Metodio. Fueron los apóstoles de los eslavos: llevaron el Evangelio y al mismo tiempo pusieron  los fundamentos de las culturas eslavas. En cierta medida, estos pueblos son deudores de una lengua litúrgica y literaria. Ambos trabajaron en el siglo IX entre Constantinopla y Roma. Y lo hicieron en nombre de la unidad de de las Iglesias, de Oriente y de Occidente, a pesar de que esa unidad comenzaba entonces a deshacerse. El patrimonio de su evangelización ha permanecido en las vastas regiones de la Europa central y meridional, y tantas naciones eslavas, aún hoy, reconocen en ellos no solamente a los maestros de la fe, sino a los padres de la cultura”

Hay que tener en cuenta que los búlgaros, que siempre consideraron enemigos suyos a los bizantinos, pidieron, en primer lugar, ser evangelizados por la Iglesia de Occidente, a lo que ésta respondió de inmediato enviando misioneros a las regiones por ellos habitadas. Sin embargo circunstancias adversas y malos entendidos, hicieron que finalmente este pueblo se decantara por la unión con la Iglesia de Oriente, como ya hemos comentado y más adelante recordaremos.  

Junto a hechos tan relevantes y emotivos en materia de evangelización, por desgracia también tuvo lugar en el siglo IX un grave problema cismático, el cual  supuso un gran dolor y pérdida para la Iglesia de Cristo. Nos referimos al llamado Cisma de Focio que tuvo lugar siendo Patriarca de Constantinopla San Ignacio (Miketas).

 
 



El padre de San Ignacio fue el  emperador bizantino Miguel I Rangabé y su madre fue: Prokopia, hija del emperador Nicéforo I. Circunstancias especiales de su vida en la Corte le llevaron inicialmente a la vida monástica, sin embargo su comportamiento intachable, y su gran humildad dio lugar a que la emperatriz Teodora II le nombrara en el año 847 Patriarca de Constantinopla, viéndose involucrado más tarde, sin desearlo, en el Cisma de Focio.

En efecto, a mediados del siglo IX tuvo lugar el llamado Cisma de Focio, durante el Pontificado de San Nicolás I (858-867). Por entonces Bardas, tío del emperador de Bizancio vivía incestuosamente con su nuera Eudoxia y ejercía una gran influencia sobre su sobrino Miguel III, que aceptó la destitución y prisión del Patriarca Ignacio y su sustitución por Focio, hombre según se cuenta erudito aunque de condición moral  relajada y que por tanto no podía suponer ningún peligro para Bardas y una Corte corrupta que le apoyaba. Como era laico, este hombre fue investido de golpe con  todas las ordenes eclesiales, por parte de la Iglesia de Oriente, que desde hacía ya algún tiempo trataba de prevalecer sobre el Papa de Roma.

 



El Papa San Nicolás no admitiendo este manejo, envió dos delegados a Constantinopla para aclarar la situación, pero estos fueron engañados y no actuaron en consecuencia como la ocasión requería, permitiendo la destitución de Ignacio, el cual de alguna forma desde su destierro pudo informar al Papa de lo que estaba sucediendo. El Papa reacciono como era lógico convocando un Concilio en Letrán, en el que se tomo la decisión de destituir a Focio, así como excomulgarlo por impostor, restituyendo a Ignacio como Patriarca de Constantinopla. Para nada sirvió la actuación del Papa, porque contraviniendo su mandato, la Iglesia de Bizancio no solo no destituyo a Focio, sino que se atrevió a excomulgar a su vez al Pontífice de Roma, comenzando de esta forma un conflicto entre las Iglesias de Oriente y Occidente que a lo largo de los siglos, ha hecho mucho daño a la Iglesia de Cristo.
El Cisma de Focio implicó, por tanto,  la desobediencia al Papa, cabeza de la Iglesia de Cristo, así como una serie de errores teológicos conducentes a herejías cristológicas. Hay que destacar sobre todo el hecho de que Focio sacó a relucir un tema esencial sobre la procedencia del Espíritu Santo. Para este hombre que se creía en posesión de la verdad, por encima del Papa y del propio mensaje de Cristo, el Espíritu Santo procedía del Padre, pero no del Hijo, de nuestro Señor Jesucristo, mientras que la Iglesia Católica enseña, de acuerdo con el Nuevo Testamento que el Espíritu Santo procede del Padre y  también del Hijo. En latín, la palabra adicional <también del Hijo> es <Filioque>, pero Focio y sus defensores bizantinos se negaron a aceptarla, así como a que apareciera en el Credo de la Iglesia. Este tema ha contribuido a lo largo de los siglos a enturbiar las relaciones cada vez más tirantes entre las Iglesia de Oriente y Occidente, siendo una controversia difícil de resolver aún en nuestros días, aunque nada hay imposible para Dios que desea que todos sus hijos estén unidos…

En el año 867 Basilio I el macedonio que había gozado durante mucho tiempo de la estima y confianza del Emperador Miguel III usurpó el trono, tras haber asesinado previamente a Bardas (tío y valedor del emperador), y todo ello a pesar de que el Emperador Miguel III a la muerte de su tío había convertido a Basilio en emperador asociado a la Corona, en el año 866. Con el asesinato de Miguel III, la dinastía Amoriana llegó a su fin pasando a ser dinastía Macedonia (constituida tan sólo por tres emperadores durante un período de tiempo de algo más de medio siglo).

El nuevo emperador a pesar de tener un pasado tan terrible no resultó ser enemigo de la Iglesia de Occidente, por supuesto, por motivos personales, empezando su reinado con el destierro de Focio y la restauración de San Ignacio en el Patriarcado (867-877). Una vez muerto el Patriarca Ignacio, se volvió, sin embargo,  en contra de la Iglesia de Roma restituyendo en su puesto a Focio, aunque no le permitió tomar decisiones excesivamente extremas contra la misma.

Durante el reinado de Basilio I (867-886), los Papas fueron mucho más débiles que los del periodo anterior (800-867), formando parte de lo que se ha dado en llamar <época caótica del Papado>, en parte debido a las preocupaciones y desordenes de todo tipo soportadas, por el pueblo romano y sus Pontífices, y a las constantes incursiones de los ejércitos enemigos sobre Roma. Los nombres de estos Papas fueron: Adriano II (867-872), Juan VIII (872-882), Mariano I (882-884), San Adriano III (884-885) y Esteban V (885-891).

Basilio I murió en el año 886, según los historiadores debido a un accidente de caza, sucediéndole en el trono su hijo, que tomó el nombre de León VI, sin que los bizantinos se mostraran contrarios a este respecto, ya que se habían acostumbrado muy pronto a los métodos de poder de  la nueva dinastía Macedonia. León VI había recibido, según parece, una educación más esmerada que su padre, ya que uno de sus maestros había sido el propio Focio, un hombre teológicamente equivocado pero no por ello falto de ciencia y conocimientos.


León VI se consideraba un erudito, le gustaba escribir y lo hizo, tocando temas militares e incluso atreviéndose a realizar algunas obras poéticas. A pesar de haber sido instruido por Focio no mostró excesiva simpatía por su maestro y lo destituyó del Patriarcado, nada más tomar posesión de la Corona, sustituyéndole por otro Patriarca que le permitiera unas mejores relaciones con la Iglesia de Roma. La destitución de Focio fue definitiva en esta ocasión y se cree que murió recluido en un monasterio, ya, a avanzada edad.

Por otra parte, durante el reinado de este emperador de Oriente, desde el punto de vista militar, el Imperio sufrió unas humillaciones particularmente graves. El intento de su padre Basilio I de acabar con la piratería marina, había fracasado y las incursiones de los barcos que asolaban sus costas eran cada vez más osadas, navegando libremente por el mar Egeo (corazón del Imperio Bizantino), además, un peligro aún mayor se cernía por entonces sobre el Imperio, procedente de los pueblos nórdicos bárbaros, particularmente de los búlgaros, que ya no eran tan bárbaros y a demás no eran paganos porque se habían cristianizados.

 
 



En efecto, el rey búlgaro Boris I aceptó la conversión al cristianismo en el año 865 durante el reinado de Miguel III, junto con todo su reino, a pesar de ello, dentro de la nobleza búlgara siguió existiendo núcleos resistentes a la aceptación de esta nueva religión, que perseveraban en el paganismo.

De cualquier forma Boris I una vez convertido, junto con su pueblo al cristianismo, bajo la modalidad de la Iglesia de Oriente, no quería sin embargo encontrarse bajo el dominio político de dicho Imperio y ello requería tener también independencia religiosa, por lo que decidió tomar como cabeza de su Iglesia, un Patriarca propio, independiente del de Constantinopla.

Hacia el año 869 el rey Boris I, en plenas facultades físicas e intelectuales, decidió abdicar en su hijo Vladimiro, retirándose a un monasterio. Desgraciadamente este nuevo rey búlgaro resultó ser una persona soberbia e increyente, por lo que nada más tomar posesión del trono se dedicó a deshacer todas las buenas obras realizadas por su padre, tanto en el campo religioso, como en el político, pero al hacerlo se olvidó que su padre era viejo, más sin embargo, estaba fuerte aún, para salir de su retiro y cortar de raíz las desviadas intenciones de su hijo, como así lo hizo en el año 893, cuando reasumió sus poderes reales.

La nación casi al completo secundó a su antiguo rey, al cual seguían admirando, rechazando así al hijo, con lo cual Boris I pudo reorganizar de nuevo la Iglesia, su liturgia y todos los asuntos políticos, que su hijo había trastocado. Finalmente desconfiando de Vladimiro colocó como sucesor en el trono a su otro hijo Simeón y se retiró de nuevo al monasterio. Todavía este rey en la sombra sobrevivió diez años más a los acontecimientos históricos de su país pues su muerte se produjo a principios del siglo X, ya con la tranquilidad de que este segundo hijo no cambiaría la labor religiosa por él realizada, aunque eso sí, Simeón nunca renunció a llegar a ser algún día emperador absoluto del Imperio de Oriente.

Simeón conocía bien la historia del Imperio Bizantino, recordaba como Constantinopla había sido gloriosa y muy rica, y en su interior, deseaba que esta situación se volviera a reproducir, pero eso sí, bajo su mandato. Su ambición no tenía límites, de manera que con motivo de una simple disputa comercial en el año 894, atacó al ejército bizantino, de forma sorpresiva. Bizancio reaccionó, ante una situación insostenible pidiendo ayuda a otro pueblo bárbaro, los jázaros, probablemente turcos emigrados al Oeste (todavía no evangelizados), como en otras ocasiones había hecho al enfrentarse a los ataque de los búlgaros.

Se produjeron algunas batallas que culminaron finalmente en una contienda general en la que los perdedores fueron los búlgaros, los cuales se vieron obligados a firmar la paz con el Imperio de Oriente en el año 897.

El emperador bizantino León VI, además de estos enfrentamientos con el pueblo búlgaro tuvo también que afrontar otros problemas bélicos con las distintas tribus bárbaras de la zona, y por otra parte, su vida íntima también fue muy azarosa, ya que a la muerte de su primera esposa siguió la costumbre bizantina de casarse con varias mujeres, una tras otra, buscando un heredero para la Corona. Ninguna de sus esposas le dio el hijo que ansiaba para sucederle en el trono, en cambio su amante Zoe, tuvo ese hijo. León VI para asegurarse de que ese hijo ilegítimo heredaría el trono imperial, quiso casarse con Zoe, pero la Iglesia de Occidente no aceptó esta componenda y se lo prohibió. Sin embargo el Patriarca Nicolás el Místico bautizó al niño y lo legitimó,  poniéndole el nombre de Constantino. León VI desoyendo a la Iglesia de Roma poco después se casó con Zoe, mandando incluso al exilio al Patriarca Nicolás. Cuando murió León VI ya en el siglo X (912), su hijo era muy pequeño y fue  un hermano de este emperador el que asumió la regencia en nombre de su sobrino (Alejandro II).
 
 



Un año más tarde  tras  la muerte de León VI, murió su hermano Alejandro, y por entonces el hijo de Zoe y León VI tenía sólo siete años, por lo que la regencia del niño recayó primero en  Nicolás el Místico, que de nuevo había recuperado su Patriarcado,  y más tarde en la madre del futuro emperador, Zoe, la cual se vio también envuelta en enfrentamientos armados con el pueblo búlgaro, encabezados por el Zar Simeón I. De cualquier forma, el hijo de León VI llegó a reinar el Imperio de Oriente con el nombre de Constantino VII Porfirogeneta, a principios del siglo X.

Del breve repaso realizado sobre la historia del Imperio de Oriente a finales del siglo IX y principios del siglo X, se deduce que fueron tiempos muy difíciles tanto desde el punto de vista político como religioso, pero no lo fueron menos para el  Imperio de Occidente, y en especial para la Iglesia de Roma, cuyos Papas tuvieron que afrontar tanto el avance de los árabes por el sur como el de las tribus bárbaras nórdicas aún sin cristianizar. Por todo ello, el siglo IX no fue uno de los mejores para la Iglesia de Cristo, ya que entre otros muchos sucesos debemos destacar el inicio del futuro <Cisma de Oriente>, que aún continúa y que ha alejado a una parte de la Iglesia de Cristo de la otra. Sin embargo como decía el Papa San Juan Pablo II, refiriéndose a este conflicto y a otros que en siglos posteriores ocurrieron, los cristianos tenemos todos una base común que siempre nos unirá y que es Cristo, por tanto <lo que nos une es más grande que lo que nos divide> o como también aseguraba este gran Papa de la Iglesia Católica:

“hace falta muy buena voluntad para comprobar todo aquello en lo que las varias interpretaciones y prácticas de la fe se pueden recíprocamente compenetrar e integrar. Hay también que determinar en qué punto se sitúa la frontera de la división real, más allá de la cual la fe quedaría comprometida. Es legítimo afirmar que entre las Iglesias Católica y  Ortodoxa las diferencias no son muy profundas; en cuanto a las Iglesias y comunidades provenientes de la Reforma es, en cambio, obligado reconocer que la diferencia está mucho más acentuada, porque se violaron algunos elementos fundamentales establecidos por Cristo…

Es necesario que en el próximo siglo nos encuentre al menos más unidos, más dispuestos a emprender el camino de esa unidad por la que Cristo rezó en la vigilia de su Pasión. El valor de esa unidad es enorme…  Se trata en algún sentido del futuro del mundo. Las debilidades y prejuicios humanos no pueden destruir lo que es el plan de Dios para el mundo y la humanidad. Si sabemos valorar todo esto, podremos mirar al futuro con cierto optimismo. Podemos tener confianza en que <Él que ha iniciado en nosotros la obra buena, la llevará a su cumplimiento> (Flm. 1,6)” (Cruzando el Umbral de la Esperanza. Juan Pablo II. Licencia editorial para el Círculo de lectores por cortesía de Plaza & Jané Editores, S.A. 1997)