Jesús dijo éstas convincentes
palabras, <el diablo es padre de la mentira> durante su viaje a Jerusalén para asistir a la fiesta de los
Tabernáculos, tal como nos ha relatado el Apóstol San Juan en su Evangelio.
Este apóstol cuenta la actitud del Señor, en aquellos momentos, frente al espíritu del mal, Satanas.
Jesús acababa de salvar de muerte segura a una mujer adúltera, frente a sus
acusadores, a los que Él dejó confundidos (Jn 8,1-11), para después declarar de
formas diversas el origen divino de su persona.
Algunos de los judíos que le escuchaban creyeron en Él y Él les decía (Jn 8, 31): "Si vosotros permanecéis en mi palabra, sois en verdad discípulos míos / conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres"
Otros no obstante ante estas palabras del Señor se sintieron ofendidos porque como descendientes del linaje de Abrahán se consideraban hombres libres...Pero el Señor no se refería a esta clase de libertad, sino a la libertad verdadera de los seres humanos, aquella que alcanzan cuando no son esclavos del pecado, por eso, continuó hablándoles sobre el verdadero linaje de Abrahán, ante sus constantes protestas y malas intenciones hacia su persona...
Y es entonces cuando Jesús no tiene más remedio que hablarles seriamente del <padre de la mentira>, para decirles ( Jn 8, 42-44):
"Si Dios fuese vuestro Padre, me amaríais; pues yo he salido de Dios y he venido aquí. Yo no he salido de mí mismo sino que Él me envió / ¿Po qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis oír mi palabra / Vosotros tenéis por padre al diablo y queréis cumplir las apetencias de vuestro padre; el era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla la mentira, de lo suyo habla, porque es mentiroso y el padre de la mentira"
Aquellos hombres, resultaron ser, verdaderos acólitos del demonio, gritaban y se exasperaban ante sus palabras y su presencia, y querían matarle, apedreándole, pero Jesús lleno de amor y mansedumbre pudo escapar de sus garras, pudo salir del Templo en el que se encontraban, porque todavía no había llegado su hora...
Siguió su camino el Señor buscando nuevos hombres con objeto de evangelizarlos, mediante su palabra y haciendo milagros; y curo a un ciego de nacimiento que se encontró a su paso... Sí, el Señor daba testimonio de sí mismo honrando a su Padre, porque era el Buen pastor, que venia a dar la vida por sus ovejas.
Todas las cuestiones las trató Jesús con admirable mansedumbre, sin tener en cuenta las constantes blasfemias que algunos hombres, de mala conciencia, le lanzaban; tan sólo Nicodemo <aquel mismo que de noche vino a Jesús…> le defiende diciendo, en un momento dado (Jn 7,51): <¿Por ventura nuestra ley condena a nadie sin haberle oído primero, y examina su proceder?>
Y decía muy bien Nicodemo, ya que
ésta es una regla de la ley natural, pero también de la ley escrita muy
importante, pues sin pruebas a nadie se le pude condenar, cuestión que muchas veces no se ha tenido en cuenta, como sucedió en aquella ocasión, y por eso aquellos hombres, tratando de dejar en ridículo a Nicodemo, le preguntaron (Jn 7, 52): <¿También tú eres galileo? Investiga y te darás cuenta de que ningún profeta surge de Galilea>
Pero dijeron aquello sin saber que Jesús era judío y no galileo, aunque para el caso hubiera sido igual, porque aquellas personas lo único que querían era hacer desaparecer a aquel hombre que les hacia ver que se comportaban como acólitos del maligno.
Esta era la actitud de aquellas gentes que perseguían constantemente a Jesús con intención de matarlo, aun habiendo escuchado sus palabras y habiendo visto sus milagros. Por eso, Jesús les ofrece a sus perseguidores, de aquel tiempo, y de todos los tiempos a lo largo de los siglos, la <verdadera libertad>, con esta transcendental frase (Jn 8,31-32):
<Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres>
Más aquellos hombres que en principio habían creído en Él, se escandalizaban porque no aceptaban la posibilidad de que Jesús fuera el Mesías, y le respondían con soberbia (Jn 8,33): <somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie>, sin caer en la cuenta, que aquellos que se dejan aconsejar por el maligno y sus acolitos, son esclavos de estos.
Así les sucedió a nuestros primeros padres, Adán y Eva al dejarse tentar por el demonio en forma de serpiente, al principio de los siglos (Gen 3).
Por eso Dios le dijo a la serpiente (Gen 3,14-15): "Por haber hecho esto, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida / pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; ésta te aplastará cabeza, cuando tú la hieras en el talón"
Jesús hace, a los
hombres que le negaban entonces, y también a los que le niegan hoy, la misma pregunta: ¿Por qué no entendéis mi
lenguaje? En respuesta a esta pregunta,
dice Jesús: <Porque no podéis escuchar mi palabra>.
Por desgracia esto es así, desde
que Dios creó el mundo y a nuestros primeros padres, porque también y con
anterioridad había creado espíritus
puros, ángeles, pero parte de ellos se rebelaron contra su Creador y Dios los
condenó para siempre. Satanás, el padre de la mentira
y sus acólitos, esto es, sus discípulos, son ángeles que se sublevaron contra Dios.
Los hombres que niegan a Dios, a
su Hijo único, Jesucristo y al Espíritu Santo, es decir, al Dios Trino están
imbuidos por las mentiras del maligno también denominado <ángel negro>. A
este respecto es interesante recordar la catequesis del Papa san Juan Pablo II
sobre los ángeles y los demonios:
“En el Antiguo Testamento, la
narración de la caída del hombre, recogida en el libro del Génesis, contiene
una referencia a la actitud de antagonismo que Satanás quiere comunicar al
hombre para inducirlo a la transgresión (Gen 3,5). También en el libro de Job
(Job 1,11; 2,5-7), vemos que Satanás trata de provocar la rebelión en el hombre
que sufre. En el libro de la Sabiduría (Sab 2,24) Satanás es presentado como el
artífice de la muerte que entra en la historia del hombre juntamente con el
pecado”
El libro de la Sabiduría nos
presenta a Satanás como el artífice de la muerte, y esta muerte la relaciona a
su vez con la injusticia, esto es, el pecado. Este libro ha sido conocido desde
antiguo por el nombre: <Sabiduría de Salomón>; pero estando comprobado el
hecho de que fue escrito en el siglo II
a.C., siendo por tanto el último libro del Antiguo Testamento desde el punto de
vista cronológico, se puede asegurar, que no fue escrito por el rey sabio
Salomón.
Mas bien, en la actualidad, se cree que con objeto de prestar una mayor autoridad a lo que se dice en dicho libro, sus enseñanzas se ponen en labios de Salomón, y se dirigen a los reyes y gobernantes de la tierra, aunque no sean éstos los únicos que deberían leerlo, por la excelencia de sus consejos.
Así por ejemplo, en el caso concreto que estamos considerando, es decir, el hecho de que Satanás es el artífice de la muerte y del pecado, podemos leer en dicho libro los siguientes razonamientos de los <impíos frente a los hombres justos> (Sab 2,10-20):
Estas últimas palabras nos
recuerdan las pronunciadas por aquellos otros hombres que ajusticiaron a Jesús,
nuestro Salvador, y de hecho, el sentir de los Padres de la Iglesia, coincide
en asegurar que estos versículos son <cristológicos> pues reflejan a la
perfección de forma profética lo que sucedió durante la Pasión y Muerte de
Jesucristo, ya en el siglo II antes de la venida del Mesías.
Tras las propuestas injustas y
pecadoras de los impíos, sanguinarios e inclementes contra los hombres de
comportamientos recto y justo, el libro de la Sabiduría nos aclara que este
comportamiento sería un error fatal, pues el juicio de Dios es otro muy
distinto (Sad. 2,21-24):
"Así piensan los impíos, pero se
equivocan pues los ciega la maldad / Ignoran los secretos de Dios, no
confían en el premio de la virtud, ni creen en la recompensa de los
intachables / Dios creó al hombre para la
inmortalidad, y lo hizo a imagen de su propio ser / más por envidia del diablo entró
la muerte en el mundo, y tienen que sufrirla los que le pertenecen"
Ciertamente los que le pertenecen son los pecadores, los
injustos e inclementes con Dios, y con sus semejantes. Los mentirosos, los que
practican la mentira con asiduidad y sin arrepentimiento son hijos del maligno,
y no creen en Cristo como el mismo aseguraba.
Es evidente, todo aquel que se
deja llevar por los consejos engañosos de Satanás, puede caer en sus redes, si
no escucha la Palabra de Dios, ni recuerda que el diablo es mentiroso, que no
se mantiene en la verdad, es decir en la objetividad de las cosas. El diablo en
su soberbia, no queriendo reconocer su situación real frente al Creador, se
aleja de la Verdad absoluta, esto es, del Padre Todopoderoso.
Rechazando la Verdad absoluta de
Dios, con un acto de su libre voluntad, Satanás se convirtió en mentiroso
cósmico y padre de la mentira. Por esto vive en la radical e irreversible
negación de Dios y trata de imponer a la creación, a los otros seres creados a
imagen de Dios, y en particular a los hombres y mujeres, su trágica mentira sobre Dios.
Aún estando ausente de pecado, Jesús fue sometido también, por parte de Satanás, a la seducción de sus mentiras. Si observamos detenidamente las tentaciones sufridas y superadas por Jesús durante su estancia de cuarenta días en el desierto, a donde le había conducido el Espíritu Santo, se observa de inmediato que ello está íntimamente relacionado con la oposición de Satanás, a la llegado del Reino de Dios al mundo de los hombres.
Tal como nos advierte el Papa san Juan Pablo II (21 de julio de 1990):
“Las respuestas dadas por Jesús
al tentador desenmascaran las intenciones esenciales del <padre de la mentira>
(Jn 8,44) que intenta, de forma perversa, servirse de las palabras de la
escritura para alcanzar sus fines. Pero Jesús le rebate sobre la base de la misma palabra de Dios,
aplicada correctamente”
En efecto, en el Evangelio de San Lucas podemos leer la siguiente descripción de las tentaciones de Jesús (Lc 4,3-13):
Como asegura el Papa San Juan
Pablo II (Ibid): “En el trasfondo de todas las
tentaciones latía la perspectiva de un
mesianismo político y glorioso, tal y como se había difundido y había penetrado
en el pueblo de Israel. El diablo intenta inducir a Jesús para que haga suya
esta perspectiva porque es el adversario del designio de Dios, de su Ley, de su
economía de salvación, y, por lo tanto, de Cristo, como se deduce por el
Evangelio y por otros textos del Antiguo Testamento. Si Cristo también hubiese
caído, el imperio de Satanás que se jacta de ser el dueño del mundo (Lc 4,
5-6), habría obtenido la victoria final en la historia. El momento de la lucha
en el desierto es, por lo tanto, decisivo”.
Son impresionantes, desde luego, a este respecto las palabras pronunciadas por el Apóstol San Juan en el Epílogo de su Primera Carta (1 Jn 5, 16-21):
"Si alguno ve a su hermano
cometer un pecado que no lleva a la muerte, pida a Dios por él, y Dios le dará
la vida. Me refiero a los que cometen pecados que no llevan a la muerte. Porque
hay un pecado que lleva a la muerte; por ése, no digo que se pida / Toda injusticia es pecado,
pero hay pecado que es para muerte / Sabemos que todo el que ha nacido
de Dios no peca, sino que el nacido de Dios se guarda así mismo, y el maligno
no le toca / Sabemos que somos de Dios, más
el mundo entero está sujeto al maligno / Pero sabemos que el hijo de Dios
ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al verdadero; y
estamos en el verdadero, en su Hijo, Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y vida eterna / Hijos míos guardaros de los
ídolos.
En su carta, San Juan dice, que
el mundo está bajo el maligno, alude también a la presencia de Satanás en la
historia de la humanidad, una presencia que se hace más fuerte a medida que el
hombre y la sociedad se alejan de Dios; así, el influjo del espíritu diabólico
puede <ocultarse> de forma más profunda y eficaz: pasar inadvertido como corresponde
a sus intereses.
La labilidad, la fragilidad de Satanás en el mundo, pretende inducir en los hombres la negación incluso de su existencia, en nombre del racionalismo ó de cualquier otro sistema de pensamiento, que busca todas las escapatorias posibles, con tal de no admitir la obra del diablo. Sin embargo, ello no presupone la eliminación de la libre voluntad, y de la responsabilidad del hombre, y menos aún la frustración por el Sacrificio de Cristo. Se pretende enseñar, tal como manifestaba el Papa san Juan Pablo II en su Catequesis sobre el tema <ángeles y demonios> que:
“La labilidad de Satanás en el mundo
trata de un conflicto entre las fuerzas oscuras del
mal y las de la Redención. Resultan elocuentes ante este propósito las palabras
de Jesús dirigidas a Pedro al comienzo de la Pasión: Simón, Simón, mira que
<Satanás os ha reclamado para zarandearos como el trigo / Pero yo he rogado
por ti, para que tu fe no falte; y tú, una vez convertido, confirma a tus
hermanos>"
Comprendemos, así, porque Jesús en la plegaria que nos ha enseñado, el <Padre nuestro>, que es la plegaria del Reino de Dios, termina casi bruscamente, a diferencia otras oraciones, recordándonos nuestra condición de expuestos a las insidias del maligno. El cristiano, dirigiéndose al Padre con el espíritu de Jesús e invocando su Reino, grita con la fuerza de la fe: No nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal, del maligno.
Haz, ¡Oh Señor! que no cedamos ante la infidelidad a la cual nos seduce aquel que ha sido infiel desde el principio”