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martes, 11 de octubre de 2016

LA PACIENCIA: UNA OBRA DE MISERICORDIA ESPIRITUAL Y UN FRUTO DEL ESPÍRITU SANTO (1ª Parte)


 
 
 
 


Jesús explicó con suma paciencia  a los discípulos de Emaús, que en principio no le conocieron, que había resucitado verdaderamente; sólo al partir el pan y bendecirlo se les abrieron los ojos; entonces se dijeron entre ellos ¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? (Lc 24, 32) 


Recordemos que el Papa Francisco convocó el <Año Jubilar de la Misericordia>, con varios objetivos, entre los que cabe destacar: la necesidad de recordar el amor de Dios, el deseo de que se cumpla la voluntad del Padre y el afán de que  todos los pueblos lleguen a entenderse y todos los hombres se salven.

Pero para conseguir estos ambiciosos objetivos, que en principio parecían tan difíciles,  era necesario el don de la <paciencia>, una obra de misericordia espiritual y un fruto del Espíritu Santo.

En este sentido evoquemos las palabras de los Apóstoles Pablo, Pedro y  Juan, recogidas en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 2822):

“La voluntad de nuestro Padre es que <todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad> (1Tm  2,3-4). <Él usa de paciencia, no queriendo que algunos perezcan> (2P 3,9).
Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que: < Nos amemos los unos a los otros como Él nos amó>  (Jn 13,34)”

 
 


Más concretamente, tal como aseguraba  San Pedro en su Carta dirigida a la Iglesia de Asia Menor, y por extensión a la Iglesia de Cristo a lo largo de los siglos, refiriéndose a Jesús y al <Juicio final>, profetizado por Éste, a sus apóstoles (2P 3,3-9):

“En los últimos días vendrán hombres burlones, de esos que siguen sus propios caprichos / y os dirán con sarcasmo: < ¿Dónde queda la promesa de su gloriosa venida? ¡Ya han muerto nuestros padres y todo está igual que al principio del mundo!> / Pero quienes así se manifiestan, ignoran que antiguamente existieron unos cielos y una tierra a los que Dios con su Palabra hizo surgir del agua y consolidó en medio del agua /




Aquel mundo pereció anegado bajo el agua / En cuanto a los cielos y la tierra, la misma divina Palabra los tiene reservados para el fuego, conservándolos hasta el día del juicio y de la destrucción de los hombres impíos / Una cosa queridos,  no se os puede ocultar: un día es para el Señor como mil años, y mil años como un día / Y no es que el Señor se retrase en cumplir su promesa como algunos creen; simplemente <tiene paciencia> con vosotros, porque no quiere que alguno se pierda sino que todos se conviertan”

Ciertamente,  la sensación específica con que acontecen los años y los días, para el hombre, no coincide para nada con la apreciación del tiempo según nuestro Creador y Creador de todo el Universo.

Por otra parte, Dios es justo y misericordioso, pero por ello, infinitamente <paciente> para con los hombres desde el comienzo de los siglos. Precisamente en el Catecismo de la Iglesia  Católica (nº 211), podemos leer también, en este sentido que:

“El Nombre divino <Yo soy> o <Él es> expresa la fidelidad de Dios que, a pesar de la infidelidad del pecado de los hombres y del castigo que merecen, <mantiene su amor por mil generaciones> (Ex 34,7). Dios revela que es <rico en misericordia> (Ef 2,4), llegando hasta dar a su propio Hijo. Jesús, dando su vida para librarnos del pecado, revelará que Él mismo lleva el Nombre divino: <Cuando halláis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que <Yo soy> (Jn 8,28)”



Jesús se reconoció el Mesías, el Hijo de Dios,  con estas palabras recogidas en el evangelio de San Juan: <Yo soy>. Por eso debemos confiar siempre en Jesús, en todas las circunstancias de nuestra vida, con <suma paciencia> incluso en los momentos más difíciles...

Tomemos  ejemplo   de Santa Teresa de Jesús, la gran doctora de la Iglesia, la cual pasó la mayor parte de su vida enferma y sufriendo grandes dolores, y no por ello cejó en su empeño de servirle, porque como dice su conocida oración, que tanto consuelo deja en el corazón de toda persona apesadumbrada ya sea por sufrimientos corporales o espirituales:

“Nada te turbe / Nada te espante / Todo pasa / Dios no se muda / La paciencia todo lo alcanza/ Quién a Dios tiene / Nada le falta / Sólo Dios basta”.

Santa Teresa de Jesús fue sin duda  una gran evangelizadora, proclamando el Mensaje  de Cristo; Mensaje, por otra parte que también supo reflejar en sus escritos que aún hoy en día siguen vigentes y han merecido el agradecimiento y admiración de toda la Iglesia, para la que han sido un gran apoyo, a lo  largo de los años transcurridos desde su partida hacia el Padre.



Siempre debemos recordar que la Iglesia Católica  es misionera por excelencia, avanza junto a los hombres y experimenta la misma suerte terrena del mundo, como fermento y alma de la sociedad humana, la cual debe ser renovada en Cristo (GS 40,2).
Jesús hace de la caridad un <mandamiento nuevo>, tal como San Juan nos cuenta en su Evangelio.
Sucedió que durante el transcurso de la Última Cena que Jesús mantuvo con sus apóstoles, más concretamente al final de la misma, les anunció su próxima partida de este mundo y pronunció estas palabras  (Jn 13,34):

 “Os doy un mandamiento nuevo: Que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros”

Po eso, en el Catecismo de la Iglesia católica (nº 1825) podemos leer.

“Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía enemigos (Rm 5,10) El Señor nos pide que amemos, como Él, hasta a nuestros enemigos (Mt 5,44), que nos hagamos prójimos del más lejano (Lc 10, 27-37), que amemos a los niños (Mc 9,37), y a los pobres como a Él mismo (Mt 25, 40 -45)”



Por su parte el apóstol San Pablo ofrece una descripción incomparable del don de la   <caridad> relacionándola con el don de la <paciencia>:

“La caridad es <paciente>, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta” (I Co 13, 4-7)

En definitiva, una cualidad esencial de la <misericordia>, es la <paciencia>, que conduce a excusar hasta a los enemigos, a no irritarse con los defectos del prójimo, a perseverar en la fe, y a esperar todo de nuestro Salvador, que soportó  con mansedumbre (paciencia), su Pasión y hasta sus sufrimientos en la Cruz,  perdonando además a los que le habían condenado tras un juicio tan injusto.




(Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1933):

“Las enseñanzas de Cristo exigen incluso el perdón de las ofensas. Extiende el mandamiento del amor, que es el de la Nueva Ley a todos los enemigos. La liberación en el espíritu del Evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con la aversión al mal que hace en cuanto enemigo”

La <paciencia>, una <obra de misericordia espiritual>, está recogida no sólo en el Nuevo Testamento, con el ejemplo incomparable del Hijo de Dios, hecho hombre, sino también en el Antiguo Testamento.

Concretamente, podemos encontrarla, en la actitud de Dios Padre para con el pueblo elegido, porque Dios se comprometió  con Abrahán en primer lugar (Hb 6,13), y con Moisés después (Ex 3,14; 15,1; 19,5-6).

Sin embargo el pueblo no le fue fiel en todas las ocasiones (C.I.C. nº 2811):

“A pesar de la Ley santa que le da, y le vuelve a dar el Dios santo (Lev 19,2): <Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios soy santo>, y aunque el Señor <tuvo respeto a su Nombre> y usó de <paciencia>, el pueblo se separó del Santo de Israel, y <profanó su Nombre entre las naciones> (Ez 20,36). Por eso, los justos de la Antigua Alianza, los pobres que regresaron del exilio y los Profetas se sintieron inflamados de pasión por su Nombre”
 
 
La virtud de la <paciencia> está muy relacionada con la interesante historia narrada en el Libro de Job del Antiguo Testamento, sobre un hombre muy rico y afortunado pero que cae gravemente enfermo tras haber perdido a sus diez hijos y todas sus riquezas.

Tres amigos acuden a consolarle: Elifaz de Temán, Bildad de Súag y Sofar de Naamat. Al verlos Job, en principio, maldijo el hecho de haber nacido, pero luego entre los cuatro personajes de esta historia, se establece un diálogo en el que el personaje principal de la misma, desde la razón y en una perspectiva universal, se pregunta por el problema de mal…

Tras los lamentos iniciales de Job, el libro nos presenta  un conjunto de  discursos en los que hablan alternativamente  el protagonista y sus amigos, de  los hechos acaecidos.
Job, en un momento dado, se dirige a Dios pidiéndole que le explique porque ha actuado así con él y tras una serie debates entre sus amigos y él, acaba refractándose de sus palabras contra Dios y finalmente Éste, reconoce la inocencia de aquel hombre fiel a su palabra, le perdona y le duplica la prosperidad del pasado...  

El argumento del libro de Job tratado anteriormente en la literatura babilónica en el llamado poema del <Justo paciente>, se basa precisamente en la obra de misericordia espiritual que denominamos <paciencia>. Todos hemos oído alguna vez aquella frase tan conocida referida  a una persona de suma paciencia:<Tiene más paciencia que Job>.




En la antigüedad se consideraba que Dios daba, en esta tierra bienes a los justos y males a los malvados. Sin embargo, en la práctica se comprueba con demasiada frecuencia que puede suceder todo lo contrario.
El libro de Job hace una crítica a esta concepción tratando de explicar unos hechos que en principio parecerían contrarios a la misericordia divina.
En los distintos encuentros del personaje, <Job>, con sus tres amigos se discute sobre la idea de que los sufrimientos no tienen por qué  ser siempre un castigo divino, por el contrario,  también pueden ser acicate para purificar, más si cabe, a una persona justa.

Incluso los sufrimientos continuados y en principio incomprensibles, como los producidos en los enfrentamientos armados de los hombres, no deben poner en duda ni la justicia de Dios, ni la fidelidad a nuestro Creador.



El Papa San Juan Pablo II en su Carta Encíclica <Salvifici doloris>, recuerda el <Libro de Job> asegurando que el mismo:
“No ataca las bases del orden moral trascendente, fundado sobre la justicia, tal y como están propuestas en la Revelación, en la Antigua y en la Nueva Alianza.
Al mismo tiempo, sin embargo, el libro demuestra con firmeza que los principios de este orden no pueden ser aplicados de forma exclusiva y superficial.
Es cierto que el sufrimiento tiene un sentido como castigo cuando está conectado a la culpa, pero no es verdad, en cambio, que todo sufrimiento sea consecuencia de la culpa, y tenga carácter de castigo.
La figura del justo Job es la prueba de ello en el Antiguo Testamento. La Revelación, palabra del propio Dios, expone con total franqueza el problema del sufrimiento del hombre inocente: el sufrimiento sin culpa.
Job no ha sido castigado, no existía base alguna para infringirle una pena, aunque haya sido sometido a una durísima prueba.

En la Introducción del libro de Job leemos que Dios permitió esta prueba provocado por Satanás. Este, de hecho le había replicado a Dios que la justicia y la piedad de Job obedecían a que era un hombre feliz: < ¿Te crees que Job teme a Dios por nada? ¿No ves que le has rodeado de protección, a él, a su casa y a todas sus posesiones? Has bendecido sus actividades y sus rebaños se extienden por el país. Pero trata de poner la mano en sus posesiones; te apuesto a que te maldice en la cara>. Y si el Señor consiente en probar a Job con el sufrimiento, lo hace para probar la justicia. El sufrimiento tiene carácter de prueba en esta ocasión”


De cualquier forma sobre el controvertido tema que estamos tratando, la humanidad desde antiguo ha pensado mucho y discutido con ardor, y aún hoy en día no ha llegado a un compromiso unánime, y así en este nuevo siglo y en el siglo anterior, el hombre ha seguido proponiendo interrogaciones como ésta a Dios: ¿Se puede seguir confiando en un Dios, que se supone misericordioso, a la vista del sufrimiento, de la injusticia, de la enfermedad, de la muerte, que parecen dominar la gran historia del mundo y la pequeña historia cotidiana de cada uno de nosotros?

Esta fue una de las preguntas que el conocido periodista Vittorio Messori realizó al Papa San Juan Pablo II durante una entrevista mantenida con él y a la que el Pontífice contestó apoyándose como es natural en el inmenso ejemplo dado en este sentido por el Dios- hombre (Ibid):



“Dios está siempre del parte de los que sufren. Su omnipotencia se manifiesta precisamente en el hecho de haber aceptado libremente el sufrimiento. Hubiera podido no hacerlo. Hubiera podido demostrar omnipotencia incluso en el momento de la crucifixión; de hecho, así se lo proponían (Mc 15,32), pero no recogió el desafío.
El hecho de que haya permanecido en la cruz hasta el final, ha quedado en la historia del hombre como el argumento más fuerte…

El Varón de Dolores es la revelación de aquel Amor que <lo soporta todo> (I Co 17,7) Es la revelación de que Dios no sólo es amor, sino que además, <derrama amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo>  (Rm 5,5)

En definitiva, ante el Crucificado, cobra en nosotros preeminencia el hombre que se hace partícipe de la Redención frente al hombre que pretende ser encarnizado juez de las sentencias divinas, en la propia vida y en la de la humanidad.
Así pues, nos encontramos en el centro mismo de la historia de la  Salvación. El juicio sobre Dios se convierte en el juicio sobre el hombre”



Espléndido razonamiento el del Papa que nos lleva a una nueva consideración planteada también por él mismo (Ibid):

“Hombre, tú que juzgas a Dios, que le ordenas que se justifique ante tu tribunal, piensa en ti mismo, mira si no eres tú el responsable de ser condenado, si el juicio contra Dios no es en realidad un juicio contra ti mismo. Reflexiona y juzga si este juicio y su resultado (La Cruz y la Resurrección), no son para ti el único camino de salvación”

Sin duda este es el <único camino de salvación> para el hombre y ya sabemos que es un camino difícil, lleno de obstáculos y de  injusticias del hombre contra el hombre, pero Dios a través del Espíritu Santo nos ayuda <derramando amor en el corazón del hombre> y lo hace a través de muchos caminos, y no es el menor el derivado de sus <frutos>, entre los cuales se encuentra la <paciencia>, tal como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1832):
“Los frutos del Espíritu Santo son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Ga 5,22-23; Vulg.)



Sí, San Pablo en su Carta a los Gálatas hace referencia a los frutos del Espíritu Santo cuando  invita a vivir según el Espíritu (Ga 5,16-23):

“Digo, pues: caminad en Espíritu, y no daréis satisfacción a la concupiscencia de la carne / Pues la carne codicia contra el espíritu y el espíritu contra la carne; como que esas cosas son entre sí contrarias; de manera no hagáis lo que queréis / Y si os dejáis llevar del espíritu, no estáis bajo la presión de la ley / Y son patentes las obras de la carne; las cuales son: fornicación, impureza, libertinaje / idolatría, hechicería, enemistad, contiendas, emulaciones, furores, provocaciones, banderías, sectas / envidias, homicidios, borracheras, comilonas y cosas semejantes a éstas; sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que las tales obras hacen no heredarán el reino de Dios / Mas la fructificación del Espíritu: caridad, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre (paciencia), continencia; frente a tales cosas no tiene objeto la ley”

En esta carta admirable revela San Pablo todo el tesón y fuerza de su forma de ser y al mismo tiempo toda la ternura de su corazón hacia aquel pueblo constituido casi en su totalidad por gentiles o prosélitos, que habían sido por él evangelizados con anterioridad, pero entre los cuales habían surgido voces contrarias al Mensaje de Cristo; estas voces correspondían en gran medida a aquellos  que sólo aceptaban la ley Mosaica.



Pues bien, es en la última parte de su Carta, dedicada a la moral de los hombres, donde el apóstol expone con claridad el hecho irrefutable de que el Evangelio, lejos de dar libertad a la carne, la condena y refrena, con dos principios poderosos y de gran santidad: la caridad (misericordia), y el Espíritu.

De aquí que la <paciencia>, una <obra de misericordia> espiritual y un fruto del Espíritu Santo sea tan importante para contener los impulsos carnales, porque implica esos dos principios que lo refrenan: la <misericordia> y el < Espíritu>.

Hombres santos como San Francisco de Asís y más modernamente el padre San Pío Pietrelcina así lo han manifestado, con sus ejemplos de vida y sus enseñanzas. Este último, por ejemplo, aseguraba:

“Tengamos bien esculpido en nuestra mente lo que dice el Divino Maestro: en nuestra <paciencia> poseeremos nuestra alma”
 
 


Precisamente en  el Evangelio de San Mateo, se nos narra, como el Señor refiriéndose a las señales precursoras que tendrán lugar al final de los tiempos, asegura a sus apóstoles que  (Mt 24, 7-14):

“Se levantará raza contra raza y reino contra reino, habrá hambres y terremotos por distintos lugares; / más todo esto, no es sino el principio de los grandes dolores. / Entonces os entregarán a malos tratamientos y os matarán, y seréis odiados de todas las gentes por causa de mi nombre / Y entonces se escandalizarán muchos, y unos a otros se entregarán, y se aborrecerán unos a otros / Y surgirán muchos falsos profetas y extraviarán a muchos / Y por haberse multiplicado la iniquidad se enfriará la caridad de las multitudes / Más el que fuere constante hasta el fin, este se salvará / Y será predicado este evangelio  del reino en todo el orbe, para que sirva de testimonio a todas las gentes. Y entonces vendrá el fin”

Con estas palabras Jesús profetizó una serie de acontecimientos: la seducción por parte de  falsos mesías, la aparición de grandes calamidades públicas, la persecución de los apóstoles, la seducción de los falsos profetas, la predicación universal del evangelio para que sirva de testimonio a todos los hombres, y por último, la salvación de aquellos que con <paciencia> sean constantes en la fe hasta el fin...
Oremos, pues, para alcanzar esa obra de la misericordia espiritual y fruto del Espíritu Santo que es la <paciencia>. Hagámoslo por ejemplo, utilizando el libro de los Salmos un medio extraordinario para alcanzar este deseado objetivo (Salmo 145-144):



“Te ensalzaré, rey y Dios mío bendeciré tu nombre por siempre jamás / Todos los días te bendeciré, alabaré tu nombre sin cesar / Grande es el Señor y digno de toda alabanza, es inmensa su grandeza / Cada generación celebra  tus acciones y anuncia tus gestas a la otra / Ellos hablan del esplendor de tu gloria, y yo referiré tus maravillas / Ellos cuentan tus hazañas portentosas y yo narraré tus grandezas / celebran el recuerdo de tu inmensa bondad y cantan alegres tu fidelidad / El Señor es clemente y compasivo, <paciente> y rico en amor, /  el Señor es bondadoso con todos, a todas sus obras alcanza su ternura”