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lunes, 20 de noviembre de 2017

LA LENGUA EN LA QUE PREDICABA JESÚS ERA EL ARAMEO


 
 
 
 
 
Según los exegetas, expertos en el análisis y crítica de la Sagradas Escrituras, Jesús hablaría de ordinario en arameo, ya que era la lengua más utilizada entre los judíos de Galilea, aunque como es lógico pudiera conocer cualquier otro idioma (no olvidemos que además de hombre era Dios)…Una prueba bastante evidente de esta teoría se basa en el hecho de que en el texto griego del Nuevo Testamento, concretamente en el Evangelio de San Mateo y sobre todo en el Evangelio de San Marcos, aparecen una serie de palabras o frases sueltas, en arameo, en boca de Jesús…

El arameo es un lenguaje noroccidental, al igual que el hebreo, el fenicio, el moabita, el ammonita, el edonita o el ugaritíco; un idioma que  se habló desde tiempos remotos, anterior a la venida de Cristo, concretamente entre el año 1100 a. C y el año 200 d. C, en países tan importantes como: Siria, Mesopotamia y Palestina.

En momentos verdaderamente dramáticos de la vida pública de Jesús, el evangelista San Marcos recuerda las palabras o frases utilizadas por el Señor en la lengua en la que Él predicaba…Esto tiene un sentido lógico y muy interesante, porque los estudios acerca del trasfondo lingüístico  de estos Evangelios parecen indicar una fuerza expresiva contenida en estas palabras y frases (en arameo) superior a la que tendrían en griego o cualquier otro idioma.
Por otra parte, se sabe que hay palabras en arameo que pueden tener una carga semántica superior que las correspondientes traducciones al griego o en cualquier otra lengua antigua.
 
 
 
Sin duda uno de los momentos más duros y por otra parte más significativos de la vida pública de Jesús, fue aquel en el que entregaba su vida por la salvación de todos los hombres,  y es que Dios siempre está de parte de los que sufren, como aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza; editado por Vittorio Messori; Licencia editorial para Círculo de Lectores, S. A. Depósito legal: B, 796-1995):


“Su omnipotencia se manifiesta precisamente en el hecho de haber aceptado libremente  el sufrimiento. Hubiera podido no hacerlo. Hubiera podido demostrar la propia omnipotencia incluso en el momento de la Crucifixión; de hecho, así se lo proponían: <Baja de la cruz y te creeremos> (Mc 15, 32).

 
 
Pero no recogió el desafío. El hecho de que haya permanecido sobre la cruz hasta el final, el hecho de que sobre la cruz haya podido decir como todos los que sufren: <Eloí, Eloí, lamá sabakthaní> (Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?) (Mc 15, 34), este hecho, ha quedado  para la historia del hombre como el argumento más fuerte, si no hubiera existido esa agonía en la cruz, la verdad de que Dios es Amor estaría por demostrar”

Esta expresión de Jesús en el momento de su terrible agonía ha sido motivo de encontradas interpretaciones y no siempre halagüeñas para nuestro Salvador. Muchos han querido ver en sus palabas un estado de depresión total. Pero nada más alegado de la realidad; los que así piensan y así se expresan, han perdido sin duda el sentido de lo que significa la Verdad absoluta, la Verdad de Jesús, el cual era Dios, pero también era hombre; este misterio que los hombres de buena voluntad, aunque  no podemos comprender, aceptamos por la fe, resulta imposible de sobrellevar para aquellos que han perdido ya, el concepto sobre la verdad de sus propias vidas…
 
 
 
En este sentido, son esclarecedores los razonamientos y enseñanzas del Papa Benedicto XVI en su libro <Jesús de Nazaret; Segunda Parte>: “Mateo y Marcos concuerdan en decir que, a la hora nona, Jesús exclamó con voz potente: <Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?> (Mt 27, 46; Mc 15, 34).

Transmiten el grito de Jesús en una mezcla de hebreo y arameo y lo traducen después  al griego. Esta plegaria de Jesús ha llevado una y otra vez a los cristianos a preguntarse y a reflexionar: ¿Cómo pudo el Hijo de Dios ser abandonado por Dios? ¿Qué significa este grito?...

Ante todo hay que considerar el hecho de que, según el relato de ambos evangelistas, los que pasaban por allí no comprendieron la exclamación de Jesús, pero la interpretaron como un grito dirigido a Elías. En estudios eruditos se ha tratado de reconstruir precisamente la exclamación de Jesús de modo que, por un lado, pudiera ser malentendida como un grito hacia Elías y, por otro, fuera la exclamación de abandono del Salmo 22…

Como quiera que sea, solo la comunidad creyente ha comprendido la exclamación de Jesús – que lo que estaban allí no entendieron o malentendieron – como el inicio del Salmo 22 y, sobre esta base, la ha podido comprender como un grito verdaderamente mesiánico.

No es un grito cualquiera de abandono. Jesús recita el gran Salmo de Israel afligido y asume de este modo en sí todo el tormento, no solo de Israel, sino de todos los hombres que sufren en este mundo por el ocultamiento de Dios.
 
 
 
 
Lleva ante el corazón de Dios mismo el grito de angustia del mundo atormentado por la ausencia de Dios. Se identifica con el Israel dolorido, con la humanidad que sufre a causa de la <oscuridad de Dios>, asume en sí su clamor, su tormento, todo su desamparo y, con ello, al mismo tiempo los transforma…El grito en el extremo tormento es al mismo tiempo certeza de la respuesta divina, certeza de la salvación, no solamente para Jesús mismo, sino para <muchos>…


Ya para los orantes del Antiguo Testamento las palabras de los Salmos no corresponden a un sujeto individual cerrado en sí mismo. Ciertamente, son palabras muy personales, que han ido surgiendo en el forcejeo con Dios, pero palabras a las que, sin embargo, están asociados a la vez en la oración todos los justos que sufren, todo Israel, más aún, la humanidad entera que lucha; por eso estos Salmos abrazan siempre el pasado, el presente y el futuro. Están en el presente del dolor y, sin embargo, llevan ya en sí el don de ser escuchados, de la transformación…”

Llegados a este punto podríamos hacernos la repetida pregunta: ¿Por qué la historia de la salvación, es tan complicada?

El Papa San Juan Pablo II sorprendido ante esta pregunta supo contestarla de una forma rápida y creíble:

“¡En realidad tenemos que decir que la historia de la salvación es muy sencilla! Podemos demostrar de una manera muy directa su profunda sencillez partiendo de las palabras que Jesucristo dirigió a Nicodemo…
 
 
 
 
Cristo dijo a Nicodemo que: <Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para que el hombre no muera> (Jn 3, 16). De este modo Jesús da a entender que el mundo no es la fuente de la definitiva felicidad del hombre. Es más, puede convertirse en fuente de perdición. Este mundo, que parece como un gran taller de conocimientos elaborados por el hombre, como progreso y civilización, este mundo, que se presenta como moderno sistema de medios de comunicación, como el ordenamiento de las libertades democráticas sin limitación alguna, este mundo no es capaz, sin embargo, de hacer al hombre feliz” (Cruzando el umbral de la esperanza. Ibid)


Sencillamente, este gran Pontífice estaba en la verdad y, eso se  está comprobando, cada día, en nuestra sociedad actual, la cual cada vez más nos lleva a  dar la razón a aquellos que dicen que se ha implantado en el mundo una <cultura de la muerte>…
Aumentan las personas con depresiones, aumentan por lo tanto los suicidios, y aumentan así mismo, por desgracia, los crímenes pasionales y los crimines dentro de las propias familias…

¿Cómo se puede asegurar, entonces, que el hombre de los últimos siglos ha alcanzado la felicidad?...

Por supuesto que el hombre de hoy sabe que no la ha alcanzado, por eso, la sigue buscando aunque muchas veces escoja para ello el camino equivocado, el camino de la <cultura de la muerte> que se presenta ante sus ojos revestido de un ropaje atractivo de comodidades, de inventos dispuestos a su servicio cada día, tan sofisticados y ambiciosos, que  veces le hacen pensar que ya no necesita de su Creador…

 
 
Pero no, como aseguraba también el Papa San Juan Pablo II (Ibid): “El mundo no es capaz de liberar al hombre del sufrimiento, en concreto, no es capaz de liberarlo de la muerte. El mundo entero está sometido a la <precariedad>, como dice San Pablo en su <Carta a los Romanos>; está sometido a la corrupción y a la mortalidad.

En su dimensión corpórea lo  está también el hombre. La inmortalidad no pertenece a este mundo; exclusivamente puede venir de Dios. Por eso Cristo habla del amor de Dios que se expresa en esa invitación del Hijo unigénito, para que el hombre <no muera>, sino que tenga la <vida eterna> (Jn 3, 16).

La <vida eterna> puede ser dada al hombre <solamente por Dios>, solo puede ser <Don Suyo>. No puede ser dada al hombre por el mundo creado; la creación – y el hombre con ella – ha sido sometida a la <caducidad> (Rm 8, 20)”
 
 
 
 
Ciertamente, así lo manifestaba, en su día, San Pablo a los romanos en su epístola cuando les hablaba de la <expectación de la creación inanimada> (Rm 8, 16-22):

-El Espíritu mismo testifica a una con nuestro espíritu que somos hijos de Dios.
-Y si hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; si es que juntamente padecemos, para ser juntamente glorificados.

-Porque entiendo que los padecimientos del tiempo presente no guardan proporción con la gloria que se ha de manifestar en torno a nosotros.
-Pues la expectación ansiosa de la creación está aguardando la revelación de los hijos de Dios.

-Porque la creación fue sometida a la vanidad no de grado, sino en atención al que la sometió, con esperanza
-de que también la creación misma será liberada de la servidumbre de la corrupción, pasando a la libertad de la gloria de los hijos de Dios.

-Porque sabemos que la creación entera lanza un gemido universal y anda toda ella con dolores de parto hasta el momento presente.
 
 
 
 
San Pablo se muestra en estos versículos muy sensible a los sufrimientos de la creación visible, la cual tantas veces ha sido maltratada por el mismo hombre, debido a su naturaleza pecadora y, vincula la rehabilitación de la naturaleza, a la <Gloria> que se ha de manifestar, y a la <Libertad de la Gloria> de los hijos de Dios. Sin embargo debemos recordar que el mundo que el Mesías encontró, estaba dominado por el pecado, al igual que en estos tiempos…


El pecado ha dominado, hay que reconocerlo, la historia de la humanidad desde el comienzo y a pesar de ello, el Hijo del hombre, el Mesías, <ha venido al mundo no para juzgarlo, sino para salvarlo>, en palabras de Él mismo (Jn  3, 14).
Como se preguntaba el Papa San Juan Pablo II cuando trataba, antes de condenar a su  grey, convencerla de que era necesario abandonar el pecado  (Ibid):

“¿Qué otra cosa puede hacer la Iglesia? Pero convencer del pecado no equivale a condenar…Convencer del pecado quiere decir crear las condiciones para la salvación. La primera condición de la salvación es el conocimiento de la propia pecaminosidad, también de la hereditaria; luego la confesión ante Dios, que no espera más que recibir esta confesión para salvar al hombre…”

 
Sucede, sin embargo, que el hombre se ha hecho duro de corazón y demás tiene una conciencia errónea muy conveniente para justificar su manera de pensar y de obrar, y se suele escudar en aquella sentencia tan conocida de que <Dios es infinitamente misericordioso>…

 
 
 
Y es cierto, <Dios es infinitamente misericordioso> y perdona al hombre sus pecados, pero antes está, como muy bien nos recordaba San Juan Pablo II, el reconocimiento de la propia pecaminosidad, y la confesión de nuestras faltas ante nuestro Creador…

Entonces, sí, entonces Dios nos espera para (San Juan Pablo II. (Ibid)):

“Salvar, abrazar y consolar con amor redentor, con amor que siempre es más grande que cualquier pecado. La parábola del hijo prodigo sigue siendo en este propósito un paradigma insuperable”

Sí, dirán algunos, pero ¿Cómo ha podido Dios permitir tantos sufrimientos al hombre?, tantas catástrofes naturales (huracanes, terremotos, erupciones volcánicas...), tantas personas desahuciadas…en definitiva ¿por qué hay tanto mal? San Juan Pablo incluso va más allá en la pregunta, para después responderla (Ibid):

“¿El Dios que permite todo esto es todavía de verdad Amor, como proclama San Juan en su Primera Carta?
Más aún, ¿es acaso justo con su creación? ¿No carga en exceso la espalda de cada uno de los hombres? ¿No deja al hombre solo con este peso, condenándolo a una vida sin esperanza?

Tantos enfermos incurables en los hospitales, tantos niños disminuidos, tantas vidas humanas a quienes les es totalmente negada la felicidad humana corriente sobre la tierra, la felicidad que proviene del amor, del matrimonio, de la familia.

Todo esto junto crea un cuadro sombrío, que ha encontrado su expresión en la literatura antigua y moderna. Baste recordar a Fiodor Dostoiesvki, Franz Kafka o Albert Camus.
Dios ha creado al hombre racional y libre, por eso mismo, se ha sometido a su juicio. La historia de la salvación es también la historia del juicio constante del hombre sobre Dios. No se trata solo de interrogaciones, de dudas, sino de un verdadero juicio…
A esto se une, se añade, la intervención del espíritu maligno que, con perspicacia aún mayor, está dispuesto a juzgar no sólo al hombre, sino también la acción de Dios en la historia del hombre…

 
 
 
<Scandalum Crucis>, es el escándalo de la Cruz… ¿Era necesario para la salvación del hombre que Dios entregase a su Hijo a la muerte en la Cruz?...El escándalo de la Cruz sigue siendo la clave para la interpretación del gran misterio del sufrimiento, que pertenece de modo tan integral a la historia del hombre.

En eso concuerdan incluso los críticos contemporáneos del cristianismo. Incluso ésos ven que Cristo crucificado es, una prueba de la solidaridad de Dios con el hombre que sufre. Dios se pone de parte del hombre. Lo hace de manera radical: <Se humilló a sí mismo asumiendo la condición de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz> (Fil 2, 7-8)”

 
Así es, Cristo en su agonía gritó: <Eloí, Eloí, lamá sabakhtani> y <lanzando una gran voz, expiró> (Mc 15, 37), pero antes, en el huerto de Getsemaní al comenzar a sentir espanto y abatimiento, le dijo a sus apóstoles (Pedro, Santiago y Juan): <Triste en gran manera  está mi alma hasta la muerte; quedad aquí y velad> (Mc 14, 34)…

Y después se adelantó a ellos, cayendo a tierra orando al Padre de esta manera. <Abba (Padre), todas las cosas te son posibles: traspasa de mí este cáliz; más no lo que yo quiero, sino lo que tú>…
 
 
 
Jesús siente como hombre, la repugnancia lógica al sufrimiento terrible que debía padecer, pero por encima de ésta siente la necesidad imperiosa y predominante de cumplir la voluntad del Padre, y ésta, no era otra, que se humillara a sí mismo, asumiendo la condición de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz…


Como aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Ibid):
“Todo está contenido en esto: todos los sufrimientos individuales y los sufrimientos colectivos, los causados por las fuerzas de la naturaleza y los provocados por la libre voluntad humana, las guerras, los gulag y los holocaustos…

El Varón de dolores es la revelación de aquel Amor que <lo soporta todo> (I Co 13,7), de  aquel Amor que es <el más grande> (I Co 13, 13). Es la revelación de que Dios no solo es amor, sino que además <derrama amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo> (Rm 5, 5).

En definitiva, ante el Crucificado, cobra en nosotros preeminencia el hombre que se hace partícipe de la Redención frente al hombre que pretende ser encarnizado juez de las sentencias divinas, en la propia vida y en la de la humanidad…”

Así pues, vemos como  una palabra en arameo, <Abba>, y  una frase pronunciada,  en parte, en este idioma, <Eloí, Eloí, lamá sabakhthani>, contiene todo el misterio de la salvación del hombre, de la liberación del mal de la humanidad. No hay en el mundo una fuerza mayor que la derramada por nuestro Salvador que al Morir en la cruz y después Resucitar nos dio la vida. Como aseguraba el Papa San Juan Pablo II Ibid):
 
 
 
“El mundo no tiene un poder semejante. El mundo, que puede perfeccionar sus técnicas terapéuticas en tantos ámbitos, no tiene el poder de liberar al hombre de la muerte. Y por eso el mundo no puede ser fuente de salvación para el hombre. Solamente Dios salva, y salva a toda la humanidad en Cristo. El mismo nombre de Jesús, <Jeshua> (Dios que salva), habla de esta salvación. En la historia llevaron este nombre muchos israelitas, pero se puede decir que solo pertenecía a este Hijo de Israel, que tenía que confirmar Su verdad: < ¿No soy yo el Señor?> Fuera de mí no hay otro Dios; un Dios justo y salvador no lo hay fuera de mí>”


Nos recuerda el santo Pontífice, con esta última cita, el libro de <Las Consolaciones> de  Isaías, el cual es considerado como el más ilustre de los profetas por sus méritos literarios y sobre todo por sus vaticinios mesiánicos. Concretamente el versículo citado pertenece al grupo de vaticinios que tratan sobre el rescate de la cautividad babilónica del pueblo de Israel (Is 45, 20-22):

-¡Congregaos, venid, reunidos a una, escapados de los gentiles! No tienen inteligencia los que llevan sus ídolos de madera e imploran a un dios, que no puede salvar.

-Manifestad y aducid (vuestras pruebas), deliberad unos con otros. ¿Quién ha hecho oír esto desde antiguo, o lo ha predicho desde antiguo?  ¿No fui yo, Yahveh? Pues no existe, más dios  fuera de mí, Dios justo y salvador; no hay otro alguno a excepción de mí.

-Volveos a mí y seréis salvos, todos los confines de la tierra, porque yo soy Yahveh y no hay otro alguno.

Esta verdad que proclama Yahveh, es la verdad de Jesús, de Jeshua, el Dios que salva al hombre, tal como mencionaba el Papa San Juan Pablo II, el cual nos recordaba también que (Ibid):

“Como plenitud del Bien, <Dios es plenitud de la vida>. La vida es en Él y es por Él. Esta es la vida que no tiene límites de tiempo y de espacio. Es <vida eterna>, participación en la vida de Dios mismo, y se realiza en la eterna comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. El dogma de la Santísima Trinidad expresa la verdad sobre la vida íntima de Dios, e invita a que se la acoja. En Jesucristo el hombre es llamado a semejante participación y es llevado hacia ella”    


Verdaderamente por la misericordia de Dios, a pesar del comportamiento inicuo de muchos hombres, Él quiso mandarnos a su  Hijo unigénito, para nuestra salvación, para que participáramos de su propia vida. Sí, en Jesucristo todos hemos sido llamados a  participar en eterna comunión  con el Hijo y el Espíritu Santo, de la gloria de Dios, porque como nos recordaba el Papa san Juan Pablo II en su Carta Apostólica en forma Motu proprio, <Misericordia Dei>, dada en Roma el 7 de abril del año 2002:

 “Por la misericordia de Dios Padre que reconcilia, el Verbo se encarnó en el vientre  purísimo de la Virgen María para <salvar a su pueblo de sus pecados> (Mt 1,21) y abrirle el camino de la salvación.

San Juan Bautista confirma esta misión indicando a Jesús como <el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo> (Jn 1, 29). Toda la obra y predicación del Precursor es una llamada enérgica y ardiente a la penitencia y a la conversión, cuyo signo es el bautismo suministrado en las aguas del rio Jordán.

El mismo Jesús se somete a este rito penitencial (Mt 3,13-17), no porque haya pecado, sino porque <se deja contar entre los pecadores del mundo>; es ya el Cordero de Dios <que quita el pecado del mundo>; anticipa ya el <bautismo de su muerte sangrienta>.

La salvación es pues, y ante todo, redención del pecado como impedimento para la amistad con Dios, y liberación del estado de esclavitud a la que se encuentra el hombre que ha cedido a la tentación del maligno”

Algunos años antes, este santo Pontífice, ya había hablado del precio que tuvo que pagar Jesús por la reconciliación de los hombres, expresada de una forma sintética, pero maravillosa, al final de su vida sobre la tierra, con esta exclamación: <Eloí, Eloí, lamá sabakhtani>,  y también al principio de su vida pública, en Galilea, tal como se nos recuerda en el evangelio de san Marcos (Mc 1, 14-15):



-Y después que Juan hubo sido entregado, vino Jesús a Galilea, y allí predicaba el Evangelio de Dios,
-y decía que <Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios: arrepentíos y creed en el Evangelio> 

 Precisamente, el Papa San Juan Pablo II recordando esta primera <Exhortación de Cristo> se expresaba en los términos siguiente  en su <Exhortación Apóstolica>, Post-Sinodal,  <Reconciliatio et Paenitentia>, en el año 1984:

“Hablar de reconciliación y penitencia es, para los hombres y mujeres de nuestro tiempo, una invitación a volver a encontrar - traducidas al propio lenguaje – las misma palabras con las que Nuestro Salvador y Maestro Jesucristo quiso inaugurar su predicación: <Convertíos y creed en el Evangelio>, esto es, acoged la Buena Nueva del amor, de la adopción como hijos de Dios y, en consecuencia de la fraternidad”

Estas palabras del Señor fueron tomadas por su Iglesia a finales del siglo pasado como lema, para invitar a todos los católicos a la reconciliación y la penitencia; pero se preguntaba el Papa ¿Por qué? La respuesta que él mismo da, la podemos encontrar en la  <Exhortación Apostólica>, anteriormente mencionada:
 
 
 
 
“El pastor vislumbra, por desgracia, entre otras características del mundo y de la humanidad de nuestro tiempo, la existencia de numerosas, profundas y dolorosas divisiones.

Estas divisiones se manifiestan en las relaciones entre las personas y los grupos, pero también a nivel de colectividades más amplias: Naciones y bloques de Países enfrentados en una afanosa búsqueda de hegemonía. En la raíz de la ruptura no es difícil individuar conflictos que en lugar de resolverse a través del diálogo, se agudizan en la confrontación y el contraste.

Indagando sobre los elementos generadores de división, observadores atentos, detectan los más variados: desde la creciente desigualdad entre grupos, clases sociales y Países, a los antagonismos ideológicos todavía no apagados; desde la contraposición de interés económicos, a las polarizaciones políticas; desde las divergencias tribales a las discriminaciones por motivos socio religiosos.

Por lo demás, algunas realidades que están ante los ojos de todos, vienen a ser como el rostro lamentable de la división de la que son fruto, a la vez que ponen de manifiesto su gravedad con irrefutable concreción”

 
 
Después de pasados más de treinta años, las palabras de este Pontífice santo siguen estando vigentes, y aún de forma más irrefutable, porque ahora ya no se trata de <algunas realidades>, sino de muchísimos casos que están ante nuestros ojos atónitos, los cuales, ya no saben dónde mirar para no encontrarse con conflictos y calamidades creadas por el propio hombre, que hasta ahora, no parece que se haya enterado del enorme sacrificio realizado por Cristo para salvarle de sí mismo y de su enemigo mortal.

La necesidad de reconciliación y penitencia sigue siendo por tanto indispensable, para llegar a eliminar totalmente todas las divisiones entre los seres humanos,  que hunden sus raíces en el pecado, comenzando, como nos enseña la Iglesia, por el pecado original que cada hombre lleva desde su nacimiento como una herida recibida de sus progenitores, y que luego aumentará con los años a consecuencia del abuso constante de la libertad que su Creador le dio. 

No obstante, el hombre  a pesar de toda la carga negativa que en estos tiempos, tiene que soportar, en la que se ha dado llamar <cultura de la muerte>, sigue teniendo nostalgia  de la reconciliación con Dios…

Son muchos, sin embargo, los hombres que andan hoy en día dando tumbos por el mundo, sin saber que pensar respecto al papel primordial que Jesús jugó y sigue jugando en la vida de los seres humanos…
Él se sacrificó por nosotros llegan a decir algunos, pero luego se preguntan ¿para qué?..., porque se vive en el momento de la cotidianidad, de lo absurdo, de lo aburrido y no deseado, de las propias vidas, y se ha perdido en gran parte el deseo de lo espiritual, frente a lo puramente carnal, presente a cada minuto en el entorno en que se mueve…
 
 
 
 
Y desgraciadamente la cosa viene de lejos, recordemos a este respecto algunas reflexiones del Papa Pio XI a principios del siglo pasado (Carta Encíclica <Caritate Christi Compulsi> dada en Roma el 3 de mayo de 1932):

“Si recorremos con el pensamiento la larga y dolorosa serie de males que, triste herencia del pecado, han señalado al hombre caído las etapas de su peregrinación terrenal, desde el diluvio en adelante, difícilmente nos encontraremos con un malestar espiritual y material tan profundo, tan universal, como el que sufrimos en la hora actual; hasta los flagelos más grandes, que han dejado ciertamente en la vida y en la memoria de los pueblos huellas indelebles, cayeron ora sobre una nación ora sobre otra.

En cambio, ahora la humanidad entera se encuentra tan tenazmente agobiada por la crisis financiera y económica, que cuanto más se agita, tanto más indisolubles parecen sus lazos…

Los mismos, escasos por cierto en número, que parecen tener en sus manos, los destinos  del mundo; hasta aquellos poquísimos, que han sido en gran parte la causa de tantos males, son ellos mismos con frecuencia sus primeras más dolorosas víctimas, que arrastran al abismo las fortunas de innumerables otros; verificándose así en modo terrible y en todo el mundo, lo que el Espíritu Santo proclamara para cada uno de los pecadores: Cada cual es atormentado por las mismas cosas con las que ha pecado”

El santo Padre nos recuerda con su última frase aquello que le ocurrió a los egipcios en la antigüedad, por esclavizar al pueblo de Israel.


El Señor castigó a los egipcios con una serie de plagas porque desoyeron sus consejos, las advertencias de Padre (Sb 11, 10-16):

-Porque Tú probaste a unos como un padre que amonesta, pero a los otros, como rey severo que condena, los interrogaste con tormentos.-Ausentes y presentes se consumían por igual;

-pues les invadía una tristeza redoblada y el lamento por los recuerdos del pasado.
-Cuando oían que sus propios padecimientos beneficiaban a otros, advirtieron que era cosa del Señor;

-y al que antes habían expuesto, y luego rechazado con burla, al final del desenlace lo miraban con asombro, al sufrir una sed muy distinta de la de los justos.
-Por los necios pensamientos de su iniquidad, que los engañaban y les hacían adorar serpientes irracionales y bestias viles, les enviaste por castigo multitud de animales sin razón,

-para que supieran que en el pecado está el tormento.

 
 
 
Todas estas cosas pasaron en unos tiempos muy lejanos para los hombres de hoy, por eso se han olvidado en gran medida de que ocurrieron, pero después,  han vuelto a ocurrir una y otra vez a lo largo de la historia de la humanidad, y parece como si el hombre no aprendiera de sus propios errores…

Sin embargo, hay que insistir en esta idea, los seres humanos siguen teniendo nostalgia de la reconciliación con Dios, ésta es cosa probada aunque el príncipe del mundo trabaja siempre en contra de que  este evento suceda…

¿Qué podemos hacer para conseguir que al fin el sacrificio de Cristo en la cruz alcance a salvar a todos los hombres? ¿Qué podemos hacer para que aquella <No renuncia de Cristo> al padecimiento terrible expresado en sus últimas palabras: <Eloí, Eloí, lemá sabacthaní>, den su fruto?

 
 
El Papa Pio XI aconsejó utilizar, al igual que otros santos Padres de la Iglesia, una receta inagotable y magnifica a la larga, la oración; sí, al igual que Jesús, Hijo de Dios, pasó su vida en oración, el hombre necesita orar para acercarse a su Creador que es justo y misericordiosos (Papa Pio XI Ibid):

“Teniendo presente, pues, nuestra condición de seres esencialmente limitados y absolutamente dependientes del Ser Supremo, recurramos, antes que nada, a la oración. Sabemos por la fe cuál sea el poder de la oración humilde, confiada, perseverante; a ninguna otra obra piadosa fueron jamás acordadas por el Omnipotente Señor tan amplias, tan universales, tan solemnes promesas como a la oración:
<<Pedid y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad y os abrirán. Porque todo aquel que pide recibe; y el que busca halla; y al que llama se le abrirá. En verdad en verdad os digo, que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo concederá>> (Mt 7, 7-8)”

 



 

viernes, 10 de noviembre de 2017

LA FIDELIDAD EN EL MATRIMONIO ALGO DIFICIL DE CONSEGUIR PERO NO IMPOSIBLE


 
 
 
 
 


EL Papa san  Juan Pablo II en su discurso al Tribunal de la Rota aseguraba en el año 2002:
“No hay que rendirse a una mentalidad proclive al divorcio; lo  impide la confianza en los dones naturales y sobrenaturales dados por Dios al hombre. La actividad pastoral, debe sostener y promover la indisolubilidad del Sacramento del matrimonio. Los aspectos doctrinales son transmitidos, aclarados y defendidos, pero son aún más importantes las acciones coherentes. Cuando una pareja atraviesa una dificultad, la comprensión de los Pastores y de los  fieles debe estar unida a la claridad y fortaleza para recordar que el amor conyugal es la vía para resolver positivamente la crisis. Precisamente porque Dios los ha unido mediante un ligamento indisoluble; marido y mujer, empleando con buena voluntad  todos los medios humanos, pero sobre todo, fiándose de la ayuda de la gracia divina, pueden y deben salir renovados y fortalecidos de los momentos de desconcierto”.


Deberíamos tener presente que la Iglesia al mismo tiempo que enseña  las leyes de Dios, de la misma manera, nos habla de la salvación si cumplimos con ellas, y nos advierte que los Sacramentos, también el del matrimonio, son un camino que nos conduce a la santidad tal como el Papa Pablo VI aseguraba (Carta Encíclica <Humanae vitae>; 25 de julio de 1968):
 
 


“Los esposos cristianos,  deben recordar que su vocación cristiana, iniciada en el bautismo, se ha especificado y fortalecido ulteriormente con el Sacramento del matrimonio. Por lo mismo, los cónyuges quedan corroborados y como consagrados para cumplir fielmente los deberes, para realizar su vocación hasta la perfección y para dar un testimonio, propio de ellos, delante del mundo. A ellos ha confiado el Señor la misión de hacer visible ante los hombres la santidad y la suavidad de la Ley, que une el amor mutuo de los esposos con su cooperación al amor de Dios, autor de la vida humana”   

El bien de la fidelidad es indispensable para que la unión entre hombre y mujer se perpetúe <hasta que la muerte los separe>, y ello implica <<la mutua lealtad de los cónyuges en el cumplimiento del contrato matrimonial, de tal modo que en lo que este contrato, sancionado por la ley divina, compete a una de las partes, ni a ella le sea negado ni a ningún otro permitido; ni el cónyuge mismo se conceda lo que jamás puede concederse por ser contrario a las divinas leyes y del todo disconforme con la fidelidad del matrimonio>>, en palabras del Papa Pio XI (Carta Encíclica Casti Comnubii dada en Roma el 31 de diciembre de 1930).

Porque nuestro Señor Jesucristo al decir aquello de  <que el que mira a una mujer para desearla, ya comete adulterio en el corazón>, está recordando a los hombres que el Sagrado Sacramento del matrimonio, no sólo, no puede ser violado por cualquier acto deshonesto, de alguno de los cónyuges, refiriéndose en particular al varón, sino que además los mismos pensamientos y deseos voluntarios, son adúlteros y atentan contra la unidad familiar.


El Señor durante el llamado <Sermón de la montaña> se muestra así de exigente con el adulterio y los malos pensamientos, tal como nos relató San Mateo en su Evangelio (Mt 5, 27-30):
-Oísteis que se dijo: <<No cometerás adulterio>>.

-Más yo os digo que todo el que mira a una mujer para codiciarla, ya en su corazón cometió adulterio, con ella.

-Que si tu ojo derecho te es ocasión de tropiezo, arráncale y échalo lejos de ti, pues más te conviene que perezca uno solo de tus miembros, y que no sea echado todo tu cuerpo a la gehena.

-Y si tu mano derecha te sirve de tropiezo, córtala y échala lejos de ti, porque más te conviene que perezca uno sólo de tus miembros y que no se vaya todo tu cuerpo a la gehena.

Jesús con tan duras palabras nos previene, pues a partir de los malos pensamientos se puede pasar al escándalo de las miradas perniciosas, a continuación al contacto carnal adúltero y de aquí a la gehena, es decir al infierno, hay solo, un  paso. Ya en el Antiguo Testamento, más concretamente en el libro del Eclesiástico se habla de aquellas personas que merecen ó no merecen la alabanza de Dios, desde el punto de vista de la sabiduría y del santo temor de Dios (Ecle 25 1-8):

-Con tres cosas me adornó y me presentó bella ante Dios y ante los hombres,

-concordia de hermanos, amistad de prójimo y mujer y marido bien avenidos.

-Tres castas (de hombres) detesta mi alma, indignándome mucho en la vida de ellos: pobre soberbio, rico mentiroso y anciano adúltero, falto de inteligencia.

-En la juventud no has recogido, ¿y cómo hallarás en la vejez?

-¡Qué bien sienta el juicio en la canicie y a los ancianos conocer el consejo!

-¡Qué bien parece la sabiduría en los ancianos y en los glorificados el criterio y el consejo!

-La corona de los viejos es la mucha experiencia y su gloria el temor del Señor.

Talmente parece que estas palabras, tan lógicas y propias de las leyes de la naturaleza, nunca hubieran resonado en los oídos de los hombres y mujeres de una sociedad como la nuestra, donde son tan frecuentes los públicos adulterios incluso entre los que se llaman cristianos, muchas veces personas mayores que se dejan llevar por la carne y no tanto por la sabiduría.
 


La juventud tiene también mucho que ver en estos avatares del corazón y en particular las mujeres jóvenes. En el libro del Eclesiástico leemos en este sentido (Ecle 26 8-13):

-Enfermedad de corazón es la mujer celosa de otra,

-y azote de lengua que a todos da parte.

-Yugo de bueyes sacudido es una mujer mala: quién la posee es como quien coge un escorpión.

-Enojo grande es mujer borracha, y no podrá ocultar su ignominia.

-La lujuria de la mujer en las procacidades de los ojos y en sus parpados se conoce.

-En torno de la hija desenvuelta redobla la vigilancia, no sea que, que al no hallar cuidado, la ocasión aproveche.

Los padres de hoy en día deberían tener muy presentes estos proverbios, porque los jóvenes se emborrachan, se drogan y caen en relaciones sexuales peligrosas, y muchas veces los progenitores tienen que reconocer que no saben cómo todo ello ha podido suceder, sin reflexionar  que la falta de vigilancia, la relajación de las costumbres, y en especial la infidelidad en el matrimonio, conducente la mayor parte de las veces a la separación de los cónyuges  y  al divorcio, son los causantes de las desgracias de sus hijos.
Por eso nuestro Señor Jesucristo destacó la necesidad absoluta de la unidad matrimonial:

“La ley evangélica sin que quede lugar a duda alguna, restituyó íntegramente aquella primitiva y perfecta unidad y derogó toda excepción, como lo demuestra sin sombra de duda las palabras de Cristo, y la doctrina práctica de la Iglesia. Con razón, pues, el santo Concilio de Trento declaró lo siguiente: Que por razón de este vínculo tan solo dos pueden unirse, lo enseñó claramente nuestro Señor cuando dijo: por lo tanto, ya no son dos, sino una sola carne”  (Papa Pio XI. Carta Encíclica <Casti Comnubii> 1930).

 


En efecto, en el libro del Génesis del Antiguo Testamento, podemos leer la creación del hombre y de la mujer (Gen 2, 26-28), y el Papa san Juan Pablo II refiriéndose a este pasaje de la Sagrada Biblia, en la Homilía de la <Misa para las familias> celebrada en su visita a África, en concreto durante su estancia en Kinshasa el 3 de mayo de 1980 aseguraba:
“Todo el mundo conoce la célebre narración de la creación con que comienza la Biblia. En ella se dice que Dios hizo el hombre a su imagen creándolo hombre y mujer. He aquí lo que sorprende enseguida, antes que nada. Para asemejarse a Dios, la humanidad debe ser una pareja de dos personas, que se mueven una hacia otra, dos personas a quienes un amor perfecto va a reunir en la unidad. Este movimiento y este amor hacen asemejarse a Dios que es el amor mismo, la unidad absoluta de Tres Personas. Jamás se ha cantado el esplendor del amor humano con mayor belleza que en las primeras páginas de la Biblia. “El hombre exclamó: esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne (Gen 2, 23-24). Y parafraseando al Papa San León, no puedo menos de deciros “Esposos cristianos reconoced vuestra eminente dignidad”    

Se refiere el santo Pontífice a un antecesor suyo en la silla Pedro allá por el siglo V, el Papa León I, al que se le denomina con el apelativo de Magno porque fue <grande en obras y en santidad>. Entre sus hazañas más impresionantes hay que citar su actuación frente al famoso guerrero bárbaro Atila, cuando llegando, a la misma puerta de Roma, el Papa San León logró convencerle para que cejara en su propósito, y de esta forma se evitó la destrucción de la misma y la muerte de miles de inocentes. Este santo varón tuvo que enfrentarse más tarde a otro jefe bárbaro, el feroz Genserico y aunque en esta ocasión no logró convencerle para que no atacara a Roma, al menos consiguió que no incendiara la ciudad,  ni matara a sus habitantes. No es de extrañar por tanto que los romanos sintieran una especial veneración por él, y desde entonces entre los mismos Obispos empezó a considerarse como uno de los Papas más importantes de la Iglesia de todos los siglos. Su frase más famosa, correspondiente a uno de sus sermones es aquella en la dice: <<Reconoce oh cristiano tu dignidad, el hijo de Dios bajo del cielo para salvar tu alma>>, la cual con tanto acierto utilizó Juan Pablo II, aplicándola a la dignidad de los esposos cristianos. 
 


Muchos siglos después, el Papa León XIII (1878-1903), con su esforzada y constante actitud, frente a las filosofías perversas de su época, en contra de las verdades del Evangelio, y  frente a la hostilidad a la Iglesia consiguió que se respetaran sus derechos, demostrando con sus palabras y acciones <que la dignidad del ser humano proviene de ser hijo de Dios, por quién Cristo en la Cruz pagó un precio de sangre>.

A este Papa se le conoce sobre todo por sus Cartas Encíclicas en favor de los más desfavorecidos, era un Papa sumamente preocupado por la sociedad de su época en general y  por la familia en particular. Concretamente la Carta Encíclica <Arcanum Divinae Sapientiae> (dada en Roma el 10 de febrero de 1880) está dedicada a las familias y en ella el Papa indica, entre otras muchas cosas, cuales son los frutos del matrimonio cristiano:

“Si se considera a que tiende la divina institución del matrimonio, se verá con toda claridad que Dios quiso poner en él los frutos ubérrimos de la utilidad y de la salud pública. Y no cabe la menor duda de que, aparte de lo relativo a la propagación del género humano, tiende también a hacer mejor y más feliz la vida de los cónyuges, y esto por muchas razones, a saber por la ayuda mutua en el remedio de las necesidades, por el amor fiel y constante, por la comunidad de todos los bienes, y por la gracia celestial que brota del Sacramento”
 


Así pues, también el Papa León XIII, considera que la fidelidad en el matrimonio es esencial y constituye uno de los bienes más deseables del Sacramento. Sin embargo tanto en el entorno familiar, en el entorno social, o incluso, dentro del propio corazón del hombre, siempre han existido y existirán inclinaciones y tentaciones, que pueden llevar a alguno de los cónyuges ó ambos, a la infidelidad. Por eso, como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica (C.I.C 1607-1608):
 


“Según la fe, este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedaron distorsionadas por agravios recíprocos (Gn 3,12); su atracción mutua, don propio del Creador (Gn 2, 22), se cambia en relaciones de dominio y de concupiscencia (Gn 3, 16); la hermosa vocación del hombre y de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (Gn 1, 28) quedó sometida a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan (Gn 3, 16-19).

Sin embargo, el orden de la Creación subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar la herida del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia infinita, jamás les ha negado (Gn 3,21), sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó <al comienzo>”.

Por su parte, la Iglesia desde el primer momento tuteló y dirigió el santo vínculo matrimonial, denunciando y condenando los pecados contra la fidelidad matrimonial y en particular el adulterio, la fornicación y el incesto.

Esto se puede apreciar con claridad en el libro de los Hechos de los Apóstoles, de San Lucas, en el que se narran los principales acontecimientos que tuvieron lugar en la comunidad cristiana, después de la Muerte y Resurrección de Jesucristo y más concretamente, en la promulgación del Decreto Conciliar de la primera Asamblea de la Iglesia, celebrada en Jerusalén, hacia el año 40 después de Cristo.


Este Concilio Apostólico se llevó a cabo después del primer viaje que San Pablo realizó como misión evangelizadora y el  objetivo  de esta Asamblea, fue poner paz entre los miembros de la Iglesia primitiva, respecto a las diferencias que habían surgido entre los que aceptaban la entrada de los gentiles en la Iglesia, sin necesidad de someterse al rito de la circuncisión, y los judíos pertenecientes, en su mayoría, a la secta de los fariseos, cristianizados pero que defendían dicho rito mosaico, como imprescindible para optar a la salvación eterna.

Se cree que estuvieron presentes en esta primera reunión apostólica, los doce Apóstoles, así como todos los presbíteros, que ya eran numerosos, con San Pedro como cabeza de la Iglesia, y el Apóstol Santiago (el Menor) como presidente de la Asamblea, ya que por entonces era él, el Obispo de la Iglesia de Jerusalén. Tras grandes discusiones entre los asistentes al concilio, éstos llegaron a un acuerdo razonable para todas las partes que quedó reflejado en el Decreto Conciliar, dirigido a los gentiles de las Iglesias de Antioquía, Siria y Cilicia (Hechos de los Apóstoles 15, 27-29):

-Os hemos, pues, enviado a Judas y a Silas los cuales por sí mismos de palabra os enterarán de lo mismo.

-Porque pareció al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros otra carga alguna, a excepción de estas cosas indispensables:

-que os abstengáis de los sacrificios a los ídolos, de la sangre de los animales estrangulados, y de la fornicación. De lo cual si os guardareis, obraréis bien


Por tanto, las relaciones carnales, fuera del matrimonio (fornicación), son rechazadas de plano en el Decreto Conciliar, pues Jesucristo elevó al rango de Sacramento ( asistiendo a las Bodas de Caná) la unión entre hombre y mujer bautizados para que de esta forma se evitaran los males derivados de las costumbres licenciosas e inmorales en este sentido.


Otro ejemplo importante que pone al descubierto el celo de la Iglesia primitiva de Cristo, por el Sacramento matrimonial, lo podemos encontrar en la primera carta a los Corintios, pueblo evangelizado por San Pablo durante su primer viaje, y en la que condena el comportamiento de uno de sus feligreses, que mantenía relaciones extramatrimoniales, con la esposa de su padre (incesto), pecado muy grave que desde siempre ha merecido la condena de Dios y de los hombres (I Cor. 5, 1-8):
-Resueltamente se oye decir que hay en vosotros fornicación, y tal fornicación, cual ni siquiera entre gentiles, hasta el punto de tener uno la mujer de su padre.

-¿Y vosotros andáis inflados, y no más bien os pusisteis de luto, para que sea quitado de en  medio de vosotros quién tal acción cometió?

-Pues yo, por mi parte, ausente con el cuerpo, más presente con el espíritu, ya he resuelto, como si presente me hallare, al que así tal obró,

-en nombre del Señor nuestro Jesucristo –congregados vosotros y mi espíritu- , con el poder del Señor nuestro Jesús

-entregar a ese tal a Satanás para perdición de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús 


Estos dos ejemplos en los que se observa la gran preocupación de la Iglesia primitiva por el mantenimiento del don de la fidelidad en el matrimonio, fueron utilizados por el Sumo Pontífice León XIII para recordarnos que fue así desde el principio de su fundación (Arcanum divinae sapientiae):
“Cristo habiendo renovado el matrimonio…confió y recomendó toda la disciplina del mismo a la Iglesia…Es de sobra conocido por todos, cuantos y que vigilantes cuidados haya puesto (ésta), para conservar la santidad del matrimonio a fin de que éste se mantuviera incólume.  Sabemos, en efecto con toda certeza, que los amores disolutos y libres fueron condenados por sentencia del Concilio de Jerusalén; que un ciudadano incestuoso de Corinto fue condenado por autoridad de San Pablo; que siempre fueron rechazados y combatidos por igual vigor los intentos de muchos que atacaban el matrimonio cristiano”


Así ocurrió en el caso de los gnósticos, maniqueos, montanistas y algunas otras sectas, que se apartaron del Evangelio de Cristo, en la antigüedad, y de igual forma, en la actualidad otros grupos como los protestantes y los mormones, han operado en este mismo sentido, engendrando en la sociedad cierta ansiedad y desorden, con menoscabo del bien familiar, cada vez más acentuado en los  siglos pasados y en lo que llevamos de éste.


Recordaremos a este propósito la Carta Encíclica del Papa Pablo VI, <Humanae vitae> (Roma (julio de 1968), en la cual el Pontífice al hablar sobre las características del amor conyugal se expresaba en los términos siguientes:
“Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas  o cálculos egoístas. Quien ama de verdad a su propio consorte, no ama sólo por lo que de él recibe sino por sí mismo, gozoso de poderlo enriquecer con el don de sí.

Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Así lo conciben el esposo y la esposa el día en que asumen libremente y con plena conciencia el empeño del vínculo matrimonial. Fidelidad que a veces puede resultar difícil pero que siempre es posible, noble y meritoria; nadie puede negarlo.

El ejemplo de numerosos esposos a través de los siglos demuestra que la fidelidad no sólo es connatural al matrimonio sino también manantial de felicidad profunda y duradera”.
 


Como muy bien nos explica, el escritor, teólogo y apologista católico converso estadounidense Scott Hahn (Comprometidos con Dios. La promesa y la fuerza de los Sacramentos. 2004):

“Cristo hizo del matrimonio el Sacramento de su comunión total con la Iglesia, sin fisuras, con plenitud de frutos. Y esta es la razón de la oposición de la Iglesia al divorcio, la poligamia, el control de la natalidad, el aborto, la sodomía y otras prácticas que destruyen el don matrimonial, que no tiene otro significado que el del amor de Dios”

Por esto la fidelidad dentro del matrimonio es esencial, pues es el <bien> que puede evitar todos estos males de los que habla Scott Hahn, el cual en sus inicios rechazaba a la Iglesia Católica, pero que después se convirtió junto con su esposa, cuando comprendieron que la contracepción era contraria a la ley de Dios.

Sí, porque <<ningún motivo, aún cuando sea gravísimo, puede hacer que lo que va intrínsecamente en contra de la naturaleza sea honesto y conforme a la misma naturaleza; y estando el acto conyugal destinado, por su misma naturaleza, a la generación de los hijos, los que en el ejercicio del mismo lo destruyen adrede de su naturaleza y virtud, obran contra la naturaleza y cometen una acción torpe e intrínsecamente deshonesta. Por lo cual no es de admirar que las Sagradas Escrituras atestigüen con cuanto aborrecimiento la Divina Majestad ha perseguido este nefasto delito, castigándolo a veces a la pena de muerte>>, en palabras de del Papa Pio XI (Casti Connubii 1930).


Un ejemplo de fidelidad  extraordinario fue el dado por el Papa Pablo VI, el cual en su Carta Encíclica <Humanae vitae> analizó, una vez más, las bases morales del Sacramento del matrimonio, en un momento en el que los no católicos, y por desgracia, también algunos católicos, esperaban como <agua de mayo>, las palabras favorables del Pontífice respecto a los anticonceptivos para el <control de la natalidad>, cosa que no sucedió, sino todo lo contrario. <Nunca como en esta ocasión- decía el Papa- hemos sentido el peso de nuestra carga>.

 
 


Esta Carta había sido precedida por el estudio realizado sobre el tema por una Comisión de trabajo, a instancias del Papa anterior Juan XXIII. La Comisión había discutido largamente sobre toda la problemática del llamado <control de la natalidad>, pero no había llegado  a un acuerdo y su Santidad Pablo VI se reservó el último juicio, puesto que en justicia  correspondía al magisterio de la Iglesia y él era su Cabeza en aquel momento. Por eso, al hablar en dicha Carta sobre la fidelidad al plan de Dios  manifestaba que:
“Quien reflexione rectamente deberá también reconocer que un acto de amor reciproco, que prejuzgue la disponibilidad a trasmitir la vida que Dios Creador, según particulares leyes, ha puesto en él, está en contradicción con el designio constitutivo del matrimonio y con la voluntad del Autor de la vida.

Usar este don divino destruyendo su significado y su finalidad, aún sólo parcialmente, es contradecir la naturaleza del hombre y de la mujer y sus más intimas relaciones, y por lo mismo es contradecir también el plan de Dios y su voluntad.

Usufructuar, en cambio, el don del amor conyugal respetando las leyes del proceso generador significa reconocerse no árbitros de las fuentes de la vida humana, sino más bien administradores del plan establecido por el Creador.

En efecto, al igual que el hombre no tiene un dominio ilimitado sobre su cuerpo en general, del mismo modo tampoco lo tiene, con más razón, sobre las facultades generadoras en cuanto tales, en virtud de su ordenación intrínseca a originar la vida, de la que Dios es principio. <<La vida humana es sagrada- recordaba Juan XXIII-; desde su comienzo, compromete directamente la acción creadora de Dios>> (Carta Encíclica <Mater et Magistra> 1961)”

La carta Encíclica <Humanae vitae>, no fue bien recibida por la sociedad paganizada de la época, sin embargo, el Papa hizo frente a la situación, defendiendo hasta el último instante de su vida, la decisión que había tomado como muestra de fidelidad al mansaje de Cristo, en contra de los métodos antinaturales para segar la vida de los no natos, incluso en el mismo vientre de sus madres.

Ante la situación actual de este tema, cabría preguntarse cuales habrían  podido ser las causas que a lo largo de los siglos, han inducido a los hombres a hacer un uso inadecuado de la unión matrimonial. Y es que las causas son innumerables, aunque por debajo de todas ellas, sin duda ha existido y aún subsiste la ausencia del <bien de la fidelidad>, porque siempre que se cometen pecados en contra de la procreación en el seno matrimonial se peca también <<en cierto modo como consecuencia, contra la fidelidad conyugal>>, tal como asegura el Papa Pio XI.


La infidelidad conyugal es un problema enormemente grave en nuestro días, tal como podemos comprobar sin más que poner un poco de atención a las noticias, muchas veces trágicas, sobre los llamados <malos tratos> en el seno familiar, habiéndose llegado a un estado de cosas que rebasa ya lo que tantos Papas han denunciado desde hace mucho tiempo.

 


Por eso no es malo ni inadecuado que recordemos  las cosas que algunos de ellos dijeron sobre este tema. El Papa Pio XI, que tanto luchó por la pureza de las costumbres en la sociedad que le tocó vivir, bastante parecida a la nuestra, por cierto, denunciaba con palabras fuertes, que han resultado claramente proféticas, este estado de cosas en el seno conyugal (Carta Encíclica Casti Connubii):

“Todos los que empañan el brillo de la fidelidad y castidad conyugal, como maestros que son del error, echan por tierra también fácilmente la fiel y honesta sumisión de la mujer al marido; y muchos de ellos se atreven todavía a decir, con mayor audacia, que es una indignidad la servidumbre de un cónyuge para con el otro…pues se debe llegar a conseguir una cierta emancipación (dentro del Sacramento)…”

Refiriéndose en concreto al caso de la mujer en el seno familiar, sigue el Papa denunciando algunos de los tipos de emancipaciones que defienden aquellos que quieren, en realidad, destruir la unión matrimonial:

“Distinguen tres clases de emancipación, según tengan por objeto el <gobierno de la sociedad domestica>, la <administración del patrimonio familiar>, o la <vida de la prole> (que hay que evitar o extinguir), llamándolas con el nombre de <emancipación social>, <emancipación económica> y <emancipación fisiológica>, porque quieren que las mujeres, a su arbitrio, estén libres, o se las libre de las cargas conyugales y maternales propias de una esposa… 

Tal libertad falsa e igualdad antinatural con el marido tornase en daño de la mujer misma, pues si esta desciende de la sede verdaderamente regia a que el Evangelio la ha elevado dentro de los muros del hogar, muy pronto caerá –si no en apariencia-,  -si en realidad-, en la antigua esclavitud, y volverá a ser, como en el paganismo, mero instrumento de placer o capricho del hombre”

Cuánta razón tenía el Papa Pio XI, aquel que los jefes de gobierno de muchos países llegaron a odiar, por su aptitud denunciadora de las inmoralidades de la época, porque todo lo que sostuvo que iba a suceder, por desgracia ya ha ocurrido, e incluso lo ha superado en muchas ocasiones. No tenemos más que echar una mirada en torno, para comprobar la situación paganizada de nuestra sociedad consumista, tanto en lo referente a los derechos de la mujer, como en tantas otras cuestiones de la vida ordinaria.

 


Porque mientras que en apariencia, pero en apariencia solo, parecería que las mujeres hubieran conseguido la liberación de sus ataduras naturales, en realidad, la mayor parte de las veces se han dejado engañar por las falsas promesas de emancipación, de igualdad con el varón…pasando a ser en realidad instrumentos de placer o capricho, de una sociedad perniciosa, que a nada conduce sino a su propia destrucción.


El Papa Benedicto XVI, advertía que (Exhortación Apostólica Postsinodal <Verbum Domini>, dada en Roma el 30 de septiembre de 2010:

“La fidelidad a la Palabra de Dios lleva a percibir cómo la institución matrimonial está amenazada también  hoy en muchos aspectos por la mentalidad común. Frente al difundido desorden de los afectos y al surgir de modos de pensar que banalizan el cuerpo humano y la diferencia sexual, la Palabra de Dios reafirma la bondad originaria del hombre, creado como varón y mujer, y llamado al amor fiel, recíproco y fecundo…

En este contexto, deseo subrayar lo que el Sínodo ha recomendado sobre el <cometido de las mujeres respecto a la Palabra de Dios>…El Sínodo se ha detenido especialmente en el papel indispensable de las mujeres en la familia, la educación, la catequesis y la transmisión de los valores. En efecto, <ellas saben suscitar la escucha de la Palabra, la relación personal con Dios y comunicar el sentido del perdón y del comportamiento evangélico>, así como ser portadoras de amor, muestras de misericordia, y constructoras de la paz, comunicadoras de calor y humanidad en un mundo que valora las personas con demasiada frecuencia según los criterios fríos de explotación y ganancia”