Translate

Translate

sábado, 20 de mayo de 2017

EN ESTE NUEVO SIGLO SIGUE SIENDO NECESARIO HABLAR DE LA FAMILIA



 
 
 



En este nuevo siglo sigue siendo necesario hablar de la familia y así lo está haciendo el Papa Francisco desde el mismo comienzo de su Pontificado. Concretamente, este Vicario de Cristo, ha señalado que la vocación de la familia no es otra que Jesús, el Hijo unigénito de Dios. Ha analizado la problemática actual de la misma y lo ha hecho en distintas ocasiones y por diversos motivos, especialmente en su Exhortación Apostólica Postsinodal dada en Roma el 19 de marzo (Solemnidad de San José), del año 2016, recordándonos que  Jesús ha recupera y llevado a su plenitud el proyecto divino de la familia:
 



“El Nuevo Testamento enseña que <todo lo que Dios ha creado es bueno; no hay que desechar nada. El matrimonio es un don del Señor. Al mismo tiempo, por esa valoración positiva,  pone un fuerte énfasis, en cuidar este don divino: <Sea para todos el matrimonio cosa digna de honor, y el trato conyugal sea inmaculado> (Heb 13, 4).

Jesús que reconcilió cada cosa en sí misma, volvió a llevar el matrimonio y la familia a su forma original (Mc 10, 1-12). La familia y el matrimonio fueron redimidos por Cristo (Ef 5, 21-32), a imagen de la Santísima Trinidad, misterio del que brota todo amor verdadero. La alianza matrimonial, inaugurada en la creación y revelada en la historia de la salvación, recibe la plena revelación de su significado en Cristo y en su Iglesia…

<La alianza de amor y de fidelidad, de la cual vive la Sagrada Familia de Nazaret, ilumina el principio que da forma a la familia, y la hace capaz de afrontar mejor las vicisitudes de la vida y de la historia>”

 Esta última frase nos recuerda precisamente la situación tan grave que viven en este momento concreto las familias  en casi todos los países de nuestro planeta. Es una situación que se ha hecho, por así decir, crónica a lo largo de los últimos siglos. En efecto, recordamos como a finales de siglo XX, el Papa Juan Pablo II entristecido por los problemas de las familias, se expresaba en los siguientes términos (Carta Apostólica, dada en Roma el 31 de marzo de 1985):

“Hoy en día los principios de la moral cristiana matrimonial son presentados de un modo desfigurado en muchos ambientes. Se intenta importar a ambientes y hasta sociedades enteras, un modelo que se autoproclama <progresista> y <moderno>.

No se advierte entonces que en este modelo el ser humano, y sobre todo, quizás la mujer, es transformado de sujeto en objeto (objeto de manipulación específica), y todo el gran contenido del amor es reducido a mero <placer>, el cual, aunque toque ambas partes, no deja de ser egoísta en su esencia. Finalmente, el niño, que es fruto y encarnación nueva del amor de los dos, se convierte  cada vez más en <una añadidura fastidiosa>. La civilización materialista y consumista penetra en este maravilloso conjunto conyugal-paterno y materno, y lo despoja de aquel contenido profundamente humano que desde el principio llevó una señal y un reflejo divino”

Preocupación extrema, era para este Papa, en una sociedad tan materialista, el tema de la defensa de cualquier vida, y particularmente la del niño no nacido (Cruzando el umbral de la Esperanza. Ed. Círculo de lectores):


“La cuestión del niño concebido y no nacido es un problema especialmente delicado, y sin embargo claro. La legalización de la interrupción del embarazo no es otra cosa que la autorización dada al hombre adulto -con el aval de una ley instituida- para privar de la vida al hombre no nacido y, por eso, incapaz de defenderse. Es difícil poder pensar en una situación más injusta, es de verdad difícil poder hablar aquí de obsesión, desde el momento en que entra en juego un fundamental imperativo de toda conciencia recta: la defensa del derecho de la vida de un ser inocente e inerme.

Con frecuencia se presenta la cuestión como derecho de la mujer a una libre elección frente a la vida que ya existe en ella, que ella ya lleva en su seno: la mujer tendría el derecho a elegir entre dar la vida y quitar la vida al niño concebido. Cualquiera puede ver que esta es una alternativa aparente. ¡No se puede hablar de derecho a elegir cuando lo que está en cuestión es un evidente mal moral, cuando se trata simplemente del mandamiento de No matar!”

 

Los hombres de buena voluntad saben que este mandamiento dado por Dios, impreso en lo más profundo de sus corazones, no prevé excepción alguna, saben, que un niño concebido en el seno de la madre jamás es un agresor injusto, es por el contrario un ser indefenso que espera ser acogido con amor en el seno de una familia; familia, que Nuestro Señor Jesucristo ha elevado a niveles extraordinarios, viniendo a nacer y crecer en el seno de una de ellas, la familia de Nazaret.

Sin embargo, algunos hombres y mujeres inducidos, por las dificultades económicas,  por un afán de <modernismo> mal entendido, o lo que es peor, por la escucha indebida del <padre de la mentira>, se han decantado hacia leyes que justifican comportamientos inhumanos con los hijos concebidos en el seno de sus madres, y que son ya seres humanos en toda la extensión de la palabra, como prueban las técnicas más modernas de análisis,  ya  utilizadas por los médicos para hacer el seguimiento del embarazo de la mujer.

Quizás en tiempos pasados podrían habernos confundido diciendo que el feto no contiene en esencia a la persona humana en su totalidad, pero la ciencia ha avanzado mucho en este sentido y ya las mujeres y los hombres no pueden cerrar los ojos a lo que es una evidencia absoluta: el niño concebido en el seno de una madre es un ser humano y no una cosa que se puede extirpar del vientre de la misma como si se tratara de algo sin vida.



No se puede alegar que la mujer tiene derecho a elegir en esta situación a deshacerse de esta criatura de Dios, porque eso supone un crimen y los crímenes deben ser perseguidos por la justicia del hombre y sobre todo serán juzgados en su día por nuestro Creador.
Por otra parte, es evidente que  la sociedad debe proteger siempre a las mujeres que se encuentran con un embarazo no deseado, o problemático, y ayudarlas en el alumbramiento de sus hijos, los cuales a su vez deben ser protegidos como nuevos componentes de la comunidad en la  que han nacido.

Precisamente en la Exhortación Apostólica del Papa Francisco,  <Amoris laetitia>, se viene a revalidar estas idea, por otra parte lógicas y de sentido común, que se encuentran inscritas en el corazón de todo ser humano:


“El matrimonio es en primer lugar una <intima comunidad conyugal de vida y de amor> que constituye un bien para los esposos, y la sexualidad <está ordenada al amor conyugal del hombre y la mujer>. Por eso, también <los esposos a los que Dios no ha concedido hijos pueden llevar una vida plena de sentido, humana y cristianamente>. No obstante, esta unión está ordenada a la generación <por su propio carácter natural>. El niño que llega <no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento. No aparece como final de un proceso, sino que está presente desde el inicio del amor como una característica esencial que no puede ser negada sin mutilar al mismo amor. Desde el comienzo, el amor rechaza todo impulso de cerrarse en sí mismo, y se abre a una fecundidad que lo prolonga más allá de su propia existencia.
Entonces, ningún acto genial de los esposos puede negar este significado, aunque por diversas razones no siempre pueda de hecho engendrar una nueva vida.

El hijo reclama nacer de ese amor, y no de cualquier manera, ya que él <no es un derecho sino un don>, que es <el fruto del acto especifico del amor conyugal de sus padres>. Porque <según el orden de la creación, el amor conyugal entre un hombre y una mujer y la transmisión de la vida están ordenados recíprocamente. De esta manera, el Creador hizo al hombre y a la mujer participes de la obra de su creación y, al mismo tiempo, los hizo instrumentos de su amor, confiando su responsabilidad el futuro de la humanidad a través de la transmisión de la vida humana”

Es evidente, pues, que llevados de esta responsabilidad, dada por el Creador a los hombres, las familias deben acoger, educar y rodear de amor a los hijos. Ante estas premisas ineludibles, los Padre Sinodales han denunciado que no es difícil comprobar que se está difundiendo en los últimos siglos, una mentalidad que reduce la generación de la vida a una variable de los proyectos individuales de algún miembro de la pareja o bien de ambos cónyuges.




Las consecuencias, muchas veces, de todo esto es que cuando las cosas no salen a gusto de los interesados la posibilidad del aborto se cierne sobre la cabeza del ser que ya se encuentra en el seno de la madre y otras veces puede ocurrir, por desgracia, que si el niño viene a este mundo en tales circunstancias, es rechazado e incluso abandonado por sus progenitores.  

Todo lo relacionado con estos temas supone un gran dolor para la Iglesia católica que como decíamos al principio desde hace mucho tiempo se encuentra totalmente volcada en ayuda de la institución familiar.

Magnífico ejemplo ha sido el dado por San Juan Pablo II, uno de los  Papas verdaderamente más interesado en ayudar a los matrimonios y que además ha analizado mejor la problemática del ataque sistemático al sagrado Sacramento del matrimonio y por tanto a la familia, por parte de los enemigos de Cristo...



La Iglesia católica consciente de que el matrimonio y la familia constituyen uno de los valores más importantes de la humanidad <quiere hacer sentir su voz y ofrecer su ayuda a todo aquel que conociendo ya el valor del matrimonio y de la familia trata de vivirlo  fielmente, busca la verdad, y a todo aquel que se ve injustamente impedido para vivir con libertad el proyecto familiar. Sosteniendo a los primeros, iluminando a los segundos y ayudando a los demás, la Iglesia ofrece su servicio a todo hombre preocupado por los destinos del matrimonio y de la familia (Con. Ecuménico Vaticano II. Gaudium et Spes, 52).

El Papa Benedicto XVI compartía con su querido predecesor en la Silla de Pedro, Juan Pablo II, el amor y el interés por la familia, así como por el Sacramento del matrimonio, demostrándolo en distintas ocasiones en sus escritos, homilías, catequesis, etc. En una ocasión respondió a una pregunta en este sentido, recogida en su libro <El amor se aprende. Las etapas de la familia. Romana Editorial, S.L. 2012>:


“La mayoría de los jóvenes dudan hoy en día entre contraer matrimonio o convivir al margen  de rígidos vínculos jurídicos. A nivel estatal, se advierten tendencias a equiparar las uniones de hecho y la relación de pareja homosexual, al matrimonio. Es necesario, por tanto, preguntarse: ¿Por qué tiene que ser el matrimonio la única forma aceptable de unión entre dos personas?...Cuando dos personas se entregan mutuamente y, juntas, dan vida a los hijos, también ahí se implica lo sagrado, el misterio del ser humano, que va mucho más allá del derecho a disponer de uno mismo. En cada ser humano está presente el misterio divino. Por eso la unión entre hombre y mujer desemboca de forma natural en lo religioso,  en lo sagrado, en la responsabilidad asumida ante Dios…
Por eso, cualquier otra forma de unión es una vía de escape con la que esquivar la propia responsabilidad frente al otro y frente al misterio de su persona, introduciendo una labilidad que acarreará sus propias consecuencias.

Muy diversa es la cuestión de las relaciones por parte de parejas homosexuales. Pienso que  cuando en un matrimonio, en una familia, ya no cuenta que el fundamento sea un hombre y una mujer, sino que se equipara la homosexualidad a esa relación, se está hiriendo gravemente la tipología básica que configura la estructura de la naturaleza humana. Por esta vía cualquier sociedad está llamada a encontrarse con graves problemas”


Podríamos preguntarnos ¿Cuáles pueden ser las causas de estos graves problemas  que nos anunciaba el Papa? La respuesta no parece sencilla porque son muchas y numerosas las  constatables en este momento de la historia del hombre.

 


Quizás una de éstas, en el Viejo Continente, podría ser el envejecimiento prematuro de algunos pueblos, como consecuencia del bajo índice de natalidad. En otras ocasiones, civilizaciones completas han desaparecido por similares circunstancias.

Por otra parte, la influencia ejercida por  ejemplos de vida, que constantemente se muestran,  con gran entusiasmo, en la prensa llamada del corazón, hacen aparecer el matrimonio como algo muy lábil y necesariamente agotado al cabo de un tiempo más o menos corto, ello, unido al ansia de liberación del hombre y de la mujer  en los tiempos de modernidad que corren, hacen preguntarse a muchos jóvenes y no tan jóvenes con frecuencia ¿Por qué el Sacramento del matrimonio tiene que implicar la permanente unión, hasta la muerte?...
 


A esta pregunta respondió, en su momento, magníficamente el Papa Benedicto XVI en el libro mencionado anteriormente (Ibid):

“La dignidad del ser humano tan solo viene plenamente respetada a condición de hacer de sí mismo un don total, sin reservarse el derecho a poner en discusión ese don ni a revocarlo. El Sacramento del matrimonio, no es un contrato temporal, sino un ceder incondicionalmente el propio <yo> a un <tú>. La entrega a la otra persona solo puede ser acorde a la naturaleza humana si el amor es total y sin reservas”

En efecto, así lo expresó Nuestro Señor Jesucristo en su <Sermón de la montaña>, (Mt  5, 31-32):

-Se ha dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, que le dé el libelo de repudio

-Pero yo os digo que todo el que repudia a su mujer, excepto en caso de fornicación, la expone a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.

 


Sí, <la ley de Moisés (Dt 24, 1-4) toleraba el divorcio por la dureza del corazón de los hebreos...
Jesús restablece la originaria indisolubilidad del matrimonio (Mt 19, 4-6; Gn 1, 27; Ef 5, 31; I Co 7, 10). (El Sacramento del matrimonio crea entre los cónyuges un vínculo perpetuo y exclusivo. Dios mismo ratifica el consentimiento entre los esposos.

Por tanto, el matrimonio rato y consumado entre bautizados no podrá ser nunca disuelto. C.I.C nº346). La frase  -excepto en caso de fornicación-, no relativiza la indisolubilidad, sino que se refiere a las uniones ilícitas que no constituyen un verdadero matrimonio (Lv 18, 6-29)> (Nota a pie de página en la <Biblia de Navarra> Ed. Eunsa S.A. Pamplona. España).

 
 

Para los seres humanos, desde el principio, la unión conyugal es la base  sobre la que se asienta la familia,  expresión primera y fundamental de toda sociedad, que no ha cambiado  a través de los siglos,  tal como nos recordaba el Papa Juan Pablo II en una carta dirigida a las familias:

“En su núcleo esencial esta visión no ha cambiado ni siquiera en nuestros días. Sin embargo, actualmente se prefiere poner de relieve todo lo que en la familia, que es la más pequeña y primordial comunidad humana, representa la aportación personal del hombre y de la mujer. En efecto, la familia es una comunidad de personas, para las cuales el propio modo de existir y de vivir juntos es la comunión: <communio personarum>.

También aquí, salvando la absoluta transcendencia del Creador respecto a la criatura, emerge la referencia ejemplar al <Nosotros> divino. Solo las personas son capaces de existir <en comunión>. La familia arranca de la comunión conyugal que el Concilio Vaticano II califica como <alianza> por la cual el hombre y la mujer <se entregan y aceptan mutuamente>” (Papa Juan Pablo II. Carta a las familias dada en Roma el 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor 1994).

 
 

No obstante, como el día a día nos demuestra, esta comunión puede verse afectada por diversos factores, entre los que caben destacar la infidelidad,  los <malos tratos>, e incluso la violencia doméstica...
Situaciones así, si no se corrigen a tiempo, pueden llevar a desenlaces desastrosos como el divorcio, o  luctuosos como el suicidio o el asesinato, tema este último, que está siendo, por desgracia, muy frecuente en los últimos tiempos. Todo esto, da lugar al sufrimiento no solo de los conyugues y de los hijos, sino también del resto de la familia... 



No obstante, siempre hay que tener presente la acción del Espíritu Santo, en favor de la familia,  como aseguraba Juan Pablo II (Ibid):

“La experiencia humana enseña que el amor humano, orientado por su naturaleza hacia la paternidad y la maternidad, se ve afectado a veces por una crisis profunda, y por tanto se encuentra amenazado seriamente.

En tales casos, habrá que pensar en recurrir a los servicios ofrecidos por los consultorios matrimoniales y familiares, mediante los cuales es posible encontrar ayuda, entre otros, de psicólogos y psicoterapeutas específicamente preparados.

Sin embargo, no se puede olvidar que son siempre válidas las palabras del Apóstol: <Doblé mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre la familia en el cielo y en la tierra> (Ef 3, 14-15).

El matrimonio, el matrimonio Sacramento, es una alianza de personas en el amor. Y el amor puede ser profundizado y cuestionado solamente por el amor, aquel que es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado> (Rm 5, 5)”

 

 

viernes, 19 de mayo de 2017

TRABAJOS PUBLICADOS EN: MRM.MARUS (XXVIII)



 
 
 




*JESÚS DIJO (XXVII): TRABAJOS REALIZADOS POR MRM.MARUS (18/3/17)

 

 

*JESÚS Y EL VERBO ENCARNADO (23/3/17)

 

 

*DIOS LOS CREÓ (1ª Parte) (1/4/17)

 

 

*JESÚS TENÍA QUE RESUCITAR DE ENTRE LOS MUERTOS (7/4/17)

 

 

*JESÚS Y SUS SACRAMENTOS (II) (11/4/17)

 






Biblia de Navarra. Edición Popular. Ediciones Universidad de Navarra, S.A. Pamplona (España) 2007

 

 

                                                                  CARTA A LOS GÁLATAS

 

*AMONESTACIONES A LOS GÁLATAS (1, 6-10)

 

Me sorprende que hayáis abandonado tan pronto al que os abandonó por la gracia de Cristo para seguir otro evangelio; / aunque no es que haya otro, sino que hay algunos que os inquietan y quieren cambiar el evangelio de Cristo. / Pero aunque nosotros mismos o un ángel  del cielo os anunciásemos un evangelio diferente del que os hemos predicado, ¡sea anatema! /  Como os lo acabamos de decir, ahora os lo repito: si alguno os anuncia un evangelio diferente del que habéis recibido, ¡sea anatema! / ¿Busco ahora la aprobación de los hombres o la de Dios? ¿O es que pretendo agradar a los hombres? Si todavía pretendiera agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo.

 

*LA VOCACIÓN DE SAN PABLO (1, 11-24)

 

Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio que os he anunciado no es algo humano; / pues yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. / Porque habéis oído de mi conducta  anterior en el judaísmo: cómo perseguía con saña a la Iglesia de Dios y la combatía, y aventajaba en el judaísmo a muchos contemporáneos de mi raza, por ser extremadamente celoso de las tradiciones de mis padres. / Pero cuando Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien / revelar en mí a su Hijo para que le anunciara entre los gentiles, enseguida, sin pedir consejo a la carne ni a la sangre, y sin subir a Jerusalén a ver a los apóstoles, mis predecesores, me retiré a Arabia, y de nuevo volví a Damasco. / Luego, tres años después, subí a Jerusalén para ver a Cefas, y permanecí a su lado quince días; / pero no vi a ningún otro de los apóstoles, excepto a Santiago, el hermano del Señor. / De lo que os escribo, Dios es testigo que no miento. / Después me fui a las regiones de Siria y Cilicia. / Por eso no me conocían personalmente las Iglesias de Cristo que había en Judea. / Solamente habían oído decir: <El que antes nos perseguía, predica ahora la fe que en otro tiempo combatía>, y glorificaban a Dios por mi causa.

 

*VIAJE A JERUSALÉN (2, 1-10)

 

Luego, catorce años después, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo también a Tito. / Subí impulsado por una revelación y, a solas, les expuse a los que gozaban de autoridad el Evangelio que predico entre los gentiles, no fuera que corriese o hubiese corrido inútilmente. / Pues bien, ni siquiera Tito, que me acompañaba, aunque era griego, fue obligado a circuncidarse. / Y eso, a pesar de los falsos hermanos intrusos que se infiltraron para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a servidumbre. / Pero ni por un momento accedimos a someternos a ellos, para que la verdad del Evangelio permanezca en vosotros. / En cuanto a los que consideraba que eran autoridad –nada me importa lo que hayan sido en otro tiempo: Dios no hace acepción de personas-, pues bien, los que gozaban de autoridad, no me hicieron ninguna corrección, / sino que, por el contrario, al ver que se me había confiado la predicación del Evangelio a los incircuncisos, de la misma manera que a Pedro a los circuncisos / -pues quien dio fuerzas a Pedro para el apostolado entre los circuncisos me las dio también a mí para el de los gentiles-, / y al conocer la gracia que se me había concedido, Santiago, Cefas y Juan –que eran considerados como columnas- nos dieron la mano a mí y a Bernabé, en señal de comunión, para que nosotros predicásemos a los gentiles, y ellos a los circuncisos. / Solamente nos recomendaron que nos acordásemos de los pobres, cosa que he procurado hacer con empeño.

 

*EL INCIDENTE CON ANTIOQUÍA (2, 11-21)

 

Pero cuando vino Cefas a Antioquía, cara a cara le opuse resistencia, porque merecía reprensión. / Porque antes de que llegasen algunos de los que estaban con Santiago, comía con los gentiles; pero en cuanto llegaron ellos, empezó a retraerse y a apartarse por miedo a los circuncisos. / También los demás judíos le siguieron en el disimulo, de manera que incluso arrastraron a Bernabé al disimulo. / Pero, en cuanto vi que no andaban rectamente según la verdad del Evangelio, le dije a Cefas delante de todos: <Si tú, que eres judío, vives como un gentil y no como un judío, ¡cómo es que les obligas a los gentiles a judaizarse?> / Nosotros somos judíos por nacimiento; no somos pecadores procedentes de los gentiles. / Y sin embargo, como sabemos que el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por medio de la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la Ley, ya que por las obras de la Ley ningún hombre será justificado. / Ahora bien, si al buscar ser justificados en Cristo, nosotros somos también considerados pecadores, ¿es que Cristo es ministro del pecado? ¡De ninguna manera! / Pues si lo que he destruido lo vuelvo a edificar, me manifiesto como transgresor. / Porque yo por la Ley he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo estoy crucificado: / vivo, pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y la vida que vivo ahora en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí. / No anulo la gracia de Dios; pues si la justicia viene por medio de la Ley, entonces Cristo murió por nada.

 

*LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE (3, 1-14)

 

¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó a vosotros, que habéis tenido ante los ojos a Jesucristo en la cruz? / Sólo quiero saber de vosotros esto: ¿habéis recibido el Espíritu por las obras de la Ley o por la obediencia a la fe? / ¿Tan insensatos sois? Habéis empezado con el Espíritu, ¿y acabáis ahora en la carne? / ¿En vano habéis vivido cosas tan grandes? ¡Bien en vano sería! / Ahora bien, el que os comunica el Espíritu y obra milagros entre vosotros ¿Lo hace por virtud de las obras de la Ley o por la obediencia a la fe? / Así, Abrahán creyó en Dios, y le fue contado como justicia. / Por tanto, daos cuenta de quiénes viven de la fe, ésos son hijos de Abrahán. / La Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, anunció de antemano a Abrahán: En ti serán bendecidas todas las naciones. / Así pues, los que viven de la fe son bendecidos con el fiel de Abrahán. / Porque todos los que se apoyan en las obras de la Ley están sujetos a maldición, pues está escrito: Maldito todo el que no persevere en el cumplimiento de todo lo que está escrito en el libro de la Ley. / Porque está claro que nadie es justificado delante de Dios en virtud de la Ley, ya que el justo vivirá de la fe; / pero la Ley no se funda en la fe, sino que quien cumple sus preceptos vivirá por ellos. / Cristo nos rescató de la maldición de la Ley, haciéndose maldición por nosotros, pues está escrito: Maldito todo el que esté colgado de un madero, / para que la bendición de Abrahán llegase a los gentiles en Cristo Jesús, a fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.

 

*LA LEY Y LA PROMESA (3, 15-29)

 

Hermanos, voy a utilizar un razonamiento humano: nadie anula ni puede añadir nada a un testamento legalmente reconocido, a pesar de ser de un  hombre. / Pues bien, las promesas fueron hechas a Abrahán y a su descendencia. No dice: <Y a los descendientes>, como si hablara de muchos, sino de uno solo: Y a tu descendencia, que es Cristo. / Con esto quiero decir: el testamento establecido antes por Dios con la forma debida, no lo invalida la Ley, otorgada cuatrocientos treinta años después, de modo que la promesa quede anulada. / Porque si la herencia viene de la Ley, entonces no viene de la promesa; sin embargo, Dios se la concedió gratuitamente a Abrahán por medio de la promesa. / ¿Para qué entonces la Ley? Fue añadida pensando en las transgresiones, hasta que viniese la descendencia a quien iba dirigida la promesa, Ley que fue promulgada por medio de ángeles con intervención de un mediador. / Ahora bien, donde actúa uno solo no cabe mediador, y Dios es uno solo. / Luego, ¿la Ley va en contra de las promesas de Dios? ¡De ninguna manera! Pues si se hubiera dado una Ley capaz de vivificar, entonces la justicia vendría realmente de la Ley. / Pero la Escritura encerró todas las cosas bajo el pecado, para que la promesa fuese dada a los creyentes por la fe en Jesucristo. / Antes de que llegara la fe, estábamos bajo la custodia de la Ley, encerrados en espera de la fe que debía ser relevada. / Por consiguiente, La Ley ha sido nuestro pedagogo, que nos condujo a Cristo, para que fuéramos justificados por la fe; / pero cuando ha llegado la fe, ya estamos sujetos al pedagogo. / En efecto, todos sois hijos de Dios por medio de la fe en Cristo Jesús. / Porque todos los que fuisteis bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo. / Ya no hay diferencia entre judío y griego, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer, porque todos vosotros sois de Cristo, sois también descendencia de Abrahán, herederos según la promesa.

*LA FILIACIÓN DIVINA (4, 1-11)

 

Ahora bien, mientras el heredero es menor de edad, aunque sea dueño de todo, no se diferencia en nada de un siervo, / sino que está sometido a tutores y administradores hasta el momento señalado por su padre. / También nosotros cuando éramos menores de edad estábamos sujetos como esclavos a los elementos del mundo. / Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió a Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, / para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. / Y, puesto que sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: < ¡Abbá, Padre!> / De manera que ya no eres siervo, sino hijo; y como eres hijo, también heredero por gracia de Dios. / Pero en otro tiempo, cuando no conocíais a Dios, servisteis realmente a los que no son dioses. / Ahora, en cambio, que habéis conocido a Dios, mejor dicho, que habéis sido conocidos por Dios, ¿cómo es que volvéis otra vez a estos elementos sin fuerza y sin valor, a los que queréis servir de nuevo como antes? / ¡Seguís observando cuidadosamente los días, los meses, las estaciones y los años! / Temo haberme esforzado por vosotros inútilmente.

 

*ADVERTENCIAS PATERNALES DE SAN PABLO (4, 12-20)

 

Os ruego, hermanos, que seáis como yo, pues también yo me he hecho como vosotros. En nada me habéis agraviado; / bien sabéis que cuando os prediqué el Evangelio por primera vez, por culpa de una enfermedad, / a pesar de que esa situación era una prueba para vosotros, no me despreciasteis ni me rechazasteis, sino que me recibisteis como a un ángel de Dios, como al mismo Cristo Jesús. / ¿Entonces, dónde está esa alegría que manifestabais? Puedo atestiguar de vosotros que, de ser posible, os habríais arrancado los ojos para dármelos. / ¿Es que me he convertido en vuestro enemigo por deciros la verdad? / El interés que muestran por vosotros no es bueno, sino que quieren separaos de nosotros, para que os entreguéis a ellos. / En cambio lo que es bueno es mostrar siempre interés por el bien, y no sólo cuando estoy presente entre vosotros, / hijos míos, por quienes padezco otra vez dolores de parto, hasta que Cristo esté formado en vosotros. / Desearía estar presente ahora entre vosotros, y cambiar el tono de mi voz, porque no sé qué hacer con vosotros.

 

*ALEGORÍA DE LOS DOS TESTAMENTOS: AGARE Y SARA ( 4, 21-31)

 

Decidme, los que queréis estar sujetos a la Ley: ¿no habéis oído la Ley? / Pues está escrito que Abrahán tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre. / Pero el de la esclava nació según la carne; en cambio, el de la libre, en virtud de la promesa. / Todo esto tiene un sentido alegórico, porque estas mujeres representan los dos testamentos: uno, el del Monte Sinaí, que entrega esclavos, es Agar. / La palabra <Agar> en Arabia designa el monte Sinaí y corresponde a la Jerusalén actual, que es, en efecto, esclava junto  a sus hijos. / En cambio, la Jerusalén de arriba es libre, y es nuestra madre; /  pues está escrito: Alégrate, estéril, que no das a luz; rompe en gritos de júbilo, tú que no sufres dolores de parto, porque son muchos los hijos de la abandonada, más que de la que tiene marido. / Vosotros, hermanos, como Isaac, sois hijos de la promesa. / Pero al igual que entonces el que había nacido según la carne perseguía al nacido según el espíritu, así sucede también ahora. / Pero  ¿qué dice la Escritura? Expulsa a la esclava y a su hijo, pues no heredará el hijo de la esclava como el hijo de la libre. / por tanto, hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la libre.

 

*LA LIBERTAD CRISTIANA (5, 1-12)

 

Para esta libertad Cristo nos ha liberado. Manteneos, por eso, firmes, y nos os dejéis sujetar de nuevo bajo el yugo de la servidumbre. / Mirad: yo, Pablo, os digo que, si os circuncidáis, Cristo no os servirá de nada. / Y lo vuelvo a atestiguar a todo hombre que se circuncida: queda obligado a cumplir toda la Ley. / Os habéis separado de Cristo los que buscáis la justicia en la Ley; os habéis apartado de la gracia. / Pues nosotros, por el Espíritu, anhelamos a partir de la fe el fruto de la justicia. / Porque en Cristo Jesús no tienen valor ni la circuncisión ni la falta de circuncisión, sino la fe que actúa por la caridad. / Estabais corriendo bien. ¿Quién os ha impedido obedecer a la verdad? / Esa persuasión no procede del que os llamó. / Un poco de levadura hace fermentar toda la masa. / Yo confío en vosotros en el Señor que no tendréis otro sentir. El que os desconcierta, sea quien sea, recibirá el castigo merecido. / En cuanto a mí, hermanos, si predico aún la circuncisión, ¿por qué me persiguen todavía? Entonces habría desaparecido el escándalo de la cruz. / ¡Ojalá se mutilaran los que os inquietan!

 

*LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU Y LAS OBRAS DE LA CARNE (5, 13-26)

 

Porque de vosotros, hermanos, fuisteis llamados a la libertad. Pero que esta libertad no sea pretexto para la carne, sino servíos unos a otros por amor. / Pues toda la Ley se resume en este único precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. / Y si os mordéis y os devoráis unos a otros, mirad que acabaréis por destruiros. / Yo os digo: caminad en el Espíritu y no deis  satisfacción a la concupiscencia de la carne. / Porque la carne tiene deseos contrarios al espíritu, y el espíritu tiene deseos contrarios a la carne, porque ambos se oponen entre sí, de modo que no podéis hacer lo que os gustaría. / Si os dejáis conducir por el Espíritu, no estáis sujetos a la Ley. / Ahora bien, están claras cuáles son las obras de la carne: la fornicación, la impureza, la lujuria, / la idolatría, la hechicería, las enemistades, los pleitos, los celos, las iras, las riñas, las discusiones, las divisiones, / las envidias, las embriagueces, las orgías y cosas semejantes. Sobre ellas os prevengo, como ya os he dicho, que los que hacen esas cosas no heredarán el Reino de Dios. / En cambio, los frutos del Espíritu son: la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fe, / la mansedumbre, la continencia. / Contra estos frutos no hay ley. / Los que son de Jesucristo han crucificado su carne con sus pasiones y concupiscencias. / Si vivimos por el Espíritu, caminemos también según el Espíritu. / No seamos ambiciosos de vanagloria, provocándonos unos a otros, envidiándonos recíprocamente.

 

*CARIDAD FRATERNA (6, 1-10)

 

Hermanos, si alguien se le sorprendiera en alguna falta, vosotros, que sois espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, fijándote en ti mismo, no vaya a ser que tú también seas tentado. / Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo. / Porque si alguno se imagina que es algo, sin ser nada, se engaña a sí mismo. / Que cada uno examine su propia conducta, y entonces podrá glorificarse solamente en sí mismo y no en otro; / porque cada uno tendrá que llevar su propia carga. / Que el discípulo comparta toda clase de bienes con el que le instruye. / No os engañéis: de Dios nadie se burla. Porque lo que uno siembre, eso recogerá: / el que siembra en su carne, de la carne cosechará corrupción; y el que siembre en el Espíritu, del Espíritu cosechará la vida eterna. / No nos cansemos de hacer el bien, porque si perseveramos, a su tiempo recogeremos el fruto. / Por tanto, mientras disponemos de tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe.

 

*CONCLUSIÓN (6, 11-18)

 

Fijaos con qué letras tan grandes os escribo de mi propia mano. / Todos los que quieren ser bien vistos según la carne, ésos os obligan a circuncidaros, únicamente para que no les persigan por causa de la cruz de Cristo; /  porque ni los mismos que se circuncidan guardan la Ley, y lo que en realidad quieren es que vosotros os circuncidéis para gloriarse en vuestra carne. / ¡Que yo nunca me gloríe más que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo! / Porque ni la circuncisión ni la falta de circuncisión importan, sino la nueva criatura. / Para todos los que sigan esta norma, paz y misericordia, lo mismo que para el Israel de Dios. / En adelante, que nadie me importune, porque llevo en mi cuerpo las señales de Jesús. / Hermanos, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu. Amén

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 15 de mayo de 2017

DIOS LOS CREO (2ª Parte)



 
 
 
 
“Dios dijo: <Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Domine sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las fieras campestres y los reptiles de la tierra/Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, macho y hembra los creó/Dios los bendijo y les dijo: <Sed fecundos y multiplicaos, poblad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y cuantos animales se mueven sobre la tierra>/Y añadió: <Yo os doy toda planta seminífera que hay sobre la superficie de la tierra y todo árbol que da fruto conteniendo simiente en sí. Ello será vuestra comida/A todos los animales del campo, a las aves del cielo y a todos los reptiles de la tierra, a todo ser viviente, yo doy para comida  todo herbaje verde>. Y así fue” (Génesis 1, 26-30).


El martes seis de mayo del año 1980 el Papa Juan Pablo II, durante su discurso al Cuerpo Diplomático de Nairobi,   refiriéndose a estos versículos del Antiguo Testamento aseguraba:

“la Iglesia católica cree que no puede existir libertad, que no es posible el amor fraterno sin la referencia a Dios, que creó: <al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, macho y hembra>, y, precisamente por eso, nunca dejará de defender la libertad de culto y la libertad de conciencia, que considera un derecho fundamental de toda persona…

 
 
Ya que la falta de fe, la carencia de religión  y el ateísmo solo puede entenderse en relación con la religión y la fe, es difícil aceptar una posición  según la cual  sólo el ateísmo tiene derecho de ciudadanía en la vida pública y social, mientras los creyentes, casi por principio, son apenas tolerados o tratados como ciudadanos de segunda o, incluso -algo que ya ha ocurrido-, se ven privados totalmente de sus derechos como ciudadanos”

Son palabras fuertes de un Papa santo que profetizaban lo que ha venido ocurriendo en los últimos años del siglo XX y principios del siglo XXI.

Por otra parte, el Papa San Juan Pablo II fue uno de los Pontífices, de los últimos siglos, que más se interesó, por el papel de la mujer en la Iglesia y en el mundo, siguiendo el ejemplo dado por Jesús. Escribió una Carta Apostólica: <Mulieris Dignitatem>  publicada en el año 1988, y con anterioridad a ésta publicó, así mismo, una Exhortación Apostólica en el año 1974.

En ambos casos, habló largo y tendido sobre  temas muy importantes para la mujer, y de gran actualidad, sobre todo, si tenemos en cuenta la situación de la sociedad de hoy en día, en general  muy decantada hacia la defensa de mensajes contrarios a la Iglesia, que nada tienen que ver con los propuestos por nuestro Salvador. En efecto, este Papa demostró constantemente a lo largo de su Pontificado, un gran celo por los derechos de las mujeres no sólo en los trabajos anteriormente mencionados, sino además, en todas o casi todas sus Audiencias, Catequesis y, en definitiva, en el trato directo.
 
 
Concretamente en la Carta  Apostólica <Mulieris Dignitatem> aseguró que la mujer es sujeto vivo e insustituible de las <maravillas de Dios>: El hecho de ser hombre o mujer no comporta ninguna limitación, así como no limita, absolutamente la acción salvífica y santificante del Espíritu en el hombre el hecho de ser judío o griego, esclavo o libre, según las conocidas palabras del apóstol San Pablo (Gal 3,28): <Porque todos sois uno en Cristo Jesús>.


Esta unidad no anula la diversidad. El Espíritu Santo, que realiza esta unidad en el orden sobrenatural de la gracia santificante, contribuye en igual medida al hecho de que <profeticen vuestros hijos> al igual que <vuestras hijas>.

Profetizar significa expresar con la palabra <las maravillas de Dios >, conservando la verdad y la originalidad de cada persona, sea mujer o hombre. La <Igualdad evangélica>, la igualdad de la mujer y del hombre en relación con <las maravillas de Dios>, tal como se manifiesta de modo tan límpido en las obras y en las palabras de Jesús de Nazaret, constituye la base más evidente de la <dignidad y vocación de la mujer> en la Iglesia y en el mundo.

Toda <vocación> tiene un sentido profundamente personal y profético. Entendida así la vocación, lo que es personalmente femenino adquiere una medida nueva: la medida de las <maravillas de Dios> de las que la mujer es sujeto vivo y testigo insustituible”

 
 
 
Hermoso razonamiento el del Papa San Juan Pablo II, sin embargo, a lo largo de los últimos siglos el tema de los <derechos de la mujer>, parece haber adquirido un nuevo significado, tal como también aseguraba este mismo Papa; un sentido que no siempre ha resultado ser ajustado y favorable para la mujer, porque:

“La justa oposición de la mujer a lo que expresan las palabras bíblicas: <Él te dominará> (Gen 3,16), no puede de ninguna manera conducir a la <masculinidad> de las mujeres. Las mujeres en nombre de la liberación del dominio del hombre, no pueden tender a apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia originalidad femenina” (Papa San Juan Pablo II; Ibid).

Más aún, a veces se tiene la sensación de que, en la actualidad, algunas mujeres, han evolucionado hacia puntos de vista muy diferentes a los defendidos en  tiempos no tan lejanos.
Se engañan, pero no importa, hay que seguir insistiendo sobre ello, porque el bien y el mal existen, y eso lo sabe todo el mundo… por tanto, a la larga, la creencia en un Dios Creador Todopoderoso y, en un ser maligno, Satanás, que se le opuso desde siempre, es algo, que al final cala en el alma, de todo ser racional…
 
 
 
 
Lo que no se puede poner en tela de juicio es el hecho de que la Iglesia católica siempre ha obrado favorablemente con respecto a los derechos de las mujeres y, por supuesto, de los hombres, pero no se debería admitir que tuviera que aceptar postulados  tan opuestos a la misma, como son por ejemplo, el divorcio: contrario al Sacramento del matrimonio, instituido por Cristo, el aborto: contrario al quinto Mandamiento de la Ley de Dios (no matarás), y otras reivindicaciones, de menor calado, pero no por ello menos desajustadas a la buena marcha de las cosas en la Iglesia de Cristo.
 

En este sentido, San Pablo en el siglo I advertía, a los tesalonicenses por ejemplo, sobre la forma de agradar a Dios (1 Tes 4, 1-8):

-Por lo demás, hermanos, os rogamos y os exhortamos en el Señor Jesús a que , conforme aprendisteis de nosotros sobre el modo de comportaros y de agradar al Señor, y tal como ya estáis haciendo, progreséis cada vez más.

-Pues conocéis los preceptos que os dimos de parte del Señor Jesús.

-Porque ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os abstengáis  de la fornicación:

-que cada uno sepa guardar su propio cuerpo santamente y con honor,

-sin dejarse dominar por la concupiscencia, como los gentiles, que no conocen a Dios

-En este asunto, que nadie abuse ni engañe a su hermano, pues el Señor toma venganza de todas estas cosas, como ya os advertimos y aseguramos,

-porque Dios no nos llamó  a la impureza, sino a la santidad.

-Por tanto, el que menosprecia esto no menosprecia  a un hombre, sino a Dios, que además os concede el don del Espíritu Santo    

 Lo cierto es, que si se toman en consideración todas las ideas que chocan de plano con los preceptos que nuestro Creador impuso al género humano, si se pretende seguir caminando en contra de la <Ley natural>, inscrita en el corazón del hombre…, la familia: célula principal de la sociedad, sufriría en sus carnes un <golpe de gracia> terrible.
 
 
 
 
La violencia de género, la violencia en el hogar, la violencia en las escuelas, la violencia en las calles… son síntomas que nos hablan de un futuro nada halagüeño para la familia y la sociedad en general. Hay tenemos instalada, de forma solapada, la que se ha dado en llamar <cultura de la muerte>. Los resultados de tal cultura están, por desgracia, ya haciendo estragos, especialmente entre la población más joven de todo el mundo: ¿Cómo es posible que el número de adolescentes e incluso de niños, que se suicidan, pueda estar aumentando de una forma tan terrible y descorazonadora?  


Las familias desestructuradas tendrían que pensar muy seriamente en esta nueva forma de, por así decir, protesta de los hijos, que acaba con sus vidas y con la de sus familiares más allegados, por el inmenso dolor que conlleva. Son tragedias, muchas veces, que parecen inexplicables, pero que si se profundiza un poco en el origen, acaba conduciéndonos, las más de las veces, a problemáticas familiares, unidas a otros aspectos promocionados por tantos y tantos foros sociales a los que los adolescentes y niños tienen hoy en día fácil acceso.

 
 
 
 
Para aquellas personas que se hayan dejado seducir por ciertas teorías desviadas de la <Ley natural>, lo único, verdaderamente importante, es lo que se  ha dado en llamar: <auto-designación de la identidad>. Pero ¡cuidado!, porque desgraciadamente estas teorías están conduciendo, mejor dicho, han conducido ya, al pretender aplicarlas en la práctica, a depresiones en algunas personas, que han llevado incluso a grandes desgracias. Un dato devastador, en este sentido, es la estadística que establece un mayor número de suicidios, entre los jóvenes, pertenecientes a edades comprendidas entre los dieciocho y veintiún años, casi siempre relacionados con problemáticas derivadas de la falta de identidad sexual, sumada al consumo de drogas de todo tipo...


Los problemas mayores, provocados por estas teorías erróneas, se producen, sin duda, en el seno de las familias, que es donde se acusa de lleno la llamada <guerra de los sexos>, y sus consecuencias… un grave problema, que no sería tal, si se tuviera en cuenta que el verdadero fin de todo hombre y toda mujer, siempre es el  mismo, la salvación de sus almas, que es lo que les iguala a los ojos de Dios…

 
 
 
Porque todos los seres humanos debemos cumplir las mismas leyes divinas para salvarnos…y deberíamos preocuparnos de ellas más de lo que en la actualidad hacemos…teniendo en cuenta los deseos de Dios que conducen siempre al amor fraterno y a la laboriosidad y no al abandono de las buenas costumbres, tal como recordaba San Pablo a los pobladores de Tesalónica (1 Tes 4, 9-12):

-En cuanto al amor fraterno, no tenéis necesidad de que os escriba, pues vosotros mismos habéis sido instruidos por Dios para que os améis los unos a los otros,

-y en efecto, así lo estáis poniendo por obra con todos los hermanos en toda Macedonia. Pero os encarecemos, hermanos, a que progreséis más,
-y a que os esmeréis en vivir con serenidad, ocupándoos de vuestros asuntos y trabajando con vuestras manos, como os ordenamos,

-de modo que os comportéis honradamente ante los de fuera y no necesitéis de nadie


Para aquellos que no creen en la existencia de un Dios Creador, estos comportamientos puede  que no les digan nada, además, por desgracia, hay otros muchos que siendo creyentes, sin embargo, se han sentido también atraídas por falsas teorías, especialmente en los últimos siglos, que  han conducido a la dada en llamar <cultura de la muerte>...

En este sentido San Pablo reflexionaba así al dirigirse a los tesalonicenses: (1Tes  4, 13-15)

-No queremos hermanos, que ignoréis lo que se refiere a los que han muerto, para que no os entristezcáis como esos otros que no tienen esperanza,
-porque si creemos que Jesús murió  y resucitó, de igual manera también Dios, por medio de Jesús, reunirá con Él a los que murieron.

-Así pues, como palabra del Señor, os transmitimos lo siguiente: nosotros, los que vivamos, los que quedemos hasta la venida del Señor, no nos anticipemos a los que hayan muerto;
 
 
 
 
"porque cuando la voz del arcángel y la trompeta de Dios den la señal, el Señor mismo descenderá del cielo y resucitarán en primer lugar los que murieron en Cristo / después, nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados a la nubes con ellos al encuentro del Señor en los aires (1 Tes 4, 16-17)"


San Pablo con esta carta dirigida al pueblo de Tesalónica, y por extensión a toda la humanidad hasta el final de los siglos, no pretende fijar el día y la hora en la que tendrá lugar la Parusía, lo que de verdad intenta es hacernos comprender que tendrá lugar de forma inesperada, y sobre todo que lo que importa a toda mujer y a todo hombre es el estar preparado para tan magno acontecimiento. Cuando llegue ese momento, y es seguro que llegará, los que aún estén vivos no tendrán ventaja sobre los que ya hayan muerto, ya que lo que importa, es alcanzar en <Cristo>, el final del curso de nuestra vida sobre la Tierra (1Tes 4, 16).   

Por eso, en los últimos siglos, tan faltos de esperanza, ante tanta locura, desenfreno y especialmente tantos sufrimientos provocados en el seno familiar, la Iglesia de Cristo nunca ha permanecido impasible, siguiendo el mandato del Señor. La Iglesia ha hablado muy claro, a través de sus máximos responsables, especialmente a través de sus Pontífices, como por ejemplo:

León XIII (1878-1903), Pío X (1903-1914), Benedicto XV (1914-1922), Pío XI (1922-1939), Pío XII (1939-1958), Juan XXIII (1958-1963), Pablo VI (1963-1978), Juan Pablo II (1978-2005), Benedicto XVI (2005-2013)

 y por supuesto, nuestro actual Papa Francisco.

Recordemos, por ejemplo, que durante los Pontificados de Pío XII y de Juan XXIII, se promocionó a la mujer de forma clara y combativa.
 
 
 
 
 
Concretamente para Juan XXIII la paridad de derechos entre el hombre y la mujer, era un signo de los tiempos. Este Papa fue el que convocó el Concilio Vaticano II, en el que se analizó el problema de los derechos de la mujer y la situación de la familia. Más tarde, las conclusiones del mismo quedaron reflejadas en documentos muy importantes, en los que se denunciaba la necesidad de acabar con todo tipo de discriminación sexual en la sociedad civil, y se daba una gran prioridad al problema familiar.

 
 
 
 
 
Es un problema muy grave al cual se enfrenta en estos momentos la Iglesia de Cristo, y contra el que tiene que luchar sin denuedo, pues de lo contrario peligraría su esencia misma; de todas formas, no es éste el único grave problema, porque como hemos venido denunciando, está en riesgo la esencia y la unidad familiar, y ello conlleva la destrucción de la sociedad.


Nos referimos como es lógico, una vez más, al <derecho a la vida del engendrado y no nacido>.

El Papa San Juan Pablo II advertía ya en el siglo pasado que:

“El derecho a la vida, para el hombre, es un derecho fundamental. Y sin embargo, cierta cultura contemporánea ha querido negarlo, transformándolo en un derecho incómodo de defender.

¡No hay ningún otro derecho que afecte más de cerca a la existencia misma de la persona!

Derecho a la vida significa derecho a venir a la luz y, luego, a perseverar en la existencia hasta su natural extinción: <mientras vivo tengo derecho a vivir>.

La cuestión del niño concebido y no nacido es un problema especialmente delicado, y sin embargo claro. La legalización de la interrupción del embarazo no es otra cosa que la autorización dada al hombre adulto –con el aval de una ley instituida-, para privar de vida al hombre no nacido y, por eso, incapaz de defenderse…”
 
 
 
 
“<La concepción moderna de la familia>, entre otras cosas, por reacción al pasado, ha dado gran importancia al amor conyugal, subrayando sus aspectos subjetivos de libertad en las opciones y en los sentimientos. En cambio, existe una mayor dificultad para percibir y comprender el valor de la llamada a <colaborar con Dios> en la procreación de la vida humana>. Además las sociedades contemporáneas, a pesar de contar con muchos medios, no siempre logran facilitar la misión de los padres, tanto en el campo de las motivaciones espirituales y morales como en el de las condiciones prácticas de vida. Es sumamente necesario, tanto en el ambiente cultural como en el político y legislativo, sostener a la familia” (Insegnamenti di Benedetto XVI, I (2005) Lev, Roma 2006)


Sí,  el Papa Benedicto XVI defendiendo la dignidad de la persona aseguraba, así mismo, que:

“El reconocimiento de la dignidad humana, como derecho inalienable, haya su fundamento primero en esa Ley no escrita por mano de hombre, sino inscrita por Dios Creador en el corazón del hombre, que cada ordenamiento jurídico está llamado a reconocer como inviolable y cada persona debe de respetar y promover…

Sin el principio fundador de la dignidad humana sería muy difícil hallar una fuente para los derechos de las personas e imposible alcanzar un juicio ético respecto a las conquistas de la ciencia que intervienen directamente en la vida humana. Es necesario, por tanto, repetir con firmeza que no existe una comprensión de la dignidad humana ligada sólo a elementos externos como el progreso de la ciencia, la gradualidad en la formación de la vida humana o el pietismo fácil ante situaciones límites.

Cuando se invoca el respeto por la dignidad de la persona es fundamental que sea pleno, total y sin sujeciones, excepto las de reconocer que se está siempre ante una vida humana. Cierto: la vida humana conoce un desarrollo propio y el horizonte de investigación de la ciencia y de la bioética está abierto, pero es necesario subrayar que cuando se trata de ámbitos relativos al ser humano, los científicos jamás pueden pensar que tienen entre manos sólo materia inanimada y manipulable.
 
 
 
 
De hecho, desde el primer instante, la vida del hombre se caracteriza por ser <vida humana> y por esto siempre portadores de dignidad, en todo lugar y a pesar de todo. De otra forma, estaríamos siempre en presencia del peligro de un uso instrumental de la ciencia, con la inevitable consecuencia de caer fácilmente en lo arbitrario, en la discriminación y en el interés económico del más fuerte” (Discurso del santo padre Benedicto XVI a los participantes en la Asamblea de la Academia Pontificia para la vida del 13 de febrero del año 2010)


Es necesario que tanto el hombre como la mujer se paren a reflexionar en cual es el futuro, que quieren para sus descendientes, porque la familia tradicional, no es ninguna cosa del pasado, sino que debería ser una cosa del futuro para que la humanidad siguiera progresando...

 
 
 
El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Postsinodal: <Amoris Laetitia>, dada en Roma durante el jubileo extraordinario de la Misericordia, el 19 de marzo, de 2016, solemnidad de San José, nos ha hablado, como casi siempre, sobre la familia, los hijos, el matrimonio y otros muchos temas relacionados con estos, analizados en profundidad durante el reciente Sínodo de los Obispos de la que recogemos un pequeño párrafo que nos ha parecido extraordinariamente interesante:

“Los Padres sinodales han mencionado que <no es difícil constatar que se ha difundido una mentalidad que reduce la generación de la vida a una variable de los proyectos individuales o de los cónyuges>

La enseñanza de la Iglesia <ayuda a vivir de manera armoniosa y consciente la comunión entre los cónyuges, en todas sus dimensiones, junto a la responsabilidad generativa. Es preciso redescubrir el mensaje de la Encíclica <Humanae Vitae> del Papa Pablo VI, que insistía en la necesidad de respetar la dignidad de la persona en la valoración moral de los métodos de regulación de la natalidad…

En este contexto, no puedo dejar de decir que, si la familia es el santuario, es el lugar donde la vida se engendra y cuida, constituye una contradicción lacerante que se convierta en el lugar donde la vida es negada y destrozada.

Es tan grande el valor de la vida humana, y es tan inalienable el derecho a la vida del niño inocente que crece en el seno de la madre, que de ningún modo se puede plantear como un derecho, sobre el propio cuerpo, la posibilidad de tomar decisiones con respecto a esa vida, que es un fin en sí misma y que nunca puede ser un objeto de dominio de otro ser humano.

La familia protege la vida en todas sus etapas y también en su ocaso. Por eso <a quienes trabajan en las estructuras sanitarias>, se les recuerda la obligación moral de la objeción de conciencia. Del mismo modo, la Iglesia no sólo siente la urgencia de afirmar el derecho a la muerte natural, evitando el ensañamiento terapéutico y la eutanasia, sino también rechaza con firmeza la pena de muerte”