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sábado, 1 de julio de 2017

JESÚS Y LA INDISOLUBILIDAD DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO (I)



 
 
 
 


Para tratar de entender  aquellos temas que atañen al hombre es necesario invariablemente recurrir a su origen y este origen es Dios. También en el tema de la indisolubilidad del sacramento del matrimonio es necesaria esta premisa, debemos ineludiblemente recordar las palabras de Jesús sobre esta cuestión en los evangelios (Mt 5, 31-32):

“Se dijo (Dt 24,1): al que despidiere a su mujer, dele  libelo de repudio / Más yo os digo que todo el que despidiere a su mujer, excepto en caso de fornicación, la hace cometer adulterio; y quien se case con una repudiada, comete adulterio”
 
 


Son dos las  enseñanzas de Jesús a los hombres, según el evangelio de san Mateo,  durante el Sermón de la montaña, con respecto al sacramento del matrimonio, pero ambas conducen a la indisolubilidad del matrimonio para evitar el pecado de adulterio.
Sin duda, los seguidores del Señor debieron de llevarse una desagradable sorpresa debido a las costumbres imperantes desde antiguo entre el pueblo judío. Los mismos apóstoles quedaron intranquilos y más adelante, se lo hicieron ver con motivo de una pregunta realizada por los fariseos sobre el tema (Mt 19, 1-11):

-Sucedió que Jesús partió de Galilea y vino a los confines de Judea allende de Jordán,  
-y le siguieron grandes muchedumbres, y los curó allí.  

-Y se le acercaron unos fariseos, tentándole y diciéndole: < ¿es lícito repudiar a la mujer por cualquier motivo?>
-Él respondió, dijo: ¿No leísteis tal vez que el que los creó desde el principio los hizo varón y hembra?

-Por esto dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne (Gen 2,24)
-Así que ya no son dos, sino una carne. Lo que Dios, pues, juntó, el hombre no lo separe

-dícenle < ¿Por qué Moisés prescribió dar libelo de divorcio y repudiar?> (Dt 24,1).
 

-Díceles: porque Moisés en razón de vuestra dureza de corazón, os consintió repudiar a vuestras mujeres; más desde un principio no ha sido así
-Y os digo que quien repudia a su mujer, no interviniendo fornicación y se casare con otra, adultera, y quien se casare con la repudiada adultera

-Dícenle los discípulos: <si tal es la situación del hombre respecto de la mujer, no vale la pena casarse>
-Él les dijo: no todos son capaces de comprender esta palabra, sino aquellos a quienes ha sido dado
 
 
 

 A los cristianos nos ha sido dada la palabra de Dios, a través de su Hijo unigénito y por tanto estamos obligados, a aceptarla y guardarla siempre; sin embargo ello resulta difícil cuando el hombre se rebela contra su Creador y es por eso que desde que Jesús pronunciara estas sentencias, sus apóstoles primero, los Padres de la Iglesia después y los Pontífices de la misma, han tenido que seguir pronunciando estas mismas palabras, con ligeros variantes en lo superficial, en las formas, que no en el contenido, a lo largo de todos estos siglos…

El hombre del siglo XXI ha llegado hasta nuestros días arrastrando durante muchos años, una serie de negaciones y falsas teorías con respecto a la indisolubilidad del matrimonio y en particular del sacramento instituido por Jesús al asistir a las bodas de Caná de Galilea (Jn 2, 1-11), y con ello elevar la unión entre hombre y mujer a la categoría sacramental.
 
 



Las manifestaciones realizadas por los Papas máximas autoridades dentro de las Iglesia de Cristo, han estado siempre en esta línea, y por desgracia han tenido mucho trabajo que realizar al respecto y tendrán que seguir realizando para que se cumpla la palabra de Jesús…

Dando un repaso a las declaraciones, catequesis y enseñanzas en general de los Pontífices de los dos últimos siglos, podemos comprobar, como esto es así, y como la Iglesia siempre ha respetado aquellas enseñanzas de Cristo sobre el matrimonio y su indisolubilidad.

Queremos empezar este repaso sobre las enseñanzas de los Papas en los últimos siglos sobre el tema de la indisolubilidad del matrimonio, con el sumo Pontífice León XIII, el cual en su Carta Encíclica <Arcanum Divinae Sapientiae> dada el 10 de febrero de 1880, segundo de su pontificado se expresaba en los siguientes términos:
 
 

“Para todos consta, venerables hermanos, cual es el verdadero origen del matrimonio. Pues, a pesar que los detractores de la fe cristiana traten de desconocer la doctrina constante de la Iglesia acerca de este punto y se esfuerzan ya desde tiempo por borrar la memoria de todos los siglos, no han logrado, sin embargo, ni extinguir ni siquiera debilitar la fuerza y la luz de la verdad.

Recordamos cosas conocidas de todos y de las que nadie duda: después que en el sexto día de la creación formó Dios al hombre del limo de la tierra e infundió en su rostro el aliento de vida, quiso darle una compañera, sacada admirablemente del costado de él mismo mientras dormía. Con lo cual quiso el próvido Dios que aquella pareja de cónyuges fuera el natural principio de todos los hombres, o sea, de donde se propagara el género humano y mediante ininterrumpidas procreaciones se conservara para todos los tiempos.

Y aquella unión del hombre y la mujer, para responder de la mejor manera a los sapientísimos designios de Dios, manifestó desde ese mismo momento dos principalísimas propiedades, nobilísimas sobre todo y como impresas y grabadas ante sí: la unidad y la perpetuidad. Y esto lo vemos declarado y abiertamente confirmado en el Evangelio por la autoridad divina de Jesucristo, que atestiguó a los judíos y a los apóstoles que el matrimonio, por su misma institución sólo puede verificarse entre dos, esto es, entre un hombre y una mujer; que de estos dos viene a resultar como una sola carne, y que el vínculo nupcial está tan íntima y fuertemente atado por la voluntad de Dios, que por nadie de los hombres puede ser desatado o roto. Se unirá (el hombre), a su esposa y serán dos en una carne. Y así no son dos, sino una carne. Por consiguiente, lo que Dios unió, el hombre no lo separe”

León XIII (Joaquín Pecci), nació en el seno de una familia noble en 1810 y desde muy joven sintió la llamada de Cristo, siendo ordenado sacerdote en el año 1837.



Muy pronto se puso de manifiesto sus dotes morales e intelectuales por las cuales fue nombrado arzobispo de Perusa en 1846 y cardenal en el año 1853. El Papa Pío IX le llamó a su lado y le nombró Camarlengo en 1877 y como al poco tiempo murió este Pontífice, fue elegido por la Iglesia Papa el día 2 de febrero de 1878. Por su espíritu abierto y conciliador muy pronto fue estimado por su grey, pero los retos a los que tuvo que enfrentarse a finales del siglo XIX, fueron muy grandes, no siendo uno de los menores la actitud hostil hacia Cristo y su Iglesia por una parte de la sociedad progresista que se dejaba embaucar por el ángel caído.

El liberalismo filosófico desgraciadamente se había extendido como agua sobre aceite invadiendo tanto el campo de la política como el de la economía y esto llevó al nuevo Pontífice a escribir su famosa carta encíclica <Rerum  Novarum>, en la que se atrevió a afrontar de forma clara y directa la llamada cuestión social. Pero además de esta carta que ha sido punto de referencia desde entonces para significar la labor social de la Iglesia, escribió otras muchas cartas encíclicas, entre las que se cuenta ésta que ahora estamos recordando que nos muestra el interés de este Papa por el tema de la indisolubilidad del matrimonio. Por otra parte, ante los ataques al sacramento del matrimonio y a la potestad de la Iglesia, también manifiesta en la misma  que (Ibid):

“No faltan, quienes ayudados por el enemigo del género humano, igual que con incalificable  actitud rechazan los demás beneficios de la redención, desprecian también o tratan de desconocer la restauración y elevación del matrimonio; fue falta de no pocos entre los  antiguos haber sido enemigos en algo del matrimonio, pero es mucho más grave en nuestros tiempos el pecado de aquellos que tratan de destruir totalmente su naturaleza, perfecta y completa en todas sus partes.

La causa de ello reside  principalmente en que, imbuidos en las opiniones de una filosofía falsa y por la corrupción de las costumbres, muchos nada toleran menos que someterse y obedecer, trabajando denodadamente, además, para que no sólo los individuos, sino también las familias y hasta la sociedad humana entera desoiga soberbiamente el  mandato de Dios.

Ahora bien: hallándose la fuente y el origen de la sociedad humana en el matrimonio, les resulta insufrible que el mismo esté bajo la jurisdicción de la Iglesia y traten, por el contrario, de despojarlo de toda santidad y reducirlo al círculo verdaderamente muy estrecho de las cosas de institución humana… “


Sabías palabras de este Pontífice de finales del siglo XIX que tuvo la desgracia de tener que intervenir en situaciones tan dolorosas para la Iglesia Católica con respecto al sacramento del matrimonio y que al comprobar las leyes que se estaban dictando en contra de dicho sacramento se lamentaba en los siguientes términos (Ibid):

“Se dice que los antiguos romanos se horrorizaron ante los primeros casos de divorcio; tardó poco sin embargo, en comenzar a embotarse en los espíritus el sentido de la honestidad, al languidecer el pudor que modera la sensualidad, a quebrantarse la fidelidad conyugal en medio de tamaña licencia, hasta el punto de que parece muy verosímil lo que se lee en algunos autores: que las mujeres introdujeron la costumbre de contarse los años no por los cambios de cónsules, sino de maridos.

Los protestantes, de igual modo, dictaron al principio leyes autorizando el divorcio en determinadas causas, pocas desde luego; pero esas, por afinidad entre cosas semejantes, es sabido que se multiplicaron tanto entre alemanes, americanos y otros, que los hombres sensatos pensaran en que habían que lamentarse grandemente la inmensa depravación moral y la intolerable torpeza de las leyes.

Y no ocurrió de otra manera en las naciones católicas, en las que, si alguna vez se dio lugar al divorcio, la muchedumbre de los males que se siguió dejó pequeños los cálculos de los gobernantes. Pues fue crimen de muchos inventar de todo género de malicias y de engaños y recurrir a la crueldad, a las injurias y el adulterio al objeto de alegar motivos con que disolver impunemente el vínculo conyugal, de que ya se habían hastiado, y esto con tan grave daño de la honestidad pública, que públicamente se llegara a estimar de urgente necesidad de entregarse cuanto antes a la enmienda de tales leyes ¿Y quién podrá dudar de que los resultados de las leyes protectoras del divorcio habrían de ser igualmente lamentables y calamitosas si llegaran a establecerse en nuestros días?

No se halla ciertamente en los proyectos ni en los decretos de los hombres una potestad tan grande como para llegar a cambiar la índole ni la estructura natural de las cosas; por ello interpretan muy desatinadamente el bienestar público quienes creen que puede trastocarse impunemente la verdadera estructura del matrimonio y, prescindiendo de toda santidad, tanto de la religión cuanto del sacramento, parecen querer rehacer y reformar el matrimonio con mayor torpeza todavía que fue costumbre en las misma instituciones paganas. Por ello, si no cambian estas maneras de pensar, tanto las familias cuanto la sociedad humana vivirán en constante temor de verse arrastradas lamentablemente a ese peligro y ruina universal…”

Son las palabras de un Papa del siglo XIX que no se equivocaba al profetizar una ruina universal para la unión entre hombre y mujer y por tanto para las familias, tal como podemos comprobar al cabo de tantos años, tras un progresivo avance de las ideas que han ido en contra de la indisolubilidad del sacramento del matrimonio. Por eso este pontífice hacía ver también en su carta cual había sido desde siempre la conducta de la Iglesia frente al divorcio (Ibid):

“Hay que reconocer, por consiguiente, que la Iglesia Católica, atenta siempre a defender la santidad y la perpetuidad de los matrimonios, ha servido de la mejor manera al bien común de todos los pueblos, y que se le debe no pequeña gratitud por su públicas protestas, en el curso de los últimos cien años…

Además, cuantas veces los sumos Pontífices resistieron a poderosos príncipes, los cuales pedían incluso con amenazas que la Iglesia ratificara los divorcios por ellos efectuados, otras tantas, deben ser considerados defensores, no sólo de la integridad de la religión, sino también de la civilización de los pueblos. A este propósito, la posteridad toda verá con admiración los documentos reveladores de un espíritu invicto, dictados: por Nicolás II contra Lotario; por Urbano II y Pascual II contra Felipe I, rey de Francia; por Celestino III e Inocencio III contra Felipe II príncipe de Francia; por Clemente VII y Pablo III contra Enrique VIII, y, finalmente, por el santo y valeroso Pontífice Pío VII contra Napoleón engreído por su prosperidad y la magnitud de su imperio”
 
 
 


Otro Papa especialmente involucrado con el sacramento del matrimonio y por consiguiente con el bienestar de las familias fue Pío XI. Entre los trabajos realizados en este sentido por dicho Papa, destaca su carta encíclica: <Casti connubii> dada en Roma el 31 de diciembre de 1930, la cual puede considerarse una síntesis sobre cuestiones tan importantes para la sociedad de su tiempo, como lo fuera en su día la carta encíclica que acabamos de recordar del Papa León XIII: <Arcanum Divinae Sapientae>.

Pío XI (Achille Ratti), nació en Desio (Lombardía), a mediados del siglo XIX, en el seno de una familia acomodada y cristiana. Fue ordenado sacerdote en 1879 y desde 1882 dio clases en el seminario de Padua durante seis años, hasta su traslado a la biblioteca Ambrosiana de Milán, con objeto de realizar diversas investigaciones científicas. Le gustaba la paleografía, pero no olvidó nunca su tarea pastoral. En 1907 fue nombrado director de dicha biblioteca.

Tras este periodo de estudio, su vida cambió radicalmente a raíz de la llamada del Papa Benedicto XV que le nombró sucesivamente, visitador apostólico y nuncio en Polonia (1919), fue posteriormente nombrado arzobispo de Milán (1921), y más tarde, ese mismo año, cardenal. A la muerte de Benedicto XV (1922), fue elegido Papa, transformándose así en una de las personas con más influencias sobre la sociedad de principios de siglo XX. Eran tiempos difíciles, recién había terminado la primera guerra mundial y ya se avecinaba una segunda guerra mundial más cruel y larga si cabe que la primera.

Tuvo que guiar a la Iglesia en un ambiente muy secularizado y desecho por las secuelas de la primera guerra mundial, por eso su mayor deseo era conseguir, a como diera lugar, la paz entre las naciones. Su preocupación por el sacramento del matrimonio fue muy grande, pues consideraba, como es la verdad, que de una pareja bien avenida debe florecer siempre una familia feliz y próspera, dedicada a la buena educación de los hijos, como derecho y obligación inalienable que Dios les concede.

En su carta encíclica <Divini illus magistri> dada en Roma el 31 de diciembre de 1922, octavo de su pontificado, hablaba largo y tendido sobre la misión educativa de la familia, que según él, concuerda especialmente con la misión educativa de la Iglesia, porque el instinto paterno, que viene de Dios, se orienta confiadamente hacia la Iglesia, seguro de encontrar en ésta la tutela de los derechos de la familia y la concordia que Dios ha puesto en el orden objetivo de las cosas.

Pío XI hablaba siempre fuerte y claro en todas las ocasiones que evangelizaba a su grey y así en su carta encíclica <Casti connubi> sobre el matrimonio cristiano, denunciaba sin tapujos las malas tendencias de la sociedad de su tiempo en este sentido. Así, proclamaba a los cuatro vientos las manipulaciones sobre el origen y naturaleza del matrimonio y los fines y bienes inherentes al mismo. Especialmente doloroso le resultaba comprobar cómo fundándose en principios falsos sobre el origen y naturaleza del sacramento del matrimonio, algunos hombres se <inventaban nuevos modos de unión, acomodados a la situación del momento, como por ejemplo: el matrimonio por cierto tiempo, el matrimonio a prueba, el matrimonio amistoso, etc.>; conceptos todos que en la actualidad están de sobra refrendados por las costumbres y modelos que hoy están de moda como las  parejas de hecho u otras posibilidades por inventar, en beneficio, eso dicen, de los pueblos civilizados y modernos…

Sin embargo para este santo varón, como para todos los que hasta ahora han estado a la Cabeza de la Iglesia Católica:

“Ningún motivo, aún cuando sea gravísimo, puede hacer que lo que va intrínsecamente contra la naturaleza, sea honesto y conforme a la misma naturaleza; y estando destinado el acto conyugal, por su misma naturaleza, a la generación de los hijos, los que en el ejercicio del mismo lo destruyen adrede, de su naturaleza y virtud, obran contra la naturaleza y cometen una acción torpe e intrínsecamente deshonesta” (Casti connubi)

Sí, este Papa hablaba fuerte y claro sobre el  sacramento del matrimonio y por eso no podía dejar tampoco de lado la problemática de la indisolubilidad del mismo, al igual que lo hiciera en su día León XIII el cual le sirvió de ejemplo y de estímulo para escribir esta carta encíclica que estamos recordando.

Se lamentaba Pío XI, en su carta, como hiciera León XIII bastantes años antes, de que siendo definitivo por el antiguo derecho romano el matrimonio como: <la unión del marido y la mujer en la comunidad de toda la vida, y en la comunidad en el derecho divino y humano>, fuera cada vez más creciente la facilidad para conseguir el divorcio, protegido por nefastas leyes nuevas…

El divorcio estaba ya de moda en los años treinta del siglo pasado, así, hasta entre los escritores más relevantes del momento, éste era una cuestión muy atractiva a desarrollar en sus obras. Es el caso del célebre dramaturgo Jacinto Benavente (Premio Nobel de Literatura de 1922), el cual en su Conferencia  Dialogada titulada: <La moral del divorcio>, trataba el tema, por supuesto en clave de humor, pero con veracidad, mostrando la situación de la sociedad en aquellos años, de suma relajación y apatía. En una de las escenas de la obra, toda una dama, al enterarse de las intenciones de una buena amiga de divorciarse, hablaba en los términos siguientes en ausencia de ésta, dirigiéndose a otras amigas:
 


“Mira, el ridículo no hay quien se lo quite. Esas cosas son… Tan humanas, que están sobre todas las leyes. Es como lo del crimen pasional, que también dicen que ya no tiene razón de ser con el divorcio… Entonces, entre los que, no se casan, que están en libertad para irse cada uno por su lado, no habrá nunca crímenes pasionales, y es donde más crímenes arrecian… Es que los que hacen las leyes sabrán mucho de leyes, pero de los hombres y las mujeres, ni una palabra”

Así es, tal parece que los hombres que legislan sobre un tema tan serio y delicado como el matrimonio conocen poco o nada la naturaleza humana. Ahí está la realidad del divorcio, en pleno siglo XXI tras tantos años de experiencias sobre el tema, algunos todavía no se han enterado que el divorcio, las más de las veces, conduce a situaciones gravemente peligrosas, especialmente para la mujer, que muchas veces acaba con los clásicos y terribles <malos tratos>, y otras, con la propia vida de la misma, a manos de un posible exmarido lleno de ira y odio hacia su posible excónyuge, consecuencia de las ideas machistas....

Parece que aquellos que profetizaban la posibilidad de crímenes horrendos a causa de no poder conseguir el divorcio, se han equivocado tremendamente, porque ahora, y ya desde hace tiempo, sucede todo lo contrario que <arrecian los crímenes machistas>, después de producirse un divorcio, como ha sucedido siempre en el caso de estar de por medio las pasiones entre hombres y mujeres.
 
 
 


Por tanto, si como asegura el Papa Pío XI: <la Iglesia no erró, ni yerra cuando enseñó y enseña la indisolubilidad del matrimonio>,  debería ser evidente que no puede desatarse el vínculo matrimonial abduciendo fútiles razones que son las que se suelen alegar la mayor parte de las veces como causa de los divorcios…

Por otra parte, es necesario tener en cuenta también la enorme cantidad de males que sobre vienen para la familia a causa del divorcio, especialmente para los hijos, si los hay, que se ven involucrados en situaciones estrambóticas, por no decir malignas, cuando tienen que ver a su padre o a su madre, o a los dos a la vez, con sus nuevas parejas, a las que de forma despreocupada deben llamar novia de papá, o novio de mamá… Verdaderamente las familias así formadas pueden llamarse, y así se han dado en llamar: desestructuradas, porque sus componentes cuales quiera que sean acaban sin disposición, organización o distribución, para formar algo que sea útil a la sociedad y sobre todo a ellos mismos…

Tanto el Papa León XIII, como Pío XI, en sus respectivas cartas encíclicas ponen de manifiesto todas estas dificultades y defectos del divorcio, pero también dan soluciones para evitarlo.

 


Concretamente refiriéndonos al último recordaremos sus palabras en este sentido (Ibid):

“Es necesario, pues, que todos consideren atentamente la razón divina del matrimonio y procuren conformarse con ella, afín de restituirlo al debido orden…

Gravemente se engañan los que creen que menospreciando los medios que proceden de la naturaleza, pueden inducir a los hombres a imponer un freno a los apetitos de la carne con el uso exclusivo de los inventos de la ciencia... Lo cual no quiere decir que se hayan de tener en poco los medios naturales, siempre que no sean deshonestos; porque uno mismo es autor de la naturaleza y de la gracia,  Dios, el cual ha destinado los bienes de ambos órdenes para que sirvan al uso y utilidad de los hombres. Pueden y deben, por lo tanto, los fieles ayudarse también de los medios naturales. Pero yerran los que opinan que bastan los mismos para garantizar la castidad del estado conyugal, o se les atribuyen más eficacia que al socorro de la gracia sobrenatural.

Pero esta conformidad de la convivencia y de las costumbres matrimoniales con las leyes de Dios, sin la cual no puede ser eficaz su restauración, supone que todos pueden discernir con facilidad, con firme certeza y sin mezcla de error, cuáles son esas leyes. Ahora bien. No hay quien lo vea cuántos sofismas se abrirán camino y cuántos errores se mezclarían con la verdad si a cada cual se dejara examinarlas tan sólo con la luz de la razón o si tal investigación fuese confiada a la privada interpretación de la verdad relevada. Si esto vale para muchas otras verdades  del orden moral, particularmente se ha de proclamar en las que se refieren al matrimonio, donde el deleite libidinoso fácilmente puede imponerse a la frágil naturaleza humana, engañándola y seduciéndola; y esto tanto más cuanto que, para observar la ley divina, los esposos han de hacer a  veces sacrificios difíciles y duraderos, de los cuales se sirve el hombre frágil, según consta por la experiencia, como de otros tantos argumentos para excusarse de cumplir la ley divina.

Por todo lo cual, afín de que ninguna afición ni corrupción de dicha ley divina, sino el verdadero y genuino conocimiento de ello ilumine el entendimiento de los hombres y dirija sus costumbres, es menester que con la devoción hacia Dios y el deseo de servirle se junte una humilde y filial obediencia para con la Iglesia”

 Puede que algunas personas se escandalicen y hasta se echen las manos a la cabeza ante estos razonamientos del Papa Pío XI basadas en las ideas del doctor de la Iglesia San Agustín y aseguren que están pasadas de moda, o algo peor, pero eso no es así…
 
 




Desgraciadamente el mal del divorcio se encuentra en el propio hombre cuando se deja llevar por su mortal enemigo y recae en todas las cuestiones que de alguna forma trata de mencionar el pontífice Pío XI en su carta <Casti connubi>, pues aunque han pasado muchos años desde entonces, el hombre y la mujer de hoy en día siguen siendo exactamente iguales a los que existían antaño, en cuanto que todos hemos sido creados por Dios, con las mismas características de nuestros primeros padres.

Sí, han cambiado mucho las costumbres y las formas de entender la vida, pero desde luego, para peor, esto cualquier persona sensata lo debe reconocer y tal es la situación del sacramento del matrimonio y de las familias, que el Papa Francisco, ha hablado largo y tendido también, sobre estos temas, con idea de que al menos los fieles católicos, no se dejen llevar por la mayoría y actúen según aconseja las Santa Madre Iglesia.

Recordaremos ahora algunas reflexiones de nuestro actual Papa sobre el matrimonio en nuestros tiempos, realizadas en diferentes Audiencias Generales llevadas a cabo en el año 2015. Así por ejemplo en la del 29 de abril de dicho año advertía que:

“Hoy no parece fácil hablar del matrimonio como de una fiesta que se renueva con el tiempo, en las diversas etapas de toda la vida de los cónyuges. Es un hecho que las personas que se casan son cada vez menos: los jóvenes no quieren casarse. En muchos países, en cambio, aumenta el número de las separaciones, mientras que el número de los hijos disminuye. La dificultad de permanecer juntos – ya sea como pareja, o como familia – lleva a romper los vínculos siempre con mayor frecuencia y rapidez, y precisamente los hijos son los primeros en sufrir las consecuencias…

Si experimentas desde pequeño que el matrimonio es un vínculo <por un tiempo determinado>, inconscientemente para ti será así. En efecto, muchos jóvenes tienden a renunciar al proyecto mismo de un vínculo irrevocable y de una familia duradera. Creo que tenemos que reflexionar con gran seriedad sobre el porqué muchos jóvenes <no se sienten capaces>, de casarse. Existe esta cultura de lo provisional… Todo es provisional, parece que no hay nada definitivo…”

 El Papa se pregunta también en esta audiencia, y mucha gente con él: ¿Por qué los jóvenes no se casan?, ¿por qué a menudo prefieren una convivencia y nada más?

Seguramente la respuesta se encuentra en todo lo que ha venido ocurriendo desde hace siglos; por cuestiones como las denunciadas por los Papas León XIII y Pío XI… El problema se ha ido enquistando y hemos llegado a este siglo, a esta nueva era de la humanidad, con aquellos vicios y costumbres de otros tiempos ahora aceptados y progresivamente aumentados y justificados…

Sí, como el Papa Francisco aseguraba en su Audiencia del 15 de abril del 2015:
 


“La experiencia nos enseña que para conocerse bien y crecer armónicamente el ser humano necesita de la reciprocidad entre hombre y mujer. Cuando esto no se da, se ven las consecuencias. Estamos hechos para escucharnos y ayudarnos mutuamente. Podemos decir que sin el enriquecimiento recíproco en esta relación – en el pensamiento y en la acción, en los afectos y en el trabajo, incluso en la fe – los dos no pueden ni siquiera comprender en profundidad lo que significa ser hombre y mujer…

Me pregunto si la crisis de confianza colectiva en Dios que nos hace tanto mal, que hace que nos enfermemos de resignación ante la incredulidad y el cinismo, no están también relacionadas con la crisis de la alianza entre hombre y mujer.

En efecto, el dato bíblico, con la gran pintura simbólica sobre el paraíso terrestre y el pecado original, nos dice precisamente que la comunión con Dios se refleja en la comunión de la pareja humana y la pérdida de confianza en el Padre celestial genera división y conflicto entre hombre y  mujer…

De aquí viene la gran responsabilidad de la Iglesia, de todos los creyentes, y ante todo de las familias creyentes, para redescubrir la belleza del designio creador que inscribe la imagen de Dios también en la alianza entre el hombre y la mujer.

La tierra se colma de armonía y de confianza cuando la alianza entre hombre y mujer se vive bien. Si el hombre y la mujer la buscan juntos entre ellos y con Dios, sin lugar a dudas la encontrarán. Jesús nos alienta explícitamente a testimoniar esta belleza, que es la imagen de Dios”
 
 
 


Así es, como diría años atrás, el Papa San Juan Pablo II en su carta a las familias:

“La familia tiene su origen en el mismo amor con que el Creador abraza al mundo creado, como está expresado <al principio>, en el libro del Génesis (1,1) Jesús ofrece una prueba suprema de ello en el evangelio: <Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito> (Jn 3, 16) El Hijo unigénito, consustancial al Padre, <Dios de Dios, Luz de Luz>, entró en la historia de los hombres a través de una familia: <El Hijo de Dios, con su Encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre: <trabajó con manos de hombre… amó con corazón de hombre>.

Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado. Por tanto, si Cristo <manifiesta plenamente el hombre al propio hombre>, lo hace empezando por la familia en la que eligió nacer y crecer.

Se sabe que el Redentor pasó gran parte de su vida oculta en Nazaret: como <Hijo del hombre> sujeto a María, su Madre y a José, el carpintero. Esta obediencia filiar ¿no es ya la primera expresión de aquella obediencia suya al Padre hasta la muerte mediante la cual redimió al mundo?

El misterio divino de la Encarnación del Verbo está, pues, en estrecha relación con la familia humana. No sólo con una, la de Nazaret, sino de alguna manera, con cada familia, análogamente a cuanto el Concilio Vaticano II afirma del Hijo de Dios, que en la Encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Siguiendo a Cristo que vino al mundo para servir (Mt 20,28), la Iglesia considera el servicio a la familia una de sus tareas esenciales. En este sentido, tanto el hombre como la familia constituyen el camino de la Iglesia”