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miércoles, 26 de julio de 2017

SANTIAGO EL MAYOR, PATRÓN DE ESPAÑA



 
 
 


“Santiago el Mayor fue uno de los tres discípulos predilectos del Señor, el que asistió a la escena de la Transfiguración y fue admitido a presenciar la resurrección de la hija de Jairo, y recibió el encargo de velar cerca del Maestro en la noche de Getsemaní.

Natural de Betsaida, como Pedro y Andrés, se dedicaba como ellos, a la pesca en las aguas del lago de Genezaret, en compañía de su hermano Juan y de su padre Zebedeo.

Un día estaban los dos hermanos remendando redes, cuando acertó a pasar junto a ellos Jesús y les dijo: <Venid en pos de mí; yo os haré pescadores de hombres> Y ellos, dejando las redes y la familia, le siguieron.

Impetuosos y ardientes como el rayo, merecieron que el Maestro  los bautizase con el nombre de Boanerges, es decir: Hijos del Trueno. Cuando el Señor les preguntó si estaban dispuestos a beber su cáliz, contestaron a una: Podemos. Y jamás desmintieron su palabra.

Después de la Resurrección, Santiago predicó el Evangelio en Judea y Samaria y, según una tradición venerable, vino hasta España, donde la leyenda nos lo pinta desalentado por las dificultades de la predicación y confortado por la presencia milagrosa de la Santísima Virgen, en las orillas del Ebro” (Misal devocionario del hombre católico; Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel).

 


Según la santa Tradición el Apóstol Santiago fundó varias iglesias, antes de salir de España, consiguiendo así mismo bastantes discípulos entre los que destacarían “los siete Varones”, Obispos, probablemente consagrados por San Pedro y San Pablo para la evangelización de la Península Ibérica.

La arqueología no aporta testimonio claros, que puedan confirmar esta tradición, como sucede en muchos otros casos de la historia de la evangelización, en el siglo primero  después de Cristo, sin embargo en el siglo II, en las ciudades de la Bética y Tarraconense sí existen restos de poblaciones cristianizadas, y en el siglo III hay ya constancia clara de la existencia de estas comunidades en Galicia.

El desarrollo del cristianismo en la Península Ibérica se llevó a cabo de forma rápida, y por ello no es de extrañar que fuera precisamente en Hispania donde se celebrara el primer Concilio Apostólico conocido, tras el primer Concilio de Jerusalén, en el que estuvieron presentes los Apóstoles; este Concilio es el llamado de “Elvira” y tuvo lugar en el año 303 d.C., terminada la terrible persecución del emperador romano Diocleciano.

Cuando Santiago regresó a Jerusalén, reinaba en Judea el nieto de Herodes el Grande, llamado Herodes Agripa y este hombre de costumbres licenciosas, por conseguir los favores del emperador de Roma, mandó degollar al Apóstol, que apenas tuvo tiempo de seguir evangelizando a los judíos, y así mismo ordenó  prender a San Pedro, cabeza de la Iglesia, como primeros pasos para exterminarla.



San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, narra el terrible fin de éste malvado rey (H. Apóstoles 12, 20-25):

-Tenía por entonces violentas contiendas con los tirios y sidonios; los cuales de común acuerdo se presentaron a él y habiendo logrado ganarse a Blasto, el maestre de cámara del rey, solicitaban la paz, a causa de que su país era abastecido por el rey.

-Y en el día señalado, revestido de regia vestidura, tomando asiento en la tribuna les dirigía una arenga.

-Y el pueblo aclamaba: < ¡Voz de un dios y no de un hombre!>.

-Luego al punto le hirió un ángel del Señor, por cuanto no había dado gloria a Dios, y roído de gusanos, expiró.   

El Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel, refiriéndose a los hechos acontecidos al regreso de Santiago el Mayor a Jerusalén, dice lo siguiente (Ibid):

“…en los primeros meses del año 44 se encontraba de nuevo en Jerusalén. Una vez más los libros Sagrados recogen su nombre para contarnos su muerte, <en aquel tiempo- dicen las Actas- , Herodes Agripa hizo maltratar a algunos de la Iglesia, y mandó degollar a Santiago, hermano de Juan>. Y bebió sin temblar, antes que nadie entre los Apóstoles, el cáliz del Señor. Su cuerpo, trasladado a España, y descubierto cerca de Iria, en Compostela (Campo de la Estrella), a principios del siglo IX, es allí venerado por los pueblos. En la edad media, sobre todo, fue su sepulcro uno de los centros más concurridos de peregrinación”.

 



La tradición de la iglesia narra que el cuerpo del Apóstol Santiago el Mayor fue trasladado a la Península Hispánica, llevado en un bajel hasta Iria Flavia y después, durante unos ocho siglos se perdió la memoria de su sepulcro. Ya a comienzos del reinado de Alfonso II el Casto, la tradición asegura que un monje llamado Pelagio vio una luz brillante sobre el lugar donde estaba enterrado el cuerpo del Apóstol, se lo comunicó a su Obispo y de esta forma fue encontrado de nuevo el sepulcro. El lugar de su enterramiento fue llamado <Campo de la Estrella>, origen de la palabra <Compostela> con que se nombra la ciudad del Apóstol y a lo largo de los siglos, las peregrinaciones para visitar el sepulcro del Apóstol y obtener su ayuda no cesaron.

En el siglo XIX se confirmó definitivamente la identidad de los cuerpos del Apóstol Santiago el Mayor y de sus discípulos San Atanasio y San Teodoro, enterrados en la ciudad de Compostela, y con tal motivo el Papa León XIII escribió una Carta Apostólica (noviembre de 1884), en la que entre otras cosas destacaba los siguientes hechos:

“Dios Omnipotente, admirable en sus Santos, ha querido en su providente sabiduría, que, mientras que sus almas gozan en el cielo eterna ventura, sus cuerpos confiados a la tierra reciban por parte de los hombres singulares y religiosos honores…

Así, en el transcurso de este siglo, en que el poder de las tinieblas ha declarado encarnizada guerra al Señor y a su Cristo, se ha descubierto felizmente, por permisión divina, los sagrados restos de San Francisco de Asís, de Santa Clara (la Virgen Legisladora), de San Ambrosio (Pontífice y Doctor), de los mártires Gervasio Y Protasio, y de los Apóstoles Felipe y  Santiago. Y a este número deben añadirse el del Apóstol Santiago el Mayor y sus discípulos Atanasio y Teodoro, cuyos cuerpos se han vuelto a encontrar en la Catedral de la ciudad de Compostela.

Constante y universal tradición que data de los tiempos apostólicos, confirmada por cartas públicas de nuestros predecesores, refieren que el cuerpo de Santiago, después de que el Apóstol hubo sufrido el martirio por orden del rey Herodes, fue clandestinamente arrebatado por sus dos discípulos Atanasio y Teodoro. Los cuales, por el vivo temor de que las reliquias del Santo Apóstol fueran destruidas en el caso de que los judíos se apoderaran de su cuerpo, embarcándole en un buque, le sacaron de Judea y alcanzaron tras feliz travesía las costas de España, y la bordearon hasta llegar a las de Galicia, donde Santiago, después de la Ascensión de Jesucristo a los cielos, según también antigua y piadosa tradición, estuvo desempeñando por disposición divina el ministerio del apostolado…

Y cuando Atanasio y Teodoro hubieron terminado el curso de su existencia pagando el tributo a la naturaleza, los cristianos de la comarca, movidos por la veneración que hacia ellos sentían y por el deseo de no separarles, después de su muerte, del cuerpo que santamente habían conservado durante su vida, depositaron a los dos en la misma tumba a la derecha el uno y a la izquierda el otro del Apóstol. Más como poco después fueran los cristianos perseguidos y martirizados por donde quiera, que se extendía la dominación de los emperadores romanos, el hipogeo sagrado quedó oculto por algún tiempo…”

 


El Papa León XIII, sigue en su carta enumerando y narrando con todo lujo de detalle los avatares por los que pasó el sepulcro del Apóstol, a lo largo de los años, hasta llegar al siglo XIX y entonces ocurrió, que el cardenal Payá y Rico, Arzobispo por entonces de Compostela, emprendió la restauración de la Basílica allí construida en honor del Apóstol, muy deteriorada por el paso de los años y los terribles acontecimientos históricos que siempre la acompañaron. Pero además decidió encontrar, a toda costa, el punto en el que se deberían ocultar las reliquias de Santiago y de sus discípulos Atanasio y Teodoro.

La empresa fue ardua, aunque finalmente alcanzó el éxito merecido, pues por fin, justamente en el  punto en el que el clero y los feligreses acostumbraban a hacer sus oraciones, se descubrió una tumba, cuya cubierta se encontraba adornada con una cruz. Al levantar la cubierta, por supuesto, en presencia de testigos, aparecieron tres esqueletos del sexo masculino y a partir de ese momento el venerable Cardenal pudo iniciar las tramitaciones pertinentes, según el Concilio de Trento, para decidir si deberían tenerse por ciertas las reliquias encontradas. A este respecto sigue el Papa León XIII diciendo lo siguiente, en la Carta Apostólica anteriormente mencionada:

“Por fin, el mismo Arzobispo nos envió todos los documentos del expediente y la sentencia que había dictado, y nos pidió con instancia que confirmáramos aquella sentencia con la suprema Nuestra autoridad Apostólica.

Nos, acogimos la súplica con benevolencia; y bien persuadidos de que la tumba venerable de Santiago el Mayor, puede muy justamente ser colocada en el número de los santuarios y puntos de peregrinación, más celebres del mundo entero…

Nos, hemos querido que asunto de tal magnitud se examinara con el cuidado que la Santa Sede pone en ocasiones análogas…



Así, desvanecidas las dudas que habían existido, y como apareciera la luz de la verdad claramente, se reunió de nuevo la Comisión en el Vaticano, el 17 de julio de este año, para resolver la cuestión propuesta, a saber: <la sentencia dictada por el cardenal Arzobispo de Compostela sobre la identidad de las reliquias encontradas en el centro del ábside de la capilla principal de su Basílica metropolitana y que se ha atribuido al Apóstol Santiago el Mayor y a sus discípulos Atanasio y Teodoro>…Y nuestros queridos hijos los Cardenales y los demás miembros de la Comisión, consideraron que todos los hechos eran tan exactos y estaban tan bien demostrados que nadie podía  ponerlos en duda, y por tanto, existía sobre este asunto la certidumbre plena que los sagrados Cánones y las Constituciones de los Soberanos Pontífices nuestros predecesores exigen en  asuntos de esta índole, formularon la siguiente respuesta:

<Affirmative, seu sententiam esse confirmandam>…

Nos, queremos que esta carta y cuanto en ella se dice, no pueda en tiempo alguno ser atacado ó tachado por vicio…, sino que para siempre y perpetuamente tenga y conserve validez y eficacia, obteniendo pleno efecto y siendo considerada de ese modo por todos, de cualesquiera grado, orden, preeminencia, y dignidad que sean”.

Han sido muchos los milagros que el Apóstol ha realizado, en todos los tiempos sobre el pueblo español, pero quizás uno de los más bonitos, es aquel que narra la tradición, cuando Santiago el Mayor se dejó ver en el aire montado en un caballo blanco, con un estandarte en la mano y una espada en la otra y rodeado de una luz resplandeciente y se puso al frente de las tropas del rey Ramiro, en la célebre batalla de “Clavijo” en el año 844. De entonces data el llamado < Boto de Santiago>, que obligaba a todas las provincias a pagar mensualmente una determinada cantidad de trigo a la  capital de Compostela.

Después de tantos siglos continua la concurrencia de innumerables peregrinos para visitar su sepulcro y obtener sus mercedes. En España, la Iglesia celebra su día el 25 de julio, y así debe de ser, por siempre, para que haga fructificar la semilla por él plantada en nuestro suelo.

Como dijo el Señor (Jn 14, 18-20):

“No os dejaré abandonados; volveré a estar con  vosotros/ dentro de poco el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis, porque yo vivo en vosotros y también viviréis/ Aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, vosotros en mí y yo en vosotros”