En su Carta Encíclica <Spe Salvi> el Papa Benedicto XVI analizaba, la verdadera fisonomía de la esperanza cristiana, llegando a la conclusión siguiente (Spe Salvi. Dada en Roma el 30 de noviembre del año 2007):
Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el Universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto.
Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da posibilidad de perseverar día a día, con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto.
Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que sin embargo, esperamos en lo más intimo de nuestro ser: la vida que es vida, que es realmente vida”.
El Papa con
estas palabras nos abría su corazón, para que podamos compartir la esperanza en el Señor, que él experimenta
tan profundamente, y nos invitaba a tener fe en el Mensaje Divino, porque sólo de
esta forma seremos capaces de sobrellevar las imperfecciones de este mundo que,
en ocasiones, tanto daño nos hacen, porque Dios no es una lejana <causa
primera> del mundo, porque su Hijo Unigénito
se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él:
-Nosotros somos
judíos de nacimiento y no pecadores venidos del paganismo.
-Sabemos, sin
embargo, que Dios salva al hombre, no por el cumplimiento de la ley, sino a
través de la fe en Jesucristo. Así que nosotros hemos creído en Cristo Jesús
para alcanzar la salvación por medio de esa fe en Cristo y no por el
cumplimiento de la ley. En efecto, por el cumplimiento de la ley ningún hombre alcanzará la salvación.
-Ahora bien, si
al buscar la salvación por medio de Cristo hemos resultado nosotros también
pecadores ¿será que Cristo está al servicio del pecado? ¡De ninguna manera!
-Pero si ahora
edifico de nuevo lo que destruí, estoy
mostrando que entonces fui culpable
-Sin embargo,
la misma ley me ha llevado a romper con la ley, a fin de vivir para Dios. Estoy
crucificado con Cristo.
-Y ya no vivo
yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Ahora, en mi vida mortal, vivo
creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí.
¡Qué hermosas
palabras las del apóstol! que todos los hombres deberían conocer y practicar, por
eso la evangelización, más aún, la <nueva evangelización>, es tan necesaria;
también hoy como ayer, deberíamos exclamar como San Pablo: ¡Ay de mí si no
predicase el Evangelio!
Esta conocida
expresión de San Pablo corresponde al momento en que el apóstol se pone como
ejemplo a los pobladores de la ciudad de
Corinto que en aquellos días era, sin duda, uno de los lugares más importantes,
desde el punto de vista estratégico, para la propagación de la fe. En efecto, después de un elocuente alegato en el que San Pablo defiende sus derechos como apóstol del Señor, recuerda a los corintios que para no ser gravoso a nadie durante su predicación del mensaje de Cristo, trabajaba para su sustento por propia iniciativa, porque su verdadero salario era el poder evangelizar a los pueblos (I Cor 9, 16-19):
-Porque si predico
el Evangelio, no es para mí gloria ninguna; no tengo más remedio; pues ¡Ay de
mí si no predicare el Evangelio!
-Pues si por mí
propia iniciativa hiciera esto, recibiría un salario; más si por imposición
ajena, eso es puro desempeño de un cargo que me ha sido confiado.
-¿Cuál es,
pues, mi salario? Que el predicar el Evangelio ponga de balde, para no hacer
valer mi estricto derecho en la predicación del Evangelio.
-Porque, siendo
yo libre de todos, a todos me esclavizaré, para ganar a los más.
Gran
generosidad del apóstol San Pablo que nos muestra con sus palabras su estricta
sujeción al Señor y su irrevocable entrega a la propagación del Evangelio. San
Pablo había comprendido, al igual que los restantes apóstoles de Jesús, que tenían
la misión primordial de evangelizar a los hombres por todos los confines de la
tierra.
Por eso, no podemos conformarnos, con decir, que existe un <cristianismo invisible>, como algunos dicen, y que con esto basta, basándose en una <consagración de la humanidad por la Encarnación del Verbo>, lo cual es cierto, sino que también es necesario llevarle este mensaje a la humanidad que lo desconoce.
Por eso también, la Iglesia fundada por Cristo es esencialmente misionera, y así deberá seguir siendo, hasta el final de los siglos, sobre todo teniendo en cuenta, ya no sólo, aquellos países a los que aún no ha llegado la palabra del Señor, sino aquellos otros, a los que habiendo llegado, en los últimos siglos, han sufrido una creciente pérdida de fe y un aumento del paganismo.
Por eso, no podemos conformarnos, con decir, que existe un <cristianismo invisible>, como algunos dicen, y que con esto basta, basándose en una <consagración de la humanidad por la Encarnación del Verbo>, lo cual es cierto, sino que también es necesario llevarle este mensaje a la humanidad que lo desconoce.
Por eso también, la Iglesia fundada por Cristo es esencialmente misionera, y así deberá seguir siendo, hasta el final de los siglos, sobre todo teniendo en cuenta, ya no sólo, aquellos países a los que aún no ha llegado la palabra del Señor, sino aquellos otros, a los que habiendo llegado, en los últimos siglos, han sufrido una creciente pérdida de fe y un aumento del paganismo.
En este sentido, el Papa Benedicto XVI en su Carta Encíclica <Spe Salvi>, plantea la pregunta acuciante: ¿De qué genero ha de ser la esperanza para poder justificar la afirmación de que a partir de ella, y simplemente porque hay esperanza, somos redimidos por ello?
“En efecto,
<esperanza> es una palabra central de la fe bíblica, hasta el punto de
que en muchos pasajes de los textos sagrados, las palabras <fe> y
<esperanza> parecen intercambiables. Así, la Carta a los Hebreos une
estrechamente la <plenitud de la fe> con la <firme confesión de la esperanza>
(Heb 10, 19-25)”
En efecto, en la Carta a
los Hebreos se nos dice, que <Cristo es causa de la salvación eterna>, que el
sacrificio de Jesús en la Cruz es superior a cualquier otro sacrificio humano
por haber cumplido la voluntad del Padre, y que gracias a la ofrenda de su
cuerpo una vez para siempre, nosotros hemos quedado consagrados a Dios.
Por eso el apóstol San Pablo llega a la conclusión, en dicha carta, de que todos los hombres debemos mantenernos firmes en la esperanza que profesamos (Heb 10, 19-25):
Por eso el apóstol San Pablo llega a la conclusión, en dicha carta, de que todos los hombres debemos mantenernos firmes en la esperanza que profesamos (Heb 10, 19-25):
-Así pues,
hermanos, ya que tenemos libre entrada en el santuario gracias a la sangre de
Jesús,
-que ha inaugurado
para nosotros un camino nuevo y vivo a través del velo de su carne,
-y ya que
tenemos un gran sacerdote de la Casa de Dios.
-acerquémonos
con corazón sincero, con una fe plena, purificando el corazón de todo mal de
que tuviéramos conciencia, y lavado el cuerpo con agua pura.
-Mantengámonos
firmes en la esperanza que profesamos, pues quien nos ha hecho la promesa es
digno de fe.
-Procuremos
estimularnos unos a otros para poner en práctica el amor y las buenas obras;
-no abandonemos
nuestra asamblea, como algunos tiene por costumbre, sino animémonos mutuamente,
tanto más cuando veis que el día se acerca.
Sí, la fe no es
solamente un tender de la persona hacia lo que ha de venir, y que está todavía
totalmente ausente; la fe nos da algo. Nos da ya ahora algo de la realidad de
la esperanza, y esta realidad presente, constituye para nosotros, una prueba de
lo que aún no se ve.
Ésta trae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro <todavía no>. El hecho de que este futuro exista, cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras, de acuerdo con las enseñanzas de Benedicto XVI (Ibid):
“Hyparchonta
(Bienes) son las propiedades, lo que en la vida terrenal constituye el
sustento, la base, la <sustancia> con la que se cuenta para la vida. Esta
<sustancia>, la seguridad normal para la vida, se la han quitado a los
cristianos durante la persecución. Lo han soportado porque después de todo
consideraban irrelevante esta <sustancia> material" Ésta trae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro <todavía no>. El hecho de que este futuro exista, cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras, de acuerdo con las enseñanzas de Benedicto XVI (Ibid):
(Santa Mónica y su hijo san Agustín encontraron la < gran esperanza> en sus vidas)
"Podían dejar la <sustancia material>, porque habían encontrado una <base> mejor para su existencia, una base que perdura y que nadie puede quitar, la <gran esperanza>…
Esta cuestión queda totalmente clara y expuesta en el libro del evangelista San Lucas <Los Hechos de los Apóstoles>, donde se narran los viajes de San Pablo, el Apóstol de los gentiles por excelencia, como él mismo se consideraba, con el reconocimiento del Apóstol San Pedro, primer Papa de la Iglesia, sobre este tema.
Precisamente el incidente narrado, en el libro de los <Hechos de los Apóstoles>, entre San Pedro y el centurión romano Cornelio, así lo deja bien establecido (Hechos 11, 1-18):
-Oyeron los
Apóstoles y los judíos que estaban por la Judea que también los gentiles habían
recibido la palabra de Dios.
-Y cuando subió
Pedro a Jerusalén, discutían con él los de la circuncisión,
-diciendo que
había entrado en casa de hombres incircuncisos y comido con ellos.
- <Yo estaba
en la ciudad de Jope orando, y vi en éxtasis una visión: que bajaba una especie
de recipiente, a manera de lienzo grande, que, cogido por los cuatro cabos, se
descolgaba desde el cielo, y llegó hasta mí.
-Fijos en él
los ojos, estaba observando, y vi los cuadrúpedos de la tierra, y las fieras, y
los reptiles y los volátiles del cielo.
-Y oí, además,
una voz que me decía: Levántate, Pedro; sacrifica y come.
-Y dije: De
ninguna manera, Señor, porque cosa profana o impura jamás entró en mi boca.
-Y esto se
repitió por tres veces; y fue arrebatado de nuevo todo hacia el cielo.
-Y he aquí en
el mismo instante tres hombres se presentaron en la casa que yo estaba,
enviados a mí desde Cesárea.
-Y dijome el
Espíritu que fuese con ellos, dejada toda vacilación. Vinieron también conmigo
estos seis hermanos, y entramos en la casa del hombre.
-Y nos refirió
como había visto en su casa al ángel, que, estando de pie, le decía: manda
recado a Jope y haz venir a Simón que se apellida Pedro,
-el cual te
hablará palabras con las cuales serás salvo tú y toda tu casa.
-Y al comenzar
yo a hablar cayó sobre ellos el Espíritu Santo, lo mismo que sobre nosotros en
el principio.
-Y recordé el dicho del Señor, de cuando decía: Juan bautizó en agua, más vosotros seréis bautizados en Espíritu Santo.
-Sí pues, el
mismo don otorgó Dios a ellos que a
nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿yo quién era para poner
vetos a Dios?>.
-En oyendo
esto, se quietaron, y glorificaron a Dios diciendo: < ¡Con que también a los gentiles otorgó Dios la penitencia
para alcanzar la vida! >
San Pedro lleno
de prudencia y sabiduría se enfrentó a aquellos creyentes que criticaban su
aptitud frente a los gentiles, explicándoles con detenimiento el milagro que se
había producido con la llegada del Espíritu Santo sobre los mismos, y como él,
había recordado las palabras del Señor, al respecto, y esto fue suficiente para
que todos proclamaran llenos de asombro ¡Con que también a los gentiles otorgó
Dios la penitencia para alcanzar la vida!
A este respecto podemos leer en la Carta Encíclica del Papa San Juan Pablo II: <Dominum et vivificantem>, dada en Roma en el año 1986:
“La Iglesia
profesa su fe en el Espíritu Santo, que es <Señor y dador de vida>. Así
lo profesa el símbolo de la fe llamado <Niceno-Constantinopolitano> por
el nombre de dos Concilios: Nicea (a. 325) y Constantinopla (a. 381), en los
que fue formulado y promulgado.
En ellos se
añade también que el Espíritu Santo <hablo por los profetas>. Son
palabras que la Iglesia recibe de la fuente misma, de su fe, Jesucristo. En
efecto, según el Evangelio de Juan, nos es dado con la nueva vida, como anuncia
y promete Jesús el día grande de los Tabernáculos: <Si alguno tiene sed,
venga a mí, y beba el que cree en mí>, y como dice la Escritura: <De su
seno correrán ríos de agua viva>. Y el evangelista explica: <Esto decía
refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él>. Es el mismo símil del agua usada por Jesús en su coloquio con la samaritana, cuando habla de una fuente <fuente de agua que brota para la vida eterna>, y en el coloquio con Nicodemo, cuando anuncia la necesidad de un nuevo nacimiento <de agua y de Espíritu> para <entrar en el Reino de Dios>”
Según el libro del Éxodo, ese antiguo pacto fue acompañado por una formidable manifestación de fuerza por parte del Señor. <Todo el monte Sinaí humeaba>, se lee en el pasaje, porque el Señor había descendido sobre él en fuego. Subía el fuego como de un horno y todo el monte retemblaba, con violencia (Ex 19, 18).
En el Pentecostés del Nuevo Testamento volvemos a encontrar los elementos del viento y del fuego, pero sin las resonancias del miedo. En particular el fuego toma la forma de lenguas que se posan sobre cada uno de los presentes, todos los cuales se llenan del Espíritu Santo y, por efecto de dicha efusión, empezaron a hablar en leguas extranjeras (Hch 2, 4).
Se trata de un verdadero <Bautismo> de fuego de la comunidad, una especie de nueva creación. En Pentecostés, la Iglesia no es constituida por una voluntad humana, sino por una fuerza del Espíritu de Dios.
Inmediatamente se ve como este Espíritu da vida a una comunidad que es al mismo tiempo una y universal, superando así la maldición de Babel (Gn 11, 7-9). En efecto, sólo el Espíritu Santo, que crea unidad en el amor y en la aceptación reciproca de la diversidad, puede liberar a la humanidad de la constante tentación de una voluntad de potencia terrena que quiere dominar y uniformar todo”
Es muy
significativo el hecho de que aquellos que en el Cenáculo habían recibido el
Espíritu Santo hablaran en lenguas extranjeras, de forma que los que les oían
entendían sus palabras, ello demuestra, una vez más, que la Iglesia desde su
mismo nacimiento tenía el don de la universalidad, era <católica>, porque
el Mensaje de Cristo estaba destinado a todos los hombres y el Señor encomendó a
sus discípulos la misión de darlo a conocer (Mt 28, 16-20):
-Los once
discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado.
-Y en viéndole,
le adoraron: ellos que antes habían dudado.
-Y acercándose
Jesús, les habló diciendo: Me fue dada toda potestad en el cielo y sobre la
tierra
-Id, pues,
amaestrad a todas las gentes, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo. Y sabed que estoy con vosotros todos los días, hasta el
final de la consumación de los siglos.
Así termina el
Evangelio de San Mateo, con estas palabras del Señor que constituyen a los
Apóstoles maestros, no sólo de la fe, sino también de la moral, asegurándoles además,
su presencia incesante sobre la Iglesia hasta la Parusía.
Sí, porque como
también nos recuerda el Papa Benedicto XVI en su Homilía:
“La Iglesia que nace en Pentecostés, ante todo, no es una comunidad particular –la Iglesia de Jerusalén- sino la Iglesia universal, que habla las lenguas de todos los pueblos. De ella nacerán luego otras comunidades en todas las partes del mundo. Iglesias particulares que son todas, y siempre, actuaciones de una sola y única Iglesia de Cristo.
Por tanto la Iglesia de Católica no es una federación de Iglesias, sino una única realidad: la prioridad ontológica corresponde a la Iglesia universal. Una comunidad que si no fuera católica en este sentido, ni siquiera sería Iglesia…
Entre los pueblos representados en Jerusalén en el día de Pentecostés, San Lucas cita a los <forasteros de Roma> (Hch 2, 10). En ese momento Roma era aún lejana, era <forastera> para la Iglesia naciente: era el símbolo del mundo pagano en general.
Pero la fuerza del Espíritu Santo guiará los pasos de los testigos <hasta los confines de la tierra>, hasta Roma. El libro de los Hechos de los Apóstoles termina precisamente cuando San Pablo, por un designio providencial, llega a la capital del Imperio y allí anuncia el Evangelio (Hch 28, 30-31).
Así el camino de la palabra de Dios, iniciado en Jerusalén, llega a su meta, porque Roma representa el mundo entero, y por eso encarna la idea de <catolicidad> de San Lucas. Se ha realizado la Iglesia universal, la Iglesia Católica, que es la continuación del pueblo de la elección, y hace suya su historia y su misión”
Precisamente, el tema de la <gran esperanza>, está profundamente relacionado con el de la redención, a través de la palabra de Dios y el sacrificio de su Hijo Unigénito, nuestro Redentor, como nos muestra, una vez más San Pablo, por ejemplo, a través de su <Carta a los Efesios>.
Esta Carta es en concreto como una llamada a la universalidad del Mensaje de Cristo. Quiere mostrarnos, entre otras cosas, que toda comunidad cristiana sólo será autentica cuando derribe los muros de incomprensión y egoísmo de sus distintos componentes, independientemente de su raza, sexo o religión (Ef 2, 11-14):
-que en otro tiempo estuvisteis sin Cristo, sin derecho a la ciudadanía de Israel, ajenos a la Alianza y su promesa, sin <esperanza> y sin Dios en el mundo
-Ahora, en cambio, por Cristo Jesús y gracias a su muerte, los que antes estabais lejos os habéis acercado.
-Porque Cristo es nuestra paz. El ha hecho de los dos pueblos uno solo, destruyendo el muro de enemistad que los separaba.