Translate

Translate

martes, 5 de agosto de 2014

AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN (I)


 
 



Según San Mateo, el Señor, tras una serie de enseñanzas a las gentes que admiradas, le seguían a todas partes, tuvo un coloquio con la secta de los fariseos, la cual pretendía, al igual que la secta de los saduceos, poner en entredicho sus enseñanzas, y desprestigiarle frente a la multitud  que siempre le seguía (Mt 22, 34-40):

"Los fariseos habiendo oído que había hecho enmudecer a los saduceos, se juntaron en grupo, / y preguntó uno de ellos, que era legista, con ánimo de tentarle / Maestro, ¿ cuál es el gran mandamiento de la ley? / El dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente / Éste es el gran mandamiento y el primero / El segundo es semejante a él: Amarás al prójimo como a ti mismo / De estos dos mandamientos penden la ley entera y los profetas"

De esta forma Jesús, dio una gran lección a los fariseos y saduceos que le habían propuesto una pregunta, como quien dice con trampa, ya que ésta suponía un gran conocimiento  de la Ley, y que en concreto, este tema, siempre había sido objeto de análisis y discusión entre los miembros de las dos sectas.

Ciertamente, entre los saduceos y fariseos se producían con frecuencia debates sin fin respecto a cuál sería el precepto principal de la Ley. En realidad entre aquel gran número de preceptos que estos hombres repetían de memoria todos los días, quizás sin poner demasiada atención en algún momento, se encontraba desde luego el principal de todos ellos y Jesús lo puso antes sus ojos con naturalidad y contundencia, no en balde era Él el Mesías, el Hijo del hombre.
 
 


Por otra parte, es evidente, que estos dos mandamientos de la Ley de Dios, abarcan las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad porque como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 213): 

“La fe en el amor de Dios encierra la llamada y la obligación de responder a la caridad divina mediante amor sincero. El primer mandamiento nos ordena amar a Dios sobre todas las cosas y a las criaturas por Él y a causa de ÉL”

Sí, la caridad es la verdadera sustancia de la relación personal del hombre con Dios y con el prójimo; no es solo el principio de unas, micro-relaciones, como sucede en la familia, entre las amistades o entre un pequeño grupo de personas, sino también de las macro- relaciones, como las existentes entre sectores sociales, económicos o políticos.

Tal como nos recuerda el Papa Benedicto XVI en su Carta Encíclica <Caritas in Veritate>, dada en Roma el 29 de junio del año 2009:

“Para la Iglesia la caridad es todo, porque como enseña San Juan <todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma por ella, y a ella tiende todo>. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombre, es su promesa y nuestra esperanza”

 


Nos recuerda el Papa Benedicto,  en su Encíclica, las enseñanzas del Apóstol San Juan, en su primer mensaje apostólico, dirigido a toda la cristiandad, con motivo de la aparición de ciertas herejías promovidas por un egipcio judío llamado Cerinto, el cual durante la época en que vivió el Apóstol fundó una escuela en Asia, para enseñar sus raras y engañosas teorías sobre Cristo y su Mensaje.

San Juan motivado por tales desatinos trató de transmitir a los creyentes el único y verdadero Mensaje de Jesús basado siempre en la Verdad, en la Vida y en el Amor (I Jn 4, 16-21):
"Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene con nosotros. Dios es amor, y quién permanece en el amor, en Dios permanece, y Dios en él / En esto ha llegado a su colmo el amor para con nosotros, en que tengamos segura confianza en el día del juicio; porque cual  es Él , tales somos nosotros en este mundo / Temor no hay en el amor; antes el perfecto amor lanza  a fuera el temor, pues el temor mira el castigo, y quién teme no ha alcanzado la perfección en el amor / Nosotros amemos a Dios, porque él  nos amó primero / Si uno dijere: <Amo a Dios>, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve / Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano"


Maravillosas enseñanzas de San Juan Evangelista  fiel reflejo de las que él, como Apóstol del Señor, había oído de forma directa. Son las enseñanzas que todos los hombres de buena  voluntad debemos tener presentes en cualquier momento doloroso de la vida en la que algún hermano se comporte mal contra nosotros o contra los nuestros. Es difícil de seguir pero no imposible, y el primer ejemplo nos lo dio el Señor cuando se rebajó hasta límites insospechados, dada su naturaleza divina, muriendo en la Cruz para salvar a los hombres.



Por otra parte, podríamos destacar dos enseñanzas esenciales  de esta Carta del Apóstol San Juan: la primera, que la fe es una adhesión de la inteligencia humana a la verdad revelada por Dios, y la segunda, que debemos  tener la certeza del amor de Dios: <nosotros hemos conocido y creído  el amor que Dios tiene con nosotros> (I Jn 4, 16).

También asegura el Apóstol en esta Carta que el regalo recibido por el hombre como fruto del amor, es alcanzar la <segura confianza>, porque <cual es Él, tales somos también nosotros>, que es lo mismo que decir que somos hijos adoptivos del Padre y por ello debemos amarle como Él nos ha amado, y nos ama.

Por tanto no debemos tampoco tener temor al <Juicio final>, en el que Jesucristo, impartirá la justicia en su segunda venida al mundo, al final de los siglos (Parusía). Por el contrario, debemos sentirnos alegres porque el mal no tendrá la última palabra, porque ¡Dios hace justicia! y su amor es eterno.
En este sentido, el Papa Benedicto XVI en su Carta Encíclica (Ibid) asegura:

“La caridad es amor recibido y ofrecido. Es gracia (Cháris). Su origen es el amor que brota del Padre por Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros. Es amor creador, por el que nosotros, somos; es amor redentor, por el cual somos recreados. Es Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (Jn 13, 1) y <derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo> (Rm 5,5).

Los hombres destinatarios del amor, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad.

 



La doctrina social de la Iglesia responde a esta dinámica de caridad recibida y ofrecida. Es <caritas in veritate in re sociali>,  anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad. Dicha doctrina es servicio de caridad, pero en la verdad.
La verdad preserva y expresa la fuerza liberadora de la caridad en los acontecimientos siempre nuevos de la historia…
El desarrollo, el bienestar social, la solución adecuada de los graves problemas socioeconómicos que aflige a la humanidad, necesitan esta Verdad. Y necesita aún más que estime y se dé testimonio de esta Verdad.
Sin Verdad, sin confianza y amor por lo verdadero, no hay consciencia y responsabilidad social, y la actuación social se deja a merced de intereses privados y de lógicas de poder, con efectos disgregadores sobre la sociedad, tanto más en sociedades en vías de globalización, en momentos difíciles como los actuales”


Han pasado algunos años, desde que el Papa Benedicto XVI escribiera esta luminosa Carta Encíclica, y  el comportamiento humano no ha mejorado demasiado respecto al <anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad>.

Antes al contrario, el egoísmo, propio desde siempre de los seres humanos ha crecido en los últimos tiempos de forma desmesurada. El <Yo…> aparece con excesiva frecuencia, al inicio de cualquier conversación, y en cualquier momento de la misma, señal inequívoca de la ingratitud  humana, que tapa el sentido  de la verdad y el amor al semejante.

La profunda crisis económica, a nivel mundial, ha recalado con tintes trágicos, también en el Viejo Continente, donde algunos países, están sufriendo las consecuencias de la misma, en el ámbito social, cultural, político, y sobre todo moral…

Los hombres entre tanto, parecen haber olvidado que, como aseguró Jesús a los fariseos,  el principal Mandamiento de la Ley de Dios, es el Amor a Él y por Él a sus semejantes. En definitiva, <Caritas in veritates> es el principio sobre el que debe girar la vida del hombre y por eso éste es también el principio sobre el que gira toda la doctrina social de la Iglesia Católica.

Es éste un principio, como aseguraba el Papa Benedicto XVI, <que adquiere forma operativa en criterios orientadores de la acción moral>, cuestión ésta, que ha sido defendida por todos los Papas de los últimos siglos.



Así, nos encontramos en el siglo XIX con la obra maestra del Pontífice León XIII, sobre lo que él llamó <cuestión obrera> y que no era otra cosa que el resultado de su inmensa caridad hacia los hombres del mundo del trabajo, que quedó plasmada en su célebre Carta Encíclica <Rerum Novarum>, dada en Roma el 15 de mayo de 1891, año decimocuarto de su Papado.

Desde entonces, toda la Iglesia, y el mundo laboral en general, ha tomado las enseñanzas de León XIII como punto de referencia, y los Papas posteriores le han declarado su respeto y admiración .

Es el caso del Papa Pio XI (1922-1939), el cual en su Carta Encíclica <Quadragesimo anno> quiso dar curso a la conmemoración  del cuarenta aniversario de la <Rerum Novarum>, con las siguientes palabras llenas de agradecimiento y consideración:

“En el cuadragésimo aniversario de la publicación de la egregia Encíclica <Rerum novarum>, debida a León XIII, de feliz recordación, todo el orbe católico se siente conmovido por tan grato recuerdo y se dispone a conmemorar dicha carta con la solemnidad que se merece…

Pues a finales del siglo XIX, el planteamiento de un nuevo sistema económico y el desarrollo de la industria, habían llegado, en la mayor parte de las naciones, al punto de que viera a la sociedad humana cada vez más dividida en dos clases: una, ciertamente poco numerosa, que disfrutaba de casi la totalidad de los bienes que tan copiosamente proporcionaban los inventos modernos, mientras la otra, integrada por la ingente multitud de los trabajadores, oprimida por angustiosa miseria, pugnaba en vano por liberarse del agobio en que vivía…
 


El prudentísimo Pontífice León XIII, meditó largamente acerca de ello, ante la presencia de Dios, solicitó el asesoramiento de los más doctos, examinó atentamente la importancia del problema en todos sus aspectos y, por fin, urgiéndole <la conciencia de su apostólico oficio>, para que no pareciera que permaneciendo en silencio, faltaba a su deber, resolvió dirigirse, con la autoridad del divino magisterio a él confiado, a toda la Iglesia de Cristo y a todo el género humano…

Resonó, pues, el día del 15 de mayo de 1891, aquella tan deseada voz, sin aterrarse por las dificultades del tema, ni debilitada por la vejez, enseñando con renovada energía a toda la humana familia a emprender nuevos caminos en materia social”

Posteriormente, otros Papas, como por ejemplo Pablo VI, también han tenido en cuenta el avance social enorme que supuso esta Carta Encíclica de León XIII, y así, en mayo del año 1971, con motivo del ochenta aniversario de la publicación de la <Rerum Novarum>, escribió, a su vez, una Carta Encíclica, la <Octogesima Adveniens>, donde expresaba sus sentimientos al respecto:

 


“El LXXX, aniversario de la publicación de la Encíclica <Rerum Novarum>, cuyo mensaje sigue inspirando la acción a favor de la justicia social, nos anima a continuar y cumplir las enseñanzas de nuestros predecesores para dar respuesta a las necesidades nuevas de un mundo transformado. La Iglesia, en efecto, camina unida a la humanidad y se solidariza con su suerte en el seno de la historia. Anunciando la Buena Nueva del amor de Dios y de la salvación en Cristo, a los hombres y mujeres, les ilumina en sus actividades a la luz del Evangelio y les ayuda de ese modo a corresponder al designio de amor de Dios, y a realizar la plenitud de sus aspiraciones…

Hoy los hombres y mujeres desean sobremanera liberarse de la necesidad y del poder ajeno. Pero esta liberación comienza por la libertad interior, que cada quien debe recuperar, de cara a sus bienes  y a sus poderes. No llegarán a ella si no es por medio de un amor que trasciende a la persona y, en consecuencia, cultive dentro de sí el hábito del servicio.

De otro modo, como es evidente, aún las ideologías más revolucionarias no desembocarán más que un simple cambio de amos; instalados a su vez en el poder, estos nuevos amos se rodean de privilegios, limitan las libertades, y consienten que se instauren otras formas de justicias. Muchos llegan también a plantearse el problema, del modelo mismo de sociedad civil. La ambición de numerosas naciones en la competencia que las opone y las arrastra, es la de llegar al predominio tecnológico, económico, y militar.

Esta ambición se opone a la creación de estructuras, en las cuales el ritmo de progreso sería regulado en función de una justicia mayor, en vez de acentuar las diferencias y de crear un clima de desconfianza y de lucha que compromete continuamente la paz..."

 

 
Los Papas de todos los tiempos y particularmente Benedicto XVI, como representantes de Cristo, han dejado siempre claro, que la primera ley de Dios es el compendio de la caridad sobre el que se apoya la <doctrina social> de la Iglesia, sobre la que  debe descansar y gravitar toda su obra:                                                                                                                                                                                             

“La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende <de ninguna manera mezclarse con la política de los estados> (Populorum Progressio. Pablo VI). No obstante tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia a favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación…
Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable. Su doctrina social es una dimensión singular de este anuncio: está al servicio de la verdad que libera” (Benedicto XVI; Ibid).  

 
Pero ¿Cuál es esa verdad que libera? Podrían preguntar algunos, poco al corriente de las cosas de la Iglesia Católica; esa verdad que libera es Cristo que es la Verdad pura que nos recordó en todo momento que el primer mandamiento de la ley de Dios es el amor a Éste y por Él  a nuestros semejantes:
“Fiel a las enseñanzas y al ejemplo de su divino Fundador, que como señal de su misión dio al mundo el anuncio de la Buena Nueva a los pobres (Lc 7, 22), La Iglesia nunca ha dejado de promover la elevación humana de los pueblos, a los cuales llevaba la fe en Jesucristo. Al mismo tiempo que iglesias, sus misioneros han construido centros asistenciales y hospitales, escuelas y universidades. Enseñando a los indígenas el modo de sacar el mayor provecho de los recursos naturales y los han protegido frecuentemente contra la codicia de los extranjeros.

Sin duda alguna su labor, por lo mismo que era humana, no fue perfecta y algunos pudieron mezclar algunas veces no pocos modos de pensar y de vivir de su país de origen, con el autentico Mensaje evangélico. Pero supieron también cultivar y promover instituciones locales.

En muchas regiones supieron colocarse entre los precursores del progreso material, no menos de la elevación cultural. Basta recordar el ejemplo del Padre Carlos Foucauld, a quién se juzgó digno de ser llamado por su caridad, el <hermano universal>, y que compiló un precioso diccionario de la lengua tuareg. Hemos de rendir homenaje a estos precursores, muy frecuentemente ignorados, impelidos por la caridad de Cristo, lo mismo que a sus émulos y sucesores, que siguen dedicándose, todavía hoy, al servicio generoso y desinteresado de aquellos que evangelizan” (C. Encíclica <Populorum Progresium>. Pablo VI)

 


Son las alabanzas del Pontífice Pablo VI a la labor desempeñada por los hombres dedicados a la evangelización, siempre y en todo lugar, desde que Cristo fundó su Iglesia. En la actualidad en todos los continentes siguen ejerciendo su labor callada pero imprescindible tantos misioneros y misioneras, casi siempre poniendo en riesgo sus vidas, por las persecuciones, por el posible contagio con terribles enfermedades, lejos de sus países de origen y de sus familiares más próximos, pero con alegría y un amor insuperable hacia los pueblos indígenas en los que desarrollan su labor. Son los nuevos enviados  de Cristo, que reparten caridad a manos llenas, sin miedo de convertirse en los nuevos mártires de la Iglesia, como suele suceder con demasiada frecuencia. Ellos son los verdaderos protagonistas y testigos de la doctrina social de la Iglesia, fundada en la caridad, esto es, en el amor a Dios y por Éste al prójimo.

A pesar de todo, en un mundo en el que el hambre, las injusticias sociales y las guerras azotan aún, muchas zonas del planeta, las iniciativas locales o individuales no son suficientes para ahogar las necesidades de aquellos pueblos que las sufren (Pablo VI Ibid):

“La presente situación del mundo exige una acción conjunta, que tenga como punto de partida una clara visión de todos los aspectos económicos, sociales, culturales y espirituales. Con la experiencia que tiene la humanidad, la Iglesia, sin pretender de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados <solo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu Paráclito, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la Verdad, para purificar y no juzgar, para servir y no para ser servido> (Gaudium et Spes n.3, 1. c 1026)”

Como podemos juzgar por estas palabras del Papa Pablo VI, la problemática que se presentaba, ya en aquellos momentos, en los países subdesarrollados o en vías de desarrollo, era inmensa y de alguna manera estaba necesitada de la colaboración por parte de todos los hombres de buena voluntad.



En este sentido, el Papa Benedicto XVI, reconociendo la certera visión del problema por parte de su venerado antecesor se expresaba en los términos siguientes en su Carta Encíclica <Caritas in veritate>:

“Pablo VI tenía una visión articulada del desarrollo. Con el término <desarrollo> quiere indicar, ante todo, el objetivo de que los pueblos salieran del hambre, la miseria, las enfermedades endémicas y el analfabetismo. Desde el punto de vista económico, eso significa su participación activa y en condiciones de igualdad en el proceso económico internacional, desde el punto de vista social, su evolución hacia las sociedades solidarias y con buen nivel de formación; desde el puto de vista político, la consolidación de regímenes democráticos capaces de asegurar la libertad y la paz”

Objetivos todos muy deseables, pero que hasta el momento actual, dentro ya de un nuevo milenio, el ser humano no ha sido capaz de conseguir,  ni siquiera en una mínima parte de lo requerido, a pesar del interés mostrado en esta materia por la Iglesia y por todos los Papas a su cabeza, los cuales han querido seguir  el ejemplo dado por León XIII y han conmemorado siempre la publicación de su célebre Encíclica <Rerum Novarum>.

 


Así, por ejemplo, en el centésimo aniversario de la misma, Juan Pablo II recordaba con estas palabras los beneficios aportados por ella a la sociedad (Papa Juan Pablo II. Carta Encíclica <Centesimus annus>):

“La presente Encíclica se sitúa en el marco de esta celebración, para dar gracias a Dios, del cual <desciende todo don excelente y toda donación perfecta> (St 1, 17) porque se ha valido de un documento, emanado hace ahora cien años por la Sede de Pedro, el cual había de dar tantos beneficios a la Iglesia y al mundo, y difundir tanta luz. La conmemoración que aquí se hace se refiere a la Encíclica leonina y también a las Encíclicas y demás escritos de mi predecesores, que han contribuido a hacerla actual y operante en el tiempo, constituyendo así la que había de ser llamada  <doctrina social> o también <magisterio social> de la Iglesia.

A la validez de tal enseñanza se refieren ya dos Encíclicas que he publicado en los años de mi Pontificado: la <Laborem exercens>, sobre el trabajo humano, y la <Sollicitude rei sociales> sobre los problemas actuales del desarrollo de los hombres y de los pueblos…

No se trata del hombre abstracto, sino del hombre real, concreto, histórico: se trata de cada hombre, porque a cada uno llega el misterio de la redención, y con cada uno se ha unido Cristo, para siempre a través de este misterio. De ahí se deduce que la Iglesia no puede abandonar al hombre, y que este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión…, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención.

La Encíclica <Rerum Novarum>, puede ser leída como una importación al análisis socioeconómico de finales del siglo XIX, pero su valor particular le viene de ser un documento  del Magisterio, que se inserta en la misión evangelizadora de Iglesia junto con otros muchos documentos de la misma índole. De este modo se deduce que la doctrina social de la Iglesia tiene de por si el valor de un <instrumento de evangelización>: cuanto tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre así mismo. Solamente bajo esta perspectiva se ocupa de los demás: de los derechos humanos de cada uno y, en particular, del <proletariado>, la familia y la educación, los deberes del Estado, el ordenamiento de la sociedad nacional e internacional, la vida económica, la cultura, la guerra, y la paz, así como el respeto a la vida desde el mismo momento de la concepción hasta la muerte”

En efecto, como aseguraba el Papa san Juan Pablo II, un aspecto importantísimo de la <doctrina social> de la Iglesia es el <respeto a la vida humana desde el momento de su concepción hasta la muerte> (Juan Pablo II. Cruzando el umbral de la esperanza. Editado por Vittorio Messori. Círculo de Lectores):



“El derecho a la vida es, para el hombre, el derecho fundamental. Y sin embargo, cierta cultura contemporánea ha querido negarlo, transformándolo en un derecho <incomodo> de defender. ¡No hay ningún otro derecho que afecte más a la existencia misma  de la persona! Derecho a la vida significa derecho a venir a la luz y, luego, a perseverar en la existencia hasta su natural extinción: <Mientras vivo tengo derecho a vivir>”

Y esto es así porque como enseña el Papa Benedicto XVI:

“La apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo. Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida, acaba por no encontrar la motivación y la energía necesaria para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre. Se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social. La acogida de la vida forja las energías morales y capacita para la ayuda recíproca.



Fomentando la apertura a la vida, los pueblos ricos pueden comprender mejor las necesidades de los que son pobres, evitar el empleo de ingentes recursos económicos e intelectuales para satisfacer deseos egoístas entre los propios ciudadanos y promover, por el contrario, buenas actuaciones en la perspectiva de una producción moralmente sana y solidaria, en el respeto de derecho fundamental de cada pueblo y cada persona a la vida” (Carta Encíclica <Caritas in Veritate>. Capítulo II).


Todos los creyentes y en general todos los hombres de buena voluntad deberíamos tener en cuenta estas enseñanzas que forman parte de la <doctrina social> de la Iglesia, y que tienen <una dimensión interdisciplinar importantísima>, pudiendo ser el  nexo de unión entre la teología, la metafísica y las ciencias en general, siempre al servicio del hombre, en palabras de Benedicto XVI (Ibid):
“Pablo VI vio con claridad que una de las causas del subdesarrollo es una falta de sabiduría, de reflexión, de pensamiento capaz de elaborar una síntesis orientadora (Populorum Progressio 40, 85) y que requiere una <clara visión de todos los aspectos económicos, sociales culturales y espirituales>. La excesiva sectorización  del saber, el cerrarse a las ciencias humanas, a la metafísica (Carta Encíclica Fides et ratio), las dificultades del diálogo entre las ciencias y la teología, no solo daña el desarrollo del saber, sino también el desarrollo de los pueblos, pues, cuando eso ocurre, se obstaculiza la visión de todo el bien del hombre en las diferentes dimensiones que lo caracterizan”

 


Por todo esto y por mucho más: Hoy como ayer, la Iglesia es consciente de que su <mensaje social> se hará creíble  por el testimonio de las obras, antes que por cuestiones puramente teóricas.  Como decía Juan Pablo II (Carta Encíclica <Centesimus annus>):

“El amor por el hombre y, en primer lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la <promoción de la justicia>. Ésta nunca podrá realizarse plenamente si los hombres no reconocen en el necesitado, que pide ayuda para su vida, no a alguien inoportuno, o como si fuera una carga, sino la ocasión de un bien en sí, la posibilidad de una riqueza mayor…

Así pues, para que se ejercite la justicia y tengan éxito los esfuerzos de los hombres para establecerla, es necesario el <don de la gracia> que viene de Dios. Por medio de ella, en colaboración con la libertad del hombre, se alcanza la misteriosa presencia de Dios en la historia que es la Providencia”

Para que se ejercite, pues, la justicia y tengan éxito los esfuerzos del hombre a favor de los más necesitados nos encomendamos a San José, Patrono de la Iglesia desde 1870, por declaración del Papa Pio IX, un hombre dadivoso con los pobres y protector de los presos políticos, y lo hacemos con una oración de su sucesor en la silla de Pedro, el Papa León XIII, defensor de los obreros, que hemos recordado anteriormente por los logros obtenidos, en este sentido, con su Carta Encíclica <Rerum Novarum>.

De San José, protector por derecho propio de las familias, empezando por la de <Nazaret>, Santa Teresa de Jesús llegó a decir: <A otros santos parece que les dio  el Señor  gracia para socorrer en una gloriosa necesidad; este glorioso santo tengo experiencia que socorre a todos y quiere el Señor darnos a entender que, así como le fue sujeto en la tierra y como tenía el nombre de padre, siendo su padre adoptivo, le podía mandar, así en el Cielo, hacer  cuánto le pida>



Oración del Papa León XIII a San José:

“A Vos, bienaventurado San José, acudimos en nuestras tribulaciones; y después de invocar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido, y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos volváis benignos los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades”