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sábado, 9 de marzo de 2019

EL HOMBRE Y LA MUJER SON IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS


 
 
 

 
 
El Papa Francisco en la <Audiencia General> de los miércoles del año 2015 dedicaba su catequesis al hombre y a la mujer con vistas a formar una familia. El les hablaba con el corazón en la mano, como se suele decir, que es por otra parte la manera cordial y cercana que este Pontífice tiene por costumbre utilizar al dirigirse a su grey:


“Como todos sabemos, la diferencia sexual está presente en muchas formas de vida, en la larga serie de los seres vivos. Pero sólo en el hombre y en la mujer esa diferencia lleva en sí la imagen y semejanza con Dios: el texto bíblico lo repite tres veces en dos versículos (Gen 1, 26-27): <hombre y mujer son imagen y semejanza de Dios>.
Esto nos dice que no sólo el hombre en su individualidad es imagen de Dios, que no sólo la mujer en su individualidad es imagen de Dios, sino también el hombre y la mujer, como pareja, son imagen de Dios.

La diferencia entre hombre y mujer no es para la contraposición, o subordinación, sino para la comunión y la generación, siempre a imagen y semejanza de Dios…
La cultura moderna y contemporánea ha abierto nuevos espacios, nuevas libertades y nuevas profundidades para el enriquecimiento de la compresión de lo que es ser hombre ó mujer, pero ha introducido también muchas dudas y mucho escepticismo…

Sí, corremos el riesgo de dar un paso hacia atrás. La remoción de la diferencia, es el problema, no la solución. Para resolver sus problemas de relación, el hombre y la mujer deben en cambio hablar más entre ellos, escucharse más, conocerse más, quererse más. Deben tratarse con respeto y cooperar con amistad”  (Audiencia General; miércoles 15 de abril de 2015)


En este  sentido, recordemos que la historia  suele presentar distintas etapas; así, se habló de una <primera etapa>, refiriéndose al movimiento  desarrollado en Inglaterra y los Estados Unidos durante el siglo XVIII y principios del XIX.

 
 
Se habló también de una <segunda etapa>  (primera mitad del siglo XX)  e incluso de una <tercera etapa> que se situaba hacia finales del siglo XX (más concretamente a partir del año 1970)  que se  extendió hasta finales del siglo XX. Por último, se habla hoy en día de  una <cuarta etapa>, ya dentro del siglo XXI


En general las crónicas nos revela, sin duda, la historia de deriva constante de la humanidad, desde sus inicios, hacia un paganismo y alejamiento de Dios, que ha conducido a la situación actual de declive profundo hacia un anticlericalismo arrebatado e intransigente.

 
 
Ha sucedido lo que anunciaba el Papa san Juan Pablo II en el año 1988 en su Carta Apostólica <Mulieris dignitatem), y que el denunciaba con estas sentidas palabras: “La mujer en nombre de la liberación del –dominio del hombre- no puede tender  a apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia originalidad femenina… Por dicho camino no llegará a realizarse y podría, en cambio, deformar y perder lo que constituye su riqueza esencial…”


Riqueza esencial que fue puesta en valor por nuestro Señor Jesucristo, tal como nos demuestra la lectura de los Santos Evangelios (Jn 12, 1-8),

 
 
 
y siempre nos han recordado los Padres y Pontífices de la Iglesia a lo largo de todos estos siglos. Así, por ejemplo, hacia mediados del siglo XX, el Papa Pablo VI, tras la clausura del Concilio Ecuménico Vaticano II, enviaba un mensaje a las mujeres, recordándoles el importante papel que Dios les dio desde el mismo momento de su creación (Mensaje a las mujeres. Pablo VI ,8 de diciembre de 1965):


“La Iglesia está orgullosa de haber elevado y liberado a la mujer, de haber hecho restablecer, en el curso de los siglos, dentro de la diversidad de los caracteres su innata igualdad con el hombre. Pero ha llegado la hora, en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora…
Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación profunda, las mujeres llenas de espíritu del Evangelio pueden ayudar enormemente a que la humanidad no decaiga…”

 
 
 
Entre otras recomendaciones de este Pontífice a  la mujeres, están: la de velar por el porvenir de nuestra especie, deteniendo la mano del hombre que en <un momento de locura intentase destruir la civilización humana>, la de recordar siempre que <una madre pertenece, por sus hijos, a ese porvenir que ella no verá probablemente>, y la de que la sociedad llama también a las mujeres solteras, porque <las mismas familias no pueden vivir sin la ayuda de aquellas que no tienen familia>.

Tiene también un recuerdo muy cariñoso para las mujeres vírgenes consagradas, ya que <Jesús, que dio al amor conyugal toda su plenitud, exaltó también el renunciamiento a ese amor humano cuando se hace por Amor infinito y por el servicio a todos> (Mt 19, 12).

Por último exclama, en este mensaje que toda mujer debería leer, aún en nuestros días:

 
 
“Mujeres que sufrís, en fin, que os mantenéis firmes bajo la Cruz a imagen de María: Vosotras, que tan a menudo, en el curso de la historia, habéis dado a los hombres la fuerza para luchar hasta el fin, para dar testimonio hasta el martirio, ayudadlos una vez más a conservar la audacia de las grandes empresas, al mismo tiempo que la paciencia y el sentido de los comienzos humildes.


Mujeres, vosotras, que sabéis hacer la verdad dulce, tierna, accesible, dedicaos a hacer penetrar el Espíritu del Concilio en las instituciones, las escuelas, los hogares, y en la vida de cada día.

Mujeres del Universo todo, cristianas o no creyentes, a quiénes os está confiada la vida, en este momento tan grave de la historia, a vosotras toca salvar la paz del mundo”

Pablo VI (Giovanni Battista Montini; 1963-1978) se encontró con la gran dificultad de proseguir, hasta dar término, al Concilio Ecuménico Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXIII, en un ambiente muy enrarecido de la sociedad, caracterizado por lo que se ha dado en llamar (guerra fría), y con conflictos bélicos tan importantes como la guerra de Vietnam, o los enfrentamientos armados en Medio Oriente, y por supuesto en África.

 
 
Por eso, no es de extrañar, que este Pontífice al que tanto le preocupaba la paz del mundo, como demostró precisamente en 1965 en su mensaje a las mujeres, para que le ayudaran en sus propósitos, tuviera una intervención en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en donde trató de mentalizar a las naciones sobre la necesidad de una paz duradera y justa, y así mismo también instituyera las <Jornadas Mundiales de la Paz>.

Las mujeres de todo el mundo se debieron sentir conmovidas ante este mensaje del Papa, pero los acontecimientos de la época unidos al creciente mal estado de la moralidad de los pueblos hicieron imposible los deseos de éste santo varón.

Los Pontífices anteriores, ya lo habían denunciado, así el Papa Pío XII (Eugenio Pacelli 1939-1958) en 1952 en un discurso sobre los <errores de la moral de la situación> o nueva concepción de la ley moral, éste Papa con alto dolor se expresaba en los términos siguientes:

 
 
“El signo distintivo de ésta moral es que no se sabe en manera alguna sobre las leyes morales universales, como por ejemplo los Diez Mandamientos, sino sobre las condiciones o circunstancias reales o concretas en las que tiene que obrar y según las cuales la conciencia individual  puede  juzgar y elegir…


La ética nueva (adaptada a las circunstancias) dicen sus autores, es eminentemente individual. En la determinación de la conciencia, cada hombre en particular se encuentra directamente con Dios y ante Él se decide, sin intervención ninguna de ley, de ninguna autoridad, de ninguna comunidad, de ningún culto o confesión, y de ninguna manera. Aquí sólo existe el yo del hombre y el yo del Dios personal…” (Discurso al Congreso de la Federación Mundial de las juventudes católicas 1952)

Como también aseguraba el Papa a las mujeres jóvenes, futuras madres, o no, de la sociedad de mediados del siglo XX, <la nueva moral, que se estaba tratando de implantar se hallaba tan fuera de la ley de los principios católicos, que hasta un niño que supiera el catecismo lo vería.

 
 
 
Hablaba el Papa Pío XII con conocimiento de causa de todos los problemas que de esta situación se estaban derivando y que en un futuro podrían verse acrecentados, con la expansión de peligrosas corrientes del pensamiento moral, y por eso aconsejaba finalmente a las mujeres que inculcaran a sus futuros hijos, a sus alumnos o parientes, en primer lugar, la costumbre de orar a Dios,  


y en segundo lugar, que les hicieran comprender a las gentes jóvenes que estar orgullosos u orgullosas de mantener la fe en Cristo y su Iglesia cuesta trabajo, pero que <han de acostumbrarse desde la primera edad a hacer sacrificios por su fe, a caminar delante de Dios en rectitud de conciencia, a reverenciar lo que Él ordena>.

Son consejos válidos también para el actual siglo XXI, que tan mal marcha ante el comportamiento moral y las buenas costumbres… consecuencia, seguramente, de aquellos primeros intentos de los hombres de quitar de en medio a Dios, para ponerse ellos en su lugar…

El individualismo, el narcisismo y el laicismo desatado han ido creciendo, junto con otros <ismos> y en la actualidad la situación es gravemente peligrosa y muy próxima al paganismo profundo que reinaba en vida de Jesús y sus apóstoles.

 
 
Por otra parte, el Papa san Juan Pablo II se dio pronto cuenta de lo que estaba sucediendo y de lo que podría suceder en un futuro y por eso en su Carta Encíclica <Redemptor Hominis> de 1979 aseguraba que <el Redentor del hombre, Jesucristo, es el centro del Cosmos y de la historia>.

Él se preguntaba entonces, al comienzo de su Pontificado: ¿Cómo? ¿De qué modo hay que proseguir? ¿Qué hay que hacer a fin de que este nuevo Adviento de la Iglesia, próximo ya al final del segundo milenio, nos acerque a Aquel que la Sagrada Escritura llama: Padre sempiterno < Pater futuri saeculi>. El denunciaba también, en esta amplia y fundamental Carta Encíclica, la existencia de graves peligros y amenazas para los seres humanos. En efecto, decía:

“La situación del hombre en el mundo contemporáneo parece distante tanto de las exigencias objetivas del orden moral, cómo de las exigencias de la justicia o aún más del amor social”

Por su parte, el Papa Francisco recogiendo todos los pensamientos y enseñanzas de sus antecesores en la Silla de Pedro ha querido también contribuir, en este sentido, en beneficio del hombre y de la mujer y así, por ejemplo, lo comprobamos en su Audiencia General del 22 de abril de 2015:

“El Espíritu Santo, que inspiró toda la Biblia, sugiere por un momento que a la imagen del hombre solo  -le falta algo- , sin la mujer. Y sugiere el pensamiento de Dios, casi el sentimiento de Dios que lo observa, que observa a Adán solo en el jardín: es libre, es señor,…pero está solo.

 
 
Y Dios ve que esto <no es bueno>  -dice Dios- y añade: voy a hacerle alguien como él, que le ayude (Gen 2, 18).Entonces Dios presenta al hombre todos los animales; el hombre da a cada uno de ellos su nombre –y es esta otra imagen del señorío del hombre sobre la creación- , pero no encuentra en ningún animal al otro semejante a sí.


El hombre sigue solo. Cuando Dios le presenta a la mujer, el hombre reconoce exultante que esa criatura, y sólo ella, es parte de él: <es hueso de mis huesos y carne de mi carne> (Gen 2, 23). Al final hay un gesto de reflejo, una reciprocidad.

Cuando una persona -es un ejemplo para comprender bien esto- quiere dar la mano a la otra, tiene que tenerla delante: si uno tiende la mano y no tiene a nadie, la mano queda allí…, falta la reciprocidad.

La mujer no es una réplica del hombre; viene directamente del gesto creador de Dios. La imagen de la <costilla> no expresa en ningún sentido inferioridad o subordinación, sino, al contrario, que el hombre y la mujer son de la misma sustancia y son complementarios y que tienen también esta reciprocidad.

Y el hecho de que –siempre en la parábola- Dios plasme a la mujer mientras el hombre duerme, destaca precisamente que ella no es de ninguna manera una criatura del hombre, sino de Dios. Sugiere también otra cosa: para encontrar a la mujer –y podemos decir para encontrar el amor de la mujer-, el hombre primero tiene que soñarla y luego la encuentra.

 
 
La confianza de Dios en el hombre y en la mujer, a quienes confía la tierra, es generosa, directa, plena. Se fía de ellos. Pero he aquí que el maligno introduce en su mente la sospecha, la incredulidad, la desconfianza. Y al final llega la desobediencia al mandamiento que los protegía. Caen en ese delirio de omnipotencia que contamina todo y destruye la armonía”


Así sucedió con el primer hombre y la primera mujer según el libro del Génesis, por eso, también según  este libro, Dios llegó a la siguiente conclusión (Gen 3, 22-24):

“Exclamó <Ahí tenéis al hombre vuelto como uno de nosotros, discernidor del bien y del mal. Ahora, pues, no vaya a alargar la mano y tome también  del árbol de la vida, coma de él y viva eternamente> /  Y expulsóle Yahveh Dios del vergel de Edén a trabajar la tierra, de la que había sido tomado / Cuando hubo arrojado al hombre, puso al oriente de Edén  querubines con espada de hoja fulgurante para guardar el camino del árbol de la vida”

 

 
 
Como asegura el Papa Francisco, refiriéndose al pecado original y al pecado en general (Ibid):“El pecado genera desconfianza entre el hombre y la mujer. Su relación se verá acechada por mil formas de abuso y sometimiento, seducción engañosa y prepotencia humillante, hasta la más dramáticas y violentas. La historia carga las huellas de todo eso.


Pensemos, por ejemplo, en los excesos negativos de las culturas patriarcales. Pensemos en las múltiples formas de machismo donde la mujer ha sido considerada de segunda clase…

Pensemos en definitiva en la reciente epidemia de desconfianza, de escepticismo, e incluso de hostilidad que se difunde en nuestra cultura -en especial a partir de una comprensible desconfianza de las mujeres- respecto a una alianza entre hombre y mujer que sea capaz, al mismo tiempo, de afirmar la intimidad de la comunidad y cuestionar la dignidad de la diferencia.

Si no encontramos un sobresalto de simpatía por esta alianza, capaz de resguardar a las nuevas generaciones de la desconfianza y la indiferencia, los hijos vendrán  al mundo cada vez más desarraigados de la misma desde el seno materno.

La desvalorización social de la alianza estable y generativa del hombre y de la mujer es ciertamente una pérdida para todos: ¡Tenemos que volver a dar el honor debido al matrimonio y a la familia!

 

 
 
La santa Biblia dice algo hermoso: El hombre encuentra a la mujer, se encuentran, y el hombre debe dejar algo para encontrarla plenamente. Por ello el hombre dejará a su padre y a su madre para ir con ella (Gen 1, 24) ¡Es hermoso! Esto significa comenzar un nuevo camino. El hombre es todo para la mujer y la mujer toda para el hombre”