San Pablo en su segunda Epístola
a los Tesalonicenses les rogaba, en referencia al segundo advenimiento de
nuestro Señor Jesucristo, que no permanecieran en situación de alarma
constante, pues antes se producirían una serie de signos muy visibles que lo
anunciarían (2 Tes 2, 1-7):
“Os rogamos hermanos, por lo que
atañe al advenimiento de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con Él /
que no os dejéis tan pronto impresionar, abandonando vuestro sentir, ni os
alarméis, ni por espíritu, ni por dicho, ni por carta, cual si fuera de
nosotros, como que esté inminente el día del Señor / que nadie se engañe de
ninguna manera; porque primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición (Anticristo)/ que se opone y se alza sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es adorado, hasta el punto de sentarse él mismo en el templo de Dios, mostrándose como si fuera Dios / ¿No recordáis que, estando todavía con vosotros, os
decía yo esto? / Y ahora ya sabéis lo que le detiene, con el objeto de que no
se manifieste sino a su tiempo / Porque el misterio de la iniquidad está ya en
acción; solo falta que el que lo detiene ahora, desaparezca de en medio”
El <hombre del pecado> al
que se refiere san Pablo en su misiva es el llamado <Anticristo>; se trata según
los teólogos y los Padres de la Iglesia de, una persona, no una colectividad o
tendencia personificada. Sin embargo esta persona concentrará en sí y
representará una tendencia y una colectividad.
Será una persona
irresistiblemente fascinadora para el hombre, avasalladora y satánicamente
orgullosa que no podrá manifestarse, aunque ya se encuentra en acción (misterio
de la iniquidad), mientras que <lo que la detiene> no desaparezca
totalmente.
Pero ¿Qué puede ser aquello que
la detiene? Según los santos Padre de la Iglesia primitiva, lo que la detenía
era el Imperio romano, con su emperador a la cabeza. Para la Iglesia esta idea
ha venido a significar a lo largo de la historia del hombre, el principio de
autoridad normal y legitima, en cuanto mantiene con mano firme el social y
político…
El Papa san Juan Pablo II se
refería con frecuencia al <misterio de la iniquidad> a lo largo de su
labor evangelizadora, tal como puso de manifiesto Stawemir Oder, el polaco designado por el
Cardenal Vicario Camillo Ruin, postulador de su canonización en 2005:
“El <mysterium
iniquitatis>, que se menciona en la Segunda Carta a los
Tesalonicenses, constituía uno de los puntos cardinales de las reflexiones del
Pontífice.
Juan Pablo II se refiere
expresamente a él mientras contemplaba con tristeza las imágenes de los atentados
terroristas de las Torres Gemelas de Nueva York. No obstante, incluso en esos
momentos dramáticos su mirada llena de fe conseguía prevalecer sobre cualquier
emoción” (¿Por qué es Santo? El verdadero Juan Pablo II; por el postulador
de la causa de su canonización; Ed. B, S.A., 2010).
En cierta ocasión, como se cuenta
en este mismo libro, un periodista durante un viaje internacional, interpeló al
santo Pontífice para que manifestase si podría considerar que sus discursos solían
ser excesivamente exigentes…La respuesta del Papa Juan Pablo
II sencillamente fue:
“He reflexionado algunas veces sobre esta cuestión, pero
siempre he acabado por concluir que la palabra de Dios es mucho más exigente y
que mi deber es proclamarla en todo momento”
Una respuesta sin duda magnifica,
que a todos los creyentes nos debería motivar a la hora de emprender cualquier
tipo de labor evangelizadora. Sí, porque el hombre siempre está dispuesto a
justificar sus errores y sólo desea que los demás los admitan como propios,
pero eso no cuenta a la hora de la justicia divina, como nos da a entender el santo Padre.
En este sentido, es un buen
ejemplo considerar el comportamiento de una gran parte de la humanidad durante
el siglo XVIII, conocido como el <siglo de la luz>, en el que la iglesia de Cristo soportó grandes
sufrimientos y a pesar de ello, salió vencedora por la gracia de Dios.
Recordemos que hacia la mitad del
siglo XVIII se produjo la descomposición del Imperio, en el continente europeo,
a consecuencia de los problemas provocados por la sucesión de la corona. Concretamente, Leopoldo I,
al morir en 1705, había regulado el sistema de sucesión, de manera que: la
corona pasaría de José I a Carlos VI y, en caso de que éste último no tuviera
descendencia masculina, la corona volvería a las hijas de José, casadas respectivamente con Augusto III
de Sajonia y Carlos Alberto de Baviera.
Sin embargo sucedió que Carlos VI, sin tener en cuenta lo dispuesto por Leopoldo I,
publicó la <Pragmática Sanción> en la que nombraba heredera a su hija
María Teresa, haciendo además que la juraran sus dos sobrinas y los esposos de
estas. Por ello, a la muerte de Carlos
VI, Carlos Alberto de Baviera reclamó la corona para su esposa y de esta forma
dio lugar a la llamada <Guerra de Sucesión>.
Del lado de María Teresa se
alinearon Rusia, Inglaterra y Holanda y en el lado contrario lo hicieron
Baviera, Francia, Prusia y España. En 1740 Federico II de Prusia
invade Silesia, mientras su aliado Carlos Alberto de Baviera avanza por
Bohemia; entre tanto, María Teresa se
refugia en Hungría, donde llega a formar un importante ejercito y se pone de
acuerdo con Federico de Prusia en el traslado de Breslau, por el que le cede
Silesia, pudiendo así recuperar ella, Bohemia,
e invadir Baviera. Pero, Federico II que no desea el triunfo de María
Teresa, ataca entonces Bohemia y toma Sajonia.
Toda esta serie de
acontecimientos bélicos, unida a las victorias francesas en Flandes, hizo que
María Teresa firmara la llamada <Paz de Aquisgrán> (1748), siendo
reconocida emperatriz, mientras que Federico II se apoderaba de Silesia. Por
otra parte, el Imperio cedía los ducados de Parma, Plasencia y Guastalla a D. Felipe, hijo de Felipe V.
El rápido engrandecimiento de Prusia
alarmó, sin embargo, a todas las potencias, y como María Teresa deseaba recobrar Silesia, y por otra parte,
Rusia, Francia, Polonia y Suecia querían terminar con Federico II, se unieron
en contra de Prusia que solo contaba con el apoyo económico de Inglaterra. En el curso de la guerra
emprendida, llamada <Guerra de los siete años> (1756-1763), España toma
parte al lado de Francia y Austria, mientras que Rusia se separa de la
contienda permaneciendo neutral.
La guerra se desenvuelve por mar
desde la India, Estados Unidos, entre Francia e Inglaterra. En el continente
europeo, el ejército de Federico II se enfrenta con todos sus enemigos; vence a
los franceses en Rossbach y los austriacos en Leuthen, pero Inglaterra le niega
el crédito y solo le salva la muerte de la zarina Isabel. Por su parte el nuevo
zar, Pedro III, claro admirador de Federico II, siguió permaneciendo neutral.Firmada la paz, Prusia conserva
Silesia e Inglaterra recibe de Francia la India y Canadá.
A María Teresa le
sucede su hijo José II (1780-1790) que establece reformas, imitando a Federico
II, en la organización militar y en la corte. También introdujo el
llamado <depotismo ilustrado> y unificó el idioma en todos sus
territorios. Estas reformas promovieron sublevaciones en Hungría y en los
Países Bajos.
El absolutismo a mediados del
siglo XVIII, doctrina política que
concede, al primer poder del Estado, una facultad de gobierno omnímoda y por encima
de todo derecho, había llegado a extenderse por todo el
imperio, recibiendo el nombre de regalismo en España. Por otra parte, en Austria, el absolutismo recibió
el nombre de josefismo, en recuerdo del emperador José, el cual quiso someter a la
Iglesia a su autoridad, no por odio a ella, sino por seguir la corriente
europea y por un meticuloso celo que le granjeó el sobrenombre del <sacristán>.
En Alemania entre tanto, el absolutismo tomó el nombre de febronianismo, por
Febronio, su artífice científico, el cual hacia residir la autoridad de la
Iglesia, no en el Papa, sino en la comunidad y para los italianos, en fin, el
absolutismo se manifestó, sin nombre alguno especial, tras un conato de
divorcio entre los intelectuales y la Iglesia, que culminó con el Sínodo de
Pistoya.
Todas estas tendencias de tipo
político, durante el llamado <Siglo de la luz>, que tomaron como ente y causa de
atención a la Iglesia católica, fueron un serio problema para la misma, siempre
más preocupada por temas de evangelización, que por otras cuestiones que nada
tenían que ver con el mensaje de Cristo.
Hacia mediados de este siglo,
concretamente el 6 de febrero de 1740, muere el Papa Clemente XII, siendo
elegido nueva cabeza de la Iglesia, con el nombre de Benedicto XIV, Prospero
Lorenzo Lambertini; su Pontificado duró hasta 1758, muriendo a edad avanzada
pues había nacido en Bolonia en el año 1675, en el seno de una noble familia.
Su capacidad mediadora le permitió entablar relaciones con los soberanos de las
distintas potencias que en aquel momento agobiaban a la Iglesia de Roma,
por supuesto con la idea de protegerla de males mayores. En este sentido se puede
decir que fue un excelente gobernador de los Estados de la Iglesia aunque para
ello tuviera que hacer ciertas concesiones que más tarde le causarían gran
sufrimiento.
Gran intelectual y amante de la
enseñanza, potenció ésta a nivel superior, fundando cátedras de física, química
y matemáticas en todos los territorios del Pontificado. Creó también en la
Universidad de Bolonia una escuela de cirugía y una cátedra para la enseñanza
de la obstetricia y fundó un museo arqueológico, entre otras muchas obras
dignas admiración para aquella época.
Escribió mucho, conservándose doce
volúmenes que resumen sus capacidades intelectuales en los distintos campos de las ciencias y de las
letras. Dentro de su labor pastoral es de
destacar la reforma de la educación de
los sacerdotes para potenciar sus conocimientos y ponerlos al día de los
avances intelectuales del momento, con vista a ejercer mejor su labor
evangelizadora.
Gran devoto de los santos, canonizó entre otros a Pedro
Regalado en el año 1746 y al Papa León Magno en el 1754, Pontífice que se enfrentó en el año 452 al terrible rey de los hunos, Atila, logrando que no entrara en Roma y la destruyera como era su propósito
A la muerte de Benedicto XIV fue
elegido nuevo Papa el veneciano Carlos Della Torre Rezzonico (1758-1769) con el
nombre de Clemente XIII. Educado por los jesuitas en Bolonia, sentía gran
simpatía por esta orden, lo que le llevó de inmediato a favorecerla incluso en
contra de la opinión de algunos soberanos que se decían católicos, pero que detestaban
a estos religiosos.
Desde el principio de su Papado,
al igual que ya había demostrado con anterioridad, dio muestra de ser un hombre
de vida ejemplar, totalmente despegado del poder y el dinero. Ello le llevó a
renunciar a su patrimonio personal, que era importante debido a su familia, a
favor de los más pobres y necesitados. Tanto era su amor por sus semejantes,
que se cuenta que era capaz de dar su propia ropa, siguiendo el consejo que
Jesús dio a sus discípulos en cierta ocasión (Lc 12, 33-34): <Vended
vuestras posesiones y dad limosna. Acumulad aquello que no pierde valor,
tesoros inagotables en el cielo, donde ni el ladrón se acerca ni la polilla roe
/ porque donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón>.
Durante el Pontificado de Clemente
XIII, tanto el regalismo como el jansenismo se puede decir que estaban de moda
a pesar de ser enemigos naturales de la Iglesia católica. Por otra parte, el
filosofismo era también un grave problema para la tarea evangelizadora de la
Iglesia, y especialmente para los religiosos de la compañía de Jesús, a la que
se acosaba sin descanso desde las altas esferas de la política. Ante esta
situación el Papa se vio obligado, con objeto de evitar problemas graves para la
Iglesia, a transigir con algunos temas que iban contra la orden, agobiado como
se encontraba por las exigencias de países como Francia, España o Portugal.
El pueblo estaba ignorante de la
tremenda trama montada en contra de los jesuitas por altos dignatarios de diversas
potencias políticas que culminó en la noche del 2 al 3 del mes de abril de
1767, con el ataque sistemático a todas las casas de la orden. Las razones que se dieron para
semejante maldad fueron inaceptables para el Papa Clemente, el cual el 16 de
abril mediante una carta declaraba que lo sucedido había sido un golpe cruel a
la Iglesia y rogaba al rey de turno que si algún jesuita había cometido alguna
falta, al menos antes de condenarlos a todos a ser expulsados, se le diera un
juicio justo. Nada pudo hacerse en este sentido, porque el complot estaba ya en
marcha y tan solo pudo conseguir que al menos se les permitiera refugiarse
en territorios pontificios.
Se puede decir que el
comportamiento de este hombre, representante de Cristo en la tierra, fue
ejemplar en aquellos momentos cruciales para la Iglesia, al luchar
denodadamente contra el poder del príncipe del mundo, instaurado en las personas más prominentes de aquella época. Así mismo, de su labor pastoral hay que
destacar su gran devoción al Sagrado Corazón de Jesús y a la
Inmaculada Concepción, que promocionó enormemente entre su grey; así
mismo es necesario recordar que ordenó el Prefacio de la Santísima Trinidad que se recita los domingos.
Por todo esto, la muerte de este gran
Papa dejaba a la Iglesia en 1769, en una situación muy crítica frente a sus
numerosos enemigos, entre los que cabe destacar a los seguidores del galicanismo, el
jansenismo o el febronianismo, junto con el muy extendido y temible radicalismo; se estaba
preparando ya el terreno para lo más tarde sucedería a finales de este siglo y
principio del siglo XIX: la Revolución francesa.
Fue elegido nuevo Pontífice el
franciscano Giovani V. Ganganelli, luego de tres meses de conclave con el nombre
de Clemente XIV (1769-1774). Había nacido en Sant´Angelo, cerca de Rimini en
el año 1705 por lo que ya tenía una cierta edad para enfrentarse a los
terribles acontecimientos de la época. Sin embargo, desde el primer momento
trató de enfrentarse con ánimo a los mismos; era sin embargo, tal la
potencia de los soberanos del momento, enfrentados a la compañía de Jesús, que
se vio realmente incapacitado para afrontarla y no defendió a los jesuitas hasta las
últimas consecuencias. Así, por ejemplo, el colegio seminario de Frascati,
perteneciente a los jesuitas fue entregado al obispo de la ciudad, el
cardenal York. Se prohibieron sus catecismos de Cuaresma y se hicieron otras
tantas maldades, entre la que siempre destacará el cierre del noviciado y el
colegio alemán que fueron devueltos a los estudiantes y a sus
familias…Comportamientos similares se extendieron por Bolonia, Rávena, Ferrara
etc.
Acatando las exigencias de los
soberanos europeos, el Papa Clemente XIV disolvió la Compañía de Jesús mediante
la bula <Dominus ac Redemptor> y a su general, el padre Rici, lo
encarceló en Sant’Angelo de por vida, se dice que con gran dolor…pero lo hizo,
según parece, para conservar la paz…
Se cuenta que murió en extrañas
circunstancias al poco tiempo, totalmente arrepentido de sus momentos de
flaqueza ante los poderes del mundo. Pero la Iglesia siguió adelante como no
podía ser de otra forma, porque el Espíritu Santo siempre está presente en ella…
Tras este breve recorrido por
la historia a través de la segundad mitad del siglo XVIII, se podría sacar
la conclusión de que no fueron
tiempos muy propiciatorios para el florecimiento de la santidad entre las gentes de la época, sin embargo sucedió todo lo contrario y tras un
análisis profundo sobre el tema así se nos demuestra. Sí, también en este siglo, llamado
de las luces, la búsqueda de la santidad por parte de muchos hombres y mujeres
fue manifiesta; por suerte se comprueba, una vez más, la virtud de la Iglesia
de Cristo, a través de sus componentes,
los cuales lucharon con denuedo enfrentándose a las grandes dificultades del
momento, dejando tras de sí ese aroma inconfundible, propio de los
seguidores de Jesús.
Éste es el caso,
sin duda, de san Alfonso María de
Ligorio (1696-1787), obispo y doctor de la Iglesia, del que se cuenta que desde
niño dio muestras de un gran talento e inclinación hacia las cosas santas. Era
de familia noble por lo que tuvo el privilegio de recibir una educación
esmerada, que le permitió conocer varios idiomas, y tener amplios estudios en
el campo de las ciencias y en el de las letras. Con solo diecinueve años era ya un
abogado de gran prestigio, pero el Señor tenía reservado para él otros caminos;
sucedió que durante un retiro realizado en un convento de lazaristas sintió la
llamada al sacerdocio, recibiendo la sagrada orden en 1727.
Tenía entonces solo 31 años y uno
de los primeros encargos del Señor que llevó a la práctica fue recoger de las
calles a los niños que andaban sin rumbo por ellas, pasando hambre y sin
conocimientos para salir de aquella situación ominosa. Los llevaba a la
Iglesia, les cuidaba física y moralmente acercándoles al conocimiento de Cristo
y a su misericordia. Realizó esta misión también por los pueblos del entorno de
su ciudad (Nápoles) llegando a fundar, con la ayuda de un grupo de laicos la
Congregación del Santísimo Redentor, que ha subsistido hasta nuestros días con
el nombre Padres Redentoristas.
Prolifero escritor dio a la
humanidad numerosas obras espirituales, fundamentalmente en el campo de la
teología y de la moral. Particularmente resulta interesante resaltar su gran
amor por la Virgen María que le llevo a
escribir el libro <La gloria de María>, para defenderla de los ataques de
los seguidores del jansenismo que divulgaban la idea de que la devoción a Ella
era una superstición.
Un dato interesante de la vida de
este santo varón es su punto de conexión con el Papa Clemente XIV cuando éste estaba agonizante; sus
hagiógrafos cuentan que encontrándose muy enfermo tras sufrir un ataque
reumático que casi le lleva a la muerte, permaneció inconsciente durante 24
horas y al volver en sí dijo a los que le cuidaban, allí presentes: <Fui a
asistir al Papa que acaba de morir>, y luego se pudo comprobar que en efecto
el Pontífice había fallecido ese día, un 22 de septiembre de 1774, como
anteriormente recordamos.
Toda su vida es un ejemplo de a
mor hacia Dios y sus semejantes en los que veía el sufrimiento de Cristo. Su
caridad era enorme y siempre se encontraba dispuesto a darlo todo a favor de
los más necesitados; durante los trece años que administró la diócesis de santa
Águeda de los Godos apenas se ausentó de ella, convirtiéndose así en un pastor
vigilante, que visitaba con frecuencia los seminarios y cuidaba con espero la
vida espiritual de los futuros sacerdotes.
En 1775 san Alfonso Ligorio pidió
al Papa de entonces, Pio VI, que le permitiera renunciar al gobierno de la
sede, y éste se lo concedió al tener en cuenta su delicado estado de salud. En
los últimos momentos de su vida se sumió en un estado de éxtasis, tras su lucha
contra el maligno, entregando su alma al Señor el año 1787.
Otros muchos hombres y mujeres
que vivieron durante estos años del siglo XVIII, fueron
declarados santos por la Iglesia católica al cabo de cierto tiempo y otros
muchos lo fueron también aunque no hayan sido canonizados…Entre los primeros cabe
destacar algunas mujeres santas, como Anna María Gallo también conocida como María
Francisca de las cinco llagas, beatificada por el Papa Gregorio XVI en 1843 y
canonizada por Pio IX en 1867.
La historia de esta santa es
sorprendente; se trata de una religiosa napolitana que desde muy joven demostró
un gran fervor por las cosas de la Iglesia, además de manifestar gran caridad por los más necesitados del lugar.
Por todo ello muy pronto la gente empezó a llamarla <la santarella>, es
decir, la pequeña santa.
Su padre, cuando ella tenía tan solo dieciséis años
trató de que se casase con un hombre muy rico, pero ella se negó, porque
quería servir en cuerpo y alma a Dios y en cuanto le fue posible entro en la
orden franciscana reformada por san Pedro Alcántara (S. XVI) con objeto de que retornara a la estricta observancia de la pobreza y a la penitencia de sus orígenes
Posteriormente y bajo la
dirección del padre Giovanni Pessiri, en compañía de otras cuantas hermanas terciarias se alojó en una casa
particular, desde la cual se dedicaban a llevar auxilio y mucho amor a los
pobres, siguiendo el ejemplo de Cristo. Fue después de su muerte cuando
comenzó a conocerse su gran labor en la Iglesia, a raíz de una serie de prodigios que la
hicieron famosa. Sus hagiógrafos cuentan, por ejemplo, que durante la segunda
guerra mundial, la ciudad de Nápoles fue duramente bombardeada, pero el barrio donde
la santa había vivido fue milagrosamente preservado, evitando la muerte de las
personas que vivían por entonces allí. Por otra parte, en la actualidad, en la capilla donde se
encuentran sus restos, existe una silla donde las mujeres se sientan para pedir
al Señor la gracia de alcanzar la fecundidad.
Teresa Margarita Redi (1747-1770)
es otra santa italiana de la época; perteneciente a la orden de las carmelitas descalzas de
Florencia cuya vida es también muy meritoria aunque se disponen de pocos datos sobre
la misma. Concretamente se sabe que pertenecía a una familia noble por lo que
recibió una esmerada educación. Se cuenta que siento muy joven entró en el monasterio de
las carmelitas donde durante años llevó
una vida de recogimiento y oración, según el modelo de la vida contemplativa,
en recuerdo de las palabras del evangelista san Juan: <Dios es amor>.
Sus hagiógrafos aseguran que
vaticinó el día de su muerte, que ocurrió cuando solo tenía 23 años, y que
después de una rápida descomposición de su cadáver, al cabo de tres días,
volvió a su estado inicial, conservando el aspecto de una persona dormida.
Tanto las monjas que ya habían iniciado los ritos funerarios, como algunos
sacerdotes y doctores del lugar, dieron fe de la reversión del cuerpo de santa
Teresa Margarita Redi o Teresa Margarita del Sagrado corazón de Jesús. Su cuerpo incorruptible continúa
en el monasterio de Florencia y es una de las carmelitas que han llegado a ser
canonizadas, al igual que lo fue santa Teresa de Ávila. Por eso nos viene a la memoria
aquella hermosa oración de la santa doctora de la Iglesia, a
propósito de la vida de esta joven carmelita:
“Nada te turbe / Nada te espante
/ Todo pasa / Dios no se muda / La paciencia todo lo alcanza / Quien a Dios
tiene / Nada le falta / Solo Dios basta”