La atracción universal, de toda la humanidad hacia Cristo crucificado, queda indicada en esta significativa frase del Señor, que él pronunció con motivo de la llegada a Jerusalén de unos gentiles para dar culto a Dios, porque también por entonces había ya entre otros pueblos no israelitas el deseo imperioso de conocer al verdadero Dios, y por eso estaban impacientes por encontrarse con Jesús para que les revelara la Verdad, sin embargo respetuosos, y acaso temerosos de su poder, prefirieron pedir ayuda a uno de sus Apóstoles, concretamente a Felipe, para que actuara como su embajador ante él, rogándole con estas palabras: <Señor queremos ver a Jesús>. Felipe prudentemente, en vez de dirigir este deseo directamente a Jesús, le dijo a Andrés lo que pasaba, y así luego ambos expusieron a su Maestro este ruego.
El Señor ante
esta situación da la impresión de que ve
más próxima que nunca su Pasión, Muerte y Resurrección, al pronunciar estas, en
principio, misteriosas palabras (Jn 12, 23-26): "Ha llegado la hora en que sea
glorificado el Hijo del hombre / En verdad, en verdad os digo: si
el grano de trigo no es enterrado y muere, queda él solo; más si muere, lleva
mucho fruto / Quien ama su vida, la pierde; y
quien aborrece su vida en este mundo, la ganará para la vida eterna /Quien me sirve, sígame; y donde
estoy yo, allí estará también mi servidor"
Luego, se abatió sobre Él, por su naturaleza humana, la angustia ante la proximidad de los terribles acontecimientos que se avecinaban, y dijo (Jn 12, 27): <Ahora mi alma se ha turbado; ¿Y qué diré? Padre sálvame de esta hora>. Pero enseguida, con humildad y tremendo amor hacia la humanidad, ante la llegada de su Pasión y Muerte exclamó (Jn 12, 27-28) :< Más para esto vine a esta hora. Padre, glorifica tu nombre>.
Son dos las revelaciones que Jesús hace en este decisivo momento de la historia de la humanidad. Por una parte, que su muerte dará como fruto la victoria definitiva sobre el maligno, sobre Satanás, el príncipe del mundo, y por otra que se establecerá una atracción universal de toda la humanidad, desde la Cruz, hacia Cristo y su Iglesia. Y esto será así a lo largo de toda las generaciones desde la venida del Hijo del hombre, el Mesías, porque como muy bien nos dijo el Papa San Juan Pablo II (Carta Encíclica <Veritatis Splendor>. Dada en Roma el 6 a agosto de 1993):
La contemporaneidad de Cristo responde al hombre de cada época, se realiza en el cuerpo vivo de la Iglesia. Y por eso Dios prometió a sus discípulos el Espíritu Santo, que les <recordaría> y les haría comprender sus mandamientos (Jn 14, 26) y al mismo tiempo, sería el principio frontal de una vida nueva para el mundo (Jn 3, 5-8); Rm 8, 1-13)”
La Constitución dogmática <Dei
Verbum> ha expresado este gran misterio en los términos bíblicos de un diálogo
nupcial, como ha recordado el Papa Benedicto XVI (Los caminos de la vida
interior. Benedicto XVI Ed. Chronica; 2011): “Dios que habló en otros tiempos,
sigue conversando siempre con la esposa de su Hijo amado, y el Espíritu Santo
por quién la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el
mundo, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en
ellos intensamente la palabra de Cristo (cf. Col 3.16) (Concilio Ecuménico
Vaticano II. Constitución dogmática <Dei Verbum>)”
En efecto, una vez terminada la
obra sobre la tierra, que el Padre había encomendado a su Hijo Unigénito, Éste envió al Espíritu Santo sobre sus
discípulos reunidos en el Cenáculo, en torno a la Virgen María, el día de la
celebración de la fiesta judía de Pentecostés, que conmemoraba la Alianza del
Sinaí, en tiempos del Patriarca Moisés.
Tras la llegada del Espíritu Santo (en forma como de lenguas de fuego que se dividían y se posaban sobre los allí presentes), la Iglesia de Cristo se manifestó públicamente por primera vez, ante las gentes, que habían acudido hasta el lugar, asombradas y quizás sobrecogidas, por el fenómeno extraordinario que tuviera lugar (estruendo parecido al viento que sopla fuertemente), y desde ese mismo momento se inició la labor evangelizadora de la Iglesia instituida por Jesucristo porque los que estaban en aquel lugar <se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse> (Hech 2, 4)
Con razón la Iglesia así
instituida es: <Sacramento universal de Salvación>; tal como podemos leer
en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 774): La palabra griega
<mysterion>, ha sido traducido al latín por dos términos:
<mysterium> y <sacramentum>. En este
sentido, Cristo es el mismo: <Misterio de la Salvación> (Cristo es El mismo el Misterio de la salvación)
La obra salvífica de su humanidad santa y santificante es el <Sacramento de la Salvación>, que se manifiesta y actúa en los Sacramentos de la Iglesia (que las Iglesias Orientales llaman también <los santos misterios>).
Los siete Sacramentos (Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y Matrimonio) son los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es el su Cuerpo.
Sin embargo por importante que sea la labor social de la Iglesia, que lo es y mucho, para paliar las necesidades materiales de la humanidad, sobre todo en tiempos de crisis económica como la actual, el verdadero <núcleo>, la <verdadera razón de ser> de la Iglesia de Cristo, es ser <Misterio>, ser <Sacramento universal de salvación>.
Por esta razón aquellos que se llaman creyentes y dicen <creo en Dios>, pero <paso de los sacerdotes>; ó bien, <Jesús sí, Iglesia no>, se encuentran en el camino de la obcecación y de la antítesis, porque Dios y, por tanto su Hijo Unigénito, nunca pueden estar en contraposición con su Iglesia ó con sus Apóstoles, de los cuales los sacerdotes son representantes.
En este sentido, resulta
interesante recordar la denuncia del Papa Benedicto XVI (“Un canto para el Señor. Cardenal Joseph Ratzinger.
Papa Benedicto XVI. Ed. Sígueme. Salamanca 2011): “La situación de la fe y de la
teología en Europa se caracteriza hoy, sobre todo, por una desmoralización
eclesial. La antítesis <Jesús sí, Iglesia no> parece típica del
pensamiento de una generación…Detrás de esta difundida contraposición entre
Jesús y la Iglesia, late un problema cristológico"
Pero ¿cuáles son las raíces de la separación que se quiere hacer hoy entre Jesús y Cristo? Ésta es una cuestión que viene de lejos, de los inicios de la Iglesia, tal como podemos leer en la primera Carta del Apóstol San Juan, con ocasión de las desviaciones del Mensaje de Cristo, por parte de algunos que llamándose creyentes, se comportaban como verdaderos <anticristos>.
A la cabeza
de todos ellos se encontraba Cerinto, líder herético de una secta próxima al
gnosticismo, que para desprestigiar la
figura de Cristo mantenía, entre otras herejías, que había venido en agua, pero
no en sangre…
Entre las causas, que han podido contribuir al empeño de algunos de separar a Jesús, de Cristo, Benedicto XVI menciona en primer lugar, la construcción del llamado <Jesús histórico> (Ibid): “El principio constructivo sobre el que emerge este Jesús excluye lo divino de él, siguiendo el espíritu de la Ilustración. Este <Jesús histórico> no puede ser Cristo ni Hijo…La Iglesia queda así descartada; solo puede ser una organización humana que se intenta utilizar con más o menos habilidad la filantropía de Jesús. Desaparecen también los Sacramentos…Detrás de este despojo de Jesús que es el <Jesús histórico>, hay una opción ideológica que se puede resumir en la expresión: imagen moderna del mundo”
Como segunda causa de la
separación en la sociedad moderna, de Jesús, de Cristo, el Santo Padre menciona
la tendencia de los hombres, en la actualidad, de tratar de explicar todo bajo
el ámbito del empirismo, esto es, de la experimentación realizada por ellos
sobre todos los ámbitos de la vida material e incluso espiritual (Ibid): El hombre de hoy no entiende ya
la doctrina cristiana de la Redención. No encuentra nada parecido en su propia
experiencia vital. No puede imaginar nada detrás de los términos como
expiación, transcendencia y reparación…
La confesión de Jesús como Cristo cae
por tierra. A partir de ahí, se explica también el enorme éxito de las interpretaciones
psicológicas del Evangelio, que ahora pasa a ser el anticipo simbólico de la
curación psíquica…La teología de la liberación –hoy fracasada
prácticamente-descansa en las mismas razones. La Redención es sustituida por la
liberación en el sentido moderno de la palabra”
Por último, como tercera causa que
resume, y encaja las dos anteriores, nos
señala el Papa Benedicto la <perdida de la imagen real de Dios> (Ibid): “Ya no resulta posible concebir a
un Dios que se preocupa de los individuos y actúa en el mundo. Dios pudo haber
originado el estallido original del Universo, si es que lo hubo, pero no le
queda nada más que hacer en un mundo ilustrado. Parece ridículo imaginar que
nuestra acciones buenas o malas le interesen; tan pequeños somos ante la
grandeza del Universo. Parece mitológico atribuirle una acción en el mundo”
Como consecuencia de todas estas cuestiones denunciados por el Papa Benedicto XVI, ha quedado como secuela entre algunos cristianos, cierta inseguridad e incluso increencia sobre la acción de Dios en la historia y sobre el papel primordial de su Iglesia.
Es conveniente
por tanto recordar también a este respecto las palabras del Papa Juan Pablo II
(Carta <Dominicae Cenae> Vaticano 24 de febrero, domingo I de Cuaresma,
del año 1980): “La Iglesia ha sido fundada, en
cuanto comunidad nueva del Pueblo de Dios, sobre la comunidad apostólica de los
Doce que, en la última Cena, han participado del Cuerpo y de la Sangre del
Señor, bajo las especies del pan y del vino. Cristo les había dicho: <tomad
y comed>…<tomad y bebed>. Y ellos, obedeciendo este mandato, han
entrado por primera vez en comunión sacramental con el Hijo de Dios, comunión
que es prenda de vida eterna. Desde ese momento y hasta el fin de los siglos,
la Iglesia se construye mediante la misma comunión con el Hijo de Dios, que es
prenda de la Pascua eterna…
La Iglesia se realiza cuando en aquella unión y comunión fraternal, celebramos el sacrificio de la cruz de Cristo, cuando anunciamos <la muerte del Señor hasta que Él venga> (I Cor 11, 26). Y luego cuando compenetrados profundamente en el misterio de nuestra salvación, nos acercamos comunitariamente a la mesa del Señor, para nutrirnos sacramentalmente con los frutos del Santo Sacrificio propiciatorio. En la Comunión eucarística recibimos pues a Cristo, a Cristo mismo; y nuestra unión con Él, que es don y gracia para cada uno, hace que nos asociemos en Él a la unidad de su Cuerpo, que es su Iglesia. Solamente de esta manera, mediante la fe y disposición de ánimo, se realiza esa construcción de la Iglesia, que según la conocida expresión del Concilio Vaticano II, halla en la Eucaristía la <fuente cumbre de la vida cristiana> “
San Ambrosio, Obispo y Doctor de la Iglesia (397 +), que desde su niñez en Roma tenía el deseo ferviente de servir a Cristo y su Iglesia, escribió un <Tratado de la Fe>, para librar a ésta de los errores del arrianismo, y que ha sido un excelente modelo a seguir, a lo largo de los siglos. Gran devoto del Santísimo Sacramento de la Eucaristía escribió la hermosa oración:
“Salve, Víctima de salvación,
ofrecida en el patíbulo de la Cruz por mí y por todo el linaje humano. Salve,
noble y preciosa Sangre que mana de las llagas de Jesucristo crucificado y lava
los crímenes del mundo. Acordaos, Señor, del hombre que habéis rescatado con
vuestra Sangre”
El ejemplo de tantos santos que
ha dado la Iglesia de Cristo, han servido de aliento a todos los creyentes en
su caminar hacia Dios. Sí, porque como también decía el Papa Juan Pablo II
(Cruzando el umbral de la esperanza. El reto de la nueva evangelización.
Círculo de lectores): “La Iglesia renueva cada día,
contra el espíritu de este mundo, una lucha que no es otra que <la lucha por el alma de este mundo>. Si
de hecho por un lado, en él están presentes el Evangelio y la evangelización,
por otro hay una poderosa <anti-evangelización>, que dispone de medios y
de programas, y se opone con gran fuerza al Evangelio. La lucha por el alma del
mundo contemporáneo es enorme allí, donde el espíritu de este mundo parece más
poderoso.
En este sentido, en la Carta <Redemptoris missio>, se habla de los modernos areópagos, es decir, de los nuevos púlpitos. Estos areópagos, son hoy en día el mundo de la ciencia, de la cultura, de los medios de comunicación; son los ambientes en que se crean las élites intelectuales, los ambientes de los escritores y de los artistas.
La evangelización renueva el encuentro de la Iglesia con el
hombre, está unida al cambio generacional. Mientras pasan las generaciones que
se han alejado de Cristo y de su Iglesia, que han aceptado el modelo laicista
de pensar y de vivir, a los que ese modelo les ha sido impuesto, la Iglesia
mira siempre hacia el futuro; sale sin detenerse nunca, al encuentro de las
nuevas generaciones. Y se muestra con toda claridad que las nuevas generaciones
acogen con entusiasmo lo que sus padres parecen rechazar”
Bellas y consoladoras palabras de
un Papa que ha sido impulsor y alentador de las Jornadas mundiales de la
Juventud, las JMJ, que tantos frutos ha dado a la Iglesia de los dos últimos
siglos. La Iglesia le estará siempre agradecida por ello, y por tantos otros
beneficios que ha recibido durante su Pontificado, por eso desde el mismo
momento de su partida de este mundo para ir hacia el Padre celestial, su grey ha gritado ¡santo!, y
pronto será reconocido como tal por la Iglesia católica.
Las Jornadas mundiales de la
juventud, originadas sobre una idea del Papa Pablo VI, un Vicario de Cristo
también muy preocupado por la juventud, que en el Año Santo de 1975 reunió en Roma a varios miles de personas
jóvenes en su mayoría, de todo el mundo, posteriormente fueron potenciadas de
forma decisiva por el Papa Juan Pablo II, siendo apodado por ello con el
apelativo cariñoso del <Papa de los jóvenes>. Estos grande encuentros en
los que participan con gran interés la juventud de tantos Países, para escuchar
las catequesis de los sucesores de Pedro y dar al mundo, con ello, muestras
evidentes de que la Iglesia de Cristo está viva, y es aceptada y amada por las
nuevas generaciones, se vienen realizando con regularidad cada dos o tres años.
Una de las últimas ha tenido lugar en Brasil, a donde en viaje apostólico, marchó el
Papa actual Francisco, siendo como todas las anteriores, un gran estímulo para
los creyentes y un objeto de reflexión para los increyentes. Precisamente en la homilía de la Santa misa que celebró en el Paseo marítimo de Copacabana (Rio de Janeiro), el 28 de julio de 2013, al dirigirse a la juventud se expresaba en los términos siguientes: "<Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos>. Con estas palabras, Jesús se dirige a cada uno de ustedes...Pero ¡cuidado! Jesús no ha dicho: si quieren, si tienen tiempo vayan, sino que dijo: <Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos>.
Compartir la experiencia de la fe, dar testimonio de la fe, anunciar el evangelio es el mandato que el Señor confía a toda la Iglesia, también a ti; es un mandato que no nace de la voluntad de poder, sino de la fuerza del amor, del hecho de que Jesús ha venido ante nosotros y nos ha dado, no nos dio algo de sí, sino que se nos dio todo él, él ha dado su vida para salvarnos y mostrarnos el amor y la misericordia de Dios. Jesús no nos trata como esclavos, sino como personas libres, amigos, hermanos; y no sólo envía, sino que nos acompaña, está siempre a nuestro lado en esta misión de amor"
Hermosas palabras del Papa Francisco que nos recuerdan estas otras: ¡Ay de mí sin no predicase el Evangelio!” Esta bella frase salió de la boca
del Apóstol San Pablo y ha quedado recogida en su primera Carta a los
corintios. San Pablo se sintió, después de la llamada del Señor, impelido de
inmediato a realizar la tarea evangelizadora que Éste le había destinado entre
los pueblos paganos, atraído
por la idea de convertir a los habitantes de Corinto, ciudad llamada por
Horacio la <de los dos mares>, porque le pareció desde el primer momento
el lugar ideal para llevar el Mensaje de Jesucristo, dado el grado de
corrupción que allí existía.
Fueron casi dos años los necesarios para conseguir los deseos del Apóstol, siendo los gentiles y los más pobres de la ciudad, los que de manera preferente se dejaron arrastrar por sus enseñanzas, pero al fin consiguió fundar la Iglesia de Corinto, la cual en un principio dio muy buenos frutos para la cristiandad de la época; más tarde, y bajo la acción del maligno, surgieron graves problemas en el seno de esta Iglesia tan floreciente, porque la inmoralidad y costumbres licenciosas volvieron a tomar carta de naturaleza.
Enterado el Apóstol de lo que sucedía y muy apenado por ello escribió esta primera Carta a los corintios, que en realidad según los estudiosos sería la segunda ya que de la primera no ha quedado constancia escrita, en la Pascua hacia el año 56 d. C. Es en la segunda parte de dicha Carta, donde San Pablo pronuncia esta famosa frase (I Co 9, 16-19):
"Porque si predico no es para mí
gloria ninguna; obligación es la que pesa sobre mí; pues ¡ay de mí si no
predicare el Evangelio! / Pues si por mi propia iniciativa hiciera esto,
recibiría mi salario; mas si por imposición ajena, eso es puro desempeño de un
cargo que me ha sido confiado / ¿Cuál es pues mi salario? Que al
predicar el Evangelio lo pongo de balde, para no hacer valer mi estricto derecho
en la predicación del Evangelio / Porque siendo yo libre de todo a
todos me esclavicé, para ganar a los más"
Gran humildad y sabiduría la del
Apóstol San Pablo. Él se nos muestra como sumiso totalmente a los deseos de Cristo,
sin pedir nada a cambio por su labor de emisario divino, debido a una fuerza
irresistible ejercida sobre su corazón por causa del amor a Jesucristo y a la
humanidad (<Dios está cerca>.
En efecto, como aseguraba el Papa Benedicto XVI (Ibid):
“Frente a una Iglesia donde había,
de forma preocupante, desórdenes y escándalos, donde la comunidad entera estaba
amenazada por partidos y divisiones internas que ponían en peligro la unidad
del Cuerpo de Cristo, San Pablo se presenta no con sublimidad de palabras o de
sabiduría, sino con el anuncio de Cristo, de Cristo Crucificado. Su fuerza no
es el lenguaje persuasivo sino, paradójicamente, la debilidad y la humildad de quién confía
sólo en el <poder de Dios> (I Co 2, 1-5)” En efecto, como aseguraba el Papa Benedicto XVI (Ibid):
Éste es el gran ejemplo a seguir
por todos los miembros de la Iglesia católica porque como muy bien advertía el
Papa Juan Pablo II (Ibid): “La Iglesia evangeliza, la
Iglesia anuncia a Cristo, que es camino, verdad y vida; Cristo único mediador
entre Dios y los hombres. Y a pesar de las debilidades humanas, la Iglesia es
incansable en este anuncio. La gran oleada misionera, la que tuvo lugar en el
pasado siglo XIX, se dirigió a todos los continentes y en particular,
hacia el continente africano.
Aún en ese continente tenemos
muchas tareas que hacer con una Iglesia indígena ya formada. Son numerosas ya
las generaciones de Obispos africanos. África se convierte así, en un continente
de vocaciones misioneras. Y las vocaciones, gracias a Dios, no faltan. Todo lo
que disminuye en Europa, otro tanto aumenta allí, en África o en Asia. Quizás algún día se revelen
verdaderas las palabras del Cardenal Hyacinthe Thiandoum (natural de Poponguine
dentro de la Arquidiócesis de Dakar, Senegal. 1921-2004), que planteaba la
posibilidad de evangelizar al <Viejo Mundo>, con misioneros negros y de
color. Y por eso hay que preguntarse si no será ésta una prueba más de la
<permanente vitalidad de la Iglesia”
Así ha sido y así será, con la
ayuda del Espíritu Santo, desde el mismo momento de su institución por nuestro
Señor Jesucristo, hasta el final de los siglos. La Iglesia tiene como principal
cometido conservar y propagar el Mensaje de Cristo, pero además como recordaba
el Papa León XIII (Carta Encíclica <Satis Cognitum> 29 Junio 1896): “Por la salud del género humano
se sacrificó Jesucristo, y a este fin refirió todas sus enseñanzas y todos sus
preceptos, y lo que ordenó a la Iglesia que buscase en la verdad de la
doctrina, fue la santificación y la salvación de los hombres. Pero este
designio tan grande y tan excelente, no puede realizarse por la sola fe; es
preciso añadir a ella el culto dado a Dios en espíritu de justicia y de piedad,
y que comprende sobre todo, el sacrificio divino y la participación en los
Sacramentos, y por añadidura la santidad de las leyes morales y de la
disciplina.
Todo esto debe encontrase en la Iglesia, pues está encargada de continuar hasta el final de los siglos las funciones del Salvador; la religión que por voluntad de Dios, en cierto modo tomó cuerpo en ella, es la Iglesia sola quien la ofrece en toda su plenitud y perfección; e igualmente todos los medios de salvación que, en el plan ordinario de la Providencia, son necesarios a los hombres, sólo ella es quien los procura”