Para tratar de entender aquellos temas que atañen al hombre es necesario invariablemente recurrir a su origen y este origen es Dios. También en el tema de la indisolubilidad del sacramento del matrimonio es necesaria esta premisa, debemos ineludiblemente recordar las palabras de Jesús sobre esta cuestión en los evangelios (Mt 5, 31-32):
“Se dijo (Dt 24,1): al que
despidiere a su mujer, dele libelo de
repudio / Más yo os digo que todo el que despidiere a su mujer, excepto en caso
de fornicación, la hace cometer adulterio; y quien se case con una repudiada,
comete adulterio”
Son dos las enseñanzas de Jesús a los hombres, según el evangelio de san Mateo, durante el Sermón de la montaña, con respecto al sacramento del matrimonio, pero ambas conducen a la indisolubilidad del matrimonio para evitar el pecado de adulterio.
-Sucedió que Jesús partió de
Galilea y vino a los confines de Judea allende de Jordán,
-y le siguieron grandes
muchedumbres, y los curó allí.
-Y se le acercaron unos fariseos,
tentándole y diciéndole: < ¿es lícito repudiar a la mujer por cualquier
motivo?>
-Él respondió, dijo: ¿No leísteis
tal vez que el que los creó desde el principio los hizo varón y hembra?
-Por esto dejará el hombre al
padre y a la madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne (Gen
2,24)
-Así que ya no son dos, sino una
carne. Lo que Dios, pues, juntó, el hombre no lo separe
-dícenle < ¿Por qué Moisés
prescribió dar libelo de divorcio y repudiar?> (Dt 24,1).
-Díceles: porque Moisés en razón
de vuestra dureza de corazón, os consintió repudiar a vuestras mujeres; más
desde un principio no ha sido así
-Y os digo que quien repudia a su
mujer, no interviniendo fornicación y se casare con otra, adultera, y quien se
casare con la repudiada adultera
-Dícenle los discípulos: <si
tal es la situación del hombre respecto de la mujer, no vale la pena
casarse>
-Él les dijo: no todos son
capaces de comprender esta palabra, sino aquellos a quienes ha sido dado
El hombre del siglo XXI ha
llegado hasta nuestros días arrastrando durante muchos años, una serie de
negaciones y falsas teorías con respecto a la indisolubilidad del matrimonio y
en particular del sacramento instituido por Jesús al asistir a las bodas de
Caná de Galilea (Jn 2, 1-11), y con ello elevar la unión entre hombre y mujer a
la categoría sacramental.
Las manifestaciones realizadas por los Papas máximas autoridades dentro de las Iglesia de Cristo, han estado siempre en esta línea, y por desgracia han tenido mucho trabajo que realizar al respecto y tendrán que seguir realizando para que se cumpla la palabra de Jesús…
Dando un repaso a las
declaraciones, catequesis y enseñanzas en general de los Pontífices de los dos
últimos siglos, podemos comprobar, como esto es así, y como la Iglesia siempre
ha respetado aquellas enseñanzas de Cristo sobre el matrimonio y su indisolubilidad.
Queremos empezar este repaso
sobre las enseñanzas de los Papas en los últimos siglos sobre el tema de la
indisolubilidad del matrimonio, con el sumo Pontífice León XIII, el cual en su
Carta Encíclica <Arcanum Divinae Sapientiae> dada el 10 de febrero de 1880,
segundo de su pontificado se expresaba en los siguientes términos:
“Para todos consta, venerables
hermanos, cual es el verdadero origen del matrimonio. Pues, a pesar que los
detractores de la fe cristiana traten de desconocer la doctrina constante de la
Iglesia acerca de este punto y se esfuerzan ya desde tiempo por borrar la
memoria de todos los siglos, no han logrado, sin embargo, ni extinguir ni
siquiera debilitar la fuerza y la luz de la verdad.
Recordamos cosas conocidas de
todos y de las que nadie duda: después que en el sexto día de la creación formó
Dios al hombre del limo de la tierra e infundió en su rostro el aliento de
vida, quiso darle una compañera, sacada admirablemente del costado de él mismo
mientras dormía. Con lo cual quiso el próvido Dios que aquella pareja de
cónyuges fuera el natural principio de todos los hombres, o sea, de donde se
propagara el género humano y mediante ininterrumpidas procreaciones se
conservara para todos los tiempos.
Y aquella unión del hombre y la
mujer, para responder de la mejor manera a los sapientísimos designios de Dios,
manifestó desde ese mismo momento dos principalísimas propiedades, nobilísimas
sobre todo y como impresas y grabadas ante sí: la unidad y la perpetuidad. Y
esto lo vemos declarado y abiertamente confirmado en el Evangelio por la
autoridad divina de Jesucristo, que atestiguó a los judíos y a los apóstoles
que el matrimonio, por su misma institución sólo puede verificarse entre dos,
esto es, entre un hombre y una mujer; que de estos dos viene a resultar como
una sola carne, y que el vínculo nupcial está tan íntima y fuertemente atado
por la voluntad de Dios, que por nadie de los hombres puede ser desatado o
roto. Se unirá (el hombre), a su esposa y serán dos en una carne. Y así no son
dos, sino una carne. Por consiguiente, lo que Dios unió, el hombre no lo separe”
León XIII (Joaquín Pecci), nació
en el seno de una familia noble en 1810 y desde muy joven sintió la llamada de
Cristo, siendo ordenado sacerdote en el año 1837.
Muy pronto se puso de manifiesto sus dotes morales e intelectuales por las cuales fue nombrado arzobispo de Perusa en 1846 y cardenal en el año 1853. El Papa Pío IX le llamó a su lado y le nombró Camarlengo en 1877 y como al poco tiempo murió este Pontífice, fue elegido por la Iglesia Papa el día 2 de febrero de 1878. Por su espíritu abierto y conciliador muy pronto fue estimado por su grey, pero los retos a los que tuvo que enfrentarse a finales del siglo XIX, fueron muy grandes, no siendo uno de los menores la actitud hostil hacia Cristo y su Iglesia por una parte de la sociedad progresista que se dejaba embaucar por el ángel caído.
Muy pronto se puso de manifiesto sus dotes morales e intelectuales por las cuales fue nombrado arzobispo de Perusa en 1846 y cardenal en el año 1853. El Papa Pío IX le llamó a su lado y le nombró Camarlengo en 1877 y como al poco tiempo murió este Pontífice, fue elegido por la Iglesia Papa el día 2 de febrero de 1878. Por su espíritu abierto y conciliador muy pronto fue estimado por su grey, pero los retos a los que tuvo que enfrentarse a finales del siglo XIX, fueron muy grandes, no siendo uno de los menores la actitud hostil hacia Cristo y su Iglesia por una parte de la sociedad progresista que se dejaba embaucar por el ángel caído.
El liberalismo filosófico
desgraciadamente se había extendido como agua sobre aceite invadiendo tanto el
campo de la política como el de la economía y esto llevó al nuevo Pontífice a
escribir su famosa carta encíclica <Rerum
Novarum>, en la que se atrevió a afrontar de forma clara y directa la
llamada cuestión social. Pero además de esta carta que ha sido punto de
referencia desde entonces para significar la labor social de la Iglesia,
escribió otras muchas cartas encíclicas, entre las que se cuenta ésta que ahora
estamos recordando que nos muestra el interés de este Papa por el tema de la
indisolubilidad del matrimonio. Por otra parte, ante los ataques al sacramento
del matrimonio y a la potestad de la Iglesia, también manifiesta en la misma que (Ibid):
“No faltan, quienes ayudados por
el enemigo del género humano, igual que con incalificable actitud rechazan los demás beneficios de la
redención, desprecian también o tratan de desconocer la restauración y
elevación del matrimonio; fue falta de no pocos entre los antiguos haber sido enemigos en algo del
matrimonio, pero es mucho más grave en nuestros tiempos el pecado de aquellos
que tratan de destruir totalmente su naturaleza, perfecta y completa en todas
sus partes.
La causa de ello reside principalmente en que, imbuidos en las
opiniones de una filosofía falsa y por la corrupción de las costumbres, muchos
nada toleran menos que someterse y obedecer, trabajando denodadamente, además,
para que no sólo los individuos, sino también las familias y hasta la sociedad
humana entera desoiga soberbiamente el
mandato de Dios.
Ahora bien: hallándose la fuente
y el origen de la sociedad humana en el matrimonio, les resulta insufrible que
el mismo esté bajo la jurisdicción de la Iglesia y traten, por el contrario, de
despojarlo de toda santidad y reducirlo al círculo verdaderamente muy estrecho
de las cosas de institución humana… “
Sabías palabras de este Pontífice de finales del siglo XIX que tuvo la desgracia de tener que intervenir en situaciones tan dolorosas para la Iglesia Católica con respecto al sacramento del matrimonio y que al comprobar las leyes que se estaban dictando en contra de dicho sacramento se lamentaba en los siguientes términos (Ibid):
“Se dice que los antiguos romanos
se horrorizaron ante los primeros casos de divorcio; tardó poco sin embargo, en
comenzar a embotarse en los espíritus el sentido de la honestidad, al
languidecer el pudor que modera la sensualidad, a quebrantarse la fidelidad
conyugal en medio de tamaña licencia, hasta el punto de que parece muy
verosímil lo que se lee en algunos autores: que las mujeres introdujeron la
costumbre de contarse los años no por los cambios de cónsules, sino de maridos.
Los protestantes, de igual modo,
dictaron al principio leyes autorizando el divorcio en determinadas causas,
pocas desde luego; pero esas, por afinidad entre cosas semejantes, es sabido
que se multiplicaron tanto entre alemanes, americanos y otros, que los hombres
sensatos pensaran en que habían que lamentarse grandemente la inmensa
depravación moral y la intolerable torpeza de las leyes.
Y no ocurrió de otra manera en
las naciones católicas, en las que, si alguna vez se dio lugar al divorcio, la
muchedumbre de los males que se siguió dejó pequeños los cálculos de los
gobernantes. Pues fue crimen de muchos inventar de todo género de malicias y de
engaños y recurrir a la crueldad, a las injurias y el adulterio al objeto de
alegar motivos con que disolver impunemente el vínculo conyugal, de que ya se
habían hastiado, y esto con tan grave daño de la honestidad pública, que
públicamente se llegara a estimar de urgente necesidad de entregarse cuanto
antes a la enmienda de tales leyes ¿Y quién podrá dudar de que los resultados
de las leyes protectoras del divorcio habrían de ser igualmente lamentables y
calamitosas si llegaran a establecerse en nuestros días?
No se halla ciertamente en los
proyectos ni en los decretos de los hombres una potestad tan grande como para
llegar a cambiar la índole ni la estructura natural de las cosas; por ello
interpretan muy desatinadamente el bienestar público quienes creen que puede
trastocarse impunemente la verdadera estructura del matrimonio y, prescindiendo
de toda santidad, tanto de la religión cuanto del sacramento, parecen querer
rehacer y reformar el matrimonio con mayor torpeza todavía que fue costumbre en
las misma instituciones paganas. Por ello, si no cambian estas maneras de
pensar, tanto las familias cuanto la sociedad humana vivirán en constante temor
de verse arrastradas lamentablemente a ese peligro y ruina universal…”
Son las palabras de un Papa del
siglo XIX que no se equivocaba al profetizar una ruina universal para la unión
entre hombre y mujer y por tanto para las familias, tal como podemos comprobar
al cabo de tantos años, tras un progresivo avance de las ideas que han ido en
contra de la indisolubilidad del sacramento del matrimonio. Por eso este
pontífice hacía ver también en su carta cual había sido desde siempre la
conducta de la Iglesia frente al divorcio (Ibid):
“Hay que reconocer, por
consiguiente, que la Iglesia Católica, atenta siempre a defender la santidad y
la perpetuidad de los matrimonios, ha servido de la mejor manera al bien común
de todos los pueblos, y que se le debe no pequeña gratitud por su públicas protestas,
en el curso de los últimos cien años…
Además, cuantas veces los sumos Pontífices
resistieron a poderosos príncipes, los cuales pedían incluso con amenazas que
la Iglesia ratificara los divorcios por ellos efectuados, otras tantas, deben
ser considerados defensores, no sólo de la integridad de la religión, sino
también de la civilización de los pueblos. A este propósito, la posteridad toda
verá con admiración los documentos reveladores de un espíritu invicto,
dictados: por Nicolás II contra Lotario; por Urbano II y Pascual II contra
Felipe I, rey de Francia; por Celestino III e Inocencio III contra Felipe II
príncipe de Francia; por Clemente VII y Pablo III contra Enrique VIII, y,
finalmente, por el santo y valeroso Pontífice Pío VII contra Napoleón engreído
por su prosperidad y la magnitud de su imperio”
Otro Papa especialmente involucrado con el sacramento del matrimonio y por consiguiente con el bienestar de las familias fue Pío XI. Entre los trabajos realizados en este sentido por dicho Papa, destaca su carta encíclica: <Casti connubii> dada en Roma el 31 de diciembre de 1930, la cual puede considerarse una síntesis sobre cuestiones tan importantes para la sociedad de su tiempo, como lo fuera en su día la carta encíclica que acabamos de recordar del Papa León XIII: <Arcanum Divinae Sapientae>.
Pío XI (Achille Ratti), nació en
Desio (Lombardía), a mediados del siglo XIX, en el seno de una familia
acomodada y cristiana. Fue ordenado sacerdote en 1879 y desde 1882 dio clases
en el seminario de Padua durante seis años, hasta su traslado a la biblioteca
Ambrosiana de Milán, con objeto de realizar diversas investigaciones
científicas. Le gustaba la paleografía, pero no olvidó nunca su tarea pastoral.
En 1907 fue nombrado director de dicha biblioteca.
Tras este periodo de estudio, su
vida cambió radicalmente a raíz de la llamada del Papa Benedicto XV que le
nombró sucesivamente, visitador apostólico y nuncio en Polonia (1919), fue
posteriormente nombrado arzobispo de Milán (1921), y más tarde, ese mismo año,
cardenal. A la muerte de Benedicto XV (1922), fue elegido Papa, transformándose
así en una de las personas con más influencias sobre la sociedad de principios
de siglo XX. Eran tiempos difíciles, recién había terminado la primera guerra
mundial y ya se avecinaba una segunda guerra mundial más cruel y larga si cabe
que la primera.
Tuvo que guiar a la Iglesia en un
ambiente muy secularizado y desecho por las secuelas de la primera guerra
mundial, por eso su mayor deseo era conseguir, a como diera lugar, la paz entre
las naciones. Su preocupación por el sacramento del matrimonio fue muy grande,
pues consideraba, como es la verdad, que de una pareja bien avenida debe
florecer siempre una familia feliz y próspera, dedicada a la buena educación de
los hijos, como derecho y obligación inalienable que Dios les concede.
En su carta encíclica <Divini
illus magistri> dada en Roma el 31 de diciembre de 1922, octavo de su
pontificado, hablaba largo y tendido sobre la misión educativa de la familia,
que según él, concuerda especialmente con la misión educativa de la Iglesia,
porque el instinto paterno, que viene de Dios, se orienta confiadamente hacia
la Iglesia, seguro de encontrar en ésta la tutela de los derechos de la familia
y la concordia que Dios ha puesto en el orden objetivo de las cosas.
Pío XI hablaba siempre fuerte y
claro en todas las ocasiones que evangelizaba a su grey y así en su carta
encíclica <Casti connubi> sobre el matrimonio cristiano, denunciaba sin
tapujos las malas tendencias de la sociedad de su tiempo en este sentido. Así,
proclamaba a los cuatro vientos las manipulaciones sobre el origen y naturaleza
del matrimonio y los fines y bienes inherentes al mismo. Especialmente doloroso
le resultaba comprobar cómo fundándose en principios falsos sobre el origen y
naturaleza del sacramento del matrimonio, algunos hombres se <inventaban
nuevos modos de unión, acomodados a la situación del momento, como por ejemplo:
el matrimonio por cierto tiempo, el matrimonio a prueba, el matrimonio
amistoso, etc.>; conceptos todos que en la actualidad están de sobra
refrendados por las costumbres y modelos que hoy están de moda como las parejas de hecho u otras posibilidades por
inventar, en beneficio, eso dicen, de los pueblos civilizados y modernos…
Sin embargo para este santo varón,
como para todos los que hasta ahora han estado a la Cabeza de la Iglesia
Católica:
“Ningún motivo, aún cuando sea
gravísimo, puede hacer que lo que va intrínsecamente contra la naturaleza, sea
honesto y conforme a la misma naturaleza; y estando destinado el acto conyugal,
por su misma naturaleza, a la generación de los hijos, los que en el ejercicio
del mismo lo destruyen adrede, de su naturaleza y virtud, obran contra la
naturaleza y cometen una acción torpe e intrínsecamente deshonesta” (Casti connubi)
Sí, este Papa hablaba fuerte y
claro sobre el sacramento del matrimonio
y por eso no podía dejar tampoco de lado la problemática de la indisolubilidad
del mismo, al igual que lo hiciera en su día León XIII el cual le sirvió de
ejemplo y de estímulo para escribir esta carta encíclica que estamos
recordando.
Se lamentaba Pío XI, en su carta,
como hiciera León XIII bastantes años antes, de que siendo definitivo por el
antiguo derecho romano el matrimonio como: <la unión del marido y la mujer
en la comunidad de toda la vida, y en la comunidad en el derecho divino y
humano>, fuera cada vez más creciente la facilidad para conseguir el
divorcio, protegido por nefastas leyes nuevas…
El divorcio estaba ya de moda en
los años treinta del siglo pasado, así, hasta entre los escritores más relevantes
del momento, éste era una cuestión muy atractiva a desarrollar en sus obras. Es
el caso del célebre dramaturgo Jacinto Benavente (Premio Nobel de Literatura de
1922), el cual en su Conferencia
Dialogada titulada: <La moral del divorcio>, trataba el tema, por
supuesto en clave de humor, pero con veracidad, mostrando la situación de la
sociedad en aquellos años, de suma relajación y apatía. En una de las escenas
de la obra, toda una dama, al enterarse de las intenciones de una buena amiga
de divorciarse, hablaba en los términos siguientes en ausencia de ésta,
dirigiéndose a otras amigas:
“Mira, el ridículo no hay quien se lo quite. Esas cosas son… Tan humanas, que están sobre todas las leyes. Es como lo del crimen pasional, que también dicen que ya no tiene razón de ser con el divorcio… Entonces, entre los que, no se casan, que están en libertad para irse cada uno por su lado, no habrá nunca crímenes pasionales, y es donde más crímenes arrecian… Es que los que hacen las leyes sabrán mucho de leyes, pero de los hombres y las mujeres, ni una palabra”
Así es, tal parece que los
hombres que legislan sobre un tema tan serio y delicado como el matrimonio
conocen poco o nada la naturaleza humana. Ahí está la realidad del divorcio, en
pleno siglo XXI tras tantos años de experiencias sobre el tema, algunos todavía
no se han enterado que el divorcio, las más de las veces, conduce a situaciones
gravemente peligrosas, especialmente para la mujer, que muchas veces acaba con
los clásicos y terribles <malos tratos>, y otras, con la propia vida de
la misma, a manos de un posible exmarido lleno de ira y odio hacia su posible
excónyuge, consecuencia de las ideas machistas....
Parece que aquellos que
profetizaban la posibilidad de crímenes horrendos a causa de no poder conseguir
el divorcio, se han equivocado tremendamente, porque ahora, y ya desde hace
tiempo, sucede todo lo contrario que <arrecian los crímenes machistas>,
después de producirse un divorcio, como ha sucedido siempre en el caso de estar
de por medio las pasiones entre hombres y mujeres.
Por tanto, si como asegura el Papa Pío XI: <la Iglesia no erró, ni yerra cuando enseñó y enseña la indisolubilidad del matrimonio>, debería ser evidente que no puede desatarse el vínculo matrimonial abduciendo fútiles razones que son las que se suelen alegar la mayor parte de las veces como causa de los divorcios…
Por otra parte, es necesario
tener en cuenta también la enorme cantidad de males que sobre vienen para la
familia a causa del divorcio, especialmente para los hijos, si los hay, que se
ven involucrados en situaciones estrambóticas, por no decir malignas, cuando
tienen que ver a su padre o a su madre, o a los dos a la vez, con sus nuevas
parejas, a las que de forma despreocupada deben llamar novia de papá, o novio
de mamá… Verdaderamente las familias así formadas pueden llamarse, y así se han
dado en llamar: desestructuradas, porque sus componentes cuales quiera que sean
acaban sin disposición, organización o distribución, para formar algo que sea
útil a la sociedad y sobre todo a ellos mismos…
Tanto el Papa León XIII, como Pío
XI, en sus respectivas cartas encíclicas ponen de manifiesto todas estas
dificultades y defectos del divorcio, pero también dan soluciones para
evitarlo.
Concretamente refiriéndonos al último recordaremos sus palabras en este sentido (Ibid):
Concretamente refiriéndonos al último recordaremos sus palabras en este sentido (Ibid):
“Es necesario, pues, que todos
consideren atentamente la razón divina del matrimonio y procuren conformarse
con ella, afín de restituirlo al debido orden…
Gravemente se engañan los que
creen que menospreciando los medios que proceden de la naturaleza, pueden
inducir a los hombres a imponer un freno a los apetitos de la carne con el uso
exclusivo de los inventos de la ciencia... Lo cual no quiere decir que se hayan
de tener en poco los medios naturales, siempre que no sean deshonestos; porque
uno mismo es autor de la naturaleza y de la gracia, Dios, el cual ha destinado los bienes de ambos
órdenes para que sirvan al uso y utilidad de los hombres. Pueden y deben, por
lo tanto, los fieles ayudarse también de los medios naturales. Pero yerran los
que opinan que bastan los mismos para garantizar la castidad del estado
conyugal, o se les atribuyen más eficacia que al socorro de la gracia sobrenatural.
Pero esta conformidad de la
convivencia y de las costumbres matrimoniales con las leyes de Dios, sin la
cual no puede ser eficaz su restauración, supone que todos pueden discernir con
facilidad, con firme certeza y sin mezcla de error, cuáles son esas leyes.
Ahora bien. No hay quien lo vea cuántos sofismas se abrirán camino y cuántos
errores se mezclarían con la verdad si a cada cual se dejara examinarlas tan
sólo con la luz de la razón o si tal investigación fuese confiada a la privada
interpretación de la verdad relevada. Si esto vale para muchas otras verdades del orden moral, particularmente se ha de
proclamar en las que se refieren al matrimonio, donde el deleite libidinoso
fácilmente puede imponerse a la frágil naturaleza humana, engañándola y
seduciéndola; y esto tanto más cuanto que, para observar la ley divina, los
esposos han de hacer a veces sacrificios
difíciles y duraderos, de los cuales se sirve el hombre frágil, según consta
por la experiencia, como de otros tantos argumentos para excusarse de cumplir
la ley divina.
Por todo lo cual, afín de que
ninguna afición ni corrupción de dicha ley divina, sino el verdadero y genuino
conocimiento de ello ilumine el entendimiento de los hombres y dirija sus
costumbres, es menester que con la devoción hacia Dios y el deseo de servirle
se junte una humilde y filial obediencia para con la Iglesia”
Desgraciadamente el mal del divorcio se encuentra en el propio hombre cuando se deja llevar por su mortal enemigo y recae en todas las cuestiones que de alguna forma trata de mencionar el pontífice Pío XI en su carta <Casti connubi>, pues aunque han pasado muchos años desde entonces, el hombre y la mujer de hoy en día siguen siendo exactamente iguales a los que existían antaño, en cuanto que todos hemos sido creados por Dios, con las mismas características de nuestros primeros padres.
Sí, han cambiado mucho las
costumbres y las formas de entender la vida, pero desde luego, para peor, esto
cualquier persona sensata lo debe reconocer y tal es la situación del sacramento
del matrimonio y de las familias, que el Papa Francisco, ha hablado largo y
tendido también, sobre estos temas, con idea de que al menos los fieles
católicos, no se dejen llevar por la mayoría y actúen según aconseja las Santa
Madre Iglesia.
Recordaremos ahora algunas
reflexiones de nuestro actual Papa sobre el matrimonio en nuestros tiempos,
realizadas en diferentes Audiencias Generales llevadas a cabo en el año 2015.
Así por ejemplo en la del 29 de abril de dicho año advertía que:
“Hoy no parece fácil hablar del
matrimonio como de una fiesta que se renueva con el tiempo, en las diversas
etapas de toda la vida de los cónyuges. Es un hecho que las personas que se
casan son cada vez menos: los jóvenes no quieren casarse. En muchos países, en
cambio, aumenta el número de las separaciones, mientras que el número de los
hijos disminuye. La dificultad de permanecer juntos – ya sea como pareja, o
como familia – lleva a romper los vínculos siempre con mayor frecuencia y
rapidez, y precisamente los hijos son los primeros en sufrir las consecuencias…
Si experimentas desde pequeño que
el matrimonio es un vínculo <por un tiempo determinado>,
inconscientemente para ti será así. En efecto, muchos jóvenes tienden a
renunciar al proyecto mismo de un vínculo irrevocable y de una familia
duradera. Creo que tenemos que reflexionar con gran seriedad sobre el porqué
muchos jóvenes <no se sienten capaces>, de casarse. Existe esta cultura
de lo provisional… Todo es provisional, parece que no hay nada definitivo…”
Seguramente la respuesta se
encuentra en todo lo que ha venido ocurriendo desde hace siglos; por cuestiones
como las denunciadas por los Papas León XIII y Pío XI… El problema se ha ido
enquistando y hemos llegado a este siglo, a esta nueva era de la humanidad, con
aquellos vicios y costumbres de otros tiempos ahora aceptados y progresivamente
aumentados y justificados…
Sí, como el Papa Francisco
aseguraba en su Audiencia del 15 de abril del 2015:
“La experiencia nos enseña que para conocerse bien y crecer armónicamente el ser humano necesita de la reciprocidad entre hombre y mujer. Cuando esto no se da, se ven las consecuencias. Estamos hechos para escucharnos y ayudarnos mutuamente. Podemos decir que sin el enriquecimiento recíproco en esta relación – en el pensamiento y en la acción, en los afectos y en el trabajo, incluso en la fe – los dos no pueden ni siquiera comprender en profundidad lo que significa ser hombre y mujer…
Me pregunto si la crisis de
confianza colectiva en Dios que nos hace tanto mal, que hace que nos enfermemos
de resignación ante la incredulidad y el cinismo, no están también relacionadas
con la crisis de la alianza entre hombre y mujer.
En efecto, el dato bíblico, con
la gran pintura simbólica sobre el paraíso terrestre y el pecado original, nos
dice precisamente que la comunión con Dios se refleja en la comunión de la
pareja humana y la pérdida de confianza en el Padre celestial genera división y
conflicto entre hombre y mujer…
De aquí viene la gran
responsabilidad de la Iglesia, de todos los creyentes, y ante todo de las
familias creyentes, para redescubrir la belleza del designio creador que
inscribe la imagen de Dios también en la alianza entre el hombre y la mujer.
La tierra se colma de armonía y
de confianza cuando la alianza entre hombre y mujer se vive bien. Si el hombre
y la mujer la buscan juntos entre ellos y con Dios, sin lugar a dudas la
encontrarán. Jesús nos alienta explícitamente a testimoniar esta belleza, que
es la imagen de Dios”
Así es, como diría años atrás, el Papa San Juan Pablo II en su carta a las familias:
“La familia tiene su origen en el
mismo amor con que el Creador abraza al mundo creado, como está expresado <al
principio>, en el libro del Génesis (1,1) Jesús ofrece una prueba suprema de
ello en el evangelio: <Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
unigénito> (Jn 3, 16) El Hijo unigénito, consustancial al Padre, <Dios de
Dios, Luz de Luz>, entró en la historia de los hombres a través de una familia:
<El Hijo de Dios, con su Encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo
hombre: <trabajó con manos de hombre… amó con corazón de hombre>.
Nacido de la Virgen María, se
hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el
pecado. Por tanto, si Cristo <manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre>, lo hace empezando por la familia en la que eligió nacer y crecer.
Se sabe que el Redentor pasó gran
parte de su vida oculta en Nazaret: como <Hijo del hombre> sujeto a
María, su Madre y a José, el carpintero. Esta obediencia filiar ¿no es ya la
primera expresión de aquella obediencia suya al Padre hasta la muerte mediante
la cual redimió al mundo?
El misterio divino de la Encarnación
del Verbo está, pues, en estrecha relación con la familia humana. No sólo con
una, la de Nazaret, sino de alguna manera, con cada familia, análogamente a
cuanto el Concilio Vaticano II afirma del Hijo de Dios, que en la Encarnación
se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Siguiendo a Cristo que vino al
mundo para servir (Mt 20,28), la Iglesia considera el servicio a la familia una
de sus tareas esenciales. En este sentido, tanto el hombre como la familia
constituyen el camino de la Iglesia”