“Santiago el Mayor fue uno de los tres discípulos predilectos del Señor, el que asistió a la escena de la Transfiguración y fue admitido a presenciar la resurrección de la hija de Jairo, y recibió el encargo de velar cerca del Maestro en la noche de Getsemaní.
Natural de
Betsaida, como Pedro y Andrés, se dedicaba como ellos, a la pesca en las aguas
del lago de Genezaret, en compañía de su hermano Juan y de su padre Zebedeo.
Un día estaban
los dos hermanos remendando redes, cuando acertó a pasar junto a ellos Jesús y
les dijo: <Venid en pos de mí; yo os haré pescadores de hombres> Y ellos,
dejando las redes y la familia, le siguieron.
Impetuosos y
ardientes como el rayo, merecieron que el Maestro los bautizase con el nombre de Boanerges, es
decir: Hijos del Trueno. Cuando el Señor les preguntó si estaban dispuestos a
beber su cáliz, contestaron a una: Podemos. Y jamás desmintieron su palabra.
Después de la
Resurrección, Santiago predicó el Evangelio en Judea y Samaria y, según una
tradición venerable, vino hasta España, donde la leyenda nos lo pinta
desalentado por las dificultades de la predicación y confortado por la presencia
milagrosa de la Santísima Virgen, en las orillas del Ebro” (Misal devocionario
del hombre católico; Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel).
Según la santa
Tradición el Apóstol Santiago fundó varias iglesias, antes de salir de España,
consiguiendo así mismo bastantes discípulos entre los que destacarían “los
siete Varones”, Obispos, probablemente consagrados por San Pedro y San Pablo
para la evangelización de la Península Ibérica.
La arqueología no
aporta testimonio claros, que puedan confirmar esta tradición, como sucede en
muchos otros casos de la historia de la evangelización, en el siglo
primero después de Cristo, sin embargo
en el siglo II, en las ciudades de la Bética y Tarraconense sí existen restos
de poblaciones cristianizadas, y en el siglo III hay ya constancia clara de la
existencia de estas comunidades en Galicia.
El desarrollo
del cristianismo en la Península Ibérica se llevó a cabo de forma rápida, y por
ello no es de extrañar que fuera precisamente en Hispania donde se celebrara el
primer Concilio Apostólico conocido, tras el primer Concilio de Jerusalén, en
el que estuvieron presentes los Apóstoles; este Concilio es el llamado de
“Elvira” y tuvo lugar en el año 303 d.C., terminada la terrible persecución del
emperador romano Diocleciano.
Cuando Santiago
regresó a Jerusalén, reinaba en Judea el nieto de Herodes el Grande, llamado
Herodes Agripa y este hombre de costumbres licenciosas, por conseguir los
favores del emperador de Roma, mandó degollar al Apóstol, que apenas tuvo
tiempo de seguir evangelizando a los judíos, y así mismo ordenó prender a San Pedro, cabeza de la Iglesia, como
primeros pasos para exterminarla.
San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, narra el terrible fin de éste malvado rey (H. Apóstoles 12, 20-25):
San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, narra el terrible fin de éste malvado rey (H. Apóstoles 12, 20-25):
-Tenía por
entonces violentas contiendas con los tirios y sidonios; los cuales de común
acuerdo se presentaron a él y habiendo logrado ganarse a Blasto, el maestre de
cámara del rey, solicitaban la paz, a causa de que su país era abastecido por
el rey.
-Y en el día
señalado, revestido de regia vestidura, tomando asiento en la tribuna les
dirigía una arenga.
-Y el pueblo
aclamaba: < ¡Voz de un dios y no de un hombre!>.
-Luego al punto
le hirió un ángel del Señor, por cuanto no había dado gloria a Dios, y roído de
gusanos, expiró.
El Rmo. P. Fr.
Justo Pérez de Urbel, refiriéndose a los hechos acontecidos al regreso de
Santiago el Mayor a Jerusalén, dice lo siguiente (Ibid):
“…en los
primeros meses del año 44 se encontraba de nuevo en Jerusalén. Una vez más los
libros Sagrados recogen su nombre para contarnos su muerte, <en aquel
tiempo- dicen las Actas- , Herodes Agripa hizo maltratar a algunos de la
Iglesia, y mandó degollar a Santiago, hermano de Juan>. Y bebió sin temblar,
antes que nadie entre los Apóstoles, el cáliz del Señor. Su cuerpo, trasladado
a España, y descubierto cerca de Iria, en Compostela (Campo de la Estrella), a
principios del siglo IX, es allí venerado por los pueblos. En la edad media,
sobre todo, fue su sepulcro uno de los centros más concurridos de
peregrinación”.
La tradición de la iglesia narra que el cuerpo del Apóstol Santiago el Mayor fue trasladado a la Península Hispánica, llevado en un bajel hasta Iria Flavia y después, durante unos ocho siglos se perdió la memoria de su sepulcro. Ya a comienzos del reinado de Alfonso II el Casto, la tradición asegura que un monje llamado Pelagio vio una luz brillante sobre el lugar donde estaba enterrado el cuerpo del Apóstol, se lo comunicó a su Obispo y de esta forma fue encontrado de nuevo el sepulcro. El lugar de su enterramiento fue llamado <Campo de la Estrella>, origen de la palabra <Compostela> con que se nombra la ciudad del Apóstol y a lo largo de los siglos, las peregrinaciones para visitar el sepulcro del Apóstol y obtener su ayuda no cesaron.
En el siglo XIX
se confirmó definitivamente la identidad de los cuerpos del Apóstol Santiago el
Mayor y de sus discípulos San Atanasio y San Teodoro, enterrados en la ciudad
de Compostela, y con tal motivo el Papa León XIII escribió una Carta Apostólica
(noviembre de 1884), en la que entre otras cosas destacaba los siguientes
hechos:
“Dios
Omnipotente, admirable en sus Santos, ha querido en su providente sabiduría,
que, mientras que sus almas gozan en el cielo eterna ventura, sus cuerpos
confiados a la tierra reciban por parte de los hombres singulares y religiosos
honores…
Así, en el
transcurso de este siglo, en que el poder de las tinieblas ha declarado
encarnizada guerra al Señor y a su Cristo, se ha descubierto felizmente, por
permisión divina, los sagrados restos de San Francisco de Asís, de Santa Clara
(la Virgen Legisladora), de San Ambrosio (Pontífice y Doctor), de los mártires
Gervasio Y Protasio, y de los Apóstoles Felipe y Santiago. Y a este número deben añadirse el
del Apóstol Santiago el Mayor y sus discípulos Atanasio y Teodoro, cuyos
cuerpos se han vuelto a encontrar en la Catedral de la ciudad de Compostela.
Constante y universal tradición
que data de los tiempos apostólicos, confirmada por cartas públicas de nuestros
predecesores, refieren que el cuerpo de Santiago, después de que el Apóstol
hubo sufrido el martirio por orden del rey Herodes, fue clandestinamente
arrebatado por sus dos discípulos Atanasio y Teodoro. Los cuales, por el vivo temor
de que las reliquias del Santo Apóstol fueran destruidas en el caso de que los
judíos se apoderaran de su cuerpo, embarcándole en un buque, le sacaron de
Judea y alcanzaron tras feliz travesía las costas de España, y la bordearon
hasta llegar a las de Galicia, donde Santiago, después de la Ascensión de
Jesucristo a los cielos, según también antigua y piadosa tradición, estuvo
desempeñando por disposición divina el ministerio del apostolado…
Y cuando Atanasio y Teodoro
hubieron terminado el curso de su existencia pagando el tributo a la
naturaleza, los cristianos de la comarca, movidos por la veneración que hacia
ellos sentían y por el deseo de no separarles, después de su muerte, del cuerpo
que santamente habían conservado durante su vida, depositaron a los dos en la
misma tumba a la derecha el uno y a la izquierda el otro del Apóstol. Más como poco
después fueran los cristianos perseguidos y martirizados por donde quiera, que
se extendía la dominación de los emperadores romanos, el hipogeo sagrado quedó
oculto por algún tiempo…”
El Papa León XIII, sigue en su
carta enumerando y narrando con todo lujo de detalle los avatares por los que
pasó el sepulcro del Apóstol, a lo largo de los años, hasta llegar al siglo XIX
y entonces ocurrió, que el cardenal Payá y Rico, Arzobispo por entonces de
Compostela, emprendió la restauración de la Basílica allí construida en honor
del Apóstol, muy deteriorada por el paso de los años y los terribles acontecimientos
históricos que siempre la acompañaron. Pero además decidió encontrar, a toda
costa, el punto en el que se deberían ocultar las reliquias de Santiago y de
sus discípulos Atanasio y Teodoro.
La empresa fue ardua, aunque finalmente alcanzó el éxito merecido, pues por fin, justamente en el punto en el que el clero y los feligreses acostumbraban a hacer sus oraciones, se descubrió una tumba, cuya cubierta se encontraba adornada con una cruz. Al levantar la cubierta, por supuesto, en presencia de testigos, aparecieron tres esqueletos del sexo masculino y a partir de ese momento el venerable Cardenal pudo iniciar las tramitaciones pertinentes, según el Concilio de Trento, para decidir si deberían tenerse por ciertas las reliquias encontradas. A este respecto sigue el Papa León XIII diciendo lo siguiente, en la Carta Apostólica anteriormente mencionada:
La empresa fue ardua, aunque finalmente alcanzó el éxito merecido, pues por fin, justamente en el punto en el que el clero y los feligreses acostumbraban a hacer sus oraciones, se descubrió una tumba, cuya cubierta se encontraba adornada con una cruz. Al levantar la cubierta, por supuesto, en presencia de testigos, aparecieron tres esqueletos del sexo masculino y a partir de ese momento el venerable Cardenal pudo iniciar las tramitaciones pertinentes, según el Concilio de Trento, para decidir si deberían tenerse por ciertas las reliquias encontradas. A este respecto sigue el Papa León XIII diciendo lo siguiente, en la Carta Apostólica anteriormente mencionada:
“Por fin, el mismo Arzobispo nos
envió todos los documentos del expediente y la sentencia que había dictado, y nos
pidió con instancia que confirmáramos aquella sentencia con la suprema Nuestra
autoridad Apostólica.
Nos, acogimos la súplica con
benevolencia; y bien persuadidos de que la tumba venerable de Santiago el
Mayor, puede muy justamente ser colocada en el número de los santuarios y
puntos de peregrinación, más celebres del mundo entero…
Nos, hemos querido que asunto de
tal magnitud se examinara con el cuidado que la Santa Sede pone en ocasiones
análogas…
Así, desvanecidas las dudas que habían existido, y como apareciera la luz de la verdad claramente, se reunió de nuevo la Comisión en el Vaticano, el 17 de julio de este año, para resolver la cuestión propuesta, a saber: <la sentencia dictada por el cardenal Arzobispo de Compostela sobre la identidad de las reliquias encontradas en el centro del ábside de la capilla principal de su Basílica metropolitana y que se ha atribuido al Apóstol Santiago el Mayor y a sus discípulos Atanasio y Teodoro>…Y nuestros queridos hijos los Cardenales y los demás miembros de la Comisión, consideraron que todos los hechos eran tan exactos y estaban tan bien demostrados que nadie podía ponerlos en duda, y por tanto, existía sobre este asunto la certidumbre plena que los sagrados Cánones y las Constituciones de los Soberanos Pontífices nuestros predecesores exigen en asuntos de esta índole, formularon la siguiente respuesta:
<Affirmative, seu sententiam esse
confirmandam>…
Nos, queremos que esta carta y
cuanto en ella se dice, no pueda en tiempo alguno ser atacado ó tachado por
vicio…, sino que para siempre y perpetuamente tenga y conserve validez y
eficacia, obteniendo pleno efecto y siendo considerada de ese modo por todos,
de cualesquiera grado, orden, preeminencia, y dignidad que sean”.
Han sido muchos los milagros que el Apóstol ha
realizado, en todos los tiempos sobre el pueblo español, pero quizás uno de los
más bonitos, es aquel que narra la tradición, cuando Santiago el Mayor se dejó
ver en el aire montado en un caballo blanco, con un estandarte en la mano y una
espada en la otra y rodeado de una luz resplandeciente y se puso al frente de
las tropas del rey Ramiro, en la célebre batalla de “Clavijo” en el año 844. De
entonces data el llamado < Boto de Santiago>, que obligaba a todas las
provincias a pagar mensualmente una determinada cantidad de trigo a la capital de Compostela.
Después de tantos siglos continua
la concurrencia de innumerables peregrinos para visitar su sepulcro y obtener
sus mercedes. En España, la Iglesia celebra su día el 25 de julio, y así debe
de ser, por siempre, para que haga fructificar la semilla por él plantada en
nuestro suelo.
Como dijo el Señor (Jn 14,
18-20):
“No os dejaré abandonados;
volveré a estar con vosotros/ dentro de
poco el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis, porque yo vivo en
vosotros y también viviréis/ Aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi
Padre, vosotros en mí y yo en vosotros”