Jesús pronunció estas elocuentes palabras, próxima ya su Pasión y Muerte en la Cruz, cuando les anunció a sus Apóstoles la ayuda que recibirían del Espíritu Santo, el cual les enseñaría todo y les recordaría aquellas cosas que Él mismo les había dicho, con objeto de hacerles infalibles en la labor evangelizadora que les habría de encargar; de esta forma se convertirían en auténticos maestros de la verdad (Jn 14, 25-27):
"Estas cosas os he hablado,
mientras permanecía con vosotros / más el Paráclito, el Espíritu Santo,
que enviará el Padre en mi nombre. Él os enseñará todas las cosas y os
recordará todas las cosas que os dije yo / La paz os dejo, mi paz os doy;
no como el mundo la da, yo os la doy. No se conturbe vuestro corazón, ni se
acobarde"
La paz que Cristo anuncia, según el Papa Juan Pablo II, es la <salvación de nuestro Dios>
(Santa Misa en el parque nacional Simón Bolívar de Bogotá, en julio de 1986).
En efecto, el santo Padre se refiere al anuncio que hizo el profeta Isaías sobre el <siervo de Yahveh> y su obra (Is 52, 10):
<Gritad de júbilo, exultad juntamente, ruinas de Jerusalén, pues Yahveh se ha compadecido de su pueblo a los ojos de todos los pueblos, y todos los confines de la tierra verán la <salvación de nuestro Dios>.
Sin duda este siervo de Yahveh, mencionado por el profeta Isaías, este mensajero del bien, no es otro que el Mesías, el Hijo del hombre, Jesús, el cual mediante la institución del Sacramento del Bautismo nos hizo semejantes a él, nos revistió de él, hasta participar en su misma filiación divina.
En efecto, el santo Padre se refiere al anuncio que hizo el profeta Isaías sobre el <siervo de Yahveh> y su obra (Is 52, 10):
<Gritad de júbilo, exultad juntamente, ruinas de Jerusalén, pues Yahveh se ha compadecido de su pueblo a los ojos de todos los pueblos, y todos los confines de la tierra verán la <salvación de nuestro Dios>.
Sin duda este siervo de Yahveh, mencionado por el profeta Isaías, este mensajero del bien, no es otro que el Mesías, el Hijo del hombre, Jesús, el cual mediante la institución del Sacramento del Bautismo nos hizo semejantes a él, nos revistió de él, hasta participar en su misma filiación divina.
Sí, porque como asegura el Apóstol San Pablo, todos somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús y en particular todos los bautizados en Cristo, nos hemos revestido de Cristo (Gal 3, 23-27):
De manera que el Santo Padre Juan
Pablo II, al referirse a la paz que Cristo, anuncia la “salvación de nuestro Dios”, la paz del mensajero del bien, pues
por la fe seremos justificados, como
aseguraba San Pablo a los gálatas en su misiva y como en la antigüedad anunciaba
el profeta Isaías (Is 52,7-10).
Ciertamente, San Pablo en su carta a los gálatas y por extensión a los hombres bautizados de todos los siglos desde la venida del Mesías, no solo en agua, sino en Cristo, viene a comunicarles la filiación divina, es decir, que el hombre es hijo adoptivo de Dios, y como tal heredero de la promesa de salvación recibida por Abraham en el Antiguo Testamento.
Así pues, si somos todos hijos de Dios, también somos todos hermanos, y como buenos hermanos, deberíamos trabajar todos juntos en beneficio de la paz, en el seno de las familias, de los pueblos, de las naciones, y en definitiva de cada uno de nosotros mismos.
Por tanto, como aseguraba el Papa Juan Pablo II en la Homilía anteriormente citada, la filiación divina del hombre es el fundamento de la paz personal y social:
“La salvación que Dios mismo,
Padre, Hijo, y Espíritu Santo, ofrece a la humanidad en Jesucristo Redentor, es
una vida nueva, que es la medida y la característica de los hijos adoptivos de
Dios. Es la participación, mediante la gracia santificante, en la filiación
divina de Cristo, Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros.
En efecto, el Hijo de Dios, encarnándose en el seno de la Virgen María <se ha unido, en cierto modo, con todo hombre> (Gaudium et Spes). Con la fuerza del Espíritu, que nos ha comunicado el Señor, Muerto y Resucitado, después de su vuelta al Padre, desea Jesús mismo extender a todos y a cada uno el don de esta filiación que es la gracia para nuestra naturaleza y el fundamento de la paz personal y social”
En efecto, el Hijo de Dios, encarnándose en el seno de la Virgen María <se ha unido, en cierto modo, con todo hombre> (Gaudium et Spes). Con la fuerza del Espíritu, que nos ha comunicado el Señor, Muerto y Resucitado, después de su vuelta al Padre, desea Jesús mismo extender a todos y a cada uno el don de esta filiación que es la gracia para nuestra naturaleza y el fundamento de la paz personal y social”
Ya hacen muchos años que el Papa Juan Pablo II pronunciara esta magnífica homilía desde el parque dedicado al político y fundador americano Simón Bolívar en el Distrito Capital de Colombia, durante su visita al pueblo colombiano y todavía los hombres de todo el mundo seguimos anhelando la llegada de una paz real y generalizada en todo el Planeta.
El hombre de hoy, realmente desea la paz personal y social, la
misma que desearon los hombres de siglos pasados y que nunca llegó a alcanzarse
en su totalidad. Prueba de ello son los constantes conflictos, armados o no,
que siempre han atribulado a Adán y a sus descendientes, desde que Dios los
creó.
Para la Iglesia los conflictos
entre los hombres han sido constantemente una gran preocupación y lo ha
manifestado a través de sus autoridades, en particular por medio de sus
Vicarios de Cristo, los cuales siempre trataron de evitar las confrontaciones
entre los miembros de su grey, pero también fuera de la Iglesia católica.
Recordaremos ahora el gran ejemplo dado por el Papa Pio XI (1922-1939), uno de los Pontífices más denostado por la fuerzas del mal y cuyo lema Papal fue <la Paz de Cristo en el Reino de Cristo>. Precisamente en su primera Carta Encíclica <Ubi arcano>, dada en Roma el 23 de diciembre de 1922, denunciaba la falta de <paz internacional>, de <paz social y política>, de <paz domestica>, y en definitiva de la <paz del individuo>.
Refiriéndose a las dos primeras se expresaba en dicha misiva en los siguientes términos:
“Los Estados, sin excepción,
experimentan los tristes efectos de la pasadas guerras, peores ciertamente los
vencidos, y no pequeños, los mismos que no tomaron parte alguna en las mismas.
Y dichos males van cada día agrandándose más, por irse retardando el remedio;
tanto más, que las diversas propuestas y las repetidas tentativas de los
hombres de estado para remediar tan tristes condiciones de las cosas, han sido
inútiles, si ya no es que las han empeorado. Por todo lo cual, creciendo cada
día el temor de nuevas guerras, y más espantosas, todos los Estados se ven casi
en la necesidad de vivir preparados para la guerra, y por eso quedan exhaustos los
erarios, pierde el vigor la raza y padecen gran menoscabo los estudios y la
vida religiosa y moral de los pueblos.Recordaremos ahora el gran ejemplo dado por el Papa Pio XI (1922-1939), uno de los Pontífices más denostado por la fuerzas del mal y cuyo lema Papal fue <la Paz de Cristo en el Reino de Cristo>. Precisamente en su primera Carta Encíclica <Ubi arcano>, dada en Roma el 23 de diciembre de 1922, denunciaba la falta de <paz internacional>, de <paz social y política>, de <paz domestica>, y en definitiva de la <paz del individuo>.
Refiriéndose a las dos primeras se expresaba en dicha misiva en los siguientes términos:
Y lo que es más deplorable, a las
externas enemistades de los pueblos se juntan las discordias intestinas que
ponen en peligro no sólo los ordenamientos sociales, sino la misma trabazón de
la sociedad”
Son las palabras de un Pontífice
preocupado por el futuro y el presente de la sociedad en la que le tocó vivir, durante un periodo
de la historia de la humanidad comprendido entre el final de la Primera Guerra
Mundial y principios de la Segunda. Esto es, en un mundo que acababa de sufrir
terribles confrontaciones internacionales y ya se encaminaba sin remedio a
combates más sangrientos si cabe que los anteriores. Por este motivo ante un
ambiente internacional tan enrarecido, en sus misivas, el Papa, denunciaba con
frecuencia los males que ello podría acarrear a las familias y en especial a
cada individuo (Ibid):
“Es particularmente doloroso ver
como un mal tan pernicioso ha penetrado hasta las raíces mismas de la sociedad,
es decir, hasta las familias, cuya disgregación hace tiempo iniciada ha sido
muy favorecida por el terrible azote de las confrontaciones bélicas, merced al
alejamiento del hogar de los padres y de los hijos, y merced a la licencia de
las costumbres, en muchos modos aumentadas…
De ahí que, como el mal que
afecta a un organismo o a una de sus partes principalmente, hace que también los
otros miembros, aún los más pequeños lo sufran, así también es natural que las dolencias que hemos visto afligir a la
sociedad y a la familia alcancen también a cada uno de los individuos.
Vemos en efecto, cuan extendida se halla entre los hombre de toda edad y condición una gran inquietud de ánimo, que les hace exigentes y díscolos, y como se ha hecho ya costumbre el desprecio a la obediencia y la impaciencia en el trabajo.
Observamos también como ha pasado
los límites del pudor la ligereza de las mujeres, más o menos jóvenes,
especialmente en la forma de vestir y en las diversiones practicadas"
Las preguntas que surgen a la
vista de esta más que preocupante situación son ¿Cuáles son las razones? ¿Cuáles
son las causas, que han llevado a ella? Las respuestas a estas cuestiones,
las podemos encontrar en la misma carta del Papa Pio XI, refiriéndose a la
sociedad de su época y a los problemas del mundo en la misma, por otra parte, bastante parecidos a los de hoy en día.
Para el Papa, las causas de estos males son, el <olvido de la caridad>, el <ansia de los bienes de la tierra>, las <concupiscencias>, y en definitiva, el <olvido de Dios> y la negación de la existencia de nuestro Creador, consecuencia de una educación fundamentalmente laica y antirreligiosa (Ibid):
Para el Papa, las causas de estos males son, el <olvido de la caridad>, el <ansia de los bienes de la tierra>, las <concupiscencias>, y en definitiva, el <olvido de Dios> y la negación de la existencia de nuestro Creador, consecuencia de una educación fundamentalmente laica y antirreligiosa (Ibid):
“Se ha querido prescindir de Dios
y de su Cristo en la educación de la juventud, pero necesariamente se ha
seguido, no ya que la religión fuese excluida de las escuelas, sino que en
ellas fuese de una manera oculta o patente, combatida, y que los niños se
llegaran a persuadir que para vivir son de ninguna o de poca importancia la
verdades religiosas, de las que nunca oyen hablar, o si oyen, es con palabras
de desprecio.
Pero así, excluidos de la enseñanza de Dios y su Ley, no se ve ya el modo cómo pueda educarse la conciencia de los jóvenes, en orden a evitar el mal y a llevar una vida honesta y virtuosa; ni tampoco como pueden irse formando para la familia y para la sociedad hombres templados, amantes del orden y de la paz”
Pero así, excluidos de la enseñanza de Dios y su Ley, no se ve ya el modo cómo pueda educarse la conciencia de los jóvenes, en orden a evitar el mal y a llevar una vida honesta y virtuosa; ni tampoco como pueden irse formando para la familia y para la sociedad hombres templados, amantes del orden y de la paz”
Y a todo esto hay que sumarle lo que está sucediendo entre
una gran parte de los hombres y mujeres, hoy en día, y más concretamente
entre los jóvenes, porque ni pueden estudiar, ni puede trabajar, y se encuentran al borde de la depresión y otros males mayores...
El Papa Pio XI no tenía dudas al respecto, el alejamiento del hombre de Dios y de su Hijo Unigénito, Jesucristo, le conduce hacia un profundo pozo sin salidas, donde los males se acumulan y del que es muy difícil salir con éxito.
Precisamente dice este Vicario de Cristo que lo primero y principal es <la Paz de Cristo en el Reino de Cristo>, es decir la paz que Él dio a sus Apóstoles y por extensión a todos los que creyeran en él y en su Mensaje. Es necesario que la paz de Cristo reine en el corazón de todos los hombres, porque esta clase de paz que solo puede ser <Suya> asegura que todos somos hijos de Dios y por lo tanto todos somos hermanos…
Así nos lo manifestó el Señor según el Evangelio de San Mateo (Mat 23, 1-8):
"Sobre la Cátedra de Moisés se
sentaron los escribas y fariseos / Así, pues, todas cuantas cosas
os dijeren, hacedlas y guardarlas; más no hagáis conforme a sus obras, porque
dicen y no hacen / Lían cargas pesadas e
insoportables, y las cargan sobre las espaldas de los hombres, mas ellos ni con
el dedo las quieren mover / Todas sus obras hacen para
hacerse ver de los hombres, porque ensanchan sus filactelias y agrandan las
franjas de sus mantos / son amigos del primer puesto en
las cenas y de los primeros asientos en las Sinagogas, y de ser saludados en
las plazas y de ser apellidados por los hombres Rabí / Más vosotros no os hagáis llamar
Rabí, porque uno es vuestro maestro, más todos vosotros sois hermanos, y entre
vosotros a nadie llaméis padre sobre la tierra, porque uno es vuestro Padre, el
celestial"
Verdaderamente estas palabras del
Señor deberían levantar ampollas entre los escribas y fariseos de su época, al
igual que las levantan entre los hombres de hoy en día que no quieren escuchar la Palabra del Señor. Lo que más
extraña de todo esto, es que Jesús no hubiera sido abatido por sus enemigos antes, debido a sus
señales y sus enseñanzas; el Señor escapaba siempre de las manos de estos, cuando
lo intentaban, porque como Él decía <aún no había llegado su hora>, y el
Espíritu Santo que estaba en Él desde el principio, le protegía de sus maldades, revistiéndole al
mismo tiempo de suma paciencia ante sus injurias y desatinos, al igual que ha
hecho y sigue haciendo con sus mensajeros a lo largo de los siglos…
Y es que Cristo: <Promulgó sellándola con su propia sangre la ley de la mutua caridad y paciencia entre todos los hombres>.
En efecto, tal cómo podemos leer
en el Evangelio de San Juan, Jesús nos dio un mandamiento nuevo (Jn 15, 12-17):
"Este es el mandamiento mío: que
os améis los unos a otros, así como os amé / Mayor amor que éste nadie le
tiene: que dar uno la vida por sus amigos / Vosotros sois mis amigos, si
hicierais lo que yo os he mandado / Ya no os llamo siervos, pues el
siervo no sabe lo que hace su Señor; más a
vosotros os llamo amigos pues todas las cosas que de mi Padre oí os di a
conocer / No sois vosotros los que me
habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y
deis frutos, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en
mi nombre os lo dé / Esto os mando: que os améis unos
a otros"
Estos versículos corresponden a
uno de los discursos que el Señor dio cuando estaba ya muy próxima su Pasión,
Muerte y Resurrección, tan maravillosamente recordados en el <Libro de la
Gloria>, de su Apóstol <más querido>, San Juan, el cual cuando era de
edad ciertamente avanzada, pero manteniendo el recuerdo imperecedero de todas
las palabras de Jesús y asistido en todo momento por el Espíritu Santo,
escribió este Evangelio de una riqueza teológica inigualable.
En dicho Evangelio se recoge
también, como recordábamos antes, esta frase del Señor: <la paz os
dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe
vuestro corazón ni se acobarde (Jn 14, 27)
Y es que la <Paz de Cristo es garantía del derecho y fruto de la caridad>, tal como advertía el Papa Benedicto XV (1914-1922), llamado el <Papa de la Primera Guerra Mundial>, porque su Pontificado transcurrió en gran medida durante el desarrollo de este terrible conflicto armado, que tanto daño hizo a la humanidad a comienzos del siglo veinte.
Y es que la <Paz de Cristo es garantía del derecho y fruto de la caridad>, tal como advertía el Papa Benedicto XV (1914-1922), llamado el <Papa de la Primera Guerra Mundial>, porque su Pontificado transcurrió en gran medida durante el desarrollo de este terrible conflicto armado, que tanto daño hizo a la humanidad a comienzos del siglo veinte.
Este Papa comprendió, al igual
que más tarde lo hiciera Pio XI, que el origen de la guerra, era una
consecuencia directa de la situación de la sociedad de su época, la cual como
resultado de la propagación de las llamadas ideas <modernistas>, se había
alejado peligrosamente del <Mensaje de Cristo>, y el Pontífice, así lo
hizo constar en su primera carta Encíclica <Ad Beatissimi Apostolorum>,
dada el 1 de noviembre de 1914.
En dicha carta, con un tono apocalíptico, tal como la situación requería, analizó las causas de la confrontación armada que ya había estallado. Hablaba de la <conciencia humana> que conduce al hombre a la llamada <lucha de clases>, del <desprecio de la autoridad divina>, del <rechazo del Evangelio de Cristo>, del <alejamiento de la Santa Madre Iglesia> y por supuesto de la <manipulación de las personas>, especialmente de las más jóvenes...
En dicha carta, con un tono apocalíptico, tal como la situación requería, analizó las causas de la confrontación armada que ya había estallado. Hablaba de la <conciencia humana> que conduce al hombre a la llamada <lucha de clases>, del <desprecio de la autoridad divina>, del <rechazo del Evangelio de Cristo>, del <alejamiento de la Santa Madre Iglesia> y por supuesto de la <manipulación de las personas>, especialmente de las más jóvenes...
Para conseguir la superación del
afán del hombre por el poder y las riquezas temporales, en definitiva, para la
superación de toda la <codicia terrenal del ser humano>, el Papa
Benedicto XV consideraba que era necesario ayudar a los hombres para que
volvieran a anhelar el deseo de alcanzar los <bienes eternos> y
comprendieran que los <bienes temporales> no conducen nunca a la
verdadera felicidad…
Algunos años después, acabada la guerra, primera mundial, el Papa Benedicto XV escribió una nueva carta Encíclica titulada <Pacem Dei Munus>, en la que trataba de la restauración cristiana de la Paz y en primer lugar alertaba sobre el peligro tremendo que representaba la persistencia del <odio entre hermanos>, a nivel internacional, que podría como así ocurrió años más tarde, conducir a una nueva confrontación a nivel mundial:
“Lo peor de todo sería la gravísima herida que recibiría la esencia y la vida del cristianismo, cuya fuerza reside por completo en la caridad, como lo indica el hecho de que la predicación de la ley cristiana reciba el nombre de <Evangelio de la paz>.
Se refiere aquí el Santo Padre a aquella catequesis del Apóstol San Pablo sobre <las armas del cristiano> tan claramente expuestas en su Carta a los Efesios (6, 11-20):
"Revestíos de la armadura de Dios
para que podáis sosteneros ante las asechanzas del diablo / Que no es nuestra lucha contra
carne y sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los
poderes mundanales de las tinieblas de este siglo, contra las huestes
espirituales de la maldad que andan en las regiones aéreas / Por esto, tomad la armadura de
Dios, para que podáis oponer resistencia en el día malo, y prevenidos con todos
los aprestos, sosteneros / Manteneos, pues, firmes, ceñidos
vuestros lomos con la verdad, y revestidos con la coraza de la justicia / y calzados los pies con la
preparación pronta para el Evangelio de la paz /
abrazando en todas las ocasiones
el escudo de la fe con que podéis apagar todos los dardos encendidos del
malvado / Tomad también el yelmo de la
salud y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios / orando con toda oración y
súplica en todo tiempo en espíritu, y para ello velando con toda perseverancia
y suplica por todos los santos / y por mí, para que al hablar se
me ponga palabra en la boca con que anunciar con franca osadía el misterio del
Evangelio / del cual soy mensajero, en
cadenas, a fin de que halle yo en él fuerzas para anunciarlo con libre
entereza, como es razón que yo hable"
Por otra parte, el Papa Benedicto
XV, recuerda también en su Encíclica <Pacem Dei Munus>, a todos los
creyentes, que el don de la caridad, es el bien más necesario para conseguir la
paz, por eso la enseñanza más repetida de Jesucristo a sus discípulos, era el
<precepto de la caridad fraterna>, porque ella es consecuencia y resumen
de todos los demás preceptos (Ibid):
“El mismo Jesucristo lo llamaba nuevo y suyo, y quiso que fuese como el carácter distintivo de los cristianos, que los distinguiese fácilmente de todos los demás hombres. Fue este precepto el que, al morir, otorgó a sus discípulos como testamento, y les pidió que se amaran mutuamente y con este amor procuraran imitar aquella inefable unidad que existe entre las divinas Personas en el seno de la Santísima Trinidad: <Que todos sean uno, como nosotros somos uno…para que también ellos sean consumados en la unidad (Jn 17, 21-23)>”
“El mismo Jesucristo lo llamaba nuevo y suyo, y quiso que fuese como el carácter distintivo de los cristianos, que los distinguiese fácilmente de todos los demás hombres. Fue este precepto el que, al morir, otorgó a sus discípulos como testamento, y les pidió que se amaran mutuamente y con este amor procuraran imitar aquella inefable unidad que existe entre las divinas Personas en el seno de la Santísima Trinidad: <Que todos sean uno, como nosotros somos uno…para que también ellos sean consumados en la unidad (Jn 17, 21-23)>”
La paz entre los hombres implica,
por tanto, la instauración del Reino de Cristo, así lo han manifestado los
Pontífices y los Padres de la Iglesia; en particular aquellos como Benedicto XV y Pio XI que se vieron, de
alguna forma, involucrados, en los grandes conflictos bélicos, de los últimos
siglos.
Concretamente Pio XI se expresa en este punto en los términos siguientes:
“La paz digna de tal nombre, es
la tan deseada <Paz de Cristo>, la cual no puede existir, si no se
observan fielmente por todos en la vida pública, y en la privada las
enseñanzas, los preceptos y los ejemplos de Cristo…Concretamente Pio XI se expresa en este punto en los términos siguientes:
Solo la Iglesia por divino
mandato enseña que los hombres deben acomodarse a la Ley eterna de Dios, en
todo cuanto hagan…
En esto consiste lo que con dos
palabras llamamos <Reino de Cristo>. Ya que Jesucristo reina en la mente
de los individuos, por sus doctrinas, reina en sus corazones por su caridad,
reina en toda la vida humana por la observancia de sus leyes y por la imitación
de sus ejemplos. Reina también en la sociedad doméstica cuando, constituida por
el sacramento del matrimonio cristiano, se conserva inviolada como una cosa
sagrada, en el que el poder de los padres sea un reflejo de la paternidad
divina, de donde nace y toma nombre; donde los hijos emulan la obediencia del
Niño Jesús, y el modo todo de proceder hace recordar la santidad de la Familia
de Nazaret. Reina finalmente Jesucristo en la sociedad civil cuando, tributando en ella a Dios los supremos honores, se hacen derivar de Él el origen y los derechos de la autoridad para que ni en el mandar falte norma, ni en el obedecer obligación y dignidad, cuando además es reconocida a la Iglesia el alto grado de dignidad en que fue colocada por su mismo autor a saber, tal que no disminuya la potestad de ella, pues cada uno en su orden es legítima, sino que les comunique la conveniente perfección, como hace la gracia con la naturaleza; de modo que esas mismas sociedades sean a los hombres poderoso auxiliar para conseguir el fin supremo, que es la eterna felicidad, y con más seguridad provean a la prosperidad de los ciudadanos en esta vida mortal.
De todo lo cual resulta claro que
no hay <Paz de Cristo> sino en el <Reino de Cristo>, y no podemos
nosotros trabajar con más eficacia para afirmar la paz que restaurando el
<Reino de Cristo>”
Tarea difícil sin duda la que proponía ya en aquellos tiempos, el Papa Pio XI, y que emprendió animosamente, mediante un programa mencionado en la misma Encíclica que ahora estamos recordando (Ubi Arcano).
Logró mucho sin duda, con este plan, pero finalmente no pudo evitar, como anteriormente recordábamos, que los hombres se enzarzaran de nuevo en una confrontación sin sentido, la llamada Segunda Guerra Mundial, que como se sabe causó daños terribles para la humanidad.
En los años anteriores al estallido
de esta guerra y a pesar de los esfuerzos del Papa Pio XI, como lo demuestran
sus Encíclicas condenando todas las falsos ideales de algunos políticos de la
época, el laicismo que había surgido con la potencia de ser considerado la
<quinta esencia> de la <modernidad>, durante mucho tiempo
oculto, tomó entonces <carta de
naturaleza> y los hombres arrastrados por sus idearios se alejaron de Cristo
y de su Iglesia.
De esta forma, los seres humanos quisieron sustituir el
cristianismo por una falsa religión <naturalista> que a nada conducía,
como así quedó comprobado durante la guerra, sino a las luchas entre hermanos,
olvidando el precepto de la <caridad Divina>.
A pesar de todo, el periodo de tiempo, anterior al estallido de la segunda guerra mundial, ha sido llamado por los historiadores, inexplicablemente <los felices años veinte>. Seguramente olvidando que la inmoralidad campaba por sus fueros entres los pueblos y con ello las costumbres licenciosas hicieron peligrar los fundamentos de la sociedad en general y de las familias en particular, llevando a la ruina económica a muchos países...
Recordemos, a este propósito, que durante la época
del Papado de Pio XI, y en particular a principios del siglo veinte (años 30),
se dieron cita una serie de adversidades para los creyentes, nada
despreciables, como el empuje creciente del capitalismo, el masivo desarrollo de
movimientos subversivos, la crisis económica por la
caída de <Wall Street> en 1929, junto con otros muchos problemas de no menor importancia...
Se podría decir de este Pontífice
fue un <profeta en su tiempo>, porque intuyó la debacle que se
avecinaba en los posteriores años al siglo que le tocó vivir y trató, por otra parte, con todos los medios a su
alcance de evitarlos, aplicando su lema <la Paz de Cristo en el Reino
de Cristo>.
Precisamente a este Papa se debe la fiesta de la Iglesia dedicada a <Cristo Rey>, fiesta litúrgica que se suele celebrar el último domingo del mes de octubre y que como nos dijo el Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel:
“Debe ser un día de acción de
gracias al Padre por haber constituido Rey y Señor de todo a su Divino Hijo; un
día de homenaje y acatamiento y de acción de gracias al Hombre-Dios, <que se
dignó trasladarnos a su reino> y hacernos participes de sus bienes, <pues
en ÉL, en Cristo, poseemos la redención por su sangre y el perdón de los
pecados>. Y con la redención, con la liberación del dominio del pecado,
poseemos también la vida de la gracia, la filiación divina, el poderío sobre el
mundo, sobre la carne, y sobre el poder de las malas pasiones y con todo esto,
la esperanza de ser admitidos, un día, en el futuro reino de la Bienaventuranza
Eterna”.Precisamente a este Papa se debe la fiesta de la Iglesia dedicada a <Cristo Rey>, fiesta litúrgica que se suele celebrar el último domingo del mes de octubre y que como nos dijo el Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel: