Los Padres Sinodales han señalado con justa razón la necesidad de individualizar y proponer una descripción positiva de la vocación y de la misión de los fieles laicos, profundizando en el estudio doctrinal del Concilio Vaticano II, a la luz de los recientes documentos del Magisterio y de la experiencia de la vida misma de la Iglesia guiada por el Espíritu Santo…
Con el nombre de laicos, así lo
describe la Constitución <Lumen Gentium>, se designa aquí todos los
fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los de
estado religioso sancionados por la Iglesia; es decir, los fieles que, en
cuanto incorporados a Cristo por el Bautismo, integrados en el pueblo de Dios,
y hechos participes a su modo del oficio sacerdotal, profético, y real, de
Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo
cristiano en la parte que a ellos le corresponde”
Podríamos preguntarnos ante estas
palabras del Papa: ¿Pero de qué forma concreta participan los laicos en ese oficio
triple de Jesús (sacerdotal, profético y real) cuyo origen es el Sacramento del
Bautismo?
La respuesta a esta sensata
pregunta, la tenemos también en la Exhortación del Santo Padre (Ibid): “Los fieles participan en el
oficio sacerdotal, por el que Jesús se ha ofrecido a sí mismo en la Cruz y se
ofrece continuamente, en la celebración eucarística, por la salvación de la
humanidad para gloria del Padre…
La participación en el oficio profético de Cristo, <que proclamó el Reino del Padre con el testimonio de la vida y con el poder de la palabra>, habilita y compromete a los fieles laicos a acoger con fe el Evangelio y a anunciarlo con las palabras y con las obras, sin vacilar en denunciar el mal con valentía…
Por su pertenencia a Cristo,
Señor y Rey del universo, los laicos participan en su oficio real y son
llamados por Él para servir al Reino de Dios y difundirlo en la historia. Viven
la realeza cristiana, antes que nada, mediante la lucha espiritual para vencer
en sí mismos el pecado; y después en la
propia entrega para servir, en la justicia y en la caridad, al mismo Jesucristo
presente en todos sus hermanos, especialmente en los más pequeños”
Ahora bien, la <condición
eclesial> de los fieles laicos se encuentra radicalmente definida por su
carácter cristiano y su dimensión secular, según consta en la <Lumen
Gentium>. Ello quiere decir, como también recuerda Juan Pablo II en su Carta
Apostólica post-sinodal, que de este modo <el mundo se convierte en el
ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos>, porque el
mismo está destinado a dar gloria a Dios Padre en Cristo.
Desde este punto de
vista los Padres Sinodales han afirmado que: <la índole secular del fiel
laico no debe ser definida solamente en el sentido sociológico, sino sobre todo
en el sentido teológico>.
Deberíamos tener claro todos los
laicos, que junto con los sacerdotes, religiosos y religiosas, constituimos
pueblo de Dios; todos podemos recibir la llamada del Señor para trabajar en
su viña, <Id también vosotros a mi viña> (Mt 20 , 7) y como miembros de su Iglesia
tenemos vocación de evangelizar, de ser anunciadores de su Evangelio, y para ello
hemos sido habilitados con el Sacramento del Bautismo y reafirmados
por el Espíritu Santo con el Sacramento de la Confirmación.
Recordemos una vez más las sabias
palabras del Papa Juan Pablo II a este respecto (Ibid):
“Por la evangelización la Iglesia
es construida y plasmada como comunidad de fe; mejor dicho, como comunidad de
una fe confesada en la adhesión a la Palabra de Dios, celebrada en los Sacramentos,
vivida en la caridad como alma de la existencia moral cristiana…
En verdad, el imperativo de
Jesús, <Id y predicad el Evangelio>, mantiene siempre vivo su valor, y
está cargado de una urgencia que no puede decaer…
Cada discípulo es llamado en
primera persona; ningún discípulo puede hurtar
su propia respuesta, porque como dijo San Pablo, < ¡Ay de mí si no predicase el Evangelio!> (I Co
9,16)”
Son palabras llenas de verdad que nos animan sin duda a continuar siempre adelante en la tarea de apostolado, aunque sabemos que las dificultades son grandes, así lo han entendido todos los Pontífices, también en los últimos siglos; ellos la han fomentado, han hecho una llamada urgente a favor de lo que se ha dado en llamar <nueva evangelización>.
“La pobreza más profunda es la
incapacidad de la alegría, el tedio de la vida considerada absurda y
contradictoria. Esta pobreza se halla hoy muy extendida, con formas muy
diversas, tanto en las sociedades materialmente ricas, como en los países
pobres.
La incapacidad de la alegría supone y produce la incapacidad de amar, produce la envidia, la avaricia…todos los vicios que arruinan la vida de las personas y del mundo. Por eso hace falta una <nueva evangelización>.
Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás no funciona. Pero ese arte no es objeto de la ciencia; solo lo puede comunicar quien tiene la vida, Cristo, el que es el Evangelio en persona”
La incapacidad de la alegría supone y produce la incapacidad de amar, produce la envidia, la avaricia…todos los vicios que arruinan la vida de las personas y del mundo. Por eso hace falta una <nueva evangelización>.
Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás no funciona. Pero ese arte no es objeto de la ciencia; solo lo puede comunicar quien tiene la vida, Cristo, el que es el Evangelio en persona”
Esta situación de
descristianización que hemos sufrido en los últimos siglos, ha llegado a límites
insoportables en tantas ocasiones, por la pérdida de valores humanos, y la pérdida,
como decía Benedicto XVI, de la alegría y del arte de vivir…
Por desgracia muchos hombres y mujeres no han logrado en una sociedad consumista y falta de amor a Dios, encontrar en la Santa madre Iglesia las respuestas que buscaban a sus problemas en particular. Sin embargo, la historia de la humanidad ha demostrado que normalmente solo a través de la Iglesia el hombre es capaz de llegar a conocer a Jesús. Así le sucedió por ejemplo a San Pablo, el cual contactó con la Iglesia de Cristo antes de llegar a conocer a Éste, aunque el resultado en principio fuera negativo en lugar de positivo.
Recordemos, a este respecto, que el que llegaría a ser un apóstol de Jesús, al conocer por primera vez, a los miembros de su Iglesia, los persiguió violentamente para exterminarlos (Hch 9, 1-2):
Posteriormente siendo ya apóstol del Señor, San Pablo, muy arrepentido reconoció por tres veces en diferentes <Cartas> suyas la maldad que había cometido al perseguir a la Iglesia de Cristo (1 Co 15; Ga 1, 13; Flp 3, 6).
El Papa Benedicto XVI, no obstante, nos recordó
en su Audiencia General (miércoles 22 de noviembre de 2006) que: “La adhesión de Pablo a la
Iglesia se realizó por una intervención directa de Cristo, quién al revelársele
en el camino de Damasco, se identificó con la Iglesia y le hizo comprender que
perseguir a la Iglesia era perseguirlo a él, el Señor.
En efecto, el Resucitado dijo a Pablo perseguidor de la Iglesia: <Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?> (Hch 9, 4).
Al perseguir a la Iglesia, perseguía a Cristo. Entonces, Pablo se convirtió, al mismo tiempo, a Cristo y a su Iglesia.
Así se comprende por qué la
Iglesia estuvo tan presente en el pensamiento, en el corazón y en la actividad
de San Pablo”
Sí, San Pablo a partir de aquel
momento se dedicó a predicar las enseñanzas de Jesús, esto es a evangelizar en
las sinagogas de Damasco y todos los que le oían se asombraban del cambio que
había experimentado. Pero él cada vez estaba más convencido que Jesús era
Cristo, el Mesías que el pueblo siempre había esperado.
Así ha sucedido también en el
caso de otros muchos hombres menos
conocidos y seguirá sucediendo hasta el fin de los siglos… Sin embargo en los últimos siglos
se ha hecho más necesario que nunca,
encontrar nuevos caminos para
mostrar la verdad y belleza del Evangelio de Cristo. Como nos pedía el
que más tarde sería Papa Benedicto XVI (Ibid):
“Busquemos, además de la evangelización permanente, nunca interrumpida, una <nueva evangelización>, capaz de lograr que la escuche este mundo que no tiene acceso a la evangelización clásica. Todos necesitamos el Evangelio. El Evangelio está destinado a todos y no sólo a un grupo determinado, y por eso debemos buscar nuevos caminos para que la evangelización llegue a todos…”
La existencia real de un juicio final debe volver al pensamiento de los cristianos, de otra forma habremos perdido parte esencial del mensaje del Evangelio de Cristo, que nos incumbe y ¡de que manera!
Algunos piensan que la <nueva
evangelización> consiste, tan solo, en dar a conocer el Evangelio con las nuevas técnicas del
mundo de la comunicación, esto puede ser así, pero no es lo más importante, recordemos
al respecto las palabras de Benedicto XVI (Ibid):
La <nueva evangelización> significa no contentarse con el hecho de que el grano de mostaza haya crecido en el gran árbol de la Iglesia universal, ni pensar que basta el hecho de que en sus ramas puedan anidar aves de todo tipo, dejando que Dios decida cuándo y cómo crecerán”
Sí, no podemos dejar a medias las
cosas, no podemos implicarnos sin antes sufrir nosotros en nuestras propias
carnes, la necesidad de una nueva visión de los problemas de esta vida, sin
haber sufrido, de alguna manera también, el cambio de nuestras conciencias
dormidas…
Porque el anuncio del reino de
Dios así lo requiere, porque es anuncio del Dios que nos conoce y nos escucha;
del Dios que ha entrado en la historia de la humanidad para hacer justicia,
como proclamaba Benedicto XVI (Ibid):
“Esta predicación es, por tanto,
anuncio de juicio, anuncio de nuestra responsabilidad. El hombre, no puede
hacer o no hacer, lo que quiera. El será juzgado…El debe dar cuenta de sus
actos…De esta manera, el artículo de fe
del juicio, su fuerza de formación de las conciencias, es un contenido central
del Evangelio y es verdaderamente una <buena nueva>. Lo es para todos
aquellos que sufren por la injusticia del mundo y busca justicia.
De este modo se comprende la conexión entre el <Reino de Dios> y los pobres, los que sufren y todos aquellos de los cuales hablan las Bienaventuranzas del discurso de la montaña de Jesús.
Estos están protegidos por la certeza del juicio, por la certeza de que hay justicia.
Este es el verdadero contenido del artículo sobre el juicio final, sobre Dios Juez: Hay justicia”
Ciertamente como aseguraba Benedicto XVI , no es posible que las injusticias de este mundo, las injusticias practicadas por hombres impíos, tengan la última palabra, porque Dios es justo y misericordioso, e imparte justicia ahora, e impartirá justicia al final de los siglos, pero de una forma muy distinta a como lo hacen los seres humanos (Ibid):
“La bondad de Dios es infinita,
pero no debemos reducir esta bondad a una cosa melindrosa, sin verdad. Sólo
creyendo al justo juicio de Dios, solo teniendo hambre y sed de justicia,
abrimos nuestro corazón y nuestra vida a la misericordia divina…”
“Oh Virgen Santísima, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, con alegría y admiración nos unimos a tu Magnificat, tu canto de amor agradecido.
Contigo damos gracia a Dios,
<cuya misericordia se extiende de generación en generación>, por la espléndida
vocación y por la multiforme misión confiada a los laicos, por su nombre,
llamados por Dios a vivir en comunión de amor y de santidad con Él y de estar
fraternalmente unidos en la gran familia de los hijos de Dios, enviados a
irradiar la luz de Cristo y de comunicar el fuego del Espíritu por medio de su
vida evangélica en todo el mundo”