El prólogo del evangelio de san
Juan es sin duda la parte más significativa del mismo; el tema o cuestión
fundamental allí desarrollada, por el apóstol amado del Señor, es la
manifestación del Verbo (Jn 1, 14-18): “Y el Verbo se hizo carne, y
habitó entre nosotros; y contemplamos su gloria, gloria cual del Unigénito
procedente del Padre: lleno de gracia y de verdad / Juan (Bautista) da
testimonio acerca de Él y clama diciendo: <Este es el que dije: El que viene
detrás de mí, porque era primero que yo> / Pues de su plenitud nosotros
todos recibimos, y gracia por gracia / Porque la ley por mano de Moisés fue
transmitida, la gracia y la verdad por mano de Jesucristo fue hecha / A Dios
nadie le ha visto jamás: el Unigénito Hijo, el que está en el regazo del Padre
mirándole cara a cara, Él es quién le dio a conocer”
Es interesante observar el hecho de que en el testimonio de Juan Bautista, aludido por el apóstol del Señor se aprecian varios incisos. En primer lugar menciona: <Este es el que dije>, lo que viene a significar la identificación personal del Mesías; a continuación habla de <El que viene detrás de mí>, es decir el esperado Mesías, del que se considera precursor; continua el testimonio diciendo: <Porque era primero que yo>, pues considera que Él desempeña una función superior a la suya; y sobre todo admite que antes que él viniese a este mundo, Él ya existía…era el Verbo de Dios…
Los hombres creyentes, de todos
los tiempos, al leer estas palabras han tenido que sentir algo en su interior que
les ha hecho temblar de emoción y de amor…Por eso todos los años al llegar este
momento se apresuran a decir: “Ansiosamente hemos esperado
durante el tiempo de Adviento la venida del Verbo, la hemos pedido y estamos ya
preparados para su aparición. Deseo, demanda, preparación, son tres palabras
que resumen el periodo litúrgico que acabamos de recorrer. Una realidad divina
viene a coronar nuestra esperanza.
El motivo fundamental del nuevo periodo, que se abre con la alegría de la Nochebuena, es el Nacimiento de Jesucristo, del Hijo de Dios humanado. Celebramos su aparición al pueblo judío (Navidad) y su manifestación a los gentiles (Epifanía).
Es el misterio de la Encarnación,
que consiste en la unión en Jesucristo del Verbo, nacido antes de todos los
siglos, de la sustancia del Padre, con la humanidad engendrada de la sustancia
de la Madre, en el mundo.
Navidad es, por tanto, la fiesta
del amor misericordioso de Dios. <Tanto amo Dios al mundo> decía San Juan
Evangelista pensando en este misterio que <le envió a su mismo Hijo
Unigénito para que, creyendo en Él, no perezca, antes alcance la vida
eterna>.
Ante todo, durante estos días
conmemoramos el hecho histórico, que narra con muchos detalles emocionantes, el
evangelio de san Lucas. Entre los años 747 y 749 de la fundación de Roma se
hizo en Palestina, por orden de César Augusto, un empadronamiento, que obligó a
José y María a ir de Nazaret, a Belén, de donde eran originarios.
Estando en Belén, dio a luz María,
y la primera cuna que tuvo el recién nacido fue el pesebre de un establo. Una
tradición del siglo IV supone que el Niño fue calentado por el aliento de dos
animales…El nacimiento temporal nos hace
pensar también en el nacimiento eterno. Tanto como al gracioso Niño que acaba
de nacer, vemos en el establo, al Rey de los cielos, hacedor de los siglos y de
los mundos.
Para la liturgia, Navidad tiene un carácter esencialmente dogmático, que ignoraríamos si solo considerásemos el aspecto que nos ofrece la devoción popular. Y es que el que acaba de nacer de la Virgen nace eternamente en el seno del Padre. El que se manifiesta revestido de nuestra carne es el Hijo de Dios, <que habita en una luz inaccesible>.
El Verbo que se hace hombre, es
para nosotros la manifestación de Dios; es Dios hecho hombre, que viene a
revelarnos el Ignoto. <El que me ve a mí, ve a mi Padre>, dirá Jesús a
los judíos” (P. Fr. Justo Pérez de Urbel; <Misal y Devocionario del hombre
católico> (Ed. Aguilar, 1964)
Sí, llega de nuevo la hora de
rememorar el acontecimiento especial,
fuera de lo común, acaecido en la noche en que tuvo lugar el nacimiento del
Niño Jesús, tal como nos recordaba también, el Papa San Juan Pablo II durante
la misa de medianoche correspondiente al lunes 24 de diciembre de 1979:
“En este acontecimiento hay algo
insólito, consiste quizás en que no se cumple dentro de las normales
condiciones humanas, bajo el techo de una casa, sino en un establo, que
ordinariamente da cobijo sólo a animales. La primera cuna del Niño, recién
nacido, fue en efecto un pesebre…
Ciertamente ninguno de los
habitantes, ni ninguno de los forasteros presentes entonces en Belén, podían
pensar que en aquellos momentos y en aquel establo, se estaba cumpliendo las
palabras del profeta, tantas veces leídas, y continuamente meditadas por los
hijos de Israel.
Isaías (Is 9, 3. 6-7)
efectivamente, había escrito palabras que constituían el contenido de una gran
expectación y de una esperanza inquebrantable:
<Multiplicaste la alegría, has
hecho grande el júbilo, y se gozan ante ti, como se gozan los que recogen la
mies…Porque nos ha nacido un Niño, nos ha sido dado un Hijo que tiene sobre los
hombros la soberanía…, para dilatar el imperio y para una paz ilimitada sobre
el trono de David y su reino, para afirmarlo y consolidarlo en el derecho y en
la justicia desde ahora para siempre jamás>
Ninguno de los presentes en Belén
podía pensar que precisamente en aquella noche se estaba cumpliendo las
palabras del gran profeta, ni que ello se realizaba en un establo…”
Sin duda el nacimiento del Mesías,
el Misterio de la Encarnación, es el acontecimiento central de la historia de
la humanidad. La humanidad entera, no solo el pueblo elegido, Israel, esperaba de una forma implícita, como si
fuera un presentimiento, pero sin embargo la mayoría de los seres humanos no
fueron testigos privilegiados del nacimiento en el pesebre de Belén, tal como
narran los evangelistas Mateo y Lucas en sus respectivos Evangelios.
El Papa Benedicto XVI refiriéndose a los relatos de los evangelistas sinópticos, defiende la idea de que son históricos, y no teológicos, como algunos representantes de la exegesis moderna han opinado desafortunadamente (Benedicto XVI . La infancia de Jesús; Ed. Planeta 2012):
Está claro que Mateo no sabía que
tanto José como María residían inicialmente en Nazaret. Por eso José, al volver
de Egipto, quiere ir en un primer momento a Belén y solo la noticia de que en
Judea reina un hijo de Herodes le induce a desviarse hacia Galilea.
Para Lucas, en cambio, está claro
desde el principio, que la Sagrada Familia retornó a Nazaret tras los
acontecimientos del nacimiento.
Las dos diferentes líneas de
tradición concuerdan, no obstante, en que el lugar del nacimiento de Jesús fue
Belén. Si nos atenemos a las fuentes y no nos dejamos llevar por las conjeturas
personales, queda claro que Jesús nació en Belén y creció en Nazaret”
“Sólo poner ante nuestra
consideración la historia de la vida de Cristo suscita problemas que nunca
conseguiremos resolver completamente, pero siempre veremos irradiar de la
presencia de Cristo en el mundo tal luz de verdad, tal consuelo de esperanza y
de vida que advertiremos que Él es la luz del mundo; y sólo dentro del cono
luminoso de doctrina que la Iglesia nos ofrece sobre Él, podemos gozar de su
luz y obtener nuestra salvación…
Lo que quiere decir que debemos sentirnos obligados a fijar la mirada de nuestra fe en Cristo Señor, con adhesión total de pensamiento y de vida. Recordemos las palabras finales del prólogo del Evangelio de San Juan:
<Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria cual de Unigénito venido del Padre, lleno de gracia y de verdad> (Jn 1, 14)
Pero en este punto de nuestra
contemplación sobre el Verbo de Dios hecho carne, en vez de encontrar su gloria
nos encontramos en el marco de la vida temporal de Jesús, su humillación, su
pequeñez, su anonadamiento; no encontramos la exaltación sino la negación de los valores de nuestra
vida presente.
El pesebre nos lo dice: La
humildad de Cristo será nuestra sorpresa. Una humildad que mortifica nuestras
expectativas mesiánicas y que nos obliga a modificar e incluso a contraponer la
estima de lo que creemos bienes necesarios para nuestra existencia natural. Y
esto lo recordamos refiriéndonos a dos virtudes cristianas, es decir, a dos
dimensiones características de nuestra presencia en el mundo; nos referimos a la humildad y a la pobreza.
El Dios que haya querido manifestarse y haya querido convivir con nosotros en humildad absoluta es algo que altera y transforma totalmente nuestros juicios sobre nosotros mismos y sobre nuestra relación con las cosas y con los acontecimientos del mundo.
Él decía: <Aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón> (Mt 1, 29). Y esta postura de humildad
afecta profundamente no sólo a las formas exteriores de la vida de Cristo, sino
a las formas esenciales de la vida, de la doctrina y de la misión de Dios hecho
hombre.
Citaremos aquí una sentencia
conocidísima de san Pablo, que contiene
la síntesis y nos ofrece la clave para la comprensión de la figura completa de Cristo; es la cita
de las palabras relativas a la <kénosis> de Cristo, es decir, a su
anonadamiento para cumplir el designio de nuestra redención, palabras de la
Carta de san Pablo a los filipenses (Flp 2, 5-11)”
Se refiere el Papa Pablo VI a la
Carta escrita por el apóstol san Pablo, probablemente durante su retención
involuntaria en Roma, a los fieles de Filipos, ciudad situada al norte del mar Egeo, en los
confines de Macedonia con Tracia, con ocasión de demostrarles su profundo
aprecio, por el afecto y ayuda que siempre le habían ofrecido. En dicha carta el apóstol también
sigue adoctrinándoles tomando siempre como ejemplo la figura de Jesús y en este
contexto les recomienda encarecidamente que sigan la estela de caridad y
humildad del Señor (Flp 2, 5-11):
-Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús,
-quien, existiendo en forma de
Dios, no consideró como codiciable tesoro el mantenerse igual a Dios,
-sino que se anonadó a si mismo
tomando la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los hombres;
-y, en su condición de hombre, se
humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz;
-Por ello Dios lo exaltó
sobremanera y le otorgó un nombre que está sobre cualquier otro nombre;
-para que al nombre de Jesús
doblen su rodilla los seres del cielo, de la tierra y del abismo;
-y toda lengua confiese que
Jesucristo es Señor para la gloria de Dios Padre”
Sabias palabras del apóstol san
Pablo que ponen de manifiesto la más sublime doctrina sobre Cristo. En ella,
afirma la divinidad y preexistencia de
nuestro Salvador, la Encarnación del Verbo y sobre todo el inmenso merito de su
total obediencia al Padre hasta su muerte en cruz.
Pero junto a estas enseñanzas
dogmáticas y morales sobre Jesús, el apóstol añade algo más, también muy
importante, él nos da el fundamento sobre el que se debe basar la vida de todo
cristiano, de todo aquel hombre que ama y sigue a Cristo, que no es otro que el
de tomar ejemplo de Él, recordando su anonadamiento por nuestra salvación y así
mismo, que Dios le otorgó el <nombre>, es decir la dignidad y soberanía
universal por lo que todos los seres creados por Él deben doblegar su rodilla. Resumiendo, por la humillación y
la cruz se va a la gloria.
Con razón el Papa san Juan XXIII,
en la Nochebuena del año 1962, durante la misa pronunciaba una homilía con
estas sentidas palabras, que ahora evocamos con el deseo de que se cumplan sus
deseos, por fin, en este nuevo siglo: “Los grandes problemas de la vida
social e individual se acercan a la cuna de Belén, al paso que los ángeles
invitan a dar gloria a Dios, gloria a Cristo redentor y salvador, y a excitar
gozosamente las buenas voluntades para la celebración de la paz universal.
Gran don, gran riqueza en verdad, es la paz del mundo, que va tras la paz. Lo hemos repetido en el radiomensaje navideño, y Nos satisface dar gracias al Señor por haberlo hecho acoger con buena voluntad de un extremo al otro de la tierra, como confirmación de la luz de esperanza encendida y viva en todas las naciones.
Hay también circunstancias y
situaciones que en esta solemnidad hacen más evidente y agudo el contraste con
el gozo de la Navidad. Reclamo eficaz no para disminuir el servicio que hacemos
a la verdad y a la justicia, ni para olvidar el inmenso bien realizado por las
almas rectas, que tienen como honor la ley divina y el Evangelio; sino para
alentar las mejores energías a reparar los errores y a reavivar en el mundo el
fervor religioso y las piadosas tradiciones paternas como gozo tranquilo de la
Navidad.
Hijos queridos: Junto a la cuna
del Niño recién nacido, del Hijo de Dios hecho hombre, todos los hombres que
caminan por la tierra, deben pensar con conciencia clara y seria, que en la hora suprema se les pedirá
cuenta estrecha del don de la vida; y está tendrá una sanción definitiva de
premio o de castigo, de gloria o de abominación.
En la conciencia de este rendir cuentas es donde se mide la participación de los cristianos y de todos los hombres en el gran misterio que conmemoramos en esta noche; de aquí surge el deseo de que por la luz del Verbo de Dios la civilización humana reciba la llamita que le puede transformar en vivo fulgor, en beneficio de los pueblos. En torno a la cuna de Jesús sus ángeles cantaron la paz. Y quien creyó en el mensaje celestial y le hizo honor consiguió gloria y alegría.
Así ayer, y así será siempre a lo largo de los siglos. La historia de Cristo es perpetua. Bienaventurado quien la comprende y consigue gracia, fortaleza y bendición. Amén”