Después, en el evangelio de san
Juan, Jesús le dice al discípulo: <Ahí tienes a tu madre> (19,27).
Tenemos una Madre, una <Señora muy bella>, comentaban entre ellos los
videntes de Fátima mientras regresaban a casa, en aquel bendito 13 de mayo de
hace cien años. Y, por la noche, Jacinta
no pudo contenerse y reveló el secreto a su madre: <Hoy he visto a la Virgen
>.
Habían visto a la Madre del
cielo. En la estela de la luz que seguían con sus ojos, se posaron los ojos de
muchos, pero…estos no la vieron. La Virgen Madre no vino aquí para que nosotros
la viéramos: para esto tendremos toda la eternidad, a condición de que vayamos
al cielo, por supuesto…
Pero ella, previendo y advirtiéndonos
sobre el peligro del infierno que lleva a una vida, a menudo propuesta e
impuesta sin Dios, y que profana a Dios en sus criaturas, vino a recordarnos la
<Luz de Dios>, que mora en nosotros y nos cubre...
Y según las palabras de Lucia,
los tres privilegiados se encontraban dentro de la <Luz de Dios> que la
Virgen irradiaba. Ella los rodeaba con el
manto de luz que Dios les había dado. Según el creer y el sentir de muchos peregrinos, por no
decir de todos, Fátima es sobre todo este manto de Luz que nos cubre, tanto
aquí como en cualquier otra parte de la tierra, cuando nos refugiamos bajo la
protección de la Virgen para pedirle, como enseña la Salve Regina,
<muéstranos a Jesús>”
Hermosas palabras del Papa
Francisco que nos llevan a reflexionar sobre la necesidad, una vez más, de perseverar en el camino de la santidad,
para tratar de no apartarnos nunca de Dios, para que su Luz ilumine nuestro
caminar y podamos con la ayuda de nuestra Madre del cielo alcanzar la gloria
que no es otra cosa que poder llegar hasta Él en la otra vida y en ésta tener
la esperanza de conseguirlo.
El Papa Francisco parece recordarnos
de forma implícita, en esta oportuna ocasión, la existencia del
<infierno>, algo que en una sociedad como la nuestra es prohibitivo, no se
quiere hablar de ello, no se quiere reconocer la mas de la veces que el castigo
por nuestros pecados aquí en la tierra, existe allá en el cielo, en la otra
vida.
Algunos prefieren pensar que ni
siquiera hay otra vida…Pero los católicos no podemos pensar así, porque en el
Mensaje de Cristo está constantemente presente esta verdad absoluta, el Señor
quiso advertirnos durante su estancia entre nosotros y después ha seguido
haciéndolo a través de personas muy especiales como los videntes de Fátima, por
supuesto, con la ayuda de su Madre, la Virgen María. Ella les habló a estos
inocentes niños sobre los peligros que sobrevendrían sobre la humanidad, si
seguía empecinada en sus desatinos, les habló concretamente de los terribles
castigos del infierno…al igual que lo hiciera Jesús en su día, durante su
Ministerio en Jerusalén, respondiendo a las preguntas de los justos:
¿Señor, cuando te vimos
hambriento, y te dimos de comer, o
sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, o
desnudo y te vestimos? o ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a
verte?...
Entonces dijo el Señor (Mt 25,
40-41): “<En verdad os digo que cuanto
hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis / Entonces
dirá a los que estén a la izquierda: <Apartaos de mí, malditos, al fuego
eterno preparado para el día del diablo
y sus ángeles” Y más delante, asegura el Señor (Mt
25, 46): <Y estos irán al suplicio eterno; los justos, en cambio a la vida
eterna>.
El Papa san Juan Pablo II recordando
estas palabras del Señor se expresaba en los términos siguientes ante la
pregunta: ¿todavía existe la vida eterna?, formulada por el periodista que le
entrevistaba:
“Desde siempre el problema del
infierno ha turbado a los grandes pensadores de la Iglesia, desde los
comienzos, desde Orígenes, hasta nuestros días…
En verdad que los antiguos concilios
rechazaron la teoría de la llamada <apocatástasis final>, según la cual
el mundo sería regenerado después de la destrucción, y toda criatura se
salvaría; una teoría que indirectamente abolía el infierno. Pero el problema
permanece. ¿Puede Dios, que ha amado tanto al hombre, permitir que éste lo
rechace hasta el punto de querer ser condenado a perennes tormentos?
Y, sin embargo, las palabras de
Cristo son unívocas. En Mateo habla claramente de los que irán al suplicio
eterno. ¿Quiénes serán estos? La Iglesia nunca se ha pronunciado al respecto.
Es un misterio verdaderamente inescrutable entre la santidad de Dios y la
conciencia del hombre. El silencio de la Iglesia es, la única posición oportuna
del cristiano” (Papa san Juan Pablo II. <Cruzando el umbral de la
esperanza>; Editado por Vittorio Messori; Licencia editorial para Círculo de
Lectores por cortesía de Plaza & Janés Editores, S.A.; 1995)
Sin duda, en Cristo, Dios ha
revelado a los hombres que desea que todos se salven, y mediante su Madre, la
Santísima Virgen, utilizando a videntes apropiados, como los niños de Fátima,
sigue revelándolo, con el objetivo de que todos lleguen al conocimiento de la
verdad de su Mensaje.
En la Primera Carta de San Pablo a Timoteo
encontramos reflejada esta idea que resulta fundamental para el hombre que
quiera tener una visión adecuada de las <cosas últimas> o
<Novísimos>, esto es: <muerte, juicio, infierno, gloria y purgatorio>.
Concretamente en dicha carta el
apóstol san Pablo, hace una serie de recomendaciones a Timoteo, para defender la doctrina de Cristo,
frente a ciertas desviaciones que se venían produciendo en la Iglesia de Éfeso al
frente de la cual estaba su querido discípulo, y llega a nombrar a algunas de
las personas, que por haberla desechado naufragaron en la fe; no obstante
también desea hacerles ver la voluntad
salvífica de Dios, para que vuelvan al buen camino (1 Tim 2, 1-7):
“Por eso, te encarezco ante todo
que se hagan suplicas y acciones de gracias por todos los hombres / por los
emperadores y todos los que ocupan altos cargos, para que pasemos una vida
tranquila y serena con toda piedad y dignidad / Todo ello es bueno y agradable
ante Dios, nuestro Salvador / que quiere que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad / Porque uno es solo Dios y uno solo
también el mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre / que se
entregó a sí mismo en redención por todos. Este es el testimonio dado a su
debido tiempo / Yo he sido constituido mensajero y apóstol de ese testimonio -digo
la verdad, no miento-, doctor de los gentiles en la fe y la verdad”
Ciertamente, Dios ha amado al
mundo, y esta verdad absoluta queda perfectamente demostrada en su Hijo
unigénito, el cual permanece en la historia de la humanidad, como el único y
verdadero Redentor de la misma. Como aseguraba el Papa san Juan
Pablo II (Ibid): “La Redención impregna toda la
historia del hombre, también la anterior a Cristo, y prepara su futuro
escatológico. Es la luz que <esplende en las tinieblas y que la tinieblas no
han recibido> (Jn 1, 5) El poder de la Cruz de Cristo y su Resurrección es
más grande que todo el mal del que el hombre podría y debería tener miedo…
< ¡No tengáis miedo!>,
decía Cristo a los apóstoles (Lc 24, 36) y a las mujeres (Mt 28,10) después de
la Resurrección. En los textos evangélicos no consta que la Señora haya sido
destinataria de esta recomendación; fuerte en la fe, Ella <no tuvo
miedo>.
El mundo en que María participa
en la victoria de Cristo yo lo he conocido sobre todo por la experiencia de mi
nación. Por boca del cardenal Stefan Wyszyn’ski sabía también que su predecesor
August Hlond, al morir, pronunció estas significativas palabras: <La
victoria, si llega, llegará por medio de María>. Durante mi ministerio
pastoral en Polonia, fui testigo del modo en que aquellas palabras se iban
realizando”
Verdaderamente estas entrañables
palabras del Papa San Juan Pablo II nos llenan de emoción porque salieron de lo
más íntimo de su corazón y de las experiencias por él vividas en momentos muy
difíciles de su vida. Estamos totalmente de acuerdo con
todo lo que él nos dice porque aunque sea a una escala ínfima respecto a lo que
él vivió no podemos negar la presencia de la Virgen María en tantos y tantos
momentos de nuestra propia existencia. Por eso, también con él, compartimos
este pensamiento esperanzador y certero: “La victoria, si llega, será
alcanzada por María. Cristo vencerá por medio de Ella. Él quiere que las
victorias de la Iglesia en el mundo contemporáneo y en mundo del futuro estén
unidos a Ella”
La gran experiencia de este Papa
el 13 de mayo del año 1981 influyo sin duda para animarnos a todos los
cristianos, y no cristianos también, con estas palabras: < ¡No tengáis
miedo!>. Así narraba san Juan Pablo II la
enseñanza que él había sacado de aquella terrible y extraordinaria experiencia
(Ibid):
“He aquí que llegó el 13 de mayo
de 1981. Cuando fui alcanzado por el proyectil en el atentado de la plaza de
San Pedro, no reparé al principio en el hecho de que aquél era precisamente el
aniversario del día en que María se había aparecido a los tres niños de Fátima,
en Portugal, dirigiéndoles aquellas palabras que, con el fin del siglo, parecen
acercarse a su cumplimiento.
¿Con este suceso acaso no ha
dicho Cristo, una vez más, Su < ¡No tengáis miedo!>? ¿No ha repetido al
Papa, a la Iglesia e, indirectamente, a toda familia humana estas palabras
pascuales? Tienen necesidad de estas
palabras los pueblos y las naciones del mundo entero. Es necesario que en su
conciencia resurja con fuerza la certeza de que existe Alguien que tiene en sus
manos el destino de este mundo que pasa: Alguien que tiene las llaves de la
muerte y del infierno (Ap 1, 18); Alguien que es el Alfa y el Omega de la
historia del hombre (Ap 22, 13), sea la individual o la colectiva. Y este alguien es amor (Jn 4, 8-16): Amor hecho hombre, Amor
crucificado y resucitado, Amor continuamente presente entre los hombres. Es
Amor eucarístico. Es fuente incesante de comunión. Él es el único que puede dar
plena garantía de las palabras < ¡No tengáis miedo!>”
Entonces ¿la clave de todo se
encuentra en este deseo? Pero ¿Qué podemos hacer los hombres para conseguir no
tener miedo?, dirán algunos. La respuesta se encuentra, como siempre, en Dios tal como nos recordaba también el
Papa (Ibid): “Para liberar al hombre
contemporáneo del miedo de sí mismo, del mundo, de los otros hombres, de los
poderes terrenos, de los sistemas opresivos, para liberarlo de todo síntoma de
miedo servil ante esa <fuerza predominante> que el creyente llama Dios,
es necesario desearle de todo corazón que lleve y cultive en su propio corazón
el verdadero temor de Dios, que es principio de sabiduría.
Ese temor de Dios es la fuerza
del Evangelio. Es temor creador, nunca destructivo. Genera hombre que se dejan
guiar por la responsabilidad, por el amor responsable. Genera hombres santos,
es decir, verdaderos cristianos, a quienes pertenece en definitiva el futuro
del mundo”
“Queridos peregrinos, ¡tenemos
una Madre! Aferrémonos a Ella como hijos, vivamos la esperanza que se apoya en
Jesús, porque, <los que reciben a raudales el don gratuito de la
justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo (Rm 5, 17).
Cuando Jesús subió al cielo, llevó junto al Padre celeste a la humanidad,
nuestra humanidad, que había asumido en el seno de la Virgen Madre, y que nunca
dejará. Con un ancla fijemos nuestra esperanza en esa humanidad colocada en el
cielo a la derecha del Padre (Ef 2, 6). Que esta esperanza sea el impulso de
nuestra vida. Una esperanza que nos sostenga siempre, hasta el último suspiro”
El Papa Francisco nos anima a
vivir la esperanza que se apoya en Jesús a través de su Madre porque como nos
enseñaba en su catequesis del 10 de mayo del año (2017):
“Hay un rasgo bellísimo de la
psicología de María: no es una mujer que se deprime ante las incertidumbres de
la vida, especialmente cuando nada parece ir en la dirección correcta. No es
siquiera una mujer que protesta con violencia, que se queja contra el destino
de la vida a menudo un rostro hostil.
En cambio es una mujer que
escucha: no os olvidéis de que siempre hay una gran relación entre la esperanza
y la escucha, y María es una mujer que escucha. María acoge la existencia tal
como se nos entrega, con sus días felices, pero también con sus tragedias con
las que nunca querríamos habernos cruzado. Hasta la noche suprema de María,
cuando su Hijo está clavado en el madero de la cruz.
Hasta ese día, María casi había
desaparecido de la trama de los Evangelios: los escritores sagrados dan a
entender este lento eclipsarse de su presencia, su permanecer muda ante el
misterio de su Hijo que obedece al Padre.