La noche anterior al día de <todos los santos> la Iglesia católica celebra, al menos ésta era la tradición no hace tantos años, la <vigilia de todos los santos>, con una santa misa en cuyo introito se recuerda que:
<Juzgarán los santos a las gentes y
dominarán los pueblos; reinará el Señor, su Dios para siempre>.
El Salmo correspondiente a dicha
misa es muy apropiado porque se trata del 33(32) que pide a todos los fieles
que <aclamen al Señor, el cual es Justo> (Sal 33 /Vg 32):
“Alegraos, justos, en el Señor, que la alabanza es propia de los buenos/Dad gracias al Señor con el arpa, tocad para Él la lira de diez cuerdas/Cantadle un cántico nuevo, esmeraos en la música y los vítores/
La palabra del Señor hizo los cielos, el aliento de su boca, todas las estrellas/Él recoge en un odre las aguas de los mares, señalándolos como depósito los abismos/Tema al Señor la tierra entera, tiemblen ante Él los habitantes del mundo/Pues Él lo dijo, y se hizo todo; Él lo mandó, y así fue…
Nosotros esperamos en el Señor,
Él es nuestro socorro y nuestro escudo/Él es la alegría de nuestro corazón, en
su santo nombre confiamos/Que tu amor, Señor, nos acompañe, como lo esperamos
de Ti”
Desgraciadamente estas hermosas palabras ya no resuenan en los oídos de muchos hombres, ni siquiera de algunos que han recibido el Sacramento del Bautismos, y por lo tanto pertenecen a la Iglesia católica...
Otro tipo de festejos dedicados a
los muertos vivientes, monstruos, payasos asesinos, y todo tipo de símbolo que
encajen con la <cultura de la muerte>, tienen un lugar privilegiado en
una noche que en lugar de dedicarse a la <Justicia Divina>, y a
ejercitarse en el <Temor de Dios>, se ofrece a los acólitos del demonio…
Alguno puede que se ofenda ante este planteamiento, arcaico y retrogrado, dirán, sin embargo esta actitud de algunos cristianos del siglo XXI es debida al desconocimiento de lo que significan las palabras <santo temor de Dios>.
En este sentido, el Papa San Juan Pablo II en respuesta a una pregunta realizada por el periodista Vittorio Messori se manifestaba en los términos siguientes:
“La Sagrada Escritura contiene una exhortación insistente a ejercitarse en el temor de Dios. Se trata aquí de ese temor que es el don del Espíritu Santo.
Entre los siete dones del Espíritu Santo, señalados por las palabras de Isaías (Is 11,12), el don del temor de Dios está en el último lugar, pero eso no quiere decir que sea el menos importante pues precisamente <el temor de Dios es el principio de la sabiduría>.
Y la sabiduría, entre los dones del Espíritu Santo, figura en primer lugar. Por eso al hombre de todos los tiempos y, en particular, al hombre contemporáneo, es necesario desearle el santo <temor de Dios”
Sí, esta noche en particular
debería sentir el hombre, más que nunca el santo <temor a Dios>, en lugar
de tratar de asustarse unos a otros con bufonadas que no llevan a ninguna
parte, y que si acaso pueden ir en contra de las creencias de la Iglesia a la
que pertenecen.
Los verdaderos creyentes en lugar de alienarse con costumbres paganas y de origen diabólico, deberían reflexionar, esta noche y siempre, sobre la expresión ¡Temor filial!, un temor que representa a <Cristo mismo>, según San Juan Pablo II:
“Cristo quiere que tengamos miedo
de todo lo que es ofensa a Dios. Lo quiere, porque ha venido al mundo para
liberar al hombre en la libertad. El
hombre es libre mediante el amor, porque el amor es fuente
predilección para todo lo que sea bueno.
Ese amor, según la palabras de San Juan, <expulsa todo temor> (I Jn 4,
18).
Todo rastro de temor servil ante
el severo poder del Omnipotente y del Omnipresente desaparece y deja sitio a la
solicitud filial, para que en el mundo se haga Su voluntad, es decir, el bien,
que tiene en Él su principio y su definición cumplimiento.
Así pues, los santos de todos los tiempos son también la encarnación del amor filial de Cristo, que es fuente del amor franciscano por las criaturas y también del amor por el poder salvífico de la Cruz, que restituye al mundo el equilibrio entre el bien y el mal…”
Excelente razonamiento el de este
Papa santo, que los cristianos de los últimos siglos hemos tenido la suerte de
conocer como cabeza de la Iglesia de Cristo. Sin duda el poder salvífico de la
Cruz es tan grande que restituye en el mundo ese equilibrio tan necesario, a lo
largo de toda la historia del hombre, y muy particularmente en este siglo XXI...
Si no fuera así la humanidad toda estaría perdida ante espectáculos tan deplorables como los que esta misma noche se verán por las calles de tantos lugares del mundo…
Si no fuera así la humanidad toda estaría perdida ante espectáculos tan deplorables como los que esta misma noche se verán por las calles de tantos lugares del mundo…
“Para liberar al hombre
contemporáneo del miedo de sí mismo, del mundo, de los otros hombres, de los
poderes terrenos, de los sistemas opresivos, para liberarlo de todo síntoma de
miedo servil ante esa <fuerza predominante> que el creyente llama Dios,
es necesario desearle de todo corazón que lleve y cultive en su propio corazón
el verdadero y santo temor de Dios, que es el principio de la sabiduría.
Ese santo temor de Dios es la fuerza
del Evangelio. Es el temor creador, nunca destructivo. Genera hombres santos,
es decir, verdaderos cristianos, a quienes pertenece en definitiva el futuro
del mundo…”
La idea de honrar la memoria de los santos, mediante una fiesta, data del siglo IV, pues ya durante este siglo, en Oriente, el primer domingo después de Pentecostés, se consagraba al recuerdo de todos los mártires hasta entonces conocidos, y ya eran muchísimos...
Durante el Pontificado de Bonifacio IV, sin embargo, allá por el siglo VI, habiéndose transformado en Iglesia el antiguo Panteón consagrado por Agripina en honor de Augusto y de todos dioses paganos, y habiéndose trasladado a la misma muchas reliquias de los mártires, se empezó a celebrar en dicho templo la fiesta de todos los santos (13 de mayo de 610).
No obstante, en el siglo IX, el
Papa Gregorio IV, trasladó dicha fiesta al 1 de noviembre, después de haber
recorrido casi todo el ciclo litúrgico y de haber admirado <tantas
maravillas de santidad>…
“En la celebración de la fiesta
de todos los santos, sentimos particularmente viva la realidad de la comunión
de los santos, nuestra gran familia, formada por todos los miembros de la
Iglesia, tanto los que somos todavía peregrinos en la tierra, como los que
–muchos más- ya la han dejado y se han ido al Cielo. Estamos todos unidos, y
esto se llama <comunión de los santos>, es decir, la comunidad de todos
los bautizados.
En la liturgia. El Libro del
Apocalipsis refiere una característica esencial de los santos, y dice así:
<ellos son personas que pertenecen totalmente a Dios>. Los presenta como
una multitud inmensa de elegidos, vestidos de blanco marcados con el sello de
Dios (Ap 7, 2-4, 9-14)
Mediante este último particular, con lenguaje alegórico se subraya que los santos pertenecen a Dios en modo pleno y exclusivo, son su propiedad.
Hermosa palabras del Papa Francisco, pero como el mismo nos sigue diciendo: ¿Somos conscientes de este gran don?
No, porque muchos han olvidado que al recibir el Sacramento del Bautismo, hemos recibido este título maravilloso y exigente…
La religión cristiana es muy exigente en este sentido, como el mismo Jesús venía a decir: <Quien no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge, desparrama…>
Es decir, en palabras de San Juan
Pablo II:
“Aceptar lo que el Evangelio exige quiere decir afirmar la propia humanidad completa, ver en ella toda la belleza querida por Dios, reconociendo en ella, sin embargo, la luz del poder de Dios mismo, también sus debilidades: <Lo que es imposible a los hombres es posible a Dios> (Lc 18,27)…”
Y sobre todo y ante todo: “Es muy importante atravesar el umbral de la esperanza, no detenerse ante él sino <dejarse conducir>” (Papa San Juan Pablo II).