Según el Pontífice, San Juan Pablo II, la revelación del Espíritu Santo, como Persona distinta del Padre y del Hijo, vislumbrada en el Antiguo Testamento, se hace clara y explícita en el Nuevo (Catequesis de Juan Pablo II; miércoles 20 de mayo de 1998).
El Papa nos remite, con el propósito de confirmar esta idea a la lectura del Evangelio de San Lucas, el cual según su magisterio, toca el tema con más frecuencia, que los restantes evangelistas sinópticos.
Así por ejemplo, San Lucas muestra desde un principio que Jesús es el único que posee en plenitud el Espíritu Santo y es concebido por su obra (Lc 1,35), y así mismo, cuando narra la presentación y actividad de Juan el Bautista podemos leer en su Evangelio las siguientes palabras en boca del último profeta (Lc 3, 16): <Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego>.
Por otra parte, San Lucas también nos narra en
su Evangelio, que al ser bautizado Jesús, se produjo una Teofanía, porque una
paloma bajada del cielo, esto es, una forma corporal del Espíritu Santo se posó sobre Él y vino una
voz del cielo: <Tú eres mi Hijo, el
amado; en ti me complazco> (Lc 3, 22).
Todavía el
evangelista San Lucas, insistiendo sobre este tema, subraya que Jesús no sólo
va a enfrentarse a las pruebas del desierto, antes de emprender su misión
<llevado por el Espíritu Santo>, sino que va <lleno del Espíritu
Santo> (Lc 4,1), obteniendo la victoria sobre Satanás y alcanzando la
<fuerza del Espíritu Santo> (Lc 4,14).
Con mayor claridad si cabe, San Lucas menciona la relación de Jesús con el Paráclito, en su Evangelio, en aquel pasaje de la vida de Cristo en el que, Él mismo, asegura estar lleno del Espíritu Santo, aplicando a su persona las profecías de Isaías (Lc 4, 18-21):
-Y fue a
Nazaret, donde se había criado, y entró, según su costumbre, el día de sábado
en la sinagoga, y se levantó a leer.
-Y le fue
entregado el libro del profeta Isaías, y abriéndolo, el libro, habló el lugar
en el que está escrito:
-El Espíritu
del Señor sobre mí, por cuanto me ungió; para evangelizar a los pobres me ha
enviado, para pregonar a los cautivos remisión, y a los ciegos vista; para
enviar con libertad a los oprimidos,
-para proponer
un año de gracia del Señor.
“Jesús es Cristo, <ungido>, porque el Espíritu Santo es su Unción y todo lo que le sucede a partir de la Encarnación mana de esta plenitud…
La noción de
unción sugiere que no hay ninguna distancia entre el Hijo y el Espíritu. En
efecto, de la misma manera que entre la superficie del cuerpo y la unción del
aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún intermediario, así es
inmediato el contacto del Hijo con el Espíritu… de tal modo que quien va a tener
contacto con el Hijo por la fe tiene que tener antes contacto necesariamente
con el óleo.
En efecto no hay parte alguna que esté desnuda del Espíritu Santo. Por eso es por lo que la confesión del Señorío del Hijo se hace en el Espíritu Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu desde todas partes delante de los que se acercan por la fe (San Gregorio Niceno, Epir. 3,1)”
En efecto no hay parte alguna que esté desnuda del Espíritu Santo. Por eso es por lo que la confesión del Señorío del Hijo se hace en el Espíritu Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu desde todas partes delante de los que se acercan por la fe (San Gregorio Niceno, Epir. 3,1)”
Como advierte el Papa León XIII, en su Carta Encíclica <Divinum illud Munus> (dada en Roma en el año 1897):
“Entre todas las
obras de Dios <ad extra> , la más grande es, sin duda, el misterio de la
Encarnación del Verbo; en él brilla de tal modo la luz de los divinos
atributos, que ni es posible pensar nada superior ni puede haber nada más
saludable para nosotros. Este gran prodigio, aún, cuando se ha realizado por
toda la Trinidad, sin embargo se atribuye como <propio> al Espíritu
Santo, y así dice el Evangelio que la concepción de Jesús en el seno de la
Virgen fue obra del Espíritu Santo, y con razón, porque el Espíritu Santo es la
caridad del Padre y del Hijo, y este gran misterio de la bondad divina, que es
la Encarnación, fue debido al inmenso amor de Dios al hombre, como advierte San
Juan: <Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo Unigénito>”
Tengamos en
cuenta ahora lo que Isaías el profeta
cristológico por excelencia decía sobre la avenida del Mesías. Pero antes
recodaremos que este profeta inició su ministerio en Jerusalén, hacía el año 730 antes de Cristo,
realizando una serie de vaticinios, de los cuales los más extensos de todos, se
dividen en dos partes, que se suelen denominar: <amenazas> y
<consolaciones>.
Por su parte, el libro de las <amenazas> contiene tres series de oráculos, siendo el primero el dirigido al pueblo de Judá y a la ciudad emblemática de Jerusalén. Más concretamente en el apartado, titulado <Reino universal y pacífico del Mesías>, aparecen los versículos siguientes, referidos al origen y nacimiento de Jesús (11, 2-5):
Por su parte, el libro de las <amenazas> contiene tres series de oráculos, siendo el primero el dirigido al pueblo de Judá y a la ciudad emblemática de Jerusalén. Más concretamente en el apartado, titulado <Reino universal y pacífico del Mesías>, aparecen los versículos siguientes, referidos al origen y nacimiento de Jesús (11, 2-5):
-Ahora bien,
saldrá un brote del tocón de Jesé; y un vástago de sus raíces brotará,
-y reposará
sobre él el Espíritu de Yahveh, espíritu de conocimiento e inteligencia,
espíritu de consejo y de fuerza, espíritu de conocimiento y de temor de Yahveh.
-Y hará reposar
en él el temor de Yahveh; no juzgará por
lo que vean sus ojos; ni fallará por lo que oigan sus oídos,
-sino que juzgará con justicia a los pobres y fallará con rectitud para los humildes de la tierra; ahora bien, golpeará al tirano con la vara de su boca y con el soplo de sus labios matará al impío.
-Y será la
justicia ceñidor de sus lomos y la verdad cinturón de sus caderas
Recordemos también de nuevo, las palabras del Papa León XIII en la bibliografía ya mencionada, refiriéndose a la concepción de Cristo por obra del Espíritu Santo (Ibid):
“Por obra del
Paráclito tuvo lugar no solamente la concepción de Cristo, sino también la
santificación de su alma, llamada la unción en los Sagrados Libros, y así es
como toda acción suya se realiza bajo el influjo del mismo Espíritu, que
también cooperó de modo especial a su sacrificio, según la frase de San Pablo:
<Cristo, por medio del Espíritu Santo, se ofreció como hostia inocente a
Dios>.
Después de todo esto, ya no extrañará que todos los carismas del Espíritu Santo inunden el alma de Cristo. Puesto que en Él hubo una abundancia de gracia singularmente plena, en el modo más grande y con la mayor eficacia que tenerse puede; en Él, todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, las gracias <gratis datas>, las virtudes, y plenamente todos los dones, ya anunciados en las profecías de Isaías”
Según nos
enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (2ª Parte. La celebración del
misterio cristiano), la plenitud del Paráclito no debería permanecer únicamente
en el Mesías, sino que debería ser comunicada a todo el pueblo mesiánico.
En efecto, Jesús prometió esta efusión del Espíritu Santo en varias ocasiones a lo largo de su ministerio. Una de las ocasiones más relevantes en que sucedió esto, fue aquella en la que intervino un fariseo, insigne maestro de la Ley, llamado Nicodemo (miembro del Sanedrín).
El dialogo que tuvo lugar entre este hombre honrado, de recto comportamiento frente a Jesús, fue narrado por el Apóstol San Juan en su Evangelio. Conoció Nicodemo, sin duda, los milagros y las enseñanzas de Jesús, quedando muy impresionado, aunque todavía lleno de dudas y deseoso de hablar con el Señor para manifestarle sus vacilaciones, por eso le visitó llegada la noche, seguramente para evitar las críticas de sus amigos y compañeros fariseos, con objeto de interrogarle sobre algunos dilemas que se le habían presentado a raíz de las predicaciones del Maestro, realizándole las siguientes preguntas:
¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?. Evidentemente este maestro de la ley de Israel no había entendido la simbología utilizada por Jesús, por eso, Él le contestó lleno de sabiduría y de la gracia del Espíritu Santo (Jn 3, 5-8):
En efecto, Jesús prometió esta efusión del Espíritu Santo en varias ocasiones a lo largo de su ministerio. Una de las ocasiones más relevantes en que sucedió esto, fue aquella en la que intervino un fariseo, insigne maestro de la Ley, llamado Nicodemo (miembro del Sanedrín).
El dialogo que tuvo lugar entre este hombre honrado, de recto comportamiento frente a Jesús, fue narrado por el Apóstol San Juan en su Evangelio. Conoció Nicodemo, sin duda, los milagros y las enseñanzas de Jesús, quedando muy impresionado, aunque todavía lleno de dudas y deseoso de hablar con el Señor para manifestarle sus vacilaciones, por eso le visitó llegada la noche, seguramente para evitar las críticas de sus amigos y compañeros fariseos, con objeto de interrogarle sobre algunos dilemas que se le habían presentado a raíz de las predicaciones del Maestro, realizándole las siguientes preguntas:
¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?. Evidentemente este maestro de la ley de Israel no había entendido la simbología utilizada por Jesús, por eso, Él le contestó lleno de sabiduría y de la gracia del Espíritu Santo (Jn 3, 5-8):
-En verdad, en
verdad te digo, quien no naciere de agua y Espíritu no puede entrar en el reino
de Dios
-Lo que nace de
la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es
-No te
maravilles de que te haya dicho: Es necesario que nazcáis de nuevo
-El aire sopla
donde quiere, y oyes su voz, y no sabes de donde viene ni donde va: así es todo
el que ha nacido del Espíritu.
No quedó, no
obstante, muy convencido Nicodemo con estas palabras del Maestro y por eso le
interrogó una vez más en estos términos (Jn 3, 9): ¿Cómo puede ser eso? La
respuesta de Jesús es cortante y esclarecedora (Jn 3, 10-21):
-En verdad, en
verdad te digo que lo que sabemos, esto hablamos; y lo que hemos visto, esto
testificamos; y nuestro testimonio no lo aceptáis.
-Si cuando os
he dicho cosas terrenas no me creéis, ¿cómo me vais a creer si os dijere cosas
celestiales?
-Y nadie ha
subido al cielo, sino el que ha bajado del cielo, el Hijo del hombre, que está
en el cielo
-Y como Moisés
puso en alto la serpiente en el desierto, así es necesario que sea puesto en alto el Hijo del hombre,
-para que todo
el que crea en Él alcance la vida eterna
-Porque así amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Unigénito, a fin de que todo el que crea en Él no perezca, sino que alcance la vida eterna
-Porque no envió
Dios a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo
por Él.
-Quién cree en
Él, no es juzgado; quién no cree, ya está juzgado. Porque no creyó en el nombre
del Unigénito Hijo de Dios.
-Este es el
juicio: que la luz ha venido al mundo, y amaron los hombres más las tinieblas
que la luz, porque eran malas sus obras.
-Porque todo el
que obra el mal, aborrece la luz, y no viene a la luz, para que no sean puestas
en descubierto sus obras;
-pero el que
obra la verdad, viene a la luz, para que se manifiesten sus obras como hechas
en Dios
Ciertamente la
salvación de los hombres vino a través del sacrificio salvador de Jesucristo por
la acción del Paráclito; en este pasaje del Evangelio de San Juan, se manifiesta claramente que solo Cristo crucificado podía
librar a los hombres de la muerte eterna.
Esta revelación hecha por Jesús a Nicodemo, fue comentada por el Papa San Juan Pablo II en una Homilía durante su visita a la parroquia romana de Santa Cruz de Jerusalén (Domingo 25 de marzo de 1979):
Esta revelación hecha por Jesús a Nicodemo, fue comentada por el Papa San Juan Pablo II en una Homilía durante su visita a la parroquia romana de Santa Cruz de Jerusalén (Domingo 25 de marzo de 1979):
“Vengo aquí
para adorar en espíritu, junto con vosotros, el misterio de la cruz del Señor.
Hacia este misterio nos orienta el coloquio de Cristo con Nicodemo…Jesús tiene
ante sí a un escriba, un perito de la Escritura, un miembro del Sanedrín y, al
mismo tiempo, un hombre de buena voluntad. Por eso decide encaminarlo al
misterio de la Cruz…
Y he aquí que Cristo
explica hasta el fondo a su interlocutor, estupefacto, pero al mismo tiempo
dispuesto a escuchar y a continuar el coloquio, el significado de la Cruz:
<<tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que
crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna>> (Jn 3, 16).
La Cruz es una
nueva revelación de Dios. Es la revelación definitiva. En el camino del
pensamiento humano dirigido hacia Dios, en el camino de la comprensión de Dios
se cumple un vuelco radical. Nicodemo, hombre noble y honesto y, al mismo
tiempo, discípulo y conocedor del Antiguo Testamento, debió sentir una sacudida interior.
Para todo Israel Dios era, ante todo, Majestad y Justicia. Era considerado como un Juez que recompensa o castiga. El Dios de quien habla Jesús, es Dios que envía a su propio Hijo no <<para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él>>. Es el Dios del amor, el Padre que no retrocede ante el sacrificio del Hijo para salvar al hombre”.
Para todo Israel Dios era, ante todo, Majestad y Justicia. Era considerado como un Juez que recompensa o castiga. El Dios de quien habla Jesús, es Dios que envía a su propio Hijo no <<para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él>>. Es el Dios del amor, el Padre que no retrocede ante el sacrificio del Hijo para salvar al hombre”.
Nada se dice en
los Evangelios de si este insigne fariseo acabó convencido con el magisterio de
Jesús, sin embargo si sabemos que le amó desde aquel momento, demostrándolo
después cuando fue a buscar su cadáver y
quiso perfumarlo y envolverlo en un
lienzo costoso para que descansara en un sepulcro nuevo (Jn
19, 39-42).
En otra
ocasión, al realizar Jesús su tercer viaje a Jerusalén, durante la celebración
de la fiesta de los Tabernáculos, la cual duraba ocho días, y en la que los
judíos habitaban en chozas de ramaje, para recordar cómo habían vivido sus
padres, bajo tiendas, por espacio de cuarenta años en el desierto, el día de la fiesta más relevante, llegó hasta el lugar y daba
grandes voces diciendo (Jn 7, 37-39):
-Quien tenga
sed, venga a mí y beba
-Quien cree en
mí, como dijo la Escritura (Is 44,3; 55,1; Ez 47,1-3) manarán de sus entrañas
ríos de agua viva
-Esto dijo del
Espíritu que habían de recibir los que creyeran en Él. Porque todavía no había
Espíritu, puesto que Jesús no había sido aún glorificado.
Para entender
mejor este pasaje del Evangelio de San Juan, hay que tener en cuenta las circunstancias
que rodeaban la fiesta de los Tabernáculos. En dicha fiesta, todos los días, un
sacerdote se acercaba hasta la fuente de Siloé, acompañado por la muchedumbre,
para sacar agua de la misma, la cual luego vertía en el templo, delante del
altar. Esto se hacía cantando el himno de acción de gracia de Yahveh (Is 12,1-4).
El Papa Benedicto XVI refiriéndose al pasaje del Evangelio de San Juan, anterior, en su libro Jesús de Nazaret. 1ª parte (La Esfera de los libros S.L., 2007) asegura que:
El Papa Benedicto XVI refiriéndose al pasaje del Evangelio de San Juan, anterior, en su libro Jesús de Nazaret. 1ª parte (La Esfera de los libros S.L., 2007) asegura que:
“El séptimo día
los sacerdotes daban siete vueltas en torno al altar con la vasija de oro antes
de derramar el agua sobre él. Estos ritos del agua se remontan, de una parte,
al origen de la fiesta en el contexto de las religiones naturales: en un
principio la fiesta era una súplica para implorar la lluvia, tan necesaria en
una tierra tan amenazada por la sequía; pero más tarde el rito se convirtió en
una evocación histórico-salvífica del agua que Dios hizo brotar de la roca para
los judíos durante su travesía del desierto, no obstante todas sus dudas y
temores.
El agua que
brota de la roca, en fin, se fue transformando cada vez más en uno de los temas
que formaban parte del contenido de la esperanza mesiánica: Moisés había dado a
Israel, durante la travesía del desierto, pan del cielo y agua de la roca. En
consecuencia, también se esperaban del nuevo Moisés, del Mesías, estos dones
básicos de la vida...
Jesús responde
a esta esperanza con las palabras que pronuncia casi como insertándolas en el
rito del agua: Él es el nuevo Moisés. Él mismo es la roca que da la vida.
Al igual que en el sermón sobre el pan se presenta a sí mismo como el verdadero pan venido del cielo, aquí se presenta de modo similar a lo que ha hecho ante la samaritana como el <agua viva> a la que tiende la sed más profunda del hombre, la sed de la vida, de <vida…en abundancia>; una vida no condicionada ya por la necesidad, que ha de ser continuamente satisfecha, sino que brota por sí misma desde el interior. Jesús responde también a las preguntas: ¿ cómo se bebe esta agua de vida? ¿Cómo se llega hasta la fuente y se toma el agua?...
La fe en Jesús
es el modo en que se bebe el agua viva, en que se bebe la vida que ya no está
amenazada por la muerte”Al igual que en el sermón sobre el pan se presenta a sí mismo como el verdadero pan venido del cielo, aquí se presenta de modo similar a lo que ha hecho ante la samaritana como el <agua viva> a la que tiende la sed más profunda del hombre, la sed de la vida, de <vida…en abundancia>; una vida no condicionada ya por la necesidad, que ha de ser continuamente satisfecha, sino que brota por sí misma desde el interior. Jesús responde también a las preguntas: ¿ cómo se bebe esta agua de vida? ¿Cómo se llega hasta la fuente y se toma el agua?...
Recordaremos
todavía una última ocasión, en la que Jesús habló de la llegada del Espíritu
Santo a sus Apóstoles; fue, cuando terminada la Última Cena, una vez denunciada
la traición de la que sería objeto por parte de Judas Iscariote, habiéndose ya ausentado éste, presa de
Satanás, tomando la palabra, dio un Sermón recogido por San Juan en su
Evangelio (Jn 13, 31-35), en el cual entre otras muchas cosas, de enorme
importancia, habló de nuevo de la eminente venida del Paráclito:
-Si me amaréis,
guardaréis mis mandamientos;
-y yo rogaré al
Padre, y os daré otro Abogado, para que esté con vosotros perpetuamente:
-el Espíritu de
la Verdad, que el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni conoce; vosotros
le conocéis, pues con vosotros mora y en vosotros estará
-Estas cosas os
he hablado, mientras permanecía con vosotros;
-más el
Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, Él os enseñará
todas las cosas y os recordará todas la cosas que os dije yo.
Con estas
reveladoras palabras, Jesús nos prometía a todos los creyentes, por extensión,
una vez más, la llegada del Espíritu Santo, algo muy importante si tenemos en
cuenta como Éste se sigue manifestando, a través de los siglos, continuamente a
la humanidad, aunque no toda ella escuche su mensaje, desaprovechando la
ocasión de santificarse.
A este propósito, dice el Rmo. Fr. Justo Pérez de Urbel (Misal y Devocionario del hombre católico), con motivo de la situación de la Iglesia de Cristo el domingo después de la Ascensión a los cielos del Salvador:
“El día de la
Ascensión nos llenábamos de alegría por el triunfo de Cristo, que es también
nuestro triunfo; pero hoy su ausencia arroja sobre nosotros un velo de
melancolía. Él ha subido a los cielos, y, aunque es verdad que prometió no
dejarnos huérfanos, el Espíritu Consolador no ha venido todavía. Llena de
nostalgia, la Iglesia eleva su voz hacia Él y busca su rostro”A este propósito, dice el Rmo. Fr. Justo Pérez de Urbel (Misal y Devocionario del hombre católico), con motivo de la situación de la Iglesia de Cristo el domingo después de la Ascensión a los cielos del Salvador:
La promesa de
Jesús, de la llegada del Paráclito a todo el pueblo mesiánico, se realizó en
primer lugar, el día de Pascua, cuando se apareció a los discípulos, estando
ausente Tomás (Jn 20, 19-23):
-Siendo, pues,
tarde aquel día, primero de la semana, y estando cerradas, por miedo a los
judíos, las puertas de la casa donde estaban los discípulos, vino Jesús y se
presentó en medio de ellos y les dice: Paz sea con vosotros…
-Esto dicho,
sopló sobre ellos, y les dice: Recibid el Espíritu Santo
-A quienes
perdonéis los pecados, perdonados le, son; a quienes los retuviereis, retenidos
quedan
De esta forma,
el Señor instituyó el Sacramento de la Confesión, pero la plena efusión del
Espíritu Santo, la reservaría para más tarde, el día de la fiesta de Pentecostés, tal como leemos en
el libro de San Lucas (Hechos de los Apóstoles 2, 1-4). El Rmo. Fr. Justo Pérez
de Urbel (Ibid), con motivo de la misa correspondiente al domingo de la
celebración de ésta gran fiesta de la Iglesia, se expresa en los términos
siguientes:
“La pequeña
Iglesia de ciento veinte personas se halla congregada en el Cenáculo de
Jerusalén, en torno al príncipe de los Apóstoles. Este Cenáculo es hoy San
Pedro de Roma, la Iglesia Ecuménica, que abraza todos los pueblos y todas las
lenguas. Hacia la hora Tercia, las nueve de la mañana, hace su aparición el
Espíritu Santo. Hoy va a descender también sobre todos los templos, durante la
Santa Misa. No visiblemente, pero si de una manera invisible. Por eso rezamos
de rodillas: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende
en ellos el fuego de tu amor”
El Papa Juan
Pablo II, en su catequesis del miércoles 20 de mayo de 1998, refiriéndose
también a este importantísimo acontecimiento de la Iglesia expuso las siguientes ideas:
“Según el libro
de los Hechos, la promesa se cumple el día de Pentecostés: Quedaron todos
llenos de Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el
Espíritu les concedía expresarse. Así se realiza la profecía de Joel: <En
los últimos días-dice Dios-derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y
profetizarán vuestros hijos y vuestra hijas (Hech 2,17). San Lucas considera a
los Apóstoles como representantes del pueblo de Dios de los tiempos finales, y
subraya con razón que este Espíritu de profecía se derramará en todo el pueblo
de Dios”
En esta misma
catequesis el Papa San Juan Pablo II, nos habla de San Pablo, el cual, según
nos dice pone de relieve la dimensión renovadora y escatológica de la acción
del Paráclito, que se presenta como fuente de vida nueva y eterna, comunicada
por Jesús a su Iglesia:
“El pecado
fundamental del que el Paráclito convencerá al mundo es el no haber creído a
Cristo. La justicia que señala en (Jn 16,7), es la que el Padre ha hecho a su
Hijo crucificado, glorificándole con la resurrección y ascensión al cielo. El
Juicio, en este contexto, consiste en poner de manifiesto la culpa de cuantos,
dominados por Satanás, príncipe de este mundo, (Jn, 16,11), ha rechazado a
Cristo, el que orienta las mentes y los corazones de los discípulos hacia la
plena adhesión, a la <verdad> de Jesús”.
En la
antigüedad, en la noche del sábado al domingo en que se celebraba la fiesta de
la llegada del Paráclito, durante la llamada <vigilia de Pentecostés>,
eran bautizados en Roma, todos aquellos creyentes que por una u otra causa
no habían recibido este Sacramento por
Pascua. Por este motivo en los textos litúrgicos de la Iglesia aparecen unidos
estos dos acontecimientos y por eso se dice que los cristianos somos bautizados
en el Espíritu Santo. Es interesante recordar en este sentido a San Lucas en su
libro de los Hecho de los Apóstoles, cuando nos relata los acontecimientos sucedidos,
al Apóstol San Pablo, durante su estancia en Éfeso, estando ausente su discípulo Apolo
(Hech 19, 1-6):
-Y aconteció que, mientras que Apolo estaba en Corinto, Pablo, recorriendo las regiones superiores, bajó a Éfeso y halló algunos discípulos.
-Y les dijo: ¿Recibisteis,
al creer, el Espíritu Santo? Ellos a él: < Es que ni siquiera nos enteramos
de que haya Espíritu Santo>
-Él dijo: ¿Con
qué bautismo, pues, fuiste bautizados? Ellos dijeron: <Con el bautismo de
Juan>
-Dijo Pablo:
<Juan bautizó con bautismo de penitencia, diciendo al pueblo que creyesen en
el que había de venir tras él, es decir Jesús>
-Oído esto,
fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús.
- Y habiéndolos
Pablo impuesto las manos, vino el Espíritu Santo sobre ellos y hablaban en
lenguas y profetizaban
El Catecismo de
la Iglesia Católica (Segunda Parte. La celebración del misterio cristiano; nº 1288),
refiriéndose a Pentecostés aclara:
“Desde aquel
tiempo, los Apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, comunicaban a
los neófitos, mediante la imposición de las manos, el don del Espíritu Santo,
destinado a completar la gracia del Bautismo…
Es esta
imposición de las manos la que ha sido con toda razón considerada por la
tradición católica como el primitivo origen del Sacramento de la Confirmación,
el cual perpetúa, en cierto modo, en la Iglesia, la gracia de Pentecostés”
(Pablo VI, Const. Apost. <Divinae Consortium Naturae>).
Es abrumadora
la enorme información bibliográfica existente sobre el Sacramento de la
Confirmación, no obstante, en algunos aspectos, sigue pareciendo el <gran
desconocido>, incluso entre muchos creyentes. Los Papas de todos los tiempos
mediante sus magisterios han tratado de hacer comprensible, toda la carga
teológica que encierra dicho Sacramento, y la tremenda importancia de recibirlo. Así, por ejemplo, el
Papa san Juan Pablo II en su “Regina Caeli” (27 de mayo de 1979), se manifestó
en los términos siguientes:
“La venida del
Espíritu Santo en la Confirmación, con sus dones y frutos propios, tiene como
objetivo específico la formación de
cristianos maduros y responsables, así como lo fueron finalmente los
Apóstoles a la salida del Cenáculo. Como en ellos también la madurez de los
confirmados se expresa en el apostolado consciente y activo, como testimonio
vigoroso del Señor resucitado y de su Evangelio. Y es aquí donde se funda, en
último análisis, el necesario apostolado de los laicos en la Iglesia”.
Así, pues, el
Sacramento de la Confirmación imprime en el alma una marca espiritual
indeleble, según el Concilio de Trento el <Carácter>, el signo de que
Jesucristo se vale para revestir a los hombres de la fuerza necesaria, para que
sean sus testigos. Por otra parte, la <gracia>, es ante todo y sobre
todo, el don del Espíritu Santo, que nos justifica y santifica, dándonos
sabiduría, entendimiento, capacidad de consejo, fortaleza, ciencia, piedad y
sabio temor de Dios, para asociarnos a la obra salvadora de Jesucristo.
Los Sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, como sabemos por los Evangelios, están íntimamente relacionados, pero son distintos; ambos sin embargo <imprimen carácter>, esto es, sólo pueden recibirse una vez en la vida, y como advierte el teólogo y apologista, católico converso estadounidense, Scott Hahn, en su libro “Comprometidos con Dios”:
“La palabra
<firme> está en el centro del Sacramento, y esto significa una
recuperación, una confirmación del cristiano. Por el Bautismo entramos a formar
parte de la familia; gracias a la Confirmación, Dios nos concede su gracia para
alcanzar la madurez cristiana…
El Padre envió
a su Hijo para darnos el Espíritu Santo, Cristo nos otorgó nueva vida con el
Bautismo, pero es sólo el principio. La recepción de este Sacramento, es
necesario para la plenitud de la gracia bautismal. En la Confirmación recibimos
la plenitud de los dones del Espíritu Santo”.
En efecto, tal
como aseguraba San Pablo en su segunda carta dirigida a los creyentes de
Corinto, al recibir la plenitud de los dones del espíritu Santo, se encontraban
en disposición de realizar su labor evangelizadora con total garantía de
triunfar en su empeño (II Co 3, 1-6):
-¿Comenzamos
otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O por ventura necesitamos, como
algunos, de cartas de recomendación para vosotros o de vosotros?
-Nuestra carta
vosotros sois, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los
hombres;
-como que es
manifiesto que sois carta de Cristo, escrita por ministerio nuestro, y escrita
no con tinta, sino con Espíritu de Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en
tablas que son corazones de carne.
-Y esta tal
confianza la tenemos por Cristo para con Dios.
-No que por
nosotros mismos seamos de discurrir algo como de nosotros mismos, sino que
nuestra capacidad nos viene de Dios,
-quien asimismo
nos capacitó para ser ministros de una nueva alianza, no de letra, sino de
Espíritu; porque la letra mata, más el Espíritu vivifica.
Recordemos, a este respecto, que el Catecismo nos dice que el Sacramento de la Confirmación, confiere crecimiento y profundidad a la gracia bautismal. En una palabra, nos introduce más profundamente en la filiación divina, que nos hace decir <Abba>, <Padre>, nos une más firmemente a Cristo y aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo, vinculándonos de forma más perfecta a la Iglesia y sobre todo, nos concede una fuerza especial para la evangelización de las gentes, esto es, para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras, como verdaderos testigos de Jesucristo, sin sentir jamás vergüenza de la Cruz.
El Papa
Benedicto XVI, en su libro “Juan Pablo II mi amado predecesor”, al hablar de
las Encíclicas Trinitarias de su antecesor en la Cátedra de San Pedro, y más
concretamente refiriéndose a la Carta Encíclica <Redemptor hominis >, dice lo siguiente:
“La unción de
la Iglesia de Cristo, no es la vinculación con un pasado, sino más bien el vínculo
con Aquel que es y da futuro, e invita a la Iglesia a abrirse a un nuevo
Periodo de fe…
La implicación personal, la esperanza, pero también su profundo deseo de que el Señor pueda darnos un nuevo Pentecostés, se evidencia cuando, casi como una explosión, Juan Pablo II, prorrumpe en la siguiente invocación: ¡Ven Espíritu Santo!, ¡Ven!, ¡Ven!”.