"Era la Parasceve de la Pascua, más o menos la hora sexta, y les dijo Pilato a los judíos: <Aquí está vuestro Rey> / Pero ellos gritaron; <¡Fuera, fuera crucifícalo!> Pilato les dijo: <¿A vuestro Rey voy a crucificar? <No tenemos más rey que el César> respondieron los príncipes de los sacerdotes / Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Y se llevaron a Jesús" (Jn 19, 14-16)
Al recordar este terrible pasaje de la vida de Jesús y después escrutar los signos de los tiempos, vemos que nuestro primer deber en este momento crucial de la historia del hombre, es anunciar el Evangelio de Cristo, ya que el Evangelio es la única fuente auténtica de libertad y humanidad...
Con razón el Señor mismo indica el núcleo de este anuncio con palabras brevísimas, que deben ser el corazón de toda evangelización. Cristo resume así la esencia de su Mensaje evangelizador (Mc 1, 15):
<El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio>
Por su parte, San Mateo recuerda, al igual que San Marcos, este pasaje de la vida de Jesús en el que anuncia que está cerca el Reino de los cielos, el Reino de Dios…
Sucedió, según narra el Apóstol, que habiendo oído el Señor que su pariente Juan el Bautista había sido encarcelado, se alejó de Nazaret y se instaló en Cafarnaúm la marítima allá por los confines de Zabulón y Neftalí, con objeto de que se cumpliese el presagio del profeta Isaías cuando dijo aquello de (Is 8, 23-9, I):
-El pueblo sentado en las
tinieblas vio una gran luz, y a los sentados en región y sombra de muerte les
amaneció una luz.
Al escrutar los signos de los
tiempos, comprendemos que en efecto, que en
este momento de la historia, es más necesaria que nunca la tarea de la
evangelización de los pueblos, y no ya de aquellos que nunca escucharon la
Palabra de Dios, sino también de aquellos que la escucharon en los inicios del
cristianismo y que a lo largo de los siglos la han ido sustituyendo por otras
palabras más cómodas de seguir, sí, pero que no son conducentes al Reino de
Dios.
Jesús se preocupó mucho por la salvación de la humanidad y por eso desde el mismo inicio de su vida pública comenzó a predicar en Galilea diciendo (Mt 4, 17): <Arrepentíos, porque está cerca el Reino de los cielos>
Jesús se preocupó mucho por la salvación de la humanidad y por eso desde el mismo inicio de su vida pública comenzó a predicar en Galilea diciendo (Mt 4, 17): <Arrepentíos, porque está cerca el Reino de los cielos>
Algunos dirán sin embargo: Ya han
pasado muchos siglos desde la venida al mundo de nuestro Salvador y todavía no
ha llegado el Reino de los cielos ¿Se habrá olvidado el Señor de nosotros?
Motivos tiene desde luego para que así fuera, porque el hombre muchas veces, si que se ha olvidado de Dios, pero Él es nuestro Creador y no se ha olvidado de nosotros tal como preconizan otras religiones muy alejadas del cristianismo.
No, lo que sucede es que los seres humanos, miden el tiempo de forma muy distinta, a como lo hace el Sumo Hacedor…
Motivos tiene desde luego para que así fuera, porque el hombre muchas veces, si que se ha olvidado de Dios, pero Él es nuestro Creador y no se ha olvidado de nosotros tal como preconizan otras religiones muy alejadas del cristianismo.
No, lo que sucede es que los seres humanos, miden el tiempo de forma muy distinta, a como lo hace el Sumo Hacedor…
La llegada de la parusía, del fin de los tiempos, es un gran misterio, solo tendrá lugar cuando sea el momento previsto por Dios, pero a nosotros nos toca estar preparados para cuando se produzca ese acontecimiento terrible para algunos y deseado por otros (Catecismo de la Iglesia Católica nº 1042):
La Iglesia…sólo llegará a su
perfección en la gloria del cielo…cuando llegue el tiempo de la restauración
universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero, que está
íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del hombre, quede
perfectamente renovado en Cristo (LG 48)”
Por eso, tal como narran los
apóstoles en sus Evangelios, y en particular San Mateo, Jesús después de su Resurrección, los envió a predicar su Palabra a todos los hombres,
bautizándoles en nombre del Dios Trino (Padre, Hijo y Espíritu Santo), para
enseñarles todo lo que Él les había expuesto, durante el tiempo de su estancia
junto a ellos (Mt 16, 19-20)
Pero además, ellos narraron también, en sus Evangelios, los milagros que presenciaron realizados por Jesús, que eran en realidad milagros-Signos, esto es, acontecimientos históricos que han permitido una comprensión de las etapas fundamentales de la vida pública de Jesús y de su Mensaje, los cuales han cambiado el rumbo de la vida de los seres humanos a lo largo de los siglos, y hasta nuestros días.
Pero además, ellos narraron también, en sus Evangelios, los milagros que presenciaron realizados por Jesús, que eran en realidad milagros-Signos, esto es, acontecimientos históricos que han permitido una comprensión de las etapas fundamentales de la vida pública de Jesús y de su Mensaje, los cuales han cambiado el rumbo de la vida de los seres humanos a lo largo de los siglos, y hasta nuestros días.
En este sentido, el apóstol
San Juan, nos narro siete milagros-Signos realizados por Jesús, siendo el
séptimo la resurrección de Lázaro, uno de los mayores de cuantos hizo durante su vida pública.
El prodigioso suceso de la resurrección de Lázaro, el amigo del Señor, es considerado por San Juan, una señal de los tiempos, un símbolo, que Cristo utiliza para mostrarnos algo esencial a los hombres.
Este milagro-Signo realizado por Jesús, por desgracia como ya estaba escrito, precipitó su apresamiento y condena de muerte, porque los sumos sacerdotes y los fariseos asustados ante semejante prodigio, se decían entre sí, (Jn 11,47-54):
-¿Qué hacemos? Pues ese hombre
obra muchas maravillas.El prodigioso suceso de la resurrección de Lázaro, el amigo del Señor, es considerado por San Juan, una señal de los tiempos, un símbolo, que Cristo utiliza para mostrarnos algo esencial a los hombres.
Este milagro-Signo realizado por Jesús, por desgracia como ya estaba escrito, precipitó su apresamiento y condena de muerte, porque los sumos sacerdotes y los fariseos asustados ante semejante prodigio, se decían entre sí, (Jn 11,47-54):
-Si le dejamos así, todos creerán
en Él y vendrán los romanos y arruinarán nuestro templo y nuestra nación.
-Uno de ellos, Caifás, que era aquel año sumo sacerdote, les
dijo: vosotros no sabéis nada
-No comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo,
y que no perezca la nación entera.
-Esto no lo dijo por propio
impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente,
anunciando que Jesús iba a morir por la nación;
-Y no sólo por la nación sino
también para reunir a los hijos de Dios dispersos.
- Y aquel día decidieron darle
muerte.
-Por eso Jesús ya no andaba
públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la región vecina, al
desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los
discípulos.
Ciertamente el hombre réprobo y
sin conciencia que era Caifás, fue un instrumento en las manos de Dios, porque
movido, tal vez, por un sentido profético que su categoría de sumo sacerdote le
otorgaba, pero no porque verdaderamente supiera lo que sus palabras llegarían a
significar para el futuro de la humanidad, dijo aquella frase: <No sólo por
la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos>,
refiriéndose a la salvación del pueblo judío, y que por extensión abarcaría a todo el género humano a lo largo de los
siglos.
Sin duda Jesús trajo la alegría
de la salvación a los hombres, con su Pasión, Muerte y Resurrección, tal como
el Papa San Juan Pablo II aseguraba, porque el Creador del hombre, es también
su Redentor:
“La salvación del hombre no sólo
se enfrenta con la maldad en todas las formas de su existencia en el mundo,
sino que proclama la victoria sobre el mal. <Yo he vencido al mundo>,
dice Cristo (Jn 16,33). Son palabras que tienen su plena garantía en el Misterio Pascual, en el acontecimiento de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.
Durante la vigilia de Pascua, la Iglesia canta como transportada: ¡O feliz culpa, que nos hizo merecer un tal y tan gran Redentor!” (San Juan Pablo II. <Cruzando el Umbral de la Esperanza>. Círculo de lectores 1995).
Se refiere el Santo Padre a las
palabras que Jesús pronunció ante sus apóstoles al despedirse de ellos: <Yo
he vencido al mundo> (Jn 16,28-33):
-Salí del Padre y he venido al
mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre.
-Le dicen sus discípulos: <Ahora
sí que hablas claro y no usas comparaciones.
-Ahora vemos que lo sabes todo y
no necesitas que te pregunten; por ello creemos que has salido de Dios>.-Les contestó Jesús: ¿Ahora creéis?
-Pues mirad: Está para llegar la
hora, mejor, ya ha llegado en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me
dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre.
-Os he hablado esto, para que
encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: <Yo
he vencido al mundo>.
Con la confesión de fe recogida
en el versículo (16,30) del Evangelio de San Juan, los apóstoles aceptan que
Jesús ha salido de Dios, por eso el Señor les habla con ternura, les anima
asegurándoles que Él ha vencido al mundo, y les advierte de los peligros que
encontraran en su tarea evangelizadora al enfrentarse al maligno.
Así fue, porque ya en tiempo de San Juan Evangelista, varias terribles herejías intentaron minar los cimientos de la Iglesia de Cristo, y más concretamente, el ebionismo y el gnosticismo.
Los llamados ebionistas también
recibían el sobrenombre de nazaretos, a causa de su ideal de vida en pobreza,
pero negaban la divinidad de Cristo y rechazaban las enseñanzas del apóstol San
Pablo, al que consideraban apóstata por haber traicionado, según ellos, al
hebraísmo. Así fue, porque ya en tiempo de San Juan Evangelista, varias terribles herejías intentaron minar los cimientos de la Iglesia de Cristo, y más concretamente, el ebionismo y el gnosticismo.
Muchos ebionistas asumieron también errores provenientes de otras herejías de la época, algunas tan peligrosas como las promovidas por Cerinto (líder de una secta de finales de siglo I o principios del siglo II).
Algunos papiros hallados en Egipto, posiblemente del siglo II, sugieren que el cuarto Evangelio debió de escribirse hacia finales del siglo I después de Cristo, pero además, desde tiempos de San Ireneo (+C. 202)(discípulo del padre apostólico San Policarpo de Esmirna, que a su vez podría haber sido discípulo directo del apóstol San Juan), la Iglesia ha considerado autor de dicho Evangelio a San Juan, aunque no han faltado hombres estudiosos de la Santa Biblia que han rechazado esta realidad, aceptada desde antiguo por toda la cristiandad, basándose en hipótesis poco o nada acertadas.
Algunos investigadores, sin embargo,
apoyándose en el hecho de que este cuarto Evangelio es como si dijéramos un
mundo aparte, respecto a los llamados sinópticos, por el elevadísimo contenido
teológico y la estructura específica del mismo, siendo el apóstol San Juan, en
principio, un simple pescador del que no cabría esperar una obra tan grandiosa
en el contenido, han llegado a dudar de su autoría...
Sin embargo el Papa Benedicto XVI, entre otros analistas de los Evangelios, esgrimió diversos y acertados argumentos, en contra de desviadas hipótesis, especialmente respecto a aquellas, que datan de tiempos posteriores al Concilio Vaticano II, en su libro <Jesús de Nazaret. 1ª Parte>.
Uno de los argumentos del Pontífice, más bellos y que nos ha parecido con más sentido, es aquel que apunta hacia la idea de que los conocimientos de San Juan provenían del mismo Corazón de Jesús, ya que estuvo apoyado sobre su pecho, durante la celebración de la Última Cena, en aquellos momentos en que el Señor les anunció la presencia de un traidor entre los Doce y, les reveló su divinidad, cuando se presentó ante ellos diciendo: <Yo soy> (Jn 13, 19-26):
-en verdad, en verdad os digo, que el que recibe al que yo enviaré, a mí recibe y quien me recibe a mí, recibe al que me envió.
-Dicho esto, se turbó en su
espíritu y declaró: En verdad, en verdad os digo, que uno de vosotros me
entregará.
-Los discípulos se miraban unos a
otros, no sabiendo de quién hablaba.
-Uno de ellos, el amado de Jesús,
estaba a la mesa junto al pecho de Jesús;
-Simón Pedro le dijo por señas:
Pregúntale de quién habla.
-Este, recostándose sobre el
pecho de Jesús, le dijo: Señor ¿Quién es?
-Respondió Jesús: Aquel a quién
yo dé el bocado que voy a mojar. Y mojando el bocado, lo tomó y se lo dio a
Judas, el hijo de Simón Iscariote.El Papa Benedicto XVI recordando este conmovedor pasaje del Evangelio de San Juan asegura (Ibid):
“Estas palabras están formuladas
en un paralelismo intencionado con el final del Prólogo del Evangelio de San
Juan, donde dice sobre Jesús: <A Dios nadie lo ha visto jamás>. El Hijo
Único, que está en el Seno del Padre es quién lo ha dado a conocer (Jn 1,18)
como Jesús; el Hijo conoce el misterio del Padre porque descansa en su Corazón,
de la misma manera el Evangelista San Juan, por decirlo así, adquiere también su
conocimiento del Corazón de Jesús, al apoyarse en su pecho”
Realmente es una idea, la que
defiende el Papa, muy plausible y sobre todo maravillosa, no obstante, a pesar
de ésta, y a pesar de otros claros indicios que conducen a considerar que el único autor admisible del cuarto Evangelio
es el <apóstol amado>, esto es, Juan Zebedeo el hermano de Santiago el
Mayor, ha habido <rigurosos exegetas>, empeñados en encontrar otras
respuestas, esgrimiendo el origen, supuestamente poco intelectual, del mismo.
A este respecto, el Papa
Benedicto XVI hace un análisis profundo basándose en los siguientes argumentos (Ibid):
“Los sacerdotes ejercían sus
servicios por turnos semanales dos veces por año (en tiempos de Cristo y sus apóstoles).
Al finalizar dichos servicios el sacerdote regresaba a su tierra, y por ello no
era inusual que entonces ejerciera una profesión para ganarse la vida.
Además, del Evangelio se desprende que Zebedeo (padre de Juan y Santiago) no era un simple pescador, sino que daba trabajo a diversos jornaleros, lo que hacía posible el que sus hijos pudieran dedicarse a otros menesteres: <Zebedeo, pues, puede ser muy bien un sacerdote, pero al mismo tiempo tener también una propiedad en Galilea, donde la pesca en el lago, es abúndate y esto le ayudaría a ganarse la vida… (Communio 2002, p.481)”.
Así mismo, se sabe que durante la
época del Tetrarca Herodes había en Jerusalén algunos ciudadanos pertenecientes
a la burguesía judía muy influenciados por la cultura griega, por lo que no es
de extrañar que el autor del cuarto Evangelio pudiera haber sido una persona
próxima a la aristocracia sacerdotal de Jerusalén, cuestión ésta, que estaría
de acuerdo con el posible nivel cultural del apóstol San Juan, hijo de Zebedeo,
un hombre con cierto estatus social.
Esta hipótesis podría estar
corroborada, así mismo, por los hechos acaecidos después de la Última Cena,
narrados también en el cuarto Evangelio, tal como nos recuerda el Papa Benedicto
XVI (Ibid):
“En él se narra cómo Jesús, después que lo
prendieron, fue llevado a los Sumos Sacerdotes para interrogarlo y cómo, Simón
Pedro y otro discípulo seguían a Jesús para enterarse de lo que iba a ocurrir.
Sobre el otro discípulo se dice: <Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote
y entró con Jesús en el palacio de éste>. Sus contactos en la casa del Sumo
Sacerdote eran tales que le permitieron facilitar el acceso también a Pedro,
dando lugar a la situación que acabó con la negación de conocer a Jesús.
En consecuencia, el círculo de los discípulos se extendía de hecho hasta la aristocracia sacerdotal, cuyo lenguaje resulta ser, en buena parte, también, el del cuarto Evangelio”
En consecuencia, el círculo de los discípulos se extendía de hecho hasta la aristocracia sacerdotal, cuyo lenguaje resulta ser, en buena parte, también, el del cuarto Evangelio”
De cualquier forma, el cuarto Evangelio ha sido llamado el <Evangelio
Espiritual>, porque en él se siente más que en ningún otro el <Soplo del
Espíritu Santo>. Sin embargo, no es ajeno a los Evangelios sinópticos,
confirmando muchos de los hechos en ellos relatados y, complementándolos en
otros muchos en aspectos, más teológicos.
Por otra parte, es lógico y muy
reconfortante para el espíritu, aceptar la idea de que el apóstol San Juan, que
al principio habría evangelizado, al igual que los otros discípulos del Señor,
mediante la predicación oral, más tarde, y debido a las circunstancias especiales
de la sociedad en que vivió, puesto que conocía personalmente los hechos de
Cristo y su Mensaje, bajo la acción del Espíritu Santo, pusiera por escrito,
todos los recuerdos que el Señor había depositado en su corazón.
Una de las cuestiones que el
Evangelio de San Juan pone en evidencia, y no es la menor, es el hecho de que
Cristo se retira a lugares apartados para hablar con su Padre, aunque otras
veces, la oración de Jesús va unida a su increíble capacidad sanadora, no sólo del
cuerpo, sino también del espíritu.
Un
ejemplo importante de esta gracia de Cristo, más aún, de su poder para dar vida
a un muerto, es la resurrección de su querido amigo Lázaro. Este séptimo milagro-signo,
realizado por Jesús, estuvo, precisamente, acompañado por su oración al Padre.
En efecto, como señala el Papa Benedicto XVI en su Audiencia General del
miércoles 14 de diciembre de 2011):
“La participación humana de Jesús
en el caso de Lázaro tiene rasgos particulares. En todo el relato se recuerda
varias veces la amistad con él, así como con sus hermanas Marta y María. Jesús
mismo afirma: <Lázaro, nuestro amigo, está dormido, voy a despertarlo>
(Jn 11,11). El afecto sincero por el amigo, lo ponen de relieve las hermanas de Lázaro, al igual que los judíos (Jn 11,3 ; 11,36); se manifiesta en la conmoción profunda de Jesús ante el dolor de Marta y María y de todos los amigos de Lázaro, y desemboca en el llanto (tan profundamente humano) de Jesús al acercarse a la tumba: <Jesús, viéndola llorar a ella (Marta), y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió en su espíritu, se estremeció y, profundamente emocionado, dijo: ¿Dónde lo habéis enterrado? Le contestaron: <Señor, ven a verlo>. Jesús se echó a llorar (Jn, 11, 33-35)”
Los signos de los tiempos así nos lo hacen saber aunque en realidad esta premisa, dada por Jesús a sus apóstoles, ha estado siempre presente en su Iglesia. Como recuerda este Pontífice en la tercera entrega de su libro <Jesús de Nazaret>:
Todos los paganos e Israel entero: aparece en esta fórmula del universalismo de la voluntad divina de salvación. Pero en nuestro contexto, es importante que también Pablo conozca el tiempo de los paganos que tiene lugar ahora, y que tiene que cumplirse para que el plan de Dios alcance su propósito…
El caminar incansable de San Pablo hacia los pueblos para llevar el mensaje a todos y cumplir así la tarea, posiblemente ya durante su vida, muestra precisamente una tenacidad que sólo se explica por su convencimiento del significado histórico y escatológico del anuncio: <No tengo más remedio, y ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!> (1 Co 9,16).
En este sentido, la urgencia de la evangelización en la generación apostólica no está movida tanto por la cuestión sobre la necesidad de conocer el Evangelio para la salvación individual de cada persona, cuanto más bien por esta gran concepción de la historia: para que el mundo alcance su meta, el Evangelio tiene que llegar a todos los pueblos.
En algunos periodos de la historia la percepción de esta
urgencia se ha debilitado mucho, pero siempre se ha vuelto a reavivar después,
suscitando un nuevo dinamismo en la evangelización” (Jesús de Nazaret. Desde la
entrada en Jerusalén hasta la Resurrección. Benedicto XVI. Ediciones Encuentro,
S.A., Madrid. Traducción J. Fernando del Rio, OSA. 2011).
En los últimos siglos, donde la paganización, el materialismo y en definitiva la negación del Dios Trino ha llegado a límites insostenibles en aquellas naciones que desde antiguo recibieron la Palabra de Cristo, se ha producido un movimiento de la Iglesia muy fuerte lleno de dinamismo con el deseo de contrarrestar esta situación, movimiento que se ha dado en llamar <nueva evangelización>.
El Papa San Juan Pablo II ante la pregunta del conocido periodista Vittorio Messori sobre esta cuestión tan importante para los cristianos aseguraba que ciertamente se estaba produciendo ya en el siglo XX una gran reactivación de la evangelización. Concretamente el se manifestaba en los siguientes términos:
“En efecto, la llamada a un gran relanzamiento de la evangelización vuelve de diversas maneras a la vida actual de la Iglesia. Aunque la verdad es que nunca ha estado ausente:
< ¡Ay de mí si no predicase el
Evangelio!> (1 Cor 9,16)
Esta expresión de Pablo de Tarso
ha sido valida en todas las épocas de la historia de la Iglesia…
La evangelización no es solamente
la enseñanza viva de la Iglesia, el primer anuncio de la fe (kérygma) y la
instrucción, la formación en la fe (la
catequesis), sino que es también todo el vasto esfuerzo de reflexiones sobre la
verdad revelada, que se ha expresado desde el comienzo en la obra de los Padres
de Oriente y de Occidente y que, cuando hubo que confrontarla esa verdad con
las elucubraciones gnósticas y con las varias herejías nacientes, fue polémica…
A los Padres de la Iglesia debe
reconocérseles un papel fundamental en la evangelización del mundo, además de
una formación de las bases de la doctrina teológica y filosófica durante el
primer milenio.
Cristo había dicho: <Id y
predicad por todo el mundo> (Mc 16, 15). A medida que el mundo conocido por
el hombre se engrandecía, también la Iglesia afrontaba nuevas tareas de
evangelización…
La evangelización renueva su
encuentro con el hombre, está unida al cambio generacional. Mientras pasan las
generaciones que se han alejado de Cristo y de la Iglesia, que han aceptado el
modelo laicista de pensar y de vivir, o
las que ese modelo les ha sido
impuesto, la Iglesia mira siempre hacia el futuro; sale, sin detenerse
nunca, al encuentro de las nuevas generaciones.
Y se muestra con toda claridad que las nuevas generaciones acogen con entusiasmo lo que sus padres parecían rechazar…
Y se muestra con toda claridad que las nuevas generaciones acogen con entusiasmo lo que sus padres parecían rechazar…
¿Qué palabra oímos con más
frecuencia en el Evangelio sino ésta?: <Sígueme> (Mt 8,22). Esta palabra
llama a los hombres de hoy, especialmente a los jóvenes, a ponerse en camino
por las rutas del Evangelio en dirección de un mundo mejor”
Hermosa catequesis la de San Juan
Pablo II sobre el tema de la evangelización que fue recogida en el libro
<Cruzando el umbral del esperanza> como resultado de una entrevista
histórica entre este Pontífice y
Vittorio Messori, un gran profesional del periodismo, que supo hacer las
preguntas más adecuadas y necesarias al Papa en aquellos momentos (hacia
finales del siglo XX) y al que siempre le estaremos los cristianos agradecidos.
Por su parte, nuestro Papa actual Francisco ha seguido en la misma línea de sus antecesores, principalmente Benedicto XVI y San Juan Pablo II, hablándonos de la necesidad de llevar la Palabra a todos los rincones del mundo y también ha querido recordar a toda la humanidad que los cristianos:
El que proclama la esperanza de
Jesús es portador de alegría y sabe ver más lejos, tiene horizontes, no tiene
un nudo que lo encierra; ve más lejos porque sabe mirar más allá del mal y de
los problemas.
Al mismo tiempo, ve bien de cerca, pues está atento al prójimo y a sus necesidades”
(Papa Francisco. Homilía a los catequistas, durante la misa celebrada el domingo 25 de septiembre de 2016. Jubileo extraordinario de la Misericordia)
Al mismo tiempo, ve bien de cerca, pues está atento al prójimo y a sus necesidades”
(Papa Francisco. Homilía a los catequistas, durante la misa celebrada el domingo 25 de septiembre de 2016. Jubileo extraordinario de la Misericordia)