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domingo, 22 de septiembre de 2019

LA ESPERANZA ES UNA VIRTUD TEOLOGAL FUNDAMENTAL (II)


 
 
 
 
El Obispo vietnamita F.X. Nguien ban Thran en su cautiverio (1975-1988) oraba así:
 
¿Cuantas veces en mi vida se me presentarán ocasiones semejantes?
No, aprovecho las ocasiones que se presentan cada día para realizar acciones ordinarias de manera extraordinaria. Jesús no espera; vivo el momento presente colmado de amor. La línea recta está formada por millones de puntitos unidos entre sí. También mi vida está integrada por millones de segundos y minutos unidos entre sí. Dispongo perfectamente de mi linea recta. Vivo con perfección cada minuto y la vida será santa. El camino de la esperanza está enlosado de pequeños pasos de esperanza”
(Cinco panes y dos peces; Ed. Ciudad nueva 2000)

Este santo Obispo rezaba así, porque como diría el Papa Benedicto XVI en su Carta Encíclica <Spe Salvi>: <Cuando ya nadie nos escucha, Dios todavía nos escucha>. Él es nuestra esperanza, nuestra única y gran esperanza y por eso los creyentes recordamos siempre sus palabras llenas de sabiduría y amor en todo momento y muy especialmente en aquellos de  grandes dificultades y frustraciones de la vida.

En este sentido nos viene a la memoria aquellos momentos de la vida del Señor durante su ministerio en Galilea en el que dio un discurso a las multitudes que le seguían, subido a un monte, en presencia de sus discípulos y entre otras cosas les decía (Mt 5, 23):
“Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué se salará? No vale más que para tirarla fuera y que la pisotee la gente”

Sí, nosotros necesitamos ser sal, pero sal que no se vuelva sosa, necesitamos de la esperanza como muy bien aseguraba el Papa Benedicto XVI en su Carta Encíclica <Spe Salvi>:

 
 
 
“Nosotros necesitamos tener esperanza, más grande o más pequeña, que día a día nos mantenga en camino. Pero sin la gran esperanza, más grande o más pequeña, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza solo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza”


Por su parte, el Papa san Juan Pablo II en su Audiencia general del miércoles 11 de noviembre de 1998 nos hablaba también sobre la esperanza, una virtud teologal fundamental:

 
 
 
“La doctrina de la Iglesia concibe la esperanza como una de las tres virtudes teologales, que Dios derrama por medio del Espíritu Santo en el corazón de los creyentes. Es la virtud <por la que aspiramos al reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia de Espíritu Santo> (C.I.C nº 1817).

 
Al don de la esperanza hay que prestarle una atención particular, sobre todo en nuestro tiempo en el que muchos hombres, y no pocos cristianos  se debaten entre la ilusión y el mito de una capacidad infinita de auto-redención y de  realización de sí mismo, y la tentación, del pesimismo al sufrir frecuentes decepciones y derrotas…

Muchos peligros se ciernen sobre el futuro de la humanidad y muchas incertidumbres gravitan sobre los destinos personales, y a menudo se sienten incapaces de afrontarlos.

También la crisis del sentido de la existencia y el enigma del dolor y de la muerte vuelven con insistencia a llamar a la puerta del corazón de nuestros contemporáneos.

 
 
 
El mensaje de la esperanza que nos viene de Jesucristo ilumina este horizonte denso de incertidumbre y pesimismo. La esperanza nos sostiene y protege en  el buen combate de la fe (Rm 12, 12). Se alimenta de la oración, de modo muy particular en el Padrenuestro, <resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear> (CI.C nº 1820)”

 
Sí, Jesús de Nazaret, es la esperanza que aguardaba Israel, es la esperanza de todos los hombres, no solo de los cristianos. En Él se cumplen todas las promesas de paz y de felicidad que Dios ha ido anunciando a lo largo de la historia de la humanidad. Es precisamente con la llegada del Mesías, del Hijo unigénito de Dios, cuando se alcanza la esperanza de una vida eterna, la esperanza de una existencia gloriosa y transformadora al lado de nuestro Creador, al final de los tiempos (Parusía).

Sin embargo ante la situación general presente, ante  una sociedad tan paganizada como la actual, muchos aún se preguntarán: ¿Una existencia gloriosa, es realmente algo tan deseable?

 
 
 
Para los católicos, al menos, debería serlo, ya que al recibir el sacramento del bautismo, el sacerdote al dirigirse, en su día, a los padres, les preguntaba que pedían a la Iglesia para sus hijos, a lo que estos debían responder: la fe en la <vida eterna>.

 
No hace tanto los padres buscaban para sus descendiente la gracia de la fe. Pero en estos tiempos, muy pocas personas se paran a reflexionar sobre ello, incluso muchos hombres pueden llegar a considerar que la fe supone un perjuicio en lugar de un beneficio para sus vidas, despreciando así la existencia de una <vida eterna>.

La desesperanza y la depresión juegan en estos hombres y mujeres un papel trascendental y es necesario ayudarles para que consigan salir de estas situaciones, que llegado el caso, pueden conducirles incluso a decisiones gravemente peligrosas para sus vidas y la de sus seres querido. 

En este sentido, habría que preguntarse: ¿Cuál es la verdadera fisonomía de la esperanza cristiana? O mejor aún: ¿Qué podemos esperar, y que es lo que no podemos esperar?

El Papa Benedicto XVI respondió en su día, así , a estas preguntas (Ibid):

 
 
 
“Podemos esperar la salvación de nuestras almas, podemos esperar la <vida eterna>, cerca de nuestro Creador; en cambio no podemos esperar que estas cosas sean posibles, si nos apartamos de Dios, si incumplimos, en esta pasajera vida, las leyes que Él inscribió en el corazón de todo hombre…”

 Desgraciadamente en este nuevo siglo se está tratando de imponer unas ideas que están precisamente en contra de la ley natural, inscrita por el Creador en el corazón de los seres humano; se quiere prescindir de ella, como algo que estorba al hombre para alcanzar su plena libertad y esto es  una gran falsedad y un error terrible que puede conducir a las sociedades a su perdición. De hecho ya se están observando las primeras consecuencias de la aplicación de semejantes idearios; los suicidios y crimines aumentan día a día sin tener en cuenta que al final todos tendremos que dar cuenta de nuestra acciones ante el Altísimo…

 
 
 
Hace tres años, el Papa  Francisco, nos habló muy claro al respecto. Fue concretamente, durante la misa matutina, que él tiene por costumbre celebrar, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae, un 22 de noviembre de 2016. Durante su catequesis reflexionaba seriamente sobre el tema del <día del juicio final>. Lo hacía con gran acierto y valentía, ya que evidentemente es un tema, que como el mismo reconocía, a la gente de hoy  no le gusta recordar.

 
Pero la Iglesia de Cristo es escatológica por definición y por tanto no puede obviar un tema tan importante como los <Novísimos> (muerte, juicio, purgatorio, infierno y gloria).

El Papa Francisco aseguraba entonces: “Todos seremos juzgados, cada uno de nosotros será juzgado ¿Pero cómo será ese día en el que estaré delante de Dios?  Cuando Él me pedirá  que le rinda cuentas de los talentos que me ha dado… ¿Cómo estará nuestro corazón, tras el contacto con la Palabra del Señor? ¿Cómo he recibido su Palabra? ¿Con el corazón abierto?... “

 


 
 
Son preguntas interesantes del Papa Francisco que nos incumben a todos, porque tarde o temprano deberemos llegar a  presencia del Señor…No conocemos cuando esto tendrá lugar; nadie sabe cuándo tendrá lugar la Parusía, por eso el Papa Francisco sigue diciendo en su homilía:

 
“¡No os dejéis engañar! ¿A qué engaño me refiero? Al engaño de la alineación, del aislamiento: el engaño por el cual <yo estoy distraído, no pienso y vivo como si nunca tuviera que morir>. Pero cuando venga el Señor, que vendrá como un rayo ¿cómo me encontrará?...

¿Esperanzado o en medio de tantas alienaciones de la vida, engañado por las cosas que son superficiales, que no tienen transcendencia?...

Por tanto, estamos frente a una autentica <llamada del Señor para pensar seriamente en el final: en mi final, el  juicio, en mi juicio>… Hoy nos hará bien pensar en esto: ¿Cómo será mi final?…

 
 
 
Y para ir al encuentro de los que podrían estar asustados o entristecidos por esta reflexión, un consejo: <Sé fiel hasta la muerte dice el Señor, y te daré la corona de la vida>. Ésta es nuestra esperanza”

Ciertamente la esperanza, ésta esperanza, está en el centro de nuestras vidas, tal como nos han recordado todos los Pontífices de la Iglesia y en particular el Papa Benedicto XVI (Ibid):
“Todos advertimos la necesidad de  la esperanza, pero no de una esperanza cualquiera, sino de una esperanza firme y creíble…La juventud,  es tiempo de esperanza porque mira hacia el futuro con diversas expectativas.

 
 
 
Cuando se es joven se alimentan ideales, sueños, proyectos; la juventud es tiempo en el que se maduran opciones decisivas para el resto de la vida. Tal vez por eso es la  etapa de la existencia en la que afloran con fuerza las preguntas de fondo: ¿Por qué estoy en el mundo? ¿Qué sentido tiene vivir? ¿Qué será de mi vida? Y también ¿Cómo alcanzar la felicidad? ¿Por qué el sufrimiento, la enfermedad y la muerte? ¿Qué hay más allá de la muerte? “

 Por desgracia no siempre las respuestas son fáciles, pero como sigue diciendo el Papa Benedicto XVI: “La experiencia demuestra que las cualidades personales y los bienes materiales no son suficientes para asegurar esa esperanza que el ánimo humano busca constantemente…
La política, la ciencia, la técnica, la economía o cualquier otro recurso material por sí solos no son suficientes para ofrecer la <gran esperanza>, a la que todos aspiramos…

Esta esperanza solo puede ser Dios que abraza el universo y que nos puede propones y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar…”  (Mensaje a los jóvenes del mundo con ocasión de la XXII Jornada Mundial de la Juventud 2007. Vaticano 27 de enero)

 
 
 
Sí, como decía el doctor de la Iglesia san Agustín, todos queremos <la vida bienaventurada>, queremos ser felices y esta felicidad <sin igual>, sólo la podremos encontrar al lado del Creador, hacia el cual todo hombre encamina sus pasos, aunque de hecho no se dé cuenta de ello, es lo que se ha dado en llamar <esperanza universal>.

Los seres humanos nos sentimos atraídos hacia Dios desde el inicio de los tiempos, se trata como han advertido los Pontífices de la Iglesia, de <Una inmersión en el océano del amor infinito> en el que ya no existen el tiempo, el antes  o el después, en palabras de Papa Benedicto XVI.

En otra ocasión, el Papa Benedicto XVI también razonaba así (Los caminos de la vida interior. El itinerario espiritual del hombre; Ed. Chronica S.L. 2011):

“Una de las consecuencias principales del olvido de Dios es la desorientación que caracteriza a nuestra sociedad, que se manifiesta en la soledad y la violencia, en la insatisfacción y en la pérdida de confianza, llegando incluso a la desesperanza.


 
 
Fuerte y clara es la llamada que nos llega de la Palabra de Dios: <Maldito quien confíe en el hombre, y en la carne busque su fuerza, apartando su corazón del Señor /  Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien, pues habita en terrenos resecos del desierto, en tierra salobre e inhóspita> (Jeremías 17, 5-6)”

Hay que tener en cuenta que el profeta Jeremías vivió en una época transcendental para la historia del pueblo de Israel, ya que por entonces tuvo lugar la caída del imperio asirio, el renacer del babilónico y la desaparición del reino de Judá, con la deportación a Babilonia de las personas que tenían más influencia en el país. Jeremías fue testigo presencial de aquellos acontecimientos y también de los que más tarde vivió la población que permaneció en Palestina.
Él permaneció fiel a Dios en momentos de profunda crisis religiosa de su pueblo, exponiendo a través de sus palabras su situación interior, sus dificultades y en ocasiones su desesperación, pero siempre  su amor y fidelidad fueron inquebrantables hacia el Creador, como demuestran los versículos del Antiguo Testamento, recordados por el Papa Benedicto XVI.

 
 
 
Es un ejemplo inestimable para los tiempos que corren en los que la infidelidad y el olvido de Dios están de moda, por eso el Papa Juan Pablo II, dándose cuenta de la situación tan adversa de la sociedad de nuestro tiempo nos hablaba así (Audiencia General; miércoles 11 de noviembre de 1998):
“Hoy no basta despertar la esperanza en la interioridad de la conciencia; es preciso cruzar juntos el umbral de la esperanza.

En efecto, la esperanza tiene esencialmente, una dimensión comunitaria y social, hasta el punto de que lo que el pastor san Pablo dice en sentido propio y directo refiriéndose  a la esperanza, puede aplicarse en sentido amplio a la vocación  de la humanidad entera:
<Un solo Cuerpo, un solo Espíritu, como una sola es la esperanza a la que habéis sido llamados> (Ef 4, 4)”


En la carta a los Efesios san Pablo se dirige a los fieles procedentes de la gentilidad, para ayudarles a profundizar en el conocimiento unitario y coherente del Mensaje de Cristo. Toda la carta del apóstol rezuma deseos de inducir a los creyentes a la unidad dentro de la Iglesia.

Recordemos pues a  san Pablo que en su carta a los romanos señala, el vínculo íntimo y profundo que existe entre el don del Espíritu Santo y la virtud de la esperanza, y que en definitiva, nos habla de la reconciliación por el Sacrificio de Cristo, como fundamento de nuestra esperanza (Rm 5, 1-5):