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domingo, 2 de agosto de 2015

EL HIJO DEL HOMBRE AL VENIR ¿POR VENTURA HALLARÁ FE SOBRE LA TIERRA?



 


Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra? (Lc 18, 8)

¡Qué interrogación tan misteriosa la del Señor! que  hace  a los hombres también en este siglo preguntarse: ¿Por ventura hallará  fe el Hijo del hombre al venir por segunda vez?...

Es una pregunta  apocalíptica e inquietante si tenemos en cuenta la falta de fe en estos días, de una gran mayoría de la humanidad, habiéndose  llegado ya al tercer milenio desde la primera venida del Mesías…

Sin duda Dios conocía y conoce bien al género humano, Él lo ha creado, sabe de su inconstancia en la verdad y su tendencia al mal, después del pecado original, y también sabe de la envidia del diablo hacia  los hombres, a los que trata de  incitar hacia el mal, la perversión y la injusticia; por eso no debería extrañarnos la pregunta del Señor: ¿Por ventura hallará la fe el Hijo del hombre en su venida? Porque Cristo ciertamente vendrá al final de los tiempos para hacer justicia.

No obstante, Jesús nos aseguró también que en la Parusía, no será reacio a la causa de sus escogidos,  y hará la justicia que día y noche le reclaman. Y es que el Señor es <justo y misericordioso>, Él quiere que todas sus criaturas se salven y por eso en su primera venida al mundo, nos habló de la gloria de su Padre, nos avisó de su segunda venida al mundo y nos aseguró  que impartiría justicia entre los hombres (Mt 16, 24-28):



-Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome a cuestas su cruz y sígame.

-Pues quién quisiere poner a salvo su vida, la perderá; más quién perdiere su vida por causa de mí, la hallará.

-Pues ¿qué provecho sacara un hombre si ganare el mundo entero, pero malograre su alma?

-Porque ha de venir el Hijo del hombre en la gloria de su Padre; acompañado de sus ángeles, y entonces dará un pago a cada cual conforme sus actos

A este respecto, es interesante recordar la conversación mantenida por el Papa Juan Pablo II con el periodista Vittorio Massori reflejada en el libro <Cruzando el umbral de la esperanza>  en la que el Pontífice, respondía así a una pregunta del mismo:

“Desde siempre el problema del infierno ha perturbado a los grandes pensadores de la Iglesia desde los comienzos, desde Orígenes, hasta nuestros días, hasta Michail Bulgakov y Hans Urs von Balthasar. En verdad que los antiguos Concilios rechazaron la teoría de la llamada <apocatástassis final>, según la cual el mundo sería regenerado después de la destrucción, y toda criatura humana se salvaría; una teoría que indirectamente abolía el infierno. Pero el problema permanece ¿Puede Dios, que ha amado tanto al hombre, permitir que éste Lo rechace hasta el punto de querer ser condenado a perennes tormentos? Y sin embargo, las palabras de Cristo son unívocas. En  Mateo se habla claramente de los que irán al suplicio eterno.”

 


Se refiere el  Papa San Juan Pablo II a la <Apocalipsis Sinóptica> del Evangelio de San Mateo y más concretamente al <juicio final> en él contenido, donde Jesucristo nos habla claramente sobre el fuego eterno preparado para el diablo y para sus acólitos… (Mt 25, 31-36):

-Y cuando viniere el Hijo del hombre en su gloria, y todos los ángeles con él, entonces se sentará en el trono de la gloria,

-y serán congregados en su presencia todas las gentes, y los separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos;

-y colocará a las ovejas a la derecha y los cabritos a la izquierda.

-Entonces dirá el Rey a los de la derecha: Venid, vosotros los benditos de mi Padre, y entrad en posesión del reino que os está preparado desde la creación del mundo…

-Entonces dirá también a los de su izquierda: Apartaos de mí, vosotros los malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y para sus ángeles…

-E irán éstos al tormento eterno; pero los justos, a la vida eterna.

 

El Papa Francisco refiriéndose  a estos versículos del <juicio final> anunciado por Jesús según el Evangelio de San Mateo ha dicho lo siguiente:

“La imagen utilizada por el evangelista es la del pastor que  separa  las ovejas de las cabras. A la derecha se coloca a quienes actuaron según la voluntad de Dios, socorriendo al prójimo hambriento, sediento, extranjero, enfermo, encarcelado…; mientras que a la izquierda van los que no ayudaron al prójimo. Estos nos dice que serán juzgados por Dios según la caridad, según como la hayan practicado con sus hermanos, especialmente con los más débiles y necesitados” 

Sin duda este pasaje del Nuevo Testamento siempre ha inquietado e incluso asustado, a los hombres en la antigüedad, pero también en cualquier momento de la historia de la humanidad   
con mayor razón en estos últimos siglos si tenemos en cuenta su evidente alejamiento de Dios, tal como nos advierte la respuesta del Papa Benedicto XVI  al periodista Seewal, cuando le preguntó sobre si todavía  deberíamos dar crédito a lo que en el Evangelio de San Mateo se dice sobre el <juicio final> (“Luz del mundo. Benedicto XVI. Ed.      2110):

“Es un juicio real el que tendrá lugar  sin embargo se podría decir que se avecina al hombre, siempre, ya en la muerte. El gran escenario que se esboza en el Evangelio de San Mateo, con las ovejas y los cabritos, es una parábola propuesta por el Señor de lo inimaginable. Nosotros los hombres no podemos imaginarnos ese proceso inaudito en el que todo el Cosmos se halla ante el Señor y la historia entera ante Él…
Como será esto visualmente escapa a nuestra capacidad de imaginación.

Pero que Él es el juez, que tendrá lugar un juicio real, que la humanidad será separada y que, entonces, existe también la posibilidad de la perdición, y que las cosas no son indiferentes, son datos muy importantes.

Hoy la gente tiende a decir: <bueno, tan malas no serán las cosas. Al fin y al cabo, es muy difícil que Dios obre así>. Pero no, Él toma en serio las cosas de los hombres. Está además, el hecho de la existencia del mal, que permanece y tiene que ser condenado. En tal sentido, aún con la alegre gratitud por el hecho de que Dios es tan bueno y nos da su gracia, deberíamos percibir también e inscribir en nuestro programa de vida la seriedad del mal…”
 
 

 
Por otra parte, lo que está claro es que Jesús nos ha hablado no solo de la eternidad de la sanción del  pecado, sino también de la eternidad del suplicio que esta implica, de esto nadie puede dudar por más que nos engañemos diciendo que como Dios es infinitamente bueno perdonará a todos los hombres incluso a los que no se arrepientan sinceramente de sus pecados, y ¡ojo! con <dolor de corazón>…A este respecto es interesante también recordar las palabras del  Papa San Juan Pablo II (“Cruzando el umbral de la esperanza” Juan Pablo II. Círculo de lectores):

“Hay algo en la misma conciencia moral del hombre que reacciona ante una tal perspectiva: ¿El Dios que es Amor, no es también Justicia infinita? ¿Puede Él admitir que los terribles crímenes puedan quedar impunes? ¿La pena definitiva no es en cierto modo necesaria para obtener el equilibrio moral en tan intrincada historia de la humanidad? ¿El infierno, no es en cierto sentido <la última tabla de salvación> para la conciencia moral humana?”

Con estas palabras del Papa nos adentramos ya en el tema trascendental de la <conciencia errónea>,  porque cuando el pecador ha perdido incluso el discernimiento para aceptar  que hace el mal, porque  ve un comportamiento perverso como  normal y hasta lógico, las posibilidades que tiene de salvación son destruidas, al impedir así el posible arrepentimiento de algo que no acepta como pecado, siéndolo en sí mismo.

 


Esta es una situación terrible que aqueja a una gran parte de la sociedad actual y que forma igualmente parte del día a día de los seres humanos en estos tiempos de gran paganismo. Y aún más, si tenemos en cuenta que algunos que se consideran <eruditos> se empeñan en tratar de demostrar que la <conciencia errónea> protegería al hombre de la <onerosa exigencia de conocer la verdad>, y así alcanzaría la salvación de una manera más cómoda. Sin embargo, como nos aseguró el Papa Benedicto XVI, cuando aún era el Cardenal Ratzinger (“El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón):                             

“Parece más bien que esta <conciencia errónea>, es la cáscara de la subjetividad, bajo la cual el hombre puede huir de la realidad, ocultándola”

Esta aptitud ante la vida, la podemos observar en el comportamiento de muchas de las personas que conocemos y tratamos a diario con mayor o menor intimidad, y así en aras de un cierto bienestar temporal, estas criaturas se ven abocadas a los mayores errores sin darse cuenta de que se encuentran instaladas en la mentira que dispensa al ser humano de conocer la verdad de sus actos y por tanto de arrepentirse de sus malas acciones, tal como denunciaba el futuro Papa Benedicto XVI (Ibid):



“La <conciencia errónea> se transforma, así, en la justificación de la subjetividad del conformismo social, el cual, en cuanto mínimo común denominador  de las diferentes subjetividades, desempeña el cometido de hacer posible la vida en sociedad. Se viene abajo el deber de buscar la verdad, al igual que se desvanecen las dudas sobre las tendencias generales predominantes en la sociedad o sobre cuanto en ellas se ha hecho costumbre. Basta con estar convencido de las propias opiniones y adaptarse a la de los demás. El hombre queda reducido, así, a sus convicciones superficiales y cuanto menos profundas sean, tanto mejor para él…”

Sí, cuántas veces hemos escuchado la machacona frase: <cuanto menos pienses…más tranquilo vivirás>; con este planteamiento ante los problemas de la vida, el hombre se inmuniza ante los mayores agravios al prójimo, y en particular si este prójimo es el más desprotegido por la sociedad actual, como son los no natos o los ancianos.
Panorama muy triste el que nos muestra el Papa, reflejo, sin duda de una <civilización> basada en el materialismo, ajena a Dios, hundida en el relativismo, que se atreve a hacer preguntas como las siguientes:
¿Cómo es posible que de la fe brote la alegría? ¿Para qué trasmitir la fe a los demás? ¿Por qué no nos ahorramos este esfuerzo? ¿No será mejor olvidarnos de la fe?...

Estas preguntas merecen una respuesta como la dada por el Papa Benedicto XVI (Ibid):
“En los últimos años, preguntas como estas han paralizado visiblemente el impulso evangelizador, quien entiende la fe como un pesado fardo, como una imposición de exigencias morales, no puede invitar a los demás a creer, sino que prefiere dejarlos en la presunta libertad de su buena fe”

 


Efectivamente, los análisis realizados en este sentido son descorazonadores, es tal la situación de abandono en muchos campos de la evangelización en los  últimos siglos, que ya en el año 2007, el Papa Benedicto XVI concedió al Cardenal Prefecto para la Doctrina de la Fe, permiso para publicar una nota muy interesante acerca de <algunos aspectos de la evangelización> que estaban siendo sometidos a ciertas críticas mal intencionadas.

En esta nota dada en Roma el 3 de diciembre de 2007, entre otras muchas cuestiones  podemos leer que el Concilio Vaticano II,  afirma el deber y el derecho de todo hombre a buscar la verdad en materia de religión, y  añade que:
"la verdad debe buscarse de modo apropiado a la dignidad de la persona humana, y a su naturaleza social, es decir, mediante una libre investigación, sirviéndose del magisterio, o de la educación, de la comunicación y del dialogo, por medio de los cuales unos exponen a otros la verdad que han encontrado o que creen haber encontrado. En cualquier caso, la verdad <no se impone de otra manera, sino por la fuerza de la verdad"

Por tanto,  la inteligencia y la libertad personal hacia el encuentro con Cristo y su Evangelio es un ofrecimiento legitimo y un servicio que puede hacer más fecunda la relación entre los hombres


De cualquier forma, hay que recordar que lo primero y principal es dar ejemplo de vida, ya que como también podemos leer en dicha nota:

“La transmisión del Evangelio, la Palabra y el Testimonio de vida van unidos; para que la luz de la verdad llegue a todos los hombres, se necesita ante todo, el testimonio de la santidad. Si la Palabra es desmentida por la conducta, difícilmente, será acogida”

No podemos cerrar los ojos a la evidencia, todos conocemos personas imbuidas de la  <conciencia errónea>; la cuestión sin embargo no es nueva, recordemos como el Mesías se preguntaba:

"¿Por ventura encontrará fe el Hijo del hombre en su segundo advenimiento a la Tierra?"  

Por otra parte, también en el Antiguo Testamento encontramos ejemplos claros de este problema, tal como nos recuerda el Papa Benedicto XVI (Ibid);  en concreto, en el libro de los Salmos podemos leer (Salmos 19, 13):
“¿Quién advierte sus propios errores? ¡Libradme de las culpas que no veo!”

Oración, esta última, dirigida a Dios, por hombres temerosos de caer en una <mala conciencia>, y que conocían el riesgo que corrían si se alejaban de la verdad.

El Papa  Benedicto XVI refiriéndose a estas palabras del Salmo aducía el siguiente razonamiento (Ibid):
“Esto no es objetivismo vetero-testamentario, sino la más honda sabiduría humana: dejar de ver las culpas, el enmudecimiento de la voz de la conciencia en tantos ámbitos de la vida, es una enfermedad espiritual mucho más peligrosa que la culpa, sí aún se está en condiciones de reconocerla como tal. Quién ya es incapaz de percibir que matar es pecado, ha caído más bajo que quién todavía puede reconocer la malicia de su propio comportamiento, pues se halla mucho más alejado de la verdad y de la conversión”

 


Esto es lo que hacían los fariseos y saduceos en tiempos de nuestro Señor Jesucristo, por eso dolido lanzó aquellos <siete ayes> del Evangelio de San Mateo, recordándoles a ellos y a todos los hombres, de todos los tiempos  el <juicio final>, el <juicio de la gehena o infierno>  (Mt 23, 13-36):

-< ¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros ni dejáis entrar a los que quieren>.

-< ¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito, y cuando lo conseguís lo hacéis digno de la gehena el doble que vosotros!>…

-< ¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno!>

-¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro y así quedará limpia también por fuera.

< ¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcro blanqueados!> Por fuera buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre;

-lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crueldad….



¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo escaparéis del juicio de la gehena?

-Mirad yo os envío profetas y sabios y escribas. A unos los mataréis y crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad.

Así recaerá sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el santuario y el altar…

Son palabras fuertes del Señor que nos recuerdan a todos la responsabilidad que tenemos en la búsqueda de la verdad, en la búsqueda de la salvación.
Po eso, próxima ya su Pasión, Muerte y Resurrección,  Él pidió al Padre que consagrara en la verdad a sus discípulos (Jn 17, 15-19):
-No pido que los saques del mundo, sino que los preserves del maligno.

-No son del mundo, como ni yo soy del mundo.

-Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad.

Como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo.

Y por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad.

 


<Conságralos en la verdad> o lo que es igual <Santifícalos en la verdad>, es lo que Jesús pide para sus discípulos al Padre; ello se realiza en el <Espíritu Santo>, en el <Espíritu de la verdad>, así quedarán preparados para anunciar la Palabra de Dios, que es la <Verdad> con mayúsculas.

Por otra parte Nuestro Señor Jesucristo, con suma humildad, se <consagró así mismo por ellos y por nosotros>, ofreciéndose como víctima de reconciliación que es la santificación por excelencia. Cristo, el Santo Sacerdote, se consagró con su inmolación, para a su vez consagrar a sus enviados con la santidad de la verdad.

No obstante en la actualidad tal como nos recordó el Papa Benedicto XVI en su magnífico libro <El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón>:
“La apertura necesaria a la verdad está amenazada, desde dos frentes, de un lado, por un positivismo fideista que teme  perder a Dios al exponerse a la verdad de las criaturas; de otro lado, por un positivismo agnóstico que se siente amenazado por la grandeza de Dios…”

Son  dos aspectos distintos de un temor que conduce al mismo resultado, esto es, a la negación de la verdad y por tanto al alejamiento del camino de la salvación, en definitiva, al alejamiento de Cristo que es la verdad pura.

Por ello, los cristianos debemos tener  clara esta idea: < tenemos que persistir sin fatiga y con convicción en la búsqueda de la verdad durante toda nuestra existencia, si queremos llegar al final de la misma, con las garantías necesarias para afrontar el juicio divino>.



No responderíamos, por otra parte, con gratitud a la llamada de Cristo, si quisiéramos obviar la verdad, a favor de la <conciencia errónea>, porque como así mismo nos recordaba el Papa Benedicto XVI (Ibid):

“Con la luz de Jesús se manifiesta también el esplendor de la verdad en las criaturas. Cristo nos abre al mensaje de las criaturas, las criaturas nos guían al Señor. Amar la verdad y amar a Cristo es una cosa indivisible en la figura espiritual de Santo Tomás: <amando a Cristo, has amado la verdad; creando una relación cada vez más honda con Cristo, has recibido la fuerza consagrante de la verdad>
<Bien has escrito de mi Tomás ¿Qué deseas?> Dijo el Señor crucificado, según la leyenda, al doctor Angélico.
<Nada más que a Ti Señor>, respondió Tomás. <Nada más que a Ti>

Esa es la síntesis del pensamiento y de la vida del gran doctor de la Iglesia. Su vida era deseo de Cristo, deseo de Dios, deseo de la verdad”

 


Gran ejemplo el que nos dio Santo Tomás y gran ejemplo el que hemos recibido del Papa Benedicto XVI que nos ha exaltado  tantas veces su figura, y con razón, porque verdaderamente este santo doctor, sí respondió con gratitud a la gran promesa de Jesús cuando dijo <me consagro a mí mismo, para que también ellos sean consagrados en la verdad>; sin Cristo, sin la verdad absoluta, no hay salvación y la <conciencia errónea> nos aleja del <camino, la verdad y la vida>, que es nuestro Salvador.
A pesar de todo, hay que reconocer que aún hay  personas que ó no han escuchado nunca hablar de la <conciencia errónea>, ó que si han escuchado no quieren saber nada al respecto, por eso no está de más que recordemos que, por ejemplo, <conciencia errónea> es encerrarse en la idea, de que porque Dios es infinitamente bueno, no puede condenar al hombre que no se arrepiente de las falta cometidas  contra la ley del Señor, ni le pide perdón por ello. 

Así mismo, <conciencia errónea> puede ser también, dejarse llevar por lo que diga la mayoría de la gente, por las costumbres licenciosas, que ya no tienen otro significado que ser modernos y vivir en el siglo que nos ha tocado…pero que pueden ser perniciosas y hasta dañinas para la misma sociedad.

Tener <conciencia errónea>, es al fin también, proclamar y pedir  que la Iglesia católica se modernice, ante los graves problemas surgidos en el seno de las familias: divorcios, control de la natalidad, aborto y un largo etc., aceptando estas nuevas tendencias de la sociedad y olvidando las leyes divinas. 
Por eso, recordar  de vez en cuando, los <Novísimos>, esto es: <Muerte>, <Purgatorio>, <Infierno> y <Gloria>, no es cosa mala, ni debe <echarse en saco roto>.
En esto han estado de acuerdo  los Pontífices y teólogos a lo largo de toda la historia de la cristiandad, como podemos comprobar con las palabras del Papa San Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza):



“Muchos teólogos, en Oriente y en Occidente, también teólogos contemporáneos, han dedicado sus estudios a la escatología, a los Novísimos. La Iglesia no ha cesado, por su parte, de llevar a los hombres la vida eterna. Si ésta cesara de ser escatológica, dejaría de ser fiel a la propia vocación, a la Nueva Alianza, sellada con ella por Dios en Jesucristo”

La salvación, según esto, se ve favorecida al tener presente la naturaleza escatológica del Mensaje de Jesús y por supuesto, por la oración por todas las almas, tal como recomendaba el Apóstol San Pablo a través de su discípulo Tito, a las Iglesias a él confiadas, para el ejercicio de la misión pastoral (I Tim 2, 1-6):
-Recomiendo, pues, lo primero de todo, que se hagan plegarias, oraciones, intersecciones, acciones de gracias por todos los hombres,

-por los reyes, y por todos los que ocupen altos puestos, a fin de que pasemos una vida tranquila y sosegada con toda piedad y dignidad.

-Esto es bueno y acepto a los ojos de Dios nuestro Salvador,



-el cual quiere que todos los hombre se salven y vengan al pleno conocimiento de la verdad.

-Porque uno es Dios, uno también el Mediador de Dios y los hombres, un hombre, Cristo Jesús,

-que se dio a sí mismo como precio de rescate por todos; divino testimonio dado en el tiempo oportuno

La frase de San Pablo <Dios desea que todos los hombres se salven>, tiene una importancia transcendental, tal como nos recordaba el Papa Juan San Pablo II, para comprender el significado de los Novísimos (Cruzando el umbral de la esperanza):
“Si Dios desea esto, si Dios por esta causa entrega a su Hijo, el cual a su vez obra en la Iglesia mediante el Espíritu Santo ¿Puede el hombre ser condenado, puede ser rechazado por Dios?”

Esta es desde luego una pregunta difícil de responder sin la ayuda de la Palabra del Señor, porque también Él dijo de Judas, el traidor, que <sería mejor para ese hombre no haber nacido> (Mt 26, 24), esta afirmación de Jesús, según el Papa San Juan Pablo II no puede, sin embargo, ser entendida con seguridad en el sentido de una eterna condenación.
Pero al mismo tiempo, aseguraba también el santo Pontífice, hay algo en la misma conciencia moral del hombre que reacciona ante la pérdida de una tal perspectiva: ¿El Dios que es Amor no es también Justicia definitiva?



En la Santa Biblia, precisamente, se hace referencia al <fuego purificador> del purgatorio, tal vez, en referencia ésta pregunta (Papa San Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza):
“Un argumento muy conveniente acerca del purgatorio se ofrece además de en la bula de Benedicto XII, Vicario de Cristo del siglo XIV, en las obras de San Juan de la Cruz. La <llama de amor viva>, de la que él habla, es en primer lugar una llama purificadora. Las noches místicas, descritas por este gran doctor de la Iglesia por propia experiencia, son en cierto sentido eso a lo que corresponde el purgatorio.

Dios hace pasar al hombre a través de un tal purgatorio interior toda su naturaleza sensual y espiritual, para llevarlo a la unión con Él. No nos encontramos aquí frente a un simple tribunal. Nos presentamos ante el poder del mismo Amor.
Es sobre todo el Amor el  que juzga. Dios, que es Amor, juzga mediante el amor. Es el amor quién exige la purificación, antes de que el hombre madure por unión con Dios que es su definitiva vocación y su destino”

Recordemos, por otra parte, que la verdadera evangelización es el anuncio del Reino de Dios, del Dios que entra en la historia para hacer justicia y por ello es también el anuncio del juicio final y el anuncio de nuestra responsabilidad ante el mismo (Benedicto XVI. El elogio de la conciencia…):



“Cuando tomemos en serio el juicio y la grave responsabilidad que de él brota para nosotros, comprendemos bien el otro aspecto de este anuncio, esto es, la Redención, el hecho de que Jesús en la Cruz asume nuestro pecado.
En la Pasión de su Hijo, Dios mismo aboga por nosotros, pecadores, y hace así posible la penitencia, la esperanza para el pecador arrepentido, esperanza que expresa de modo admirable la palabra de San Juan: <Dios es mayor que nuestro corazón y conoce todo> (Jn 3, 20): ante Dios sosegaremos nuestro corazón, por mucho que sea lo que nos reproche.

La bondad de Dios es infinita, pero no debemos reducirla a un melindre empalagoso sin verdad. Solo creyendo en el <justo juicio> de Dios, solo teniendo <hambre y sed de justicia> (Mt 5,6) abrimos nuestro corazón, nuestra vida, a la misericordia divina”

 


Son palabras del Papa Benedicto XVI que siempre deberíamos tener en cuenta, como también las del  Papa San Juan Pablo II, los cuales tanto se preocuparon por inculcar a su grey el respeto a los Novísimos.

Sí, porque en el momento actual el hombre corre el grave peligro de la palabra mal utilizada, porque ya nadie se acuerda que el Señor dijo:

 <Todo el que se deja llevar por la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano -imbécil-, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama –necio-, merece la condena de la gehena del fuego.

En una sociedad actual tan mediática, se está corriendo el riesgo de la insidia en las palabras, por eso viene bien también recordar las sentencias del Señor que leemos en el Evangelio del Apóstol San Mateo (Mt 12, 35-37):

-El hombre bueno, del buen tesoro saca cosas buenas, y el hombre malo, del tesoro malo saca cosas malas.

-Os certifico que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, darán razón en el día del juicio.

-Porque por tus palabras serás absuelto como justo y por tus palabras serás condenado.

 

Con razón San Pablo recomendaba a los pobladores de Éfeso que evitaran la mentira, la ira, y las palabras malas; que no salieran de sus bocas palabras que pudieran hacer daño a un tercero, sino que por el contrario utilizasen aquellas palabras que fueran más convenientes para favorecer el bien entre las personas que les escucharán (Ef 4, 25-30):

-No salga de vuestra boca palabra alguna dañosa, sino que sea buena por la oportuna edificación, para que comunique gracia a los que la oyen.
-Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis marcados para el día del rescate.


Tomemos sobre todo ejemplo de Cristo que pasó por el mundo como buen <comunicador> del Padre>. En efecto, como en su día diría el Papa Juan Pablo II:
“En la historia de la salvación, Cristo se nos ha presentado como <comunicador del Padre>, <Dios en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo> (Heb 1, 2).
Él, Palabra eterna hecha carne, al comunicarse, manifiesta siempre respeto hacia aquellos que le escuchan, les enseña a comprender su situación y sus necesidades, impulsa a la compasión por su sufrimiento y a la firme resolución de decirles lo que tienen necesidad de escuchar, sin imposiciones ni compromisos, engaño o manipulación.
Jesús enseña que la comunicación es un acto moral: <El hombre bueno, del buen tesoro saca cosas buenas y el hombre malo, del mal tesoro saca cosas malas>. <Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del juicio>. <Porque por sus palabras serán declarados justos  y por sus palabras serán condenados>"




(Carta Apostólica del Sumo Pontífice San Juan Pablo II a los responsables de las comunicaciones sociales. Dada en el Vaticano el 24 de enero del año 2005, en memoria de San Francisco de Sales, Patrono de los periodistas)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

JESÚS Y EL DISCERNIMIENTO ENTRE EL BIEN Y EL MAL



 
 



Jesús nos advirtió sobre la necesidad de discernir sobre el bien y el mal. Tanto San Mateo (Mt 7,16-20), como San Lucas (6, 43-45), atestiguan esta enseñanza del Mesías.

Concretamente en el Evangelio del Apóstol San Mateo podemos leer:

-Por sus frutos lo conoceréis ¿Acaso se cosechan uvas de los espinos o higos de los cardos?

-Así también todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos.

-Un árbol bueno no puede dar frutos malos, y un árbol malo frutos buenos.

-Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego.

-Por sus frutos los conoceréis

 


Según San Mateo estas palabras iban dirigidas a los falsos profetas que con piel de cordero, pero corazón de lobo, trataban de engañar a las gentes llevándolos por el camino de la maldad. También en nuestros tiempos  existen <falsos profetas>, por eso el hombre debe tener mucho cuidado y  discernir entre el bien y el mal, tal como aconsejaba Cristo con su parábola del árbol que da buen fruto, porque es bueno y, del que da mal fruto, porque es malo.

El discernimiento entre el bien y el mal, por tanto, la liberación del hombre del pecado y de la muerte:



                       "Se realiza cuando Cristo, que es la Verdad, se hace camino para él"

(Papa Benedicto XVI, <El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón> Ed. Palabra. 2010).

En efecto fue el mismo Jesucristo, el que así lo manifestó a sus discípulos cuando les habló de la preparación de un lugar en el cielo  para ellos  (Jn 14, 1-6):

-No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios, creed también en mí.
-En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os los hubiera dicho; yo voy para prepararos un lugar.

-Y cuando haya ido y lo haya preparado, volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros.
-Y vosotros conocéis el camino del lugar, a donde voy.

-Tomás le dijo: Señor no sabemos dónde vas ¿Cómo vamos a conocer el camino?
-Jesús contestó: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.

 
Con todo, el Señor tuvo dificultades para hacer comprender a sus coetáneos el Mensaje salvador, lo vemos en  tantos ejemplos que aparecen en los Evangelios. Por eso, el Señor utiliza muchas veces técnicas de enseñanza que favorecen la comprensión de sus palabras y especialmente aquellas que se refieren precisamente a la necesidad que tiene el hombre de reconocer, de discernir, de distinguir claramente entre el bien y el mal, porque ello le conduce a la liberación del pecado y de la muerte y, le permite seguir el camino de la verdad y de la vida.

La revelación de Dios, a través de las palabras de su Hijo unigénito sobrepasa, sin duda, la capacidad de conocimiento del hombre, pero sin embargo no se opone a su razón, aunque eso sí, la penetra y reclama la responsabilidad del ser humano en la búsqueda de la verdad, porque como advertía el Apóstol San Pedro <más vale padecer por hacer el bien, que dejarse llevar por el mal, si así es la voluntad de Dios> (I Pedro 3,13-18):



-¿Quién podría haceros daño si os empeñaseis por hacer el bien?
-Si a pesar de todo, os veis obligados  a padecer por la justicia, ¡Dichosos vosotros! No temáis sus amenazas, ni os turbéis.

-Glorificad en vuestros corazones a Cristo, el Señor, dispuestos siempre a contestar a todo el que os pida razón de vuestra esperanza;
-pero hacedlo con dulzura y con respeto, con la conciencia tranquila, para que los que interpretan mal vuestra vida cristiana queden avergonzados de sus mismas palabras.

-Mejor es sufrir por hacer el bien que por hacer el mal, si Dios así lo quiere.
-Pues también Cristo murió por los pecados, el Justo por los injustos, con el fin de llevarnos a Dios

 
Obrar el bien sin temor, es el consejo que el Señor da a través de las palabras del Apóstol San Pedro; Jesús, a lo largo de su vida pública, dejó constancia de este anuncio, Él mediante su predicación de la Palabra manifestó además la necesidad perentoria de que el hombre discerniera claramente entre el bien y el mal, porque esto indefectiblemente debería llevarle a la verdad, y por tanto a la salvación.
Sin embargo: <Algunos escuchan superficialmente la Palabra pero no la acogen; hay quien la acoge en un primer momento pero no tiene constancia y lo pierde todo; hay quien queda abrumado por las preocupaciones y seducciones del mundo; y hay quien escucha de manera receptiva como tierra buena…> (Papa Benedicto XVI. Ángelus. Domingo 10 de julio de 2011).

Como sigue diciendo el Pontífice (Ibid), solamente en el último caso, la Palabra de Dios da buenos frutos en el hombre, es lo que sucedió en esta parábola del Señor, recordada por San Mateo en su Evangelio (Mt 13,1-23):

-Aquel día saliendo Jesús de casa, se sentó junto al mar,

-y acudió a Él mucha gente, tanta que se subió a sentarse en una barca, y toda la gente quedó en la playa.



-Y les habló de muchas cosas en parábolas, diciendo: Salió el sembrador a sembrar,

-y al sembrar él, parte cayó junto al camino; vinieron las aves y se lo comieron.

-Otra cayó en el pedregal, donde no había mucha tierra, y al punto brotó, por ser la tierra poco profunda.

-Saliendo el sol, la agostó, y, por no tener raíz, se secó.

-Otra cayó entre cardos, crecieron éstos y la ahogaron.

-Pero otra cayó en tierra buena, y dio fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta.

-Quién tenga oídos para oír, que oiga.

 


Asegura el Papa Benedicto XVI en su libro: <Jesús de Nazaret. 1ª Parte>, que las parábolas son indudablemente el corazón de la predicación de Jesús y, por otra parte, también afirma que el esfuerzo por entender correctamente las parábolas ha sido constante a lo largo de la historia de la humanidad, aunque no siempre con excelentes resultados. Así,  los exegetas han tenido que corregirse en repetidas ocasiones sin ofrecer razonamientos definitivos sobre el tema de la didáctica en las parábolas de Jesús...
No obstante, los tres Evangelistas sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas, cuentan que en una ocasión, Jesús explicó el sentido de sus parábolas. Fue concretamente, al responder a esta pregunta de Mateo: ¿Por qué les hablas en parábola a la multitud?

Mateo introduce este pasaje de la vida de Jesús justamente después de que pronunciara la parábola del sembrador que hemos recordado anteriormente (Mt 13, 10-16):

-Y acercándose los discípulos le dijeron: ¿Por qué les hablas en parábolas?
-Y Él le respondió: A vosotros os ha sido dado conocer los misterios del Reino de los cielos, pero a ellos no.

-Pues a quien tiene se le dará, y abundará; más al que no tiene aun lo que tiene le será quitado.
-Por eso les hablo en parábolas, porque, viendo, no ven, y oyendo, no oyen ni entienden;

-y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: <ciertamente oiréis, y no entenderéis-miraréis y no veréis-
-porque el corazón de este pueblo se ha embotado-se han hecho torpes de oído-y sus ojos se han cerrado-para no ver con sus ojos-y no oír con sus oídos-y para no entender su alma-y convertirse-y que yo los sane>

-dichosos, pues, vuestros ojos que ven;
-y vuestros oídos, que oyen.

-Porque os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

 


Comprobamos al releer esta parábola, que Jesús hace una distinción clara entre sus discípulos, esto es, los que escuchan su palabra y la pone en práctica y, el resto, los que operan de forma contraria (Benedicto XVI. Ángelus. 2011):

“A los discípulos, es decir, a los que ya se han decidido por Él les puede hablar del Reino de Dios abiertamente; en cambio, a los demás debe anunciarlo en parábolas, para estimular precisamente la decisión, la conversión del corazón, de hecho las parábolas, por su naturaleza, requieren un esfuerzo de interpretación, interpela a la inteligencia pero también la libertad”.

Pero el Señor, no se quedó del todo satisfecho con esta primera explicación de la parábola del sembrador, dada a sus discípulos y, por si acaso, les dio esta  segunda interpretación (Mt 13, 19-23):

-Todo el que oye la doctrina del Reino y no la entiende, viene el maligno y le arrebata lo sembrado en su corazón. Esto es lo sembrado junto al camino.

-Lo sembrado en el pedregal es el que oye la doctrina, y al punto lo recibe con gozo;

-pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante, y llegado a la tribulación o persecución, a causa de la doctrina, se escandaliza al instante.



-Lo sembrado entre cardos es el que oye la doctrina; pero los cuidados del siglo y la seducción de la riqueza ahogan la doctrina, y queda sin fruto.

-Más lo sembrado en tierra buena, es el que oye la doctrina y la entiende, y da fruto, uno ciento, otro sesenta, otro treinta.

Son explicaciones maravillosas de Jesús que no tienen parangón con cualquiera otra que pudieran dar los hombres por muy sabios que sean… con razón, al terminar la parábola dijo a la multitud: <Quién tenga oídos para oír, que oiga>.

Ante esta expresión del Señor podríamos preguntarnos, en un ambiente social tan contrario a la verdad de sus propuestas de vida ¿Cómo conseguir que todos los ojos y todos los oídos escuchen el Mensaje de Cristo con la ayuda de sus parábolas? El Papa Benedicto nos quiso aclarar esta incógnita (Jesús de Nazaret 1ª parte):



“En la Cruz se descifran las parábolas. En los sermones de despedida dice el Señor: <Os he hablado de esto en comparaciones: viene  la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente (Jn 16,25)>. Así, las parábolas hablan de manera escondida del misterio de la Cruz; no sólo hablan de Él: ellas mismas forman parte de Él. Pues porque precisamente dejan traslucir el misterio divino de Jesús suscitan contradicción. Precisamente cuando alcanzan máxima claridad, como en la parábola de los trabajadores homicidas de la viña (Mc 12, 1-12), se transforman en estaciones de la vía hacia la Cruz. En las parábolas, Jesús no es solamente el sembrador que siembra la semilla de la palabra de Dios, sino que es semilla que cae en tierra para morir y así poder dar fruto”

El Señor tenía mucha razón al decir que había personas que miraban y no veían y, oían pero no entendían sus palabras. Él desea guiar a la humanidad hacia el misterio de Dios, en definitiva hacia el discernimiento entre el bien y el mal, y lo hace a través de  los sucesos de la vida ordinaria, de las  cosas del día a día (Benedicto XVI Jesús de Nazaret 1ª parte):

“Nos muestra quienes somos y que tenemos que hacer en consecuencia, nos transmite un conocimiento que nos compromete que no sólo nos trae nuevos conocimientos, sino que nos trae un regalo: Dios está en camino hacia ti. Pero es también un conocimiento que plantea una exigencia:< Cree y déjate guiar por la fe>”

Con razón y buen juicio aseguraba el Beato que vivió a finales de la edad media, Tomás de Kempis (Imitación de Cristo. Capítulo III) que las palabras de Dios se deben oír con humildad, y que muchos no las estiman como deben:



“Oye, hijo mío, mis palabras, palabras suavísimas que exceden a toda la ciencia de los filósofos y letrados. Mis palabras son espíritu de vida, y no se pueden pensar por humanos sesos. No se deben traer al sabor del paladar; más debemos oír en silencio, recibirse con humildad y con gran deseo decir (Salmo 94 (93) 12-14).
Escribe tú mis palabras en tu corazón y trátalas con mucha diligencia, que en tiempo de la tentación las habrá bien de menester. Lo que no entiendas cuando lees, conocerlo has en el día de la visitación. En dos maneras suelo visitar a mis escogidos, que son tentación y consolación, y dos lecciones les leo cada día, una reprendiendo sus vicios otra amonestándolos al crecimiento de las virtudes. El que entiende mis palabras y las desprecia, tiene quién lo juzgue en el postrero día”.

Tomás de Kempis utiliza en este capítulo de su obra palabras del Antiguo Testamento, más concretamente del Salterio, que encajan y, son fructíferas para una sociedad tan paganizada como la nuestra (94) (93); (15-23):

-Volverá a haber justicia en el juicio y la apoyaran todos los hombres honestos

-¿Quién se pondrá de mi parte frente a los malvados? ¿Quién se colocará a mi lado frente a los malhechores?

-Si el Señor no me hubiera ayudado, yo estaría en el país del silencio

-Cuando pienso que voy a tropezar, tu amor me sostiene Señor

 


El gran protagonista de estos salmos es Dios, permiten un diálogo personal con Él, sirven además para alcanzar un consuelo gracias al amor infinito de Dios y para sobrellevar los males e injusticias del día a día, también en el momento actual, donde una sociedad marcada por la <conciencia errónea> camina por senderos alejados de la verdad. Y en un mundo como éste, en un mundo marcado por el pecado,  el Papa Benedicto XVI aseveraba (Ibid):

“El Baricentro (en el sentido físico; equivalente al centro de masa) con el que gravita nuestra vida se caracteriza por estar aferrado al <yo> y al <sé> impersonal. Se debe de romper este lazo, abrirse a un nuevo amor que nos lleve a otro campo de gravitación y nos haga vivir así de un modo nuevo.

En este sentido, el conocimiento de Dios no es posible sin el don de un amor hecho visible; pero también el don debe ser aceptado…

 En las parábolas se manifiesta la esencia misma del Mensaje de Jesús y en el interior de las parábolas está inscrito el misterio de la Cruz”

 
 
Tenía toda la razón Benedicto XVI al hacer este razonamiento sobre el estado de salud de la sociedad actual. El centro de gravedad sobre el que se asienta la vida de hoy en día es el pecado, el desconocimiento del mal y sus consecuencias, la falta de discernimiento entre el bien y el mal. Cuántas veces escuchamos hablar, incluso a personas que se pueden considerar eruditas, sobre la naturaleza instintiva del hombre hacia el mal, como algo irremediable, imposible de evitar, teniendo en cuenta, eso dicen, que el hombre es podredumbre y como tal está abocado a la muerte sin remedio…Una especie de abatimiento y desamor se ha apoderado de las gentes, en una gran medida; son personas inocentes que no han escuchado hasta ahora más que quejas hacia sus semejantes e incitaciones hacia el egoísmo del <yo>, por encima de todo. El relativismo ha hecho mella en las sociedades de los últimos siglos, en las que todo <sé> puede considerar adecuado con tal de que el <yo> lo considere oportuno…
El hombre ya no busca la verdad absoluta, no debe buscarla, no busca al Dios verdadero, no debe buscarlo, debe  conformase con otros pequeños dioses falsos; éstas son  ideas muy defendidas por los intelectuales y líderes en los últimos siglos de la historia de la humanidad.
Son más cómodos otros dioses, por ejemplo, aquellos individuos que destacan en el deporte, en la política, en las artes, en los medios de comunicación etc.

 


La <conciencia errónea>, ha acampado a sus anchas en este siglo XXI aunque éste es un mal que viene de lejos, casi se podría decir: desde que el hombre fue creado y se dejó tentar por el demonio.

El Papa Benedicto XVI apreció en su totalidad el daño que puede provocar en los hombres la situación de una <conciencia errónea> cuando analizaba el contenido de una parábola del Señor, concretamente la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18, 10-15):
“Dos hombres fueron al templo a orar; uno era fariseo y el otro publicano/El fariseo, de pie, hacía en su interior esta oración: Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano; /yo ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo/ El publicano, por el contrario, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador/ Os digo que éste volvió a su casa  justificado, y el otro no/ Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”   

 


Benedicto XVI, se expresa en los siguientes términos en su libro <El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón>:
“En el Salmo (19) se contiene este aserto, siempre merecedor de ponderación: ¿Quién advierte sus propios errores? ¡Líbrame de las culpas que no veo!... Dejar de ver las culpas, el enmudecimiento de la voz de la conciencia en tantos ámbitos de la vida, es una enfermedad espiritual mucho más peligrosa que la culpa, si uno está aún en condiciones de reconocerla como tal.
Quién ya es incapaz de percibir que matar es pecado, ha caído más bajo que quién todavía puede reconocer la malicia de su propio comportamiento, pues se haya mucho más alejado de la verdad y la conversión.

No en vano, en el encuentro con Jesús, el que se auto justifica aparece cómo quién se encuentra realmente perdido. Si el publicano (de la parábola de Jesús), con todos sus innegables pecados, se haya más justificado delante de Dios que el fariseo con todas sus obras realmente buenas, eso no se debe a que, en cierto sentido, los pecados del publicano no sean verdaderamente pecados, ni a que las buenas obras del fariseo no sean verdaderamente buenas obras…
Esto tampoco significa, de ningún modo, que el bien que el hombre realiza no sea bueno ante Dios ni que el mal no sea malo ante Él, o carezca en el fondo de importancia. La verdadera razón de este paradójico juicio de Dios se descubre exactamente desde nuestro problema: el fariseo ya no sabe que también él tiene culpa. Se haya completamente en paz con su conciencia. Pero este silencio de la conciencia le hace impenetrable para Dios, y para los hombres. En cambio, el grito de la conciencia, que no da tregua al publicano, lo hace capaz de la verdad y del amor…

Por eso, Jesús puede obrar con éxito en los pecadores, porque como no se han ocultado tras el parapeto de la <conciencia errónea>, tampoco se han vuelto impenetrables a los cambios que Dios espera de ellos, al igual que de cada uno de nosotros. Por el contrario, él no puede obtener éxito con los <justos>, precisamente porque a ellos les parece que no tienen necesidad de perdón ni de conversión; su conciencia ya no les acusa, sino más bien los justifica”

 



Sí, cuando la conciencia del hombre se hace superficial, éste, como muy bien denuncia Benedicto XVI, no se libera en absoluto, por el contrario se esclaviza, haciéndose totalmente dependiente de las opiniones dominantes y caprichosas de la sociedad, casi siempre alejadas de la verdad. La renuncia a la verdad  del hombre de hoy le conduce por tanto, a la larga, a esa <conciencia errónea> que nada se pregunta y que se auto justifica, aun estando instalada en la mayor mentira, muy alejada incluso de la ley natural que el Creador ha inscrito en el corazón de todo ser humano…

Ciertamente Jesucristo, la Verdad absoluta, ha venido para salvar a los hombres, ha quemado sus culpas con el amor inmenso que le llevó a someterse a su Pasión y Muerte en la Cruz, y de esta Cruz se ha derivado para la humanidad una gran fecundidad, como la expresada por Jesús en su parábola del sembrador que hemos recordado anteriormente. En efecto, como dice Benedicto XVI (Jesús de Nazaret 2ª parte):

“Llama la atención la importancia que adquiere la imagen de la semilla en el conjunto del mensaje de Jesús. El tiempo de Jesús, el tiempo de los discípulos, es el de la siembra y la semilla. <El Reino de Dios> está presente como semilla. Vista desde fuera la semilla es algo muy pequeño. A veces ni se ve. El grano de mostaza -imagen del reino de Dios- es el más pequeño de los granos y, sin embargo, contiene en sí un árbol entero. La semilla es presencia del futuro que en ella está escondido, lo que va a venir.
Es promesa y presente en el hoy. El domingo de Ramos, el Señor ha resumido las diversas parábolas sobre las semillas y desvelado su pleno significado: <Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto> (Jn 12,24). Él mismo es el grano. Su <fracaso> en la Cruz supone precisamente el camino que va de los pocos a los muchos, a todos:





<Y cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí> (Jn 12,32)”

Por desgracia, como han sugerido todos los Pontífices de los últimos siglos, al hombre de hoy le ha costado y aun le cuesta volver al camino de la verdad, volver a discernir entre el bien y el mal, prefiere conformarse con los razonamientos que otros les dan…Volver a la fe de Cristo exige un comportamiento moral que muchos ya son incapaces de entender y mucho menos de aceptar. Sí, el Mensaje de Cristo, las enseñanzas de la Iglesia Católica, son ciertamente muy exigentes, mayores que la de otras religiones, pero Cristo  no engañaba nunca al respecto, ni a sus discípulos, ni a los hombres que le han escuchado a lo largo de la historia, por el contrario, como aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza) (Ibid):



“Los prepara con verdadera firmeza para todo género de dificultades internas y externas, advirtiendo siempre que ellos también pueden decidir abandonarle. Por lo tanto, si Él dice: ¡No tengáis miedo!, con toda seguridad no lo dice para paliar de algún modo sus exigencias.

Al contrario, con estas palabras confirma toda la verdad del Evangelio y todas las exigencias en él contenidas. Al mismo tiempo, sin embargo, manifiesta que lo que Él exige no supera las posibilidades del hombre, si el hombre lo acepta con disposición de fe, también encuentra la gracia, que Dios no permite que le falte, la fuerza necesaria para llevar adelante esas exigencias.

El mundo está lleno de pruebas de la fuerza salvífica y redentora, que los Evangelios anuncian con mayor énfasis que aquel con que recuerdan las obligaciones morales:

 
 



¡Cuántas son en el mundo las personas que atestiguan con su vida cotidiana que la moral evangélica es hacedera!  La experiencia demuestra que una vida humana lograda no puede ser  sino  como la de esas personas”