<He aquí que el mundo se fue
tras Él>. Esta frase tan significativa fue pronunciada, según el apóstol san
Juan (Jn 12, 12-19), por los fariseos al observar con que fervor y alegría recibía a Jesús,
una muchedumbre, a su llegada a Jerusalén. Jesús llegaba montado en un asnillo
según había anunciado el profeta
Zacarías (Zac 9, 9-10): “¡Alégrate sobremanera hija de Sión; grita
jubilosa, oh hija de Jerusalén! He aquí que tu rey llega a ti; es justo y
victorioso, humilde y montado sobre un asno, sobre un pollino cría de asna / Aniquilará
los carros de Efraím y la caballería de Jerusalén y haráse pedazos el arco
guerrero, y anunciará la paz a las naciones, y su dominio se extenderá de mar a
mar y desde el rio hasta los confines de la tierra”
Todos los Padres de la Iglesia y
los estudiosos de los Santos Evangelios han convenido en que estos versículos del profeta Zacarías son de naturaleza
cristológica, es decir que se refieren justo al momento en el que Jesús, el
Hijo del hombre, haría sus entrada triunfar en Jerusalén, muchos siglos
después, montando un pollino, para demostrar que el Rey de Israel, el Mesías,
no busca el brillo del mundo, y por eso su realeza viene expresada tan solo por
las aclamaciones de sus seguidores…
Por otra parte como podemos leer
en Antiguo Testamento, el Patriarca Jacob reunió a sus hijos para bendecirles
antes de morir y entre las muchas cosas que dijo les anunció también la llegada
del Mesías, y lo hizo con estas palabras (Gn 49, 10-11):
“No se retirará de Judá el cetro
ni de sus pies tampoco la bengala hasta que venga aquel cuyo es el mando y le
estén las naciones sometidas / el atará a la vid su jumentillo, y a la cepa, el
pollino de su asna. En vino lavara su vestidura y en sangre de uvas (teñirá) su
manto”
Tanto en el Antiguo Testamento
como en el Nuevo Testamento se anuncia la llegada de un Mesías sumamente
humilde pero cuyo reinado es universal, tal como nos recordaba el Papa
Benedicto XVI, en su libro <Jesús de Nazaret; 1ª Parte>:
“Se anuncia un rey pobre, un rey
que no gobierna con poder político y militar. Su naturaleza más íntima es la
humildad, la mansedumbre ante Dios Padre y ante los hombres. Esa esencia, que
lo contrapone a los grandes reyes del mundo, se manifiesta en el hecho de que
llega montado en un asno, la cabalgadura de los pobres, imagen que contrasta
con los carros de guerra que él rechaza.
Es el rey de la paz y lo es
gracias al poder de Dios Padre, no al suyo propio. Y hay que añadir otro
aspecto: su reinado es universal, abarca toda la tierra: <De mar a mar>:
detrás de esta expresión está la imagen del disco terrestre circundado por las
aguas, que nos hace intuir la extensión
universal de su reinado.
Con razón, pues, afirma Karl
Elliger que para nosotros <a través de la niebla se hace visible con
sorprendente nitidez la figura de Aquel…que ha traído realmente la paz a todo
el mundo, de Aquel que está por encima de toda razón, al renunciar en su
obediencia filial a todo uso de la violencia y padeciendo hasta que fue
rescatado del sufrimiento por el Padre, y que ahora construye continuamente su
reinado solamente mediante la palabra de la paz…>.Sólo así comprendemos todo el
alcance del Domingo de Ramos, entendemos a Lucas cuando dice (Lc 19, 30), de
modo parecido a Juan, que Jesús mandó a sus discípulos que le llevaran una
borrica con su pollino: <Eso ocurrió para que se cumpliera lo que los
profetas habían anunciado. Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey que viene a
ti, humilde, montado en un asno…> (Mt 21, 5; Jn 12, 15)”
Como sigue diciendo este Pontífice en su libro, en un gran número de textos bíblicos se puede reconocer lo que observamos en el relato del Domingo de Ramos, respecto a la realeza del Mesías. Sin duda Jesús es el rey de la paz, y como rey de la paz, hace añicos las fronteras existentes entre los hombres; nos invita a romper con las diferencias y malentendidos que surgen entre nosotros, cosa muy necesaria siempre y especialmente en tiempos de crisis... como ahora, a causa de la pandemia que asola al mundo.
En este sentido sigue diciendo el
Papa Benedicto XVI (Ibid): “Por un lado la palabra <Humilde> forma parte
del vocabulario del pueblo de Dios, del Israel que en Cristo se ha hecho
universal, pero al mismo tiempo es una palabra regia, que nos descubre la esencia de la nueva realeza de Cristo.
En este sentido, podríamos decir
que es una palabra tanto cristológica como eclesiológica, en cualquier caso,
nos llama a seguir a Aquel que en su entrada en Jerusalén a lomos de un asno
nos manifiesta toda la esencia de su reinado”
Es interesante también analizar
lo que ocurrió en la vida de Jesús antes de su entrada triunfal en Jerusalén,
próxima ya su Pasión, Muerte en la Cruz y Resurrección. En el Evangelio de san Juan se nos
narra, con todo lujo de detalles lo que sucedió con
anterioridad a estos terribles y luctuosos hechos (Jn 12, 1-11):
“Jesús, pues, seis días antes de
la Pascua vino a Betania donde se hallaba Lázaro, a quien Jesús había
resucitado de entre los muertos / Dispusieron, pues, en su obsequio una cena
allí, y Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con Él /
María, pues, tomando una libra de perfume de nardo legitimo de subido precio,
ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos, y la casa se llenó de la
fragancia del perfume / Dice, pues, Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el
que le iba a entregar: / ¿Po qué no se
vendió este perfume en trescientos denarios y se dio a los pobres? / Dijo esto
no porque le importasen los pobres, sino porque era ladrón, y como guardaba la
bolsa, hurtaba lo que en ella se echaba / Dijo, pues Jesús: <Déjala que lo
haya guardado para el día de mi sepultura / Porque a los pobres siempre los
tenéis con vosotros, mas a mí, no siempre me tenéis /
Enteróse, pues, la turba numerosa de los judíos de que estaba allí, y vinieron no por Jesús solamente, sino también por ver a Lázaro a quien había resucitado de entre los muertos / Y resolvieron los sumos sacerdotes matar también a Lázaro / muchos de los judíos, a causa de él, se iban y creían en Jesús”
Verdaderamente el milagro realizado por el Señor al resucitar a su amigo Lázaro fue la gota que colmó el vaso de rencor y miedo de los sumos sacerdotes y fariseos los cuales convocaron el sanhedrín, al razonar así (Jn 11, 47-53):
“¿Qué hacemos? Pues ese hombre
obra muchas maravillas / si le dejamos así, todos creerán en Él, y vendrán los
romanos y arruinarán nuestro templo y nuestra nación / Uno de ellos, Caifás, que era aquel año sumo
sacerdote, les dijo: <Vosotros no sabéis nada / ni reflexionáis que os
interesa que muera un solo hombre por el pueblo y que no perezca toda la nación>
/ Esto dijo no por su propio impulso, sino que como era sumo sacerdote aquel
año, profetizó que Jesús había de morir por la nación / y no por la nación
solamente, sino para que los hijos de Dios que estaban dispersos los juntase en
uno / A partir, pues, de aquel día,
resolvieron hacerle morir”
Caifás de forma brutal expresa lo
que había en el corazón de todos los allí reunidos e invoca una razón de estado
para atropellar la justicia, olvidando que la justicia atropellada, al fin y a
la postre acaba arruinando a los estados… Además, obró inconscientemente como un instrumento
de Dios, ya que probablemente movido por un impulso profético dada
la situación del momento, no por el carisma de la verdadera profecía (según
santo Tomás), dio a entender que Jesús había de morir no solo por los judíos
sino por toda la humanidad…
En efecto, como nos recordaba el
Papa Benedicto XVI en su libro <Jesús de Nazaret> (Ibid): “El Evangelio de Juan refiere que
Jesús celebró tres fiestas de Pascuas durante el tiempo de su vida pública: una
primera en relación con la purificación del templo; otra con ocasión de la
multiplicación de los panes; y finalmente, la Pascua de la Muerte y la
Resurrección…
Los evangelistas sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) han transmitido información solamente de una Pascua: la de la Cruz y la Resurrección; concretamente para Lucas, el camino de Jesús se describe casi como un único subir en peregrinación desde Galilea hasta Jerusalén…

La última meta de esta
<subida> de Jesús es la entrega de sí mismo en la Cruz, una entrega que
reemplaza los sacrificios antiguos; es la subida que la Carta a los Hebreos
califica como un ascender, no ya a una tienda hecha por mano de hombre, sino al
cielo mismo, es decir a la presencia de Dios Padre (Heb 9, 24). Esta ascensión
pasa por la Cruz, es la subida hacia el <amor hasta el extremo> (Jn 13,
1), que es el verdadero monte de Dios”