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domingo, 26 de junio de 2016

JESÚS DABA INSTRUCCIONES A SUS APÓSTOLES



De cualquier forma estos dos conceptos: destrucción y Parusía, no parecen incompatibles o dos hecho inconexos, porque por una parte la destrucción se presenta realmente como una imagen simbólica de lo que será la Parusía; es como la inauguración o primer acto del juicio  de Dios sobre los hombres. Por eso, la destrucción y la Parusía forman como un todo que anuncia: la segunda venida del Hijo del Hombre, del Mesías, con todas las consecuencias que ello supondrá para la humanidad.   
 
 
 
Por otra parte Jesús, también advierte a sus apóstoles respectos a los peligros que pueden sufrir al anunciar el Evangelio, por parte de aquellos que desean llevarlos a arruinar no solo el cuerpo, sino el alma, lo que supondría el terrible castigo de la gehena (infierno) (Mt 10, 28): <Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero el alma no la pueden matar; sino temed más bien al que puede arruinar alma y cuerpo en la gehena>


El Señor con sus palabras está anunciando y precaviendo a sus Apóstoles respecto a las persecuciones que habrán de sufrir por su causa, es decir, por realizar la labor evangelizadora que les está encomendando, y les menciona el infierno como el mal terrible que mata el cuerpo y el alma.

Recordemos que ya los antiguos Concilios de la Iglesia rechazaban la idea de que el mundo sería regenerado después de su destrucción, y toda criatura se salvaría (apocatástasis final), entre otras cosas, porque esta teoría hace desaparecer de forma indirecta el concepto de <infierno>.

Nuestro Señor Jesucristo nos habló del infierno, pero también de la gloria, en definitiva se sirvió de los <Novísimos> para hacernos comprender la necesidad de reflexionar sobre ellos si deseamos la salvación de nuestra alma, pero la pregunta que surge en el momento actual, cuando la sociedad se debate entre un materialismo innegable y un nihilismo avasallador, que ha llevado  a un relativismo atroz e incluso a la negación de Dios es:  
¿Será posible todavía que los hombres se sientan motivados por las penas del infierno y los bienes de la gloria, para seguir luchando por el Reino de Dios?

 
 
 
 


De hecho, el hombre de la civilización actual se ha hecho poco sensible a las <cosas últimas>. Por un lado, a favor de tal insensibilidad actúan la secularización y el secularismo, con la consiguiente actitud consumista, orientada hacia el disfrute de los bienes terrenos. Por otra parte, ha contribuido a ella los infiernos temporales, ocasionados en los dos últimos siglos.
Así pues, la escatología se ha convertido en cierto modo en algo extraño al hombre contemporáneo, especialmente en nuestra civilización. Esto, sin embargo, no significa que se haya convertido en completamente extraña la fe en Dios como Suprema Justicia; la esperanza en Alguien que, al fin, diga la verdad sobre el bien y sobre el mal.

 
 
 
 
Ningún otro, solamente Él, podrá hacerlo. No obstante, los hombres de nuestro siglo siguen teniendo esta convicción, los horrores de nuestro siglo no han podido eliminarla: <<Al hombre le es dado morir una sola vez, y luego el juicio>> (Heb.9, 17).


Esta convicción constituye además, en cierto sentido, un denominador común de todas las religiones monoteístas, junto a otras. Si, el Concilio (Vaticano II) habla de la índole escatológica de la Iglesia peregrina, y se basa también en este conocimiento.

Dios que es justo Juez, el Juez que premia el bien y castiga el mal, es realmente el Dios de Abraham, de Isaac, de Moisés, y también de Cristo, que es Su Hijo. Este Dios es en primer lugar Amor. No solamente Misericordia, sino Amor  (Cruzando el umbral de la esperanza. Papa San Juan Pablo II. Editado por Vittorio Messori. Círculo de lectores)"


 
 
De cualquier forma, aunque el Concilio Vaticano II nos ha hablado de la índole escatológica de la Iglesia peregrina, lo cierto es que para el hombre de hoy,  mencionar conceptos como:  Novísimos (muerte, infierno, purgatorio y gloria), o  Parusía (plenitud de los tiempos), puede ser algo que le es indiferente, o algo que por el contrario le produce escalofríos y por eso  prefiere no hablar sobre ellos...

Sin embargo  el Papa Benedicto XVI, no pensaba así y por eso,  en cierta ocasión, se manifestaba sobre estas cuestiones con claridad  (La sal de la tierra Quién es y cómo piensa Benedicto XVI. Una conversación con Peter Seewald. Libros Palabra 2009):

“La historia de la humanidad parece haber entrado en la sexta y última fase de su edad. Esta idea no cambió hasta la época moderna. Pero en el Renacimiento se abre por primera vez  la idea de que la época que estaba comenzando fuese el nuevo inicio de la historia, que lo de antes no fuera sino la edad sexta... por fin la historia podía comenzar a ir hacia adelante.

Esta idea se unió después al descubrimiento de que las dimensiones temporales del mundo eran mucho más amplias, que el universo y la historia de la humanidad no habían durado 6000 años, sino un tiempo incalculable. Así que el concepto de tiempo final, de algún modo, desapareció, y el tiempo se dilató, por así decir, más allá de cualquier límite.
Pero esta visión bíblica y la concepción de los Padres de que en el fondo de todo subyace un esquema temporal que corresponde con las seis edades, y cada una de ellas correspondería aproximadamente a mil años, habría que considerarla de nuevo bajo el punto de vista de la cultura actual.

Deberíamos estudiar e interpretar nuevamente, en este contexto, la idea fundamental de la Biblia, de que la historia entra en su fase última y definitiva con la venida de Cristo”

 
 
 
 
EL futuro Papa se refería con esta  palabras al hecho de que la Parusía no se aproxima por la simple suma de milenios, sino que gracias a la primera venida del Mesías, los hombres se encuentran en camino hacia Dios que es su fin natural...

Ese camino ya sabemos que no es un camino sembrado de rosas sino de espinas, la historia de la humanidad así lo ha demostrado  siempre, pero sin embargo contamos con el infinito amor de Dios, tal como Jesús se encargó de recordar a sus apóstoles constantemente, y por extensión a todos sus seguidores a lo largo de los siglos, para que no se hundieran en la apatía, o en el miedo al  natural enemigo del hombre, el demonio, presente en el mundo desde el principio...

Recordemos también que el Señor, les hablaba a sus Apóstoles, aquellos que él había elegido para que difundieran su Mensaje después de su vuelta al Padre, con estas palabras (Mt  10, 33-38):

"Todo aquel, pues, que se declare por mí ante los hombres, también Yo me declararé por él ante mi Padre, que está en los cielos / más quién me niegue a mí entre los hombres, también yo le negaré a él ante mi Padre, que está en los cielos / No os imaginéis que he venido a poner paz sobre la tierra; no vine a poner paz sino espada / Porque vine a separar al hombre contra su padre, y a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra / y los enemigos del hombre serán los de su casa / Quien ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí"
 
 
 
 
 



En cuanto a la paz de la que habla el Señor se refiere, como es obvio, a las situaciones de enfrentamiento que se podrían producir, en el mismo seno familiar, por su causa, ya que no todos los hombres aceptarían la Palabra de Dios...
Ante semejantes palabras de Jesús  surge la pregunta: ¿Puede Dios siendo infinitamente bueno, condenar para siempre al hombre pecador a la pena del infierno?

El Papa San Juan Pablo II  respondió a ella,  con otra pregunta: ¿Puede Dios que ha amado tanto al hombre, permitir que éste Lo rechace hasta el punto de querer ser condenado a perennes tormentos?  (Cruzando el umbral de la esperanza. Ibid).

 
 
 
 
Por otra parte, la existencia o no de un lugar en el que el hombre debería pagar por sus pecados, es un problema que ha permanecido presente en todas las civilizaciones a lo largo de los siglos, pero quienes serán merecedores de este mal eterno, es un misterio inalcanzable para la mente humana que oscila entre la <santidad de Dios> y la <conciencia del hombre>, (Papa San Juan  Pablo II. Cruzando el umbral de la esperanza. Ibid).


Recordemos además, que Jesús refiriéndose concretamente al <Juicio final>,   pronuncio estas palabras (Mat 25, 41-46):
"Apartaos de mí, vosotros los malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles / Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber / peregrino era, y no me hospedasteis; desnudo y no me vestisteis; enfermo y en prisión, y no me visitasteis / Entonces responderán también ellos, diciendo: <Señor, ¿ cuándo te vimos hambriento o sediento, o peregrino o desnudo, o enfermo y en prisión, y no te asistimos?> / Entonces les responderá diciendo: <En verdad os digo, cuando dejasteis de hacerlo con uno de estos más pequeñuelos, también conmigo lo dejasteis de hacer /E irán éstos al tormento eterno, más los justos, a la vida eterna"


¿Verdaderamente la humanidad está preparada en el momento actual de la historia para asumir estas palabras de Cristo? Alguno contestara: No lo sabremos, <hasta que venga el Hijo del hombre>... Algunos otros, puede que  se pregunten: ¿Pero cuando sucederá realmente todo esto?...

Se ha sobrepasado el año 2000 y esto no ha ocurrido, como algunos también llegaron a pensar…No podemos saberlo, porque ya lo dijo el Señor: <No conocemos ni el día ni la hora>.
Especulaciones en este sentido sería tanto como ir en contra de la palabra de Jesús. Ahora bien, lo cierto es, tal como aseguraba, en su día, el que sería futuro Papa, Benedicto XVI  (Ibid):

 
 
 
 
“El Señor retorna con certeza cuando le abrimos nuestra memoria y, en ese sentido, siempre tenemos retornos de Cristo para hacerse presente en la historia. Pero para esa cuestión de cuando acontecerá su segunda y definitiva venida en la historia, cuando entrará definitivamente en ella para tomarla en sus manos, no tenemos respuesta, ni tampoco podemos calcular el tiempo. Lo único que queremos y podemos hacer es prepararle el camino para que venga a nuestro tiempo, abriéndole nuestro interior”

A pesar del excelente consejo de Benedicto XVI, ésta es la hora, en la que el hombre moderno no se ha concienciado aún, de que debe abrir ese camino a la entrada de Cristo para preparar su acceso al siglo XXI, tan necesitado, por otra parte, de que esto ocurra; es la hora en la que el hombre moderno se ha olvidado, en gran parte, de la Buena Noticia, esto es, del Evangelio.

El Evangelio quiere decir buena noticia, es una invitación a estar alegres… ¿Pero las sociedades de hoy en día se caracterizan por la alegría?  No, rotundamente no, se nota sobre todo entre muchos jóvenes de nuestro tiempo: pasotas, aburridos, increyentes...Pero ¿es culpa de ellos que esto esté sucediendo? No, rotundamente no, es consecuencia de una herencia recibida de sus mayores... 

 
 
 
 
Debemos sin embargo, ser justos y admitir, que no se puede generalizar y que todavía existe una gran parte de la juventud que sí está en el camino de la alegría, en el camino del Evangelio, de la Buena Noticia…

Y es que, en palabras del Papa San Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza; Ibid):

“El Evangelio es, antes que ninguna otra cosa, <la alegría de la creación>. Dios, al crear, ve que lo que ha creado es bueno (Génesis 1, 1-25), que es fuente de alegría para todas las criaturas, y en sumo grado para el hombre.

 
 
Dios Creador parece decir a toda la creación: <Es bueno que tú existas>. Y esta alegría Suya se transmite especialmente mediante la Buena Noticia, según la cual el <bien es más grande que todo lo que en el mundo hay de mal>. El mal no es ni fundamental ni definitivo. En este punto el cristianismo se distingue de modo tajante de cualquier forma de pesimismo existencial.
 
 
 
 
La creación ha sido dada y confiada como tarea al hombre con el fin de que constituya para él no una fuente de sufrimiento, sino para que sea el <fundamento de una existencia creativa en el mundo>.


Un hombre que cree en la bondad esencial de las criaturas está en condiciones de descubrir todos los secretos de la creación, de perfeccionar continuamente la obra que Dios le ha asignado. Para quien acoge la Revelación, y en particular el Evangelio, tiene que resultar obvio que es mejor existir que no existir; y por eso en el horizonte del Evangelio no hay sitio para ningún nirvana, para ninguna apatía o resignación.

Hay, en cambio, un gran reto para perfeccionar todo lo que ha sido creado, tanto a uno mismo como al mundo. Esta alegría esencial de la creación se completa a su vez con la alegría de la Salvación, con la alegría de la Redención. El Evangelio es en primer lugar una alegría por la salvación del hombre.
 
 
 


Durante la vigilia de la Pascua, la Iglesia canta como transportada: <O felix culpa, quae talem ac tantum habere Redemptorem>, (¡Oh feliz culpa, que nos hizo merecer un  gran tal Redentor! Exultet).

El motivo de nuestra alegría es pues tener la fuerza con la que derrotar el mal, y es recibir la filiación divina, que constituye la esencia de la Buena Noticia. Este poder lo ha dado Dios al hombre en Cristo. <El Hijo unigénito viene al mundo no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve del mal> (Jn 3, 17)”
 
 
 
 
En efecto, el evangelista San Juan, casi al inicio de su evangelio, nos presenta la conversación que Jesús mantuvo con Nicodemo, un magistrado de los judíos, miembro del sanedrín, que se siente atraído por el mensaje y sobre todo por los milagros realizados por el Señor, y que una noche se acercó a Éste, para interrogarle y saciar así su curiosidad, que no era malsana, sino todo lo contrario.


Por eso Jesús le acogió sin reservas y respondió a sus preguntas. No obstante la conversación no fue fácil, porque Nicodemo tenía, como es lógico, muchas limitaciones, para entender todas las revelaciones que Jesús le hacía sobre su persona, revelaciones que en aquellos momentos tenían un halo de misterio difícil de entender hasta para un hombre tan culto como el magistrado judío.

 
 


Y en un momento dado de la conversación es cuando Jesús llega a decir (Jn 3, 14-17):

"Y como Moisés puso en alto la serpiente en el desierto, así es necesario que sea puesto en alto el Hijo del hombre, / para que todo el que crea en Él, alcance la vida eterna / Porque así amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito, a fin de que de que todo el que crea en Él no perezca, sino que alcance la vida eterna / Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él"

 
 
 
 
Son Palabras que ahora tenemos muy claras los cristianos, después de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, pero en cambio, no podemos terne tan claro como será la situación moral del pueblo de Dios cuando llegue el <final de los tiempos>, ni que sucederá: <Cuando  venga por segunda vez, el Hijo del Hombre>

En este sentido, recordemos las palabras del Papa San Juan Pablo II  (Ibid): “La oración del Papa tiene una dimensión especial. La solicitud por todas las Iglesias impone cada día al Pontífice peregrinar por el mundo entero rezando con el pensamiento y con el corazón. Queda perfilada así una especie de geografía de la oración del Papa. Es la geografía de las comunidades, de las Iglesias, de las sociedades y también de los problemas que angustian al mundo"