Se trata de una pregunta que muchos hombres se han realizado en siglos pasados y que también ahora sigue atormentando a muchos seres humanos. El Apóstol San Pablo respondió a esta pregunta acuciante que algunos creyentes ya por entonces se realizaban.
Concretamente en su primera Carta a los Corintios, ante la errada negación de la resurrección de los muertos, por parte de algunos miembros de aquella comunidad, abiertamente manifestó que ello era tanto como negar la Resurrección de Cristo, de la cual daban fe sus Apóstoles que la habían presenciado, y que además implicaría hacer vana la fe y la predicación de Cristo como primicia de los que han muerto (I Co 15, 12-20):
-Si se anuncia que Cristo ha
Resucitado de entre los muertos ¿Cómo dicen algunos de vosotros que no hay
resurrección de los muertos?
-Pues bien: si no hay
resurrección de los muertos, tampoco Cristo ha Resucitado.
-Pero si Cristo no ha Resucitado,
vana es nuestra predicación y vana es también vuestra fe;
-más todavía: resultamos unos
falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra Él, diciendo que
ha Resucitado a Cristo…
-Pero Cristo ha Resucitado de
entre los muertos y es primicia de los que han muerto
Como manifestó el Papa Benedicto XVI, sobre este tema tan importante de la fe cristiana (Jesús de Nazaret 2ª Parte):
“La Resurrección de Cristo es un
acontecimiento universal o no es nada, como viene a decir San Pablo. Y sólo si lo entendemos como un
acontecimiento universal, como inauguración de una nueva dimensión de la existencia
humana, estamos en el camino justo para interpretar el testimonio de la Resurrección en el Nuevo Testamento”
Sí, después de la muerte, existe
vida, y vida eterna porque la <resurrección de la carne> significa que
<después de ésta, no habrá vida solamente
del alma inmortal, sino que también nuestros cuerpos mortales volverán a
tener vida> (Catecismo de la Iglesia Católica; nº
989):
“Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha Resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo Resucitado y que Él les resucitará en el último día (Jn 6, 39-40). Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad”
San Pablo es el Apóstol que más
ha recordado en sus Cartas, esta doctrina de la Iglesia, para que los hombres,
de todos los tiempos, tuviéramos esperanza plena en la misma, y así, en su Carta
dirigida a los Romanos, cuando les
enseñaba que toda la existencia cristiana debe estar orientada al encuentro
definitivo con el Señor, y que ello supondría la participación plena en el gran
misterio de la Muerte y Resurrección de
Cristo, se expresaba en los siguientes términos (Rm 8, 8-11):
-Los que están en la carne no
pueden agradar a Dios.
-Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros; en cambio, si alguien no posee el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
-Pero si Cristo está en vosotros,
el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia
-Y si el Espíritu del que
Resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de
entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales,
por el mismo Espíritu que habita en vosotros
Desde el punto de vista histórico,
la primera Carta a los moradores de Corinto, es probablemente una de las más
interesantes, escritas por san Pablo en el sentido de que en ella, mejor que en otras, se transluce el
estado de las Iglesias primitivas, con sus problemas, pero también con sus
virtudes. Casi dos años tuvo que emplear el
Apóstol para evangelizar a sus gentes, pero no fue tiempo en balde, porque
logró fundar una Iglesia pujante que dio grandes frutos, a pesar de la
corrupción de las costumbres de algunos sectores de la población, y la
oposición de ciertos grupos de judíos no creyentes presentes entre ellos en
aquellos tiempos.
Los primeros años de esta Iglesia
fueron extraordinarios, pero más tarde, surgieron dificultades a causa de los
lamentables abusos de algunos de sus feligreses. Enterado el Apóstol de la
situación, les escribió esta carta para tratar de animar a
la comunidad y remediar los graves
problemas surgidos entre sus componentes, y al mismo tiempo asegurarles que igual que Cristo Resucitó, los hombres resucitaríamos por su poder (I Co 6, 17-20):
-Huid de la inmoralidad. Cualquier pecado que cometa el hombre queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica peca contra su propio cuerpo.
-¿Acaso no sabéis que vuestro
cuerpo es el templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis
recibido de Dios? Y no os pertenecéis,
-pues habéis sido comprados a
buen precio. Por tanto ¡glorificad a Dios con vuestros cuerpos! Ya el judaísmo tradicional prohibía las relaciones sexuales fuera del matrimonio, y para los cristianos bautizados la castidad es un tema esencial. Como decía San Pablo <el cristiano se ha revestido de Dios> (Ga 3, 27), modelo de toda castidad.
Por eso, tras la recepción del Sacramento del Bautismo, el cristiano se compromete, por sí mismo, o por sus representantes en el caso de los niños, a dirigir su afectividad en castidad. Desgraciadamente esta verdad tan esencial ha sido obviada y aún olvidada o desconocida por grandes sectores de la sociedad, en todos los países del mundo, en cualquier momento de la historia de la humanidad.
Estas cosas las sabían los antiguos estupendamente, cuando todavía recordaban las enseñanzas de Cristo y la evangelización de sus Apóstoles, aunque también éstos, como le ocurrió a San Pablo tuvieron graves problemas al realizar la misión que el Señor les había encomendado.
Así por ejemplo, una serie de graves incidentes dentro de la comunidad cristiana de Corinto, pusieron incluso en <tela de juicio>, la autoridad del Apóstol para proclamar la Palabra de Dios.
San Pablo, justamente ofendido y sobre todo muy preocupado por aquellas gentes tan queridas, y evangelizadas por él en tiempos no tan lejanos, les escribió una nueva Carta, tratando de poner <orden y concierto>; en ella destaca su clásico estilo apocalíptico, y finaliza su misiva con una serie de amonestaciones, recordándoles: que él es ministro de Cristo, y que como Cristo fue Resucitado, así también su ministro vive por la fuerza de Dios y posee la fuerza del Señor (II Co 13, 2-4):
-Repito ahora, ausente, lo que dije en mi segunda visita a los que pecaron antes y a todos en general: que cuando vuelva no tendré miramientos,
-tendréis la prueba que buscáis
de que Cristo habla por mí; y él no es débil con vosotros, sino que muestra su
fuerza en vosotros.
-Pues es cierto que fue
crucificado por causa de su debilidad, pero ahora vive por la fuerza de Dios.
Lo mismo que nosotros: somos débiles por él, pero vivimos con él por la fuerza
de Dios para vosotros
Son palabras del Apóstol
dirigidas a una Iglesia, en cierta medida, muy parecida a la nuestra, ya en el tercer milenio de la venida del
Señor. Sería bueno, por tanto, que como aquellos fieles, también nosotros, escucháramos
su testimonio, sus consejos y su anuncio escatológico (II Co 4, 13-15):
-Teniendo el mismo espíritu de
fe, según lo que está escrito: <Creí, por eso hablé>, también nosotros creemos y por eso hablamos;
-sabiendo que quién Resucitó al Señor también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante Él.
-Pues todo esto es para vuestro
bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento,
para gloria de Dios
Un cariz completamente distinto
tiene la Carta que San Pablo dirigió a los Filipenses, un pueblo que siempre
gozó de su afecto y reconocimiento. La Iglesia de Filipos (ciudad de
Macedonia), fue
la primera Iglesia fundada por San Pablo en el Continente europeo, y
quizás por eso, tuvo siempre gran
predilección por la misma, lo que explica también el hecho de que, años después,
esta comunidad contribuyera con sus donativos a paliar las necesidades del
Apóstol retenido por entonces, en contra de su voluntad, en Roma.
En tales circunstancias les envió una Carta de agradecimiento, mencionándoles cariñosamente algunas de las prácticas religiosas necesarias para alcanzar la concordia y la caridad con los semejantes.
Para ello, empieza su misiva con una serie de exhortaciones previniéndoles contra las herejías de la época, recordándoles que la lucha contra el pecado nunca es en vano y que la esperanza de <resucitar de entre los muertos> siempre debe estar presente en el hombre creyente, en aquel que como él mismo, renunció a todo por Cristo (Fil. 3, 8-11):
En tales circunstancias les envió una Carta de agradecimiento, mencionándoles cariñosamente algunas de las prácticas religiosas necesarias para alcanzar la concordia y la caridad con los semejantes.
Para ello, empieza su misiva con una serie de exhortaciones previniéndoles contra las herejías de la época, recordándoles que la lucha contra el pecado nunca es en vano y que la esperanza de <resucitar de entre los muertos> siempre debe estar presente en el hombre creyente, en aquel que como él mismo, renunció a todo por Cristo (Fil. 3, 8-11):
-Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús. Por Él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo
-y ser hallado en Él, no con una
justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia
que viene de Dios y se apoya en la fe.
-Todo para conocerlo a Él, y la
fuerza de su Resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su
misma muerte,
-con la esperanza de llegar a la
resurrección de entre los muertos.
Gran misterio es, que la
<corruptibilidad se revista de incorruptibilidad>, y que lo que es
<mortal se revista de inmortalidad>, como decía San Pablo (I Co 15, 50-58), recordando la muerte y Resurrección de Cristo.
No obstante, ya en la antigüedad el profeta Isaías se expresaba en los siguientes términos (Banquete del Señor 25, 6-9):
-Preparará el Señor del Universo
para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un
festín de vinos de solera; manjares exquisitos vinos refinados.No obstante, ya en la antigüedad el profeta Isaías se expresaba en los siguientes términos (Banquete del Señor 25, 6-9):
-Y arrancará en este monte el
velo que cubre a todos los pueblos, el lienzo extendido sobre todas las
naciones
-Aniquilará la muerte para
siempre. Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y alejará
del país el oprobio de su pueblo <lo ha hecho el Señor>
-Aquel día se dirá: <Aquí está
nuestro Dios. Esperamos en él y nos ha salvado. Este es el Señor en quien
esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación…>
Nadie sabe cuando sucederán estas cosas
pero como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica: <Creer en
ellas han sido desde el comienzo elementos esenciales de la fe cristiana>,
porque como recordábamos antes, San Pablo advertía (I Co 15, 18-19): <Si se
predica que Cristo ha Resucitado de entre los muertos ¿Cómo dicen algunos que no hay resurrección de los muertos?...>
En este sentido, recordemos de nuevo, que la resurrección de la carne es un misterio revelado, a través de los siglos, por Dios a su pueblo, y que más concretamente en la época en que vivió Jesús algunas sectas como la de los fariseos se encontraban ya esperanzadas en la resurrección de la carne.
Sabemos también, que Jesús habló en numerosas ocasiones sobre este misterio, como pone de relieve el Apóstol San Marcos en su Evangelio, cuando el Señor respondía a una pregunta insidiosa de los saduceos (no creían en la resurrección), sobre la pertenencia de una mujer que hubiera estado casada sucesivamente con siete hermanos tras la muerte de cada uno de ellos.
En realidad la pregunta de estos saduceos, teóricamente posible desde el punto de vista de la ley del levítico, trataba de ridiculizar las enseñanzas de Jesús sobre la resurrección de los muertos, y por eso, el Señor dándose cuenta enseguida de sus perversas intenciones les respondía así (Mc 12, 24-27):
-Estáis en un error, porque no
entendéis la Escrituras ni el poder de DiosEn este sentido, recordemos de nuevo, que la resurrección de la carne es un misterio revelado, a través de los siglos, por Dios a su pueblo, y que más concretamente en la época en que vivió Jesús algunas sectas como la de los fariseos se encontraban ya esperanzadas en la resurrección de la carne.
Sabemos también, que Jesús habló en numerosas ocasiones sobre este misterio, como pone de relieve el Apóstol San Marcos en su Evangelio, cuando el Señor respondía a una pregunta insidiosa de los saduceos (no creían en la resurrección), sobre la pertenencia de una mujer que hubiera estado casada sucesivamente con siete hermanos tras la muerte de cada uno de ellos.
En realidad la pregunta de estos saduceos, teóricamente posible desde el punto de vista de la ley del levítico, trataba de ridiculizar las enseñanzas de Jesús sobre la resurrección de los muertos, y por eso, el Señor dándose cuenta enseguida de sus perversas intenciones les respondía así (Mc 12, 24-27):
-Porque, en la resurrección, ni
los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en los
cielos.
-Y acerca de la resurrección de los muertos ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo le dijo Dios: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?
Pero no, porque la Resurrección de Cristo es la prenda cierta de la resurrección de los muertos y la <clave de bóveda> del cristianismo, tal como han manifestado en los últimos tiempos los Papas San Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Así por ejemplo este último, en la Audiencia General del 26 de marzo de 2008 aseguraba que:
“La muerte del Señor demuestra el
inmenso amor con que Él nos ha amado, hasta el sacrificio por nosotros; pero
solo su Resurrección es <prueba segura>, es certeza, de que lo que afirma
(Mc 12, 24-27), es verdad, que vale también para nosotros, para todos los
tiempos.
Al Resucitar, el Padre lo
glorificó. San Pablo escribe en su carta a los Romanos: <Si confiesas con tu
boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los
muertos serás salvo> (Rm 10,9).
Es importante reafirmar esta
verdad fundamental de nuestra fe, cuya verdad histórica está ampliamente
documentada, aunque hoy, como en el pasado, no faltan quienes de formas
diversas la ponen en duda o incluso la niegan.
El debilitamiento de la fe en la Resurrección de Jesús debilita, como consecuencia, el testimonio de los creyentes. En efecto, si falla en la Iglesia la fe en la Resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo Muerto y Resucitado, cambia la vida, e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos”
El debilitamiento de la fe en la Resurrección de Jesús debilita, como consecuencia, el testimonio de los creyentes. En efecto, si falla en la Iglesia la fe en la Resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo Muerto y Resucitado, cambia la vida, e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos”
Hermosas enseñanzas las
expresadas por Papa Benedicto XVI, el gran teólogo de la Iglesia, que tanto nos
ha ayudado a superar dudas y controversias en los tiempos que corren, pero es
verdaderamente doloroso comprobar la certeza de las mismas, porque aún entre
los mismos miembros de la Iglesia han surgido dudas y hasta extrañas teorías
que tratan de minimizar la importancia de la Resurrección de Cristo y aún la
niegan.
Muchas veces da la sensación de que ciertos estudiosos de las Sagradas Escrituras nunca hubieran leído los Evangelios, ni supieran nada de los testimonios dados por sus Apóstoles y posteriormente por los Padres de la Iglesia, respecto a este maravilloso suceso de la historia de la humanidad.
Realmente deberíamos dar gracias a Dios que nos dio la victoria sobre la muerte por nuestro Señor Jesucristo y repetir con San Pablo (I Co 15, 53-57):
Muchas veces da la sensación de que ciertos estudiosos de las Sagradas Escrituras nunca hubieran leído los Evangelios, ni supieran nada de los testimonios dados por sus Apóstoles y posteriormente por los Padres de la Iglesia, respecto a este maravilloso suceso de la historia de la humanidad.
Realmente deberíamos dar gracias a Dios que nos dio la victoria sobre la muerte por nuestro Señor Jesucristo y repetir con San Pablo (I Co 15, 53-57):
-Porque esto corruptible ha de vestirse de incorruptibilidad, y esto mortal de inmortalidad.
-¿Dónde está, ¡Oh muerte! tu victoria? ¿Dónde
está ¡Oh muerte tu aguijón!? (Os 13, 14)
-El aguijón de la muerte es el pecado
y la fuerza del pecado la ley.-Pero demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo.
“¿No es la certeza de que Cristo
Resucitó la que la que ha infundido valentía, audacia profética y perseverancia
a los mártires de todas las épocas? ¿No es el encuentro con Jesús vivo el que
ha convertido y fascinado a tantos hombres y mujeres, que desde los inicios del
cristianismo siguen dejándolo todo para seguirlo y poniendo su vida a servicio
de los Evangelios?
<Si Cristo no Resucitó, decía San Pablo, es vana nuestra predicación y vana también nuestra fe>.
Pero ¡Resucitó!”
<Si Cristo no Resucitó, decía San Pablo, es vana nuestra predicación y vana también nuestra fe>.
Pero ¡Resucitó!”