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domingo, 5 de enero de 2014

JESÚS Y EL MIEDO DE LOS HOMBRES (I)


 
 


Jesús a lo largo de su vida pública, pidió a sus discípulos, y por extensión a todos aquellos que escucharan y guardaran su Palabra, que <no tuvieran miedo>; concretamente  es el evangelista San Mateo el que con mayor profusión nos recuerda esta recomendación del Señor, referida a distintas ocasiones y causas, así, por ejemplo Jesús pidió que no tuviéramos miedo de <los hombres que matan el cuerpo, pero no el alma>, para significar la importancia del espíritu frente a la carne (Mt 10, 25-33):
"Si al amo llamaron Belcebú ¡Cuánto más a sus domésticos! / Así que no les cobréis miedo, pues no hay nada encubierto que no se descubra, ni nada escondido que no se dé a conocer / Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz del día, y lo que escucháis al oído pregonadlo desde las azoteas / Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero el alma no la pueden matar; sino temed más bien al que puede arruinar alma y cuerpo en la gehena"

 



Jesús había llamado a sus doce Apóstoles y les había autorizado para expulsar espíritus inmundos y curar cualquier tipo de enfermedad o de dolencia cuando les hablaba así, después de anunciarles que serían perseguidos por los tribunales y azotados en las sinagogas, por causa de su Persona.

Seréis odiados por todos, les decía, pero <el que persista hasta el final, se salvará>. Por otra parte, como nos dice el Señor a todos los creyentes, en este pasaje del Evangelio de San Mateo, <no hay nada encubierto que no se descubra, ni nada escondido que no se dé  a conocer>.

Este dicho proverbial, nos hace pensar que la <verdad>, que es Cristo y su Mensaje, rompiendo toda traba impuesta por el Maligno, se abre siempre paso, sin que nada pueda detener su caminar arrollador hacia el bien de la humanidad.

 


Como muy bien aseguraba el Pontífice Pio XI, el hombre tiene un alma espiritual e inmortal y derechos inalienables concedidos por su Creador (Carta Encíclica <Divini Redemptoris>. Promulgada el 19 de marzo del año 1937):

“El hombre tiene un alma espiritual e inmortal; es una persona, adornada admirablemente por el Creador, con dones de cuerpo y de espíritu, un verdadero microcosmos, como decían los antiguos, esto es, un pequeño mundo, pero excede en valor a todo el inmenso mundo inanimado. Dios sólo es su último fin, en esta vida y en la otra; la gracia santificante lo eleva al grado de hijo adoptivo de Dios y lo incorpora al reino de Dios en el Cuerpo místico de Cristo”

Cristo nos recuerda que no debemos tener miedo de aquellos que pretenden matar solamente el cuerpo y que temamos más bien a aquellos que pretendan matar el alma y el cuerpo. Ciertamente el hombre puede actuar contra sus prerrogativas materiales, y de hecho lo hace bajo la acción del maligno, pero cuando además atenta contra el derecho inalienable de alcanzar su fin último, esto es, su salvación, estamos ya ante <palabras mayores>, por decirlo con un lenguaje del pueblo.

Jesús nos pide que a esos hombres, sí les temamos, aunque por supuesto sin dejar de luchar por todas y cada una de las prerrogativas que Dios nos ha concedido (Papa Pio XI; Ibid):

<Derecho a la vida, a la integridad del  cuerpo, a los medios necesarios para la existencia y sobre todo derecho a tender al último fin por el camino trazado por Dios>

 
 


Jesús nos pide así mismo, que lo que escuchemos al oído de nuestro corazón, lo pregonemos desde las azoteas de la evangelización tal como nos recordaba el Papa Juan Pablo II (Carta Encíclica <Redemptoris Missio>. Dada en Roma en el año 1991):

“Toda persona tiene derecho a escuchar la <Buena Nueva> de Dios, que se revela y se da en Cristo, para realizar en plenitud la propia vocación. Es un derecho conferido por el mismo Señor, a todo hombre, por lo cual la humanidad puede decir junto con San Pablo que <Jesucristo nos amó y se entregó por nosotros>”

Las palabras del Señor <lo que os digo a oscuras, decidlo a la luz del día> implican  un deber y un derecho de evangelizar a las gentes siempre y en todo lugar, porque  lo cierto es que jamás se debe olvidar que  por Cristo todo cristiano tiene una función específica de ayudar a los hombres a encontrar  la  fe en  el Señor y en su Mensaje.

 


Ya lo dijo San Pablo: ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! (I Co 9, 16)

No olvidemos por otra parte, que el hombre es débil, inclinado al mal a causa del pecado original, y que por ello individualmente y socialmente necesita de una sujeción, de un freno:

“Hasta los pueblos bárbaros tuvieron ese freno en la ley natural, esculpida por Dios en el alma, de todo hombre. Y cuando esta ley natural fue mejor observada, se vio como antiguas naciones se levantaban a una grandeza que deslumbra aún, más de lo que convendría, a ciertos observadores superficiales de la historia humana.
Pero cuando del corazón del hombre se arranca hasta la idea mínima de Dios, las pasiones desbordadas les empujarán necesariamente a la barbarie más feroz” (Pio XI; Ibid )

 
Son palabras proféticas de un Papa, que vivió en el siglo pasado, que  se cumplieron por desgracia en gran medida, y que  pronunció apoyándose en los hechos ocurridos antes y durante su Pontificado:
“Como triste herencia del pecado original, quedó en el mundo la lucha entre el bien y el mal, y el antiguo tentador nunca ha desistido de engañar a la humanidad con falsas promesas. Por eso en el curso de los siglos se han ido sucediendo una tras otras las convulsiones…

Pueblos enteros están en peligro de caer en una barbarie peor que aquella en la que aún yacía la mayor parte del mundo al nacer el Redentor” (Ibid)



No deben extrañarnos estos razonamientos, que pueden parecer  hasta duros,  del Papa Pio XI, porque él vivió durante una época de la historia muy desgraciada para la humanidad, puesto que habiendo salido de una confrontación armada a nivel mundial, se estaba ya fraguando la que fuera <Segunda Guerra mundial>, tan terrible o más que la primera. 
Este Papa, a pesar de todas las dificultades de su Pontificado, dio la talla desde el primer momento utilizando la radio, recientemente inventada por el científico Marconi, para que su voz se expandiera a todos los Continentes con un ruego angustioso por la paz y la reconciliación en Cristo Jesús.
Precisamente el lema de su Papado fue <la paz de Cristo en el reino de Cristo>; de esta forma trató de evitar el eminente estallido de una nueva confrontación bélica a nivel mundial.

Instituyó también la fiesta de Cristo Rey, para recordar a todos los hombres el amor y adoración que deben al Mesías, el Hijo de Dios, y por ello, el Papa Benedicto XVI  quiso que la clausura del <año de la fe>, por él proclamado, fuera celebrado precisamente coincidiendo con dicha festividad.



El Papa Francisco en total consonancia con su antecesor en la silla de Pedro ha celebrado hace muy poco tiempo dicha clausura, con una misa a la que han acudido gentes de todos los países y creencias y en su Homilía ha recordado a toda su grey el hecho primordial de que para los cristianos, Cristo debe ser el Centro de su devoción y de sus vidas.


Fueron muchas las Cartas Encíclicas que el Papa Pio XI escribió para advertir a los líderes de  las Naciones  de su época, de una u otra tendencia política, de los errores y desviaciones que se estaban produciendo de las leyes Divinas, de tal suerte que se ganó  el rechazo de muchas gentes…Desafió al Mundo, se puede decir, para lograr <la paz de Cristo en el reino de Cristo>.
 


Por su parte el Papa Juan Pablo II utilizó, así mismo, la exclamación del Señor: ¡No tengáis miedo! Se puede decir que de hecho fue como un ejemplo de su Pontificado, y así en la Homilía que pronunció al inicio de su Papado oró en los términos siguientes:
“¡Oh Cristo! ¡Haz, que yo me convierta en servidor, y lo sea, de tu potestad! ¡Servidor de tu dulce potestad! ¡Servidor de tu potestad que no conoce ocaso! Más aún siervo de tus siervos”


Y a continuación dijo las significativas palabras:

 
 
 
“¡Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo de aceptar su potestad!    
¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo ¡No tengáis miedo! Cristo conoce <lo que hay dentro del hombre> ¡Solo Él lo conoce! “


Ciertamente el Hijo del hombre y solamente Él, conoce lo que hay en el interior del corazón del ser humano, y por eso nos dice con insistencia que ¡No tengamos miedo! Y sobre todo que  no tengamos miedo de Él, como les dijo a sus apóstoles según el Evangelio de san Marcos (Mc 6, 45-51):
"Enseguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida, mientras él despedía a la gente / Y después de despedirse de ellos, se retiró al monte a orar / Y cuando hubo anochecido, estaba la barca en alta mar, y Él sólo en tierra / Y como viese que se fatigaban en el empeño de avanzar, porque el viento les era contrario, hacia la cuarta vigilia de la noche, viene a ellos caminando sobre el mar, y les iba ya a pasar de largo / Ellos, como le vieran que caminaba sobre el mar, creyeron que era un fantasma, y se pusieron a gritar / porque todos le vieron y se alborotaron. Más él enseguida habló con ellos, y les dice: <Tened buen ánimo, soy yo, no tengáis miedo / Y subió a la barca con ellos, y amainó el viento. Y estaban desmesuradamente atónitos mirándose unos a otros"

 
Este milagro tuvo lugar inmediatamente después, según San Marcos, del milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, pero como el mismo evangelista asegura los discípulos no habían entendido del todo el significado del mismo (Mc 6, 52):


"Pues no se habían dado cuenta cabal de lo acaecido con los panes, sino que su corazón estaba embotado"

Si, sus corazones estaban endurecidos, y no habían entendido todavía la grandeza de la figura de su Maestro, por falta de fe, y seguramente también, a causa de la rudeza de la vida en el mar que anteriormente habían llevado. Es en este momento cuando quizás ellos empezaron a comprender que se encontraban ante la presencia del Creador y de ahí su santo temor y su sorpresa, tal como analiza el Papa Benedicto XVI en su libro <Jesús de Nazaret>:
“Tras la multiplicación de los panes, Jesús dice a los discípulos que suban a la barca y se dirijan a Betsaida; pero él se retira al monte para orar. Cuando la barca se encuentra en medio del lago, se levanta una fuerte tempestad que impide a los discípulos avanzar. El Señor, en oración, los ve y se acerca a ellos caminando sobre las aguas. Se puede comprender el susto de los discípulos al ver a Jesús caminando sobre las aguas: <se habían sobresaltado (alborotado) y se pusieron a gritar>. Pero Jesús les dice sosegadamente: <Animo, soy yo, no tengáis miedo.

A primera vista, este <soy yo> parece una simple fórmula de identificación con que Jesús se da a conocer intentando aplacar el miedo de los suyos. En efecto, Jesús después se sube a la barca y el viento se calma. El detalle curioso es que entonces los discípulos se asustaron de verdad: <estaban desmesuradamente atónitos mirándose unos a otros>. ¿Por qué? En todo caso, el miedo de los discípulos provocado inicialmente por la visión de un fantasma, se ve aumentado y llega a su culmen precisamente en el instante en que Jesús sube a la barca y el viento se calma repentinamente”

 


Hasta aquí el relato que el Papa Benedicto hace de manera magistral de este acontecimiento en la vida del Señor, según el Evangelio de San Marcos. Pero el Santo Padre no se conformó con ello, sino que también nos dio una interpretación teológica muy digna de consideración  respecto a este hecho extraordinario, que implica la revelación de la presencia de Dios ó teofanía a aquellos hombres que lógicamente se llenaron de un santo temor:
“Se trata evidentemente, del típico temor <teofánico>, el temor que invade al hombre cuando se ve en la presencia directa de Dios…

Es el <santo temor de Dios> lo que invade a los discípulos. Andar sobre la aguas es algo ciertamente propio de Dios:
<Él sólo despliega los cielos y camina sobre la espaldas del mar>, se dice de Dios en el libro de Job (9,8). El Jesús que camina sobre las aguas nos es simplemente la persona que les resulta familiar; en Él reconocen los discípulos la presencia de Dios mismo…
Y del mismo modo el calmar la tempestad sobrepasa los límites de la capacidad humana y remite al poder de Dios. Así, en el clásico episodio de la <tempestad calmada>, los discípulos se dicen unos a otros: ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!>”


Según el Evangelio de San Marcos sucedió  que Jesús en otra ocasión les dijo a sus apóstoles (Mc 4, 35-41):
"<Pasemos a la otra orilla> / Y habiendo dejado la turba, le llevan consigo, tal como estaba, en la barca; y otras barcas le acompañaban / Y sobreviene una gran tempestad de viento, y las olas se echaban dentro de la barca, hasta el punto de inundarse ya la barca / Y él estaba en la popa sobre el cabezal durmiendo, y le despiertan y le dicen <Maestro ¿no te importa que nos vayamos a pique?
 
 


Y despertando se encaró con el viento y dijo a la mar: ¡Calla! ¡Enmudece! Y amainaron los vientos y sobrevino gran bonanza / Y quedaron sobrecogidos de gran temor, y se decían unos a otros: ¿Quién, pues, será éste, que aún el viento y el mar le obedecen? "

Este suceso de la <tempestad calmada>, tuvo lugar, según San Marcos, con anterioridad a lo que ocurrió, cuando el Señor <caminó sobre las aguas>, donde los discípulos empiezan a comprender que su Maestro es el Hijo de Dios, el Mesías prometido por los profetas en la antigüedad.

Por eso, sigue diciendo el Papa Benedicto XVI (Ibid):
“En este contexto el <soy yo>, tiene otro sentido: es más que el simple identificarse de Jesús; aquí  parece resonar también el misterioso <Yo soy> de los escritos de San Juan. En cualquier caso, no cabe duda de que todo el acontecimiento se presenta como una teofanía (revelación), como un encuentro con el misterio divino de Jesús, por lo que Mateo, con gran lógica, concluye (este mismo pasaje de la vida del Señor), con la adoración (a su persona) y las palabras de los discípulos: <Realmente este es el Hijo de Dios>”.

En efecto, en (Mt 14, 25-33) podemos leer refiriéndose al mismo pasaje de la vida del Señor:

"A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar / Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma / Jesús les dijo enseguida: ¡Animo soy yo, no tengáis miedo! / Pedro le contestó: Señor si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua / Él dijo, <Ven>. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús / pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: <Señor, sálvame> / Enseguida extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado? / En cuanto subieron a la barca amainó el viento / Los de la barca se postraron  ante él diciendo: <Realmente este es el Hijo de Dios>"

 



San Mateo completa este suceso de la vida de Jesús con una referencia exclusiva sobre Pedro (14, 28), el cual aparece como el prototipo del autentico discípulo, ya que inicialmente se fía de su Maestro y le pide que le haga caminar también sobre las aguas; sin embargo su fe todavía es débil y por eso se asusta ante la fuerza del viento, con todo, pide ayuda de nuevo al Señor y Él le salva. Es lo que a diario sigue ocurriendo cuando un pecador se arrepiente y reclama la ayuda de Dios. También en este pasaje del Evangelio de San Mateo, al igual que en el de San Marcos, aparece el <soy Yo> de Jesús con las características del <Yo soy> del Evangelio de San Juan.     

Ciertamente, en los escritos del Apóstol San Juan resuena en varias ocasiones la exclamación del Señor: ¡Yo soy!  Esto sucede, por ejemplo, con ocasión de su encuentro con una samaritana en el pozo de Sicar (Jn 4, 19-26).

 


A este respecto hay que tener en cuenta que la humanidad a través de  distintas manifestaciones religiosas, ha coincidido en afirmar, que Dios se identifica con el <Yo soy>. Más concretamente, en el libro del Éxodo, cuando se narra el encuentro de Moisés con la zarza que no se apaga, a la pregunta de cómo deberá llamar a Dios, si le interrogan sus paisanos israelitas, la respuesta fue: <Yo soy, me envía a vosotros> (Ex 3, 11-14). Por estas razones y otras igualmente concluyentes, Benedicto XVI al comentar el episodio de la vida de Jesús según el Evangelio de San Marcos, en el que anda sobre las aguas, asegura que cuando éste dice a sus discípulos <soy yo no tengáis miedo>, quiere significarles que es el Mesías, el Hijo del hombre, es decir Dios mismo, al igual que sucede en algunos pasajes del Evangelio de San Juan.

Si, fueron muchas las ocasiones en que Jesús les dijo a sus discípulos, y por extensión a todos los hombres de buena voluntad que escuchan su Mensaje: ¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo de mí! ¡Yo soy!  

Una ocasión digna de recordar es aquella  en la que tuvo lugar la <Transfiguración del Señor>, en el monte Tabor, en presencia de sus Apóstoles, Pedro, Santiago y Juan y que Jesús pareció anunciar con palabras misteriosas (Mc 9,1):

<En verdad os digo que hay algunos aquí presentes que no gustarán la muerte sin que antes vean  el reino de Dios venido en poder>

Así relató San Marcos esta nueva teofanía o presencian viva de Dios (Mc 9, 2-10):



"Y seis días después toma consigo Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, y sube con ellos solos a parte a un monte elevado. Y se transformó delante de ellos; y sus vestiduras tornaron centelleantes, blancas en extremo, cuales ningún batanero sobre la tierra es capaz de blanquearlas así / Y aparecieron a su vista Elías y Moisés, y estaban conversando con Jesús / Y tomando Pedro la palabra, dice a Jesús: <Rabí, linda cosa es estarnos aquí, y vamos a hacer tres tiendas: una para ti, una para Moisés y una para Elías> / Porque no sabía que decir, pues quedaron fuera de sí, por el espanto / Y se formó una nube que los cubría, y vino una voz de la nube: <Este es mi Hijo querido, escuchadlo> / Y súbitamente, echando una mirada en derredor, a nadie ya vieron sino a Jesús solo con ellos / Y mientras bajaban del monte les previno Jesús que a nadie refirieran las cosas que habían visto, sino cuando el Hijo del hombre, hubiera resucitado de entre los muertos / Y guardaron la cosa para sí. Y se preguntaron que era aquello de resucitar de entre los muertos"

En esta versión de San Marcos de la Transfiguración de Jesús, no se señala que el Señor les pidiera a sus Apóstoles que no tuvieran miedo, en cambio en la versión de San Mateo, si se dice que Jesús se acercó a ellos, les tocó y les dijo:  <levantaos y no tengáis miedo>

Como dice el Papa Benedicto XVI en su libro <Jesús de Nazaret. Primera parte>:

“Los tres discípulos estaban impresionados por la grandiosidad de la aparición. El <santo temor de Dios> se había apoderado de ellos, como sucede en otros momentos  en los que también sienten la proximidad de Dios, en Jesús; perciben su propia insignificancia y quedan inmovilizados por el miedo, <estaban asustados>, dice San Marcos en su Evangelio (Mc 9,6).
Y entonces Pedro tomó la palabra, aunque como también dice el evangelista, <en su aturdimiento no sabía lo que hacía>, para decir < ¡Rabí, linda cosa es estar aquí…!> (Mc 9,5).
Se ha debatido mucho sobre estas palabras pronunciadas por decirlo así, en éxtasis, en el santo temor, pero también en la alegría por la proximidad de Dios”

 


 El Papa Juan Pablo II se pregunta y nos pregunta a todos los creyentes al releer este pasaje de la vida del Señor (Ibid):

“¿No nos arrebata también, en este momento, el estupor, el santo temor y la admiración que sobrecogieron entonces a Pedro a Santiago y a Juan? El Hijo amado está aquí. También para nosotros. Se nos ha otorgado a nosotros. Vive por y para nosotros. Viene a morir por nosotros. Viene a darnos el amor de Padre y, con dicho amor, todo lo demás…

Por nosotros Dios ha dado a su Hijo, a Cristo, a nuestro hermano. Y Jesús se ofrece (Jn 13, 1):

<Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo> 

De este sufrimiento, de este don recíproco del amor infinito, sin parangón, del Padre y el Hijo hacia nosotros, ha nacido la Iglesia, ha nacido la Eucaristía, han nacido los Sacramentos, y ha irrumpido en el mundo la vida eterna”

Hermosas palabras del Papa Juan Pablo II que nos invitan a escuchar con devoción la petición del Señor: ¡No tengáis miedo! ¡Yo soy!

Pero Jesús nos pidió también que no tuviéramos miedo de perder nuestros bienes materiales, nuestros bienes terrenos…

Así nos lo cuenta el evangelista San Lucas (Lc 12, 22-34):

"Y dijo a sus discípulos: No os acongojéis por la vida, pensando que comeréis, ni por el cuerpo, pensando con qué os vestiréis / Porque la vida más es que el alimento, y el cuerpo más que el vestido / Considerad los cuervos, que ni siembran ni siegan, que no tienen despensa ni granero, y Dios los sustenta;¡Cuánto más valéis vosotros que las aves! / ¿Y quién de vosotros con acongojarse puede añadir un codo a la duración de su vida? / Pues ni siquiera podéis lo mínimo ¿a que apuraros por lo demás? / Considerad los lirios, como crecen; no trabajan ni hilan; y os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos / Y si la hierba, que hoy está en el campo y mañana se echa al horno, Dios así la viste ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?...
 


Tampoco andéis vosotros buscando que comeréis o que beberéis, ni estéis con ansia / porque todas ésas son cosas tras las cuales andan las gentes del mundo y vuestro Padre sabe que necesitáis de ellas / Sino buscad el reino de Dios, y esas cosas se os darán por añadidura / No temas pequeño rebaño, porque plugo a vuestro padre daros el reino / Vended vuestras haciendas y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro que no se agote en los cielos, donde no llega el ladrón ni estraga la polilla / Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón"

Desgarrador y hermoso el mensaje de Jesucristo que nos quiere recordar que más que los bienes materiales, aquellos que disfrutamos durante nuestra corta estancia sobre la tierra, debemos buscar sin descanso los bienes futuros, aquellos que podremos disfrutar eternamente en el cielo, si finalmente somos capaces de alcanzarlos con la ayuda del Espíritu Santo.

Él  nos dice <no tengáis angustia pensando que comeréis o beberéis>, porque esas son cosas necesarias para el hombre que anda por el mundo, y Dios lo sabe, por eso, si no tenemos miedo de perder nuestros bienes materiales, si tenemos confianza en él y buscamos su reino, todo lo demás se dará por añadidura, porque siempre actúa la <divina providencia>. Jesús nos dice a todos los hombres de buena voluntad, <no temas pequeño rebaño>, el Padre sabe muy bien cuales son vuestras necesidades, preocuparos eso sí, de buscar el <reino de los cielos>, porque <donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón>.


Realmente para una sociedad como la nuestra, tan preocupada por mantenerse en forma físicamente, tan preocupada también por el comer, por el beber, por el vestir; tan despreocupada, por el contrario, por el estado moral y espiritual de la vida, y en resumidas cuentas, tan interesada por aparentar más de lo que se tiene, las palabras de Cristo son urgentemente necesarias.

Tenemos que recuperar la lectura de los Santos Evangelios donde Jesús nos habla con frecuencia del <juicio final>, además que de la infinita bondad de Dios, que siendo cierta y manifestándose cada día en sus criaturas, no debe oscurecer  el sentido de su justicia. No todo está permitido para el hombre, Dios nos dio sus Mandamientos y los gravó en el mismo corazón de los seres humanos, por eso el que no escucha esa voz interior que le advierte siempre de que lo que hace es bueno o es malo, tiene quién le juzgue al final de los tiempos…
 



Con razón el Beato Tomás de Kempis allá por el siglo XV, ya enseñaba como  serían, según su parecer, aquellos momentos en los que el hombre debería enfrentarse al <juicio final> (Imitación de Cristo. Libro I. Capítulo 24):

“Entonces agradará toda turbulencia y angustia sufrida con paciencia y toda maldad quedará al descubierto. Entonces más se alegrará la carne afligida, que aquella criada siempre entre deleites. Entonces más te aprovecharán las obras santas que las hermosas palabras. Entonces resplandecerá el desprecio al vestido, y aparecerá vil el precioso. Entonces será más alabada la pobre casilla que el palacio dorado. Entonces más ayudará la constante paciencia que todo el poder del mundo. Entonces más ensalzada será la simple obediencia que toda la sagacidad de los siglos. Entonces más alegrará la pura y buena conciencia que la enseñanza filosófica. Entonces más se estimará el desprecio de las riquezas que el tesoro de todas las Indias. Entonces más te alegrarás de haber orado devotamente que haber comido manjares deliciosos. Entonces más te gozarás de haber guardado silencio respetuoso que de haber hablado en demasía. Entonces se alegrarán los devotos y llorarán los hombre profanos. Entonces estarás agradecido de haber llevado una vida austera y no disipada”