La participación en la naturaleza divina, que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural.
En efecto, los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y, así por medio de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad"
(Pablo VI. Constitución Apostólica <Divinae Consortium Naturae>); ritual de Iniciación Cristiana de Adultos, Prenotandos 1-2).
La alianza viva y vital de las
familias cristianas, que precede, sostiene y abraza en el dinamismo de su
hospitalidad las fatigas y las alegrías cotidianas, coopera con la gracia de la
Eucaristía, que es capaz de crear comunión siempre nueva con su fuerza que
incluye y salva”
En efecto, la vida de comunión que debe existir en la vida cristiana se encuentra arropada y tiene como modelo el sacramento de la Eucaristía; más aún, como se indica en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1113):
“Toda la vida litúrgica de la
Iglesia gira en torno al Sacrificio Eucarístico y los Sacramentos… La Iglesia
celebra el Misterio de su Señor <hasta que Él vuelva> y <Dios sea todo
en todos> (1 Co 11, 26-27): <Así, pues, siempre que coméis de este pan y
bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que él venga / Por
eso, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, se hace culpable
de profanar el cuerpo y la sangre del Señor>…”
En este sentido, es interesante recordar
las reflexiones realizadas por el Papa Benedicto XVI sobre la institución de la
Eucaristía en su libro: <Jesús de Nazaret (2ª Parte)>, para comprender la
grandeza de este sacramento y su inmensa importancia en la vida de los
creyentes:
Se pueden distinguir dos modelos de fondo: por un lado la narración de Marcos, con el cual concuerda en gran parte el texto de Mateo; por otro lado, el texto de Pablo que se asemeja al de Lucas.
El período de redacción del evangelio de Marcos es posterior pero es indiscutible que su texto recoge una tradición muy anterior...
La controversia entre los exegetas, versa por tanto sobre cuál
de los dos modelos el de Pablo o el de Marcos es más antiguo”
Es muy interesante comprobar que
el sacramento de la Eucaristía a lo largo de todos estos siglos desde su
institución por Jesús, ha suscitado gran interés entre los exegetas y entre los teólogo, sin embargo, más importante
que todo ello es prestar atención al contenido del mensaje encerrado en éste. Por
todo ello, recordaremos ahora algunas de las reflexiones del Papa Benedicto XVI
al respecto (Ibid):
“La narración de la institución comienza en los cuatro textos (Sinópticos y primera Carta a los Corintios), con dos afirmaciones sobre el obrar de Jesús que han adquirido un significado esencial para la recepción en la Iglesia de todo el conjunto. Se nos dice que Jesús tomó el pan, pronunció la bendición y acción de gracias, y lo partió.
No se come sin dar las gracias a
Dios por el don que Él ofrece: por el pan que nace y crece en la tierra y también
por el fruto de la vid… Jesús ha acogido esta tradición. Las palabras de la
institución está en este contexto de oración; en ellas, el agradecimiento se
convierte en transformación…
Volvamos ahora sobre las palabras
pronunciadas por Jesús al partir el pan. Según Marcos y Mateo fueron
simplemente: <Esto es mi cuerpo>, en tanto que Pablo y Lucas añaden algo
más a estas palabras iniciales de Jesús: <que será entregado por
vosotros>.
Sin duda Jesús sabía lo que iba a
suceder, Él sabía que le quitarían la vida en la cruz, y ya desde el primer
momento, durante la institución de la Eucaristía, Él ofrece su vida por todos,
mediante un acto de su voluntad, libre y voluntario…
Él lo había dicho a sus apóstoles
en otra ocasión: <yo doy mi vida, para volverla a tomar>; fue según el
evangelio de San Juan, cuando habló a sus discípulos sobre el tema del
<pastor y el rebaño> (Jn 10, 11-17): “Yo soy el buen pastor. El buen
pastor expone su vida por las ovejas / el que es asalariado y no pastor, de
quien no son propias las ovejas, ve venir el lobo y abandona las ovejas y huye,
y el lobo las arrebata y dispersa / porque es asalariado y no le importa las
ovejas / yo soy el buen pastor, y conozco las mías, y las mías me conocen /
como me conoce mi Padre, y yo conozco a mi Padre; y doy mi vida por las ovejas
/ y otras ovejas tengo que no son de este aprisco: esas también tengo yo que
recoger, y oirán mi voz, y vendrán a ser un solo rebaño, un solo pastor / por
esto me ama mi padre, porque yo doy mi vida, para volverla a tomar”
Es por esto, que al tomar la
Santa Comunión, tomamos el Cuerpo y Sangre de Cristo, y participamos de ese
Cuerpo y de esa Sangre tal como nos recuerda San Pablo en su Carta a los
Corintios, cuando les alerta sobre el peligro del pecado de la idolatría y les
ruega que huyan de ella (1 Co 10, 14-16):