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domingo, 10 de febrero de 2019

SAN JOSÉ PATRONO DE LA BUENA MUERTE Y DE LA IGLESIA UNIVERSAL


 
 
 
 
A San José, Esposo de la Santísima Virgen la Iglesia lo venera como Patrono de la <buena muerte>,  porque en su paso a la otra vida, lógicamente tuvo que tener muy cerca a su esposa la Virgen María y a su Hijo adoptivo, Nuestro Señor Jesucristo, y ésta es sin duda la más hermosa forma de entregar el alma a Dios.

Su vida es prácticamente desconocida, salvo por las narraciones de los apóstoles del Señor, san Mateo y san Lucas  referidas a la infancia de Cristo. Ambos evangelistas prueban de forma concluyente en sus libros que José era descendiente de la casa del rey David. El Canciller de la Universidad de París, Jean Gerson (1363-1429), durante la Natividad de la Virgen, en su disertación, manifestó  que la Divina Providencia había previsto que este hombre elegido por Dios para ser el padre adoptivo de Jesús fuese de sangre real, pero pobre, porque debiendo  nacer el Señor  en la humildad de un establo, no podía escoger a un hombre rico que viviese en la opulencia (Concilio de Constanza).

 
 
Como podemos leer en el libro del Papa Benedicto XVI, titulado <La infancia de Jesús>:

“Mateo nos dice en primer lugar en su Evangelio que María era prometida de José. Según el derecho judío entonces vigente, el compromiso significaba ya un vínculo jurídico entre las dos parte, de modo que María podía ser llamada la mujer de José, aunque aún no se había producido el acto de recibirla en su casa, lo que fundaba la comunión matrimonial.

Como prometida, <<la mujer seguía viviendo en el hogar paterno y se mantenía bajo la <patria potestad>. Después de un año tenía lugar su acogida en casa, es decir, la celebración  del matrimonio>> (Gnilka, Matthäus, I, p. 17).

Ahora bien, José constató que María <esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo> (Mt 1, 20-25)”.

La zozobra que probablemente pudo afectar a San José con respecto a la recepción de María, en su casa, se vio pronto subsanada por la aparición, en sueño, de un ángel del Señor que le dijo (Mt 1, 20-25):

 
-José hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu mujer, pues lo que se engendró en ella es del Espíritu Santo.

-Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados.

-Todo esto ha acecido a fin de que se cumpliese lo que dijo el Señor por el profeta que dice (Is 7, 14):

-<He aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo, y lo llamarán  Emmanuel>, que traducido quiere decir <Dios con nosotros>.

-Despertó del sueño, hizo como le ordenó el ángel del Señor, y recibió consigo a su mujer;

-la cual, sin que antes le conociese, dio a luz un hijo, y él le puso por nombre Jesús (Yehoshuah, que en hebreo quiere decir Yahvé salva).

Como sigue recordando en su libro el Papa Benedicto XVI (La infancia de Jesús; Editorial Planeta S.A. 2012):

 
“En esa decisión, Mateo ve un signo de que José era un hombre justo (Mt 1, 19).

La calificación de José como hombre justo (zaddik) va mucho más allá de la decisión  de aquel momento: ofrece un cuadro completo de San José y, a la vez, lo incluye entre las grandes figuras de la Antigua Alianza, comenzando por Abraham, el justo…

El Salmo 1 ofrece la imagen clásica  del <justo>. Así pues, podemos considerarlo casi como un retrato de la figura espiritual de san José.

Justo según este Salmo, es un hombre que vive en intenso contacto con la Palabra de Dios: <que su gozo está en la ley del Señor> (v.2). Es como un árbol que, plantado junto a los cauces del agua, da siempre fruto.

 
La imagen de los cauces de agua de las que se nutre ha de entenderse naturalmente como la palabra viva de Dios, en la que el justo hunde las raíces de su existencia. La voluntad de Dios no es para él una ley impuesta desde fuera, sino un <gozo>.

La ley se convierte espontáneamente para él en <evangelio>, buena nueva, porque la interpreta con aptitud de apertura personal y llena de amor a Dios, y así aprende a comprenderla y a vivirla dentro”


José era de profesión carpintero, pero como nos recuerda san Epifanio, aunque el oficio fuese humilde, en aquellos tiempos, teniendo en cuenta sus antepasados reales, los cierto es que se nos presenta como el hombre más noble y fiel a los ojos de Dios, al escogerle como tutor de su Unigénito Hijo; y como asegura San Bernardo, tratándose de quién había sido llamado a ser en la tierra <agente y secretario del Altísimo en el misterio de la Encarnación y archivo de sus mayores secretos>.

Aproximadamente unos seis meses después de sus desposorios con la Virgen, san José tuvo que emprender viaje desde Nazaret, lugar donde residía y tenía su trabajo a la ciudad de Belén, obedeciendo al decreto del emperador Augusto, que ordenó registrar  los nombres de todos los vasallos del Imperio. Precisamente en Belén estaba el solar de la Casa de David a la que José pertenecía.

 
Es interesante recordar en este punto, que el decreto de Augusto para registrar fiscalmente a todos los ciudadanos lleva a José, junto con su esposa María, a Belén, la ciudad de David, y ello sirve para que se cumpla la promesa del profeta Miqueas, según la cual el Pastor de Israel habría de nacer en aquella ciudad (Miq 5, 1-3):

-En cuanto a ti, Belén Efrata, la más pequeña entre los clanes de Judá, de ti sacaré al que ha de ser soberano de Israel. Sus orígenes se remontan a los tiempos antiguos, a los días de antaño.

-Por eso el Señor  abandonará a los suyos hasta  el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz.

Entonces los que aún queden volverán a reunirse con sus hermanos israelitas.

-El se mantendrá firme y pastoreará con la fuerza del Señor, y con la majestad del  nombre del Señor su Dios.

Ellos vivirán seguros, porque extenderán su poder hasta los confines de la tierra.

 
Como sigue afirmando el Papa Benedicto XVI en su libro (Ibid):

“Sin saberlo, el emperador contribuyó al cumplimiento de la promesa: la historia del Imperio romano y la historia de la salvación, iniciada por Dios con Israel, se compenetran recíprocamente. La historia de la elección de Dios, limitada hasta entonces a Israel, entra en toda la plenitud del mundo, de la historia universal. Dios que es el Dios de Israel y de todos los pueblos, se muestra  como el verdadero guía de toda la historia”

 


Después del nacimiento del Hijo de Dios en Belén, José pensó en fijar su residencia en Jerusalén, pero a causa de la persecución de Herodes para matar a aquel niño que creía podría ser un gran peligro para él, un ángel del Señor le advirtió que se retirará a Egipto con Jesús y la Virgen, hasta que pasara el peligro. La crueldad de este rey era terrible tal como nos recuerda el Papa Benedicto XVI (Ibid):

“En el año 7 a.C., Herodes había hecho ajusticiar a sus hijos Alejandro y Aristóbulo porque presentía que eran una amenaza para su poder. En el año 4 a.C, había eliminado por la misma razón también a su hijo Antípater. El pensaba exclusivamente en mantener el poder absoluto que había alcanzado y al saber, por los Magos, de un posible pretendiente al trono debió de ponerse en guardia, en contra de él. Visto su carácter, estaba claro que ningún escrúpulo le habría frenado.

<Al verse burlado por los Magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los Magos> (Mt 2, 16)…

Para el evangelista, la historia  de Israel  comienza otra vez y de un modo nuevo con el retorno de Jesús de Egipto a la Tierra Santa…”

 


Realmente el regreso de José con Jesús y María, después del destierro de Egipto no fue a Jerusalén como él en principio habría deseado, porque de nuevo un ángel del Señor le advirtió de que Arquelao, el más cruel de los hijos de Herodes, reinaba por entonces en Jerusalén y en Belén.

Los evangelistas nada más nos dicen referente a san José, después de esto, salvo que  Jesús, junto con sus padres, se fue a vivir a Nazaret y de esta forma se cumplió de nuevo lo anunciado por los profetas en el sentido de que sería llamado el nazareno (Is 8, 23- 9,2) y (Mt 4, 14-16).

No cabe duda que sobre la figura de san José se sabe muy poco,  pero los creyentes nos sentimos impresionados ante la idea de que él fue digno de <custodiar los más ricos tesoros del cielo y de la tierra, y tuvo la dicha inefable de vivir en un taller, adonde se había trasladado la gloria del Paraíso> en palabras del  P. Fr. Justo Pérez de Urbel.

Su fiesta se hizo universal en el siglo XVII, fue proclamado patrono de obispados, de países, de órdenes religiosas… y ello dio lugar a que el Papa Pio IX en el año 1870 le proclamara <patrono universal>, mediante su decreto  <Quemadmodum Deus>.

 
A finales del siglo IXX el Papa León XIII publicó la Carta Encíclica dedicada a san José con el titulo <Quamquam pluries>. En general todos los Pontífices de los últimos siglos han sido devotos del Patriarca san José, por el cual han sentido gran admiración y cariño. Así por ejemplo al Papa Pio X se debe la aprobación de la <Letanía  en Honor a san José> y la autorización de su inserción en los libros litúrgicos.

Benedicto XV publicó en 1920, poco después de la 1ª Guerra Mundial, una Carta Encíclica sobre la paz y más tarde, una Carta Motú Proprio, invitando a todos los Obispos del mundo a celebrar el cincuentenario del patronazgo de san José, animando también a su grey a proseguir con la devoción a san José y a la Sagrada Familia. Pio XI también fue un gran devoto de san José, y con ocasión de la beatificación  de varios santos franceses, se refirió al patronazgo de san José con estas sentidas palabras:

“Este es un santo que al  entrar en la vida y se desgastó cumpliendo una misión de parte de Dios, la misión de conservar la pureza de María, de proteger a nuestro Señor, y de esconder, por medio de su admirable cooperación el secreto de la Redención. La santidad incomparable de san José tiene sus raíces en la grandeza de esta misión, ya que no fue confiada a ningún otro santo…Es evidente que en virtud de tan alta misión, san José poseía  ya el titulo de gloria que le corresponde, el de Patrono de la Iglesia Universal”

Muchos santos y santas lo han considerado su modelo y abogado, así Santa Teresa de Jesús (Doctora de la Iglesia) escribía esta bella semblanza suya:

 
“Tomé por abogado y señor al glorioso san José y  me encomendé  mucho a él… A otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que, así como le fue sujeto en la tierra y como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar así en el cielo hacer cuanto le pide”

Hay muchas oraciones dedicadas al Patriarca san José, una de las más bellas, a nuestro juicio, es ésta para pedir la pureza:

“¡Oh custodio y padre de vírgenes, san José, a cuya fiel custodia fue encomendada la misma inocencia, Cristo Jesús, y la Virgen de las Vírgenes, María! Por estas dos carísimas prendas, Jesús y María, te ruego y suplico me alcance la gracia de que, preservado de toda impureza, pueda servir siempre castísimamente, con alma incontaminada, con corazón puro y con cuerpo casto, a Jesús y a María. Amén”