Los apóstoles creyeron en Jesús, cumplieron con
la misión evangelizadora que les había encomendado y en el empeño murieron por martirio, pero
dejaron la semilla de la Palabra de Dios entre los hombres y ésta ha llegado a
nuestros días, gracias sobre todo al milagro-signo de la Resurrección de
Cristo, fundamento de la fe de sus
seguidores, y por tanto de su Iglesia…
Precisamente, el Papa Benedicto
XVI nos ha hablado, de la particular
naturaleza de la Resurrección de Jesús y de su papel en la historia de la
humanidad, en uno de sus libros, para
que tomáramos conciencia de la importancia de este misterio de fe (Jesús de
Nazaret, 1ª Parte; La esfera de los libros. S.L. 2007):
“Es un acontecimiento dentro de
la historia que, sin embargo, quebranta el ámbito de la historia y va más allá
de ella. Quizá podamos recurrir a un lenguaje analógico, que sigue siendo
impropio en muchos aspectos, pero que puede dar un atisbo de comprensión.
Podríamos considerar la
Resurrección algo así como una especie de <salto cualitativo> radical en
el que se entre abre una nueva dimensión a la vida del hombre…El hombre Jesús, con su mismo
cuerpo, pertenece ahora totalmente a la esfera de lo divino y eterno. De ahora
en adelante (como dijo Tertuliano en una
ocasión), <espíritu y sangre> tienen sitio en Dios”
En este sentido, el Papa Benedicto XVI, sigue razonando así (Ibid):
“Es propio del misterio de Dios
actuar de manera discreta. Sólo poco a poco va construyendo su historia en la gran historia de la humanidad. Se hace
hombre, pero de tal modo que puede ser ignorado por sus contemporáneos, por las
fuerzas de renombre en la historia. Padece y muere, y como
Resucitado, quiere llegar a la humanidad solamente mediante la fe de los suyos,
a los que se manifiesta. No cesa de llamar con suavidad a las puertas de
nuestro corazón y, si le abrimos, nos hace lentamente capaces de <ver>.
Pero ¿no es éste acaso el estilo
divino? No arrollar con el poder exterior, sino dar libertad, ofrecer y
suscitar amor. Y lo que aparentemente es tan pequeño, ¿no es a la vez,
pensándolo bien, lo verdaderamente grande?
¿No emana tal vez de Jesús un rayo
de luz que crece a lo largo de los siglos, un rayo que no podía venir de un
simple ser humano, un rayo a través del cual entra realmente en el mundo el
resplandor de la luz de Dios? El anuncio de los Apóstoles, ¿podría haber encontrado la fe y
edificado una comunidad universal si no hubiera actuado en él la fuerza de la
verdad?”
Sí, porque Él ha resucitado
verdaderamente, los creyentes lo sabemos con seguridad, por el don de la fe, no
necesitamos de estudios complejos respecto del significado de sus hechos y palabras, y es que como decía Jesús, en algunas
ocasiones, la fe mueve montañas…
Esta fe impulsaba a los enfermos
e impedidos a acercarse al Señor para pedirle su ayuda, así sucedió, por
ejemplo, a la entrada del templo de Jerusalén cuando algunos ciegos y cojos se
acercaron a Jesús y él los curó. Los
sumos sacerdotes y los escribas viendo estos prodigios y observando que hasta
los niños clamaban a su paso: ¡Hosanna al Hijo de David! , muy indignados le preguntaron:
¿No oyes lo que están diciendo?
Pero Jesús tranquilamente les
contestaba (Mt 21, 16): <Sí. ¿Es que nunca habéis leído aquel pasaje de la
Escritura que dice: De la boca de los niños de pecho has sacado una
alabanza?>
Después de este incidente Jesús se alejo de la
ciudad en dirección a Betania donde pernoctó y al amanecer cuando volvía con
sus discípulos a Jerusalén, por el camino sintió hambre, y divisando a lo lejos
una higuera quiso comer de sus frutos. El evangelista San Mateo contó así lo
que luego sucedió (Mt 21, 19-22):“Y viendo una higuera en su camino, fue a ella, y nada halló en ella sino hojas solamente, y le dice: ¡No brote ya fruto de ti por siempre jamás! Y se secó de repente la higuera / Y al verlo los discípulos, se maravillaban y decían: ¡Qué de repente se secó la higuera!
Más respondió Jesús, les dijo:
<En verdad en verdad os digo que si tuviereis fe y no titubeareis, no sólo
haréis eso de la higuera, sino que aun
si dijereis a este monte: Quítate de ahí y échate al mar, se hará / y todo lo
que cuanto pidiereis en la oración con
fe se hará”
Es lo que le ocurrió también a Pedro, aquel apóstol elegido por Jesús para
dirigir y hacer prevalecer su Iglesia cuando en Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos que decían las
gentes de Él…
Pedro tomó la palabra ante las
respuestas imprecisas de los discípulos y dijo: <Tú eres el Mesías, el Hijo
de Dios vivo>.Y entonces Jesús le respondió:
<Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado la carne
ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos> (Mt 16, 17).
Precisamente el Papa san Juan
Pablo II, comentó este precioso pasaje de la vida del Señor un 29 de junio de
1979:
“Esta respuesta del Señor se
encuentra en el centro de la historia de Simón, al que Cristo ha empezado a
llamar Pedro…
Cristo escucha la confesión de
Pedro, apenas pronunciada. Cristo mira el alma del apóstol, que confiesa.
Bendice la obra del Padre en dicha alma. La obra del Padre llega hasta el
intelecto, la voluntad y el corazón, con independencia de la carne y de la
sangre; con independencia de la naturaleza y de los sentidos.
La obra del Padre, a través del
Espíritu Santo, alcanza el alma del simple ser humano, del pescador de Galilea.
La luz interior proveniente de esta obra encuentra su plena expresión en las
palabras: <Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo>…Las palabras son sencillas, pero
en ellas se expresa la verdad sobrenatural, sobrehumana. La verdad sobrehumana, divina, se
expresa con ayuda de palabras sencillas, muy sencillas…
Cristo mira el interior del alma
de Simón. Parece como si admirara la obra realizada en ella por el Padre, a
través del Espíritu Santo: al confesar la verdad revelada sobre la filiación
divina de su Maestro, Simón se convierte en participe del Conocimiento divino,
de esa Ciencia inescrutable que el Padre
tiene del Hijo, al igual que el Hijo la tiene del Padre. Y Cristo dice: <Bienaventurado
eres, Simón, hijo de Jonás>. Estas palabras se encuentran en
el centro mismo de la historia de Simón Pedro…Con ellas transcurrió el resto de
su vida, hasta el último día…
Transcurrió con ellas la terrible
noche en la que Jesús fue apresado en el
huerto de Getsemaní; la noche de su propia debilidad, de la mayor debilidad,
que se manifestó al negar al hombre…pero que no destruyó la fe en el Hijo de
Dios. La prueba de la Cruz se vio
recompensada por el testimonio de la Resurrección. Esta aportó a la confesión,
hecha en la región de Cesarea de Filipo, un argumento definitivo”
En esto, un ángel del Señor se
presentó y un resplandor iluminó la estancia. El ángel tocó a Pedro en el
costado diciendo: ¡Deprisa levántate! Y las cadenas se le cayeron de las manos
/ El ángel dijo: Abróchate el cinturón y ponte las sandalias. Pedro lo hizo
así, y el ángel le dijo: Échate el manto y sígueme / Pedro salió tras él, sin
darse cuenta de que era verdad lo que el ángel hacia pues pensaba que era una
visión / Después de pasar la primera y la segunda guardia, llegaron a la
puerta de hierro que daba a la calle, y se les abrió sola. Salieron y llegaron
al final de la calle; de pronto, el ángel desapareció de su lado / Y Pedro,
volviendo en sí, dijo: Ahora me doy cuenta que el Señor ha enviado un ángel,
para librarme de Herodes y de las maquinaciones que los judíos habían tramado
contra mi”
En efecto, diría en su día el
Papa san Juan Pablo II, recordando este pasaje de la vida de Pedro (Ibid): “Pedro fue liberado por la misma
fuerza por la que había sido llamado. Le había sido destinado un camino aún muy
largo de recorrer… Al final de este camino, el sepulcro del apóstol Pedro, el
antaño Simón, hijo de Jonás, se han encontrado aquí, en Roma, en este mismo
lugar en el que ahora nos encontramos, bajo el altar en el que se celebra la
Eucaristía.
La carne y la sangre han sido
destruidas hasta el final; han sido sometidas a la muerte. Pero lo que en
tiempos le había revelado el Padre sobrevivió a la muerte de la carne; se
convirtió en el inicio del encuentro eterno con el Maestro, del que ha dado
testimonio hasta el final”
Esto nos hace recordar también
las Palabras del Papa Francisco en la Pascua del año 2014, (Regina Coeli):
“El sentimiento dominante que
brota de los relatos evangélicos de la Resurrección es la alegría llena de
asombro, ¡pero un asombro grande! ¡La alegría que viene de dentro! Y en la
liturgia revivimos el estado de ánimo de los discípulos por las noticias que las mujeres les habían llevado: ¡Jesús ha
resucitado! ¡Nosotros lo henos visto!
Dejemos que esta experiencia,
impresa en el Evangelio, se imprima también en nuestro corazón y se
transparente en nuestra vida. Dejemos que el asombro gozoso del domingo de
Pascua se irradie en los pensamientos, en las miradas, en las actitudes, en los
gestos y en las palabras… ¡Ojala fuésemos así de luminosos!...
En este tiempo, nos hará bien
tomar el libro del Evangelio y releer los capítulos que hablan de la Resurrección
de Jesús…Nos hará bien, pensar también en la alegría de María, la Madre de
Jesús. Tan profundo fue su dolor, tanto, que traspasó su alma, así su alegría
fue íntima y profunda, y de ella se podrían nutrir los discípulos.
Tras pasar por la experiencia de
la Muerte y la Resurrección de su Hijo, contempladas, en la fe, como la
expresión suprema del amor de Dios, el corazón de María se convirtió en una fuente
de paz, de consuelo, de esperanza y de misericordia”