<Si escalo el cielo, allí
estás tú, si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. Si vuelo hasta el
margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu
izquierda, me agarrará tu derecha.
Si digo que al menos las
tinieblas me cubran, que la luz se haga noche en torno para mí, ni la tiniebla
es oscura para ti, la noche es clara como el día, la tiniebla es como luz para
ti. Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy
gracias porque me has plasmado portentosamente, porque son admirables tus obras: mi alma lo reconoce agradecida…>"
Así ocurrió realmente, pues tanto
las últimas generaciones de los cristianos judaizantes, como los primeros
representantes del gnosticismo, trataron por todos los medios, de sembrar dudas
sobre el Mensaje de Jesús, con objeto de desfigurar su obra salvadora y hasta
su Persona, si ello hubiera sido posible. Ante semejante situación, Pablo
pretendía poner coto a todo infundio y maledicencia, manifestando
maravillosamente sus sentimientos en este sentido. Más concretamente, en la
segunda parte de esta carta, de carácter moral, el Apóstol se refiere
al misterio de la Muerte, Resurrección y
Ascensión a los cielos de Cristo utilizando un versículo del libro de los Salmos.
Salmo que sin duda tiene un claro carácter teológico, ya que de una forma
implícita hace referencia a la divinidad de Cristo (Salmos 67, 19): <Subiste
a la cumbre llevando cautivos, te dieron tributo de hombre, para que también
los rebeldes habitasen con el Señor Dios>
San Pablo, además, se pregunta en
esta misma carta ¿Por qué se habla en los Evangelios de la subida a los cielos
de Jesús, tal como él mismo corrobora con sus propias palabras? Y responde
enseguida <porque el que subió es el mismo que bajó a las profundidades de la
tierra>.
Tanto creyentes como no creyentes alguna vez se han preguntado donde se encuentra ese misterioso y temible lugar del que con frecuencia se habla en las Sagradas Escrituras, con distintos apelativos como <sheol>, <hades>, o sencillamente infierno. Por suerte para los cristianos la respuesta la podemos encontrar muy bien expuesta en el Catecismo que recoge los decretos del Concilio Ecuménico <Vaticano II> (C.I.C. nº 633):
“Las Escrituras llaman infierno,
<sheol>, o <hades>, a la morada de los muertos donde bajó Cristo
después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la
visión de Dios. Tal era en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos
los muertos malos o justos, lo que no quiere decir, que su suerte sea idéntica,
como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro, recibido en el <seno
de Abraham> (Lc 16, 22-26).
Son precisamente estas almas
santas, que esperaban a su libertador en el <seno de Abraham>, a las que
Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos. Jesús no bajó a los
infiernos para liberar allí a los condenados (Cc. de Roma año 745: Ds 587), ni
para destruir el infierno de la condenación (Ibid: Ds 1011; 1077), sino para
liberar a los justos que le habían precedido (Cc. de Toledo IV en el año 625:
Ds 485)”
Después de haber instruido por
última vez a sus discípulos, Jesús sube al cielo (Mc 16, 19). Él entre tanto
<no se separó de nuestra condición> (Prefacio); de hecho, en su humanidad
asumió consigo a los hombres en la intimidad del Padre y así reveló el destino
final de nuestra peregrinación terrena. Del mismo modo que por nosotros bajo
del cielo y por nosotros murió en la cruz, así también por nosotros
<Resucitó> y <Subió a Dios>, que por lo tanto ya no está lejos.
San León Magno (Papa del siglo V), celebre por la importancia de las obras que se realizaron en la Iglesia bajo su mandato (p.e. en el año 452 se presentó a las puertas de Roma el ejercito de Atila, rey de los hunos, guerreros tan feroces que se decía que donde sus caballos pisaban no volvía a nacer la hierba, pues bien, este Pontífice logró convencerle para que no arrasara Roma) explica que con
este misterio: <no solamente se proclama la inmortalidad del alma, sino
también de la carne. De hecho con la Ascensión de Jesús no solamente se nos
confirma como poseedores del Paraíso, sino que también penetramos en Cristo en
las alturas del cielo (Ascensione Domini, Tractatus 73, 2.4)>”
Materia de análisis de la
escatología son los llamados <Novísimos>, esto es: muerte, juicio,
purgatorio, infierno y gloria (o Paraíso). Ciertamente el contemplar sin miedo
y sin reparos estas cuestiones es esencial para el ser humano y más en estos
tiempos en que: "La Restauración Prometida que esperamos está ya comenzada en
Cristo, y es impulsada por medio de la misión del Espíritu Santo y por Él
continúa en la Iglesia, en la cual somos
también instruidos por la fe, sobre el sentido de nuestra vida temporal,
mientras llevamos a término, con la esperanza de los bienes futuros, la obra
que nos encomendó en el mundo el Padre, y damos cumplimiento a nuestra
salvación” (Papa San Juan Pablo II; <Cruzando el umbral de la esperanza>)”
Concretamente San Pablo en su Carta a los Filipenses, cuando hablaba sobre el <Hijo de Dios sin tacha>, llega a decir (Fil 2, 12-18):
Pero el paso del tiempo es inexorable y el ser humano también tiene una conciencia clara de ello sobre todo al llegar a cierta edad, o cuando los achaques y enfermedades, más o menos graves, constantemente se lo van a recordar, sobre todo con ocasión tan terrible a nivel mundial, como la provocada por una pandemia.
De cualquier forma, en el momento
actual, de dolor y sufrimiento para la humanidad: ¿Puede Dios, que ha amado tanto al hombre, permitir que sea condenado a
perennes tormentos?, después de su muerte. A esta pregunta contestaba el Papa san Juan Pablo II, con
cierta incertidumbre (Ibid):
“Según el Evangelio de San Mateo, el
Señor trata de ponernos sobre aviso respecto de este espinoso tema (Juicio final), nos habla claramente de los
que irán al suplicio eterno (Mt 25, 31-46)...
Pero ¿Quiénes serán estos? se preguntan algunos…La
Iglesia nunca se ha pronunciado al respecto. Se trata de un misterio
verdaderamente inescrutable entre la santidad de Dios y la conciencia del
hombre”
El hombre, sin embargo, no debería
sentir miedo ante la proximidad de la muerte, si fuera justo y hubiera
conservado durante su existencia la
capacidad de discernimiento. Los hombres desde antiguo ya alababan la virtud o
sabiduría del discernimiento, que aparece por ejemplo, en el Salmo 49(48), donde se habla sobre el enigma de la prosperidad de los malvados; esta
oración podría servirnos para alejar de nosotros el peligro del infierno y además nos podría ayudar también para
encontrar el camino de la santidad, porque Dios escucha y recibe a los pobres y oprimidos, en cambio la soberbia y la confianza ilimitada en sí mismo lleva a la perdición.
Pero sobre todo sería conveniente que recordáramos las palabras de Jesús respecto del tema que estamos considerando (Mt 25, 31-46). Sí, el Señor que es infinitamente misericordioso, sin embargo, por haber dejado al hombre gozar de plena libertad para tomar sus propias decisiones, podría verse obligado a condenarlo, si rechaza por conciencia errónea o mal discernimiento, hasta las últimas consecuencias, la misericordia Divina.
Por otra parte, la realidad de la existencia del
infierno es recogida también, en el Antiguo Testamento utilizando un lenguaje
simbólico, en particular, se habla del sheol como un lugar de tinieblas adonde irían
a parar los muertos; un lugar donde ya no será posible dar gloria a Dios (Sal
6, 1-6) (Oración de un enfermo perseguido):
<¡Señor! No me reprendas en tu
ira, no me castigues con tu cólera / Ten piedad de mi, Señor, que estoy sin
fuerzas / Cúrame, Señor, pues mis huesos están dislocados / y mi alma,
conturbada. Y Tu, Señor ¿hasta cuándo? / Vuélvete, Señor, libra mi alma; por tu
amor misericordioso, ¡Sálvame! / Que en el país de los muertos nadie te
recuerda, en el sheol ¿Quién te alaba?> Se pronuncia en este Salmo la
palabra <sheol>, que para el pueblo hebreo tenía el significado de país de los
muertos, tal como expresa la oración, pero que también se utilizaba con una
segunda acepción, como lugar de los justos donde esperaban la liberación
después de la muerte.
La segunda forma de utilización de la palabra <sheol>, establece ya claramente un punto de unión con el Nuevo Testamento el cual <proyecta nueva luz sobre la condición de los muertos, sobre todo anunciando que Cristo, desde su Resurrección y Ascensión a los cielos, ha vencido a la muerte y ha extendido su poder liberador también en el reino de los muertos.
Así mismo, en el Catecismo de la
Iglesia católica podemos leer (nº 634): “Hasta a los muertos ha sido
anunciada la Buena Nueva. El descenso a los infiernos de Jesús (después de su muerte), es el pleno cumplimiento
del anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús, fase condensada en el
tiempo, pero inmensamente amplia en su significado real de extensión de la obra
Redentora a <todos los hombres>, de <todos los tiempos>, y de <todos
los lugares>, porque todos los que se salvan, se hacen participes de la <Redención>”