Este pacientísimo y abnegado maestro de párvulos
fue el fundador de las llamadas <Escuelas Pías>, primeras escuelas gratuitas
de Europa, el cual alcanzó por méritos propios ser considerado patrono del
Magisterio español.
En su biografía, un ejemplo
preclaro de virtud, destaca el hecho de haber poseído una gran paciencia, un
fruto del Espíritu Santo muy especial que solo los hombres y mujeres santos
ostentan en plenitud. En efecto, después de ser ordenado sacerdote por el
obispo de Urgel ocupó varios puestos importantes en algunas diócesis, pero
habiendo alcanzado cierto éxito en sus misiones, se sintió mal, porque además
de paciente, era un hombre sumamente humilde, que deseaba ante todo, pasar
desapercibido entre sus conciudadanos, lo cual le llevó a marchar de España
hacia otros lugares, con objeto de realizar su labor evangelizadora, sin por
ello, recibir el aplauso y las alabanzas de nadie.
Su primer destino fue Roma, la
capital del orbe cristiano, y tuvo la suerte de entrar por méritos propios a
formar parte del grupo de teólogos que asesoraban al Cardenal Colonna; sin
embargo, en sus ratos libres decidió alistarse en un grupo de trabajo de la
<Hermandad de la doctrina cristiana>, que se ocupaba de instruir a los
hijos de jornaleros y de artesanos, que por entonces se encontraban en una
situación precaria.Pasado el tiempo, como consecuencia de su gran amor y misericordia hacia aquellos niños y jóvenes que educaba y coincidiendo con el desbordamiento del río Tíber (la mayor catástrofe del siglo), en el que se produjo más de dos mil muertos y quedaron centenares de familias sin techo ni alimentos, se sintió atraído por la idea de crear un instituto para llevar a cabo sus enseñanzas. Eligió para ello el barrio de Transtíber, uno de los más afectado por la catástrofe, y puso en práctica su proyecto, con la inestimable ayuda del cura de la parroquia de Santa Dorotea, Don Antonio Bendoni, el cual le ofreció hasta su propia casa.
Todo parecía ir viento en popa para el proyecto de este santo varón que, lleno de paciencia y amor hacia los jóvenes y los niños más desamparados, dedicaba muchas horas de su vida a inculcarles, al menos, el deseo de estudiar y conocer, cada vez más cosas, que les permitieran en un futuro abrirse camino en la vida.
Fue Satanás, sin duda, el que
influenció de forma maligna sobre otros maestros de las escuelas de Roma, en
contra de José de Calasanz, al cual acusaron sin pruebas de entorpecer las
enseñanzas de la juventud, levantando falsos testimonios y calumnias, que
llegaron a provocar, en cierta ocasión, la intervención del <Santo Oficio>,
llegando a ser apresado por esta causa.
El Señor no obstante estaba con
él, enviándole entre otros frutos del Espíritu Santo el de la santa paciencia,
sufrió todo aquel escarnio con ánimo, hasta que finalmente se demostró que era
totalmente inocente y que ni siquiera tenía idea de los delitos que le imputaban.
Sobrevivió, a tanto sufrimiento
moral, gracias al don de la paciencia, junto a su inmenso amor a Dios y al
prójimo, llegando a alcanzar la avanzada edad de noventa y dos años, no sin
antes haber profetizado a sus hijos espirituales que las Escuelas Pías, se
verían plenamente reconocidas al cabo de un corto espacio de tiempo; profecía que
se verificó precisamente durante los Pontificados de Alejandro VII (1655-1667),
y Clemente IX (1667-1669). Por su trayectoria de vida marcada por la santidad,
fue canonizado por el Papa Clemente VII en el año 1677.
Observamos, tras esta breve
revisión de la biografía del santo, cómo la virtud de la paciencia, permite
soportar a personas inocentes, las mayores mentiras e infundios en su contra,
cuando están amparadas por el Espíritu Santo. Además, la paciencia, un fruto del Espíritu Santo, permite alcanzar virtudes tan importantes como son la capacidad de enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita y sobre todo, perdonar al que ofende, en recuerdo del ejemplo supremo dado por Jesús en la Cruz.
Santa Paula nació en Olesa Montserrat (Barcelona), su infancia fue feliz dentro de una familia cristiana, hasta la muerte de su padre, a partir de la cual, al no tener derechos de herencia, quedó en una situación de extrema pobreza. Trabajó mucho para sacar a sus hermanos adelante como encajera, pues no tenía estudios intelectuales suficientes para otro tipo de trabajo mejor remunerado. Al mismo tiempo, su gran amor a Dios la llevó a colaborar con su parroquia en el trabajo pastoral, dando catequesis a los niños y jóvenes más desfavorecidos. Pasado el tiempo, según cuentan sus hagiógrafos, a los 30 años de edad, sin apenas medios para ello fundó la <Congregación de las Hijas de María>, religiosas de las <Escuelas Pías>.
Siempre sin medios económicos y
casi siempre con la oposición de sus superiores llegó a fundar una serie de
escuelas para la educación de niñas y de jóvenes de bajo nivel social. La
primera de todas ellas ocupo un palomar abandonado por las palomas, donde dio
clases a otra clase de palomas…, a las que les enseñaba el catecismo y el
oficio de encajeras…
En tiempos muy difíciles para la
Iglesia en España, en los que tanto las ordenes como las congregaciones eran
mal vistas y hasta prohibidas en muchos casos, ella supo con paciencia y la
ayuda del Espíritu Santo salir adelante, creando una serie de centros de
enseñanza, en los que curiosamente nunca ocupo puesto relevante alguno, y que
consiguieron mejorar sensiblemente la capacidad de alcanzar un trabajo, de muchas mujeres, a finales del XIX.
Su vida nos muestra que todos sus
esfuerzos estuvieron presididos por una gran santidad, resultado de una enorme: paciencia, humildad, amor a Dios, y amor a sus semejantes. Su lema
era: <Salvar a las familias, enseñando a las niñas el Santo Temor de
Dios>.
San José de Calasanz y Santa
Paula Montal, son sólo dos de los miles
y miles de ejemplos que nos han mostrado, a través de sus palabras y de sus
obras, un don de misericordia, íntimamente relacionado con el concepto que se
suele denominar:<la paciencia y fe de los santos>. Ya en la antigüedad el
mismo apóstol San Juan Evangelista en su libro del Apocalipsis, en varias
ocasiones, hace referencia a la paciencia unida al principio teológico de la
fe. Al menos en dos ocasiones estas referencias aparecen totalmente claras, nos
referimos concretamente a los versículos (13,10) y (14,12) respectivamente.
En el apartado dedicado por San Juan en su libro del Apocalipsis a la visión de <las dos bestias: la del mar y la de la tierra>, el evangelista nos habla en el versículo (13,10), de un enigma que propone para que el hombre trate de razonar sobre él; concretamente surge la pregunta: ¿Cuál será el nombre de la bestia? Él da estos datos para resolver este enigma, las letras de este nombre, consideradas como cifras numéricas, sumarán 666.
De todas las soluciones
propuestas, a lo largo de los siglos, por distintos estudiosos del tema, la
mayor aceptación alcanzada para resolver el enigma planteado por el apóstol, se
basa en considerar que el nombre del
emperador romano del siglo I (d.C), César Nerón (hijo de Julio César Germánico y Agripina la
Mayor, y nieto mayor de Tiberio), suma la cifra 666 buscada, considerando las
letras, que forman este nombre, en el idioma hebreo. Aun considerando aceptable
esta solución, ella únicamente vendría a decir que este cruel y homicida
emperador sería una pequeña imagen de lo que habrá de ser al final de los
tiempos el <anticristo>.
Por el contrario es interesante,
como hicieron resaltar los antiguos, comprobar cómo las letras del nombre de
Jesús en el idioma griego suman la cifra 888, que es la representación de la
<superación de la plenitud>, en concordancia con las palabras del apóstol
(Apocalipsis 13, 10):
“Quien lleva al cautiverio, al
cautiverio irá; quien a espada matare, a espada también se le matará
irremisiblemente. Aquí está la paciencia y la fe de los santos”
Por otra parte, San Juan en su
libro del Apocalipsis al hablarnos del <ciclo de las siete señales> y en
especial cuando se refiera a las <amenazas divinas> hace una preciosa
declaración referente a la paciencia de los santos (Apocalipsis 14, 12):
Por otra parte, como podemos leer
en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº854), la paciencia es necesaria
especialmente a la hora de realizar la tarea de la evangelización:
“El esfuerzo misionero exige
paciencia. Comienza con el anuncio del evangelio a los pueblos y a los grupos
que aún no creen en Cristo; continúa con el establecimiento de comunidades
cristianas, <signo de la presencia de Dios en el mundo>, y en la
fundación de las Iglesias locales; se implica en un proceso de inculturación
para así encarnar el evangelio en las culturas de los pueblos; en este proceso
no faltarán también los fracasos. <En cuanto se refiere a los hombres,
grupos y pueblos, solamente de forma gradual los toca y los penetra y de este
modo los incorpora a la plenitud católica> (AD 6)”
Sí, la paciencia es una de las
siete obras de misericordia espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen
consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar a los que nos
ofenden, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, y
rezar a Dios por vivos y muertos; pero además la paciencia es un fruto del
Espíritu Santo. Los frutos del Espíritu Santo son perfecciones del hombre bajo
la acción del Espíritu Santo, que le ayudan, sin duda, a alcanzar la gloria
eterna, tal como nos hace saber el apóstol San Pablo a través de su Carta a los
Gálatas.
Galacia era en tiempos de San Pablo una provincia romana, dependiente del emperador, y gobernada en su nombre por un legado protector, que residía en Ancira (Actualmente Ankara capital de Turquía). San Pablo evangelizó el sur de la provincia, probablemente durante su segundo viaje apostólico, entre los años 50 a 53 d.C.
Sucedió que mientras los gentiles
de aquella provincia recibieron con alegría el evangelio, otros hombres allí también residentes, por el
contrario, la rechazaron, persiguiendo encarnizadamente a Pablo. La Iglesia de
Galacia quedó así constituida casi exclusivamente por gentiles y prosélitos, en
definitiva, incircuncisos.
La <Carta a los Gálatas>
nos ha descubierto los manejos en contra del apóstol por parte de sus
adversarios, con intención de arruinar su obra evangelizadora, que hasta ese
momento había alcanzado excelentes resultados; pero sus enemigos, sobre todo,
pretendían atacarle desautorizándole como apóstol del Señor, enfrentándolo a
los Once que directamente habían recibido las enseñanzas de Jesús. Ellos
aseguraban que el evangelio que Pablo predicaba era <impiedad y malas
costumbres>, apoyándose en el hecho de que el apóstol admitía a los gentiles
en la Iglesia sin obligarles a la circuncisión. No obstante, esta injusta
oposición, dio a San Pablo alientos para combatirla, respondiendo a ella con
esta Carta admirable que revela todo el temple de su carácter y la grandeza de
su alma.
La <Carta a los Gálatas>, consta de varios apartados, siendo en el dedicado a la moral del buen cristiano, donde Pablo menciona los <frutos del Espíritu Santo>, entre los cuales se encuentra la paciencia, que no es uno de los menores entre todos ellos, junto a la libertad y la caridad que Dios ha dado al hombre.
Pablo en dicha epístola, asegura que frente a las obras de la carne:
fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades,
contiendas, banderías, sectas, envidias, homicidios, borracheras, comilonas y
cosas semejantes, están los frutos del Espíritu Santo: caridad, gozo, paz,
longanimidad, benignidad, bondad, fe, paciencia y continencia (Gal 5, 22-23)
En la <Carta a los Gálatas>
el apóstol habla también de la libertad
cristiana y de los frenos de esa libertad, que son, la caridad y el Espíritu.
Más concretamente refiriéndose precisamente a los frutos del Espíritu Santo
asegura (Gal 5, 24-26):
“Los que son de Cristo Jesús han
crucificado su carne con sus pasiones y concupiscencias / si vivimos por el
Espíritu, caminemos también según el Espíritu / No seamos ambiciosos de
vanagloria, provocándonos unos a otros, envidiándonos recíprocamente”
El apóstol nos quiere indicar,
con estos dos últimos versículos, que los que se dejan gobernar por el
Espíritu, nunca se sentirán agobiados por el peso de la Ley, y que el Espíritu,
no es sólo el principio de vida divina en nosotros sino que también es
principio inmediato de nuestra actividad sobrenatural.
Por otra parte, San Pablo en su <Carta a los Romanos>, indica cuales son según el Mensaje de Cristo las normas concretas de conducta que todo hombre deberá seguir para salvarse cuando llegue el juicio de Dios al final de los tiempos, y entre ellas menciona la paciencia ante las dificultades de la vida y aconseja la perseverancia en la oración (Rm 12, 9-12):
“Que vuestro amor no sea una falsedad; detestad lo malo y abrazaos a lo bueno / amaos de verdad unos a otros y rivalizar en la mutua estima / no seáis perezosos para el esfuerzo; manteneos fervientes en el espíritu y pronto para el servicio del Señor / vivid alegres por la esperanza, <sed pacientes> en las tribulaciones y perseverantes en la oración…”
Igualmente el apóstol Santiago
(El menor), el que fuera primer obispo de Jerusalén y pariente de
Jesús, escribió una epístola, hacia el último tercio del siglo I d.C., dirigida
a algunas comunidades evangelizadas por San Pablo, en las que, según parece, se
habían interpretado mal ciertas recomendaciones del mismo sobre la moral y las
buenas costumbres.
El apóstol Santiago enterado de
estas circunstancias, sale al paso de esas pérfidas interpretaciones con su
Carta, e invita a estas comunidades a seguir sus consejos. Es precisamente en
las recomendaciones finales de la misma, cuando el apóstol hace una exhortación
del don de la paciencia, en los términos siguientes (St 5, 7- 11):
-Por tanto hermanos, tened
paciencia hasta la venida del Señor. Mirad: el labrador espera el fruto
precioso de la tierra, aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias
tempranas y las tardías.
-Tened también vosotros
paciencia, fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está
cerca.
-No os quejéis, hermanos, unos de otros, para que no seáis juzgados; mirad que el juez está ya a la puerta.
-Tomad, hermanos, como modelos de
una vida sufrida y paciente a los profetas, que hablaron en nombre del Señor.
-Mirad como proclamamos
bienaventurados a quiénes sufrieron con paciencia. Habéis oído de la paciencia
de Job y habéis visto el desenlace que el Señor le dio, porque el Señor es
entrañablemente compasivo y misericordioso
En esta misma Carta, dentro de
sus recomendaciones finales habla también, el apóstol Santiago, del valor de la
oración para alcanzar un estado donde la tristeza no tenga lugar y donde la
paciencia acompañada de la oración nos permitan apartarnos de las tentaciones
del mortal enemigo y vivir solo para el
Señor (St 5, 13-18):
-¿Está triste alguno de vosotros?
Que rece. ¿Está contento? Que cante salmos.
-¿Está enfermo alguno de
vosotros? Que llame a los presbíteros de la Iglesia, y que oren sobre él,
ungiéndole con el aceite en el nombre del Señor.
-Y la oración de la fe salvará al
enfermo, y el Señor le hará levantarse, y si hubiera cometido pecados, les
serán perdonados.
-Así pues, confesaos unos a otros
los pecados, y rezad unos por otros, para que seáis curados. La oración
fervorosa del justo puede mucho.
-Elías era un hombre de igual condición que nosotros; y rezó fervorosamente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra durante seis años y tres meses.
-Después rezó de nuevo, y el
cielo dio lluvia y la tierra germinó su fruto
En este texto del apóstol
Santiago queda promulgado el sacramento de la Unción de los enfermos,
instituido por Jesucristo, con el fin de conferir una gracia especial al
cristiano que experimenta las dificultades propias de una enfermedad grave o de
la ancianidad.
Por otra parte, la oración como
aseguraba el Papa Benedicto XVI en su libro <Los caminos de la vida
interior. El itinerario espiritual del hombre. Editorial Chronica S.L. 2011):
“Es un crisol en el que nuestras expectativas y aspiraciones son expuestas a la luz de la palabra de Dios, se sumergen en el diálogo con Aquel que es la verdad y salen purificadas de mentiras ocultas y componendas con diversas formas de egoísmo. Sin la dimensión de la oración, el yo humano acaba por encerrarse en sí mismo, y la conciencia, que debería ser eco de la voz de Dios, corre el peligro de reducirse a un espejo del yo, de forma que el coloquio interior se transforma en un monólogo dando pie a mil auto – justificaciones.
Por eso, la oración es garantía
de apertura a los demás. Quien se abre a Dios y a sus exigencias, al mismo
tiempo se abre a los demás, a los hermanos que llaman a la puerta de su corazón
y piden escucha, atención, perdón, a veces corrección, pero siempre con caridad
fraterna. La verdadera oración nunca es egocéntrica; siempre está centrada en
los demás. Como tal, lleva al que ora al <éxtasis> de la caridad, a la
capacidad de salir de sí mismo para hacerse próximo de los demás en el servicio
humilde y desinteresado.
La verdadera oración es el motor
del mundo, porque lo tiene abierto a Dios. Por eso, sin oración no hay
esperanza, sino sólo espejismos. En efecto, no es la presencia de Dios lo que
aliena al hombre, sino su ausencia: sin el verdadero Dios, Padre de nuestro
Señor Jesucristo, las esperanzas se transforman en espejismos, que llevan a
evadirse de la realidad. En cambio,
hablar con Dios, permaneced en su presencia, dejarse iluminar y
purificar por su palabra, nos introduce en el corazón de la realidad, en el
íntimo Motor del devenir Cósmico; por decirlo así, nos introduce en el corazón
palpitante del Universo”
En efecto, rezar, hablar con Dios, nos introduce en el corazón de la realidad de la vida y también, por tanto, nos hace ver la necesidad de ser pacientes con nuestros semejantes, aceptándoles muchas veces con sus defectos y sus virtudes, pero tratando siempre que nuestro comportamiento sirva de ejemplo en el cumplimiento de las Leyes divinas, entregando nuestras vidas por los demás, con esperanza, verdad y alegría, porque estas son insignias de la Iglesia de Cristo. Quien reza nunca pierde la esperanza de alcanzar el don de la paciencia, tan necesario en el trascurrir de nuestras vidas. La oración es el sostén del pueblo cristiano (Papa Benedicto XVI Ibid):
En efecto, ¡Cuántos ejemplos
podíamos citar de situaciones en las que precisamente la oración ha sido la que
ha sostenido el camino de los santos y del pueblo cristiano! Entre los
testimonios de nuestra época quiero citar el de dos santos: Teresa Benedicta de
la Cruz, Edith Stein cuya fiesta celebramos el 9 de agosto, y Maximiliano María
Kolbe al que recordamos el 14 de agosto, vigilia de la solemnidad de la
Asunción de la Virgen María.
Ambos concluyeron su vida terrena con el martirio en el campo de concentración de Auschwitz. Aparentemente su existencia se podría considerar una derrota, pero precisamente en su martirio resplandece el fulgor del amor que vence las tinieblas del egoísmo y del odio. A San Maximiliano Kolbe se le atribuyen las siguientes palabras que habría pronunciado en el pleno furor de la persecución nazi: <El odio no es una fuerza creativa: lo es sólo el amor>.
El generoso ofrecimiento que hizo
de sí en cambio de un compañero de prisión, ofrecimiento que culminó con la
muerte en el búnker del hambre, el 14 de agosto de 1941, fue una prueba heroica
de amor.
Edith Stein, el 6 de agosto del
año sucesivo, tres días antes de su dramático fin, acercándose algunas hermanas
del monasterio de Echt, en Holanda, les dijo: <estoy preparada para todo.
Jesús está también aquí en medio de nosotras. Hasta ahora he podido rezar muy
bien y he dicho con todo el corazón: <Ave, Crux, spes única>.
Testigos que lograron escapar de
la horrible masacre contaron que Teresa Benedicta de la Cruz mientras, vestida
con el hábito carmelitano, avanzaba consciente hacia la muerte, se distinguía
por su porte lleno de paz, por su actitud serena y por su comportamiento tranquilo
y atento a las necesidades de todos. La oración fue el secreto de esta santa
patrona de Europa, que <aún después de haber alcanzado la verdad en la paz
de la vida contemplativa, debió vivir hasta el fondo el misterio de la Cruz>
(Juan Pablo II, carta apostólica Spes aedificandi, 1 de octubre 1999, nº8)
< ¡Ave María! >. Fue la última invocación salida de Maximiliano María Kolbe mientras ofrecía su brazo al que lo mataba con una inyección de ácido fénico. Es conmovedor constatar que acudir humilde y confiadamente a la Virgen es siempre fuente de valor y serenidad. Renovemos nuestra confianza en Aquella que desde el cielo vela con amor materno sobre nosotros en todo momento. Esto es lo que decimos en la oración familiar del Ave María, pidiéndole que ruegue por nosotros <ahora y en la hora de nuestra muerte”
Así es, como podemos leer en el
Catecismo de la Iglesia Católica (nº 227) la paciencia es: confiar en Dios en
todas las circunstancias, incluso en la adversidad. Una oración de Santa Teresa
de Jesús lo expresa admirablemente:
<Nada te turbe / nada te espante / todo se pasa / Dios no se muda/ La paciencia todo lo alcanza / quien a Dios tiene nada le falta / sólo Dios basta>