Translate

Translate

domingo, 1 de diciembre de 2013

JESÚS Y EL PRIMADO DE PEDRO


 
 
 
 
 
Cuenta San Lucas en su Evangelio que estando Jesús cerca del lago de Genesaret  vio unas barcas que estaban en la orilla del mismo, y a las pescadores que preparaban la redes, y conociendo que  una de las barcas era de  un hombre llamado Simón, se subió a ella, y le rogó que la apartase un poco de allí, con la intención de predicar a las gentes que le seguían, de una forma más efectiva.



Simón se presto gustoso a los deseos del Señor y cuando Éste terminó de evangelizar a la multitud presente en tierra, le hizo una nueva petición, le dijo: <Guía mar a dentro, y echad vuestras redes para pescar>. Sucedió que aquella misma noche el mar de Galilea estaba mal y aquellos hombres no pudieron pescar nada, así se lo hizo saber Simón a Jesús, pero en un primer acto de fe hacia Él hecho las redes, y obtuvo una gran recompensa (Lc 5, 6-10):

 
 
 
 
Recogieron gran cantidad de peces. Tantos, que  las redes se rompían / Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que vinieran  y les ayudasen. Vinieron, y llenaron las dos barcas, de modo que casi se hundían / Cuando lo vio Simón Pedro, se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: <Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador / Pues el asombro se había apoderado de él, por la gran cantidad de peces que habían pescado / Lo mismo sucedió a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Entonces Jesús le dijo a Simón:

   

Por otra parte, San Mateo nos informa de forma precisa sobre la respuesta de Jesús a Pedro por la aseveración que hizo a la pregunta del Señor:  ¿Quién decís que soy yo?  Simón Pedro respondió: Tú eres el Cristo (el Mesías), el Hijo de Dios vivo. Entonces, Él dijo (Mt 16, 17-19): "Bienaventurado eres, Simón Bar-Joná, pues no es la carne y la sangre quien te lo reveló, sino mi Padre, que está en los cielos / Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella / Te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares sobre la tierra, quedará atado en los cielos; y cuanto desatares sobre la tierra, quedará desatado en los cielos"

Los evangelistas narran que por entonces Jesús había llegado a la región de Cesarea de Filipo y considerando que sus discípulos estaban ya preparados para aceptar la <profesión de fe apostólica> y la institución del Primado de su Iglesia, realizó aquella pregunta clave, a la que sólo Pedro respondió: <Tú eres el Mesías...> (Mc 8, 29), y con esta respuesta el Apóstol se mostró ante Jesús dispuesto para asumir el Primado de la Iglesia, y de forma inmediata, el Señor se lo otorgó (Mt 16, 17-19) .

En este punto es interesante mencionar que el Papa Benedicto XVI realizó un completo análisis sobre la figura del Vicario de Cristo, durante una conferencia dada por él cuando aún era el Cardenal Joseph Ratzinger, en la que entre otras cosas expuso su opinión respecto a este momento crucial para  la humanidad  (“Mi cristiandad. Discursos fundamentales. Ed. Planeta 2012):

 
 
“El nosotros de la Iglesia comienza con aquel que primero expuso, con su nombre y de forma personal, el Credo de Cristo: <Tu eres el Mesias, el hijo de Dios vivo> (Mt 16, 16). Curiosamente, existe modernamente la costumbre de calcular el Primado de Pedro a partir de Mateo (16, 17), mientras que desde el punto de vista de la antigua Iglesia, el versículo decisivo para comprender el conjunto (Mt 16, 13-20), es el versículo (16, 16) a partir del cual Pedro pasa a  ser la piedra de la Iglesia como portador del Credo,  de su fe en Dios, fe que, concretamente, es también fe en Cristo, en su condición de Hijo y, por lo mismo, fe en el Padre, y en la Santísima Trinidad, una fe que solo puede trasmitir el Espíritu de Dios.



A los ojos de la antigua Iglesia, los versículos (16,17-19), aparecen únicamente como una interpretación del versículo (16, 16): decir el Credo no es nunca obra propia del hombre y, por tanto, el que en obediencia de ese Credo, dice lo que no puede decir por sí mismo, puede también hacer lo que no podría hacer por sí mismo, al igual que convertirse en lo que jamás podría convertirse por sí mismo…Así pues, el Credo sólo existe como una confesión de responsabilidad personal y está ligada a la persona…En definitiva, podemos decir, que la unidad de los cristianos en el <nosotros>, creada por Dios en Cristo a través del Espíritu Santo, y bajo el nombre de Jesucristo, a partir de su testimonio acreditado con su Muerte y con su Resurrección, mantiene su cohesión, por otra parte, gracias a quienes asumen la responsabilidad personal de la unidad, y se pone de manifiesto, de un modo personalizado, en la figura de Pedro”

 
 
 
 
Es interesante, por otra parte, comprobar cómo en el Evangelio de San Mateo, Jesús se dirige a Pedro, entre todos sus Apóstoles, concediéndole las llaves del Reino de los cielos y revistiéndole de gracia de manera que <cuanto atare sobre la tierra, quedará atado en el cielo y viceversa>.


Con tres metáforas, Jesús, expresa lo que Pedro será y representará en su Iglesia: la que se refiere a la <piedra fundamental>, la que habla de las <llaves> y la que autoriza al Apóstol a <atar y desatar>. Como se sabe, la <piedra fundamental> es, según la arquitectura, la que da máxima estabilidad a un edificio, que en este caso concreto, sería la Iglesia fundada por Cristo. Por su parte, la metáfora de las <llaves> indica que el Señor concede a Pedro y también a sus sucesores, la potestad soberana, y por último, con la metáfora de <atar y desatar> le está otorgando a Pedro y a todos sus Vicarios a lo largo de los siglos, la autoridad suprema en los conflictos doctrinales y morales de su Iglesia.
 
 
 
 
Como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 881-882): "El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente a él, la piedra de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella, lo instituyó Pastor de todo su rebaño… / El Papa, Obispo de Roma y sucesor de Pedro, < es el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto de los Obispos, como de la muchedumbre de los fieles>. <El Pontífice Romano, en efecto, tiene en la Iglesia, en su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la potestad suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera libertad>"



Por eso, en una entrevista realizada  al Papa san Juan Pablo II un periodista se expresaba en los siguientes términos (Cruzando el umbral de la esperanza; Ed. Plaza &  Janés   1995) :  “Santidad con mi primera pregunta quisiera remontarme a las raíces; me excusará pues, si es más larga que las siguientes. Estoy ante un hombre vestido de blanco, con una cruz sobre el pecho. No dejo de señalar que este hombre al que llaman Papa (Padre en griego), es en sí mismo un misterio, un signo de contradicción, e incluso una provocación, un <escándalo>, según lo que para muchos es el sentido común.

 
 
Efectivamente, ante un Papa hay que elegir. El que es cabeza de la Iglesia católica es definido por la fe <Vicario de Cristo>. Es considerado como el hombre que sobre la tierra representa al Hijo de Dios, el que <hace las veces> de la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Esto es lo que afirma todo Papa de sí mismo. Esto es lo que creen los católicos. Sin embargo, y según muchos otros, esta pretensión es absurda, para ellos el Papa no es representante de Dios, sino testigo superviviente de unos antiguos mitos y leyendas que el hombre hoy no puede aceptar.



Por tanto, ante Usted es necesario, diciéndolo al modo de Pascal, apostar, o bien es Usted el misterioso testimonio vivo del Creador del Universo, o bien el protagonista más ilustre  de una ilusión milenaria. Si me lo permite, le pregunto ¿No ha dudado nunca, en medio de su certeza, de tal vínculo con Jesucristo y, por tanto, con Dios? ¿Nunca se ha planteado preguntas y problemas acerca de la verdad de ese Credo que se recita en la Misa y que proclama una inaudita fe, de la que Usted es el garante más autorizado?”
 
 
 
 
Preguntas duras y hasta cierto punto incisivas, por parte de alguien que hablaba como el portavoz de aquellos hombres que niegan a Cristo y a su Vicario y que hemos querido recoger en su totalidad, porque son un ejemplo perfecto del sentir  de un amplio sector de la sociedad, apartada en la actualidad del mensaje de la Iglesia.



El Papa Juan Pablo II no se sintió sin embargo ofendido, antes al contrario, manifestó en seguida que dicha reflexión estaba impregnada en cierta medida, de una fe viva, y además por una pequeña inquietud, recordándole enseguida la exhortación que al comenzar su ministerio, en la Sede de Pedro, él había pronunciado ante el pueblo de Dios: ¡No tengáis miedo! La respuesta concreta del Papa Juan Pablo II, sin embargo es mucho más larga, como correspondía a las características de la forma de ser del gran filósofo que fue este Pontífice, y está llena de un profundo conocimiento del Mensaje de Cristo, e inspirada por el mismo Espíritu Santo.

Recordaremos, por tanto, tan solo algunos aspectos de la misma, que nos han parecido, más sencillos para entender el sentido que el Papa quiso darle a sus palabras (Cruzando el umbral de la esperanza; Ibid):
 
 
 
 
“¡No tengáis miedo! Cristo dirigió  muchas veces esta invitación a los hombres con los que se encontraba…Estas palabras pronunciadas por Cristo, las repite la Iglesia. Y por la Iglesia las repite el Papa también…¿De que no debemos tener miedo? No debemos temer a la verdad de nosotros mismos. Pedro tuvo conciencia de ella un día, con especial viveza, y dijo a Jesús: < ¡Apártate de mí, Señor, que soy hombre pecador!> (Lc 5,8) Cristo le respondió: <No temas, desde ahora serás pescador de hombres> (Lc 5, 10)…


Por tanto, no hay que tener miedo cuando la gente te llama Vicario de Cristo, cuando te dicen Santo Padre o Santidad u otras expresiones semejantes, que parecen contrarias al Evangelio, porque el mismo Cristo afirmó <no llaméis a nadie Padre porque uno sólo es vuestro Padre, el del cielo>, y <tampoco os dejéis llamar maestro, porque sólo uno es vuestro Maestro, Cristo> (Mt 23, 9-10). Pero estas expresiones surgieron al comienzo de una  larga tradición, entraron en el lenguaje común y tampoco hay que tenerles miedo…
En la Iglesia se edifica sobre la roca que es Cristo-Pedro, los Apóstoles y sus sucesores son testigos de Dios Crucificado y Resucitado en Cristo. De este modo son testigos de la vida que es más fuerte que la muerte. Son testigos del Dios que da la vida, porque es Amor (I Jn 4,8). Son testigos porque han visto, oído y tocado con las manos, con los ojos y los oídos de Pedro, de Juan y de tantos otros. Pero Cristo dijo a Tomás: <Bienaventurados los que, aún sin haber visto, creerán> (Jn 20, 29).

 
 
 
Usted, justamente, afirma que el Papa es un misterio. Usted afirma, con razón, que él es signo de contradicción, que él es provocación. El anciano Simeón dijo del propio Cristo que sería <signo de contradicción> (Lc 2, 34).

Usted además sostiene, que frente a una verdad así, o sea frente al Papa, hay que elegir; y para muchos esa elección no es fácil. Pero ¿acaso fue fácil para el mismo Pedro? ¿Lo ha sido para cualquiera de sus sucesores? ¿Es fácil para el Papa actual? Elegir comporta una iniciativa del hombre. Sin embargo, Cristo dice: <No te lo han revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre> (Mt 16, 17). Esta elección no es solo una iniciativa del hombre, es también una acción de Dios, que obra en el hombre, que revela. Y en virtud de esa acción de Dios, el hombre puede repetir: <Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo> (Mt 16, 16) y después puede recitar el Credo, que es profundamente armónico a la profunda lógica de la Revelación. El hombre también puede aplicarse asimismo y a otros las consecuencias que se derivan de la lógica de la fe, penetrado del esplendor de la verdad; puede hacer todo esto, a pesar de que a causa de ello, se convertirá en signo de contradicción…
 
 
Y a propósito de los nombres añado: el Papa se llama también, Vicario de Cristo. Ese título debe ser visto dentro del contexto total del Evangelio…Desde esta perspectiva, la expresión Vicario de Cristo, cobra su verdadero significado. Más que una dignidad, se refiere a un servicio: pretende señalar las tareas del Papa en la Iglesia, su ministerio petrino, que tiene como fin el bien de la Iglesia y de los fieles. Lo entendió  perfectamente San Gregorio Magno, quién, de entre todos los títulos relativos a la función del Obispo de Roma, prefería, el de <Servus servorum Dei> (Siervo de los siervos de Dios>”

 

Ante la magnífica respuesta del Papa Juan Pablo II, ningún miembro de la  Iglesia, al menos, debería tener dudas del <dogma de fe> sobre la <infalibilidad> del Vicario de Cristo. Por otra parte, tenemos también los católicos, a nuestro favor, el hecho de que el Beato Papa Pio IX  en el siglo XIX convocara el Concilio Vaticano I, en el cual se tuvo el acierto de proclamar este dogma de fe. Concretamente en su <Constitución Dogmática> (Cuarta sesión. Vaticano I. Capítulo 1), podemos leer <Canon>: “Si alguien dijere que el bienaventurado Apóstol Pedro no fue constituido por Cristo el Señor, como príncipe de todos los Apóstoles y cabeza visible de toda la Iglesia militante; o que era éste sólo un primado de honor y no uno de verdadera y propia jurisdicción, que recibió directa e inmediatamente de nuestro Señor Jesucristo mismo: sea anatema”
 

 
 
Los Papas de todos los tiempos entendieron así el sentido de su Pontificado, este fue el caso concreto del Papa Pio XII (1876-1958) el cual en su Carta Encíclica <Summi Pontificatu>, dada en Castel Gandolfo , el 20 de octubre de  1939, primero de su Pontificado, y a punto ya de estallar la segunda Guerra Mundial, se expresaba en los términos siguientes:  “Hoy, recordando el sin número de testimonios de estrecha adhesión filial a la Iglesia y al Vicario de Cristo, que libremente y espontáneamente, llegaron a Nos con motivo de nuestra elección y coronación, no podemos dejar de daros a vosotros, Venerables hermanos, y a todos cuantos pertenecen a la familia católica, las gracias más conmovidas por los testimonios de amor reverente y de inquebrantable fidelidad al Papado, enviados de todas partes al Pontífice, en el que se reconocía la misión providencial del Sumo Sacerdote y del Pastor Supremo.

Porque estas manifestaciones no estaban dirigidas a mi humilde persona, sino únicamente al alto y grave oficio a cuyo cumplimiento el Señor nos llamaba. Y si ya entonces experimentábamos la extraordinaria gravedad de carga recibida, que nos había impuesto la suma potestad que nos confería la Providencia divina, sin embargo, sentíamos el gran consuelo de ver aquella grandiosa y palpable demostración de la indivisibilidad de la Iglesia católica, que levantada como muralla y baluarte, con tanta mayor firmeza y energía se une a la roca invicta de Pedro, cuando mayor aparece la jactancia de los enemigos de Cristo”



Sí, solo tenemos que repasar la historia de la humanidad, después de la venida de Jesucristo, para darnos cuenta de que las palabras del Papa Pio XII encerraban una gran verdad, porque es cierto que en los mayores momentos de crisis de la humanidad el Vicario de Cristo ha jugado un papel trascendental y la Iglesia católica siempre ha apoyado a sus Papas.

Por eso los Papas han reconocido el papel primordial del Pontificado y así años después de este sentido mensaje del Papa que sufrió las consecuencias de la guerra más terrible que haya azotado a este planeta, otro Papa daba muestras también de haber comprendido exactamente el enorme papel que el Vicario de Cristo juega en su Iglesia y también fuera de ella.

 
 
Nos referimos al Papa Pablo VI (1963-1978), el cual durante la Homilía que pronunciara en el XV aniversario de su coronación como Pontífice, coincidiendo también con la solemnidad de la fiesta dedicada a los Apóstoles, San Pedro y San Pablo, se expresaba en los términos siguientes, estando ya muy próxima su partida de este mundo (Jueves 29 de Junio de 1978): “Nuestro ministerio es el mismo de Pedro, al que Cristo confió el mandato de confirmar a los hermanos (Lc 22, 32): es la misión de servir a la verdad de fe y ofrecer esta verdad a cuantos la buscan, según una expresión magnifica de San Pedro Crisólogo (400-450; Doctor de la Iglesia)): <Bectus Petrus, qui in propria sede et vivit et praesidet, praestat quarentibus fidei veritatem> (Ep. Ad Eutichem, inter Ep. S. Leonis magni, XXV. 2; 54, 743-4).


En efecto, <la fe es más preciosa que  el oro> (I Pe 1.7), dice San Pedro; no basta recibirla, sino que hay que conservarla, incluso en medio de las dificultades. Los Apóstoles fueron predicadores de la fe, incluso en la persecución, sellando su testimonio con la muerte, a imitación de su Maestro y Señor quien, según la hermosa fórmula de San Pablo, <hizo la buena confesión en presencia de Poncio Pilatos> (I Tim 6, 13). Ahora bien, la fe no es el resultado de la especulación humana (II Pe 1, 16), sino el <depósito> recibido de los Apóstoles, quienes a su vez lo recibieron de Cristo al que ellos <han visto, contemplado y escuchado> (I Jn 1, 1-3). Esta es la fe de la Iglesia, la fe apostólica.

La enseñanza recibida de Cristo se mantiene intacta en la Iglesia gracias a la presencia en ella del Espíritu Santo y a la misión especial confiada a Pedro, por quién Cristo oró: <yo he rogado por ti para que no desfallezcas  en tu fe> (Lc 22, 32), y por la misión también del Colegio de los Apóstoles en comunicación con él: <El que a vosotros oye, a mí me oye> (Lc 10, 16). La función de Pedro se perpetúa en sus sucesores; tanto es así que los Obispos del Concilio de Calcedonia pudieron decir, después de haber escuchado la carta que les envió el Papa León: <Pedro ha hablado por boca de León>. El núcleo de esta fe es Jesucristo, verdadero Dios, y verdadero hombre; Cristo a quien Pedro confesó con estas palabras: <Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo> (Mt 16, 16)”



Dos años más tarde este gran Papa tuvo de nuevo que proteger la ciudad, esta vez, del ataque por mar del rey de los vándalos y alanos, Genserico, evitando sí no el saqueo, al menos su total destrucción. No es de extrañar por ello que los creyentes de todos los tiempos les estemos agradecidos a él y a todos los Papas que como por ejemplo, Pablo VI, defendieron, en él pasado, a la Iglesia católica de sus más terribles enemigos.

Entre los Papas que quisieron llevar el apelativo de León, tenemos que destacar a León XIII (1878-1903), el cual fue así mismo, un ejemplo extraordinario para la Iglesia por su incansable labor evangelizadora desarrollada durante todo su Pontificado. Este Papa fue el brillante autor de la célebre Carta Encíclica <Rerum novarum>, que tantos beneficios ha suministrado a la humanidad, y que ha constituido un hito en la lucha por los derechos sociales de los trabajadores y del mundo obrero en general. Escribió además otras muchas cartas Encíclicas entre la que cabe destacar también la que lleva por título <Divinum Illud Hunus>. En esta carta el Papa León XIII nos habla de la <presencia y virtud admirable del Espíritu Santo> (Dada en Roma el 9 de mayo de 1897):
“Y Nos, que constantemente hemos procurado, con auxilio de Cristo Salvador, Príncipe de los Pastores, y Obispo de nuestras almas, imitar su ejemplo, hemos continuado religiosamente su misma misión, encomendada a los Apóstoles, principalmente a Pedro…

Guiados por esa intención, en todos los actos de nuestro Pontificado, a dos cosas principalmente hemos atendido y sin cesar atendemos. Primero, a restaurar la vida cristiana, así en la sociedad pública, como en la familiar tanto en sus gobernantes, como en los pueblos; porque sólo de Cristo puede derivarse la vida para todos. Segundo, a fomentar la reconciliación con la Iglesia de los que, o en la fe o por la obediencia, están separados de ella; pues la verdadera voluntad del mismo Cristo es que haya un solo rebaño, bajo un solo Pastor. Y ahora, cuando nos sentimos cerca ya del fin de nuestra mortal carrera, place consagrar toda nuestra obra, cualquiera que haya sido, al Espíritu Santo, que es vida y amor, para que la fecunde y la madure…”

 
 
 
Bellas palabras del Papa León XIII, el cual había  recogido la antorcha del Magisterio Petrino a la muerte  de otro gran Pontífice, Pio IX  (1792-1878), un hombre extremadamente piadoso y humilde, que se preocupó también desde el principio de su Pontificado, de la comunidad más pobre, abriendo casas para recoger a los huérfanos y asistiendo en sus necesidades a los presos. Su Papado estuvo envuelto en luchas y revoluciones de los hombres y el propio Vaticano llegó a ser asediado por los enemigos de Cristo, siendo necesario el traslado de la Sede a Nápoles.

Más tarde un ejército franco-español repuso al Papa en su Sede de Roma, donde siguió trabajando sin tregua por la Iglesia. Proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, coincidiendo este acontecimiento con la aparición de la Virgen a la joven Bernadette de Souvirous. A él se debe asimismo la convocatoria del Concilio Vaticano I, que antes hemos recordado, donde se trataron, temas tan importantes como  la <infalibilidad del Papa>.

Entre las Cartas Encíclicas escritas por este Pontífice cabe destacar la titulada <Quanta cura> en la que analizaba las teorías erróneas de su época sobre materia de fe y buenas costumbres y en la que defendía valientemente y de forma certera el Ministerio Papal (<Quanta cura>. Dada en Roma el 8 de diciembre de 1864. Décimo de su Papado):

“Con cuanto cuidado y pastoral vigilancia cumplieron en todo tiempo los Romanos Pontífices, Nuestros Predecesores, la misión a ellos confiada por el mismo Cristo Nuestro Señor, en la persona de San Pedro, Príncipe de los Apóstoles, con el encargo de <apacentar las ovejas y corderos, ya nutriendo a toda la grey del Señor con las enseñanzas de la fe, ya imbuyéndola con sanas doctrinas y apartándolas de los pastos envenenados>…. Porque, en verdad, Nuestros Predecesores, defensores y vindicadores de la sagrada religión católica, de la verdad y de la justicia, llenos de solicitud por el bien de las almas en modo extraordinario, nada cuidaron tanto como descubrir y condenar con sus Cartas y Constituciones, llenas de sabiduría, todas las herejías y errores que, contrarios a nuestra fe divina, a la Doctrina de la Iglesia Católica, a la honestidad de las buenas costumbres y a la eterna salvación de los hombres, levantaron con frecuencia graves tormentas, y trajeron lamentables ruinas así sobre la Iglesia como sobre la misma sociedad civil.

Por eso Nuestros Predecesores, con apostólica fortaleza resistieron sin cesar a las inicuas maquinaciones de los malvados que, lanzando como las olas del fiero mar la espuma de sus conclusiones, y prometiendo libertad, cuando en realidad eran esclavos del mal, trataron con sus engañosas opiniones y con sus escritos perniciosos de destruir los fundamentos del orden religioso y del orden social de quitar de en medio toda virtud y justicia, de pervertir todas las almas, de separar a los incautos y <sobretodo, a la inexperta juventud> de la recta norma de las sanas costumbres, corrompiéndola miserablemente, para enredarla en los lazos del error y, por último, arrancarla del seno de la Iglesia Católica”


Muchas fueron las Cartas Encíclicas escritas por León XIII, dirigidas a los Obispos, y a toda su grey, con la intención de prevenirles del peligro que se cernía sobre la humanidad, a causa del alejamiento de Dios y de su Hijo Unigénito. Más concretamente, en su Carta <Quod Apostolici Muneris>, dada en Roma en el año 1878, primera de su Pontificado elogiaba de esta forma a algunos de sus predecesores en el Primado de Pedro, admirando la labor evangelizadora por ellos realizada:
“Los Pastores de la Iglesia, a quienes compete el cargo de resguardar la grey del Señor de las asechanzas de los enemigos, procuraron conjurar a su tiempo el peligro y prever a la salud eterna de los fieles. Así que empezaron a formarse sociedades, en cuyo seno se fomentaban, ya entonces la semilla de muchos errores, los Romanos Pontífices Clemente XII (1730-1740) y Benedicto XIV (1740-1758), no omitieron el descubrir los impíos proyectos de las mismas y avisar a los fieles de todo el orbe la ruina que en la oscuridad se estaba preparando.

 
 
 
 
Pero después que aquellos que se gloriaban con el nombre de filósofos, atribuyeron al hombre cierta desenfrenada libertad, y se empezó a formar y sancionar <derechos nuevos>, como dicen, contra la ley natural y divina, el Papa Pio VI (1775-1799), mostró al punto la perversa índole y falsedad de aquellas doctrinas, en públicos documentos, y al mismo tiempo con una previsión apostólica, anunció la ruina a la que iba ser conducido el pueblo. Más, sin embargo de esto, no habiéndose precavido por ningún medio eficaz para que tan depravados dogmas, no se infiltraran de día en día, en las mentes de los pueblos, y para que no viniesen a ser máximas públicamente aceptadas de gobernación, Pio VII (1800-1823) y León XII (1823-1829), condenaron con anatemas las sociedades secretas y amonestaron otra vez a la sociedad del peligro que por ellas le amenazaba. A todos, finalmente, es manifiesto con cuan graves palabras y cuanta firmeza y constancia de ánimo, nuestro glorioso predecesor Pio IX, ha combatido, contra los inicuos intentos de las mismas…”    


La lucha contra el mal sigue, ha seguido desde León XIII con todos los Papas del siglo XX y muy particularmente con Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ahora toda la grey de Cristo, tenemos nuestra esperanzas puestas, en el Papa Francisco y ahora más que nunca deben resonar en nuestros oídos las palabras de Jesús: < ¡No tengáis miedo!>. Palabras que recordaba el Papa Juan Pablo II nada más empezar la andadura de su Pontificado y que repitió muchas veces durante él (Cruzando el umbral de la esperanza…):
“Tienen necesidad de esas palabras los pueblos y las naciones del mundo entero. Es necesario que en su conciencia resuenen con fuerza la certeza de que existe Alguien que tiene las llaves de la muerte y de los infiernos; Alguien que es el Alfa y el Omega de la historia del hombre, sea la individual o la colectiva (Apocalipsis 1, 18; 22, 13). Y ese Alguien es Amor (I Juan 4, 8-16): Amor hecho hombre, Amor crucificado y resucitado, Amor continuamente presente entre los hombres. Es Amor Eucarístico. Es fuente incesante de comunión. Él es el único que puede dar plena garantía de las palabras < ¡No tengáis miedo! >”

 
 
 
"Mientras ellos navegaban, se durmió (Jesús). Y se desencadenó una tempestad de viento en el lago, de modo que se llenaban de agua y corrían peligro / Se le acercaron para despertarle  diciendo: ¡Maestro, Maestro, que perecemos! Puesto en pie, increpó a las viento y a la olas, que cesaron; y sobrevino la calma / Entonces les dijo: ¿Dónde está vuestra fe? (Lc 8, 23-25)