“El Sinaí nos recuerda, en primer
lugar, que una verdadera alianza en la tierra no puede prescindir del Cielo,
que la humanidad no puede pretender encontrar la paz excluyendo a Dios de su
horizonte, ni tampoco puede tratar de subir la montaña para apoderarse de Dios
(Ex 19,12).
Se trata de un mensaje muy
actual, frente a esa peligrosa paradoja que persiste en nuestros días, según la
cual por un lado se tiende a reducir la religión a la esfera privada, sin
reconocerla como una dimensión constitutiva del ser humano y de la sociedad y,
por otro, se confunde la esfera religiosa y la política sin distinguirlas
adecuadamente.
Existe el riesgo de que la
religión acabe siendo absorbida por la gestión de los asuntos temporales y se
deje seducir por el atractivo de los poderes mundanos que en realidad sólo
quiere instrumentalizarla. En un mundo en el que se han globalizado muchos
instrumentos técnicos útiles, pero también la indiferencia y la negligencia, y
que corre a una velocidad frenética difícil de sostener, se percibe la
nostalgia de las grandes cuestiones sobre el sentido de la vida, que las
religiones saben promover y que suscitan la evocación de los propios orígenes:
La vocación del hombre, que no ha sido creada para consumirse en la precariedad
de los asuntos terrenales sino para encaminarse hacia el Absoluto al que
tiende.
Por estas razones, sobre todo
hoy, la religión no es un problema sino parte de la solución: Contra la
tentación de acomodarse en una vida sin relieve, donde todo comienza y termina
en esta tierra, nos recuerda que es necesario elevar el ánimo hacia lo Alto
para aprender a construir la ciudad de los hombres”
Son las sentidas palabras del Papa Francisco en su viaje apostólico a
Egipto (28-29 de abril de 2017) durante su discurso a los participantes en la
<Conferencia Internacional para la Paz> que tuvo lugar en el Cairo. El Papa refiriéndose
concretamente al diálogo interreligioso
manifestaba también que: “Estamos llamados a caminar
juntos con la convicción de que el futuro de todos depende del encuentro entre
religiones y culturas…El diálogo puede ser favorecido si se conjugan bien tres
indicaciones fundamentales: el deber de la identidad, la valentía de la
alteridad y la sinceridad de las intenciones.
El deber de la identidad, porque
no se puede establecer un diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de
sacrificar el bien para complacer al otro. La valentía de la alteridad, porque
al que es diferente, cultural o
religiosamente, no se le ve ni se le trata como un enemigo, sino que se le
acoge como a un compañero de ruta, con la genuina convicción de que el
bien de cada uno se encuentra en el bien
de todos. La sinceridad de las intenciones, porque el diálogo, en cuanto
expresión auténtica de lo humano, no es una estrategia para lograr segundas
intenciones, sino el camino de la verdad, que nos merece ser recorrido
pacientemente para transformar la competición en cooperación”
Son tres indicaciones preclaras
de nuestro actual Papa que sin duda están sirviendo ya para conseguir buenos
frutos en el diálogo interreligioso que se inició hace algunos años. Así, en el Concilio Vaticano II se analizó en profundidad el problema de la relación
entre la Iglesia católica y las demás religiones del mundo, en consideración del
mandato de Nuestro Señor Jesucristo.
Realmente se podría decir que desde
siempre la Iglesia de Cristo se ha interesado por el diálogo interreligioso; concretamente, en el Concilio Ecuménico
Vaticano II, se estudió con largueza este tema, contemplando cuidadosamente su
problemática, con la intención de alcanzar una fraternidad universal, exenta de
toda discriminación:
“En nuestra época, en la que el
género humano se une cada vez más estrechamente y aumentan los vínculos entre
los diversos pueblos, la Iglesia considera, con mayor atención, en que consiste
su relación con respecto a las religiones no cristianas.
En cumplimiento de su misión de
fundamentar la unidad y la caridad entre
los hombres y, aún más, entre los pueblos, considera aquí, todo aquello que es
común a los hombres y que conduce a la mutua solidaridad…” (Proemio;
Declaración Conciliar <Nostra Aetate>)
Ante una cuestión tan actual e
importante, pueden surgir, tanto en el seno de la Iglesia católica, como entre comunidades pertenecientes a otras creencias, algunas
dudas y por tanto algunas preguntas. Varias cuestiones que surgen a raíz de la
lectura del documento <Dominus Iesus>, del Concilio Vaticano II, nos
pueden servir de guía para analizar algunas de las problemáticas que incumben al
tema del diálogo interreligioso.
Una de estas preguntas es obvia: ¿Realmente es posible el dialogo entre la fe cristiana y las doctrinas provenientes de otras tradiciones religiosas?
Pregunta no fácil de responder de
forma inmediata, por eso antes de entrar en ella recordaremos, como
introducción previa, algunas ideas desarrolladas por el Papa san Juan Pablo II
en su discurso a la Asamblea Interreligiosa, durante la ceremonia final (jueves
28 de octubre de 1999):Una de estas preguntas es obvia: ¿Realmente es posible el dialogo entre la fe cristiana y las doctrinas provenientes de otras tradiciones religiosas?
Por eso, son numerosos los
conflictos que estallan continuamente en el mundo: guerras entre naciones y
luchas armadas en el seno de países. Se trata de conflictos que perduran como heridas abiertas y exigen una
solución que tarda en llegar. Inevitablemente
los débiles son quienes más sufren en esos conflictos, en especial cuando son
desalojados de sus hogares y obligados a escapar”
Son palabras de un Papa santo
pronunciadas hace ya algunos años que reflejan de forma espectacular lo que
sucedía entonces y sigue sucediendo por desgracia en la actualidad; ello demuestra una vez más la incapacidad del
hombre para resolver la más de las veces, por sí mismo, los problemas que
históricamente se le presentan en materia social y moral.
Recordemos de nuevo las palabras
del Papa san Juan Pablo II, en este
sentido, (Ibid):
“Seguramente no es así como la
humanidad debe vivir. Por tanto, ¿no es exacto decir que existe efectivamente
una crisis de civilización que solo puede contrarrestarse con una nueva
civilización del amor, fundada en los valores universales de la paz, la
solidaridad, la justicia y la libertad?" (cf. Tertio millennio adveniente, 52).
Por eso el Papa Francisco en su
viaje apostólico a Egipto, mencionado anteriormente aseguraba que: “Educar,
para abrirse con respeto y dialogar sinceramente con el otro, reconociendo sus
derechos y libertades fundamentales, especialmente la religiosa, es la mejor
manera de construir juntos el futuro, de ser constructores de civilización.
Porque la única alternativa a la barbarie del conflicto es la cultura del
encuentro, no hay otra manera.
Y con el fin de contrarrestar realmente la barbarie de quien instiga al odio e incita a la violencia, es necesario acompañar y ayudar a madurar a las nuevas generaciones para que, ante la lógica incendiaria del mal, respondan con el paciente crecimiento del bien: Jóvenes que, como árboles plantados, estén enraizados en el terreno de la historia y creciendo hacia lo Alto y junto a los demás, transformen cada día el aire contaminado de odio en oxígeno de fraternidad”
Además, los líderes religiosos
deben mostrar claramente que están comprometidos en promover la paz, precisamente
a causa de su creencia religiosa…De todo ello se deduce
evidentemente que la primera pregunta que nos hacíamos sobre si es posible el
dialogo interreligiosos debería ser contestada con un sí rotundo por parte de
todas las partes implicadas.
Mi venerado Predecesor (Papa
Pablo VI) observó que en nuestro tiempo la gente presta más atención, a los
testigos que a los maestros, y que escucha a los maestros si son testigos (cf.
Evangelii nuntiandi, 41). Basta pensar en el testimonio
inolvidable de personas como Mahatma Gandhi o la madre Teresa de Calcuta, por
mencionar solo a dos figuras que ejercieron gran influencia en el mundo”
Dos grandes figuras humanas de
los últimos siglos, son sin duda las mencionadas, por este Pontífice como
ejemplos a tener en cuenta a la hora de conseguir el diálogo interreligioso, pero
no olvidemos que son sobre todo las enseñanzas y el ejemplo de Jesús los que
deben mover a todos los cristianos en este sentido, porque el Hijo del hombre
nos dio un mandamiento nuevo de amor y fraternidad entre los hombres (Jn 13,
34-35):
De hecho, la fraternidad es una
dimensión esencial del hombre, que es un ser relacional. La viva conciencia de
este carácter relacional nos lleva a ver y a tratar a cada persona como una
verdadera hermana y un verdadero hermano; sin ello, es imposible la
construcción de una sociedad justa, de paz estable y duradera” (XLVII Jornada Mundial de la paz, 2014)
Es una idea que ha promocionado siempre nuestro actual Pontífice, al igual que lo hicieron sus antecesores en la Silla de Pedro. Concretamente, en su viaje Apostólico a Egipto aseguraba también que (Ibid):
“En este desafío de
civilizaciones tan urgente y emocionante, cristianos y musulmanes, y todos los
creyentes, estamos llamados a ofrecer nuestra aportación: <Vivimos bajo el sol de un
único Dios misericordioso.
Así, en el verdadero sentido podemos llamarnos,
los unos a los otros, hermanos y hermanas (…), porque sin Dios la vida del
hombre sería como el cielo sin sol> (Discurso a las autoridades musulmanas
del Papa Juan Pablo II; Kaduna-Nigeria el 14 de febrero de 1982). Salga pues el sol de una renovada
hermandad en el nombre de Dios; y de esta tierra, acariciada por el sol,
despunte el alba de una civilización de la paz y del encuentro”
Hermosas palabras del Papa Francisco sobre las que deberíamos reflexionar todos, al igual que deberíamos seguir recordando las del Papa san Juan Pablo II (Ibid):
“Nuestra esperanza no se funda
sólo en las capacidades del corazón y de
la mente humana; tiene también una dimensión divina, que es preciso reconocer. Los cristianos creemos que esta
esperanza es un don del Espíritu Santo, que nos llama a ensanchar nuestros
horizontes, a buscar, por encima de nuestras necesidades personales y de las de
nuestras comunidades particulares, la unidad de toda la familia humana. La enseñanza y el ejemplo de
Jesucristo han dado a los cristianos un claro sentido de la fraternidad
universal de los pueblos.
La convicción de que el Espíritu de Dios actúa donde
quiere (cf. Jn 3, 8) nos impide hacer juicios apresurados y peligrosos, porque
suscita aprecio de lo que está escondido en el corazón de los demás. Esto lleva a la reconciliación,
la armonía y a la paz. De esta convicción espiritual brotan la compasión y la
generosidad, la humidad, la valentía y la perseverancia…
Al estar hoy aquí reunidas personas de numerosas nacionalidades, que representan a muchas religiones del mundo, no podemos por menos de recordar el encuentro de Asís, que se celebró hace trece años, con ocasión de la Jornada mundial de oración por la paz. Desde entonces el espíritu de Asís se ha mantenido vivo mediante múltiples iniciativas en diferentes partes del mundo…
Este encuentro en la plaza de san
Pedro es un paso más en este camino. Con las múltiples lenguas de la oración,
pidamos al Espíritu de Dios que nos ilumine, guie y fortalezca a fin de que,
como hombres y mujeres que se inspiran en sus creencias religiosas, podamos
trabajar juntos para construir el futuro de la humanidad en armonía, justicia,
paz y amor”
Recientemente el Papa Francisco llevado de este espíritu basado en la armonía, la justicia, la paz y el amor entre los hombres, en su viaje apostólico a los <Emiratos Árabes Unidos> (3-5 de febrero de 2019), durante el encuentro con el gran Imán de Al-Azhar , y los musulmanes de Oriente y Occidente ha tenido la alegría de colaborar con todos ellos en la publicación de un Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, llegando a la conclusión siguiente:
Sea un testimonio de la grandeza de la fe en Dios que une los corazones divididos y eleva el espíritu humano. Sea un símbolo del abrazo entre Oriente y Occidente, entre el Norte y el Sur y entre todos los que creen que Dios nos ha creado para conocernos, para cooperar entre nosotros y para vivir como hermanos que se aman. Esto es lo que esperamos e intentamos realizar para alcanzar una paz universal que disfruten todas las personas en esta vida” (Abu Dabi, 4 de febrero de 2019).