En este siglo, dentro ya del tercer
milenio, desde la llegada del Mesías a la tierra, la caída del hombre y de la mujer en el
pecado sigue su curso, siguen
escuchando a Satanás, siguen siendo embaucados por su oferta aparentemente
atractiva de llegar a ser como Dios, y
por ello, es conveniente que todos recordemos que (C.I.C nº 386 y nº 387):
"El pecado está presente en la
historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad
otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en
primer lugar reconocer el <vínculo profundo del hombre con Dios>, porque
fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera
identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida
del hombre y sobre la historia // La realidad del pecado, y más
particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de la
Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede
reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente
como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un error, la
consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada etc.
Sólo en el
conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es
un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan
amarle"

Ciertamente el hombre debe estar
siempre alerta ante las posibles asechanzas del diablo, porque con frecuencia
sucede, que escucha la voz de su enemigo natural
(CIC nº 391):
"Tras la elección desobediente de
nuestros primeros padres, se halla una voz seductora, opuesta a Dios (Gn 3,
1-5) que por envidia, los hace caer en la muerte.
La Escritura y la Tradición
de la Iglesia ven en éste ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (Jn Ap
12,9).
La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios:
<El
diablo y los otros demonios fueron credos por Dios con una naturaleza buena,
pero ellos se hicieron así mismos malos> (Cc, de Letrán IV año 1215; DS 8oo).
"El hombre tentado por el diablo,
dejó morir en su corazón la confianza en el Creador (Gn 3, 1-11), y abusando de
su libertad, desobedeció el mandamiento de Dios. En esto consistió el primer
pecado del hombre (Rm 5, 19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a
Dios y una falta de confianza en su bondad // En este pecado, el hombre se prefirió
así mismo, en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios; hizo elección de sí
mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de criatura, y por tanto
contra el propio bien"
Sin embargo y por la clemencia de
Dios, frente a este comportamiento inicuo del hombre hacia su Creador, Él nos
mandó a su Hijo unigénito para nuestra salvación:
“Por la misericordia de Dios,
Padre que reconcilia, el Verbo se encarnó en el vientre purísimo de la
santísima Virgen María para <salvar a su pueblo de sus pecados> (Mt 1,
21) y abrirle <el camino de la salvación>. San Juan Bautista confirma
esta misión indicando a Jesús como <el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo> (Jn 1, 29).
Toda la obra y predicación del Precursor es una
llamada enérgica y ardiente a la penitencia y a la conversión, cuyo signo es el
bautismo administrado en las aguas del rio Jordán. El mismo Jesús se somete a
este rito penitencial (Mt 3, 13-17), no porque haya pecado, sino porque <se
deja contar entre los pecadores>; es ya el <cordero de Dios que quita el
pecado del mundo>; anticipa ya el <bautismo de su muerte sangrienta>.
La salvación es pues, y ante todo, redención del pecado como impedimento para
la amistad con Dios, y liberación del estado de esclavitud en la que se encuentra
el hombre que ha cedido a la tentación
del Maligno y ha perdido la libertad de los hijos de Dios” (Carta Apostólica en
forma de Motu proprio <Misericordia Dei>. Papa San Juan Pablo II. Dada en
Roma el 7 de abril del año 2002).
Ciertamente las palabras del Papa San Juan Pablo II nos muestran toda la
grandeza y misericordia de Dios hacia los hombres y todo el despropósito y
bajeza de estos hacia su Creador. También el Apóstol San Pablo, convencido como
estaba del mensaje de Cristo escribía una carta a los habitantes de Roma para
estimularles a salir del pecado en el que algunos se encontraban y alcanzar así
una <nueva vida> (Rm 6, 1-4):
-¿Qué diremos pues?
¿Continuaremos en el pecado, para que la gracia abunde?
-De ninguna manera. Los que hemos
muerto al pecado ¿Cómo viviremos aún en él?
-¿O ignoráis que cuantos fuisteis
bautizados en Cristo Jesús, en su muerte fuisteis bautizados?
-Fuimos, pues, con sepultados con
el Bautismo, para participar en su muerte, para que así como Cristo resucitó de
entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos con
vida nueva.
Esclarecedoras palabras del
Apóstol que llenan, sin duda, de esperanza el corazón de los hombres de buena
voluntad y que les invitan a desterrar el pecado de sus vidas, porque ¿cómo el
hombre que ha conocido a Dios, que incluso ha sido bautizado en la sangre de
Cristo, puede seguir pecando? Más aún ¿cómo es posible que en este nuevo
milenio se sigan comportando los seres humanos como los paganos de tiempos de
San Pablo? Si será como dice el Apóstol en su carta a los romanos que (Rm 1,
21-23):
"Porque habiendo conocido a Dios,
no lo glorificaron como Dios, ni le dieron gracias, antes se desvanecieron en
sus pensamientos, y se entenebreció su insensato corazón / Alardeando de sabios, se
embrutecieron / y trocaron la gloria del Dios
inmortal por un simulacro de imagen de hombre corruptible, y de volátiles, y de
cuadrúpedos, y de reptiles"
Las palabras del Apóstol reflejan
el comportamiento de una sociedad que habiendo conocido de cerca al verdadero
Dios, sin embargo cometió el pecado capital de negarlo; los hombres
entenebrecieron sus corazones, y con ello anularon su inteligencia que ya era
incapaz de conocer la verdad (conciencia errónea). Y de todo ello, resultó
además la estupidez y el embrutecimiento de sus corazones, siendo conducidos
finalmente a la idolatría, a la adoración de <falsos dioses>.
¿Acaso no nos recuerdan estas
palabras de San Pablo muchas de las situaciones que hoy en día se presentan en
nuestras sociedades? Los Papas de los últimos cien años han venido denunciando
cada vez con mayor urgencia, la paganización, el retroceso en la moralidad y el
abandono de fe en el mensaje de Cristo.
No tenemos más que seguir recordando la
carta de San Pablo a los romanos para comprender la certeza de estas denuncias
y constatar que Dios castigó a aquellos
paganos impíos con una corrupción generalizada (Rm 1, 24-32).
Sucedió, en efecto, como señala
San Pablo en su carta, que Dios que ha hecho a los hombres libres, <permitió
que cayeran en manos de las concupiscencias
de sus corazones>, dejándoles ir tras la torpeza hasta <afrentar entre sí
sus propios cuerpos>, y así mismo permitió que éstos se entregaran a
<pasiones afrentosas>.
Pues por una parte, <hombres trocaron el uso
natural por otro contra naturaleza>…En definitiva, cayeron en una perversión
total del sentido moral, algo que en nuestros días no está muy alejado de la
realidad de algunos hombres.
Sí, encontramos grandes similitudes entre los
paganos de Roma y algunos hombres del nuevo milenio, era algo que también
preocupaba enormemente al Papa San Juan Pablo II el cual escribió, ya a las
puertas del nuevo siglo, su magnifica Carta Encíclica: <Tertio millennio
adveniente>, dada en Roma en el año 1994:
“Un serio examen de conciencia ha
sido auspiciado por numerosos Cardenales y Obispos sobre todo para la Iglesia
presente. A las puertas del nuevo Milenio los cristianos deben ponerse
humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que
ellos tienen también en relación a los males de nuestros tiempos. La época
actual junto a muchas luces presenta igualmente no pocas sombras.
¿Cómo callar por ejemplo, ante la
indiferencia religiosa que lleva a muchos hombres de hoy a vivir como si Dios
no existiera o a conformarse con una religión vaga, incapaz de enfrentarse con
el problema de la verdad y con el deber de la coherencia?"
Reflexionando sobre esta denuncia,
del Papa San Juan Pablo II, asusta comprobar la certeza de la misma, basta
escuchar o ver la utilización tan
peregrina, por no decir funesta de los seres creados por Dios llamados ángeles.
Se utilizan como herramientas de trabajo, por personas que no tienen la más
mínima idea de lo que representan, para crear una especie de religión en torno
a ellos, eso sí, olvidando la figura de Dios Creador de todas los seres y de
todas las cosas.
Es una especie de gnosticismo encubierto que embota los sentidos
de muchas personas, que puede hacer mucho daño incluso en el seno de la Iglesia
católica.
Como también denunciaba el Papa
en esta misma Carta Encíclica (Ibid):
“A esto hay que añadir, aún, la
extendida pérdida del sentido transcendente de la existencia humana y el
extravío en el campo ético, incluso en los valores fundamentales del respeto a
la vida y a la familia. Se impone además a los hijos de la Iglesia una
verificación:
¿en qué medida están también ellos afectados por la atmósfera de
secularismo y relativismo ético?
¿Y qué parte de responsabilidad deben
reconocer también ellos, frente a la desbordante irreligiosidad, por no haber
manifestado el genuino rostro de Dios, <a causa de los defectos de sus vidas
religiosa, moral y social?”
De estas palabras se desprende,
sin duda, la enorme intranquilidad del Papa San Juan Pablo II a las puertas ya de su abandono de este mundo, por el futuro de
los hombres en el nuevo milenio.
Y tenía razones para ello, tal como día a día
vamos comprobando después de algunos años. Sería muy conveniente que nos
interrogáramos todos, como pedía el Papa, en aras de comprobar, hasta qué punto
los defectos de nuestra vida religiosa, moral y social, permiten ver el genuino
rostro de nuestro Creador, tal como aseguraba el Papa a finales del siglo
pasado (Ibid):
“De hecho, no se puede negar que
la vida espiritual atraviesa entre muchos cristianos <momentos de
incertidumbre> que afectan no sólo a la vida moral, sino incluso a la
oración y a la misma <rectitud teologal de la fe>. Está ya probado, por
la confrontación con nuestro tiempo, a veces desorientada por posturas
teológicas erróneas, que se difunden también a causa de la crisis de
obediencia al Magisterio de la Iglesia.
Y sobre el testimonio de la
Iglesia en nuestro tiempo, ¿Cómo no sentir dolor por la falta de
<discernimiento>, que a veces llega a ser aprobación, de no pocos
cristianos frente a la violación de fundamentales derechos humanos por parte de
regímenes totalitarios? ¿Y no es acaso de lamentar, entre las sombras del
presente, la corresponsabilidad de tantos cristianos en <graves formas de
injusticias y marginaciones sociales>? Hay que preguntarse cuántos entre
ellos, conocen a fondo y practican coherentemente las directrices de la
doctrina social de la Iglesia…”
El Papa, en esta hermosa Carta
Encíclica, a las puertas del Tercer Milenio, nos habla además del ejemplo
extraordinario dado por los mártires, santos y santas, conocidos o no, cuyas
vidas son testimonios que nunca deberíamos olvidar los cristianos, por eso
proponía un programa de actuación que se podría resumir en los términos
siguientes:
Una primera fase que tendría un <carácter ante preparatorio>,
y debería servir para reavivar en el pueblo cristiano la conciencia del valor
del significado que el Jubileo del 2000 supondría para la historia de
la humanidad; y una segunda fase que se iniciaría en el año 1997 de carácter
preparatorio (la Encíclica fue escrita por el Papa en 1994) , centrado en Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, teológica, y por tanto <Trinitaria>.
Tras la barrera del año 2000 que
podría haber supuesto una vuelta de la cristiandad al camino de la fe y la
salvación en Cristo, abandonando la senda del pecado, el Papa San Juan Pablo
II, fiel a su idea de reconciliar el mundo con Dios, escribía una Carta
Apostólica: <Novo millennio
ineunte>, fechada en Roma el día 6 de enero de 2001; en ella tras, dar las
gracias al Señor por todas las cosas conseguidas durante el periodo de tiempo preparatorio
transcurrido para la entrada de un nuevo siglo, volvía a recordar a su grey los
antiguos y nuevos retos que la Iglesia tenía ante el futuro:
“En efecto, son muchas en
nuestros tiempos las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana.
Nuestro mundo empieza el nuevo milenio cargado de contradicciones de un
crecimiento económico, cultural, tecnológico, que ofrece a pocos afortunados
grandes posibilidades, dejando no solo millones y millones de personas al
margen del progreso, sino a vivir en condiciones muy por debajo del mínimo
requerido por la dignidad humana”
Sí, es la doctrina social de la
Iglesia, tantas veces defendida por sus Pontífices, la que hacia hablar así a
este anciano santo que se preguntaba, ya a las puertas de la muerte (Ibid):
“¿Cómo es posible que, en nuestro
tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; quien está condenado al
analfabetismo; quien carece de asistencia médica más elemental; quien no tiene
techo donde cobijarse?”
Son preguntas comprometidas y
comprometedoras que el Papa hubiera querido transformar en respuestas positivas
de la sociedad, si aún hubiera tenido tiempo para ello, porque él se daba
cuenta de la acuciante necesidad de responderlas con hechos positivos y sin
engaños, como el aseguraba en su carta
(Ibid):
“El panorama de la pobreza puede
extenderse indefinidamente, si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas, que
afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero
expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, el
abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la
discriminación social…”
Palabras proféticas del Papa San
Juan Pablo II, el cual ya se encontraba gravemente enfermo y sufría con
resignación y alegría la cruz de sus achaques y dolores. En realidad le
quedaban ya muy pocos años para alcanzar la vida eterna; murió el 2 de abril de
2005, dejando a la Iglesia inmensamente apenada y agradecida por su labor
incansable a favor de Cristo y su Mensaje salvador.
Como ejemplo aleccionador
recordamos esta carta Apostólica del 2001 en la que también advertía a los
católicos y a todos los hombres de buena voluntad que si el corazón de los
seres humanos no se abría definitivamente al Mensaje Divino, el mundo tomaría
derroteros imprevisibles al recorrer la senda del pecado. Concretamente él
preguntaba (Ibid):
“¿Podemos quedar al margen ante
las perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace inhabitable y enemigas
del hombre vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, amenazada
a menudo con la pesadilla de las guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio
de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente los
niños?”
Preguntas todas esenciales que
aún permanecen sin respuestas por parte
de la humanidad, por eso él aseguraba ya en aquellos años que (Ibid):
“Muchas son las urgencias ante
las cuales el espíritu cristiano no puede permanecer insensible…”
La clave, aseguraba también, para vencer el pecado está en la
<contemplación del rostro de Jesús> y en dar <testimonio de los
Evangelios>. Y la contemplación del rostro de
Cristo implica el conocimiento profundo de su Palabra, de lo que de Él se dice
en las Sagradas Escrituras, esto es,
tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento y por supuesto de lo
que la Tradición de la Iglesia, a través de los santo Padres, ha llegado hasta
nosotros de su celestial Persona. Precisamente como el Papa San Juan Pablo II
reconocía, la gran herencia que la experiencia jubilar dejaba era
<la contemplación del rostro de Cristo> (Ibid):
“Contemplado en sus coordenadas históricas y
en su misterio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo,
comparado como sentido de la historia y luz de nuestro camino...
En realidad los Evangelios no
pretenden ser una biografía completa de Jesús, según los cánones de la ciencia
histórica moderna. Sin embargo, de ellos <emerge el rostro del Nazareno con
un fundamento histórico seguro>, pues los evangelistas se preocuparon de
presentarlo, recogiendo testimonios fiables (Lc 1, 3) y trabajando sobre
documentos sometidos al atento discernimiento…siempre bajo la iluminación del
Espíritu Santo”
Recordaremos por último las
reconfortantes palabras del Papa
San Juan Pablo II a propósito de la
acción defensora contra el pecado, del Espíritu Santo (Audiencia general de 24
de mayo 1989):
“Cuando Jesús en el Cenáculo, la
vigilia de su Pasión, anuncia la venida del Espíritu Santo, se expresa de la
siguiente manera: <El Padre os dará otro Paráclito>. Con estas palabras
se pone de relieve que el propio Cristo
es el primer Paráclito, y que la acción del Espíritu Santo será
semejante a la que Él ha realizado, constituyendo casi su prolongación.
Jesucristo, efectivamente, era el
<defensor> y continúa siéndolo. El mismo Juan lo dirá en su primera
Carta: <Si alguno peca, tenemos a uno que abogue (Parakletos) ante el Padre,
a Jesucristo, el Justo> (I Jn 2, 1).
El abogado defensor es aquel que
poniéndose de parte de los que son culpables, debido a los pecados cometidos,
los defiende del castigo merecido por sus pecados, los salva del peligro de
perder la vida y la salvación eterna. Esto es precisamente lo que ha realizado
Cristo. Y el Espíritu Santo es llamado <Paráclito>, porque continúa haciendo
operante la redención con la que Cristo nos ha liberado del pecado y de la
muerte eterna”