En el Catecismo de la Iglesia Católica se menciona el sábado (día del Señor) relacionándolo con el Salmo 118 (117) donde se manifiesta una solemne acción de gracias al Creador por parte de Aquel que ha vencido al enemigo.
En este salmo resuenan los gritos de júbilo y de victoria en honor al Señor, a quien se atribuye el triunfo alcanzado sobre el mal (versículos 22-24):
-Es el Señor quien ha hecho esto
y es admirable a nuestros ojos.
-Este es el día que hizo el Señor,
exultemos y alegrémonos en Él
La piedra angular, la piedra
desechada por los constructores, del Salmo recordado, se refiere a un jefe
despreciado por los enemigos, al cual Dios acabará dando la victoria. Este
texto del Antiguo Testamento será recogido siglos después en el Nuevo
Testamento por el evangelista San Mateo, en boca de Nuestro Señor Jesucristo
cuando puso como ejemplo, a las gentes que le seguían, la parábola de <los
viñadores homicidas> (Mt 21,33-46).
La pregunta que hará el Señor a
los que le escuchan será: ¿Cuándo vuelva el dueño de la viña, qué hará con
aquellos labradores? La respuesta de los
mismos será: <Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña
a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo>.
La respuesta era correcta, sin embargo, Jesús quiso hacer más énfasis sobre la misma, volviendo a realizar ésta otra pregunta: ¿No habéis leído nunca en la Escritura que la piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular…? Y a continuación exclamó: <Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.
Y el que cayere sobre esta piedra se destrozará, y aquel sobre quién cayere lo aplastará>. Entonces, los sumos sacerdotes y los fariseos, que comprendieron que estas palabras iban dirigidas a ellos, trataron de apresarlo una vez más, pero el miedo a la multitud, que consideraba que Jesús era un profeta, les impidió realizar esta fechoría.
La respuesta era correcta, sin embargo, Jesús quiso hacer más énfasis sobre la misma, volviendo a realizar ésta otra pregunta: ¿No habéis leído nunca en la Escritura que la piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular…? Y a continuación exclamó: <Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.
Y el que cayere sobre esta piedra se destrozará, y aquel sobre quién cayere lo aplastará>. Entonces, los sumos sacerdotes y los fariseos, que comprendieron que estas palabras iban dirigidas a ellos, trataron de apresarlo una vez más, pero el miedo a la multitud, que consideraba que Jesús era un profeta, les impidió realizar esta fechoría.
La parábola de los viñadores homicidas es, en efecto, como un compendio de la historia de la salvación de la humanidad, a través del Hijo de Dios, por eso la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios exclama con el Salmo 118 (117): ¡Este es el día que ha hecho el Señor, exultemos y gocemos con él!
En efecto: <Jesús resucitó de entre los muertos el primer día de la semana. En cuanto es el –primer día-, el día de la Resurrección de Cristo recuerda la primera creación. En cuanto es él –octavo día- que sigue al sábado, significa la nueva creación inaugurada con la Resurrección de Cristo.
Para los cristianos vino a ser el primero de todos los días, la primera de todas las fiestas, el -día del Señor-, el domingo> (C.I.C. nº 2174).
<Así cómo Dios –cesó el día
séptimo de toda tarea que había hecho- (Gn 2,2), así también la vida humana
sigue un ritmo de trabajo y de descanso. La institución del día del Señor
contribuye a que todos disfruten el tiempo de descanso y de salud suficiente
que les permita cultivar su vida familiar, cultural, social y religiosa (GS
67,3)>.
Para los cristianos el sábado que
representaba la coronación de la primera creación se ha sustituido por el
domingo que recuerda la nueva creación, inaugurada por la Resurrección de
Cristo. La Iglesia, desde antiguo celebra el día de la –Resurrección de
Cristo-, el día que Cristo ha vencido a la muerte, el octavo día, que se ha
dado en llamar –con toda razón-, -día del Señor-, ó –domingo- y también –día de
gracia y de descanso- (SC 106).
El Papa Benedicto XVI nos relata
precisamente a este respecto una historia muy hermosa, real <cómo la vida
misma>, que tuvo lugar allá por el siglo IV después de Cristo, durante el
reinado del emperador Diocleciano, un
hombre cruel y déspota al que se debe una de las persecuciones más terribles
contra los cristianos (Entre el 303-311 se produjo la mayor y más sangrienta
persecución oficial del imperio contra los cristianos, pero no logró
aniquilarlos. A partir del año 324 después de Cristo, su Mensaje, se convirtió
en la religión dominante bajo el imperio de Constantino).
La historia narrada por el Papa
Benedicto XVI en su libro <El amor se aprende> tuvo lugar en el norte de
África, por entonces también sometida al Imperio romano, cómo casi todo el
resto del mundo conocido. El Papa quiere mostrarnos con esta historia real de
hace tantos siglos, la importancia que siempre ha tenido para los seguidores de
Cristo el día de gracia, el domingo, y la cuenta con un sentido didáctico y emotivo (Benedicto XVI
El amor se aprende. Ed. Romana, S.L. 2012):
“Corre el año 304. En una localidad de África septentrional, en medio de la persecución ordenada por el emperador Diocleciano, algunos oficiales romanos sorprendieron a un grupo de unos cincuenta cristianos durante la celebración dominical de la Eucaristía y los arrestaron…”
¿Qué sucede a partir de este
momento? Nos asegura el Papa Benedicto XVI, con conocimiento de causa, que los
documentos que atestiguan los acontecimientos que acaecieron después del
apresamiento injustificado, de aquellas personas cuyo único delito había sido
reunirse para celebrar la Eucaristía en el día del Señor, por suerte, para
todos los cristianos de entonces y ahora, se han conservado y permiten seguir
el <hilo de los hechos>. Así durante el primer interrogatorio al que
fueron sometidos se sabe que:
“El Procónsul dijo al Presbítero
Saturnino: <Tú has actuado contra las disposiciones de los emperadores y de
los césares, reuniendo aquí a éstos>; y a continuación, el redactor
cristiano añade que la respuesta del Presbítero fue fruto de la inspiración del
Espíritu Santo, en los siguientes términos: <sin escrúpulo alguno, hemos
celebrado lo que pertenece al Señor>…”
Por otra parte, la reunión había
tenido lugar en casa de un hombre llamado Hemérito, que sin duda se había
arriesgado aún a costa del peligro que ello suponía; era un cristiano fervoroso,
dispuesto incluso a dar la vida, o a sufrir cualquier mal, que ésta acción le
pudiera acarrear, cómo se pone de manifiesto por sus palabras en el momento de
ser interrogado: <Los hermanos allí reunidos eran hermanos míos, no podía echarlos
a la calle…> (Papa Benedicto XVI. Ibid)
El Procónsul era testarudo y mal
intencionado por eso siguió interrogando acusadoramente al casero Hemérito
diciéndole: <Tú deberías haberles prohibido la entrada>; a lo que él
respondió: <No he podido, porque sin el día del Señor, sin el Misterio del
Señor, sencillamente no podemos subsistir> (Papa Benedicto XVI Ibid).
Es impresionante el testimonio
dado por estas gentes sencillas y devotas para las generaciones de todos los tiempos, por eso el
Papa Benedicto XVI ensalza el comportamiento de estos fieles creyentes, como
modelos a seguir, también en la actualidad, a pesar de los siglos transcurridos
y a pesar, y sobre todo, del alejamiento contumaz de Dios, de una gran parte de
la humanidad:
“Ellos no pensaron en una
casuística, en cumplir el precepto festivo o civil, en sí respetar la prescripción
eclesiástica, o tener en cuenta la acechante condena capital, de modo, que en
la valoración de cómo actuar correctamente habrían podido considerar que el
servicio litúrgico era algo secundario a lo que se debía renunciar en este
caso. Para ellos no se trataba de la elección entre un <precepto u otro>,
sino más bien de elegir entre lo que daba significado y consistencia a la vida,
o una vida sin sentido. Partiendo de ahí se entiende también la expresión de San Ignacio de Antioquía, a modo de
emblema: <Nosotros vivimos en conformidad con lo que celebramos en el día
del Señor, a quién también nuestra vida está totalmente consagrada, ¿Cómo
podremos vivir sin Él?”
Menciona el Papa Benedicto XVI en
su narración, cómo modelo mártir de la
cristiandad, de los primeros siglos de la Iglesia, a San Ignacio de Antioquía,
Padre Apostólico, que nació hacia el siglo 25 ó 28 y murió hacia el siglo 98 ó
110 d.C., autor de una serie de cartas escritas
durante el viaje forzado, desde Siria a Roma, donde fue llevado para ser
ejecutado o como él mismo aseguró : “<Para ser trigo de Dios, molido por los
dientes de la fiera y convertido en pan puro de Cristo>” (71. An. , Ad. Rom.
4,1.)
Qué diferente es
la opinión de los hombres sobre este tema, en los tiempos que corren. Ahora, el ir o de dejar de
ir a la misa los domingos no es algo tan primordial, en comparación con
cualquier otra prescripción de orden social o civil. Muchas veces, no se tiene las ideas
claras, sobre lo que significa el domingo; se cree que primero hay que cumplir con los deberes sociales o
civiles y luego cumplir con Dios.
Con razón el Papa Benedicto XVI
sigue manifestándose en el libro anteriormente mencionado en el siguiente
sentido:
“Cuando éstas experiencias (se
refiere el Papa al caso de la comunidad de África septentrional del siglo IV
d.C.) se confrontan con la desgana y la rutina de la praxis dominical de
nuestra vieja Europa, tales testimonios provenientes de los albores de la
historia de la Iglesia pueden suscitar fácilmente consideraciones nostálgicas.
Esas experiencias muestran además que la <crisis del domingo> no es un fenómeno original y exclusivo de nuestra generación. Dicha crisis tiene inicio desde el momento en el que, del deber interior del domingo –surgió un precepto canónico exterior- un deber formal que más tarde –como sucede con todos los deberes reglamentados- viene continuamente redimensionado hasta que queda reducido a la obligación de participar durante una media hora en prácticas rituales cada vez más extrañas.
Entonces es cuando surge el cuestionarse, si es posible quedar exonerado de esa obligación, y por qué motivo se convierte en algo más importante que preguntarse por qué se debe cumplir habitualmente.
Por este camino, al fin y al cabo, no quedaría otra salida que tratar de librarse de ese peso sin necesidad alguna de justificación...”
Son palabras duras y dolidas del
Papa Benedicto XVI ante la realidad de estos tiempos que nos ha tocado vivir.
Una realidad que se viene constatando en muchos países europeos desde
principios del siglo XX, de una forma creciente y avasalladora. A este respecto
podrían servir de ejemplo algunos datos estadísticos sobre la asistencia a la
misa dominical en España a mediados del siglo XX, una nación por entonces
confesionalmente católica:
“En 1959, los estudios sociológicos
y religiosos en España estaban aún en sus comienzos, pero ofrecía ya algunos
datos de interés para apreciar la realidad espiritual de la población. Una de
las primeras diócesis que había realizado una encuesta completa sobre la
asistencia a misa el domingo fue la de Ciudad Rodrigo, fronteriza con Portugal;
el resultado fue que alrededor del cincuenta y cuatro por ciento de la
población cumplía el precepto…” (Desafíos cristianos de nuestro tiempo. José
Orlandis. Ed. Rialp, S.A. Madrid. 2007)
El autor de este interesante
libro, que todo católico debería leer, José Orlandis, fue ordenado sacerdote en
1949, obteniendo la Cátedra de derecho Canónico de la Universidad de Navarra,
siendo nombrado posteriormente director del Instituto de historia de la Iglesia,
entre otros muchos méritos…
A él se deben además del libro ya
mencionado, otros de indudable interés también, tanto para católicos cómo para
no católicos.
A partir de este primer dato
estadístico, que ya revela en cierta medida un empeño medio por el cumplimiento
del precepto dominical, el autor sigue dando una serie de datos que conducen
inevitablemente a la conclusión de que en 1959, mientras que en diócesis
rurales la asistencia a la misa del domingo se cumplía casi adecuadamente, en
cambio en los suburbios de las grandes ciudades del país, la cosa era muy
diferente y ya un tanto preocupante.
Sin embargo da un dato interesante y verdaderamente jubiloso respecto al comportamiento por entonces de la población universitaria: <En 1950, una encuesta publicada en la –Revista Española de Sociología-, arrojaba que más del noventa por ciento de los universitarios españoles cumplían con sus deberes religiosos> (Ibid).
Sin embargo da un dato interesante y verdaderamente jubiloso respecto al comportamiento por entonces de la población universitaria: <En 1950, una encuesta publicada en la –Revista Española de Sociología-, arrojaba que más del noventa por ciento de los universitarios españoles cumplían con sus deberes religiosos> (Ibid).
Desde mediados del siglo XX hasta
nuestros días, la tendencia en España, en otros países de Europa y fuera de
Europa, ha ido derivando a peor y por eso no nos debe extrañar las palabras del
Papa Benedicto XVI que hemos recordado anteriormente y que a continuación vamos
a seguir recordando (Ibid):
“Dado que el significado del
domingo se ha difuminado tanto que se ha reducido a algo puramente superficial
y exterior, también entre nosotros los creyentes, hemos de preguntarnos si en
nuestro tiempo de hoy el <día del Señor> es todavía una cuestión
significativa…
Silenciosamente, quizá nosotros
mismos terminamos por preguntarnos si con el culto no se persigue otra cosa que
el puro y simple perpetuarse de nuestra corporación.
En el fondo hay una pregunta de
mayor calado: Si la Iglesia es únicamente <nuestra corporación> o es más bien una <idea de Dios> de
cuya realización depende el destino del mundo; por otra parte, quedándonos en
la comparación nostálgica del pasado con el presente, no haríamos justicia ni
al testimonio de los mártires, ni a la realidad hodierna (moderna)…
Sin perder de vista la necesidad
autocrítica, no podemos olvidar que también existen muchísimos cristianos que
desde los más hondo de su corazón responderían con plena conciencia: <Sin el
Señor no podemos hacer nada; no es lícito descuidar eso que pertenece al
Señor>”.
Al final el Papa se muestra más
optimista en su libro, sin postergar el problema, y nos invita a que cada vez
con mayor conocimiento de causa asistamos a la celebración de la Santa Misa
dominical. Deberíamos así mismo examinarnos interiormente y preguntarnos si
tenemos una idea profunda de lo que significa el <día del Señor>.
A este respecto, es sumamente importante la Carta Apostólica <Díes Dómini>, del Papa San Juan Pablo II, dada en el Vaticano el 31 de mayo, solemnidad de Pentecostés. Vigésimo de su Pontificado.
Durante este período el Papa escribió un gran número de Cartas Encíclicas, todas ellas de un gran interés para el pueblo de Dios, entre las que podemos destacar la <Redemptoris Missio> de 1990 y la <Centésimus Annus> de 1991, entre otras muchas; en 1998 publicó también además de la Carta Encíclica <Fides Ratio>, la Carta Apostólica <Díes Dómini> a la cual nos hemos referido anteriormente y nos volveremos a referir.
Precisamente en ella nos habla del tema que nos ocupa, es decir, de la celebración del <día del Señor>, en cuya introducción asegura:
“Muchas de las reflexiones y
sentimientos que inspira ésta Carta Apostólica, han madurado durante mi
servicio episcopal en Cracovia y luego, después de asumir el ministerio de
Obispo de Roma y sucesor de Pedro, en las visitas a las parroquias romanas,
efectuadas precisamente de manera regular en los domingos de los diversos
períodos del año litúrgico. En esta Carta me parece como si continuara el
diálogo vivo que me gusta tener con los fieles, reflexionando con vosotros
sobre el sentido del domingo y subrayando las razones para vivirlo cómo
verdadero <día del Señor>, incluso en las nuevas circunstancias de
nuestro tiempo.
Nadie olvida en efecto que, hasta un pasado relativamente reciente, la <Santificación> del domingo estaba favorecida, en los países de tradición cristiana, por una amplia participación popular y casi por la organización misma de la sociedad civil, que preveía el descanso dominical cómo punto fijo en las normas sobre las diversas actividades laborales.
Pero hoy, en los mismos países en los que las leyes establecen el carácter festivo de este día, la evolución de las condiciones socio económicas a menudo ha terminado por modificar profundamente los comportamientos colectivos y por consiguiente la fisonomía del domingo.
Se ha consolidado ampliamente la práctica del <fin de semana>, entendido cómo tiempo semanal de reposo, vivido a veces lejos de la vivienda habitual, y caracterizado a menudo por la participación en actividades culturales, políticas y deportivas, cuyo desarrollo coincide en general precisamente con los días festivos.
Se trata de un fenómeno social y cultural que tiene ciertamente elementos positivos en la medida en que pueden contribuir al respeto de valores auténticos, al desarrollo humano y al progreso de la vida social en su conjunto. Responde no sólo a la necesidad de descanso, sino también a la exigencia de <hacer fiesta>, propia del ser humano.
Por desgracia, cuando el domingo pierde el significado originario y se reduce a un puro <fin de semana>, puede suceder que el hombre quede encerrado en un horizonte tan restringido que no le permite ya ver el <cielo>. Entonces aunque vestido de fiesta, interiormente es incapaz de <hacer fiesta>.
A los discípulos de Cristo se pide
de todos modos que no confundan la celebración del domingo, que debe ser una
verdadera santificación del <día del Señor>, con el fin de semana,
entendido fundamentalmente cómo tiempo de mero descanso o diversión.
A éste respecto, urge una auténtica madurez espiritual que ayude a los cristianos a <ser ellos mismos>, en plena coherencia con el don de la fe, dispuestos siempre a dar razón de la esperanza que hay en ellos (cf. 1P 3,15) esto ha de significar también una comprensión más profunda del domingo, para vivirlo, incluso en situaciones difíciles, con plena docilidad al Espíritu Santo”
A éste respecto, urge una auténtica madurez espiritual que ayude a los cristianos a <ser ellos mismos>, en plena coherencia con el don de la fe, dispuestos siempre a dar razón de la esperanza que hay en ellos (cf. 1P 3,15) esto ha de significar también una comprensión más profunda del domingo, para vivirlo, incluso en situaciones difíciles, con plena docilidad al Espíritu Santo”
Se refiere el Santo Padre en ésta Carta Apostólica a la primera Carta Pastoral de San Pedro escrita por el Apóstol hacia el año 63 ó 64 d.C., dirigida a las Iglesias de las regiones del Asia Menor situadas en las zonas costeras de Asia, Bitinia y Ponto y las continentales de Galacia y Capadocia.
Entre una serie de avisos especiales
nos recuerda el primer Pontífice la necesidad de obrar el bien sin temor,
porque los cristianos deben conducirse de una forma digna de sus creencias,
según el ejemplo de Cristo en su Pasión; Él es la piedra angular sobre la que
descansa el edificio espiritual de la Iglesia y por eso somos herederos de la
bendición de Dios (1P 3,8-16):
-Tened todos el mismo sentir, sed solidarios en el sufrimiento, quereos cómo hermanos, tened un corazón compasivo y sed humildes.
-No devolváis mal por mal, ni
insulto por insulto, sino al contrario, responded con una bendición, porque
para esto habéis sido llamados, para heredar una bendición.
-Pues quien desee amar la vida y
ver días buenos, refrene su lengua del mal y sus labios de pronunciar falsedad;
-apártese del mal y haga el bien,
busque la paz y corra tras ella,
-pues los ojos del Señor se fijan
en los justos y sus oídos atienden a sus ruegos; pero el Señor hace frente a
los que practican el mal.-¿Quién os va a tratar mal si vuestro empeño es el bien?
-Pero sí, además, tuviereis que
sufrir por causa de la justicia ¡Bienaventurado vosotros! Ahora bien, no les
tengáis miedo ni os amedrentéis.
-Más bien, glorificad a Cristo el
Señor en vuestros corazones, dispuesto siempre para dar explicación a todo el
que os pida una razón de vuestra esperanza,-pero con delicadeza y con respeto, teniendo buena conciencia, para que, cuando os calumnien, queden en ridículo los que atentan contra vuestra buena conducta en Cristo.
-Porque al que tiene se le dará,
y al que no tiene, aún lo que tiene se le quitará
Por eso, es necesario recordar
una y otra vez las enseñanzas de la Iglesia de Cristo, recogidas por sus
Pontífices, tal como las del Papa San Juan Pablo II en el tema que ahora
estamos considerando, la santificación del <día del Señor> (Ibid):
“Dado que el tercer mandamiento
depende esencialmente del recuerdo de las obras salvíficas de Dios, los
cristianos, percibimos la originalidad del tiempo nuevo y definitivo inaugurado
por Cristo, han asumido como festivo el primer día después del sábado, porque
tuvo lugar la Resurrección del Señor…
Celebramos el domingo por la
venerable Resurrección de nuestro Señor Jesucristo no sólo en Pascua sino cada
semana: Así escribía, a principios del siglo V el Papa Inocencio I, (Ep.ad
Decentium XXV.4, 7: CL 20,555). Testimoniando una práctica ya consolidada que
se había ido desarrollando desde los primeros años después de la Resurrección
del Señor. San Basilio habla del <Santo Domingo, honrado por la Resurrección
del Señor, primicia de todos los demás días>. San Agustín llama al domingo
<Sacramento de la Pascua> (Cm In Io. ev. Tractatus XX, 20, 2: CCL 36,203).
Esta profunda relación del
domingo con la Resurrección del Señor es puesta de relieve con fuerza por todas
las Iglesias, tanto en Occidente cómo en Oriente. En la tradición de las
Iglesias Orientales, en particular, cada domingo es la <anastásimos
heméra>, el día de la Resurrección y precisamente por ello es el centro de
todo el culto.
A la luz de esta tradición ininterrumpida y universal, se ve claramente que, aunque el <día del Señor> tiene sus raíces –Cómo se ha dicho- en la obra misma de la creación y, más directamente, en el misterio del <descanso bíblico de Dios>, sin embargo, se debe hacer referencia específica a la Resurrección de Cristo para comprender plenamente su significado. Es lo que sucede con el domingo cristiano, que cada semana propone a la consideración y a la vida de los fieles el acontecimiento Pascual, del que brota la salvación del mundo”
No se puede negar, por otra
parte, las dificultades crecientes que ha sufrido y en la actualidad
atraviesan, entre la misma comunidad cristiana, la celebración del <día del
Señor> (San Juan Pablo II. Ibid):
“Por una parte tenemos el ejemplo
de algunas comunidades jóvenes que muestran con cuanto fervor se puede animar
la celebración dominical, tanto en las ciudades, como en los pueblos más
alejados. Al contrario, en otras regiones, debido a las dificultades
sociológicas y quizás por la falta de fuertes motivaciones de fe, se da un
porcentaje singularmente bajo de participantes de la liturgia dominical. En la
conciencia de muchos fieles parece disminuir no solo el sentido de la
centralidad de la Eucaristía, sino incluso el deber de dar gracias al Señor,
rezándole junto con otros dentro de la comunidad eclesial.
A todo esto se añade, no solo en
los países de misión, sino también en los de antigua evangelización, por
escasez de sacerdotes, que a veces, no se pueda garantizar la celebración de la
Eucaristía dominical en cada comunidad…”
No se puede negar el hecho de que
el Papa San Juan Pablo II era consciente de las dificultades por las que
atravesaba la celebración del <día del Señor> a finales del siglo XX, las
cuales en lugar de mejorar, en algunos aspectos, como ya hemos advertido, se
han visto acrecentadas sobre todo por la falta de fe y el alejamiento de muchos
creyentes de la Iglesia, muchos de los cuales suelen pensar que la Iglesia es
solamente el Templo donde se realizan las liturgias.
Como consecuencia de todo esto muchos fieles se ven apartados de los Sacramentos y de la celebración de la Santa Misa.
Como consecuencia de todo esto muchos fieles se ven apartados de los Sacramentos y de la celebración de la Santa Misa.
Realmente hay una falta de conocimiento profundo sobre lo que representa la Iglesia de Cristo y su mensaje; se trata de una situación gravemente peligrosa, que sólo por la evangelización, mejor dicho, la denominada <nueva evangelización>, se podría corregir y a la que todos los miembros de la Iglesia Católica, también los laicos, estamos llamados, con ayuda del Espíritu Santo.
Una fuente excelente para llevar a cabo dicha evangelización, la podemos encontrar, precisamente los laicos, en las Cartas, Homilías, Catequesis, Audiencias…, de los Pontífices, especialmente de aquellos que como el Papa San Juan Pablo II en los últimos años nos han enseñado el camino de la verdad y la forma de hacerla comprender, a aquellos que desafortunadamente se han alejado de la Iglesia. Porque la esperanza nunca falta y la Iglesia sigue luchando por todos sus hijos.
“<Spe Salvi Facti Sumus>
-En esperanza fuimos salvados-, dice San Pablo a los romanos y también a
nosotros, los hombres de hoy (Rom 8,24). Según la fe cristiana, la
<redención> la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos
ofrece la salvación en el sentido en que nos ha dado la esperanza, una
esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente… aunque
sea un presente fatigoso…"
¡Jesús es nuestro Salvador, el dio la vida por todos los hombres, el desea que todos los hombres se salven!