"Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Jn 5, 30)
Con estas palabras Jesús demostró
su fidelidad al Padre, consiguiendo de esta forma, hacer arder en los corazones
de los hombres de buena voluntad, la llama del amor hacia Dios, y por Él, a sus
semejantes. Sí, Jesucristo fue siempre fiel a la voluntad del Padre, y así se
puso de manifiesto en todas sus acciones durante su vida pública, expuestas a
través de los Evangelios escritos por sus Apóstoles bajo la inspiración del Espíritu Santo.
Quizás el momento más especial durante el cual se puso de manifiesto esta fidelidad de Jesús al Padre, fue aquel en que se aproximaba su Pasión y Muerte, cuando en el monte de los Olivos invocaba al Padre habiendo caído sobre su rostro en tierra y oraba diciendo (Mt 26, 39):
Quizás el momento más especial durante el cual se puso de manifiesto esta fidelidad de Jesús al Padre, fue aquel en que se aproximaba su Pasión y Muerte, cuando en el monte de los Olivos invocaba al Padre habiendo caído sobre su rostro en tierra y oraba diciendo (Mt 26, 39):
-Padre mío, si es posible, que
pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, si no quieres tú
Cuenta el evangelista que habiendo regresado hasta el lugar donde había
dejado a sus Apóstoles y habiéndoles encontrado dormidos por el agotamiento y
las penas, les recriminó diciendo (26, 40): ¿No habéis podido orar una hora
conmigo? y se apartó de nuevo de ellos y de nuevo oraba al Padre diciendo (Mt
26, 42):
-Padre mío, si este cáliz no
puede pasar sin que yo lo beba, hágase tú voluntad
Sin duda es comprensible, que Jesús verdadero Dios, pero también verdadero hombre, sintiera en aquellos terribles momentos, un enorme sufrimiento, y ello le hiciera sudar como gotas de sangre, y que un Ángel le consolara (Lc 22, 43); sin embargo, fiel al Padre hasta las últimas consecuencias se ajustó y aceptó voluntariamente los designios de Éste, a favor de la humanidad (Lc 22, 42)
Recordemos que con anterioridad, Jesús
dando testimonio de sí mismo, declaraba en el discurso apologético de Galilea
(Jn 5, 31-34 y 41-43):
"Si me presentase como testigo de
mi mismo, mi testimonio carecería de valor/ Es otro el que testifica a mi
favor y su testimonio es valido / Yo no busco honores que puedan
dar los hombres / Además os conozco muy bien (se
refería a los que le buscaban para matarlo), y sé que no amáis a Dios / Yo he venido de parte del Padre,
pero vosotros no me aceptáis; en cambio, aceptáis a cualquiera que viene en
nombre propio"
Gran reproche de Jesús a aquellos
hombres, representantes de una parte de la humanidad de entonces y de ahora; así
es, lo que sucedió en aquellos tiempos, es casi lo mismo, que está sucediendo
en nuestros días, porque el hombre siempre se siente tentado a dejarse embaucar
por los seguidores del <príncipe de la mentira>, fácilmente reconocibles,
porque únicamente dan testimonio de sí mismos, como advirtió Jesús en su
discurso.
Por otra parte, el Papa Benedicto XVI refiriéndose a aquellos instantes angustiosos, sufridos por Jesús en el huerto de Getsemaní destacaba, como no podría ser de otro modo, el hecho relevante de la fidelidad total al Padre por el Hijo (Jesús de Nazaret 2ª Parte. Papa Benedicto XVI):
Todo esto está en profunda
continuidad con la voluntad originaria de Dios, a la vez que supone un cambio decisivo
en la historia de las religiones, que se hace realidad en la Cruz…
Las dos partes de la oración de
Jesús aparecen como una contraposición entre dos voluntades: una es la
<voluntad natural>, que se resiste al aspecto monstruoso y destructivo de
aquello a lo que se enfrenta, y quisiera pedir que el <cáliz se aleje de
él>; la otra es la <la voluntad del Hijo> que se abandona totalmente
en la voluntad del Padre…”Se trata de un ejemplo admirable de Jesús, ante el peligro que ya se cernía sobre él; el Mesías se muestra voluntariamente dispuesto a afrontarlo por fidelidad al Padre y por amor a los hombres, un ejemplo seguido más tarde, por muchos hombres y mujeres que entregaron también la vida por amor a Jesús y a los hombres, empezando por los Apóstoles y siguiendo por todos los santos y santas mártires, que a lo largo de los siglos han demostrado que la Palabra de Cristo y su sacrificio en la Cruz no han sido una derrota sino una victoria del bien sobre el mal.
La Iglesia fundada por Cristo desde muy antiguo, rinde homenaje a la memoria de estos hombres, mujeres y niños mártires, venerándoles como se merecen, pues dieron la vida por el Señor y su Mensaje y son una lección estremecedora y vital para los cristianos de todos los tiempos.
La fidelidad del Hijo al Padre se mostró claramente, así mismo, durante la fiesta de Pascua, en Jerusalén, muy próxima
ya la Pasión y Muerte en la Cruz de
Cristo, cuando algunos griegos se acercaron al Apóstol Felipe y le pidieron verle, lo que
dio motivo al Señor para proclamar que había llegado la hora de la
glorificación del Hijo del hombre, esto es, del Mesías (Jn
12, 25-28):
"El que se ama a sí mismo, se
pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida
eterna / El que quiera servirme, que me
siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el
Padre lo honrará / Ahora mi alma esta agitada, y
¿Qué diré?: “Padre, líbrame de esta hora “. Pero si por esto he venido para
esta hora: / <Padre, glorifica tu
nombre>. Entonces vino una voz del cielo: <Lo he glorificado y
volveré a glorificarlo>"Jesús pronunció las dos peticiones, pero la primera, la de ser liberado, se funde con la segunda, en la que ruega por la glorificación de Dios en la realización de su voluntad; así, el conflicto en lo más intimo de la existencia humana de Jesús se recompensa en la unidad”
En esta misma línea de pensamiento, el Papa San Juan Pablo II aseguraba:
“La historia de la salvación se
sintetiza en la fundamental constatación de una gran intervención de Dios en la historia del hombre. Tal intervención
alcanza su culminación en el Misterio
Pascual, la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión al Cielo de Jesús,
completado por el Pentecostés, con la bajada del Espíritu Santo sobre los
Apóstoles.
Esta historia, a la vez que revela la voluntad salvífica de Dios, revela también la Misión de la Iglesia. Es la historia de todos los hombres y de toda la familia humana, al comienzo creada y luego recreada en Cristo y en la Iglesia…
La historia de la salvación
ofrece siempre nueva inspiración para interpretar la historia de la humanidad. Por eso, numerosos
pensadores e historiadores contemporáneos se interesan también por la historia
de la salvación.Esta historia, a la vez que revela la voluntad salvífica de Dios, revela también la Misión de la Iglesia. Es la historia de todos los hombres y de toda la familia humana, al comienzo creada y luego recreada en Cristo y en la Iglesia…
Ella propone realmente el tema más apasionante. Todos los interrogantes que el Concilio Vaticano II se planteó se reducen, en definitiva, a este tema
En la historia de la salvación no se
plantea sólo la cuestión de la historia del hombre, sino que afronta también el
problema del sentido de su existencia. Por eso es, al mismo tiempo, historia y
metafísica. Es más, se podría decir que es la forma de teología más integral,
la teología de todos los encuentros entre Dios y el mundo” (Cruzando el umbral
de la esperanza. Editado por Vittorio Messori. 1994)
En nuestra época, lamentablemente se ha difundido,
sobre todo en Occidente, la idea de que Dios es extraño a la
vida y a los problemas de los hombres y, más aún, que su presencia puede ser
incluso una amenaza para la autonomía del ser humano.
Sin embargo, toda la economía de la salvación nos muestra que Dios habla e interviene en la historia en favor del hombre y de su salvación. Por otra parte, deberíamos recordar que según narran los evangelistas, Jesús, en distintas ocasiones, se da a conocer con el Nombre Divino, esto es, <Yo soy>; este nombre, tal como se nos indica en el Catecismo de la Iglesia Católica expresa formalmente la fidelidad de Dios (C.I.C. nº211):
“El nombre divino <Yo soy>
o <Él es>, expresa la fidelidad de Dios que, a pesar de la infidelidad
del pecado de los hombres y del castigo que merecen, <mantiene su amor por
generosidad> (Ex 34, 7)…Jesús dando su vida para librarnos del pecado,
revelaba que Él mismo lleva el nombre divino: <Cuando hayáis levantado al
Hijo del hombre, entonces sabréis que <Yo soy>>” (Jn 8,28)Sin embargo, toda la economía de la salvación nos muestra que Dios habla e interviene en la historia en favor del hombre y de su salvación. Por otra parte, deberíamos recordar que según narran los evangelistas, Jesús, en distintas ocasiones, se da a conocer con el Nombre Divino, esto es, <Yo soy>; este nombre, tal como se nos indica en el Catecismo de la Iglesia Católica expresa formalmente la fidelidad de Dios (C.I.C. nº211):
Entendamos, pues, que Jesús se reconoce <Yo soy>, enviado por el Padre y por eso su <juicio es justo>, tal como manifestaba en Galilea (Jn 5, 30). Él juzga según su Padre le dicta, Él no pretende hacer su voluntad, sino que fiel al Padre, cumple la voluntad del Padre, tal como puso, tan desinteresadamente en evidencia, durante su Pasión, Muerte, y Resurrección por la salvación del género humano.
Son estos hechos los que deben ser puestos en valor, frente a otras creencias contrarias a el cristianismo, porque solamente en éste, encontramos al Dios que amó hasta el extremo...
No se trata de un Dios alejado del hombre que no se ocupa de él, después de haberlo creado...
Jesús dijo como cualquier otro ser humano ¡Que pase de mí este cáliz! pero sin embargo fiel al Padre aceptó el martirio y la muerte a favor de los hombres, incluso mucho antes de que estos acontecimientos sé produjeran, él dijo: "Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que <Yo soy>" (Jn 8, 28).
En definitiva, con su Pasión, Muerte y Resurrección, Jesucristo
nos ha mostrado el camino que conduce a Dios, la puerta, sin duda estrecha, por
la que hemos de pasar los hombres para acercarnos a Él:
“Ahora ya está abierta. Pero
también desde el otro lado, el Señor llama con su Cruz: llama a las puertas del
mundo, a las puertas de nuestro corazón, que con tanta frecuencia y en tan gran
número están cerradas para Dios. Y nos dice más o menos lo siguiente: si las
pruebas que Dios te da de su existencia en la creación no logran abrirte a Él;
si la Palabra de la Escritura y el mensaje de la Iglesia te dejan indiferente,
entonces mírame a mí, al Dios que sufre por ti, que personalmente padece
contigo; mira que sufro por amor a ti y ábrete a mí, tu Señor y tu Dios” (Dios
está cerca. Papa Benedicto XVI. Chronica Editorial S.L. 2011).
Para conseguir abandonarnos
totalmente a la voluntad de Cristo, para abrirnos a Él, como Él nos pide
incesantemente desde la Cruz, es necesario un cambio interior de nuestra
existencia. Porque Jesús nos exige que ya no estemos encerrado en el yo,
considerando nuestra autorrealización como la razón principal de vida. Requiere
que nos entreguemos totalmente por la verdad, por amor a Dios que en
Jesucristo, me precede y me indica el camino:
“Se trata de la decisión
fundamental de no considerar ya los beneficios y el lucro, la carrera y el
éxito como fin último de mi vida, si no de reconocer como criterios auténticos
la verdad y el amor. Se trata de la opción entre vivir sólo para mí mismo o
entregarme por lo más grande. Y tengamos muy presente que verdad y amor no son
valores abstractos; en Jesucristo se han convertido en persona. Siguiéndolo a
Él, entro al servicio de la verdad y del amor. Perdiéndome, me encuentro.
¡Cuán importante es hoy
precisamente no dejarse llevar simplemente
de un lado a otro de la vida, no contentarse con lo que todos piensan,
dicen y hacen, escrutar a Dios y buscar a Dios, no dejar que el interrogante
sobre Dios se disuelva en nuestra alma, el deseo de lo que es más grande, el
deseo de conocerlo a Él! ” (Papa Benedicto XVI ; Ibid)En este punto, tengamos en cuenta, que Cristo siendo fiel al Padre, venció a la muerte; resucitando al tercer día de entre los muertos, <inauguró una dimensión histórica escatológica> y así sucedió, como ya en la antigüedad los profetas habían anunciado y relacionado este acontecimiento con la salvación del hombre. Concretamente Habacuc advertía: “He aquí que el insolente no tiene el alma rectamente dispuesta, más el justo, en su fidelidad vivirá” (Hab 2, 4).
Ahora bien, no podemos cerrar los ojos a los acontecimientos que hoy en día suceden y que están en total contraposición con estos deseos de liberación y redención, inscritos en el corazón del hombre, desde el principio, por Dios, nuestro Creador.
En los temas relativos especialmente al comportamiento moral, la sociedad actual, ha adquirido tal relajación que como denunciaba, no hace tanto, el Papa San Juan Pablo II:
”Algunos sostienen que en las cuestiones de moralidad, y en primer lugar en las de ética sexual, la Iglesia y el Papa no van de acuerdo con la tendencia dominante en el mundo contemporáneo, dirigido cada vez a mayor libertad de costumbres. Y puesto que el mundo se desarrolla en esa dirección, surge la impresión (incluso entre algunos que se llaman creyentes), de que la Iglesia vuelve atrás o, en todo caso, que el mundo se aleja de ella”
Es una opinión desde luego
bastante difundida, especialmente desde principios del siglo pasado, e incluso
a finales del siglo XIX, pero no, esto no es así, lo que ha ocurrido y sigue
ocurriendo por desgracia es que el hombre se ha dejado llevar por sus pasiones
más bajas, oyendo los consejos, como siempre, del <príncipe de la
mentira> y sus acólitos, en estos días numerosísimos y poseedores de medios
de propagación de sus ideas, enormemente potentes y alienantes.
Como denunciaba también el Papa Juan Pablo II:
”Los medios de propagación han
acostumbrado a numerosos sectores de la sociedad a escuchar solamente lo que <halaga
a sus oídos> (II Timoteo 4,3) y aún es peor cuando, los teólogos,
especialmente los moralistas, se alían con estos medios que como
es obvio, dan una amplia resonancia a cuanto estos dicen y escriben en contra
de la <sana doctrina>” (Cruzando el Umbral de la esperanza. J. Pablo II).Como denunciaba también el Papa Juan Pablo II:
Por otra parte, como manifestaba también, el Papa Benedicto XVI, tratando de ayudarnos a discernir y encontrar la voz de Dios entre las muchas voces, casi siempre poco autorizadas, que escuchamos todos los días, sobre temas de trascendencia escatológica:
Cuando el progreso tecnológico no tiene como fin la dignidad y el bien del hombre, ni está ordenado a un desarrollo solidario, pierde su fuerza de factor de esperanza, y corre el peligro de acentuar los desequilibrios y la injusticia ya existente. Existe además una amenaza constante por lo que se refiere a la relación hombre-ambiente, debido al uso indiscriminado de los recursos, con repercusiones también sobre la salud física y mental del ser humano. El futuro del hombre corre peligro debido a los atentados contra su vida, atentados que asumen varias formas y modos” (Benedicto XVI. Dios está cerca. Ed. Chronica S.L. 2011).
¿Cuáles son estas formas y modos, qué pueden hacer peligrar la existencia del hombre y por tanto su salvación? Son sobre todo las mismas, que ya han denunciado también otros Papas. Son aquellas que van en contra de la <defensa de la vida>, porque como aseguraba, por ejemplo, el Papa San Juan Pablo II:
“El derecho a la vida es para el hombre, el derecho fundamental… ¡No hay ningún otro derecho que afecte más de cerca a la existencia misma de la persona! Derecho a la vida significa derecho a venir a la luz y luego, a perseverar en la existencia hasta su natural extinción: <mientras vivo tengo derecho a vivir>" (Papa Juan Pablo II. Cruzando el umbral de la esperanza. Ibid).
Parece que el hombre haya olvidado el ejemplo de fidelidad al Padre dado por Jesús...
Parece que haya olvidado que el ejemplo a seguir, para caminar por la senda de la salvación es el dado por Jesucristo, el hombre perfecto, ejemplo de libertad filial, que nos enseña a comunicar a los demás su mismo amor: <Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor> ” (Benedicto XVI Ibid)
Entonces: ¿De qué nos hubiera valido el sacrificio de nuestro Salvador y su Resurrección? Debemos reflexionar sobre este tema con más frecuencia, porque la fidelidad de Jesús para el Padre ha abierto, al ser humano, el camino de la salvación, el camino que nos conduce a esa tan deseada <vida eterna>. Por la Resurrección de Jesús se ha abierto la historia del hombre más allá de sí misma, porque:
“Él ha resucitado verdaderamente. Él es el Viviente. A Él nos debemos encomendar con la seguridad de estar en la senda justa. Con el apóstol Tomás debemos meter nuestra mano en el costado traspasado de Jesús y confesar ¡Señor mío y Dios mío! ” (Benedicto XVI. Jesús de Nazaret. 2ª Parte)