Así titulaba el Papa Benedicto
XVI su Homilía el miércoles de Ceniza un 6 de febrero de 2008 con objeto de
prepararnos al tiempo de conversión que es la Cuaresma para los cristianos,
porque como él decía: “Dado que los compromisos, los
afanes y las preocupaciones nos hacen caer en la rutina y nos exponen al
peligro de olvidar cuán extraordinaria es la aventura en la que nos ha
implicado Jesús, necesitamos recomenzar cada día nuestro exigente itinerario de
vida evangélica, recogiéndonos interiormente con momentos de pausa que
regeneran el espíritu…
El clima cuaresmal, nos ayuda a redescubrir el don de la fe recibida en el Bautismo y nos lleva a cercarnos al sacramento de la Reconciliación, poniendo nuestro esfuerzo de conversión bajo el signo de la misericordia divina…
Al imponer sobre la cabeza la
ceniza, el celebrante dice: <Acuérdate de que eres polvo y al polvo
volverás> (Gn 3, 19), o repite la invitación de Jesús: <Convertíos y
creed en el Evangelio> (Mc 1, 15). Ambas fórmulas recuerdan la verdad de la
existencia humana: somos criaturas limitadas, pecadoras que siempre necesitan
penitencia y conversión.
¡Qué importante escuchar y acoger este llamamiento en nuestro tiempo!
El hombre contemporáneo, cuando
proclama su total autonomía de Dios, se hace esclavo de sí mismo, y con
frecuencia en una soledad sin consuelo”
Sí, somos polvo y al polvo
volveremos como se nos dice en las Sagradas Escrituras, por eso en este tiempo es conveniente recordarlo, al
menos de vez en cuando, para encontrar el camino de la auténtica conversión, y
así alcanzar el Reino de Dios.
Ciertamente nos conviene pensar
de vez en cuando en las realidades últimas, ya que la Iglesia de Cristo es
escatológica como nos recuerda San Marcos en su Evangelio cuando narra un importante
pasaje de la vida de Jesús en el que Éste alude a su <segunda venida>.
Concretamente nos referimos a aquella ocasión en la que predice su Pasión, Muerte y Resurrección,
cuando camina hacia Jerusalén para llevar a cabo su misión evangelizadora,
acompañado por sus discípulos y la gran multitud que les seguía (Mc 8, 34-38):
"Llamando a la muchedumbre junto
con sus discípulos, les dijo: <Si alguno quiere venir detrás
de mí, que se niegue así mismo, que tome su cruz y me siga / Porque el que quiera salvar su
vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la
salvará> / <Porque ¿de qué le sirve al
hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? / Pues ¿qué podrá dar el hombre a
cambio de su vida? / Porque si alguien se avergüenza
de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del
hombre también se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre
acompañado de sus santos ángeles"
"Cuando venga el Hijo del hombre
en su gloria y acompañado de todos los ángeles, se sentará entonces en el trono
de su gloria / y serán reunidos ante él todas
las gentes; y separará a los unos de los otros, como el pastor separa las
ovejas de los cabritos / y pondrá las ovejas a su
derecha, los cabritos en cambio a su izquierda / Entonces dirá el Rey a los que
estén a su derecha: <Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino
preparado para vosotros desde la creación del mundo… / Entonces les dirá a los que
estén a la izquierda: < Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado
para el diablo y sus ángeles> "
Sin duda este pasaje del Nuevo Testamento siempre ha inquietado a lo largo de los siglos, y hasta sobresaltado, a aquellos hombres que, por uno u otro motivo, se encontraban alejados de Dios. En este sentido, es interesante recordar las enseñanzas del Papa Benedicto XVI:
Nosotros los hombres no podemos
imaginarnos ese proceso inaudito en el que todo el Cosmos se halla ante el
Señor y la historia entera ante Él…Como será esto visualmente escapa
a nuestra capacidad de imaginación.
Pero que Él es el Juez, que
tendrá lugar un juicio real, que la humanidad será separada y que, entonces,
existe también la posibilidad de la perdición, y que las cosas no son
indiferentes, son datos muy importantes.
Hoy la gente tiende a decir:
<Bueno, tan malas no serán las cosas. Al fin y al cabo, es muy difícil, que
Dios obre así>. Pero no, Él toma en serio las
cosas de los hombres. Está además, el hecho de la existencia del mal, que
permanece y tiene que ser condenado. En esta sentido, aún con la
alegre gratitud por el hecho de que Dios es Bueno y nos da su gracia,
deberíamos percibir también e inscribir en nuestro programa de vida la seriedad
del mal…”
El evangelista San Lucas menciona también las palabras del Señor con respecto al <Juicio final>, aunque de una forma más sintetizada que san Mateo, pero de forma igualmente clara y aleccionadora (Lc 9, 25-26):
-<Porque ¿de qué le sirve al
hombre haber ganado el mundo entero si se destruye así mismo o se pierde?
-Porque quien se avergüence de mí y de mi palabras, de él se avergonzará el Hijo
del hombre cuando venga en su gloria y en la del Padre y en la de los santos
ángeles.
Los tres evangelistas sinópticos
coinciden en sus respectivas narraciones en el hecho de que el Señor en su
<segunda venida> vendrá acompañado por los santos ángeles. El Papa san
Juan Pablo II recordando esta singularidad de las tres narraciones afirma:
“Se puede decir que los ángeles, como espíritus puros, no solo participan en el modo en que les es propio de la santidad del mismo Dios, sino que en los momentos claves, rodean a Cristo y lo acompañan en el cumplimiento de su misión salvífica respecto al hombre. De igual modo también toda la Tradición y el Magisterio ordinario de la Iglesia ha atribuido a lo largo de los siglos a los ángeles este carácter y esta función de ministerio mesiánico (Audiencia General; miércoles 30 de julio de 1986)"
Por su parte, el apóstol san
Pablo se hizo eco de estos temas escatológicos que tanta importancia tienen
para la humanidad. Precisamente el Papa Benedicto XVI en su Audiencia General del 12 noviembre de2008 nos recordaba que: “Probablemente en el año 52 san
Pablo escribió la primera carta a los Tesalonicenses, donde habla de la vuelta
de Jesús, llamada <Parusía>, <adviento>, nueva y manifiesta presencia (cf. 1 Ts 4,
13-18).
Concretamente, ante las dudas y problemas de los Tesalonicenses, el apóstol escribe así: <Si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús> (1 Ts 4, 14).
Y continúa: <Los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires, y así estaremos siempre con el Señor> (1 Ts 4, 16-17).
San Pablo describe la <Parusía>
de Cristo con acentos muy vivos y con imágenes simbólicas, pero que transmiten
un mensaje sencillo y profundo: Al final estaremos siempre con el Señor. Este
es, más allá de la imágenes, el mensaje esencial: Nuestro futuro es <estar
con el Señor>; en cuanto a creyentes, en nuestra vida ya estamos con el
Señor; nuestro futuro, la vida eterna, ya ha comenzado”
Son palabras verdaderamente
esperanzadoras y hermosas las del Papa Benedicto XVI, refiriéndose al futuro
del hombre, que ya está aquí, para los creyentes, al <lado del Señor>,
pero ¿qué sucederá con aquellos hombres que han perdido la fe, como
consecuencia de un mundo paganizado y adsorbente, que aleja al hombre de la
<verdad absoluta>?
El Papa san Juan Pablo II nos
dejaba una reflexión interesante y deseable en este sentido: “Al hombre contemporáneo le es
difícil volver a la fe, porque le asustan las exigencias morales que la fe
representa. Y esto, en cierto modo, es verdad. El Evangelio es ciertamente
exigente. Es sabido que Cristo, a este
respecto, no engañaba nunca a sus discípulos, ni a los que escuchaban (sus palabras). Al contrario, los
preparaba con verdadera firmeza para todo tipo de dificultades internas o
externas, advirtiéndoles siempre que ellos también podían abandonarle.
Por tanto, si Él dice: ¡No tengáis miedo! (Jn 3, 16), con toda seguridad no lo dice para paliar de algún modo sus exigencias. Al contrario, con estas palabras confirma toda la verdad del Evangelio y todas las exigencias en él contenidas.
Al mismo tiempo, sin embargo,
manifiesta que lo que Él exige no supera las posibilidades del hombre. Si el
hombre lo acepta con disposición de fe, también encuentra en la gracia, que
Dios no permite que le falte, la fuerza necesaria para llevar adelante esas
exigencias.
El mundo está lleno de pruebas de
la fuerza salvífica y redentora, que los Evangelios anuncian con mayor énfasis
que aquel con que recuerdan las
obligaciones morales.
¡Cuántas son en el mundo las
personas que atestiguan con su vida cotidiana que la moral evangélica es
hacedera! La experiencia demuestra que una vida humana lograda no puede ser
sino como la de esas personas (Cruzando el umbral de la esperanza)"
Por eso, como también aseguraba el Papa
Benedicto XVI en la Audiencia General anteriormente mencionada:
“La espera en la <Parusía>
no dispensa del trabajo en este mundo; al contrario, crea responsabilidades
ante el Juez divino sobre nuestro obrar en este mundo. Precisamente así crece
nuestra responsabilidad de trabajar en y
para este mundo…
Precisamente, en el pasaje evangélico
de los talentos, el Señor nos recuerda que ha confiado talentos a todos, y que
el Juez nos pedirá cuentas de ellos diciendo: ¿Habéis dado fruto? Por tanto la
espera de su venida implica responsabilidades con respecto a este mundo (cf. 2,
Ts 3, 10-12).
Por otra parte, en la carta a los
Filipenses (cf. Flp 1,21-26), de san Pablo, en otro contexto, aparece esa misma
verdad y el nexo entre <Parusía> (vuelta del Juez Salvador) y nuestro
compromiso en la vida. En esta situación piensa en su futuro <estar con el
Señor>, pero piensa también en la comunidad de Filipos, que necesita a su padre, san Pablo,
y escribe: <para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el
vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger>
Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros. Y persuadido de esto, sé que me quedaré y permaneceré con todos vosotros para progreso y gozo de vuestra fe, a fin de que tengáis por mi causa un nuevo motivo de orgullo en Cristo Jesús, cuando yo vuelva a estar entre vosotros”
Es evidente, san Pablo no tenía
miedo a la muerte, por el contrario, él la deseaba con fruición, pero sabía que Cristo le había llamado para
evangelizar a los pueblos, en particular a los pueblos paganos, y sentía esa
responsabilidad de forma intensa en su corazón, por eso escogió vivir, para dar
cumplimiento al mandato del Señor.
<Estaba sencillamente disponible para
Dios y era realmente libre> ¡No tengamos miedo de cruzar el
umbral de la esperanza!, como nos pedía el Papa san Juan Pablo II. Seamos plenamente fieles a la exhortación del
Señor que fue < Signo y Seña> de
este Papa santo: ¡No tengáis miedo!