En una sociedad en la que el hombre parece que tiene que vivir
dejándose llevar solamente por la propia razón, dejando de lado el concepto de
Dios, hacer como si Dios no existiera, la respuesta a esta pregunta quizas podría
ser difícil …
Sin embargo aunque muchos seres humanos han
prescindido ya de la idea de un Dios que no se esconde, que se preocupa del
hombre, que quiere estar y está en la vida del hombre, el
concepto del Creador Supremo de todas las cosas, la existencia de este Creador y
de la Providencia, sigue presente en lo más profundo del alma humana...
El racionalismo iluminista que incluso podía aceptar un Dios fuera del
mundo, especialmente porque era una forma de evitar los métodos empíricos, cada vez se nos presenta más incierto, porque: ¡Dios ha amado al mundo! Y aunque para la ideologia
del racionalismo, el mundo no necesite de Dios, porque según esta doctrina el
mundo es autosuficiente y el hombre puede llegar a ser
inmortal: ¡El mundo necesita de su Creador!
Si no fuera por la existencia del Dios Creador, el mundo se
hubiera ya destruido; Dios protege al
Universo entero y al hombre dentro de él de una manera muy particular.
Sí, el mundo con sus riquezas y con sus carencias necesita ser salvado
cada día por Dios; el mundo como nos recordaba el Papa San Juan Pablo II, no es
capaz de liberar al hombre del sufrimiento y en particular no es capaz de
liberarlo de la muerte (Cruzando el umbral de la esperanza. Círculo de Lectores
S.A.; por cortesía de Plaza & Janés Editores, S.A. 1995):
“El mundo entero está sometido a la <precariedad>, como dice San
Pablo en la Carta a los Romanos; está sometido a la corrupción y a la
mortalidad. En su dimensión corpórea lo está también el hombre.
La inmortalidad no pertenece a este mundo; exclusivamente puede venir
de Dios. Por eso Cristo habla del amor de Dios que se expresa en una invitación
del Hijo unigénito, para que el hombre <no muera>, sino que tenga vida eterna
(Jn 3, 16).
La vida eterna puede ser dada al hombre solamente por Dios, solo puede
ser don Suyo. No puede ser dada al hombre por el mundo creado; la creación y el
hombre con ella, ha sido sometida a la <caducidad> (Rm 8, 20)”
Esta última reflexión del Papa, nos recuerda, al apóstol San Pablo,
aquel hombre perseguidor de los cristianos, que un día halló a Cristo. Así es,
cuando San Pablo tuvo el encuentro con Cristo era un hombre seguro de sí mismo,
seguro de sus ideas, basadas en el Antiguo Testamento, era cuidadoso con la
Ley, celoso en sostener las tradiciones
de su pueblo, pero no pensaba que el Creador, pudiera ya, haber mandado a su Hijo para salvar a la humanidad.
Entonces, tuvo lugar en su vida esa poderosa influencia de Cristo que todo ser humano puede llegar a tener, en
su día, para cambiar de forma drástica
el sentido de su existencia.
Como nos recordaba el Papa Benedicto XVI refiriéndose precisamente a la conversión de San Pablo (Dios está cerca; Ed. Chronica S.L. 2011):
La iluminación de Damasco le cambió radicalmente la existencia:
comenzó a considerar todos sus méritos, logrados en una carrera religiosa
integérrima (intachable, integra), como <basura> frente a la sublimidad
del conocimiento de Jesucristo (Flp 3, 8).Como nos recordaba el Papa Benedicto XVI refiriéndose precisamente a la conversión de San Pablo (Dios está cerca; Ed. Chronica S.L. 2011):
La carta a los Filipenses nos ofrece un testimonio conmovedor del paso
de San Pablo de una justicia basada en la Ley y conseguida con la observancia
de las obras prescritas, a una justicia basada en la Fe en Cristo: comprendió
que todo lo que hasta entonces le había parecido una ganancia, en realidad
frente a Dios era una perdida, y por ello decidió apostar toda su
existencia por Jesucristo (Flp 3, 7).
El tesoro escondido en el campo y la perla preciosa, por cuya
adquisición invierte todo lo demás, ya no eran las obras de la Ley, sino
Jesucristo, su Señor”
En el libro de <Los Hechos de los Apóstoles>, del evangelista San
Lucas, podemos leer como sucedieron los acontecimientos que tuvieron lugar en
el encuentro de Pablo con Cristo. Como hemos recordado antes, este hombre culto
y religiosos era perseguidor de los cristianos; se cuenta en dicho libro que incluso estuvo presente
durante el martirio de San Esteban, el primer seguidor de Cristo que murió por
Él y su Mensaje, y no solo estuvo presente, sino que lo aprobaba.
Sucedió sin embargo, que durante su viaje hacia Damasco con objeto de
llevar detenidos a Jerusalén a cuantos
cristianos se encontrara por el camino, un extraño suceso tuvo lugar, le rodeó
un resplandor inmenso que le hizo caer al suelo completamente ciego y escucho
una voz potente que clamaba: ¡Saulo , Saulo, ¿por qué me persigues? Él, seguramente asustado
respondió: ¿Quién eres tú Señor? Jesús respondió: A quien tú persigues y
después le ordenó: <Entra en la ciudad y se te dirá lo que tienes que hacer>.
Así sucede, casi siempre, en la vida de los hombres, el encuentro con
Cristo, se produce de repente, como un suceso extraordinario, en el que recibe
su ayuda para saber lo que tiene que hacer en el futuro, desde ese momento transcendental
de su existencia. Desgraciadamente muchos no aprovechan ese instante luminoso,
muchos casi no se dan cuenta de qué ha pasado muy cerca de ellos. Por eso hay
que estar siempre atentos a esa llamada de Cristo, que no obstante, siempre se
produce, para que no se desaproveche esa enorme gracia de Dios.
A este respecto nos dice el Papa Benedicto XVI (Ibid):
“La relación entre San Pablo y el Resucitado llegó a ser tan profunda
que lo impulsó a afirmar, que Cristo ya no era solamente su vida, sino su vivir,
hasta el punto de que para poder alcanzarlo, incluso el morir era una ganancia
(Flp 1, 21)
No es que despreciara la vida sino que había comprendido que para él el
vivir ya no tenía otro objetivo, y por tanto ya no albergaba otro deseo que
alcanzar a Cristo, como en una competición de atletismo, para estar siempre con
Él: el Resucitado se había convertido en el principio y fin de su existencia,
el motivo de su carrera”
Durante su labor evangelizadora, la situación de San Pablo, en un
momento dado, fue tal, que al escribir la Carta a los filipenses se expresaba
con estas sentidas palabras, al referirse a la difusión del Mensaje de Cristo
en Roma (Flp 1, 12-21):
-Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han ocurrido han
servido para difundir más el Evangelio,
-de modo que, ante todo el pretorio y ante todos los demás, ha quedado
patente que me encuentro encadenado por Cristo,
-y así la mayor parte de los hermanos en el Señor, alentados por mis
cadenas, se han atrevido con más audacia a predicar sin miedo la palabra de
Dios.
-Algunos, en efecto, predican a Cristo por envidia y rivalidad, otros
en cambio por buena voluntad;
-éstos, ciertamente, por caridad, sabiendo que he sido constituido para
defensa del Evangelio;
-aquéllos, sin embargo, anuncian a Cristo por rivalidad, de modo no
sincero, pensando aumentar la aflicción
de mis cadenas.
-Pero ¡qué importa! Con tal de que en cualquier caso –por hipocresía o
sinceramente – se anuncie a Cristo, yo con eso me alegro; aún más, me seguiré
alegrando,
-pues sé que me aprovecha para la salvación, gracias a vuestras
oraciones y al auxilio del Espíritu de Jesucristo.
-Así es mi expectación y mi esperanza, de que en nada seré defraudado,
sino que con toda seguridad, ahora como siempre, Cristo será glorificado en mi
cuerpo, tanto en mi vida como en mi muerte.
-Porque para mí, el vivir es Cristo, y el morir una ganancia.
Sí, Cristo se hizo inmanente en San Pablo (la acción de Cristo
perduraba en su interior); el apóstol ya
solo aspiraba alcanzar la <vida eterna>, salvarse del mal radical,
salvarse de la condenación eterna.
Como nos
enseñaba el Papa San Juan Pablo II, la
condenación es lo opuesto a la salvación. La una y la otra, se unen con el
destino del hombre. La muerte temporal no puede destruir
el destino del hombre a la <vida eterna>...
En este sentido, sabemos que Cristo rogó por sus discípulos al Padre; en su oración está la clave, la incógnita, sobre el tema de la <vida eterna> (Jn 17, 3-7):
En este sentido, sabemos que Cristo rogó por sus discípulos al Padre; en su oración está la clave, la incógnita, sobre el tema de la <vida eterna> (Jn 17, 3-7):
-Y ésta es la <vida eterna>: que te conozcan a Ti, el único
verdadero Dios, y a quien enviaste, Jesucristo
-Yo te glorifique sobre la tierra, consumando la obra que Tú me has
encomendado que hiciese;
-Ahora, Padre, glorifícame Tú a tu lado con la gloria que tuve junto a
Ti, antes de que el mundo existiera
-Manifesté tu nombre a los hombres que me diste del mundo, tuyos eran,
y Tú me los distes; y tu palabra han guardado.
-Ahora han conocido que todo cuanto me has dado de Ti viene; pues las
palabras que me confiaste, yo las he comunicado a ellos, y ellos las
recibieron, y conocieron verdaderamente que de Ti salí, y creyeron que Tú me
enviaste.
Son versículos que pertenecen a la <Oración sacerdotal de Cristo>
que pronunció, poco antes de que fuera
apresado y conducido hacia su Pasión, Muerte y Resurrección. Esta Oración
sacerdotal es como el: <Momento del Sumo Sacerdote cuando está ya para
consumar el sacrificio de la Redención. El poder universal de dar a los hombres
la vida eterna, consiste en el conocimiento de Dios y de su Enviado.
Esta divina misión que es la obra de Dios, de parte de Cristo ya está consumada; más para que sea efectiva, para que de hecho redunde en la gloria de Dios, necesita ser refrendada con la glorificación del Hijo, que será el sello divino de su misión y de su obra. Con esto, la glorificación del Hijo será la glorificación del Padre> (Nota a pie de obra de una antigua Biblia. Biblioteca de autores cristianos. Madrid, MCMXLVII)
Como nos recuerda el
Papa San Juan Pablo II que (Ibid):
“La unión con Dios se actualiza en la visión del Ser divino <cara a cara>, visión
llamada <beatifica>, porque lleva consigo el definitivo cumplimiento de
la aspiración del hombre a la verdad.
En vez de tantas verdades parciales, alcanzadas por el hombre mediante
el conocimiento pre-científico y científico, la visión de Dios <cara a
cara> permite gozar de la absoluta plenitud de la verdad. De este modo es
definitivamente satisfecha la aspiración humana a la verdad.
La salvación, sin embargo, no se reduce a esto. Conociendo a Dios
<cara a cara>, el hombre encuentra la absoluta plenitud del bien…
Como plenitud del bien, Dios es plenitud de la vida que no tiene límites de tiempo y de espacio.
Es <Vida eterna>, participación en la vida de Dios mismo y se
realiza en la eterna comunión con el
Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. El dogma de la Santísima Trinidad
expresa la verdad sobre la vida íntima de Dios, e invita a que se la acoja.
En Jesucristo, el hombre es llamado a semejante participación y es
llevado hacia ella”
Cristo influye en la vida del hombre de esta manera, llevándole a
participar en el Misterio de la Santísima Trinidad, a participar en la vida íntima de Dios, para alcanzar la salvación. Por eso el
cristianismo es una religión soteriológica (estudia y analiza la salvación del
hombre):
“La soteriología es la de la Cruz y la de la Resurrección. Dios quiere que <el
hombre viva> (Ez 18, 23), se acerca a él mediante la Muerte del Hijo para
revelarle la vida a la que le llama Dios mismo. Todo hombre que busque la
salvación, no solo el cristiano, debe detenerse ante la Cruz de Cristo.
¿Aceptará la verdad del Misterio
Pascual o no? ¿Creerá? Esto es ya otra cuestión.
Este Misterio de Salvación es un hecho ya consumado. Dios ha abrazado a
todos con la Cruz y la Resurrección de su Hijo. Dios abraza a todos con la vida
que se ha revelado en la Cruz y en la Resurrección, y que se inicia siempre de
nuevo por ella.
El Misterio está ya injertado en la historia de la humanidad, en la
historia de cada hombre, como queda significado en la alegoría de la <vid y
los sarmientos>, recogida por Juan (Jn 15, 1-8) (Papa San Juan Pablo II;
Ibid)”
Ya en el Antiguo Testamento, en
el libro del <Salterio>, aparecen las súplicas del pueblo de Israel a
Dios, Pastor Supremo (Sal 80, 9ss), que en el Nuevo Testamento, como nos
recuerda el Papa Benedicto XVI, concretamente en el Evangelio de San Juan,
implica la relación de Dios con los hombres mediante nuestro Señor Jesucristo,
a través de la alegoría de la <vid y
los sarmientos>.
Por otra parte, también en el libro del profeta Isaías (Is 5, 1-7)
podemos leer la <Canción a la viña> que contiene un mensaje aleccionador
para el hombre que se aparta de su Creador. Allí podemos escuchar las palabras
del labrador desencantado, que quieren representar al Señor decepcionado por la
no correspondencia de su pueblo, es decir, del pueblo elegido. (Is 5, 5-7):
“Pues ahora os hare conocer lo que voy a hacer con mi viña: arrancaré
su seto para que sirva de leña; derribaré su cerca para que la pisoteen/ la
haré un erial, no la podarán ni la labrarán, crecerán cardos y zarzas, y
mandaré a las nubes que no descarguen lluvia sobre ella/ Pues bien, la viña del
Señor de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombre de Judá, la cepa de
sus delicias.
Esperaba juicio y encontró prejuicios, justicia y encontró congoja”
Así suele suceder, por desgracia, muchas veces, cuando Cristo se acerca
a los hombres para influir en sus vidas y conducirles por el buen sendero.
Conseguir que el hombre <acepte la invitación al coloquio con Dios>, que
no es otra cosa que <el dialogo de la salvación>, cada vez se pone más
difícil para nuestro Salvador. El ateísmo ha tomado <carta de naturaleza>,
debido principalmente a un pasotismo, que
ha conducido a muchas personas, incluso a perder todo interés por las
cuestiones religiosas.
No obstante como destacaba el Papa San Juan Pablo II, en su día
(Audiencia General del 12 de junio de 1985):
“En muchos casos, esta aptitud tiene sus raíces en todo el modo de
pensar del mundo, especialmente del pensar científico.
Efectivamente, se acepta como única fuente de certeza cognoscitiva sólo
la experiencia sensible, entonces queda excluido el acceso a toda realidad
suprasensible, transcendente. Tal actitud cognoscitiva se encuentra también en
la base de esa concepción particular que en nuestra época ha tomado el nombre
de <teoría de la muerte de Dios>.
Así pues, los motivos del ateísmo y más frecuentemente aún del
gnosticismos de hoy son también de tipo teórico-cognoscitivo”
Así mismo, aseguraba el santo
Padre en esta Audiencia que el Concilio
Vaticano II ponía de manifiesto otro tipo de motivos que está frecuentemente unido
a la excesiva exaltación de las capacidades del ser humano, que le lleva en
ocasiones a olvidarse de su verdadera vulnerabilidad (Papa San Juan Pablo II;
Ibid):
“Leemos en la <Gaudium et Spes> que en el ateísmo moderno <<el
afán de la autonomía humana lleva a negar toda dependencia del hombre respecto
de Dios. Los que profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad
consiste en que el hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador de
su propia historia (gnosticismo). Lo cual no puede conciliarse, según ellos,
con el reconocimiento del Señor, autor y fin de todo, o por lo menos tal
afirmación de Dios es completamente superflua. El sentido de poder que el
progreso técnico actual, da al hombre, puede favorecer esta doctrina>>
(Gaudium et Spes, 20).
Efectivamente, hoy el ateísmo sistemático pone la <liberación del
hombre principalmente en su liberación
económica y social>. Combate la religión de modo pragmático,
afirmando que ésta obstaculiza la liberación, <<porque, al orientar el
espíritu humano hacia un vida futura ilusoria, apartará al hombre del esfuerzo
por levantar la ciudad temporal.
Cuando los defensores de este ateísmo llegan al gobierno de un Estado – añade el texto Conciliar -
<atacan violentamente a la religión, difundiendo el ateísmo, sobre todo, en
el campo educativo, con el uso de todos los medios de presión que tienen a su
alcance los poderes públicos>> (Gaudium et Spes, 20)”
Verdaderamente, los Padres de la Iglesia que participaron en el último
Concilio de la Iglesia católica, tenían
muy claras las ideas que se estaban transmitiendo en aquellos momentos a los hombres, y muy especialmente entre
las nuevas generaciones, con el propósito de que llegaran a ignorar total o
parcialmente al Sumo Hacedor.
Ideas que han ido persistiendo y creciendo, hasta llegar
a este nuevo siglo, de tal manera que han afectado en gran medida a la llamada
sociedad del desarrollo, con resultados verdaderamente dolorosos y temibles
para un futuro, no tan lejano, como cabría desear…
Por eso, más que nunca, el hombre debería estar atento
a la llamada de Cristo, que cuando se produce cambia de forma radical la
manera de ver las cosas, porque entonces se daría
cuenta de que todos los creyentes, y los no creyentes, pueden y deben colaborar
en la edificación de este mundo, en el que viven, porque el Evangelio y la fe
en Cristo no están en contra del crecimiento del hombre, ni de la ciencia, como
estas teoría defienden...
Por el contrario, el Nuevo Testamento dado a conocer por los seguidores de Cristo, reivindica la dignidad de la vocación de cada persona, le devuelve la esperanza a los desesperados, y les proporciona espíritu abierto a un destino más alto y por eso muestra la alegría de vivir ahora, en este mundo y luego alcanzar la vida eterna…
Por el contrario, el Nuevo Testamento dado a conocer por los seguidores de Cristo, reivindica la dignidad de la vocación de cada persona, le devuelve la esperanza a los desesperados, y les proporciona espíritu abierto a un destino más alto y por eso muestra la alegría de vivir ahora, en este mundo y luego alcanzar la vida eterna…
Precisamente por todo ello, teniendo en cuenta la hostilidad creciente
hacia Cristo y su llamada, por una gran parte de la sociedad del siglo XXI, los
creyentes deben ser conscientes de las dificultades y de las acechanzas a las
que se enfrentan, para que éstas no les lleve al pasotismo, ni a la
desesperación, sino que sean acicate a la más plena decisión de dar testimonio
de esa <Gran esperanza>, que devuelve la alegría de vivir…
Como enseñaba San Pedro, el primer Pontífice de la Iglesia de Cristo, la actitud del cristiano, si es celoso del bien, no debe ser de temor, ni de inquietud, sino de amor hacia Cristo (1 Pe 3, 15-17):
Como enseñaba San Pedro, el primer Pontífice de la Iglesia de Cristo, la actitud del cristiano, si es celoso del bien, no debe ser de temor, ni de inquietud, sino de amor hacia Cristo (1 Pe 3, 15-17):
“Glorificad a Cristo Señor en vuestros corazones, siempre dispuestos a
dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza/ pero con mansedumbre
y respeto, y teniendo limpia la conciencia, para que quienes calumnian vuestra
buena conducta en Cristo, queden
confundidos en aquello que os critican/ Porque es mejor padecer por hacer el
bien, si ésa es la voluntad de Dios, que por hacer mal”