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sábado, 13 de octubre de 2018

¿CRISTO PUEDE INFLUIR EN LA VIDA DE UNA PERSONA?


 
 
 
 
En una sociedad en la que el hombre parece que tiene que vivir dejándose llevar solamente por la propia razón, dejando de lado el concepto de Dios, hacer como si Dios no existiera, la respuesta a esta pregunta quizas podría  ser difícil …

Sin embargo  aunque muchos seres humanos han prescindido ya de la idea de un Dios que no se esconde, que se preocupa del hombre, que quiere estar y está en la vida del hombre,  el concepto del Creador Supremo de todas las cosas, la existencia de este Creador y de la Providencia, sigue presente en lo más profundo del alma humana...

El racionalismo iluminista que incluso podía aceptar un Dios fuera del mundo, especialmente porque era una forma de evitar los métodos empíricos, cada vez se nos presenta más incierto, porque: ¡Dios ha amado al mundo! Y aunque para la ideologia del racionalismo, el mundo no necesite de Dios, porque según esta doctrina el mundo es autosuficiente  y el hombre puede llegar a ser inmortal: ¡El mundo necesita de su Creador!

Si no fuera por la existencia del Dios Creador, el mundo se hubiera  ya destruido; Dios protege al Universo entero y al hombre dentro de él de una manera muy particular.

 
 
 
Sí, el mundo con sus riquezas y con sus carencias necesita ser salvado cada día por Dios; el mundo como nos recordaba el Papa San Juan Pablo II, no es capaz de liberar al hombre del sufrimiento y en particular no es capaz de liberarlo de la muerte (Cruzando el umbral de la esperanza. Círculo de Lectores S.A.; por cortesía de Plaza & Janés Editores, S.A. 1995):

“El mundo entero está sometido a la <precariedad>, como dice San Pablo en la Carta a los Romanos; está sometido a la corrupción y a la mortalidad. En su dimensión corpórea lo está también el hombre.

La inmortalidad no pertenece a este mundo; exclusivamente puede venir de Dios. Por eso Cristo habla del amor de Dios que se expresa en una invitación del Hijo unigénito, para que el hombre <no muera>, sino que tenga vida eterna (Jn 3, 16).

La vida eterna puede ser dada al hombre solamente por Dios, solo puede ser don Suyo. No puede ser dada al hombre por el mundo creado; la creación y el hombre con ella, ha sido sometida a la <caducidad> (Rm 8, 20)”

 
 
 
Esta última reflexión del Papa, nos recuerda, al apóstol San Pablo, aquel hombre perseguidor de los cristianos, que un día halló a Cristo. Así es, cuando San Pablo tuvo el encuentro con Cristo era un hombre seguro de sí mismo, seguro de sus ideas, basadas en el Antiguo Testamento, era cuidadoso con la Ley, celoso en sostener  las tradiciones de su pueblo, pero no pensaba que el Creador, pudiera ya, haber mandado  a su Hijo para salvar a la humanidad.

Entonces, tuvo lugar en su vida esa poderosa influencia de Cristo  que todo ser humano puede llegar a tener, en su día,  para cambiar de forma drástica el sentido de su existencia.
Como nos recordaba el Papa Benedicto XVI refiriéndose precisamente a la conversión de  San Pablo (Dios está cerca; Ed. Chronica S.L. 2011):
La iluminación de Damasco le cambió radicalmente la existencia: comenzó a considerar todos sus méritos, logrados en una carrera religiosa integérrima (intachable, integra), como <basura> frente a la sublimidad del conocimiento de Jesucristo (Flp 3, 8).

La carta a los Filipenses nos ofrece un testimonio conmovedor del paso de San Pablo de una justicia basada en la Ley y conseguida con la observancia de las obras prescritas, a una justicia basada en la Fe en Cristo: comprendió que todo lo que hasta entonces le había parecido una ganancia, en realidad frente a Dios era una perdida, y por ello decidió apostar toda su existencia  por Jesucristo (Flp 3, 7).

El tesoro escondido en el campo y la perla preciosa, por cuya adquisición invierte todo lo demás, ya no eran las obras de la Ley, sino Jesucristo, su Señor”

 
 
 
En el libro de <Los Hechos de los Apóstoles>, del evangelista San Lucas, podemos leer como sucedieron los acontecimientos que tuvieron lugar en el encuentro de Pablo con Cristo. Como hemos recordado antes, este hombre culto y religiosos era perseguidor de los cristianos; se cuenta en  dicho libro que incluso estuvo presente durante el martirio de San Esteban, el primer seguidor de Cristo que murió por Él y su Mensaje, y no solo estuvo presente, sino que  lo aprobaba.

Sucedió sin embargo, que durante su viaje hacia Damasco con objeto de llevar detenidos a Jerusalén  a cuantos cristianos se encontrara por el camino, un extraño suceso tuvo lugar, le rodeó un resplandor inmenso que le hizo caer al suelo completamente ciego y escucho una voz potente que clamaba: ¡Saulo , Saulo, ¿por qué  me persigues? Él, seguramente asustado respondió: ¿Quién eres tú Señor? Jesús respondió: A quien tú persigues y después le ordenó: <Entra en la ciudad y se te dirá lo que tienes que hacer>.

Así sucede, casi siempre, en la vida de los hombres, el encuentro con Cristo, se produce de repente, como un suceso extraordinario, en el que recibe su ayuda para saber lo que tiene que hacer en el futuro, desde ese momento transcendental de su existencia. Desgraciadamente muchos no aprovechan ese instante luminoso, muchos casi no se dan cuenta de qué ha pasado muy cerca de ellos. Por eso hay que estar siempre atentos a esa llamada de Cristo, que no obstante, siempre se produce, para que no se desaproveche esa enorme gracia de Dios.

A este respecto nos dice el Papa Benedicto XVI (Ibid):

“La relación entre San Pablo y el Resucitado llegó a ser tan profunda que lo impulsó a afirmar, que Cristo ya no era solamente su vida, sino su vivir, hasta el punto de que para poder alcanzarlo, incluso el morir era una ganancia (Flp 1, 21)

No es que despreciara la vida sino que había comprendido que para él el vivir ya no tenía otro objetivo, y por tanto ya no albergaba otro deseo que alcanzar a Cristo, como en una competición de atletismo, para estar siempre con Él: el Resucitado se había convertido en el principio y fin de su existencia, el motivo de su carrera”

 
 
 
Durante su labor evangelizadora, la situación de San Pablo, en un momento dado, fue tal, que al escribir la Carta a los filipenses se expresaba con estas sentidas palabras, al referirse a la difusión del Mensaje de Cristo en Roma (Flp 1, 12-21):

-Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han ocurrido han servido para difundir más el Evangelio,

-de modo que, ante todo el pretorio y ante todos los demás, ha quedado patente que me encuentro encadenado por Cristo,

-y así la mayor parte de los hermanos en el Señor, alentados por mis cadenas, se han atrevido con más audacia a predicar sin miedo la palabra de Dios.

-Algunos, en efecto, predican a Cristo por envidia y rivalidad, otros en cambio por buena voluntad;

-éstos, ciertamente, por caridad, sabiendo que he sido constituido para defensa del Evangelio;

-aquéllos, sin embargo, anuncian a Cristo por rivalidad, de modo no sincero, pensando  aumentar la aflicción de mis cadenas.

-Pero ¡qué importa! Con tal de que en cualquier caso –por hipocresía o sinceramente – se anuncie a Cristo, yo con eso me alegro; aún más, me seguiré alegrando,

-pues sé que me aprovecha para la salvación, gracias a vuestras oraciones y al auxilio del Espíritu de Jesucristo.

-Así es mi expectación y mi esperanza, de que en nada seré defraudado, sino que con toda seguridad, ahora como siempre, Cristo será glorificado en mi cuerpo, tanto en mi vida como en mi muerte.

-Porque para mí, el vivir es Cristo, y el morir una ganancia.

 
 
 
Sí, Cristo se hizo inmanente en San Pablo (la acción de Cristo perduraba en su interior); el apóstol ya solo aspiraba  alcanzar la <vida eterna>,  salvarse del mal radical, salvarse de la condenación eterna.

Como  nos enseñaba el Papa San  Juan Pablo II, la condenación es lo opuesto a la salvación. La una y la otra, se unen con el destino del hombre. La muerte temporal no puede destruir el destino del hombre a la <vida eterna>...

En este sentido, sabemos que Cristo rogó por sus discípulos al Padre; en su oración está la clave, la incógnita, sobre el tema de la <vida eterna> (Jn 17, 3-7):

-Y ésta es la <vida eterna>: que te conozcan a Ti, el único verdadero Dios, y a quien enviaste, Jesucristo

-Yo te glorifique sobre la tierra, consumando la obra que Tú me has encomendado que hiciese;

-Ahora, Padre, glorifícame Tú a tu lado con la gloria que tuve junto a Ti, antes de que el mundo existiera

-Manifesté tu nombre a los hombres que me diste del mundo, tuyos eran, y Tú me los distes; y tu palabra han guardado.

-Ahora han conocido que todo cuanto me has dado de Ti viene; pues las palabras que me confiaste, yo las he comunicado a ellos, y ellos las recibieron, y conocieron verdaderamente que de Ti salí, y creyeron que Tú me enviaste.

 
 
 
Son versículos que pertenecen a la <Oración sacerdotal de Cristo> que pronunció,  poco antes de que fuera apresado y conducido hacia su Pasión, Muerte y Resurrección. Esta Oración sacerdotal es como el: <Momento del Sumo Sacerdote cuando está ya para consumar el sacrificio de la Redención. El poder universal de dar a los hombres la vida eterna, consiste en el conocimiento de Dios y de su Enviado.

Esta divina misión que es la obra de Dios, de parte de Cristo ya está consumada; más para que sea efectiva, para que de hecho redunde en la gloria de Dios, necesita ser refrendada con la glorificación del Hijo, que será el sello divino de su misión y de su obra. Con esto, la glorificación del Hijo será la glorificación del Padre> (Nota a pie de obra de una antigua Biblia. Biblioteca de autores cristianos. Madrid, MCMXLVII)

Como nos recuerda el Papa San Juan Pablo II que (Ibid):

“La unión con Dios se actualiza en la visión  del Ser divino <cara a cara>, visión llamada <beatifica>, porque lleva consigo el definitivo cumplimiento de la aspiración del hombre a la verdad.

En vez de tantas verdades parciales, alcanzadas por el hombre mediante el conocimiento pre-científico y científico, la visión de Dios <cara a cara> permite gozar de la absoluta plenitud de la verdad. De este modo es definitivamente satisfecha la aspiración humana a la verdad.

La salvación, sin embargo, no se reduce a esto. Conociendo a Dios <cara a cara>, el hombre encuentra la absoluta plenitud del bien…

Como plenitud del bien, Dios es plenitud de la vida que  no tiene límites de tiempo y de espacio.

Es <Vida eterna>, participación en la vida de Dios mismo y se realiza en la eterna comunión  con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. El dogma de la Santísima Trinidad expresa la verdad sobre la vida íntima de Dios, e invita a que se la acoja.

En Jesucristo, el hombre es llamado a semejante participación y es llevado hacia ella”

 
 
 
Cristo influye en la vida del hombre de esta manera, llevándole a participar en el Misterio de la Santísima Trinidad, a  participar en la vida íntima  de Dios, para alcanzar la salvación. Por eso el cristianismo es una religión soteriológica (estudia y analiza la salvación del hombre):

“La soteriología  es  la de la Cruz y  la de la Resurrección. Dios quiere que <el hombre viva> (Ez 18, 23), se acerca a él mediante la Muerte del Hijo para revelarle la vida a la que le llama Dios mismo. Todo hombre que busque la salvación, no solo el cristiano, debe detenerse ante la Cruz de Cristo.

¿Aceptará  la verdad del Misterio Pascual o no? ¿Creerá? Esto es ya otra cuestión.

Este Misterio de Salvación es un hecho ya consumado. Dios ha abrazado a todos con la Cruz y la Resurrección de su Hijo. Dios abraza a todos con la vida que se ha revelado en la Cruz y en la Resurrección, y que se inicia siempre de nuevo por ella.

El Misterio está ya injertado en la historia de la humanidad, en la historia de cada hombre, como queda significado en la alegoría de la <vid y los sarmientos>, recogida por Juan (Jn 15, 1-8) (Papa San Juan Pablo II; Ibid)”

 
 
Ya en el Antiguo Testamento,  en el libro del <Salterio>, aparecen las súplicas del pueblo de Israel a Dios, Pastor Supremo (Sal 80, 9ss), que en el Nuevo Testamento, como nos recuerda el Papa Benedicto XVI, concretamente en el Evangelio de San Juan, implica la relación de Dios con los hombres mediante nuestro Señor Jesucristo, a través de la alegoría  de la <vid y los sarmientos>.

Por otra parte, también en el libro del profeta Isaías (Is 5, 1-7) podemos leer la <Canción a la viña> que contiene un mensaje aleccionador para el hombre que se aparta de su Creador. Allí podemos escuchar las palabras del labrador desencantado, que quieren representar al Señor decepcionado por la no correspondencia de su pueblo, es decir, del pueblo elegido.  (Is 5, 5-7):

“Pues ahora os hare conocer lo que voy a hacer con mi viña: arrancaré su seto para que sirva de leña; derribaré su cerca para que la pisoteen/ la haré un erial, no la podarán ni la labrarán, crecerán cardos y zarzas, y mandaré a las nubes que no descarguen lluvia sobre ella/ Pues bien, la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombre de Judá, la cepa de sus delicias.

Esperaba juicio y encontró prejuicios, justicia y encontró congoja”

 
 
 
Así suele suceder, por desgracia, muchas veces, cuando Cristo se acerca a los hombres para influir en sus vidas y conducirles por el buen sendero. Conseguir que el hombre <acepte la invitación al coloquio con Dios>, que no es otra cosa que <el dialogo de la salvación>, cada vez se pone más difícil para nuestro Salvador. El ateísmo ha tomado <carta de naturaleza>, debido principalmente a un pasotismo, que ha conducido a muchas personas, incluso a perder todo interés por las cuestiones religiosas.

No obstante como destacaba el Papa San Juan Pablo II, en su día (Audiencia General del 12 de junio de 1985):

“En muchos casos, esta aptitud tiene sus raíces en todo el modo de pensar del mundo, especialmente del pensar científico.

Efectivamente, se acepta como única fuente de certeza cognoscitiva sólo la experiencia sensible, entonces queda excluido el acceso a toda realidad suprasensible, transcendente. Tal actitud cognoscitiva se encuentra también en la base de esa concepción particular que en nuestra época ha tomado el nombre de <teoría de la muerte de Dios>.

Así pues, los motivos del ateísmo y más frecuentemente aún del gnosticismos de hoy son también de tipo teórico-cognoscitivo”

 
 
 
Así mismo, aseguraba  el santo Padre en esta  Audiencia que el Concilio Vaticano II ponía de manifiesto otro tipo de motivos que está frecuentemente unido a la excesiva exaltación de las capacidades del ser humano, que le lleva en ocasiones a olvidarse de su verdadera vulnerabilidad (Papa San Juan Pablo II; Ibid):

“Leemos en la <Gaudium et Spes> que en el ateísmo moderno <<el afán de la autonomía humana lleva a negar toda dependencia del hombre respecto de Dios. Los que profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia (gnosticismo). Lo cual no puede conciliarse, según ellos, con el reconocimiento del Señor, autor y fin de todo, o por lo menos tal afirmación de Dios es completamente superflua. El sentido de poder que el progreso técnico actual, da al hombre, puede favorecer esta doctrina>> (Gaudium et Spes, 20).

Efectivamente, hoy el ateísmo sistemático pone la <liberación del hombre principalmente en su liberación  económica y social>. Combate la religión de modo pragmático, afirmando que ésta obstaculiza la liberación, <<porque, al orientar el espíritu humano hacia un vida futura ilusoria, apartará al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad temporal.

Cuando los defensores de este ateísmo llegan al gobierno de un  Estado – añade el texto Conciliar - <atacan violentamente a la religión, difundiendo el ateísmo, sobre todo, en el campo educativo, con el uso de todos los medios de presión que tienen a su alcance los poderes públicos>> (Gaudium et Spes, 20)”

 
 
 
Verdaderamente, los Padres de la Iglesia que participaron en el último Concilio de la Iglesia católica,  tenían muy claras las ideas que se estaban transmitiendo en aquellos momentos  a los hombres, y muy especialmente entre las nuevas generaciones, con el propósito de que llegaran a ignorar total o parcialmente  al Sumo Hacedor.

Ideas que han ido persistiendo y creciendo, hasta llegar a este nuevo siglo, de tal manera que han afectado en gran medida a la llamada sociedad del desarrollo, con resultados verdaderamente dolorosos y temibles para un futuro, no tan lejano, como cabría desear…

Por eso, más que nunca, el hombre debería estar  atento  a la llamada de Cristo, que cuando se produce cambia de forma radical la manera  de ver las cosas, porque entonces se daría cuenta de que todos los creyentes, y los no creyentes, pueden y deben colaborar en la edificación de este mundo, en el que viven, porque el Evangelio y la fe en Cristo no están en contra del crecimiento del hombre, ni de la ciencia, como estas teoría defienden...
Por el contrario, el Nuevo Testamento dado a conocer por los seguidores de Cristo, reivindica la dignidad de la vocación de cada persona, le devuelve la esperanza a los desesperados, y les proporciona espíritu abierto a un destino más alto y por eso muestra la alegría de vivir ahora, en este mundo y luego alcanzar la vida eterna…

Precisamente por todo ello, teniendo en cuenta la hostilidad creciente hacia Cristo y su llamada, por una gran parte de la sociedad del siglo XXI, los creyentes deben ser conscientes de las dificultades y de las acechanzas a las que se enfrentan, para que éstas no les lleve al pasotismo, ni a la desesperación, sino que sean acicate a la más plena decisión de dar testimonio de esa <Gran esperanza>, que devuelve la alegría de vivir…

Como enseñaba  San Pedro, el primer Pontífice de la Iglesia de Cristo, la actitud del cristiano, si  es celoso del bien, no debe ser de temor, ni de inquietud, sino de amor hacia Cristo (1 Pe 3, 15-17):

“Glorificad a Cristo Señor en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza/ pero con mansedumbre y respeto, y teniendo limpia la conciencia, para que quienes calumnian vuestra buena conducta  en Cristo, queden confundidos en aquello que os critican/ Porque es mejor padecer por hacer el bien, si ésa es la voluntad de Dios, que por hacer mal”  


        

 

   

TRES MILAGROS DE JESÚS Y TRES PALABRAS SUYAS EN ARAMEO


 
 
 
 
 
Los <milagros–signos> del Señor están íntimamente relacionados con la fe,  por eso no es de extrañar que en algunas ocasiones el evangelista San Marcos, respetara al relatarlos, el lenguaje en el que predicaba Jesús (arameo) a las multitudes que le seguían, ya que esta lengua tiene una fuerza expresiva superior a la  poseída por el griego, idioma en el que redactó el evangelista los hechos y dichos de la vida de Cristo. 


Así pues, el evangelista, al narrar tres  milagros-signos de Jesús, conserva algunas expresiones de Éste, que le dan más fuerza a los eventos acaecidos. Estos milagros-signos son: <La resurrección de la hija de Jairo> (Mc 5, 35-43), <La curación de un sordomudo> (Mc 7, 31-37) y <La curación del ciego de Jericó> (Mc 10, 46-52).

Sucedió que durante su evangelización en Galilea y más concretamente en el entorno del  lago de Genesaret (o mar de Galilea) tras haber curado a un hombre de la posesión de una legión de demonios, dejando maravillada a la gente que presenció este milagro portentoso, se dirigió en barca a la ribera opuesta al lugar donde había acaecido este hecho, y allí, de entre la muchedumbre que le seguía se le aproximó un jefe de la sinagoga que se llamaba Jairo y echándose a sus pies le suplicó que curara a su hija que prácticamente estaba muerta o moribunda. Fue ésta una petición de milagro que implicaba la fe previa, porque sus palabras fueron (Mc 5, 23): <Mi hijita está al cabo; ten a bien venir y poner tus manos sobre ella, para que se salve y viva>.

Indudablemente este hombre con fe, que pide un milagro para su hija, ya conocía los prodigios de Jesús, pues el Señor por donde predicaba dejaba tras de sí, además de su palabra, sus hechos y estos eran portentosos, aunque no todos los que le seguían creían en él, porque el hombre se resiste siempre a creer aquello que no comprende y además, no hay que olvidar, que el demonio no descansa en sus propósitos de encadenar a los seres humanos bajo su poder.

Pero este hombre no, no había caído bajo la posesión del maligno, antes al contrario, tenía fe en Jesús, y muy poderosa, ya que humildemente, despojándose de su categoría de jefe de la sinagoga se hecha a los pies del Señor para rogarle que haga un milagro con su hijita.

El Señor en esta ocasión quiere mostrar cuán grande puede ser la fe y cuán grande puede ser el milagro, por eso siguió caminando aparentemente indiferente a la petición,  y el hombre le seguía, junto con la muchedumbre que le rodeaba, y entre esa muchedumbre se encontraba una mujer que padecía desde hacía mucho tiempo de flujos de sangre, y también tenía mucha fe en Jesús;  tocó su manto y cobró la salud.

 
 
El Señor dándose cuenta que de sí mismo había salido virtud, se volvió y preguntó: ¿Quién me tocó los vestidos? Ella atemorizada y temblando por lo que había hecho se postró a sus pies y le declaró lo que había ocurrido. Jesús le dijo entonces: <Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda sana de tu achaque>.


Entre tanto, el tiempo pasaba y parecía que no llegaba el momento en que Jesús llegara hasta donde se encontraba la hija de Jairo, para realizar un milagro, y en esto vinieron los servidores del jefe de la sinagoga para anunciarle que la niña ya había muerto y por tanto dijeron: ¿para qué molestar al maestro? Pero Jesús a su vez dijo: <No temas; cree solamente>. Y él creyó, y el milagro se realizó.

 
 
Así lo narró San Marcos en su Evangelio (Mc 5, 27-32): "Y llegan a la casa del jefe de la sinagoga, y ve el alboroto y los que lloraban daban grandes alaridos / y entrando les dice: ¿Por qué os alborotáis y lloráis? La niña no murió, sino duerme / Y se burlaban de Él. Más Él, echándolos a todos, toma consigo al padre de la niña y a la madre y a los que con Él iban, y entran a donde estaba la niña / Y tomando la mano de la niña, le dice: <Talithá kum>, que traducido, significa: <Niña, te lo digo, levántate> / Y al instante se levantó la niña, y caminaba, pues tenía doce años"

 

Nos recuerda el Papa Benedicto XVI, que el Padre y Doctor de la Iglesia San Jerónimo, al comentar este milagro subrayó el poder salvífico de las palabras de Jesús, que vienen a puntualizar que la niña debe levantarse no por las virtudes de ella, sino por la gracia del Hijo de Dios.

 
 
 
Por eso dice también el Papa que este relato, junto con el milagro de la mujer que sufría flujos de sangre: “Son una invitación a superar una visión puramente horizontal y materialista de la vida. A Dios le pedimos muchas soluciones de problemas, de necesidades concretas, y está bien hacerlo, pero lo que debemos pedir con insistencia es una fe cada vez más sólida, para que el Señor renueve nuestra vida, y una firme confianza en su amor, en su providencia que no nos abandona”

(Benedicto XVI; Ángelus del domingo 1 de julio de 2012).


La misericordia de Dios nunca abandona a los hombres aunque muchos no tienen, o no llegan a tener, conciencia de ello. Quizás por eso, el Señor al realizar este impresionante milagro de devolver la vida a una persona muerta no quiso que se le comunicara a nadie y pidió encarecidamente a los presentes que no difundieran el suceso,  para evitar malas interpretaciones sobre el mismo.

 
 
No obstante, como comentaba el Papa San Juan Pablo II en su <Audiencia General> del 18 de noviembre, de 1987: "En la Iglesia de los primeros tiempos y especialmente durante la evangelización del mundo llevada a cabo por los Apóstoles, abundaron los milagros, prodigios y señales, como el mismo Jesús les había prometido a sus discípulos. Pero se puede decir que estos se han repetido siempre en la historia de la salvación, especialmente en los momentos decisivos para la realización del designio de Dios”

 
Por eso, Jesús siguió su camino repartiendo amor a manos llenas y enseñando a las gentes, también a los fariseos y escribas, el Mensaje divino.

Finalmente partió de aquellos lugares para dirigirse a los confines de Tiro y de Sidón y nada más llegado allí, tuvo ocasión de realizar un nuevo milagro, en el que la fe estaba presente en la persona que lo solicitaba, y era una fe muy grande; se trataba de una mujer que tenía una hija endemoniada y humildemente le solicitaba su ayuda. El Señor admirado de su fe y de  humildad, sanó a su hija del poder del demonio.

Llegamos así, al momento en el que el Señor va a llevar a cabo el milagro de la sanación de un sordomudo; y en esta ocasión, al realizar la narración de los hechos acaecidos, el evangelista san Marcos, respetó de nuevo en arameo, una palabra clave pronunciada por  del Señor en esta lengua, a través de la cual  realizó el prodigio.

Sucedió que al llegar a la región de Decápolis, le presentaron a una persona sorda y tartamuda para que lo curara poniendo sobre él su mano. Así narró san Marcos los hechos que acontecieron a continuación (Mc 7, 32-37):

 
 
"Y le presentan un sordo y tartamudo y le ruegan que ponga  sobre sobre él su mano / Y tomándole a parte lejos de la turba, introdujo sus dedos en las orejas del sordo y con su saliva tocó su lengua / y levantando sus ojos al cielo suspiró y le dijo: <Effatá> (esto es, *Ábrete*) / Y al punto se abrieron sus oídos, y se soltó la atadura de su lengua, y hablaba correctamente / Y les ordenó que a nadie lo dijesen; pero cuanto más se lo ordenaba, tanto más y más ellos lo divulgaban"


Y se asombraban sobremanera, diciendo: <Todo lo ha hecho bien, y hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
Jesús en esta ocasión utiliza para hacer este extraordinario milagro-signo un riguroso ceremonial, cuestión que algunos estudiosos de los Santos Evangelios han interpretado en el sentido de considerar que el Señor quiere preparar de esta forma a la persona en cuestión, que podría haber sido un pagano, para que en él se produzca <la fe previa al milagro>, por el solo contacto con su cuerpo humano-divino.

Así, por ejemplo, el Padre y Doctor de la Iglesia san Efrén de Siria (306-373), fundador de una escuela de teología que se distinguió por su gran calidad y altura de miras y que por tanto fue un gran defensor de la doctrina cristológica y trinitaria, al comentar este milagro del Señor se expresaba en los siguientes términos.

“La fuerza divina que el hombre no puede tocar, bajó, se envolvió con un cuerpo palpable para que los pobres pudieran tocarle, y tocando la humanidad de Cristo, percibieran su divinidad.

A través de unos dedos de carne, el sordomudo sintió que alguien tocaba sus orejas y su lengua. A través de unos dedos palpables percibió la divinidad intocable una vez rota la atadura de su lengua y cuando las puertas cerradas de sus orejas se abrieron.

 
 
Porque el arquitecto y artífice del cuerpo vino hasta él y, con una palabra suave (Effatá), creó sin dolor unos orificios en sus orejas sordas; fue entonces cuando también su boca cerrada hasta entonces incapaz de hacer surgir una sola palabra, dio al mundo la alabanza a Aquel que de  esta manera hizo que su esterilidad diera fruto…


Jesús hace desaparecer los defectos y resucita a los muertos a fin de que podamos reconocer que gracias a su cuerpo <en el que habita la plenitud de la divinidad>, los defectos de nuestra humanidad son suprimidos y la verdadera vida se da a los mortales por este cuerpo en el que habita la verdadera vida”

Hermosa interpretación del milagro-signo de Jesús debida a un hombre que habiendo tenido unos orígenes paganos, al encuentro con la palabra del Señor se convirtió al cristianismo dando tales frutos para la Iglesia que ésta le ha reconocido Padre y Doctor de la misma. Se enfrentó con valor a todas las sectas de su época que defendían doctrinas heréticas, dejando un legado escrito para la humanidad imponderable.

 Por su parte san Lorenzo de Brindisi (1559-1619), doctor de la Iglesia por el Papa Juan XXIII (1959), dejó también para la posteridad una homilía muy hermosa sobre este milagro del Señor de la que recogemos las siguientes palabras:

“Lo mismo que la ley divina dice, narrando la obra de la creación del mundo: Y vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno, así el evangelio, al narrar la obra de la redención y de la recreación, dice:<Todo lo ha hecho bien, ya que los árboles sanos dan frutos buenos y un árbol sano no puede dar frutos malos>…

Unamos hoy con sencillez nuestras voces a las de la santa multitud y digamos: <Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos>. En realidad, la muchedumbre dijo esto por inspiración del Espíritu Santo…

 
 
Éste es Dios que todo lo hizo bien: <Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos>, esto es, está investido de una fuerza y un poder divino” 


Más recientemente, también el Papa Benedicto XVI, al comentar este milagro del Señor en el Ángelus del domingo 6 de septiembre de 2012 decía lo siguiente:

“En el centro del Evangelio de este domingo hay una palabra, muy importante. Una palabra que <en un sentido profundo> resume todo el mensaje  y toda  la obra de Cristo.

El evangelista san Marcos la menciona en la misma lengua de Jesús, en la que Jesús la pronunció, y de esta manera la sentimos aún más viva. Esta palabra es <<Effetá>>, que significa <Ábrete>…

Aquel sordomudo, gracias a la intervención de Jesús, <se abrió>; antes estaba cerrado, aislado; para él era muy difícil comunicar; la curación fue para él una <apertura> a los demás y al mundo, una apertura que, partiendo de los órganos del oído y de la palabra, involucraba toda su persona y su vida: por fin podía comunicar y, por tanto, relacionarse de nuevo”

<Effetá>, que palabra más hermosa en boca de Nuestro Señor Jesucristo, sí, el desea que nos abramos a Él, que escuchemos su mensaje de amor y lleno de buena voluntad hacia el hombre y, ¿cómo responde el hombre a esta palabra?... 

Desde luego, que  no siempre, como lo hizo el sordomudo del milagro; no, el hombre hace tiempo que se ha dejado arrastrar por  falsos dioses, insignificantes y mentirosos…

Ciertamente, son tantas las acometidas violentas del maligno, que  cuesta mucho superarlas, pero eso no quiere decir que el género humano esté justificado  por ello. Lucifer y sus acólitos, siempre están atentos a nuestras debilidades, debemos estar, por tanto, en guardia y recordar aquellas palabras tan sensatas y verdaderas del Señor (Mt 10, 28):

<No temáis a los que matan el cuerpo, pero el alma no la pueden matar; sino temed más bien al que puede arruinar alma y cuerpo en la gehena>.

 
 
Así es, estos son los verdaderos enemigos del hombre y por eso deberíamos siempre operar como lo hizo en su día el ciego de Jericó, deberíamos decir a Cristo: <Rabbuní, que yo recobre la vista>


Sí, que yo descubra cada día en los mensajes que constantemente recibo a través de tantos medios, al alcance del enemigo común, aquellos que pueden afectar a mi alma y ponen en peligro su salvación.

En efecto, sucedió que Jesús anunció por segunda vez su próxima Pasión, Muerte y Resurrección, cuando atravesaba Galilea en dirección a Cafarnaún, aunque aún no quería dar mucha publicidad a temas que tan radicalmente le concernían, porque todavía iba instruyendo a sus discípulos; él les dijo (Mc 9, 31): “El Hijo del hombre a va ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y después de muerto resucitará a los tres días”

Esto era lo que iba a hacer Él, al someterse a su Pasión y Muerte, cuando llegaran a Jerusalén, pero antes de llegar y tras varios importantes acontecimientos, entre los que cabe destacar la bendición de los niños y la increíble petición de los hijos de Zebedeo, realizó un nuevo milagro-signo, concretamente en Jericó curó a un hombre ciego llamado Bartimeo.

 
 
 
 
Los hechos ocurridos fuero descritos por el evangelista san Marcos con gran detalle, conservando además, el apelativo dado por el ciego a Jesús en la lengua original en la que hablaban los protagonistas del acontecimiento, el arameo (Mc 10, 46-52):


“Llegan a Jericó. Y cuando salían de Jericó con sus discípulos y una gran multitud, un ciego, Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al lado del camino pidiendo limosna/ Y al oír que era Jesús Nazareno, comenzó a decir a gritos: ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!/ Y muchos le reprendían para que se callara. Pero él gritaba mucho más: ¡Hijo de David, ten piedad de mí!/ Se paró Jesús y dijo: <Llamadle>. Llamaron al ciego diciéndole: ¡Animo!, levántate, te llama/ El, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús/ Jesús le preguntó: < ¿Qué quieres que te haga?>. Rabboni, que vea, le respondió el ciego/ Entonces dijo Jesús: <Anda, tu fe te ha salvado>. Y al instante recobró la vista. Y le seguía por el camino”

De nuevo en esta ocasión se presenta la necesidad de una fe previa de la persona que solicita el favor de Jesús, pero una fe total, una fe que lleva al ciego a pedirle al Señor que le cure con la seguridad absoluta de que él puede conseguir que este milagro se produzca; él le llama <Rabboni> que quiere decir <Mi gran Maestro>…

Después cuando se ha producido, él sigue a Jesús, ya es un discípulo más del Señor en su caminar hacia la ciudad Santa, donde en breve tendrán lugar los terribles acontecimientos a los que Jesús va a someterse por mandato del Padre y amor a la humanidad. En este sentido el Papa Benedicto XVI en el Ángelus del domingo 29 de octubre de 2006 nos recordaba que:

“Este relato, en sus aspectos fundamentales, evoca el itinerario del catecúmeno hacia el sacramento del Bautismo, que en la Iglesia antigua se llamaba también <Iluminación>.

La fe es un camino de iluminación: parte de la humildad de reconocerse necesitados de salvación y llega al encuentro personal con Cristo, que llama a seguirlo por la senda del amor. Según este modelo se presentan en la Iglesia los itinerarios de iniciación cristiana, que preparan para los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. En los lugares de la antigua evangelización, donde se suele bautizar a los niños, se proponen a los jóvenes y a los adultos experiencias de catequesis y espiritualidad que permiten recorrer un camino de redescubrimiento de la fe de modo maduro y consciente, para asumir luego un compromiso coherente de testimonio.

¡Cuán importante es la labor que realizan en este campo los pastores y  los catequistas!

El redescubrimiento del valor de su Bautismo es la base del compromiso misionero de todo cristiano, porque como vemos en el Evangelio, quien se deja cautivar por Cristo no tiene más remedio que testimoniar la alegría de seguir sus pasos”

 


 

 

 

MIRARÁN AL QUE TRASPASARON


 


“Mirarán al que traspasaron” Son palabras misteriosas, llenas de significado recordadas por   san Juan en su Evangelio, cuando relata un acontecimiento extraordinario que tuvo lugar inmediatamente después de la muerte de nuestro Señor Jesucristo. Nos referimos al conocido episodio de la historia de Jesús que se ha dado en llamar <la lanzada> y que ha sido objeto de numerosas obras de arte y análisis teológicos, a lo largo de los siglos hasta nuestros días.

Así describió el apóstol y evangelista, san Juan, los hechos acaecidos en aquel amargo día, cuando los soldados se acercaron a los tres crucificados, en el lugar llamado la Calavera (Gólgota,) con ánimo de romperles las piernas  (Jn 19, 33-37):

 

-Cuando se acercaron a Jesús, se dieron cuenta que ya había muerto, por eso no le rompieron las piernas.

-Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza y, al punto, brotó de su costado sangre y agua.

-El que vio estas cosas da testimonio de ellas, y su testimonio es verdadero. Él sabe que dice la verdad, para que también vosotros lo creáis.

-Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice:<No le quebraron ningún hueso.

-La Escritura dice también, en otro pasaje: <Mirarán al que traspasaron>

 

San Juan recuerda con este último versículo, las palabras pronunciadas en su día, por el profeta Zacarías, consecuencia de una de sus visiones nocturnas y más concretamente aquella que se refiere a los vaticinios (Oráculo del Señor) sobre Judá y Jerusalén  (Zc 12, 8-10):

“Aquel día el Señor protegerá a los habitantes de Jerusalén. <Aquel día el más flojo de ellos será como David, y la casa de David, como un Dios, como un ángel del Señor al frente de ellos> / <Aquél día me dispondré a exterminar a cualquier nación que venga contra Jerusalén> / <Sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén derramaré un espíritu de gracia y de plegaria para que fijen en mí la mirada. Por el que traspasaron, por él harán duelo con el llanto del hijo, por el hijo único; se afligirán amargamente por él, con el dolor por el primogénito>”

 
 

En el tiempo escatológico anunciado por el profeta Zacarías debían suceder todas estas cosas. Este profeta era hijo de Baraquías, y fue uno de los doce profetas llamados menores. Su libro es el penúltimo de los libros proféticos inspirados del Antiguo Testamento. Él llevo a cabo una misión profética entre los años 520-518 antes de Cristo. Zacarías hablaba en nombre de Dios a los judíos que por entonces habitaban en Jerusalén y en toda Judea, para animales a edificar el Templo para Él. La persona tan llorada por los habitantes de Jerusalén, según Zacarías, la persona a la que traspasaron, nos recuerda a Jesucristo clavado en la Cruz;  a Él vuelven la mirada los hombres pecadores, tal como leemos en el evangelio de san Juan y:

 

<No le quebraron ningún hueso>…<Mirarán al que traspasaron>.

Son palabras que evocan constantemente los últimos momentos de la Pasión  y Muerte del Señor, tal como nos advertía el Papa Benedicto XVI  en su libro <Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección. Ediciones Encuentros, S.A., Madrid 2011>:

“La Iglesia teniendo en cuenta las palabras de Zacarías, ha mirado en el transcurso de los siglos a este corazón traspasado, reconociendo en él la fuente de bendición indicada anticipadamente en la sangre y en el agua.

Las palabras de Zacarías impulsan además a buscar una comprensión más honda de lo que allí ha ocurrido. Un primer grado de este proceso de comprensión lo encontramos en la primera Carta de Juan, que retorna con vigor a la reflexión sobre el agua y la sangre que salen del costado de Jesús (Jn 5, 6-12)”

 

Se refiere el santo Padre a la 1ª Carta del apóstol san Juan, dirigida a los seguidores de Cristo que estaban siendo perseguidos y calumniados por los simpatizantes del enemigo común…

San Juan en su Carta poco antes del Epilogo, viene a dar testimonio sobre el Hijo del hombre, es decir sobre el Mesías con estas sentidas palabras (1 Jn 5, 6-12):

“Este es el vino por agua y sangre, Jesucristo. No solamente con agua, sino con el agua  y con la sangre. Y el Espíritu es quien testifica, porque el Espíritu es la verdad.

-Pues tres son los que testifican:

-el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres coinciden en uno.

-Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios, por cuanto testificó acerca de su Hijo.

-Quien cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí. Quien no cree en Dios, por mentiroso lo tiene, por cuanto no ha creído en el testimonio acerca de su Hijo.

-Y éste es el testimonio: que Dios nos dio vida eterna, y esta vida está en su Hijo.

-Quien tiene al Hijo, tiene la vida: quien no tiene al Hijo de Dios, no tiene vida.

Por eso es necesario, tener en cuenta siempre, lo que sucedió en el Calvario y en particular aquel momento trascendental en el que, del costado del Señor, salió agua y sangre. A este propósito recordaremos, de nuevo, las enseñanzas del Papa Benedicto XVI (Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección; Ibid ):

 

“Los Evangelios sinópticos describen explícitamente la muerte en la Cruz de Jesús, como un acontecimiento cósmico y litúrgico: el sol se oscureció, el velo del templo se rasgó en dos, la tierra tiembla, muchos muertos resucitan.

Pero hay un proceso de fe más importante aún que los signos cósmicos: el centurión-comandante del pelotón de ejecución conmovido por todo lo que ve, reconoce a Jesús como Hijo de Dios: <Realmente éste era el Hijo de Dios> (Mc 15, 39)

 

Bajo la Cruz da comienzo la Iglesia de los paganos. Desde la Cruz, el Señor reúne a los hombres para la nueva comunidad de la Iglesia universal. Mediante el Hijo que sufre reconocen al Dios verdadero.

Mientras los romanos, como intimidación, dejaban que los crucificados colgarán del instrumento de tortura después de morir, según el derecho judío debían ser enterrados el mismo día (Dt 21, 22 s).

Por eso el pelotón de ejecución tenía el cometido de acelerar la muerte rompiéndoles las piernas. También se hace así en el caso del crucificado del Gólgota.

A los dos bandidos se les quiebran las piernas. Luego, los soldados ven que Jesús está ya muerto, por lo que renuncian a hacer lo mismo con él. En lugar de eso, uno de ellos traspasó el costado, el corazón de Jesús, < y al punto salió sangre y agua> (Jn 19, 34).

Es la hora en que  sacrificaban los corderos pascuales. Estaba prescrito que no se le debía partir ningún hueso (Ex 12, 46). Jesús aparece aquí como el cordero que es  puro y perfecto”

 

En este sentido, el Papa Benedicto XVI, ha hablado de una forma clara y sugerente (Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección; Ibid):

“Los Evangelios sinópticos nos han descrito explícitamente la muerte en la Cruz como acontecimiento cósmico y litúrgico: el sol se oscurecerá, el velo del templo se rasga en dos, la tierra tiembla, muchos muertos resucitan.

 


Pero hay un proceso de fe más importante aún que los signos cósmicos: el centurión, comandante del pelotón de ejecución, conmovido por todo lo que ve, reconoce a Jesús como el Hijo de Dios: <Realmente éste era el Hijo de Dios> (Mc 15, 32).

Bajo la Cruz da comienzo la Iglesia de los paganos.

Desde la Cruz, el Señor reúne a los hombres para la nueva comunidad de la Iglesia universal. Mediante el Hijo que sufre reconocen al Dios verdadero”

 

Por otra parte, el Papa Benedicto, en este mismo libro, también se pregunta: ¿Qué quiere decir el autor del evangelio con la afirmación insistente  de que Jesús ha venido  no sólo en agua, sino además en sangre?

El Pontífice sugiere una respuesta muy interesante (Ibid):

“Se puede suponer que haga alusión  a una corriente de pensamiento que daba valor únicamente al sacramento del Bautismo, pero relegaba la Cruz.

 

Y por eso significa quizás también que sólo se consideraba importante la palabra, la doctrina, el mensaje, pero no <la carne>, el cuerpo vivo de Cristo, desangrado en la Cruz; significa que se trató de crear un cristianismo del pensamiento y de las ideas del que se quería apartar la realidad de la carne: el sacrificio y el sacramento.

 

Los Padres han visto en este doble flujo de sangre y de agua una imagen de los dos sacramentos, la Eucaristía, y el Bautismo, que manan del costado traspasado  del Señor, de su corazón. Ellos son el nuevo caudal que crea la Iglesia y renueva a los hombres.

Pero los Padres, ante el costado abierto del Señor exánime en la Cruz, en el sueño de la muerte, se han referido también a la creación  del costado de Adán dormido, viendo así en el caudal de los sacramentos también el origen  de la Iglesia:

Han visto la creación de la nueva mujer, la Iglesia, del costado del nuevo Adán: Cristo”