El autor de la <Epístola a los
Hebreos> envió un mensaje de aliento a
los hebreos de Palestina que se
encontraban ante una crisis muy grave y decisiva para la Iglesia de Cristo.
Concretamente, para presentar en toda su dignidad y eficacia la santidad
cristiana, realizó un parangón entre la antigua y la
nueva Alianza pero antes, en una breve <Introducción>, destaco los Atributos
divinos del Verbo de Dios hecho carne con estas palabras (Heb 1, 1-4):
“Dios, que en los tiempos pasados
muy fragmentaria y variadamente había hablado a los padres por medio de los profetas / al fin de estos
días nos habló a nosotros en la persona del Hijo, a quien constituyó heredero
de todas las cosas, por quien hizo también los mundos / el cual, siendo
irradiación esplendorosa de su gloria y sello de su sustancia, sustentando
todas las cosas con la palabra de su poder, después de realizar por sí mismo la
purificación de los pecados se sentó a la diestra de la Grandeza en las alturas
/ hecho tanto más excelente que los ángeles, cuanto con preferencia a ellos ha
heredado un nombre más aventajado”
“En el principio existía el
Verbo, y el Verbo estaba cabe Dios, y el Verbo era Dios / Y todas las cosas
fueron hechas por Él: y sin Él nada se hizo de cuanto ha sido hecho / En Él
había vida, y la vida era la luz de los hombres / y la luz, en la tinieblas
brilla, y las tinieblas no la acogieron / Apareció un hombre, enviado de parte
de Dios: y su nombre era Juan / Este vino como testigo, para dar testimonio de
la luz, a fin de que todos creyesen por él / No era la luz, sino quien había de
dar testimonio de la luz / Existía la luz verdadera, la que ilumina a todo
hombre, viniendo a este mundo / En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por
Él, y el mundo no lo conoció / Vino a lo que era suyo, y los suyos no le
recibieron / Mas a cuantos le recibieron, a los que creen en su nombre, le dio
potestad de ser hijos de Dios / los cuales no de la sangre, ni de la voluntad
de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios nacieron”
En estos versículos el
evangelista desarrolla dos pensamientos; por una parte se presenta como el testigo
de la Luz (Jn 1, 6-8) y por otra anuncia la venida de la Luz al mundo (Jn 1, 9-13). Al hablar de la Luz (Verbo de
Dios), el apóstol querido del Señor, no lo hace de forma directa sino por
círculos concéntricos, en cada uno de los cuales reaparece el pensamiento
inicial, pero siempre acompañado de nuevas precisiones (Jn 1, 14-18):
“Y el Verbo se hizo carne, y
habitó entre nosotros; y contemplamos su gloria, gloria cual del Unigénito
procedente del Padre: lleno de gracia y de verdad / Juan (el Bautista) da
testimonio acerca de Él, y clama diciendo: <Este es el que dije: El que
viene detrás de mí, porque era primero que yo> / Pues de su plenitud
nosotros todos recibimos, y gracia por gracia / Porque la ley por mano de
Moisés fue transmitida, y la gracia y la verdad por mano de Jesucristo fue
hecha / A Dios nadie le ha visto jamás: el Unigénito Hijo, el que está en el
regazo del Padre mirándole cara a cara, Él es quien le dio a conocer”
Juan recuerda aquellas vivencias
al lado de Jesús, su Maestro, al que tanto amaba, al que acompañó hasta el
último momento de su estancia entre los hombres, siendo el único apóstol que lo
contempló a los pies de la cruz, al lado de María y las otras mujeres que le
lloraban.
No es pues de extrañar que su
Evangelio nos muestre con tal cantidad de detalles entrañables y a la vez
misteriosos y trascendentales, la figura y la obra de Jesucristo. El cuarto
Evangelio, se suele decir, que es un <choque entre la luz y las
tinieblas>, y que su presentación es totalmente cronológica y de ahí que el
Prologo se anticipe y describa la llegada del Hijo de Dios hecho hombre para
habitar sobre la tierra.
Además, es la parte más personal
del evangelista, en la cual desarrolla y presenta, de forma maravillosa, la Encarnación y manifestación del Verbo. No obstante, a pesar de las
sinceras y verídicas palabras del apóstol, algunos hombres se han empeñado, a
lo largo de la historia, en sacar falsas
conclusiones sobre el Verbo hecho carne y su primera venida a la tierra.
Así, ya en la antigüedad, los
llamados monofisitas consideraron erróneamente que el Verbo se convirtió en
carne o se mezcló, o se fundió, con la carne, mientras que los seguidores de
Nestorio, aún más erróneamente, adujeron que el Verbo se habría unido al hombre
con una unidad puramente moral o momentánea…
En este sentido, resulta siempre interesante,
recordar las enseñanzas del Papa Benedicto XVI sobre el gran misterio
de fe de la Encarnación y manifestación del Verbo (Audiencia General del
miércoles 9 de enero de 2013): “El Hijo de Dios se hizo hombre,
como recitamos en el Credo. Pero ¿Qué significa esta palabra central para la fe
cristiana? Encarnación deriva del latín <incarnatio>. San Ignacio de
Antioquía (finales del siglo I) y, sobre todo, san Ireneo usaron este término
reflexionando sobre el Prologo del Evangelio de san Juan, en especial sobre la
expresión: <El Verbo se hizo carne> (Jn 1, 14). Aquí la palabra carne, según el
uso hebreo, indica el hombre en su integridad, todo el hombre, pero
precisamente bajo su aspecto de caducidad y temporalidad, de su pobreza y
contingencia.
Esta cuestión pretende decirnos que la salvación traída por Dios que se hizo carne en Jesús de Nazaret toca al hombre en su realidad concreta y en cualquier situación que se encuentre.
Dios asumió la condición humana
para sanarla de todo lo que le separa de Él, para permitirnos llamarle, en su
Hijo unigénito, con el nombre de <Abba, Padre> y ser verdaderamente hijos
de Dios. San Ireneo afirma: <Este es el
motivo por el cual el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre:
para que el hombre, entrando en comunión con el Verbo y recibiendo de este modo
la filiación divina, llegara a ser hijo de Dios> (Adversus haereses 3, 19,1:
PG 7, 939)”
El evangelista san Juan es el
apóstol que evoca el origen de Jesús, con más frecuencia, en el Nuevo
Testamento; así en el Prologo que estamos comentando y con el que da comienzo
su Evangelio, presenta de forma verdaderamente luminosa la solución a unas
preguntas que los seres humanos solemos hacer sobre el origen del Mesías: ¿De
dónde y ha dado?
Este evangelio, nos presenta
asimismo la lucha constante entre la luz y las tinieblas, entre el bien y el
mal, y nos recuerda que la oposición de las tinieblas nunca logrará extinguir
la luz. En definitiva, que la luz triunfa siempre sobre las tinieblas, con la
difusión de sus <claridades doctrinales> y con la resurrección a la vida
eterna.
Por eso, el Papa Benedicto XVI,
teniendo en cuenta el evangelio de san Juan nos recordaba que:
“El hombre Jesús es el acampar
del Verbo, el eterno Logos divino en este mundo. La <carne> de Jesús, su
existencia humana, es la <tienda> del Verbo: la alusión a la <tienda
sagrada> del Israel peregrino, es inequívoca. Jesús es, por cierto así, la <tienda
del encuentro>: es de modo totalmente real aquello de lo que la <tienda>, como
después del <templo>, sólo podía ser su prefiguración.
El origen de Jesús, su <de
dónde>, es el <principio> mismo, la causa primera de la que todo
proviene; la <luz> que hace del mundo un cosmos. Él viene de Dios. Él es
Dios. Este <principio> que ha venido a nosotros inaugura -precisamente en cuanto principio- un nuevo
modo de ser hombre…”
“La Encarnación es fruto de un inmenso amor, que impulso a Dios a querer compartir plenamente nuestra condición humana.
El hecho de que el Verbo de Dios
se hiciera hombre produjo un cambio fundamental en la condición misma del
tiempo. Podemos decir, en Cristo, el tiempo humano se colmó de eternidad. Es una transformación que afecta
al destino de toda la humanidad, ya que el <Hijo de Dios>, con su
Encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre (G S, 22). Vino a
ofrecer a todos la participación en su vida divina. El don de esta vida
conlleva una participación en la eternidad. Jesús lo afirmó, especialmente a
propósito de la Eucaristía: <El que come mi carne y bebe mi sangre tiene
vida eterna> (Jn 6, 54). El efecto del Banquete Eucarístico es la posesión,
ya desde ahora, de esa vida.
En otra ocasión, Jesús señaló la
misma perspectiva a través del símbolo del agua, capaz de apagar la sed, el
agua viva de su Espíritu, dada con vista a la eternidad (Jn 4, 14). La vida de la gracia revela, así,
en una línea de verdadera continuidad, el ingreso en la vida celestial”
Verdaderamente la Encarnación del Hijo de Dios supone una nueva Creación que puede dar respuesta a la pregunta que todo ser humano se realiza en algún momento concreto de su vida: ¿Quién es el hombre?
El Papa Benedicto XVI en su
Audiencia General del 9 de enero de 2013, hacía esta maravillosa reflexión al
tratar de responder a esta recurrente pregunta: “En aquel Niño, el Hijo de Dios
que contemplamos en Navidad, podemos reconocer el rostro autentico no sólo de
Dios, sino el auténtico rostro del ser humano. Solo abriéndonos a la acción de
su gracia y buscando seguirle cada día, realizamos el proyecto de Dios sobre
nosotros, sobre cada uno de nosotros”
“Por esto es menester que
prestemos mayor atención a las cosas oídas no sea que seamos arrastrados a la
deriva / Porque si la palabra transmitida por ministerio de los ángeles obtuvo
fuerza de ley, y toda prevaricación y desobediencia recibió su justa
retribución / ¿cómo nosotros escaparemos del castigo si menospreciáremos tan
grande salud? La cual, anunciada inicialmente por el Señor, llegó a nosotros
refrendada por los que la habían oído / acreditándola a su vez Dios con señales
y portentos, y variedad de milagros, y repartición de dones del Espíritu Santo,
a medida de su voluntad.
Porque no a los ángeles sometió
Dios el mundo que había de venir, del cual estamos hablando / Allá, uno
testificó diciendo (Sal 8, 5-7): ¿Quién es el hombre que te acuerdas de Él, o
el hijo del hombre, que miras por Él? / Le rebajaste un poquito respecto de los
ángeles, de gloria y honor le coronaste / todas las cosas las sometiste debajo
de sus pies. Pues al someter a Él todas las cosas, nada dejo no sometida a Él /
Más al que fue rebajado un poquito respecto de los ángeles, Jesús, vemos, por
causa de la muerte padecida, coronado de gloria y honor, a fin de que, por
gracia de Dios, gustase la muerte en bien de todos.
Pues le estaba bien a aquel para
quien es todo y por quien es todo que, al paso que llevaba muchos hijos a la
gloria, consumase por medio de los padecimientos al autor de su salud / Pues
tanto el que santifica como los que son santificados de uno vienen todos; por
cuya causa no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo (Sal 21, 23): /
Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea cantaré tus loores
/ Y además (Is 8, 17-18): Yo pondré mi confianza el Él / Y de nuevo (Is 8,
17-18): Heme aquí a mí y a los hijos que Dios me dió”